DOI: 10.18441/ibam.22.2022.80.115-137
Raffaele Cesana
Universidad Nacional Autónoma de México, México
rcesana@enesmorelia.unam.mx ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-4238-6346
En este artículo se analiza el epistolario que José Enrique Rodó y Rufino Blanco Fombona intercambiaron durante veinte años (1897-1916). Los originales que integran esta correspondencia, divididos en cartas, tarjetas postales y borradores, están albergados en la Colección José Enrique Rodó (Archivo Literario, Biblioteca Nacional de Uruguay). Por lo investigado, excepto las tres cartas que Emir Rodríguez Monegal incluyó en la sección “Correspondencia” de las Obras completas de Rodó y la misiva de Blanco Fombona que publicó Belén Castro Morales (2013), los documentos que se presentan son inéditos.1
Las cartas de estos dos intelectuales se caracterizan por la franqueza y la libertad que solo permite la escritura epistolar, entendida como medio de comunicación diferida en el espacio y en el tiempo (Barrenechea 1990, 56). Su amistad nació y se desarrolló a través del intercambio epistolar: como diría Patrizia Violi (1987), germinó y fue renovándose en la distancia, a partir de una intimidad de la ausencia. Rodó y Blanco Fombona nunca se estrecharon la mano, no conocían su respectiva mirada, ni su voz. Sin embargo, fue precisamente desde esa distancia, ese “décalage temporal y espacial que separa a ambos interlocutores” en la interacción epistolar (Violi 1987, 95), y hace posible una intimidad a menudo impensable en el diálogo cara a cara, que establecieron entre sí un pacto de confianza altamente efectivo para la praxis de sus quehaceres literarios.
Desde luego, para percibir el valor y el contenido de estas fuentes se tendrá que asumir una estrategia coherente en términos tanto expositivos como hermenéuticos. Por un lado, cabe evidenciar que la elección de analizar el epistolario Rodó-Blanco Fombona en el espacio reducido de este artículo impone una cierta selección de los documentos que se atesoran en el archivo rodoniano. Por el otro, como lectores empíricos, quienes están más allá de la relación remitente-destinatario, hay que actualizar nuestra enciclopedia respecto al universo de discurso que Rodó y Blanco Fombona desarrollaron en su interacción epistolar. Lo anterior permitirá cooperar con la estrategia discursiva e intelectual de los dos emisores y entender, “con la mayor aproximación posible” (Eco 1993, 91) sus códigos y su lenguaje. De otra forma, “[t]arde o temprano, el lector enciclopédicamente pobre quedará atrapado” (80).
Con base en estas consideraciones, el presente trabajo se propone examinar la función pragmática comunicativa del epistolario (Barrenechea 1990, 51). Como fuentes históricas privilegiadas, las cartas representan un vector que preserva y transmite una amplia serie de contenidos. Estos no se refieren solo a los datos biográficos o la psicología de quienes protagonizaron el intercambio, sino, quizás sobre todo, a las estrategias discursivas que conforman el contrato epistolar. El análisis de esta relación, “que se pone en juego en la correspondencia” y representa “el verdadero ‘objeto-valor’” del epistolario (Violi 1987, 91), muestra la importancia de las cartas en la génesis y el desarrollo del oficio intelectual, es decir, en las actividades colaborativas que Rodó y Blanco Fombona realizaron entre sí, a pesar de la distancia.
Antes de entrar en materia, es preciso recordar que Rodó y Blanco Fombona deben situarse en el marco de la generación del 900 hispanoamericano. Esta afirmación no pretende defender “el método generacional ortegueano” que “ha sido puesto en discusión desde hace tiempo” (Maíz 2003, 19), sino subrayar la empatía y proximidad intelectual entre estas dos figuras. Como afirma Claudio Maíz, las nociones de coherencia y tendencia entendidas, respectivamente, como una serie de actitudes axiológicas compartidas, y una inclinación hacia fines similares, “resultan de suma utilidad a la hora de dar cuenta de un grupo de escritores hispanoamericanos, llamados novecentistas, que no obedecen a propósitos comunes, ni forman deliberadamente una escuela” (Maíz 2003, 19). En este sentido, el examen de la correspondencia permite in primis valorar de qué manera Rodó y su ensayo Ariel han obrado “como cifra de un período del ambiente cultural latinoamericano, el de los primeros dos o tres lustros del siglo xx” (Altamirano 2010, 10). Asimismo, el intercambio epistolar Blanco Fombona-Rodó revela vínculos, afinidades y propósitos comunes que son muy valiosos a la hora de resignificar la historia, la sociabilidad y la cultura hispanoamericanas de esa época.2
El primer documento del epistolario que se conserva en la Colección José Enrique Rodó es un borrador escrito por el uruguayo el 17 de febrero de 1897. Se encuentra en el Cuaderno D, dentro de la caja que atesora los borradores de la correspondencia enviada entre enero de 1897 y abril de 1898.3
El contenido y la forma (saludo, introducción, cuerpo, solicitud y despedida) de este borrador fueron repetidos por Rodó, con pocas variaciones, en muchas de las cartas que escribió en este período: como prueba de eso, en el mismo Cuaderno D se conservan los borradores dirigidos a Francisco García Cisneros y Tulio M. Cestero, entre otros. De facto, la primera carta a Blanco Fombona se enmarca en esa propaganda americanista que Rodó impulsó a través de su correspondencia y utilizando como plataforma la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (Castro Morales 2013, 177-178).4
En el borrador del 17 de febrero de 1897, además de confesarle a Blanco Fombona que le había enviado previamente algunos números de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (RNLCS), Rodó le ofreció colaborar en las columnas de esta. El uruguayo no tenía duda de que Blanco Fombona aceptaría la invitación por la “admiración al elevado propósito de confraternidad americana que nos mueve a solicitar para ella la ayuda intelectual de los más caracterizados escritores del continente”.5
Aunque en la Colección Rodó no se conserva el documento que atestigüe el dato, es cierto que Blanco Fombona, quien en los años 1896-1897 había sido “enviado a Holanda como agregado de la Legación venezolana” (Rivas Dugarte 1979, 18), debió recibir los números de la RNLCS y contestar a la epístola rodoniana de febrero de 1897. Como prueba de eso, nos apoyamos en el borrador sucesivo de Rodó, así como en la misiva que Blanco Fombona envió a Montevideo el 8 de septiembre del mismo año.
El 5 de julio de 1897, Rodó le escribió a Blanco Fombona otro borrador, indicando Caracas como ciudad de residencia del destinatario. “Estimado señor:” –se lee en el borrador– “Me es muy grato acusar recibo de su notable estudio de Alf. [Alfredo] de Musset, que tiene Ud. la amabilidad de dedicarme. Reciba Ud. por el obsequio la expresión de mi más sincera gratitud”.6 En el siguiente párrafo Rodó se refirió a la carta anterior del 17 de febrero, precisando sus dudas sobre la dirección de envío: esa “carta que seguramente no ha llegado a sus manos, pues la dirigí equivocadamente a la Legación de Venezuela en Holanda, en la [que] creía que desempeñaba Ud. las funciones de secretario”.7 Finalmente, le reiteró el pedido de colaboración en la RNLCS.
Como muestra de la efectividad que las cartas y las revistas tienen en la realización de los quehaceres literarios, por ser “dos de las formas típicas de la sociabilidad intelectual latinoamericanista” (Bergel y Martínez 2010, 123), la RNLCS publicó algunos pasajes del estudio Alfredo de Musset, de Blanco Fombona. Este folleto había sido impreso en 1897 por la tipografía El Cojo, de Caracas. En la sección “Notas bibliográficas” (núm. 51, 10 de julio de 1897), la RNLCS presentaba a Blanco Fombona como “uno de los jóvenes literatos venezolanos que más se destacan por su talento en el selecto y animoso grupo literario que mantiene dignamente la gloria intelectual de la patria de Bello, de Pérez Bonalde y de Baralt” (46).
La primera carta de Blanco Fombona de la que se tiene registro en la Colección Rodó es del 8 de septiembre de 1897. De vuelta a Caracas, el venezolano agradeció a Rodó por los juicios entusiastas que la RNLCS había dedicado a su estudio Alfredo de Musset y le confesó su admiración por la publicación:
Merced a la Revista comunico con Víctor Pérez Petit, espíritu culto, hombre de su época, que sabe de clásicos latinos y de los poetas de última hora […]. Merced a la Revista puedo hablar de los Martínez Vigil; de Daniel Martínez Vigil, poeta a quien conocía, tribuno a quien deseo conocer mejor; puedo, en fin, hablar de Usted, José Enrique Rodó, de su talento generoso. U. sueña también, como yo he soñado, esa vaguedad querida que se llama el americanismo, con esa amable locura que pasó por la mente de Bolívar, por la boca mágica de José Martí […].
Voy a decirlo: lo que más me ha gustado de la Revista Nacional es, primero: la divisa de U. “Por la unidad intelectual y moral de Hispano-América” […].
Correspondo a la galana invitación de la Revista enviando a U. para ella, La teoría de Monroe aplicada a la literatura, trabajillo en que abogo por el arte americano, tal como yo lo entiendo.
Hizo U. bien en remitirme a La Haya su carta anterior a esta que yo me complazco en corresponder. Es cierto que estuve en aquel país, en servicio de un cargo diplomático, el año pasado. Sólo que, como la Legación de Venezuela en Holanda no es permanente sino de carácter transitorio, cumplida nuestra comisión, hubimos de restituirnos a la tierrucha [sic].8
La carta es significativa por distintos aspectos. Antes que nada, refleja “el alcance transnacional de esa ‘patria intelectual’”, que se “enlaza con la idea bolivariana de la ‘Gran Colombia’ y con la de ‘Nuestra América’ de Martí, […] que Rodó denominó ‘Magna Patria’” (Castro Morales 2013, 182). De la misma manera, la carta evidencia cómo la campaña epistolar de Rodó dirigida hacía distintos “polos de religación” de Europa y América (Rama 1985, 89) le permitió, no solo dar a conocer la RNLCS, sino encontrar a colaboradores que compartiesen la urgencia de trabajar “por la unidad intelectual y moral de Hispano-América” (Rodó 1896, 19).
También en el caso de Blanco Fombona y Rodó, la interacción epistolar “supo ser asimismo vehículo de una práctica de antigua data: la de la circulación internacional de libros” –así como de artículos o escritos de índole varia– “a través de envíos realizados por los propios autores” (Bergel y Martínez 2010, 123). El ensayo “La teoría de Monroe aplicada a la literatura” se publicó en el número 58 de la RNLCS (25 de octubre de 1897). En este artículo Blanco Fombona proponía un americanismo intransigente a partir de posiciones positivistas; apoyándose en la idea de que “en América no hay ni hubo nunca raza española” (1897, 153) sostuvo que era necesario “ver a Europa como a igual, y no rendirle ninguna suerte de vasallaje” (154). Además, afirmaba que la existencia de “un sentimiento americano, hijo de una raza americana” debía sustentar las manifestaciones de “una literatura americana, ya que el arte es al pueblo, lo que la flora es a la zona, lo que el fruto es al árbol, lo que la fragancia es a la flor” (154).
En otro borrador (7 de noviembre de 1897), Rodó acusó haber recibido la carta de Blanco Fombona y se expresó sobre su artículo de la siguiente forma: “Hermosa página es ésta que como todo lo que sale de la pluma de Ud. exhibe la galanura de un elegantísimo estilo y vibra con el nervio de la convicción enérgica y profunda”.9 Al mismo tiempo, Rodó le confesó su distancia respecto a cuanto Blanco Fombona había teorizado en su ensayo: “Yo profesaré siempre el lema americanista que una vez escribí y que tan grato ha sido a Ud.; pero nos diferenciamos en que su americanismo me parece un poco belicoso, un poco intolerante; y yo procuro conciliar con el amor de nuestra América el de las viejas naciones a las que miro con un sentimiento filial”.10 Aun así, en su borrador Rodó reconoció compartir con el venezolano el mismo sueño:
[Q]ueremos la unidad, la confraternidad de nuestra joven patria americana y nos proponemos trabajar decididamente para ella. Yo creo que en el arte, en la literatura, es donde principalmente puede contribuirse, hoy por hoy, a estrechar los lazos de esa nuestra unidad casi disuelta. Y creo que son las generaciones jóvenes las que mejor pueden y deben esforzarse en tal sentido. Por eso yo anhelo la amistad de aquellos que como Ud. tienen derecho a influir, e influyen efectivamente, en la marcha de nuestra generación.11
Respecto a las nociones divergentes y convergentes en el latinoamericanismo de ambos autores, Fernando Degiovanni ha evidenciado la importancia del folleto La americanización del mundo (1902) y del ensayo La evolución política y social de Hispano-América (1911), de Blanco Fombona.12 Según Degiovanni, tanto el venezolano como el argentino Manuel Ugarte “approached the issue of regional integration from an economic point of view” (2018, 20). En síntesis, “the openly commercial terms of Blanco-Fombona’s Latin Americanism did not obey any Arielist stance in which culture is framed as a space entirely separate from material interests and opposed to ‘vulgarity’ and ‘utilitarianism’” (34).13
En el borrador del 7 de noviembre de 1897 hay otros dos datos significativos que debemos registrar. Por un lado, Rodó escribió a Blanco Fombona que suponía ya en su poder el ejemplar del primer opúsculo de La vida nueva que le había previamente enviado.14 Por el otro, le pidió que le comentara a Jesús María Herrera Irigoyen, director de la revista El Cojo Ilustrado, que la redacción de la RNLCS lo felicitaba por la labor con que estaba “honrando al periodismo americano”.15 Blanco Fombona, quien había empezado a colaborar en El Cojo Ilustrado desde 1895, le contestó a Rodó con la carta del 1 de marzo de 1898:
Mi distinguido amigo. Recibí su amable carta, a la cual correspondo. […]
No sólo recibí un ejemplar del primero de la serie de opúsculos que está publicando U. con el título de La vida nueva, sino que escribí algo en El Cojo, con motivo de su bello trabajo. A estas horas supongo que U. lo habrá leído, y comprenderá quién es el autor, pues salió sin firma, como que hablaba yo, a exigencias del Director de la revista, en nombre de El Cojo. […]
Veré si puedo enviar a U. junto con esta carta, y destinado a La Revista, un cuento de una serie que estoy escribiendo con el fin de coleccionarlos, formando cuerpo de una obra que publicaré al poder. Pero ay! Amigo mío, el mayor enemigo del arte en América es la política. Aquí el poeta, el hombre de letras en una palabra, no se reduce a doctor y contribuyente, sino que se ve obligado a entrar al palenque de discusiones ardientes, así las abomine y no saque de ellas otra cosa que un odio cuya fuerza enerva al pensador y esteriliza su inteligencia. Por un periodo tal acabamos de pasar en Venezuela; periodo de elecciones, coronado felizmente por el éxito de nuestros ideales; pero que solicitó, por lo mismo, todas nuestras energías para consolidarse.16
Ese “algo” escrito sobre el primer opúsculo de La vida nueva al que se refiere Blanco Fombona apareció, sin firma, en la sección “Sueltos editoriales”, del número 144 de El Cojo Ilustrado (15 de diciembre de 1897). Se trata de un breve texto titulado “La vida nueva” en el que se presentaba al “distinguido prosador Enrique J. Rodó” como a “uno de los redactores de la interesante ‘Revista de Literatura y Ciencias Sociales’” (947). El anónimo articulista –en realidad Blanco Fombona– sostenía que el opúsculo estaba escrito “en un lenguaje elegante, noble, puro. A las veces peca el autor por obscuridad metafísica en el concepto; otras por llevar al extremo la inflexibilidad y dureza de las líneas marmóreas de su prosa” (947).17
En la misma carta (marzo de 1898), el venezolano le confesó a Rodó que estaba pasando por un momento de dificultad. De hecho, los años 1898 y 1899 representaron un bienio particularmente agitado para quien mostrará, durante toda su vida, “un alma de selección, impetuosa, de honda sinceridad, presta de continuo al ataque” (García Godoy s/f, 199).18 Rodó, quien siempre advirtió sus experiencias parlamentarias como una lucha tortuosa y quijotesca, debió entender muy bien las confidencias de Blanco Fombona.19 Figuras ejemplares en ese proceso de profesionalización del intelectual modernista que marcó el horizonte cultural latinoamericano de ese período, Rodó y Blanco Fombona vivieron su vocación literaria a la intemperie. Sufrieron en carne propia esas tensiones que, como afirma Julio Ramos, representaron cabalmente “la emergencia del sujeto literario latinoamericano, en su doble juego de voluntad autonómica e imposibilidad institucional” (2003, 82).
El documento que cierra esta primera etapa del epistolario Rodó-Blanco Fombona es una carta del venezolano del 20 de junio de 1899. Desde Nueva York, Blanco Fombona acusó haber recibido el segundo opúsculo de La vida nueva:
Leí su estudio de Rubén Darío. Estoy deslumbrado; pero no son los ojos de mi cuerpo sino los ojos de mi alma los que han sentido la impresión de tanta luz. […] Yo he tenido y tengo muy buena idea de la aptitud intelectual de América; pero por razones que U. se sabe, –y algunas las señala en su obra– no es ésta la tierra de las mejores cosas intelectuales. Pero aquí pudieran darse, y se han logrado, buenos y hasta excelentes poetas: baste citar desde Olmedo y Bello hasta Casal y Darío; pero un cerebro alto, que tienda a la gloria de las cimas, que se bañe en serenidad, que se nutra de humanidad, (no de humanidades) un cerebro por donde viven la savia y médula, un cerebro de cal y canto, eso es difícil de obtener, aunque muchos nazcan con la aptitud. […] En U. creo yo ver eso que no había crecido y florecido en América. U. quizás sea, en menor sentido del que U. empleaba, el que vendrá. Yo veo… Pero ¿seré yo visionario? De todas suertes estoy encaminado con mi visión. […]
Lucho por fundar un periódico en esta ciudad, o en París, que sea como el hogar de algunos de entre nosotros.20
La lectura de esta epístola (junio de 1899), así como de las cartas anteriores, evidencia que ya desde el comienzo de su interacción epistolar Rodó y Blanco Fombona estrecharon entre sí una amistad intelectual sorprendentemente sólida. Ese lazo de confianza, ese contrato epistolar, nacía de argumentos que, aunque no siempre coincidentes, tendían hacía el proyecto compartido de trabajar para el ideal de un americanismo literario. En este sentido, la correspondencia no fue solo un concreto vehículo de intercambio de sus respetivos libros o artículos, sino un vector de su tarea interpretativa. Como afirma Arenas Cruz, a pesar de sus exigencias formales, la escritura epistolar se vuelve a menudo el espacio privilegiado que encierra “una verdadera reflexión ensayística” (1997, 59).
Después de la experiencia como secretario general del estado de Zulia (noreste de Venezuela), en 1901 Blanco Fombona viajó a Europa: había sido nombrado cónsul general de su país en Ámsterdam. Desde la capital holandesa, el 9 de agosto de 1904, le envió al autor de Ariel una tarjeta postal con las siguientes palabras: “Amigo Rodó: Solicite en el correo, si no le llega a tiempo, un tomito de versos míos que le acabo de enviar, sin dirección, porque ignoro la suya. No quisiera que se perdiese el librito, sino que llegue a U. y U. lo lea”.21 Ese “tomito” de versos era, sin duda, Pequeña ópera lírica, publicado en Madrid en 1904, con prólogo de Darío.
En otoño del mismo año Blanco Fombona renunció al cargo consular. De vuelta a Venezuela, “luchas, rivalidades, envidias, chismes” sustituyeron la vida “sonriente y despreocupada, alegre y sensual” que había tenido en Europa (Blanco Fombona 1991, 57). Entre 1905 y 1910, año en el que empezó su largo destierro europeo, fue encarcelado en dos ocasiones: en Ciudad Bolívar (1905-1906), cuando era gobernador del Territorio Federal Amazonas, por “haberse alzado en armas contra el gobierno de Castro” (Rivas Dugarte 1979, 21); y en La Rotunda (1909-1910), horripilante prisión de Caracas, por luchar contra la dictadura de Juan Vicente Gómez. Entre las dos experiencias, Blanco Fombona publicó El hombre de hierro (1907), su primera y, quizás, más conocida novela.22
El 12 de agosto de 1909 Blanco Fombona reanudó la correspondencia con Rodó. En su carta expresó su opinión entusiasta sobre Motivos de Proteo, que acababa de publicarse en Montevideo: “Es una alta, serena y maravillosa obra que, en mi humilde concepto, bastaría para hacer celebre su nombre, si no lo fuera ya, y que hace honor, no sólo a usted, no sólo a su patria, no sólo a América, sino a la mentalidad de la raza hispánica”.23
En la misma epístola, Blanco Fombona comentó que nunca había sido un crítico de Rodó, porque siempre leyó su obra “con delectación y egoísmo (es decir como cosa que me toca más de cerca de cómo es en realidad) y por tanto sin aquella severa y fría imparcialidad de que ha menester el censor para ser justo”.24 Si se excluyen la breve presentación del primer opúsculo de La vida nueva, que publicó en El Cojo Ilustrado, y otras tantas referencias al pensamiento rodoniano, como las contenidas en La espada del samuray (1924), nunca le dedicará al uruguayo un estudio extenso. Después de todo, tampoco Rodó publicó artículos críticos sobre las obras de Blanco Fombona. Sin embargo, fue a través de las cartas que los dos se leyeron y formularon juicios personales sobre las respectivas obras.
Ya en París, donde se quedará exiliado hasta 1914, Blanco Fombona le escribió a Rodó dos cartas a distancia de pocos meses. En la primera (8 de mayo de 1911), se lee el siguiente fragmento:
Últimamente ha querido mi buena fortuna que me cayera en las manos el discurso de usted cuando el centenario de Chile. Allí leí su recuerdo al “Getsemaní” del Libertador.25 […]
Cuántas veces hemos hablado de la obra que usted podría hacer sobre Bolívar muchos americanos de los que nacimos al norte del Ecuador, donde la admiración por usted y el respeto por la obra de usted son tan grandes! […] Si en mi poder estuviera le daría a usted 500.000 francos para que escribiese un libro sobre el Libertador. Pero no puedo. No puedo sino pedirle una cosa; ésta: la casa de Garnier, en esta ciudad, piensa publicar una nueva edición, con notas, de Cartas selectas del Libertador. Quiere usted escribir unas páginas sobre esa correspondencia para que vayan de proemio? Si sí, póngase a la obra lo antes posible para que llegue su estudio a tiempo –aunque siempre será tiempo porque se le esperará.26
El valor documental de la presente carta es notable: Blanco Fombona pidió a Rodó que escribiera el prólogo a Cartas de Bolívar (1799-1822); esta obra se publicará en París, con notas del mismo historiador venezolano, por la Sociedad de Ediciones Louis Michaud, y no en la casa Garnier, como se indicó en la carta. También desde el punto de vista de la retórica persuasiva, la epístola es significativa: no solo por el entusiasmo que transpira de cada oración sino, sobre todo, por las hipérboles en la valoración del “más alto y claro maestro de la juventud americana”27 que el remitente utilizó con la finalidad de convencer a su destinatario.
Aunque en la colección Rodó no se conserva el borrador, la siguiente epístola de Blanco Fombona (8 de agosto de 1911) atestigua que el uruguayo envió a París una carta en junio del mismo año,28 en la cual aceptaba escribir un proemio para el epistolario bolivariano:
Me llena usted de alegría al aceptar el encargo de un prólogo para la correspondencia de Bolívar: primero, porque nadie lo hará mejor que usted ni comprenderá mejor el alma boliviana [sic]; y luego porque yo anhelaba que el nombre de usted se asociase al del Libertador para que no se interrumpiera la tradición americana de que los más altos espíritus de cada generación, desde Olmedo hasta José Martí, sean fervorosos apologistas del Libertador. Hoy por hoy usted es la cabeza más erguida de América y la voz que se oye más.29
Pocos meses después, Rodó le envió a Blanco Fombona su prólogo. En la tarjeta de noviembre de 1911 se lee: “Querido amigo: Ahí va, por fin, mi introducción para el epistolario de Bolívar”.30 Por supuesto, al recibir el trabajo de Rodó la satisfacción de Blanco Fombona debe haber sido notable: para él, quien ideó este proyecto, Bolívar representó “the linchpin in the process of modernization, the figure who helped to bring capitalism, republicanism, and liberal nationalism to Latin America” (Conn 2020, 160).
Según Emir Rodríguez Monegal, en el prólogo dedicado a Bolívar el ensayista uruguayo logró expresar “la plenitud de su mejor estilo oratorio” (1967, 501). Rodó “cumple con una vieja devoción. Más que un ensayo es un retrato: un retrato vivo y elocuente, un magnífico retrato épico. Bolívar aparece en su dimensión sobrehumana. En la visión de Rodó, Bolívar es el Héroe total” (501). De hecho, el tempestuoso heroísmo del Libertador era, para Rodó, representativo de la energía revolucionaria, de ese quid original americano que nunca se dio en otros próceres de la Independencia (Rodó 1912, 5-17).
También Blanco Fombona expresó un juicio encomiástico sobre este estudio. Lo hizo en la carta que le envió al uruguayo el 12 de febrero de 1912:
Desde hace mucho tiempo he debido avisarle recibo de su última carta y del estudio que hizo de Bolívar. Por medio de Barbagelata le hice saber que ambas cosas estaban en mi poder y la impresión que el estudio me produjo.
Usted ha erigido a la memoria del Libertador un monumento de oro y mármol, digno del magno artista que lo levanta y del gran héroe a quien se consagra. […] Dígame si usted me autoriza para que, junto con Ariel y otro estudio que usted me indique, –mejor si nuevo– forme yo un volumen en París –cuyo título le pido– si concede el permiso de la edición, y que yo, quizás, prologue. Iría en una colección de Grandes autores americanos, que se inicia con Montalvo, y publicará Garnier. […]
Las Cartas de Bolívar se darán a luz pronto, en tres o cuatro volúmenes. Al frente del primero irá el estudio de usted.31
De esta carta debemos evidenciar dos aspectos. Por un lado, se destaca la referencia a Hugo Barbagelata, quien fue discípulo y amigo de Rodó y a quien Blanco Fombona frecuentó asiduamente en París.32 Por el otro, en esta epístola, el venezolano relató por primera vez el proyecto de publicar en la colección Biblioteca de Grandes Autores Americanos, de la casa editorial Garnier, un volumen que recogiese algunos de los ensayos más importantes de Rodó.
Durante 1912 Blanco Fombona envió a Montevideo otras dos cartas. La primera, escrita en Ámsterdam, lleva la fecha del 8 de agosto:
A estas horas debe de haber salido en París el último número de “La Revista de América”. En ese número, según se anunció en el anterior, va el estudio de usted sobre Bolívar. Yo me he permitido darlo a esta publicación, en nombre de usted y mío […]. Personalmente corregí las pruebas, como usted me lo exigió; creo que no se desligaron errores. […]
De más importancia fue, quizás, otra libertad que me tomé: la de completar su pensamiento con una ilustración o noticia que venía como de perilla. Esto no lo sabemos sino usted, a quien ahora lo digo, y yo; pero si usted no encuentra de su agrado esos tres toques de pluma, o los juzga una irreverencia, o los desautoriza, dígamelo usted para corregirlos en el volumen, o para poner una nota aclaratoria, como usted prefiera. Detendré, pues, en consecuencia la tirada de las Cartas hasta recibir la contestación de usted. […]
Créame siempre su admirador entusiasta y sincero amigo, R. Blanco-Fombona
P. D. Leyó usted la obra de García Calderón? Qué tal? – Darío ha ido a buscar por allá la reputación que perdió aquí .33
Como bien relata Blanco Fombona, el artículo “Bolívar” apareció entre junio y agosto de 1912 en la Revista de América (Rodó 1967, 1517). Esta publicación mensual, cuya redacción representó un lugar importante para la sociabilidad de los intelectuales latinoamericanos residentes en París (Merbilhaá 2015, 261), fue dirigida entre junio de 1912 y septiembre de 1914 por Francisco García Calderón, quien “convocó para el comité de redacción a su hermano Ventura y a Hugo Barbagelata” (263).
En la epístola del 8 de agosto de 1912, además de las correcciones del prólogo a las Cartas de Bolívar para las que Blanco Fombona le pidió autorización a Rodó, otro elemento sugerente es representado por la post data. Aquí el remitente se refería, antes que nada, al libro Les démocraties latines de l’Amérique, que Francisco García Calderón publicó ese mismo año con la editorial Flammarion. No debe sorprender que Blanco Fombona le preguntase a Rodó si había leído esta obra, porque el mismo escritor peruano, amén de trabajar con Barbagelata en la redacción de la Revista de América, mantuvo con el autor de Ariel una relación epistolar intensa; sin duda, las ideas de Rodó representaron un tema de conversación recurrentes para estos hispanoamericanos que se frecuentaban en París. En su diario, el mismo Blanco Fombona, al contar su primer encuentro con García Calderón, escribió que el peruano era “de la misma familia intelectual y moral de José Enrique Rodó: como Rodó, hombre de sólida preparación cultural; como Rodó, hombre de gran conciencia y rectitud moral; como Rodó, escritor de enjundia y pulquérrimo” (1991, 240).
En la postdata el venezolano comentó también que Rubén Darío había dejado París para irse “a buscar por allá la reputación que perdió aquí.34 De facto, a mediados de 1912 el autor de Prosas profanas viajó a España y América para hacer propaganda a las revistas Mundial Magazine y Elegancias, cuya dirección le habían propuesto los empresarios Armando y Alfredo Guido. El tono polémico de la frase contenida en la postdata fue, casi seguramente, ocasionado por la desavenencia que se produjo entre Blanco Fombona y Darío, en razón de un episodio en el cual, según el venezolano, Darío defendió “a sus patronos adinerados y no a un amigo pobre” (1991, 261).
Sin esperar la respuesta de Rodó, Blanco Fombona volvió a escribirle el 3 de septiembre de 1912, para comentarle “una cosa urgente”:35
Una casa editora me ha encargado de recojer [sic] juicios de escritores peninsulares sobre escritores americanos, para hacer un volumen de propaganda fraternal entre los hombres de pensamiento de uno y otro mundo. Usted, por de contado, tiene que ir a la cabeza. […] Me dirijo, pues, a usted para suplicarle me envíe, a vuelta de correo, si lo tiene a bien, los artículos de Clarín y de Valera y algún otro sobre usted. […]
En espera de cuatro líneas de usted, sobre la consulta de mi anterior, para sacar ¡por fin! el primer volumen de Cartas bolivianas [sic], y en contestación de ésta, quedo de usted, como siempre, su admirador y amigo.36
Ni siquiera un mes después, con una caligrafía a menudo poco comprensible, Rodó contestó a Blanco Fombona:
Querido amigo: Mi demora en escribirle no significa ni olvido ni incuria, sino deseo de hacerlo largamente y en aptitud de poder contestar a lo que Ud. me decía en una de sus cartas, sobre la publicación de un tomo mío en la biblioteca americana de que Ud. me hablaba. Sobre esto he cambiado ideas con el editor de “Proteo” y del próximo “Mirador de Próspero”, obras de que yo quisiera incluir fragmentos, y creo que obtendré la conformidad necesaria. Excuso agregar que el hecho de que Ud. prologase el tomo me halagaría y honraría. Cuando haga algo definitivo, yo se lo avisaré.
Recibí con íntima satisfacción el eco de sus impresiones sobre mi estudio del Libertador. […] En cuanto a los datos corregidos, los acepto del mejor grado, puesto que va en ello la verdad.
Hace pocos días recibí de Caracas un telegrama de felicitación, al parecer colectiva, sobre el mismo trabajo, que conocerán allí por la revista de García Calderón. […] Me alegré infinito cuando vi que Ud. le había adelantado el estudio sobre Bolívar […].
De los juicios que allí me pide Ud. para incluir en el proyectado libro, le envío en paquete certificado el de Posada y uno, muy sentido y brillante, de Cristóbal de Castro. El de “Clarín” es ya muy conocido, por haber servido de prólogo a una de las ediciones de “Ariel”.37
Con la presente Rodó contestó a las solicitudes que Blanco Fombona le había hecho en sus cartas anteriores. Se alegró porque el venezolano había entregado a la Revista de América su estudio sobre Bolívar y se mostró interesado en la publicación de un volumen suyo en la colección Biblioteca de Grandes Autores Americanos. Además, le autorizó las correcciones del prólogo a las Cartas de Bolívar; finalmente, le confirmó el envío de algunos juicios sobre él, escritos por críticos españoles, que Blanco Fombona le había pedido.
Sobre este último dato relativo al encargo que Blanco Fombona recibió “de recojer [sic] juicios de escritores peninsulares sobre escritores americanos”,38 hay que aclarar un error que aparece en muchos de los estudios sobre el venezolano. Sin duda, el libro al cual se refiere Blanco Fombona es Autores americanos juzgados por españoles (París: Editorial Hispano-Americana). En un interesante y riguroso estudio de 2019, Merbilhaá afirma que esta empresa fue fundada en 1911 (10). Con base en este artículo, así como en la fecha de envío de la carta del venezolano, resultaría pues equivocado el 1902 como año de publicación de la compilación realizada por Blanco Fombona, como indican, por ejemplo, Segnini (2000, 31), Rivas Dugarte (1979, 20 y 54) y Castellanos (1975, 68). Por lo contrario, es lícito suponer que Autores americanos juzgados por españoles se publicó en 1912 o 1913.
De todas formas, Blanco Fombona nunca volvió a ocuparse del tema en sus cartas. Por razones que no le confesó a Rodó, esta compilación se publicó sin que apareciera en ella ningún estudio sobre el uruguayo (Blanco Fombona s/f, 379).
En 1913, mientras Rodó publicaba en Montevideo El mirador de Próspero, Blanco Fombona vivía exiliado en París. En Venezuela, la “tiranía de la Bestia gomezolana” había “progresado: ahora despoja, arruina, vilipendia, tortura y asesina por placer” (Blanco Fombona 1991, 287).39 El 17 de enero, Blanco Fombona contestó a la carta de Rodó. Le deseó “un Año nuevo de muchas prosperidades”40 y le contó también sus proyectos:
Desde que me anunció usted que tenía escrito un estudio sobre Montalvo estoy arrepentido de haber puesto mi pluma pecadora en las páginas que consagré a ese maestro. Lo hice por espíritu de reparación ya que estaba, o yo lo creía, olvidado.41 […]
Sé […] que existe en Montevideo, actualmente, una junta encargada por la municipalidad, de cambiar el nombre a las calles de esa gran capital del Sur. Como esta junta, según entiendo, no es completamente oficial […] me atrevo a insinuarle, si ya antes no se le ha ocurrido a usted, el que influya con esa junta para que se dé a una calle de Montevideo el nombre de Bolívar.42
En su carta sucesiva (18 de marzo de 1913) Blanco Fombona volvió a escribirle a Rodó sobre su idea de dar a una de las calles de Montevideo el nombre del Libertador.43 Además, le comentó que enviaba dos libros recién publicados en la colección Biblioteca de Grandes Autores Americanos: los Siete tratados, de Juan Montalvo, y Grandes y pequeños hombres del Plata, de Juan Bautista Alberdi.44
Ya creo que le hablé de tal “Biblioteca” y creo que le dije cuál era mi propósito. Publicando esas y otras obras, […] trato de que América se reconozca en ellas, a fin de que se forme o afirme la conciencia continental.
La mayor parte no se ocupa sino de su país nativo, de su patria chica, y hace bien; yo tengo la chifladura, no diré más grande, sino más difundida. Tal vez esta chifladura es sólo nueva forma del culto a Bolívar, ya que Bolívar fue, en tal sentido, chiflado incorregible.45
Lo que queda evidente, a través de la lectura de estas dos últimas cartas (del 17 de enero y 18 de marzo de 1913), es que Blanco Fombona tenía una fe inquebrantable en los ideales bolivarianos y arielistas. Para el venezolano era “indispensable recordar a los antecesores, para no romper la solidaridad con las anteriores generaciones literarias y crear la conciencia literaria americana, o probar que existe”.46
Además de estos ideales, Blanco Fombona compartía con otros escritores hispanoamericanos residentes en París la “necesidad de profesionalización” (Colombi 2008, 547). La capital francesa representaba no solo “‘la patria espiritual’ y “arbiter del gusto, del pensamiento y de la moda”, sino, “sobre todo, el más importante mercado de bienes simbólicos de ese momento” (545). Fue, pues, desde su privilegiado espacio de enunciación epistolar que Blanco Fombona proporcionó a Rodó toda una serie de posibilidades intelectuales y profesionales, como el envío de las novedades editoriales parisienses o la oportunidad de colaborar en revistas y de publicar sus ensayos en Europa.
Aunque el original no se conserva en el Archivo Literario, sabemos que Rodó envió una epístola a Blanco Fombona entre abril y junio de 1913. De eso nos informa el mismo intelectual venezolano en su carta del 10 de julio de ese año:
Correspondo aunque con retardo, a su última carta. Esta carta de usted es una de las más gratas que he recibido de mucho tiempo a esta parte, primero, por ser de un hombre ilustre a quien quiero y admiro, y luego porque en ella me anuncia usted como definitiva la resolución de que la principal calle de Montevideo, después de la que llevará el nombre de Artigas, llevará el nombre de Bolívar. […]
Entretanto para manifestar de algún modo mi gratitud y afecto he hecho un pequeño estudio del más grande, a mi juicio, de los poetas uruguayos, de Herrera y Reissig. […] En fin, le mando el ensayito por si usted cree que puede ser agradable a los uruguayos el conocerlo.47
Adiós, querido Rodó. No olvide a su afmo. amigo, R. Blanco-Fombona.
P. S. Usted se preguntará qué es de las Cartas de Bolívar y del prólogo que usted hizo. Me ha hecho el peor editor de París, Michaud, una edición miserable. Estamos en pleito.48
El 25 de diciembre de ese año Blanco Fombona le envió a Rodó una tarjeta en la que le comentó que se estaba empastando para él “un ejemplar de lujo de las Cartas de Bolívar”.49 Además, en adjunto a la tarjeta le enviaba una carta de su hermano:
Acabo de recibir de mi hermano Horacio –el menor de nosotros, que somos siete– joven de veintiuno o veintidós años, la carta que le adjunto. En ella se habla con calor y con justicia de usted. […] Si no es por ella, además, quizás no hubiera sabido nunca lo que ha hecho con usted la Asociación de Estudiantes de Venezuela. Tampoco sabría lo que ha hecho el señor Gil Fortoul.50 – Vea cómo ningún esfuerzo se pierde. Su página sobre Bolívar le ha conquistado el corazón de la mitad de América, desde Lima hasta México.51
También Horacio Blanco Fombona resolvió tomar el camino del exilio por oposición al gobierno de Vicente Gómez. Después de un período en Cuba, en 1915 llegó a Santo Domingo, donde fundó la revista semanal Letras (febrero de 1917). A finales de 1920 fue expulsado de República Dominicana por las autoridades estadunidenses que ocupaban militarmente la isla y se dirigió a México; además de publicar aquí uno de sus libros más representativos, Crímenes del imperialismo norteamericano (1927), colaboró con El Universal, El Globo y Excélsior; también fue profesor de historia y literatura latinoamericanas en la Escuela de Altos Estudios.
La carta que Horacio le escribió desde Caracas a Rufino, y que este envió a Rodó, lleva la fecha del 8 de diciembre de 1913. Después de comentar el silencio de la prensa venezolana frente a los éxitos de su hermano en el extranjero, el menor de los Blanco Fombona describió el episodio relativo a Rodó y la Asociación de Estudiantes de la que era miembro:
Nombramos a Rodó Presidente Honorario de nuestra Asociación; esto hizo montar en cólera a Gil Fortoul, encargado de la presidencia de la república, y protestar en telegrama anónimo, expresando razones de mala ley, menos una que sí podía ser honrada; esta razón es la siguiente: que Rodó no era venezolano. Nos impidieron defendernos por la prensa, y yo, a pesar de que la opinión contraria la sostenga un Gil Fortoul, creo que tenemos la razón. Rodó es una personalidad continental indiscutible; Rodó representa, como ya tú lo has dicho, entre los escritores del Sur, la noble tendencia americanista.52
Rodó no quedó insensible frente a esta prueba de admiración por parte de la juventud venezolana. En su colección personal se conserva un borrador dirigido a Horacio Blanco Fombona, con la fecha del 20 de noviembre de 1914:
Mi distinguido amigo: Recibo sus afectuosas palabras y las agradezco cordialmente. Siempre recordaré la prueba de afecto y consideración que debo a esa noble juventud a que Ud. pertenece. Ningún testimonio más grato para mí, que tengo la pasión de la patria americana y fe profunda en el porvenir que Uds. personifican. Mi pluma, mi palabra, mi espíritu, estarán siempre con Uds.53
Antes de escribir este borrador a Horacio, Rodó recibió una tarjeta de Rufino (1º de abril de 1914). En el frente de esta aparece una litografía del Libertador, mientras que en el verso se lee: “Querido Rodó. Desearía saber si recibió usted un ejemplar especial de las Cartas de Bolívar, para hacer aquí la reclamación si no le hubiese llegado”.54
El 27 de julio de 1914, el día antes de que Austria-Hungría declarase la guerra a Serbia, Rufino Blanco Fombona anotó en su diario: “París mira venir la catástrofe. No la esperaba y se sorprende. Ayer y hoy los quioscos de periódicos han sido tomados por asalto. Hombres, mujeres, niños, todo el mundo va por la calle leyendo las noticias” (1991, 297). A mediados de agosto dejó la capital francesa para mudarse a Madrid. Durante el viaje, desde San Sebastián, le envió a Rodó una carta muy agitada:
Usted me anunciaba en su carta que Garnier, o un empleado de éste, le había escrito participándole la publicación de un próximo libro de usted, ya anunciado, con el título de Cinco Ensayos. Cuando recibí su carta corrí a la casa de Garnier y me hice mostrar tanto la carta que le escribieron como la contestación de usted. La carta que le escribieron a usted es una infamia contra mí; al conocerla estallé en cólera, y puse de oro y azul al miserable que le había escrito a usted, diciéndole que yo había propuesto, a nombre de usted, una obra de usted. […] Yo tengo un contrato con la Casa Garnier para publicar una colección de Grandes Autores Americanos, donde yo incluyo con entera, absoluta libertad a los autores que escojo, sin consulta ni proposición, y que la Casa, por contrato, está obligada a aceptar. […] En esa colección, […] creí y creo que debe figurar el ilustre nombre de usted.
Con ese objeto escribí a usted, desde hace dos años y tal vez más, pidiéndole autorización para espigar en su campo y formar un volumen homogéneo. Usted me contestó –recuérdelo– que preparaba el Mirador de Próspero […]. Salió a luz el Mirador de Próspero, y yo pensé de nuevo en usted. Creí que podía formarse un volumen de cinco ensayos con los siguientes trabajos, ya publicados, y algunos publicados varias veces: 1º. el estudio sobre Darío; 2º. Ariel; 3º. el estudio sobre Bolívar; 4º. Montalvo; 5º. el folleto sobre liberalismo y jacobinismo o algo, en su lugar, que usted hubiese indicado.
Yo presenté esas recopilaciones a la Casa Garnier, –repito– sin consulta ni proposición y la Casa lo anunció. […]
He insistido en el nombre de usted porque ninguno más que el de usted justifica el título de la colección; y porque yo creo hacerle un bien a la América del Sur contribuyendo a que se difundan los escritos del maestro de Ariel. […]
Yo soy hombre de ideales: los intereses materiales los he visto siempre con el más sincero y altísimo desprecio: me mueven pasiones, ideales, lo que usted quiera; pero jamás sentimientos ruines ni subalternos. […]
Para que usted no dude ni un punto de cuanto aquí le expongo lo autorizo para enviar copia de esta carta a la Casa Garnier, si a bien lo tiene; y desde ahora le anuncio que, apenas termine la guerra y entre yo en Francia, escribiré una carta al señor Delgado repitiéndole por escrito lo que ya le dije de viva voz: que yo no he propuesto a nadie, en nombre de usted, obra alguna; que él, al escribírselo, miente villanamente con propósito infame. […]
En cuanto a los Cinco Ensayos, descanse usted tranquilo. No se publicarán si usted no desea que se publiquen y lo autoriza bien explícitamente.55
Con esta carta Blanco Fombona contestaba a una precedente epístola de Rodó, de la cual no se tiene registro. Este le había escrito acerca de la próxima publicación de un volumen suyo que la casa Garnier le había anunciado. En su acalorada respuesta, Blanco Fombona le explicó a Rodó los términos de su contrato con la editorial francesa; además, precisó que él no había propuesto a nadie ese volumen. Para mostrar su rectitud, se refirió a la epístola (12 de febrero de 1912) en la que pidió a Rodó si autorizaba la edición de ese libro, así como a la respuesta afirmativa que el uruguayo le había dado (6 de octubre de 1912). Al recibir esta carta, Rodó le contestó de inmediato:
Querido amigo: Me apresuro a contestar su carta, para alejar de su espíritu toda duda sobre las mías anteriores. La que le envié a Garnier fue motivada, exclusivamente, por la inseguridad en que éste me dejaba […] sobre cuál sería el libro a publicarse y sobre la intervención dirigente de Ud. […].
Si yo hubiera tenido la seguridad (y no la presunción solamente) de que se trataba de una colección de viejas cosas mías, seleccionada y dirigida por Ud. –según la idea que Ud. me había manifestado hace tanto tiempo– nada, absolutamente nada, habría tenido que decir. Por lo contrario: me habría felicitado de ello, como me felicito ahora, considerándome muy honrado por la inclusión en esa Biblioteca […].
Por eso me dirigí, también, a Ud., a fin de adquirir noticias fidedignas al respecto […]. Además, temía que hubiesen sido extractados, para la colección, los Motivos de Proteo, porque acerca de esta obra tengo compromisos y planes determinados. […]
En cuanto a lo demás de su carta, permítame Ud. que lo reconvenga por haber llegado a imaginar, siquiera por un momento, que yo podría necesitar aclaraciones de ese orden. Tengo noción exacta y precisa del carácter de Ud. Si hay nombres americanos contemporáneos que signifiquen para mí altivez y desinterés, uno de esos nombres es el de Rufino Blanco Fombona.56
Además de confirmar su estima por la honestidad intelectual del amigo, Rodó ratificó cuánto había ya escrito en la carta del 6 de octubre de 1912: confiaba por completo en la intervención activa de Blanco Fombona.
Recién llegado a Madrid, Blanco Fombona publicó el libro Simón Bolívar, Libertador de la América del Sur, por los más grandes escritores americanos (1914). El año siguiente fundó la Editorial-América: una empresa privada “de corte humanístico, no asociada a ningún establecimiento tipográfico”, que publicó, hasta 1933, un total de poco más de cuatrocientos títulos (Segnini 2000, 57 y 128). Como le comentó a Rodó, fue en la Editorial-América que salieron los Cinco ensayos:
Hace dos o tres días he puesto en el correo, dirigidos a usted, varios ejemplares de los famosos –y tan de tiempo atrás anunciados– Cinco ensayos. Por fin han visto la luz madrileña, ya que esta guerra tremenda no quiso que fuese la parisiense.
Aquí, en este medio de literatos matritenses, ha caído su libro como un rayo de sol sobre un estercolero. […] Con todo, usted goza de reputación que cada lector le ha hecho y sigue haciéndole cuando es inteligente y capaz de emocionarse con las obras maestras del espíritu.
Pedí a nuestro amigo Hugo Barbagelata que hiciera, para servir de prólogo a los Cinco Ensayos, una pintura exacta y minuciosa del Rodó de carne y hueso, del Rodó de todos los días, del ciudadano, del señor Rodó. […]
Lo que nuestro amigo Barbagelata ha escrito […] se ha puesto al frente de los Cinco Ensayos.57
Los Cinco ensayos se publicaron en 1915, con el prólogo “Rodó (Silueta que podrá servir para un retrato futuro)”, de Barbagelata. Aparecieron en Madrid, como cuarto volumen de la colección Biblioteca Andrés Bello, de la Editorial-América. La versión final respetó el índice que Blanco Fombona le comunicó a Rodó en su epístola de agosto de 1914: “Montalvo”, “Ariel”, “Bolívar”, “Rubén Darío” y “Liberalismo y jacobinismo”.58
La respuesta de Rodó a la carta de Blanco Fombona llegó el 27 de febrero de 1916. Se trata del último borrador que se atesora en su colección personal:
Mi querido amigo: Abro una tregua en días de absorbente agitación política para tratar de vencer en parte el enorme retraso de mi correspondencia, y encuentro que debo contestación a varios envíos y cartas de Ud.
De todo ello le acuso recibo, siquiera sea en esta forma, mientras vuelve a mi espíritu un poco de quietud; y a través de la distancia, le envío un afectuoso apretón de manos y todos mis mejores votos, repitiéndome su verdadero amigo.
José Enrique Rodó
P. D. Sigo con interés y simpatía el desenvolvimiento de su “Biblioteca”.59
Pocos meses después de escribir esta respuesta, Rodó aceptó el encargo de corresponsalía en Europa que le ofreció el semanario bonaerense Caras y Caretas; finalmente, podía realizar ese viaje tan anhelado y conocer el mundo cultural en el cual había cultivado sus aficiones literarias. El 14 de julio de 1916 dejó Montevideo para desembarcar en Lisboa el 1º. de agosto. Entre otras ciudades, visitó Madrid, Barcelona, Marsella, Génova, Florencia, Milán, Roma y Sorrento, antes de concluir su viaje, trágicamente, en Palermo. Con base en su Diario de viaje (2017, 165-68), durante su breve estancia en Madrid (del 6 al 8 de agosto) Rodó no alcanzó a conocer a Blanco Fombona, limitándose a enviarle una tarjeta.
Aunque su salud fue empeorando, en sus nueve meses europeos Rodó cumplió con sus obligaciones: a cambio de un sueldo mensual de 250 pesos uruguayos oro, entregó a Caras y Caretas, y a su suplemento Plus Ultra, un total de veintitrés crónicas. Estas impresiones fueron solo parcialmente recopiladas por Vicente Clavel en el volumen póstumo El camino de Paros (Meditaciones y andanzas).
El 12 de mayo de 1917, el número 971 de Caras y Caretas rindió homenaje a Rodó, quien había fallecido en Sicilia el 1º. de ese mes. En las dos páginas dedicadas a tan sorpresivo y trágico acontecimiento, además de la nota de duelo y varias fotografías, aparece también la reproducción de la cláusula 4 del contrato firmado por Rodó. Aquí se lee: “Mientras colabora en esas condiciones en Caras y Caretas, no aceptará colaboración en ninguna otra revista, periódico ni diario del Río de la Plata”.60
Aun así, más de la mitad de los veintitrés artículos que Rodó envió a Buenos Aires se publicaron también en Santo Domingo. Trece fueron las crónicas que aparecieron en Letras. Revista Literaria Ilustrada, el semanario que, como ya se comentó, había fundado Horacio Blanco Fombona. La revista tuvo un total de ciento ochenta entregas, hasta diciembre de 1920. Las crónicas de Rodó se publicaron desde el número 6 (11 de marzo de 1917) hasta el 34 (30 de septiembre del mismo año) con un orden distinto a como aparecieron en Caras y Caretas o en Plus Ultra, pero en la mayoría de los casos con solo sesenta o setenta días de retraso.61
Averiguar con precisión la presencia de las crónicas rodonianas en Letras y acertar cómo estas notas llegaron a Horacio Blanco Fombona es una tarea que queda abierta para una investigación venidera. Lo que podemos suponer es que Rodó durante su viaje europeo debió enviárselas a Rufino Blanco Fombona y que este las remitió a su hermano en Santo Domingo. Finalmente, como señala Isabel de León, la revista Letras representó “un medio de difusión en el Caribe de las novedades bibliográficas de la Editorial América”, porque “asumió la tarea de dar a conocer las letras hispanoamericanas en el Caribe […] y dar consistencia al hispanoamericanismo, el antiimperialismo y el bolivarianismo que el propio Rufino Blanco Fombona defendió a lo largo de su trayectoria intelectual y editorial” (2019, 189-190).
Si es verdad que la investigación archivística, como el Proteo de Rodó, es un proceso de estudio abierto sobre una perspectiva no definitiva, porque “siempre podrá seguir desenvolviéndose, ‘viviendo’” (Rodó 1967, 309), lo que se ha intentado mostrar en este artículo es cómo a través de su correspondencia Blanco Fombona y Rodó religaron sus respectivos proyectos, sus textos, su trabajo editorial, su vocación latinoamericanista, su camino hacia la profesionalización. Entendidas como vectores que trasmiten y conservan ese preciso contrato epistolar que los interlocutores establecieron entre sí, las cartas muestran una notable incidencia en la génesis y el cumplimiento del oficio intelectual, a pesar de la distancia.
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Fecha de recepción: 08.11.2021
Versión reelaborada 01.02.2022
Fecha de aceptación: 14.03.2022
1 Rodríguez Monegal recogió en la segunda edición de las Obras completas de Rodó (1967, 1354-1357) los dos borradores que el uruguayo escribió con la fecha del 7 de noviembre de 1897 y del 27 de febrero de 1916, así como la epístola de Blanco Fombona del 20 de junio de 1899. Por su parte, Castro Morales (2013, 182) publicó una parte de la carta de Rufino Blanco Fombona del 8 de septiembre de 1897.
2 Para profundizar cómo Blanco Fombona y Rodó se sitúan en el contexto hispanoamericano novecentista, se señalan, como punto de partida, los siguientes textos: Colombi (2008), Sánchez (1968) y Ugarte (1943).
3 A menudo las mismas cartas de Blanco Fombona demuestran que los borradores de Rodó se concretaron en epístolas enviadas y recibidas por el venezolano. Con respecto a la investigación archivística (Biblioteca Nacional de Uruguay, junio de 2019), agradezco a Virginia Friedman por su auxilio fundamental.
4 La entrega inaugural de esta publicación quincenal, que dirigían Víctor Pérez Petit, Rodó y los hermanos Carlos y Daniel Martínez Vigil, apareció en Montevideo el 5 de marzo de 1895. En sesenta números (el último salió el 25 de noviembre de 1897) la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales publicó artículos inéditos de Rubén Darío, Manuel Ugarte, Leopoldo Lugones, entre otros.
5 Biblioteca Nacional de Uruguay (Montevideo), Archivo Literario. Colección José Enrique Rodó, Cuaderno D. En adelante, se indicará la colección como BNU-CR, además de la fecha de redacción y el número de signatura del folio. Este último dato falta en los primeros tres borradores que Rodó escribió en cuadernos; solo en estos casos, en lugar del número de signatura se indicará la letra que identifica el cuaderno. En este artículo se presentará la transcripción literal de los documentos, sin considerar las numerosas correcciones y tachaduras que Rodó realizó.
6 BNU-CR, Cuaderno E. Respecto a las abreviaturas de ciertas expresiones de cortesía y despedida características de la escritura epistolar de esa época, se transcribirá la fórmula indicada en el original.
7 BNU-CR, 5 de julio de 1897, Cuaderno E.
8 BNU-CR, 25012v-25013-25013v.
9 BNU-CR, Cuaderno E.
10 BNU-CR, 7 de noviembre de 1897, Cuaderno E.
11 BNU-CR, 7 de noviembre de 1897, Cuaderno E.
12 Es posible consultar los dos textos en Blanco Fombona 1981 (153-194; 435-448).
13 Para conocer más en detalle la trascendencia axiológica y estética del arielismo sobre todo en comparación con el latinoamericanismo de Ugarte y Blanco Fombona –más vinculado con los factores económicos y los temas imperialistas–, véanse también Maíz 2003 (235-237), Ette 1994 y Sánchez 1968 (88-154).
14 La entrega inaugural de esta serie de opúsculos apareció en 1897; contenía los dos artículos “El que vendrá” y “La novela nueva” que ya se habían publicado en la RNLCS: en el nº 30 (25 de junio de 1896) y nº 42 (25 de diciembre de 1896), respectivamente.
15 BNU-CR, Cuaderno E. El Cojo Ilustrado fue una revista cultural quincenal que se publicó en Caracas entre 1892 y 1915. A diferencia de lo que escribió Rodó en su borrador, su director “será siempre Manuel Revenga”, mientras que Herrera Irigoyen fue su fundador y copropietario (Zanetti 2005/2006, 135).
16 BNU-CR, 25392-25392v-25393-25393v.
17 “La vida nueva”. El Cojo Ilustrado 6, nº 144 (15 de diciembre de 1897), p. 947.
18 Después de la victoria de Ignacio Andrade en las elecciones de septiembre de 1897, un suceso violento marcó la oposición de Blanco Fombona a la política del nuevo presidente de Venezuela: por un duelo que sostuvo con Luis Ponce, coronel y edecán de Andrade, fue detenido en la cárcel. Conseguida la libertad, decidió tomar el camino del exilio y se fue a Nueva York y, luego, a Santo Domingo. De allí viajó a Boston como cónsul del gobierno quisqueyano. Fue solo con el triunfo de la Revolución Liberal Restauradora liderada por Cipriano Castro, que derrocó al gobierno de Andrade (octubre de 1899), cuando Blanco Fombona regresó a Caracas (Casal Nones 2017, 27-48).
19 Entre 1902 y 1914 Rodó fue diputado por Montevideo en tres distintas legislaturas (1902-1905; 1908-1911; 1911-1914). Para percibir cómo la actividad política montevideana afectó a Rodó, su correspondencia con Francisco Piquet representa una referencia imprescindible (Rodó 1967, 1270-1284).
20 BNU-CR, 25696v-25697-25697v-25698-25698v-25699v.
21 BNU-CR, 23354.
22 Con referencia a esta novela se señala el interesante trabajo de Nathalie Bouzaglo; en específico, véase el primer capítulo “Adulterios del fin de siglo” en el libro Ficción adulterada: pasiones ilícitas del entresiglo venezolano.
23 BNU-CR, 28277-28277v.
24 BNU-CR, 12 de agosto de 1909, 28277v-28278.
25 Blanco Fombona se refiere al discurso que Rodó pronunció (17 de septiembre de 1910) como representante de Uruguay en las celebraciones para el Centenario de la Independencia de Chile (Rodó 1967, 570-573).
26 BNU-CR, 29475-29476-29476v.
27 BNU-CR, 29475.
28 BNU-CR, 29619.
29 BNU-CR, 29619v-29620.
30 BNU-CR, 38380.
31 BNU-CR, 29890-29890v-29891.
32 Hugo Barbagelata pasó gran parte de su vida en París, donde estrechó vínculos con algunos de los más destacados intelectuales hispanoamericanos de la época. En 1921 publicó el Epistolario, de Rodó.
33 BNU-CR, 30173-30173v-30174-30174v.
34 BNU-CR, 8 de agosto de 1912, 30174v.
35 BNU-CR, 30198.
36 BNU-CR, 30198-30198v-30199-30199v.
37 BNU-CR, 6 de octubre de 1912, 38340-38340v.
38 BNU-CR, 3 de septiembre de 1912, 30198.
39 Un estudio imprescindible para entender la naturaleza pasional y el arte de la injuria que Blanco Fombona expresó, de forma ejemplar, en obras como los Diarios y Judas Capitolino (1912), es Rama 1975.
40 BNU-CR, 30419.
41 Sobre los distintos acercamientos críticos a Juan Montalvo que tuvieron los dos autores se señala el análisis de Robert T. Conn (2020, 362-365).
42 BNU-CR, 30419-30419v-30420-30420v.
43 BNU-CR, 30487v.
44 BNU-CR, 30487.
45 BNU-CR, 30487-30487v.
46 BNU-CR, 17 de enero de 1913, 30419v.
47 Este estudio sobre Herrera y Reissig se publicó en 1914 como prefacio de Los peregrinos de piedra, en la colección Biblioteca de Grandes Autores Americanos.
48 BNU-CR, 30629-30629v.
49 BNU-CR, 30844.
50 José Gil Fortoul fue una figura central del positivismo venezolano. Ocupó diferentes cargos durante el régimen de Vicente Gómez, llegando hasta a sustituirlo en la Presidencia (agosto de 1913-abril de 1914).
51 BNU-CR, 30844-30844v.
52 BNU-CR, 30845-30845v.
53 BNU-CR, 38322-38322v.
54 BNU-CR, 23454v.
55 BNU-CR, 31 de agosto de 1914, 31375-31375v-31376-31376v.
56 BNU-CR, 27 de septiembre de 1914, 38341-38341v-38342-38342v.
57 BNU-CR, 26 de septiembre de 1915, 31853-31853v.
58 La Biblioteca Andrés Bello fue la primera de las nueve colecciones de la Editorial-América. Después de los Cinco ensayos, en la misma colección aparecieron las obras Motivos de Proteo y El mirador de Próspero. Para mayores detalles, véase Segnini 2000 (133-147).
59 BNU-CR, 38279.
60 “†José Enrique Rodó el 3 del actual en Palermo, Italia”. Caras y Caretas. Revista Semanal Ilustrada 20, nº 971 (12 de mayo de 1917), 22-23.
61 Los datos sobre la presencia de las crónicas de Rodó en la revista Letras deben considerarse certeros, pero no exhaustivos. La versión digitalizada de este semanario que se puede consultar en el Archivo General de la Nación (AGN), en Santo Domingo, no es completa. Por esta razón, es posible que las crónicas rodonianas publicadas hayan sido más de las trece que aquí se indican: X. “Anécdotas de la guerra” (n° 6, 11 de marzo de 1917, s/p); XII. “Un documento humano” (n° 8, 25 de marzo de 1917, s/p); XIV. “Al concluir el año” (en Letras, esta crónica aparece con el título “La unidad italiana”; n° 15, 20 de mayo de 1917, s/p); XVI. “Ciudades con alma” (n° 17, 3 de junio de 1917, s/p); XV. “El Castillo de Sant’Angelo” (n° 18, 10 de junio de 1917, s/p); XVII. “Una impresión de Roma” (n° 20, 24 de junio de 1917, s/p); XIX. “Nápoles la española” (n° 21, 1 de julio de 1917, s/p); XXI. “Sorrento” (n° 25, 29 de julio de 1917, s/p); XX. “El altar de la muerte” (n° 26, 5 de agosto de 1917, s/p); XXII. “Capri” (n° 27, 12 de agosto de 1917, s/p); VIII. “Y bien, formas divinas… (Pensando en la Sala de La Niobe, de la Galería de los Oficios)” (n° 30, 2 de septiembre de 1917, s/p); XXIII. “¿Renunciará Benedicto XV al poder temporal?” (n° 31, 9 de septiembre de 1917, s/p); IV. “El nacionalismo catalán. Un interesante problema político” (n° 34, 30 de septiembre de 1917, s/p). Lamentablemente la versión digitalizada del AGN no muestra el número de las páginas de la revista. El número romano antes del título de la crónica no aparece en la edición dominicana; se ha indicado solo para facilitar la comparación con la tabla de los datos de publicación de las crónicas en Caras y Caretas y Plus Ultra que Gustavo San Román (2017, XXI-XXIX) incluye en su prólogo a los Escritos europeos, de Rodó.