DOI: 10.18441/ibam.22.2022.79.187-208

 

 

 

 

Viejas noticias: dispersión e integración caribeña en Encancaranublado de Ana Lydia Vega1

Old News: Caribbean Dispersion and Integration in Ana Lydia Vega’s Encancaranublado

Giselle Román-Medina

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

giselle.roman@pucv.cl ORCID iD: https://orcid.org/0000-0001-8697-0910

1. Alegoría climatológica y proyecto de confederación

Me reencontré con Encancaranublado y otros cuentos de naufragio (1982), de la puertorriqueña Ana Lydia Vega, en un curso que enseñé sobre la condición diaspórica del Caribe, poco después de que Puerto Rico, tras el huracán María, tuviese más cobertura mediática internacional que la de costumbre.2 Quizás por este motivo mis estudiantes de entonces, en los Estados Unidos, estaban más al tanto de detalles relativos a su situación colonial y sus migraciones.3 La amplia cobertura al huracán ayudó a difundir que alrededor de cinco millones y medio de puertorriqueños vivían en los Estados Unidos, y unos tres en la isla, lo cual posiblemente haya fomentado la flexibilización de las categorías territoriales y lingüísticas del imaginario nacional.4 Menos visibles que las imágenes de árboles caídos, techos volando y casas inundadas, habían sido los pormenores de la austeridad económica que impulsó el presente proceso migratorio, agudizado sin duda tras el huracán, pero anterior a este, y que hizo que la catástrofe natural fuera ante todo política.5

Casi cuatro décadas atrás, Encancaranublado aludía al tipo de mal tiempo que determinó la presencia de Puerto Rico en los medios masivos. El primer cuento, de homólogo título, comienza así: “Septiembre, agitador profesional de huracanes, avisa guerra” (Vega 1982, 11).6 La antología se dividió originalmente en dos partes, “Nubosidad variable” y “Probabilidad de lluvia”.7 Estos títulos meteorológicos y la dedicatoria “a la confederación caribeña del futuro para que llueva pronto y escampe”, llevan a Daniel A. Carrillo-Jara a afirmar que “la lluvia es sinónimo de la liberación cultural en el ámbito ideológico […] requisito para la emancipación política de Puerto Rico y el Caribe” (2021, 51). Carrillo-Jara se distancia de la lectura de Fernando Valerio-Holguín para quien la alegoría climatológica se refiere, en cambio, a las “economic and political conditions” (1997). Por mi parte, leo la alegoría climatológica como fuerzas políticas enfrentadas. Es decir, de acuerdo con la antología, la presencia (neo)imperial de Estados Unidos en la región destruye como un huracán. Sin embargo, hacerle frente, está pensado en términos de lluvias, que pueden traer turbulencias, pero que son un paso necesario para cambiar la situación política de la región. La lluvia es deseable, dependiendo de cómo, cuándo y dónde. La transformación a la que se aspira es la independencia de Puerto Rico y la integración regional caribeña. De ahí que se haga un homenaje al proyecto de confederación caribeña o antillana, pues esta representa un antecedente, un “viejo” intento de integración.8

El proyecto de confederación antillana se conformó en el siglo xix y tuvo destacados ideólogos puertorriqueños, como Eugenio María Hostos y Ramón Emeterio Betances (Gaztambide Géigel 2007). También contó con el apoyo del cubano José Martí. El propósito principal era lograr un frente común de naciones antillanas que pudiera frenar el avance imperialista de los Estados Unidos sobre el Caribe.9 En estos proyectos de confederación, se identificaban intereses y problemas comunes entre las islas, y se discutía qué naciones debían formar parte, además de Puerto Rico, Cuba y República Dominica (Ferrer 2016). Vega nombra en la antología a Martí y a Betances en relación con este proyecto confederativo (1982, 36), sin establecer diferencias entre estos (Matibag y Vega 1993, 80). A estas menciones de ideólogos de la confederación, habría que añadir al dominicano Gregorio Luperón, el cubano Antonio Maceo y el haitiano Joseph-Anténor Firmin. Es importante adelantar que el tipo de integración que sostiene la estética de la antología, una que enfatiza la heterogeneidad cultural, sin idealizar el mestizaje y, sobre todo, una que tiene muy en cuenta el rol de Haití, adscribe de forma más directa a la confederación pensada por Betances y Luperón, que a la ideada por Martí y por Hostos. Luperón y Betances, ambos afrodescendientes, eran mucho más claros que Martí y Hostos en incluir a Haití como líder de este proceso (Chaar-Pérez 2013, 30).

Por otra parte, las palabras de uno de estos ideólogos de la confederación, Luperón, evidencian que la figura climatológica para referirse a problemas vinculados al colonialismo, no es nueva: “pasaron por ella [la República Dominicana], cual horrorosas tormentas, dominaciones inicuas, dejando por herencia a las nuevas generaciones, los vicios y los odios de la esclavitud y la tiranía” (1939, vol. 1, 26). Me interesa destacar otro aspecto de la figura climatológica y es que esta remite a ‘la sección del pronóstico del tiempo’, formando parte de un intertexto periodístico clave en la antología, que se destaca en el diseño gráfico de la primera edición, el cual incluye imágenes de periódicos conocidos.10 Considerando estos antecedentes, en el presente ensayo se relee Encancaranublado, en retrospectiva, como un viejo pronóstico para los años venideros. Es decir, se trata de viejas noticias –en palabras de Aníbal González, “de probabilidades, no de certezas” (1993, 300)– que, empero, no dejan de hablarnos en el presente. No se trata solo de viejas noticias de las que se puede aprender algo hoy, sino que, en el momento mismo de su publicación, Encancaranublado revisaba el pasado y presente de la región. Teniendo a los cuentos de trama pan-caribeña “Jamaica Farewell” y “Encancaranublado” como punto de partida, consideraré otros cuentos, ubicados en Puerto Rico, que permiten reflexionar sobre el nexo entre la dispersión del Caribe y la heterogeneidad de la antología. Este sentido, mi abordaje sigue la línea respecto a la tensión entre “unidad y multiplicidad caribeñas” que explora González en la poética de Vega, mostrando a Luis Palés Matos como intertexto, y concluyendo que el aspecto crítico dominante en los cuentos le resta fuerza a los “planteamientos armonizadores” (1993, 300). No obstante, exploro el rol del intertexto periodístico y lo que llamo formas cristalizadas del lenguaje, más adelante explicadas, en esta tensión entre unidad y multiplicidad, o integración y dispersión.11

Según Benedict Anderson, en su libro Comunidades imaginadas, publicado por primera vez un año después que la antología de Vega, la producción verbal vernácula tanto de ficción –las novelas principalmente– como no ficción –el periodismo escrito–, imposibles sin la invención de la imprenta, posibilitaron ese otro invento que se ha llamado nación moderna, filosóficamente débil, pero afectiva y materialmente potente.12 La lectura de periódicos facilitaba que unos y los otros se imaginaran formando parte de la misma comunidad sin necesariamente llegar a conocerse.13 El intertexto periodístico permite señalar que la dispersión caribeña puede comenzar a remediarse a partir de una práctica comunicativa donde circulen imaginarios pan-caribeños. Así como la tapa de un periódico, según Anderson, conecta artificialmente eventos antes inconexos creando un imaginario de unidad, en Vega se leen temas dispersos con los que, sin embargo, no presenta una comunidad unificada, ni homogénea, sino fragmentada y heterogénea, la cual, empero, tiene cosas importantes en común, en especial, desafíos políticos (57).14

Esto permite insertar la antología en una tradición caribeñista en la que destacan Antonio Benítez Rojo, Kamau Brathwaite y Edouard Glissant, entre otros, quienes coinciden en que el desconocimiento mutuo de los pueblos de la región es un efecto del dominio de varios imperios. Para subsanarlo, fomentan visibilizar y, por ende, reforzar los lazos en común y, no menos importante, construir nuevos vínculos. Los desafíos que plantean para pensar el Caribe como unidad guardan cierta continuidad con los que planteaban los ideólogos de la confederación en el siglo xix (Ferrer, 2016). Esto no impide, sin embargo, que tanto Benítez Rojo como Glissant compartan la idea de que el mundo se va pareciendo cada vez más al Caribe y, por tanto, las nociones tradicionales sobre una nación o región, basada en conceptos de homogeneidad, fijeza territorial, pureza lingüística y racial, se hayan vuelto difíciles de sostener. La antología exhibe apoyo a la independencia de Puerto Rico, pero lidia con el desafío de que este proyecto no puede estar basado en estas categorías rígidas. Más aún, si la independencia se considera solo un paso hacia la integración caribeña. Casa de las Américas, institución que premia a Encancaranublado en 1982, cumplió un rol determinante en promover poéticas y vínculos caribeñistas como los mencionados.

En una reseña pionera a raíz de la premiación de Encancaranublado, el cubano Leonardo Padura Fuentes inauguró una línea crítica interesada en leer el compromiso político independentista, anti-imperialista y caribeñista de Vega. No obstante, este invitaba a que se atendieran conjuntamente las formas, de manera que se evidenciara que su representación del Caribe “transciende lo superficial folclórico” (1992, 162).15 Entiendo que Padura Fuentes notaba el uso de estereotipos, clichés, caricaturizaciones, frases hechas y lugares comunes en Vega, y que críticos como Aníbal González han observado explícitamente. Siguiendo a Ruth Amossy (1991), nombro a este conjunto ‘formas cristalizadas’ del lenguaje, para acentuar el carácter estático, recibido, solidificado y repetitivo que comparten. Estas formas cristalizadas aparecen como recortes reordenados a modo de collage, provenientes de un imaginario previo del Caribe –el cual incluye su aludida particularidad climática–, rastreable en diversas fuentes, entre las que destaco los periódicos. En el reordenamiento de estas formas cristalizadas, se introducen, sin embargo, quiebres que desafían el intento de contención de la cristalización y la acción de repetir, en los que sus efectos comunes son desplazados produciéndose una distancia que marca un entendimiento dinámico de la región como estrategia de integración. Entre estas, el estereotipo, por su etimología, permite establecer un nexo con la prensa y con la imprenta.16 En la antología se le reconoce al periodismo –medio que repite, reproduce y cristaliza la información– su poder tanto para profundizar la dispersión, como para fomentar la integración regional a través de la apertura creativa a lenguajes vernáculos.

2. Rivalidades estereotípicas y alianzas estratégicas en “Jamaica Farewell” y “Encancaranublado”

El cuento “Jamaica Farewell”, título tomado de la canción de Harry Belafonte, subraya la necesidad de un frente común caribeño que frene la injerencia (neo)colonial de Estados Unidos en el Caribe. En el relato se ‘reporta’ la ‘noticia’ del “Vigésimo Congreso para la Unidad Caribeña” (Vega 1982, 35). Este congreso reúne en un hotel jamaiquino a delegados de varias de las Antillas mayores y menores –excepto Cuba, blanco de ataque y críticas–, para discutir asuntos geopolíticos. Estados Unidos preside y financia el congreso. Se narran diferencias culturales y rivalidades entre las islas, y las mismas, unas importantes y otras frívolas, aparecen principalmente como distracciones. Una vez descrito el congreso, el cuento se enfoca en uno de los participantes, el delegado de Martinica, que decide dar un paseo, ya satisfecho y persuadido de que gracias al “ala protectora del águila estrellada”, el Caribe es “en verdad una sola patria” (38). El cuento termina con el asalto de este delegado martiniqués por parte de un jamaiquino rastafariano que se ve motivado por la urgencia y la necesidad. La imagen de la región como lugar de placer vacacional da comienzo a la narración: “El ron jamaiquino en la cabeza. Un arrullo turístico de Calypso” (Vega 1982, 35). Esta ambientación recrea para el lector los atractivos turísticos que consumen los participantes, la música y el alcohol que surte efectos en el pensamiento. A la misma le siguen los anuncios ‘serios’, pero igualmente ‘optimistas’, que se hacen en el congreso:

–Los Estados Unidos subsidiarían generosamente a los países allí reunidos con el noble fin de verlos encaminarse por el camino de la democracia y el bienestar económico, a cambio de algunos kilómetros de cada uno de ellos para la instalación de discretas bases nucleares.

Y sobre todo que:

–La Confederación Antillana soñada por Betances y Martí no tendría por qué esperar al logro de las independencias nacionales puesto que la cooperación entre el archipiélago y su Buen Vecino del Norte era ya una realidad operante, constante y sonante (Vega 1982, 36).

En términos formales, se toma el discurso oficial de la política estadounidense como los impartidores de la democracia en el mundo, en este caso un cliché, y a partir de la yuxtaposición de datos crudos –“bases nucleares”– con el estilo parodiado de lo políticamente correcto –“discretas”–, se crea un contraste que muestra los modos en que el lenguaje se presta para la manipulación. El distanciamiento con respecto al modelo criticado no solo depende de un contraste exagerado, sino también del conjunto y el lugar de la enunciación –un libro que se presenta como ficción. Al final se produce otro contraste, ante las imágenes de elementos turísticos y folclóricos celebratorios, se impone lo que sucede afuera como cruda contingencia, fundiéndose estas dos realidades en una misma frase: “El asaltante le estrujó la camisa de motivos africanos, puso sus pies desnudos sobre los esbeltos dedos que sobresalían de las sandalias Made in Jamaica del asaltado y dijo, con renovada urgencia: –Shit, man, gimme twenty…” (Vega 1982, 38). Esa precariedad contingente contrasta con la promesa de bienestar económico a raíz del trato con los Estados Unidos discutida en el congreso. En el cuento se mezclan las formas retóricas de la unidad caribeña con las de las políticas imperialistas, que han sido su significante antagónico, denunciándose que los intereses imperialistas usurpan y coaptan la retórica de la unidad. Lo folclórico procesado por la industria del turismo, “la camisa de motivos africanos”, se utiliza para mostrarnos el mecanismo económico que lo posibilita y la urgencia de unirse contra el mismo.

“Encancaranublado”, el cuento más comentado de la antología, da inicio a la misma exponiendo una situación de alianza y rivalidad entre caribeños, como la que se ve en “Jamaica Farewell”, pero esta vez el evento noticiable es el viaje arriesgado, precario e informal en balsa o yola, que remite a los tantos que aparecen en los medios. Como han destacado Aníbal González y Diana Vélez, el cuento sigue el formato de esos chistes comunes en los que se movilizan supuestos respectivos a cada una de las idiosincrasias nacionales implicadas. Se narra la travesía de un haitiano, un dominicano y un cubano hacia Miami:

Antenor lleva dos días en la monotonía de un oleaje prolongación de nubes. Desde que salió de Haití no ha avistado siquiera un botecito de pescadores. […]

Atrás quedan los mangós podridos de la diarrea y el hambre, la gritería de los macoutes, el miedo y la sequía. Acá el mareo y la amenaza de la sed cuando se agote la minúscula provisión de agua. Con todo y eso, la triste aventura marina es crucero de placer a la luz del recuerdo de la isla.

Antenor se acomoda bajo el caldero hirviente del cielo. Entre el merengue del bote y el cansancio del cuerpo se hubiera podido quedar dormido como un pueblo si no llega a ser por los gritos del dominicano. No había que saber español para entender que aquel náufrago quería pon. […]Y cada cual contó, sin que el otro entendiera, lo que dejaba –que era poco– y lo que salía a buscar. Allí se dijo la jodienda de ser antillano, negro y pobre. […] cuando más embollados estaban Antenor y Diógenes –gracia neoclásica del dominicano– en su bilingüe ceremonia, repercutieron nuevos gritos bajo la bóveda entorunada del tropical firmamento.

El dúo alzó la vista hacia las olas y divisó la cabeza encrespada del cubano detrás del tradicional tronco del náufrago (Vega 1982, 11-12).

El relato del viaje, motivado por la pobreza y miseria generada durante la dictadura de Jean-Claude Duvalier en el caso del haitiano, la falta de trabajo en el del dominicano y el exceso de trabajo en el del cubano, se construye con lugares comunes sobre el clima, la cultura musical, la diversidad lingüística y los problemas políticos y sociales en referencia al Caribe.17 Aunque el haitiano y el dominicano se cuentan historias “sin que el otro entendiera”, lo que relatan es lo mismo pese a la barrera lingüística: “la jodienda de ser antillano, negro y pobre”. Muchas de las frases hechas en el texto, si bien cómicas, adquieren la función de narrar lo trágico. Por ejemplo: “quedarse dormido como un pueblo”, frase hecha del discurso independentista puertorriqueño, se literaliza. Pasa a ser un efecto concreto en el cuerpo azotado que corre el riesgo de ser vencido. Sin embargo, preserva su sentido figurado en la medida en que también se trasmite la idea de que es precisamente la falta de un despertar político figurado la que lleva a que la frase devenga amenaza literal. Por otra parte, en expresiones como “conga encojonada” o “merengue del bote”, la música, de tomarse típicamente como una expresión celebratoria del color local, es una sustitución de la tempestad que dificulta el viaje, mientras que la tempestad a su vez sustituye a los problemas sociales. El uso de estas palabras es uno desplazado, correlacionado al desplazamiento de los cuerpos en tránsito. El motivo por el cual la tempestad suena a música, se remata con la siguiente explicación: “la triste aventura marina es crucero de placer a la luz del recuerdo de la isla”. De esta manera, se presentan dos aspectos del Caribe simultáneamente, el de una de sus principales actividades económicas, el turismo, junto a la precariedad material –ausente en la propaganda turística clásica–. Quedan pues contrastadas dos formas principales de viaje, y no precisamente la de primera clase versus clase turista. El cuento entonces utiliza lo atractivo –principalmente el turismo y la cultura al servicio de esta industria– para llamar la atención sobre una realidad desigual en la que unos transitan en crucero y otros en yolas.

En este ejemplo discutido, al igual que en “Jamaica Farewell”, sobresale el lenguaje hecho en torno al Caribe como lugar de placer y ocio, tomándose distancia crítica de ese imaginario cristalizado. Sin embargo, lo estereotípico no proviene solo de la mirada externa sobre el Caribe, sino que tiene lugar de manera intra-caribeña, específicamente, en lo referente a las nacionalidades dentro de la región. Uno de los rasgos que conforman la grilla del estereotipo dominicano es la hostilidad hacia los haitianos –la cual había sido promovida con gran violencia por el gobierno trujillista: “Qué vaina, hombre. En mi país traen a los dichosos madamos pa que la piquen [a la caña de azúcar] y a nosotros que nos coma un caballo” (Vega 1982, 13)–. Nótese que a su vez el dominicano reduce a Antenor a su diferencia lingüística como haitiano, al llamarlo madamo. El contenido estereotípico se refuerza formalmente con expresiones como “Qué vaina” frecuente en el habla dominicana. El cubano, por otra parte, “mascaba tabaco” –aludiendo por supuesto a la fama de la industria tabaquera en el país– y se presenta como jactancioso, pues es el único que, de antemano, estando en un botecito a punto de naufragar, se proyecta un futuro de éxito económico: “Yo pienso meterme en negocios allá en Miami, dijo Carmelo. Tengo un primo que, de chulo humilde que era al principio, ya tiene su propio… club de citas, vaya…” (Vega 1982, 14).18 Se puede identificar en el habla de estos personajes, en sus declaraciones sobre sus compañeros de viaje y en las descripciones de la voz narrativa, los rasgos familiares a la idea previa sobre lo dominicano, lo haitiano y lo cubano.

Se encuentran en el texto, no obstante, momentos que advierten los quiebres de estas cristalizaciones como formas de saber. Uno de los rasgos con que se caracteriza al haitiano es el analfabetismo: “Antenor estaba jugando al tonto. De algo tenía que servir el record de analfabetismo mundial que nadie le disputaba a su país” (Vega 1982, 14). La voz narrativa explica la conducta del haitiano, a partir de ese rasgo divulgado por los medios masivos donde se publican tales cifras. Sin embargo, el estereotipo no se reproduce de forma pasiva, sino como el material que se utilizó para elaborar algo distinto. El texto muestra una instancia en que la información es manipulada con fines específicos diferentes a la degradación impulsada por el miedo al otro que determina al estereotipo. Se explica en este caso cómo se lee a partir del estereotipo, la conducta del haitiano, y se produce un distanciamiento en que la voz narrativa muestra que se trata de una lectura apresurada. ‘El haitiano que no entiende por analfabeta’ es la lectura que permitiría el estereotipo. La voz narrativa, en cambio, se detiene dando a conocer que el haitiano está fingiendo no entender, y que para ese fingimiento el estereotipo le está siendo útil. La narración permite entonces des-bloquear el paso a un saber cuya complejidad no puede ser contenida por la grilla.

En otra instancia, la voz narrativa expresa que “Antenor no había dicho ni esta boca es mía desde que lo habían condenado a solitaria. Pero sus ojos eran dos muñecas negras atravesadas por inmensos alfileres” (Vega 1982, 14). El rasgo estereotípico es el vudú, sin embargo, no está presentado de forma directa y hay una elaboración estética.19 Una lectura guiada por el estereotipo, sugerida en el texto, afirmaría que el haitiano, como practicante del vudú, quiere vengarse del dominicano y del cubano, y mientras los mira, imagina sus muñecas atravesadas por alfileres. En la imagen presentada metonímicamente, los ojos son el objeto de la mirada (son las muñecas, y son el objeto de la mirada de la voz narrativa). No obstante, Antenor no ha declarado sus intenciones. La voz narrativa lee sus ojos como si se guiara por el estereotipo, pero es su mirada y no la de Antenor, la que ve muñecas. Los ojos que narran se ven reflejados en los del haitiano. No se sabe si Antenor en efecto imagina las muñecas de sus compañeros, pero sí que para la voz narrativa los ojos de Antenor son las muñecas, es decir, lo que sus propios ojos quisieron encontrar. Estos últimos dos ejemplos citados dan cuenta del mecanismo que pone a funcionar el estereotipo, y de la complejidad que acontece alrededor de este, la cual es transmitida por la narración. El aprendizaje sobre este funcionamiento afecta las caracterizaciones del dominicano y el cubano anteriormente mencionados, las cuales dejan de ser la última palabra y se entienden como conocimiento limitado.

Al final del cuento se retoma la mirada estereotipadora externa, pero a diferencia de la que al comienzo del cuento proyecta en la región un lugar de placer, se trata de la que ve a sus habitantes como sujetos inferiores. Un barco estadounidense los rescata “sin ternura”: “Get those niggers down there and let the Spiks take care of ‘em” (Vega 1982, 17). Aquí las diferencias entre haitiano, dominicano y cubano son reducidas a lo accesorio, y no solamente ante los ojos del capitán estadounidense, quien los ve a todos como negros, simplificando enormemente las diferencias entre ellos y reduciéndolas a un solo aspecto. Ellos mismos, irónicamente, se convencen de que “la jodienda de ser antillano, negro y pobre” tiene mayor peso. Más aún, al escuchar al puertorriqueño que les extiende “un brazo negro” con “ropa seca”, el mismo haitiano, quien sufrió ser excluido de la conversación por el dominicano y el cubano, termina por quitarle importancia a su diferencia lingüística como factor que lo separaría de los caribeños hispanos: “le parecía haberla estado oyendo desde su infancia” (Vega 1982, 17). La integración a la diferencia hegemónica estadounidense aparece como imposible y hace que se redimensionen las diferencias entre caribeños, las cuales, en tal coyuntura, son ni más ni menos relevantes que un chiste.

El cuento, entonces, descubre su ideología y presenta el caso de la necesidad de integración caribeña como interés común que debe ser perseguido, y ante el cual todos los otros elementos de diferencia, aunque importantes, pues se trasmiten distintas hablas en la escritura, dejan de ser justificativos de las rivalidades. Sin embargo, la posibilidad de alianza caribeña no resulta una vía fácil. Esto se hace patente cuando se intenta resolver la pregunta sobre quién salva a los náufragos. Primero el haitiano los salva permitiéndoles al dominicano y al cubano subir al bote, luego estos dos ponen sus vidas en riesgo cuando intentan salvarse individualmente, es decir, acaparar las provisiones, causando que Antenor prefiera tirarlas al mar. En este sentido, coincido con Mariana Past (2016) en su lectura alegórica del barco con bandera haitiana como la Revolución Haitiana que pudo haberse extendido por las vecinas Antillas y sin embargo naufraga por falta de apoyo hasta en la propia región, facilitando así la intervención estadounidense. El rescate final por el barco estadounidense no viene sin un alto costo, tal como los alerta el puertorriqueño al dejarles ver que se trata de una salvación en la que ocuparán un lugar subordinado, como el que ocupa él en el barco, aun siendo ciudadano estadounidense: “Aquí si quieren comel tienen que meter mano y duro. Estos gringos no le dan na gratis ni a su madre…” (Vega 1982, 17). Ya sea para salir de o para sobrevivir en ese lugar de subordinación, se requerirá cooperación. La complejidad política como motivo para la integración queda establecida entre un chiste y el otro.20 En este último ejemplo discutido, el estereotipo del discurso colonial tiene más peso que el intra-caribeño, pues determina la necesidad de alianzas estratégicas. Los estereotipos entre caribeños se debilitan para luchar contra el poder hegemónico, el cual impone su estereotipo y reglas. Se insta entonces a aprovechar estratégicamente esa ‘unificación’, inicialmente producto de un propósito de dominio, y redireccionarla.

3. Típicas historias del pasado y noticias del presente: cuentos situados en Puerto Rico

A diferencia de “Jamaica Farewell” y “Encancaranublado”, los cuentos que se discutirán en esta sección se desarrollan en Puerto Rico, en el siglo xix unos y en el xx, otros. Estos permiten apreciar una heterogeneidad del Caribe que no se limita a la comparación entre sus unidades nacionales. La misma incluye una variedad racial de los tipos que aparecen en los cuentos ambientados en el siglo xix, “Otra maldad de Pateco” y “En el tramo de la muda”, y también una entrada de tradiciones orales tanto de origen europeo como africano. Estos cuentos se alejan del intertexto periodístico, a no ser que realicemos el ejercicio (es)forzado de imaginarlos como parte de la sección literaria del periódico, recordando que formalmente el periódico permite secciones diversas y la conexión de lo inconexo. Estos cuentos exhiben personajes tipos decimonónicos en una literatura de finales del siglo xx, una repetición que sugiere que las problemáticas presentadas continúan pendientes en el presente. En cambio, en “Cráneo de una noche de verano”, cuento ambientado en el siglo xx, se aprecia la entrada de una oralidad influida por el inglés, en una narración sobre la alucinada noticia de la anexión de Puerto Rico a Estados Unidos. Finalmente, la presente sección culminará con una discusión de otro relato ambientado en el siglo xx, “La alambrada”, el cual, si bien transcurre en Puerto Rico, trata en parte sobre personas refugiadas haitianas y la poco visibilidad dada en los medios a este suceso.

En los cuentos ambientados en el siglo xix aparecen tipos de la literatura costumbrista: el hacendado blanco, la señora o esposa blanca del hacendado, la negra curandera, los jóvenes esclavos y el mulato. “Otra maldad de Pateco”, a modo de leyenda, narra la historia de José Clemente. Parido por una hacendada criolla (hija de europeos en su significado hispano), este nace con el cuerpo blanco y el rostro negro, debido a la voluntad traviesa de Pateco, quien detenta poderes mágicos. La madre rechaza al niño por su bicolor y el padre legal, quien duda ser el padre, decide abandonarlo. Una curandera lo cría, y se cuida de que José Clemente no se mire en el espejo para que no se entere de su otro color, el del rostro: “¿Por qué soy blanco y tú negra, Mamá Ochú […] –porque así lo dispuso el Señor Todopoderoso Changó. El niño pareció conformarse. O se hizo. Pasó el tiempo y Mamá Ochú andaba ya creída de que el temporal había pasado” (1982, 70). No obstante, este termina por enterarse y se enfrenta a una prueba que cambia su destino e identidad: la hacienda está en fuego, y debe decidir a quién salvar primero, si a los amos que lo abandonaron o a los esclavos. Decide salvar a los esclavos y su cuerpo blanco, se ennegrece, armonizándose con su rostro. El mulato José Clemente modifica al tipo costumbrista a partir del elemento fantástico inspirado en el concepto de “piel negra, máscaras blancas” de Frantz Fanon. Si bien se trata de un tipo reducido a su diferencia racial, representa, sin embargo, la posibilidad de cambio contrapuesto a la tipificación, el personaje del futuro que tiene que asumir su negritud.

En “El tramo de la muda”, nuevamente, un mulato representa cambio. El personaje mulato ayuda a un grupo de criollos viajeros a vadear un río. En agradecimiento, acceden a darle pasaje y durante el trayecto este juega a las adivinanzas con apuestas. Los criollos pierden parte de sus pertenencias, que el mulato utilizará para sufragar gastos de la lucha por la independencia. No lograron entender lo que ocultaban las adivinanzas, ni otras señales del inminente levantamiento o Grito de Lares de 1868 (históricamente un intento frustrado de independizarse de España). En este caso, la lucha por la independencia, por cambiar el estado de las cosas, contrasta con el estatismo de la tipificación, que se observa en doña Regina Méndez de Castañón cuyas palabras respecto al mulato la convierten en caricatura: “un mestizo, un mulato, un grifo, un saltatrás, un horro, un NEGRO en nuestro seno” (Vega 1982, 75).

Estos tipos literarios decimonónicos, pese al propósito romántico de originalidad que históricamente impulsa a esta literatura, funcionan como personajes seriados que se están re-produciendo. El gesto de reescritura de Vega, a finales del siglo xx, de estas tramas ambientadas en el siglo xix, produce un extrañamiento con respecto a la repetición seriada. Genera una lectura distanciada de estos personajes de la literatura decimonónica que permite identificar con facilidad al tipo en cuanto a tal. La lectura alegórica, lograda a partir del juego temporal, sugiere que asumir la negritud sigue siendo un proceso inconcluso, así como la independencia de Puerto Rico, sin la cual no puede concretarse algún tipo de integración efectiva, idea que refuerza la parodia del “Jamaica Farewell”, cuento discutido en la sección anterior.21

El regreso al pasado, en principio un modo de indagar las raíces, muestra una identidad compuesta en la que asumir la cultura desarraigada, la negra, permite el cambio. Esta ambientación decimonónica hace más patente y compleja la heterogeneidad del conjunto de materiales que conforman la antología. Lo que a primera vista podría juzgarse como una falta de unidad de la colección, refuerza la lectura desde la noción de comunidad imaginada, solo que, en lugar de entregarse una ficción de homogeneidad, se nos muestra más bien un proceso anterior a la misma, en el que se aprecian elementos heterogéneos. En este sentido, la antología de Vega se puede vincular con Édouard Glissant, quien se refiere a las poblaciones de los lugares donde predominó el sistema esclavista en las Américas, como “culturas compuestas” en contraste con las “culturas atávicas”, las cuales, como las europeas y las indígenas, tras un largo proceso, proyectan su identidad, tanto hacia el pasado como el futuro, como única y eternamente homogénea. Toda cultura, aunque se proyecte de manera atávica, es compuesta en su origen. Las “culturas compuestas”, o la evidencia de que toda cultura lo es, se hacen más visibles en regiones como el Caribe, donde personas africanas llegaron desprovistas de su identidad y de su lengua, viéndose en la necesidad de generar nuevas formas de expresión en contacto con modelos de la cultura colonizadora (2016, 61-75).

A la composición heterogénea desigual que se observa en el pasado, se le añade el contraste con las poblaciones desplazadas fuera de Puerto Rico. En el momento en que se escribe Encancaranublado, la comunidad letrada puertorriqueña era mucho menos receptiva a pensar la comunidad nacional por fuera de categorías territoriales y lingüísticas restrictivas, pese a que los enclaves puertorriqueños extraterritoriales eran densos y desde estos se habían desarrollado formas culturales renovadoras que involucraban lo nacional.22 En “Cráneo de una noche de verano” se puede leer un ejemplo elaborado de la entrada del inglés en el habla puertorriqueña. Un narrador en segunda persona cuenta que le contaron sobre un viaje narcótico de Güilson, en el que este alucina que Puerto Rico se ha convertido en el estado número cincuenta y uno de los Estados Unidos. La lengua coloquial del relato también implica clase social subalterna, indicando que es precisamente esta la que se ha encontrado históricamente más expuesta a la migración y abierta al cambio del que da cuenta la oralidad: “Aquella fóquin mañana hacía un calor de sauna. El sol estaba como nacío a punto e reventar. Güilson se tiró a la calle porque llevaba dos días encerrao con una nota encima, mi pana, con un tronco e tripeo jevidiuti” (Vega 1982, 52). ¿Podría afirmarse que en este caso el texto de Vega estereotipa al fijar un habla cuya representatividad versus artificialidad, por otra parte, resulta cuesta arriba determinar? Pese al riesgo de caer, o la caída misma en el estereotipo, en su plasmación se introduce un cambio en la literatura puertorriqueña. Las formas orales atravesadas por el inglés, vernáculas para muchos, son elevadas a material literario.23 En Vega se reconoce una transformación contemporánea en la lengua sin la que su literatura sería otra.24 Por otra parte, resulta significativo que sea desde un español atravesado por el inglés que se narre la alucinación sobre la anexión a los Estados Unidos no como un buen viaje, sino como una pesadilla. Esto sugiere una lectura que autoriza la ideología que propone el texto: quien lleva en su lengua la huella de haber vivido en Estados Unidos cuenta con la experiencia para no desear esa relación.25 La identificación con la patria no depende de una ‘pureza’ del español, como lo planteaba el independentismo clásico, sino de haber experimentado el contacto con su significante antagónico.

Al Güilson acceder a la noticia sobre la anexión de Puerto Rico, se retoma el intertexto periodístico a modo de pesadilla y se establece el temor de que perderse una noticia, que esta llegue tarde, no significa que deje de manifestarse: “Hoy se declara el Estado 51, chico. ¿Tú no lees periódicos?” Güilson ‘se quedó dormido como un pueblo’ y no estuvo al tanto ni siquiera de aquella información de acceso masivo en la que se da cuenta del acontecimiento de amplias repercusiones (Vega 1982, 56). Sin embargo, se trata de un mal viaje, una alucinación provocada por el narcótico.

La reflexión sobre el rol de la prensa en visibilizar el tipo de unidad heterogénea que propone la antología, se complejiza aún más en “La alambrada”, dedicado “a los prisioneros del Fuerte Allen”, ubicado en Puerto Rico. Este cuento se inspira en hechos reales sobre el encierro y maltrato que sufrieron personas haitianas que buscaban asilo político en 1981. El cuento narra cómo la ciudadanía puertorriqueña ignora el evento. La alambrada que marca el límite del refugio que más bien sirve de campo de concentración, se convierte a su vez en alegoría de la situación colonial de Puerto Rico, es decir, de la falta de libertad. Este cuento se diferencia de los demás por no usar recursos humorísticos y por mostrar los límites de la casi omnisciencia de la voz narrativa, que se exhibe en otros cuentos.26

“La alambrada” permite una reflexión sobre la circulación de la información, pero el optimismo novelero ejemplificado en otras partes de la antología se derrumba en la primera frase del cuento: “Nadie sabía cómo. Había debido suceder de noche cuando no estábamos. Daba la impresión de haber estado ahí siempre. Simplemente nadie se había fijado. Pasan tantas cosas. No se puede estar al tanto de todo” (Vega 1985, 49). Con la frase “No se puede estar al tanto de todo” se reescribe un lugar común fijado por los medios, que abre así el diálogo con otros relatos de la antología. Sin embargo, inmediatamente se aplasta el gesto paródico por la seria densidad con la que continúa el relato. En este pasaje se alude elípticamente a un suceso del cual un colectivo que incluye a la voz narrativa –“no estábamos”– no fue testigo. La incerteza y el secreto marcan el tono. Lo que sucedió permanece innombrado: “Estaba allí. Como una erupción sobre la espalda pelada del paisaje. De momento el espacio dividido. Eso y nosotros. Aquí y allá. Mirábamos. Habíamos perdido la costumbre de preguntar. Y además, a quién” (Vega 1982, 49). Le sigue un “ellos” “que entraban allá adentro [de eso]” (Vega 1982, 49). En la lectura alegórica a la que invita la dedicatoria del cuento, “ellos” son los haitianos del Fuerte Allen. Sin embargo, la relación entre “nosotros” y “ellos” es confusa, aparece la mayor parte de las veces como mediada, pero en algunas ocasiones, es directa: “Mirábamos. De noche oíamos su canto […] Venían por fin vacilantes y se sentaban no lejos de nosotros” (Vega 1982, 49). La visibilidad reducida por la oscuridad de la noche condiciona el contacto. Se subvierten las categorías relativas a la visibilidad, mayor luz no garantiza mayor conocimiento: “De día no pensábamos en ellos. Teníamos tanto que hacer. Corrían rumores, extraños cuentos: les habían quitado la ropa, les habían prohibido hablar entre ellos, les hacían daño, les habían cambiado los nombres. No sabíamos nada. No podíamos saber nada. Inventábamos, quizás” (Vega 1982, 50). Se llama la atención así sobre la poca o no difusión de noticias en torno a un hecho relevante que implica un posible crimen de estado. También se marca la desconexión rampante entre caribeños, en este caso de los puertorriqueños con respecto a los haitianos, aun tratándose de un evento que tiene lugar en el propio territorio local de Puerto Rico, cuya no soberanía queda relacionada con el desconocimiento.

La desposesión sufrida por “ellos”, al ser encerrados dentro de una “alambrada”, remite al barco esclavista. Finalmente, la voz narrativa, los “nosotros”, se descubre también encerrada, en su propia casa y sin palabras, como los “ellos”: “Una noche, bruscamente, el silencio reclamó lo suyo. […] Velé sin palabras […] Fue cuando me di vuelta para volver a casa que vi la alambrada. Erguida. Apretada. Triplicada. Alrededor de nuestro pueblo” (Vega 1982, 50-51). La vacilación con respecto a ver o no ver el maltrato a los refugiados haitianos, se entrelaza con lo que se percibe como la falta de libertad de los puertorriqueños, desde un lenguaje con tono profético que acerca a Puerto Rico a Haití. Si en Puerto Rico y el Caribe hispano terminaron por imponerse los intereses que le daban la espalda a Haití tras su revolución, la antología proyecta el riesgo de que esa distancia se acorte, pero no en una solidaridad voluntaria dirigida al bien común, sino por los efectos mismos del colonialismo y las intervenciones neocoloniales. Este pudo ser el destino de Antenor, el náufrago haitiano de “Encancaranublado”. Al intento de movilidad, a la travesía marítima, le puede seguir el encierro. Sin embargo, es también ese encuentro en la travesía lo que propicia la posibilidad de alianza, el darse cuenta de lo que tienen en común y de la amenaza común. Los “otros” de “La alambrada”, después de todos, somos “nosotros” también.

4. Desplazar al estereotipo y releer Encancaranublado hoy

Padura Fuentes afirmaba que el uso coloquial de la lengua en Encancaranublado permitía caracterizar la clase social de los personajes de tal manera que se “transciende lo superficial folclórico” (1982, 162). Salvedad en la que se entreleía su esfuerzo crítico por hacer coherente la poética social de Vega con la del realismo, según la elaborara György Lukács, quien descartaba ‘lo folclórico’ por considerarlo costumbrista y no propiamente realista. El realismo, en cambio, debía representar la realidad, no necesariamente evidente, de los mecanismos económicos y sociales rigentes, sin distraerse en elementos superficiales. El costumbrismo, en este modelo, se quedaba en la superficie por no ir a las cuestiones pertinentes a la lucha de clases. La preocupación crítica de Padura Fuentes era, pues, conciliar una escritura poblada de folclores y estereotipos varios, con la poética realista. En la lectura cercana de Vega se aprecia la incorporación de estas formas cristalizadas del lenguaje, a un sistema de relaciones que expone su funcionamiento en esa realidad de privaciones e intereses comunes, de esta manera se explicita el cómo de la complejidad que Padura Fuentes señalaba sin explicar en detalle (1982, 162).

El estereotipo, forma que se alimenta en gran medida del ‘folclor’ y otras formas del lenguaje cristalizadas, es posiblemente entre estas últimas la más conceptualizada desde los estudios coloniales. Apoyado en la teoría freudiana sobre el fetiche, para Homi Bhabha el estereotipo es un producto del miedo a la otredad. Este miedo es desplazado –o sustituido– por el estereotipo, con el propósito de mantener al otro “en su lugar” y mitigar la amenaza (2005, 91). Sin embargo, esta estrategia representacional del discurso colonial resulta mucho más compleja, por su ambivalencia. Pese a la motivación de fijar y de domesticar la diferencia, la repetición del estereotipo es necesaria como modo de repudiar la amenaza de esa diferencia nunca erradicada. Su efectividad en mantener el miedo contenido no es permanente, pues el mismo reaparece una y otra vez, de ahí la necesidad de repetición. Esta explicación del funcionamiento del estereotipo se enfoca en el que produce la perspectiva del colonizador que degrada al colonizado, aunque no se limita a este. En Encancaranublado se observan estereotipos tanto desde el punto de vista del colonizador, como de caribeños hacia caribeños, que revelan jerarquías entre las naciones caribeñas debido a las diferencias raciales y lingüísticas. Si se acepta que en ambas formas de estereotipación se desplaza el miedo al otro, en la antología tiene lugar entonces un desplazamiento del desplazamiento inherente al estereotipo.

La pregunta que vale la pena hacer es en qué dirección se produce dicho desplazamiento. El estereotipo producido desde la mirada hegemónica, de cumplir originalmente una función degradante, en la antología, pasa a reutilizarse como estrategia de alianza que desplaza, aparta y sustituye el recelo mutuo proyectado en los estereotipos intra-caribeños, los que a su vez reproducían las estructuras coloniales. La fijeza e inflexibilidad de las cristalizaciones se interviene a partir de un procedimiento que distancia los significados y funciones comunes del estereotipo, para llamar la atención sobre otra cosa. Este desplazamiento del desplazamiento, ¿lleva necesariamente a cancelar el miedo y la degradación al otro caribeño? No es algo que pueda afirmar con total certeza, pues hay un resto de ambivalencia en el discurso de la antología que nos recuerda a la ambivalencia misma del discurso colonial. Sin embargo, las instancias en las que se explicita el funcionamiento de los mismos, ofrecen las herramientas para su deconstrucción. Las formas cristalizadas forman parte de una estrategia de visibilización –una ‘publicidad engañosa’ en la medida en que parecen prometer un Caribe para el entretenimiento o un small talk –como las apreciaciones sobre el clima–, y sin embargo abren paso a una conversación para nada ligera sobre la reglas menos visibilizadas que gobiernan la realidad socioeconómica colonial y neocolonial del Caribe. Visibilizar lo desfavorecedoras que son esas reglas para el bien común caribeño se usa para persuadir sobre la necesidad de integración.

En el proceso de integrar al Caribe, la antología subrayaba la importancia del periodismo como soporte de acceso masivo y herramienta, para bien y para mal, de propaganda, redoblando su homenaje a los próceres que promovieron precisamente por este medio la independencia de Puerto Rico y de Cuba, y la confederación antillana. Sin embargo, recurre a la ficción por su poder de abstracción para adelantar la integración de lo que en los medios locales aparece, y se retroalimenta, como una región dispersa y fragmentada. Encancaranublado vuelve porosas las fronteras entre ficción y periodismo. No obstante, a diferencia de la escritura de cronistas contemporáneos como Edgardo Rodríguez Juliá, de quien también se podría afirmar lo anterior, Vega, más que basarse en hechos puntuales, moviliza algunos rasgos del molde estándar de hecho noticiable. Este molde es rellenado con eventos ficcionales –compuestos a su vez por formas cristalizadas tomadas de una variedad de discursos y sectores–. La grilla de la ‘noticia’ remite a los moldes mismos de las grillas estereotípicas. La ficción se distancia del discurso periodístico de manera que es imposible confundir los cuentos con los artículos de un periódico, a la vez que la abstracción del molde permite reconocerlo como tal.27 Encancaranublado, su ficción, fomenta cuestionar críticamente los discursos que se presentan como verdaderos y a su vez suplementa la falta de caribeñismo en los periódicos puertorriqueños de mayor tirada. Maneja al Caribe como unidad heterogénea, y ‘nación’ de un periódico regional inexistente del cual la antología era proyección.28

El lugar del periodismo junto al habla vernácula en la obra de Vega, sugiere lo que Anderson explicaría como la importancia de vernaculizar en el proceso de formación nacional, del paso de lo oral al medio letrado, y su difusión gracias a la imprenta. Sin embargo, ese proceso de vernaculización iba seguido de la estandarización, no solo de fijar un lenguaje gramatical, sino también ideas e imágenes que de tanta repetición y simplificación pasaban a ser cliché, como ya se adelantó –en la discusión de “Cráneo de una noche de verano”– el riesgo de caer en el estereotipo que implica incorporar la oralidad. No obstante, el lenguaje estándar, ¿podría considerarse más cristalizado que la oralidad pasada a la escritura? El lenguaje oral sirve de base para escribir contra la lengua gramatical y estándar, contra el español que para la generación anterior debía mantenerse ‘puro’ (Gelpí 2005). Al elaborar una poética que vernaculiza y a la vez desplaza los lenguajes e imaginarios fijados, Vega retoma el proyecto de confederación decimonónico, sin dejar de dotar a la región de dinamismo y reconociendo que, desde entonces, por ocupar el lenguaje figurado climatológico, ha llovido bastante, aunque no se trata de las lluvias deseadas. En este sentido, la visibilidad de Haití en la antología desafía la idea de nación puertorriqueña como principalmente determinada por lo hispano que estableció la generación de intelectuales puertorriqueños del treinta. Después de todo, la comunidad a la que apunta la antología, asimismo, no contempla la independencia nacional puertorriqueña como un fin, sino más bien como una etapa necesaria para la conformación de una comunidad caribeña anti-imperialista, donde tengan lugar transformaciones socio-económicas profundas.29

Encacaranublado se publicó en un momento en que muchos dominicanos, haitianos y cubanos se lanzaban al mar a pesar de las amenazas naturales y el patrullaje de barcos estadounidenses, y muchos puertorriqueños que habían regresado a Puerto Rico en los setenta, volvían a migrar. Los cuentos aludían a las amenazas políticas del colonialismo y a su enfrentamiento, con palabras relativas a posibles huracanes y marejadas. En la actualidad post-María, curiosamente, ha sido la catástrofe natural concreta –en un presente en que muchos puertorriqueños se ven nuevamente forzados a dejar la isla– la que ha impulsado en los medios periodísticos y ahora también en las redes sociales, a interrogar la responsabilidad de las malas administraciones locales y metropolitanas, legado del colonialismo, en la crisis humanitaria.30 La crisis, pues, no se le puede atribuir meramente al evento natural. Asimismo, esto ha permitido que se difunda que los problemas económicos y sociales a los que gran parte de los sectores puertorriqueños se sentían inmunes y que asociaron durante las décadas de los ochenta y noventa con ‘las otras islas caribeñas’, se vayan pareciendo.31 El alcance de los efectos que produzca este saberse precarios y vulnerables como los vecinos del mar Caribe, está por verse. Por lo pronto, la línea que antes dividía a la isla y la diáspora se ha flexibilizado.

El importante potencial que tenían y tienen los medios masivos tanto en mantener la dispersión como en posibilitar la integración de la comunidad, se reconoce en una ficción que realiza una intervención reflexiva sobre los propios medios. Encancaranublado reclama participación y se reencuentra con el deseo de que “llueva pronto y escampe”. Es decir, se desea un Caribe integrado, a pesar del periodo de turbulencia que esto pueda traer, que no olvide que toda comunidad atávica, en realidad, es compuesta. Este Caribe se compone de proyecciones y de retrospecciones, de nuevos lenguajes y de noticias viejas.

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Recepción: 16.12.2019 Versión reelaborada: 19.10.2021 Aceptación: 10.12.2021

 

 

 


1 Este artículo forma parte del proyecto Fondecyt de Iniciación “Vaga libertad: ocio y negocio en las literaturas caribeñas contemporáneas”, n° 11200325, del cual Giselle Román Medina es la investigadora responsable.

2 Poco antes de Encancaranublado, Ana Lydia Vega publicó Vírgenes y mártires (1981) junto a Carmen Lugo Filippi. Entre sus otras antologías narrativas están Pasión de historia y otras historias de pasión (1987) y Falsas crónicas del sur (1991). También ha publicado ensayos en periódicos, algunos de los cuales han sido reunidos en El tramo ancla: ensayos puertorriqueños de hoy (1988) y Esperando a Loló y otros delirios generacionales (1994).

3 En esta coyuntura, Yarimar Bonilla emergió como intelectual público en los Estados Unidos y Puerto Rico, clave en difundir aspectos históricos y sociales que ayudaran a dimensionar los efectos y causas de la crisis humanitaria más allá del evento atmosférico puntual (https://yarimarbonilla.com/media) (18 de enero de 2022).

4 Las redes sociales y los periódicos de Puerto Rico, evidencian mayor intercambio entre la diáspora y la isla. Véase (Pérez 2018). Jorge Duany, Juan Flores, Yolanda Martínez-San Miguel, Ramón Grosfoguel y Vanessa Pérez Rosario, entre muchos otros, han trabajado desde hace varias décadas la idea de la nación puertorriqueña por fuera de una territorialidad y una lengua restrictivas.

5 En cuanto a la migración puertorriqueña a los Estados Unidos, me refiero a la última de varias etapas históricas, que se inicia a mediados de la primera década del siglo xxi (Abel y Deitz 2014).

6 La palabra “encancaranublado” adelanta esta relación con las imágenes climatológicas. Forma parte de un trabalenguas, y se refiere a los cielos “nublados”. Mariana F. Past afirma que “encan-” viene de encantado (2016, 7). Esto remite al epíteto de Puerto Rico como “isla del encanto”.

7 Al año siguiente, se publica una segunda edición con una tercera parte adicional, “Ñapa de vientos y tronadas”, compuesta por un solo cuento, “Historia de arroz con habichuelas”. Para un análisis de esta modificación véase Carrillo-Jara (2021).

8 Aunque en este artículo no distingo entre antillana y caribeña, téngase en cuenta que antillano se limita a las islas, y fue una denominación preferida en las islas de habla hispana; en contraste, caribeña abarca una región más amplia. Para mayores detalles, vea Benítez Rojo (1999).

9 En la segunda mitad del siglo xx, las recién independizadas excolonias caribeñas inglesas, conformarán una federación de breve duración. Para un análisis de esta, así como de intentos federativos anteriores en el Caribe inglés, cuya motivación burocrática difiere enormemente del proyecto ideado en el Caribe hispano y haitiano, véase Franklin W. Knight (2017).

10 Umberto Peña fue el diseñador gráfico (Vega 1982, 6).

11 Este cuento y “Jamaica Farewell”, por sus tramas pan-caribeñas, permiten elaborar una cohesión desde la cual leer los demás cuentos que, de lo contrario, parecen dispersos. Debido a los límites de espacio, la interpretación de los demás cuentos será menos exhaustiva.

12 Por lenguas vernáculas, Anderson se refiere a las habladas por las mayorías, en contraste con la lengua tradicionalmente académica, como lo fue el latín en Europa durante siglos. En el Caribe no hispano, surgen una serie de nuevas lenguas vernáculas, llamadas creole, contrapuestas a las lenguas del poder, la elite y la instrucción, que serían el francés, el inglés y el holandés. Esto ha dado lugar a una serie de debates políticos sobre en cuál lengua enseñar, gobernar y escribir. El manifiesto “Elogio de la creolidad” (1989), de Jean Bernabé, Patrick Chamoiseau, Raphaël Confiant es un hito en estos debates. Si bien en Puerto Rico, así como en Cuba y República Dominica, no surge una lengua creole, es importante destacar que los debates, sobre todo en el caso de Puerto Rico, se dan en relación con hablar “correctamente” o si es aceptable la influencia del inglés. Aníbal González señala la actitud abierta de Vega respecto a un español atravesado por el inglés y la contrasta con la de otros escritores, como Luis Rafael Sánchez, quien, si bien usa el lenguaje coloquial en su literatura, tendría una postura ideológica poco auspiciosa de este (1993, 295). Para un estudio orientativo sobre la diversidad lingüística en el Caribe, vea García León (2011).

13 Al respecto, Duany ha señalado cómo la nación puertorriqueña obliga a cuestionar que, para considerarse tal, esta deba ser una entidad soberana (2009, 196-197).

14 La variedad temática de los títulos de los cuentos se asemeja a la de los titulares, por ejemplo, el cuento “El día de los hechos” es una especie de crónica policial. “Puerto Rican Syndrome”, entre la crónica y el reportaje descriptivo amarillista, parodia estos géneros, informando sobre una nueva enfermedad.

15 Podría afirmarse que la reseña de Padura Fuentes más bien inauguraba dos líneas investigativas principales, muchas veces en tensión. Por un lado, en los estudios iniciales sobre Vega dominó el entusiasmo por su poética caribeñista en términos de hallar un llamado reflejo de lo social. Se aprecia este enfoque en los títulos de los trabajos críticos: “La sociedad puertorriqueña en los cuentos de Ana L. Vega”; “Ana Lydia Vega y el tema de lo puertorriqueño: una propuesta pedagógica” y “Cómo se refleja la complejidad de nuestra sociedad actual en nuestra narrativa” (Torres 2001, 288-299). Por el otro, paralela y posteriormente, la crítica se ha interesado por los aspectos formales, como el uso de los chistes, de caricaturas y alegorías. Algunos ejemplos, con los que converso, son Aníbal González (1993), Diana Vélez (1994), Fernando Valerio-Holguín (1997), Mariana Past (2016), y, más recientemente, Carrillo-Jara (2021). Aunque menos determinante para el caso de Encancaranublado, cabe destacar una tercera línea investigativa dedicada al análisis del lugar de las mujeres y el feminismo en la obra de Vega, sobre todo enfocada en las antologías Vírgenes y mártires (1981) y Pasión de historia y otras historias de pasión (1987). Si bien Vega ha manifestado su apoyo a la independencia de Puerto Rico, sus cuentos problematizan la tradición patriarcal que domina entre sus filas políticas, y ponen sobre la mesa temas relativos a la interseccionalidad. Véase nuevamente, por ejemplo, el trabajo de Vélez (2003). Es importante mencionar que durante los setenta las escritoras comienzan a dominar el campo literario puertorriqueño.

16 Estereotipo remite a stereos, que quiere decir sólido, y a ‘tipo’. Esto se refiere originalmente a las planchas con las que se imprimen los caracteres en la imprenta, y pasa a significar, en su uso figurado, una especie de grilla imaginaria que contiene los rasgos de una identidad prefijada y reproducible en serie. Asimismo, tipo, en su uso figurado, se restringe más al ámbito literario para referir personajes que comparten una serie de características. Si tipo ya está de por sí relacionado con la repetición, el estereotipo enfatiza aún más esta idea. En su tránsito al sentido figurado, el verbo estereotipar adquiere connotaciones negativas, y pasa a significar falta de originalidad. Lo mismo puede decirse de las otras cristalizaciones. En cuanto al cliché –cuya etimología, aunque distinta a la de ‘tipo’, también remite a la reproducción de caracteres–, se compone de frases hechas que pueden participar de la grilla del estereotipo (Amossy 1991, 25-31). Los límites entre estos lenguajes cristalizados, a menudo, se vuelven difusos, y la constelación de términos relacionados es amplia, pero todos comparten su carácter estático y repetitivo. Entre estos, el estereotipo destaca por un propósito degradante conceptualizado desde los estudios postcoloniales (Bhabha 2002).

17 En este punto se revela la ideología pro Revolución Cubana de la autora, pues el cubano es el único cuyos motivos para migrar no son automáticamente justificados, en la medida en que migra por exceso de trabajo: “Oyeme (sic), viejo, aquello era trabajo va y trabajo viene día y noche…” (Vega 1982, 13).

18 A diferencia de los otros dos personajes, el cubano será recibido en Estados Unidos como exiliado.

19 La representación de Haití en los medios se ha caracterizado por el sensacionalismo y la violencia completamente desprovistos de contexto, esto se ve claramente en los relatos y películas relativos al vudú y los zombis. Tal imagen de Haití se remonta al boicot de su independencia por parte de la comunidad internacional (Fischer 2007).

20 Sin embargo, aquí Vega reduce las diferencias relativas a las situaciones políticas distintas de refugiados, exiliados, migrantes o migrantes intracoloniales a las que estaban sujetos haitianos, cubanos, dominicanos y puertorriqueños al llegar a los Estados Unidos en determinados momentos del siglo xx. El término “migración intracolonial” es acuñado por Yolanda Martínez-San Miguel y se refiere a la que se da dentro de los circuitos colonia-metrópoli, en la que los migrantes son ciudadanos, como es el caso de los puertorriqueños en Estados Unidos o los martiniqueses en Francia (2014).

21 Vale tener en cuenta que no es hasta 1980 que se publica “El país de cuatro pisos”, de José Luis González, ensayo donde se presenta la tesis de lo afropuertorriqueño como el elemento que permite el desarrollo de una nacionalidad puertorriqueña distinguible, independientemente de los porcentajes en que se hayan mezclado las poblaciones. Si bien el Caribe hispano, debido al desarrollo posterior de una economía esclavista de plantación, se percibe a veces desde el Caribe inglés y francés, como asentamientos donde la cultura de los colonos es mayoritaria (Ferrer 2016, 52), para González, las poblaciones más blancas no producen un aporte al desarrollo de una nacionalidad distinguible más importante que el de las poblaciones más negras y pobres, esto debido a su apego a España.

22 Esto se puede apreciar en el ensayo “Escribiendo en la frontera” (1997), de Carmen Dolores Hernández, donde hay un esfuerzo por pensar en las literaturas diaspóricas como parte de la literatura puertorriqueña, sin embargo, este no deja de ser contradicho por un apego al español y a nociones clásicas de territorialidad.

23 Esto contrasta con el discurso tradicional independentista sobre los riesgos que corre el español de ser absorbido por el inglés. Glissant denunciaba el inglés norteamericano estándar como una amenaza a las lenguas del mundo, incluido el propio inglés, a las que este estaría empobreciendo (2016, 117-120). En Vega, si bien hay momentos en que se presenta al inglés y la cultura televisiva como causas de un empobrecimiento en la expresión –esto se ve en el cuento “Puerto Rican Syndrome”–, las lenguas presentadas por lo general se alejan de lo estándar. En los cuentos no se emplea un creole, más bien se trata de una voluntaria oralización artificial de la escritura. Sin embargo, hay una afinidad con la creolización, entendida como encuentros, implicaciones, intercambios y colisiones en los que sus componentes previos se alteraron mutuamente (Glissant 2016, 11-34).

24 Refiriéndose al cuento “Pollito Chicken”, publicado en Pasión de historia y otras historias de pasión (1987), Nicholasa Mohr ha criticado a Vega por burlarse del code-switching a través del personaje principal, una nuyorican; aunque Vega insistió en que no se trataba de un personaje nuyorican, pues la protagonista no se había criado en los Estados Unidos (Hernández y Vega 2001, 57). Megan Jeanette Myers ha señalado que el tipo de mezcla que se produce con el inglés es uno completamente artificial pues no es común en las hablas frecuentes donde se produce el code-switching (2012). Más allá de lo acertado de estas críticas, la escritura de Vega se encuentra lejos de abogar por un regreso a formas más ‘puras’ del español, o al menos no lo practica.

25 No sabemos si en efecto el narrador que cuenta la historia de Güilson vivió en Estados Unidos, pero sí que su habla es producto de un contacto con la migración ya sea directo o indirecto.

26 En “El relato de los hechos”, por ejemplo, la voz narrativa andariega borra los límites entre la formalidad periodística y la novelería, y se jacta de su acceso de primera mano a la información, aun tratándose de una trágica, la masacre de los haitianos por parte del gobierno trujillista: “Se anda pendiente por si volviera a llover. Para cualquier novedad pueden contar conmigo. Yo lo sé casimente todo. Siempre ando por ahí el día de los hechos” (Vega 1982, 21).

27 Esta idea adquiere fuerza si consideramos que una de sus antologías posteriores se titula Falsas crónicas del Sur (1991). La ficción, que se asume a sí misma ficcional, entonces, aparece como un espacio de complejidad y se convierte en una forma de saber, paradójicamente, más honesta que la excesiva claridad –la claridad de la noticia– o lo definitivo. Vega también ha utilizado la ficción para explorar otras formas de no ficción en trabajos posteriores como “Nosotros los historicidas” (1994).

28 Es importante notar cómo el periodismo puertorriqueño también fue incorporando el lenguaje coloquial. Un vistazo a El Nuevo Día, diario de mayor tirada en Puerto Rico, puede revelar en las últimas décadas la entrada de la oralidad en los titulares de las noticias. Esta creciente oralización del periodismo está posiblemente en deuda con el influjo de escritores como Vega, que no solo destacaron por el uso y estetización de la oralidad puertorriqueña, sino que también han escrito en los periódicos del país. Entre estos también está Luis Rafael Sánchez, incluso si su perspectiva sobre el lenguaje es, según González, “apocalíptica” (1993, 295).

29 Esto es significativo en el contexto de la publicación, en el que muchos intelectuales comenzaban a criticar el nacionalismo a la luz de los episodios violentos que motivaron precisamente el texto de Anderson, para quien la comunidad imaginada nacional no debía ser un fin (1993, 11-20); en su caso, este apuntaba a un deseo de confederación o comunidad comunista internacional, que podría considerarse también el fin último que persigue la ideología de Encancaranublado si se tiene en cuenta que su apuesta por la confederación caribeña tenía no solo el pasado revolucionario haitiano, sino también a Cuba como líder del cambio y de la integración.

30 La crisis humanitaria no es reducible a las leyes de la naturaleza, no solo porque hay una serie de factores humanos que pudieron amortiguar el impacto a partir de infraestructura, servicios y respuestas que se vieron impactadas por la austeridad impuesta antes y después del huracán María, sino también porque es el consumo excesivo y descuidado, la inercia del sistema económico dominante, la que alimenta el calentamiento global y, en consecuencia, el potencial destructivo de los huracanes. Al respecto, Klein (2018) ofrece una buena síntesis.

31 Sobre todo, en la década de los noventa, momento en que se vive una artificial pujanza económica en Puerto Rico, que pronto se revelaría como producto del endeudamiento. A República Dominicana y otros países caribeños y latinoamericanos se les ha llamado despectivamente “las repúblicas”, a tal punto que no era poco común encontrar chistes xenófobos que hacían burla racializada de la pobreza de otros caribeños, sobre todo los dominicanos, el grupo de migrantes más representado en Puerto Rico (Sánchez 1995).