DOI: 10.18441/ibam.21.2021.78.13-34
Emiliano Gastón Sánchez
Universidad Nacional Tres de Febrero / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
esanchez@untref.edu.ar
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-1518-5872
En mayo de 1916, Juan José Soiza Reilly coincidió en la ciudad de Zúrich con el periodista Tito Livio Foppa, enviado especial a la Gran Guerra por el vespertino La Razón de Buenos Aires, a quien dedicó una extensa crónica en la que trazaba una suerte de semblanza de este colega. En esas páginas, Soiza Reilly, también él enviado especial a Europa por el diario La Nación y el semanario Fray Mocho, trazó un balance de su experiencia periodística en dicha contienda, a pocas semanas de emprender su regreso a Buenos Aires, que vale la pena citar in extenso:
El oficio del corresponsal de guerra se está poniendo cada vez más agrio. ¡Vendo mi progenitura por un plato de chauchas! Me atrevo a creer que por grande que sea el cariño que los lectores pongan en la lectura de las crónicas marciales, aun no corresponden a la inmensidad del sacrificio que cada una de esas pobres crónicas nos cuesta. Es muy fácil escribir desde una mesa de la redacción, entre el humo del tabaco y del café, que perfuma el cerebro cual un opio romántico. Es muy fácil escribir junto a una estufa, con abundancia de libros a mano para picotear erudición. Es muy fácil escribir sabiendo que al dejar la pluma en el tintero, la sopa nos espera en la mesa del restaurant o del hogar.
El corresponsal de guerra nada de eso disfruta. Vive solo. Vive aislado. Si para gloria de España, su idioma es el castellano, está condenado a no hablar en su idioma durante meses y meses […] Si los proyectiles no lo amenazan, los amenazan las fiebres y las tisis… Cuando quiere escribir no le alcanza el papel ni puede disfrutar del delicioso vicio de malgastar la tinta con esa voluptuosidad periodística de niños en el barro […] Si es invierno, el frío le hiela los pies. Agréguese a todo esto las dificultades del viaje, las fatigas del traqueteo, las camas duras, la zoología de los hoteles, y lo que es peor: el miedo a que lo fusilen por espía (Soiza Reilly 1916, s. p.).2
A modo de lamento, estas líneas condensan una serie de reflexiones sobre las peculiaridades de la escritura de la crónica de guerra que plantean un interrogante sobre los atributos de la figura del “corresponsal de guerra” en la prensa de Buenos Aires durante la Primera Guerra Mundial. Tomando como marco a la perspectiva de la historia cultural y literaria de la prensa (Kalifa y Vaillant 2004, 197-214 y Kalifa, Régnier, Thérenty y Vaillant 2011, 7-21), este artículo se propone responder a ese interrogante apelando, en primer lugar, a un análisis de los perfiles socio-profesionales y los itinerarios de una serie de figuras del periodismo porteño que se desempañaron como enviados especiales a Europa durante los años de la Gran Guerra. Y, en un segundo lugar, a partir de una lectura de sus crónicas entendidas como el ámbito privilegiado para la construcción de una autofiguración que buscaba legitimar esta novedosa rama del trabajo periodístico en el ámbito local.
Para comprender este fenómeno en su cabal dimensión es necesario remontarse a los inicios del proceso de modernización iniciado por la prensa de Buenos Aires en el último cuarto del siglo xix. Esa progresiva y desigual transformación de los periódicos porteños se hizo evidente a través de diversos aspectos que abarcaban desde la creación de nuevos tipos de publicaciones y secciones –orientadas a un público lector cada vez más heterogéneo y al que trataban de captar mediante diversas estrategias discursivas, temáticas y empresariales–, hasta el crecimiento de las tiradas, motivado por la incorporación de nuevas técnicas de edición e impresión (Román 2010, 15-37). Sumado a ello, las expectativas y demandas de información por parte de ese público ampliado, procedente en buena medida de las campañas masivas de alfabetización emprendidas por el Estado argentino en el último tramo del siglo xix, impulsaron también la contratación de los servicios de las agencias de noticias europeas y la incorporación de los corresponsales extranjeros, instalados en las principales ciudades de Europa y América. Esta notable expansión del sistema de la prensa porteña transformó a los diarios de Buenos Aires en un ámbito privilegiado para la profesionalización de los escritores y periodistas (Laera 2008, 495-522).
Ahora bien, la emergencia en la prensa local de la figura del “corresponsal” no implicó, sin embargo, una clara delimitación de las funciones asignadas o asumidas al interior de los periódicos. Por el contrario, el uso inicial del término se caracterizó por su ambigüedad y por hacer alusión a figuras del mundo periodístico portadoras de perfiles intelectuales y profesionales muy variados. En este sentido, como ha señalado Martín Servelli (2018, 33-34), la falta de precisión y la inestabilidad del término fueron aspectos concomitantes a la emergencia de este actor novedoso en la prensa porteña.
En primer lugar, la expresión era utilizada para referirse a las grandes plumas del mundo literario, científico y político que enviaban sus crónicas por barco desde las principales metrópolis europeas y que, en base a ese prestigio intelectual, gozaban de una cierta especialización de sus funciones como “corresponsales culturales” de los grandes diarios porteños. No obstante, la corresponsalía internacional tuvo otras inflexiones más modestas, encarnadas en aquellos periodistas que, al otro extremo del circuito global, leían y glosaban las informaciones de los diarios europeos en Buenos Aires o en Montevideo, realizando extractos de esa información para los medios locales (Caimari 2019, 45-50).
En segundo lugar, el término aludía a periodistas del propio staff de los diarios que cumplían labores como corresponsales o “reporters viajeros” asociados, en un principio, a la cobertura de viajes ocasionales para asistir a un evento político o cultural de transcendencia. Esa labor fue definiendo un estatus profesional novedoso y más específico, vinculado a las giras periodísticas por las provincias y los confines de los territorios nacionales de la Argentina y los países limítrofes y la elaboración de unas crónicas que “contribuyeron a modelar un imaginario de Nación, en un período de crecimiento acelerado y cambios profundos […] marcado por la afluencia inmigratoria y una difundida percepción de disgregación cultural y pérdida identitaria” (Servelli 2018, 16).
En tercer lugar, cabría destacar también a la corresponsalía noticiosa, protagonizada por plumas mucho menos conocidas que informaban (sin firmar) sobre los acontecimientos de la vida local en aquellas ciudades que integraban la vasta red de cables submarinos y cuyos contornos se advierten detrás del título “de nuestro corresponsal en …”, que solía encabezar ciertos apartados de las secciones de cables internacionales. Por último, el término se aplicaba también de manera extensiva a los representantes de los grandes diarios en el interior del país que en los casos de La Nación, La Prensa y El Diario conformaban un extenso entramado de alcance nacional.
Ahora bien, varias décadas después de la emergencia de este actor en la prensa de Buenos Aires, ese panorama no había cambiado demasiado. De hecho, durante la Gran Guerra, la polisemia del término “corresponsal” subsistía indemne en las páginas de los periódicos porteños, atribuido sin una clara distinción a figuras del mundo intelectual y periodístico que no solo mantuvieron diferentes proximidades con el conflicto bélico, sino que también cultivaron diversas variantes del reportaje y la crónica periodística. En gran medida, esa falta de precisión en el uso del término ha sido reiterada en las investigaciones más recientes sobre el impacto político y cultural de este conflicto bélico en Buenos Aires (Compagnon 2007, 82-3; 2014, 103 y 123; Rinke 2017, 87 y 196; Tato 2017, 30 y 32). Sin desconocer sus aportes a la comprensión de estas facetas de la contienda a nivel local, estos trabajos han tendido a congregar bajo los rótulos de “reportero” o “corresponsal de guerra” a figuras del universo periodístico porteño cuyas trayectorias, estatus y perfiles fueron muy diferentes, lo que, en última instancia, tiende a oscurecer los matices y la riqueza de voces presentes en la prensa periódica de un país neutral como la Argentina.3
Esa homologación no deja de ser, sin embargo, paradójica. Pues, como plantea la hipótesis principal de este artículo, la cobertura mediática de la Gran Guerra en la prensa porteña posibilitó el afianzamiento de un periodismo de guerra novedoso, delimitado en torno a un grupo de periodistas que, a partir de sus experiencias en las ciudades y campos de batalla del Viejo Mundo, reforzaron la construcción de un prestigio profesional y de una narrativa singular que les permitió destacarse como los exponentes locales de una figura en creciente expansión. En este sentido, los periodistas porteños que contribuyeron de un modo más decidido a delimitar los atributos del “corresponsal de guerra” fueron: Tito Livio Foppa (1884-1960), contratado por el vespertino La Razón; Juan José Soiza Reilly (1880-1959), enviado especial a Europa por el diario La Nación y el semanario Fray Mocho; y Alejandro Sux (1888-1959), corresponsal del matutino La Prensa.4
No se trata, por supuesto, de una cuestión puramente etimológica ni tampoco de la búsqueda de una suerte de “modelo puro” del corresponsal de guerra argentino, sino, más bien, de comprender qué lugar ocupó la Gran Guerra en la evolución de esta figura en la historia de la prensa y el periodismo de Buenos Aires. Y, de esta manera, reconstruir un importante eslabón de un proceso de larga duración –en gran medida desconocido– cuyos rasgos iniciales pueden delimitarse entre una guerra breve y parcialmente mediatizada como la Guerra Hispano-estadounidense de 1898 y otros conflictos bélicos más transitados por la historiografía cultural y literaria como la Guerra del Chaco y la Guerra Civil española (Saítta 2009, 241-54; Juárez 2013, 97-110; 2015, 243-264, 2019, 121-45; Binns, 2012 y Cano Reyes, 2017).
La delimitación más precisa de los atributos del corresponsal de guerra en la prensa porteña permite avalar, a su vez, una hipótesis más amplia que sitúa a la Gran Guerra como un acontecimiento mediático que implicó un salto dentro del mencionado proceso de modernización emprendido por los principales periódicos de Buenos Aires a finales del siglo xix. Pues esta particular coyuntura impulsó una aceleración de algunos rasgos y tendencias de ese proceso, entre las que cabría destacar, en primer lugar, el aumento de las tiradas y las ediciones extraordinarias con las que los diarios trataban de aplacar la sed de primicias del público porteño. En segundo lugar, la creación de nuevas publicaciones periódicas, algunas de ellas vinculadas a las labores propagandísticas de las potencias beligerantes sobre los países neutrales (como La Unión, La Acción Francesa e Idea Nacional) y a las campañas electorales (como el diario La Época, el principal periódico del radicalismo yrigoyenista hasta su clausura con el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930), aunque también vieron la luz muchas otras completamente ajenas a esos intereses.5 Y, por último, el incremento y la diversificación de los servicios de las agencias de noticias internacionales, lo que se tradujo, a partir de 1916, en una mayor presencia dentro del mercado de noticias argentino de las agencias neoyorkinas Associated Press y United Press, erosionando así el lugar predominante que hasta ese entonces había ocupado la francesa Havas (Sánchez 2014, 55-87). Por todo ello, los años de la Gran Guerra emergen como un capítulo importante de ese largo ciclo de modernización periodística y, por lo tanto, deben analizarse en diálogo con las etapas previas de dicho proceso.
La elección de estos tres periodistas se justifica en base a una serie de particularidades compartidas entre sí, con mayor o menor intensidad, y que permiten destacar sus itinerarios y las características de sus coberturas sobre la contienda del resto de los corresponsales que colaboraron en la prensa de Buenos Aires durante la Gran Guerra. En primer lugar, estas tres figuras comparten ciertos rasgos generacionales y en los años previos al estallido de la contienda mantuvieron diversos vínculos con el modernismo y con los círculos culturales del anarquismo, en particular, con la bohemia literaria y periodística de entre-siglos (Ansolabehere 2011, 139-190; 2014, 155-185; 2016, 38-55 y Siskind 2016, 230-253). Sin dudas, el caso más extremo es el de Alejandro Sux, pseudónimo de Alejandro José Maudet, impulsor de varias revistas asociadas al anarquismo como Germen. Revista Mensual de Sociología (1906-1912) y Ariel. Revista de Arte Libre, autor de la novela Bohemia revolucionaria (1909) y quien fuera expulsado del país en 1910 por aplicación de la Ley de Defensa Social.7 Tito Livio Foppa también colaboró en diferentes proyectos de la publicística ácrata e incluso fundó y dirigió junto con Rodolfo González Pacheco el “periódico de ideas” Libre Palabra (1911-1912). Soiza Reilly fue, en este aspecto, algo más ambivalente pues, a pesar de sus vínculos con la bohemia y sus cuestionamientos a la Ley de Defensa Social, en ocasiones mostró sus discrepancias con ciertos sectores del anarquismo vernáculo, en especial con los partidarios de los atentados violentos (Sánchez 2017, 99-101).
Ahora bien, ¿cómo es posible que medios emblemáticos de lo que la izquierda socialista y anarquista consideraban como la “prensa burguesa” contrataran a periodistas como Sux para su cobertura de la Gran Guerra? Ello se debe a que tradicionalmente La Prensa y, sobre todo, La Nación, fueron diarios que podían mantener posiciones conservadoras en el plano de la política local e internacional y, al mismo tiempo, dar cabida en sus páginas a las innovaciones formales de la crónica propuestas por José Martí (Ramos 2003 [1989], 113-147 y Rotker 2005 [1992]) o cobijar en sus redacciones a literatos y periodistas de pública simpatía por el anarquismo y el socialismo como Alberto Ghiraldo y Roberto Payró. En sentido inverso, la presencia de estas figuras en esas redacciones respondía también al peso que dichos diarios tenían en el campo periodístico porteño no solo como una fuente de ingresos que permitía vivir, al menos parcialmente, de la pluma sino también como un ámbito de prestigio y consagración intelectual.
Y si bien en sus crónicas sobre la Gran Guerra esa sensibilidad anarquista emerge de un modo más larvado, tampoco desaparece plenamente.8 La activa presencia de estos periodistas en publicaciones de gran tirada y no relacionadas a los círculos culturales del movimiento ácrata revela, entonces, la complejidad de los vínculos que los corresponsales mantenían con los medios en los que publicaban sus crónicas. Este hecho plantea la necesidad de revisar ciertos abordajes sobre los posicionamientos de prensa porteña durante la Gran Guerra que, aun con sus matices, han apelado a una serie de etiquetas generalizadoras como “aliadófila”, “germanófila”, “neutralista”, “equilibrada”, etc. (Martin 1967, 181-3; Siepe 1992, 63-5; Weinmann 1994, 65; Tato 2008, 234; Compagnon 2014, 70-1).
En segundo lugar, Foppa, Soiza Reilly y Sux eran escritores profesionales que, al momento de estallar el conflicto europeo, contaban con una importante trayectoria en el mundo de la prensa de Buenos Aires. Parte de ese renombre se debía a su labor como enviados especiales a diferentes procesos revolucionarios, guerras y otros tipos de catástrofes naturales. Foppa y Sux, por ejemplo, se desempeñaron como corresponsales durante la Revolución Mexicana para el semanario Fray Mocho y el periódico anarquista La Protesta, respectivamente. Como fruto de esa experiencia, algunos meses antes del estallido de la Gran Guerra, Foppa publicó La tragedia mexicana (1914), un libro que reunía algunas de las crónicas publicadas en el citado semanario. Por su parte, durante su primera estadía en Europa como el corresponsal “estrella” de Caras y Caretas, Soiza Reilly había cubierto algunas resonantes catástrofes naturales como el terremoto de Messina, a finales de 1908, y la gran inundación de París de enero de 1910. Incluso, algunas de esas experiencias periodísticas anteriores emergen en sus crónicas sobre la Gran Guerra a modo de comparación.9
Esa condición de periodistas avezados en la cobertura de este tipo de eventos traumáticos explica, en gran medida, su contratación como corresponsales y enviados especiales a la Gran Guerra, un lujo que solo podían permitirse los medios más exitosos de la prensa de Buenos Aires, cuyo prestigio y reconocimiento en Europa allanaba el camino para ciertas gestiones. “El nombre de LA PRENSA me da acceso al cuartel sin dificultad”, afirma Sux (1914: 6) en una de sus primeras crónicas sobre el conflicto.
Su exclusividad con esas publicaciones los distinguía, a su vez, de otros corresponsales europeos y sudamericanos de renombre que mantuvieron un vínculo mucho más laxo con la prensa porteña, el cual no les impedía colaborar simultáneamente con los grandes diarios de Europa y, en especial, de España.10 Esa multiplicidad de empleos fue denunciada, no sin ironías, por otros diarios porteños que no podían ostentar la presencia de esos corresponsales en su plantilla de colaboradores. En este sentido, a comienzos de octubre de 1914, Crítica señaló el caso de Enrique Gómez Carrillo, reivindicado como un “propio” por La Nación a pesar de que el periodista guatemalteco se declaraba empleado por El Liberal de Madrid, un periódico del que sería director a partir de octubre de 1916.11
Esa experticia los distinguía, a su vez, de otros “corresponsales” episódicos que colaboraron de una forma más circunstancial en la prensa porteña como el teniente coronel Emilio Kinkelin, un oficial del ejército argentino que se encontraba en Berlín al momento de estallar el conflicto y que bajo el pseudónimo de “Corresponsal” envío sus crónicas al diario La Nación (Lorenz 1996, 48-65), o el joven médico y por entonces militante anarquista Juan Emiliano Carulla, contratado en calidad de “corresponsal científico” por el diario La Prensa durante una estadía en Europa en la que trabajó como auxiliar en el servicio sanitario del ejército francés (Sánchez 2018, 120-125).
En tercer lugar, cabría enfatizar también su condición de enviados especiales a Europa desde Buenos Aires. Esa partida en busca de la guerra como un hecho informativo, se aprovecha desde el momento mismo de subir al barco narrando las peripecias del viaje en diferentes “crónicas transatlánticas”, como las denomina Jesús Cano Reyes en su artículo incluido en este dossier.12 Y ese carácter de enviados especiales distingue los itinerarios de estos tres corresponsales de otras figuras del periodismo porteño instaladas en el Viejo Continente con anterioridad al estallido del conflicto como es el caso de Roberto Payró, quien residía en Bruselas desde 1909, donde se desempeñaba como corresponsal de La Nación (Sánchez 2012, 163-207 y 2016, 135-56) o de Julio Piquet, afincado en París como corresponsal y representante del diario de la familia Mitre en la capital francesa.
De hecho, el anuncio y la cobertura de sus partidas es el primer paso en la elaboración de una representación de estos periodistas como “corresponsales de guerra”. La primera partida, y sin dudas la más espectacular de la tres, fue la de Soiza Reilly, anunciada el 14 de agosto de 1914 por el semanario Fray Mocho, aunque también se desempeñaría como corresponsal de La Nación: “Cuando llegaron a Buenos Aires las primeras noticias de la conflagración, Soiza se presentó a la redacción y nos dijo: ‘Me voy a la guerra’ y se va. El viernes 14 se embarcará a bordo del Andes. Le acompañan su esposa y su hijito Rubén Darío, a quienes dejará en Londres. Él se incorporará en el ejército francés o alemán, según las circunstancias. Que la suerte le sea propicia”.13 Además de las fotografías del periodista junto a su esposa y su hijo en la dársena del puerto, la nota era acompañada por las reproducciones facsimilares de los salvoconductos obtenidos en los consulados de Alemania, Gran Bretaña y Francia para garantizar sus desplazamientos en el Viejo Continente. Poco tiempo después, en septiembre de 1914, el vespertino La Razón anunciaba también la partida al teatro de la guerra de “uno de los periodistas más acreditados y de notoria actuación en el periodismo metropolitano, el señor Tito Livio Foppa, quien en diversas ocasiones ha puesto de manifiesto la actividad y preparación que lo destacan, entre los hombres jóvenes y prestigiosos de nuestro diarismo. Acreditan sus aptitudes para esta clase de tareas sus recientes jiras por Méjico, durante la revolución”.14
En cuanto a Sux, luego de publicar en octubre de 1914 un puñado de crónicas sobre la vida en París a comienzos de la guerra, La Prensa publicó una extensa carta del corresponsal sobre las peripecias de su viaje a Europa, fechada en Lisboa a comienzos de noviembre: “El señor Alejandro Sux, que salió de esta capital en viaje a Europa para asistir a la línea francesa de la guerra, en carácter de corresponsal de LA PRENSA, nos envía desde a bordo del ‘Lutetia’ una carta fechada el 1° de noviembre del corriente de la cual entresacamos algunos párrafos de interés informativo”.15 Los motivos de su regreso al Río de la Plata son desconocidos, no obstante, en una crónica posterior, Sux (1915a, 7) confirma su salida desde Buenos Aires rumbo a Francia como corresponsal y enviado especial de La Prensa.
Una vez en territorio europeo, estos tres corresponsales tratarán, en la medida de lo posible, de moverse de forma autónoma a través de diferentes ciudades, pueblos y escenarios de combate. Los riesgos y padecimientos intrínsecos a esa búsqueda de una relativa independencia informativa constituyen un cuarto aspecto de sus prácticas periodísticas que diferencian a sus itinerarios y sus condiciones de escritura de aquellos corresponsales “de fuste” instalados en las grandes metrópolis del Viejo Continente, ajenos en gran medida al teatro de operaciones. Este aspecto permite establecer ciertos matices respecto del grado de ayuda oficial recibida por estos corresponsales y diferenciar sus prácticas periodísticas respecto de otros intelectuales y diplomáticos argentinos radicados en Europa como Enrique Rodríguez Larreta y el ya mencionado Julio Piquet quienes, luego de la cerrazón inicial, visitaron el frente occidental en el marco de sendas comitivas oficiales a las que fueron invitados por intermedio de la cancillería.16
En quinto lugar, la novedosa cobertura de la guerra ensayada por estos corresponsales se refuerza a partir de un conjunto de actividades complementarias a su escritura periodística. Ante todo, su labor como fotógrafos, que comprueban y corroboran con sus cámaras –en ocasiones incautadas por las autoridades militares–17 las impresiones vertidas en sus crónicas, pero que también se retratan a sí mismos entre las ruinas, en los campamentos y en diversos escenarios de combate como parte de esa construcción de un perfil periodístico distintivo y novedoso (Soiza Reilly 1915d, s. p.; Sux 1915c, 6 y 1915e, 6, entre otras). Luego, a su regreso a Buenos Aires, donde son recibidos con bombos y platillos por los periódicos que los habían contratado, capitalizarán también esa experiencia mediante el dictado de conferencias a lo largo y ancho del país e incluso en los países limítrofes.
En este mismo sentido, cabría señalar también el pasaje a libro de algunas de sus crónicas publicadas al calor del conflicto, otorgándoles a esos escritos una mayor persistencia ante la inevitable fugacidad de la hoja del periódico. El éxito de ventas de estos libros constituye en sí mismo una prueba más de la consagración asociada a sus viajes por las ciudades y los campos de batalla de la Europa en guerra. En este aspecto, Alejando Sux, fue el más activo pues compiló tres libros sobre su experiencia como corresponsal de guerra y enviado especial de La Prensa –Lo que se ignora de la guerra: crónicas escritas en los campos de batalla de Francia y Bélgica (1915); Curiosidades de la guerra (1917) y Los voluntarios de la libertad: contribuciones de los latino-americanos a la causa de los aliados (1918)– aunque hay que recordar también que fue el que más tiempo permaneció en Europa. En el caso de Soiza Reilly, según consta en el esbozo biográfico escrito por el poeta ecuatoriano Alejandro Andrade Coello que funciona como una suerte de prólogo a La escuela de los pillos (1920, publicado originalmente en La Novela Semanal en diciembre de 1919), por ese entonces la Casa Editorial Maucci de Barcelona remataba los últimos ejemplares de Panoramas de la guerra, un volumen de “gran formato”, con más de tres mil ilustraciones y que “contiene las crónicas que Soiza Reilly escribió desde los campos de batalla, durante los tres años que permaneció regiamente remunerado, en el inmenso teatro del conflicto europeo, como corresponsal de guerra del gigantesco diario argentino La Nación”.18 La afirmación es verosímil dado que ese fue el título elegido por Soiza para encabezar sus crónicas sobre la Gran Guerra en el diario de la familia Mitre y también por tratarse de una editorial que ya había editado varias de sus obras como Cien hombres célebres (confesiones literarias) (1909), Crónicas de amor, de belleza y de sangre (1911) y La ciudad de los locos (1914), dedicado este último “a mis compañeros de la revista Fray Mocho”.19
En cualquier caso, cabría señalar, sin embargo, una cuestión de índole metodológica. Esas antologías y recopilaciones realizadas por los propios autores durante los años de la Gran Guerra y la inmediata postguerra con frecuencia han sido utilizadas en los análisis que enfatizaron la dimensión literaria de algunos de estos corresponsales, asociada al estudio de la crónica modernista latinoamericana. No obstante, ese énfasis ha relegado no solo los problemas asociados al pasaje de la crónica al libro (la intervención de los editores, las alteraciones en el orden original de publicación, la eliminación o combinación de textos, etc.) sino también la importancia de estas figuras para la historia cultural de la prensa y el periodismo de Buenos Aires. Por ello, desde la perspectiva elegida en este artículo, y sin desconocer la dimensión literaria de la crónica de guerra, se considera que esos libros no pueden reemplazar a una lectura directa de las crónicas en las páginas de los diarios y las revistas en las que fueron publicadas originariamente. Pues la remisión a las fuentes originales permite advertir que los escritos incluidos en esas compilaciones representan una porción limitada del conjunto de las crónicas que vieron la luz en la prensa durante su labor como corresponsales de guerra. Y, a su vez, la lectura de las crónicas en su soporte original brinda también la posibilidad de realizar un análisis de esos escritos sin aislarlos del contexto discursivo que conformaba el medio periodístico en el cual fueron publicadas. Esta elección posibilita, por último, trazar diversos vínculos con otras secciones del diario dedicadas a la Gran Guerra pero también con las columnas de opinión, los editoriales de actualidad y las crónicas de otros corresponsales, aspectos que quedan difuminados con el pasaje a libro.
En sexto lugar, cabría mencionar el peso de esa experiencia en la Gran Guerra en sus derivas posteriores. A su regreso de Europa, Soiza Reilly continuó su labor periodística en importantes publicaciones como La Nación y Caras y Caretas y también en la Revista Popular, fundada hacia 1917 y dirigida por el propio Soiza desde enero de 1919. Fue, además, un activo participe del boom de las novelas de quiosco que florecieron en Buenos Aires a comienzos de los años veinte (Sarlo 2011 y Pierini 2004) y publicó más de treinta novelas cortas y cuentos en La Novela Semanal, La Novela Universitaria y La Novela de Hoy.20 Siempre atento al mercado de los medios, a mediados de los años veinte Soiza Reilly abandonó el mundo de la prensa escrita y se sumergió de lleno en un ámbito novedoso y en expansión como la radio (Matallana 2006), con sus famosos ciclos de charlas en Radio Stentor y Radio Belgrano. Por su parte, luego de la guerra Alejandro Sux se instaló en México donde continuó colaborando en diversos medios gráficos vinculados al anarquismo, fue corresponsal del diario Excelsior, regresó a París y volvió a cubrir un conflicto armado, la Guerra Civil española, como enviado especial del diario El Mundo de Buenos Aires (Binns 2012, 754-762 y Cano Reyes 2017, 170-176). Por último, durante los años veinte y treinta Foppa continuó siendo una figura central de la redacción de La Razón y con su labor como guionista teatral.
La vasta producción escrita por estos tres corresponsales durante su labor en la Gran Guerra puede leerse siguiendo sus diagnósticos sobre el conflicto, sus denuncias y posicionamientos ante las miserias de la guerra y sus críticas pero también sus simpatías hacia los países beligerantes.21 No obstante, existen otras vías de acceso a sus crónicas como, por ejemplo, las frecuentes alusiones a la trastienda de la escritura (en barcos, en trenes, en los míseros hoteles y pensiones por los que deambulan, etc.) y las reflexiones asociada a la complejidad del trabajo periodístico en el marco del conflicto bélico. Estos diversos tópicos permiten analizar desde otra perspectiva sus escritos, y pensar a esos pasajes como parte de una estrategia que buscaba construir una representación heroica y sacrificial del corresponsal de guerra en la prensa de Buenos Aires.
Como ya se ha mencionado, uno de los rasgos más destacados del trabajo periodístico de estas tres figuras fue la búsqueda de cierta independencia informativa para evitar quedar atrapados en las informaciones y comunicados oficiales que brindaban los países beligerantes. Esto fue posible hasta cierto punto, dado que el acceso a determinadas posiciones –como la estadía de Foppa en el cuartel general de la prensa en la región de los Cárpatos o el viaje de Soiza Reilly a la Polonia rusa para cubrir la caída de la ciudad de Lodz– dependió, en última instancia de la autorización de los estados mayores y de cierta logística militar para su traslado hasta esas posiciones. De todos modos, no se trató de grandes comitivas oficiales como las mencionadas anteriormente, que contaban con programas preestablecidos, sino más bien de una colaboración en la que no puede perderse de vista el interés de los Imperios Centrales y, en especial, de Alemania en que los periodistas latinoamericanos pudieran acceder a esas regiones y constatar la falsedad de la campaña aliada de las “atrocidades alemanas” (Horne y Kramer 2001) que había tenido una rápida recepción al otro lado del Atlántico.22
No obstante, durante buena parte de sus recorridos por Europa estos corresponsales se desplazaron de un modo más independiente. De hecho, sus crónicas dejan entrever la precaria red de apoyos que posibilitaron sus movimientos al mencionar una y otra vez a los funcionarios del Servicio Exterior de la Nación (ministros plenipotenciarios, cónsules y agregados militares) pero también a los colegas de otros medios europeos que colaboraron de diferente forma con sus labores. En algunos casos, estas menciones no eran un gesto de agradecimiento sino más bien todo lo contrario como puede verse, por ejemplo, en una crónica de Foppa en la que manifiesta su fastidio con el ministro argentino en Roma, Epifanio Portela, por su escasa ayuda para lograr que el corresponsal de La Razón sea autorizado a viajar al frente italiano.23 “Al ministro de la República Argentina en Roma, nadie lo conoce; su influencia es de una relatividad abrumadora y ello se explica, pues nuestro diplomático es un ser casi invisible”, denunciaba Foppa en octubre de 1915. “Esperemos, pues, que los amigos de la Argentina, con quienes tropezamos en todos los ministerios, hagan algo en obsequio de los diarios argentinos, y, mientras tanto, continuemos en nuestro papel de postulantes pobres o de viuda que busca pensión. De ministerio en ministerio, de oficina en oficina, tarea más aburrida que andar de trinchera en trinchera y de campamento en campamento” (Foppa 1915f, 6).
Ahora bien, esa relativa autonomía de estos tres corresponsales explica otro de los tópicos más frecuentes de sus crónicas: las sospechas de espionaje que sobre ellos albergaban la población civil y las autoridades pues, como señalaba Alejandro Sux “el corresponsal de guerra es para los jefes militares lo que el cuco para los niños” (Sux 1915b, 4). En el caso de Soiza Reilly, esas sospechas están presentes desde el momento en que intentó ingresar a Francia desde Cataluña, más precisamente, desde Portbou. Allí las autoridades fronterizas manifestaron cierta desconfianza ante sus papeles, sus salvoconductos y, sobre todo, su profesión. Por ello, y en vistas al fracaso, Soiza viajó en tren hasta Irún, última población de la frontera española y allí pudo ingresar a Francia, gracias a la generosa ayuda del cónsul argentino en San Sebastián, Carlos E. Vigoreaux (Soiza Reilly 1914d, 5-6). No sin cierta victimización, Soiza Reilly narra cómo poco después, durante su recorrida por Senlis y Soissons fue detenido junto con otros colegas por las autoridades francesas, acusados de espías: “Dos grandes y peludos soldadotes franceses, armados con fusiles y bayonetas, nos detienen. Queremos mostrar nuestros pasaportes, pero ellos, de un brazo, nos empujan. Nos revisan en busca de revólveres. No tenemos ni alfileres… No importa. ¡Adelante! Nos llevan presos” (Soiza Reilly 1914e, 4).
El caso de Foppa es, en este sentido, algo diferente pues si bien tuvo ciertos inconvenientes al llegar a Hendaya,24 en sus primeras crónicas desde Berlín no solo declaraba que no había sufrido ningún contratiempo en sus viajes por Alemania y Austria sino que incluso se mofaba de la tendencia a la victimización de otros periodistas: “no me ocurrió nada notable; ni una siquiera de las mil y una cosas pintorescas que, según leo en los diarios, les estará ocurriendo á muchos colegas. A mí, nunca me ha pasado nada” (Foppa 1915a, 3).
Sin embargo, durante su recorrida por la región de los Cárpatos, esa situación cambiará drásticamente. Con la llegada de la noticia del estallido de la guerra entre Italia y Austria al cuartel de periodistas en el que estaba alojado, Foppa decide viajar a la capital austríaca pero le es negado salir de allí, sospechado presumiblemente por sus vínculos previos con la península:
Resuelvo ir a Viena, y solicito permiso para ausentarme unos días. Rechazo de mi solicitud […] No puedo salir de Nagy Bisce. Soy el único periodista en tales condiciones y hago observar la circunstancia insistiendo en mi demanda. Expongo la necesidad de comunicarme con los míos, el interés de mi diario por la impresión vienesa en este instante, la fecha de hoy, que deseo pasarla al lado de algún compatriota amigo [la crónica está fechada el 25 de mayo, fecha patria en la Argentina], y todo es en vano. Finalmente, en forma que hasta obliga mi gratitud, con exquisita gentileza y disfrazando la negativa con una nueva invitación para una excursión organizada especialmente para mí, más interesante y más fecunda que las anteriores, no me permiten ir a Viena […] Comprendo que en estos momentos, si no inspiro sospechas, tampoco inspiro mayor confianza (Foppa 1915c, 6).
Otro aspecto de sus peripecias, íntimamente vinculado a lo anterior, es el trato frecuente con la censura. En varias oportunidades, las crónicas de estos corresponsales fueron publicadas en Buenos Aires carentes de párrafos e incluso de páginas enteras como resultado de la intervención de los diferentes organismos de censura,25 lo que obligaba a las redacciones de los periódicos locales a introducir diferentes aclaraciones al respecto e incluso a la reproducción facsimilar de los sellos y las firmas de los censores intervinientes.26
En algunos casos, hay cierta mirada condescendiente y hasta comprensiva de esa situación, considerada como parte de una suerte de “contrato” aceptado por el cronista a cambio del apoyo logístico que le permite llegar a determinadas posiciones del frente. “No me puedo quejar de mis censores”, afirmaba Soiza Reilly desde Alemania, “ellos me han permitido decir muchas cosas que les molestaban. Pero, me lo han dejado decir por delicadeza y hasta por misericordia literaria. No han querido destrozarme las crónicas… Naturalmente que, con la correspondencia privada, no sucede lo mismo. Nadie perdona. Cada carta que sale de Alemania debe pasar abierta ante el Argos severo de la censura” (Soiza Reilly 1915b, s. p.).27 Sin embargo, cuando las circunstancias lo permitían, la censura era denunciada como una intromisión innecesaria y dañina para el trabajo de los corresponsales de guerra. En este sentido, en una crónica terminada de escribir desde la Ginebra neutral, Foppa lamentaba la excesiva intervención de la censura austríaca luego del inconveniente antes señalado:
Las crónicas que se escriben no siempre pueden ser despachadas con la regularidad que el cronista desearía; frecuentemente se da el caso de que una o más crónicas listas ya para ser entregadas al correo y sometidas a Nuestra Señora LA CENSURA –así en mayúscula, que bien lo merece–, por cualquier circunstancia queden abandonadas entre papeles y apuntes dejados en un sitio donde pensamos regresar pronto y, en cambio, los acontecimientos disponen lo contrario (Foppa 1915e, 6).
Ahora bien, como parte de esa representación heroica, las crónicas de estos corresponsales aluden también a otros aspectos más mundanos de sus peripecias como los medios de transportes utilizados, los alojamientos, las comidas, etc. Así, Soiza Reilly describe en estos términos su viaje en tren rumbo a Udine:
¡Qué viaje! Por momentos supongo que no viajo en tren. Me parece que floto en una nube volcánica de ceniza, de fuego y de polvo, como las que coronan el cráter del Vesubio. La prohibición de abrir las ventanillas y de viajar con luz; el amontonamiento de diez hombres donde sólo hay sitio para seis; el mes de julio que es en Europa como el enero del Brasil; el obligatorio perfume de la mortadela a que nos condena la falta de un coche-restaurant; todo contribuye a que la filosofía de los estoicos estalle en maldiciones sicilianas (Soiza Reilly 1915d, s. p.).
Por su parte, Foppa viajó por Hungría más de 32 horas en un vagón de tercera clase junto con otros colegas de Europa y los Estados Unidos.28 A la hora de dormir, habiendo sitio para pocas personas “y siendo yo el único extranjero era natural que se me diera la preferencia de dos pequeñas sillas de ‘boudoir’ que, menos mal, también eran afelpadas como los divanes”, narra Foppa. “Por la mañana siguiente, alguno de mis colegas, el más expansivo me decía en francés: –Vous avez dormi trés mal, mon cher Monsieur! –Oh! C’est rien; dans l’Amérique nos dormons toujours ainsi…! Y nada más. ¡Vaya también esto incluido en el precio que cuestan los Cárpatos…!” (Foppa 1915b, 5).
Sin embargo, los trenes atiborrados de gentes y los automóviles con los que estos corresponsales recorrieron las frías y peligrosas carreteras de Francia y de la Polonia rusa serán un lujo comparado con otros medios de locomoción como los “simpáticos carritos” con los que Foppa continúa su avance hacia Przemysl, en compañía del escritor vienés Rodolfo Káuster, crítico musical y corresponsal del Deutsche Tageszeitung de Berlín. El corresponsal de La Razón narra en una extensa crónica los detalles de un viaje de terror:
[…] los caballitos arrancan en un trote de perro viejo, las tablas del carrito crujen y parece como si quisieran abrirse; los sacos de viaje y las bolsas y las mantas se entregan a una danza vertiginosa, los toneles se persiguen con encarnizamiento digno de mejor causa y nuestros maltratados cuerpos que al cabo de una hora han adoptado todas las posturas imaginables, de pie, extendidos, sentados, apoyados en los palos y de rodillas, sobre las bolsas, chocan entre sí a cada instante, dando motivo a una serie de ‘pardons’ que luego resolvemos suprimirlos, porque sería cuestión de pasarnos el viaje pidiéndonos recíprocas disculpas (Foppa 1915d, 7).
Y esta idea se refuerza con las menciones a los alojamientos utilizados durante esas giras periodísticas. “Los colchones caminan cual si estuvieran sobre lomos de gatos o de chinches judías”, afirma Soiza al llegar al Hotel Savoy en Lodz. “El piso de las habitaciones no está muy limpio. Nos consuela saber que las sábanas están menos limpias todavía. Pero, debemos resignarnos. No es posible exigir en Polonia, más higiene” (Soiza Reilly 1915a, s. p.). Por su parte, en su viaje rumbo a Przemysl, Foppa arriba de madrugada a la ciudad de Sanok y debe dormir en el suelo de una habitación de la gendarmería la cual, según le informan, estuvo habitada hasta ayer por enfermos de fiebre tifoidea. “Eran las 3 de la madrugada; acabábamos de llegar a Sanok después de un viaje de diez horas encaramados sobre automóviles de carga, cubiertos de tierra y ateridos de frío, y no era del caso rechazar lo que se nos ofrecía ni mostrarnos descontentos; en sitios peores hemos dormido” (Foppa 1915d, 7).
Este artículo ha procurado responder el interrogante sobre qué lugar ocupó la Primera Guerra Mundial en la evolución de la figura del corresponsal de guerra en la prensa y el periodismo de Buenos Aires. Para ello, se han analizado, en primer lugar, los perfiles socio-profesionales y los itinerarios de una serie de figuras del periodismo porteño (Tito Livio Foppa, Juan José Soiza Reilly y Alejandro Sux) que se desempañaron como enviados especiales a la Gran Guerra. Y, en segundo lugar, se estudiaron sus crónicas siguiendo el hilo de las frecuentes alusiones a la trastienda de la escritura y sus reflexiones sobre la complejidad del trabajo periodístico en el marco del conflicto bélico.
“No hay exageración, ni afán ponderativo”, afirmaba Foppa en la citada crónica sobre su viaje en carro por los caminos de Hungría. ¿Por qué mencionar, entonces, este tipo de incidentes y esas escenas de escritura con tanta frecuencia? Sin duda, la detallada narrativa de las adversidades que enfrentó este puñado de corresponsales argentinos tenía como objeto trazar una clara delimitación de sus labores como periodistas respecto de otros colegas que comentaban las alternativas de la guerra desde la comodidad de sus estudios o en las redacciones de los diarios. De esta manera, la crónica de guerra no solo sirvió para informar a los lectores de Buenos Aires sobre diferentes aspectos de la contienda europea sino que también fue un instrumento clave para la construcción de un prestigio profesional que les permitió destacarse como los exponentes locales de un figura en creciente expansión dentro del sistema de representaciones y prácticas del periodismo porteño.
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Recepción: 02.03.2020
Versión reelaborada: 31.08.2020
Aceptación: 22.02.2021
1 Este artículo contó con el apoyo de una beca a la creación (2019) del Fondo Nacional de las Artes, Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología, Presidencia de la Nación de la República Argentina. También forma parte del proyecto “Cronistas y corresponsales de la prensa de Buenos Aires ante el problema de la guerra y la revolución (1910-1945)”, código 32/501 I, Universidad Nacional de Tres de Febrero, Secretaria de Investigación.
2 En las citas de las fuentes periódicas se han conservado la ortografía y la puntuación originales.
3 Cabe recordar que el 5 de agosto de 1914, luego del ingreso de Inglaterra en el conflicto, Argentina declaró la “más estricta neutralidad” frente al estado de guerra entre “naciones amigas”. Durante la administración conservadora de Victorino de la Plaza –entre la firma de este primer decreto y el 31 de agosto de 1916–, la decisión fue reafirmada en ocho oportunidades a medida que nuevos países se sumaban a la guerra. Esta postura fue continuada por el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen hasta el fin de las hostilidades. Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, República Argentina, Sección Primera Guerra Mundial (en adelante, AMREC-PGM), caja AH0016, “Guerra europea. Medidas de Guerra. Neutralidad”, legajos II 1-8. Los sucesivos decretos de neutralidad pueden consultarse Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto (1919).
4 El diario La Prensa, fundado en 1869, era por ese entonces el periódico más importante de la Argentina y uno de los más destacados del ámbito hispanoamericano. Desde 1898 su redacción se hallaba alojada en un espectacular edificio en la Avenida de Mayo que contaba además con un salón de fiestas y toda una serie de instituciones anexas como consultorio médico, jurídico, escuela de música, biblioteca pública, sala de esgrima y el Instituto Popular de Conferencias. En vísperas de la Gran Guerra, el diario de la familia Paz poseía 671 empleados que representaban aproximadamente el 30% del total de los trabajadores del rubro, pagaba anualmente $75.000 por sus corresponsalías en el extranjero y su tirada oscilaba entre los 160.000 y 200.000 ejemplares (Guía Periodística Argentina 1913, 70-5; Tercer Censo Nacional 1917, 286-7 y Fernández 1919, 51-76). Aunque su sede era más modesta, La Nación, fundado en 1870, era considerado el segundo diario más importante del país con un total de 500 empleados a su cargo y su tirada rondaba los 110.000 ejemplares. Contaba con imprenta propia, una vasta red de filiales en el país y el extranjero y un popular sello editorial, La Biblioteca de La Nación, que editaba como libros baratos los folletines que habían sido publicados por el diario (Guía Periodística Argentina 1913, 60-64; y Tercer Censo Nacional 1917, 286-287). Por su parte, La Razón, fundado en 1905 por Luis B. Morales y dirigido desde 1911 por José A. Cortejarena, era uno de los proyectos más destacados dentro de la franja de los vespertinos con 230 empleados, una tirada de 80.000 ejemplares y tres ediciones diarias entre las 14 y las 21 horas (Guía Periodística Argentina 1913, 75-77). Fundado en 1911 y emulando en varios aspectos a la ya consagrada revista Caras y Caretas, Fray Mocho fue, por último, uno de los semanarios ilustrados más exitosos del país. A mediados de 1914 contaba con una tirada de 96.000 ejemplares semanales (véase Fray Mocho, nº 110, 5 de junio de 1914, s. p.).
5 El listado de publicaciones creadas a lo largo de esos años es muy extenso. Basta señalar algunos diarios como El Siglo, La Montaña, La República y revistas como Atlántica, La Nota, Myriam y La Revista Popular, entre otras.
6 Soiza Reilly 1915c, s. p.
7 La Ley de Defensa Social, aprobada en tiempos del Centenario de 1910, complementó a la Ley de Residencia de 1902. Ambas fueron un instrumento clave para la represión del movimiento obrero organizado y, en particular, del anarquismo, pues posibilitaron el confinamiento y la expulsión del país de aquellos individuos que alteraran el orden y la seguridad nacional (Costanzo 2009).
8 Para el caso de Soiza Reilly, véase Sánchez (2017).
9 Por solo dar un ejemplo, durante su recorrida por las ruinas de la ciudad de Senlis, en Francia, Soiza Reilly compara ese espectáculo de destrucción con el terremoto italiano: “¡Qué espectáculo más triste el de una ciudad por donde la muerte pasó con sus cañones […] Las calles de Messina, después del terremoto de 1908 y al que asistí con Virgilio Vangioni, ofrecía el mismo aspecto fúnebre” (Soiza Reilly, 1914e, 4).
10 Una lista muy parcial de este tipo de colaboradores incluye a intelectuales, periodistas y escritores españoles como Azorín, Vicente Blasco Ibáñez, Luis Bonefaux, Ramiro de Maeztu, Emilia Pardo Bazán, Ramón Pérez de Ayala, e italianos y franceses como Giovanni Miceli, Jack La Bolina, Luigi Luzzatti y Marcel Prévost, pero también a una serie de latinoamericanos vinculados en diverso grado al modernismo, empezando por el propio Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, Eduardo Carrasquilla Mallarino, José Enrique Rodó, Amado Nervo, los hermanos Francisco y Ventura García Calderón y Alberto Insúa, entre otros.
11 “‘El Liberal puede mentir; las correspondencias ser apócrifas, y ‘La Nación’ gozar del monopolio exclusivo de Gómez Carrillo. Mas este mismo –¡oh ingratitud!– se declara enviado de ‘El Liberal’, dejando a ‘La Nación’ en mala postura y en peor sitio. Indiscretas declaraciones de Gómez Carrillo que presentan a ‘La Nación’ a la grupa de ‘El Liberal’ y a su misión especial como un simple artículo suplementario agregado a la valija de un corredor de comercio, enviado por casa más fuerte” (Crítica 1914, 1).
12 En este sentido véanse: Soiza Reilly (1914a, s. p. y 1914c, 4); Foppa (1914 b, 5; 1914c, 4 y 1914d, 1-2). Foppa aprovechó también su estadía en la España neutral para realizar una extensa enquête sobre la guerra entre las principales figuras de la política y la intelectualidad española.
13 “‘Fray Mocho’ en la guerra. Partida de Juan José Soiza Reilly”. Fray Mocho, nº 120, 14 de agosto de 1914, s. p.
14 “Servicios telegráficos de ‘LA RAZÓN’”. La Razón, nº 2749, 1 de septiembre de 1914, 3.
15 “Navegación accidentada. Siempre en tinieblas a bordo del ‘Lutetia’”. La Prensa, nº 16090, 29 de noviembre de 1914, 7.
16 Rodríguez Larreta, ministro argentino en Francia durante la administración conservadora de Victorino de la Plaza, formó parte de la comitiva que visitó el frente francés en junio de 1915, acompañando al escritor Maurice Barrès. Posteriormente, en mayo de 1916, el gobierno británico organizó otra visita e invitó a participar de ella a varios diarios de Argentina, Brasil y Chile a través de sus respectivas cancillerías. Según consta en el memorándum confidencial enviado por la legación británica: “Se requeriría una seguridad oficial de que la persona designada fuera digna de confianza y de que no sería divulgada por él ninguna información confidencial que llegara a su conocimiento en el frente”. En ese marco, el representante del Reino Unido solicitó a La Nación y La Prensa que eligieran “un representante de responsabilidad” que residiera en Londres o París. Ambos diarios optaron por figuras de extrema confianza como el ya citado Julio Piquet y Ramiro de Maetzu, vinculado a La Prensa por más de treinta años. Los intercambios en torno a esta invitación pueden consultarse en AMREC-PGM, caja AH0066, “Guerra europea”, legajo XIII (13) “Representantes de ‘La Nación’ y ‘La Prensa’ para visitar las trincheras británicas”. Sobre Maetzu como corresponsal durante la Gran Guerra: Castro Montero (2014, 71-93) y Jiménez Torres (2013, 1291-1311; 2015, 49-74 y el artículo incluido en este dossier). Para un análisis más extenso sobre la organización del acceso de los periodistas al frente: Farrar (1998) y Thompson (1999).
17 A comienzos de diciembre de 1914, Soiza Reilly denunció, en una crónica publicada en Fray Mocho, que las autoridades militares francesas de Senlis le habían incautado su cámara fotográfica y algunos periódicos que llevaba en una valija (Soiza Reilly 1914b, s. p).
18 El texto de Andrade Coello fue publicado originalmente en la revista ecuatoriana La Idea, fundada en 1917 como órgano de la Sociedad Literaria César Borja y editada en la imprenta del colegio Mejía. Sus directores fueron Luis Aníbal Sánchez y César Orellana y contó como colaboradores con Jorge Carrera Andrade y Augusto Arias (Valencia Sala 2007, 37). El libro Panoramas de la guerra es mencionado también en el perfil de Soiza Reilly trazado por Vicente A. Salaverri en su Florilegio de prosistas uruguayos (1918, 151).
19 No obstante, hasta el momento no se ha podido encontrar este libro en los principales repositorios de la Argentina y el extranjero; ni tampoco referencias de él en los catálogos generales de la editorial que fueron consultados.
20 Este aspecto fue compartido también por Foppa y Sux, quienes publicaron, aunque en menor medida, en La Novela Semanal, Bambalinas. Revista Teatral y La Escena. Revista Teatral.
21 En su recorrida por España, Francia, Italia, Austria, Grecia y los Balcanes, entre septiembre de 1914 y septiembre de 1916, Foppa publicó 124 crónicas en La Razón. Por su parte, entre octubre de 1914 y octubre de 1916, Soiza Reilly publicó un total de 109 crónicas repartidas entre la revista Fray Mocho y el diario La Nación que dan cuenta de su labor en España, Alemania, la Polonia rusa, Suiza e Italia. Por último, Alejandro Sux publicó un total de 156 crónicas en La Prensa entre octubre de 1914 y julio de 1919, realizadas principalmente en Francia y Bélgica.
22 El único caso que se asemeja a una “visita oficial” es el viaje de Sux por las trincheras francesas del frente occidental entre mayo y junio de 1915. De hecho, así lo denomina el corresponsal (Sux 1915d, 4). No obstante, el escaso número y renombre de los integrantes (en total 5 periodistas) acompañados sólo por un capitán del ejército francés, sumado a las prescripciones respecto a su comportamiento, incluidas en lo que irónicamente Sux llama “Manual del perfecto corresponsal de guerra en Francia”, impide equipararla con las grandes comitivas como la integrada por Rodríguez Larreta o la espectacular visita de Vicente Blasco Ibáñez a las trincheras francesas, publicadas en Fray Mocho.
23 De hecho, la decisión de Foppa de viajar a Marsella con el objeto de embarcarse rumbo a los Balcanes es, en gran medida, resultado de la excesiva demora de esas gestiones.
24 “¡Hendaya!... Ya estamos en Francia y en presencia del funcionario que observa atentamente el pasaporte, los sellos y la fotografía que acompaña el documento. Pensamos que sería poco agradable para nosotros que en ese momento una duda ó sospecha cualquier cruzara por la mente de ese señor. Pero, no. El documento está en forma, y la única objeción que hace es referente á la profesión.
–¿Periodista? … ¿Y usted piensa seguir hasta dónde?
–Si me lo permiten, hasta las proximidades de la línea de fuego…
–La línea de fuego es ésta, mi amigo. Es Hendaya. No piense que podrá ir más allá de donde han ido otros que siguieron mi consejo: Burdeos algunos, París, los demás. Lo mejor es quedarse aquí, que es la verdadera línea de fuego periodística” (Foppa 1914e, 4).
25 Para una mirada de conjunto sobre esta problemática, véanse Thompson (1999); Welch (2000); Paddock (2004) y Forcade (2016).
26 A modo de ejemplo, véase Foppa, (1915b, 5) y Soiza Reilly (1915d, s.p.).
27 Esta crónica iba acompañada de la reproducción facsimilar de los documentos firmados por Soiza Reilly ante el estado mayor del ejército alemán, en los que se comprometía a entregar sus crónicas al control de la censura, a omitir informaciones claves y a entregar una copia de cada una de las fotografías que había tomado. De lo contrario, podría ser sometido a un consejo de guerra.
28 “Tenemos para nuestro uso, hasta llegar a Mesölaborez, un entero vagón compuesto de un pequeño compartimento de tercera, donde van nuestros asistentes, y un saloncito de divanes afelpados, que es nuestro ‘rendez vous’, comedor y escritorio. Vivimos una vida encantadora. Sin lavarnos la cara, pues lo derrochado en felpa se ha ahorrado en lavabos” (Foppa 1915b, 5).