DOI: 10.18441/ibam.22.2022.80.185-206
María Florencia Buret
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de La Plata, Argentina
florencia.buret@gmail.com ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-3964-0561
En la obra narrativa de Antonio Dal Masetto (1938-2015), advertimos que la literatura constituyó un medio fundamental para afrontar, transitar y procesar la experiencia migratoria1 vivida por el autor y su familia, pocos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Teniendo en cuenta que cada persona vive el “duelo migratorio” de una manera muy personal (González Calvo 2005, 78), en el presente trabajo, procuraremos analizar de qué modo Dal Masetto elaboró sus pérdidas con y desde la lectura y la escritura de textos literarios.
Considerando declaraciones que el autor formuló en distintas entrevistas y que diseñan el “espacio autobiográfico” (Lejeune 1991, 59) que legitima la interpretación de algunos pasajes de su obra literaria en clave autobiográfica,2 los objetivos particulares de este artículo se inscriben en las dos vertientes antes señaladas: por un lado, determinar de qué manera la lectura auxilió a Dal Masetto en el afrontamiento de algunas etapas del proceso migratorio y, por el otro, analizar cómo la escritura fue el medio para comenzar gradualmente a desarrollar una adaptación de tipo integral (Berry 2001). Para alcanzar este segundo objetivo, abordaremos comparativamente el disímil tratamiento narrativo que la memoria y los recuerdos recibieron en sus escritos. La metodología comparativa permitirá poner al descubierto las postas transitadas por el autor en el largo “camino de regreso” a su tierra natal.
“Tal vez estos recuerdos no signifiquen nada y
sean sólo el reflejo melancólico de alguien que
no se ha acostumbrado a las pérdidas y al desarraigo”.
(Dal Masetto 2009c, 54)
El interés por la relación entre los procesos migratorios y la psicopatología es de larga data: en 1688, el médico suizo Johannes Hofer, mezclando dos voces griegas (nóstos, ‘regreso’, y álgos, ‘dolor’), acuñó el término “nostalgia” para “describir la enfermedad de los soldados suizos obligados a vivir lejos de sus montañas” (Manguel 2004, 144). Más cercano a nosotros, los estudios sobre el impacto psicosocial de las migraciones, intensificados y sistematizados en las últimas décadas, dieron como resultado la aceptación internacional del concepto “síndrome de Ulises”. Esta figura, que apela al mito del regreso, fue propuesta por el psiquiatra español Joseba Achotegui, en 2002, con el propósito, no de psiquiatrizar a la población, sino de nombrar una realidad existente, trabajar a niveles preventivos y evitar así que los migrantes con estrés crónico y múltiple sean diagnosticados incorrectamente como sujetos que padecen depresión, psicosis y otros males mentales (Achotegui 2008, 24).
Con el término “duelo migratorio” se hace referencia al proceso de “reorganización interna” que todo inmigrante debe realizar para adaptarse socialmente al espacio de acogida. Este tipo de duelo –siguiendo a Achotegui (2008, 2009, 2012)– se caracteriza por presentar ciertos rasgos particulares, por ejemplo, el de ser una experiencia parcial, pues el objeto de la pérdida no desaparece y cabe la posibilidad de volver a establecer contacto. También es una vivencia recurrente, dado que continúa activa durante toda la vida del sujeto y, como los estilos de afrontamientos de pérdidas de los padres inciden también sobre las generaciones siguientes, este tipo de proceso, además, se transforma en una experiencia transgeneracional. La ambivalencia es otra de las características del duelo migratorio porque el inmigrante vive entre el país de acogida y el país de origen, con todo lo que ello implica, es decir, estar entre dos lenguas, dos culturas, dos tiempos, dos espacios, dos grupos sociales. Esta característica tiene su correlato en otro rasgo que es el de la multiplicidad de pérdidas pues quien migra debe elaborar siete duelos: 1°) el de la familia: el vínculo con familiares y amigos se ve modificado, la comunicación se interrumpe o se vuelve discontinua; 2°) el del idioma: la lengua materna tiende a entrar en desuso;3 3°) el de las formas de vida de la cultura de origen, que abarca comidas, indumentaria, horarios, formas de socialización y de cortesía, entre otras; 4°) el del paisaje de la tierra natal, ya que no se continúan apreciando los olores, colores, luminosidad, temperatura y otros rasgos propios de ese espacio; 5°) el del nivel social: el inmigrante pierde el estatus que ostentaba en el país de origen para ubicarse en los últimos escalafones sociales; 6°) el del grupo de pertenencia étnico con el cual el migrante se desvincula;4 y 7°) el de la sensación de seguridad que se pierde debido a los riesgos que el viaje acarrea en su conjunto: travesías peligrosas, riesgos de expulsión y discriminación, indefensión, etc.5 Por si esto fuera poco, en algunos casos, estas personas deben enfrentarse, además, también a otros estresores como la incertidumbre, la lucha por la supervivencia y la imposibilidad del regreso, generalmente, a causa de razones económicas (González Calvo 2005, 86).
Si bien, como señala Joseba Achotegui (2009), no es adecuado plantear la ecuación “migración = duelo migratorio”, porque esto supondría negar o dejar de lado los aspectos positivos que el cambio conlleva, sí es necesario reconocer que la migración es una “experiencia potencialmente traumática” (Grinberg y Grinberg 1984). Tanto en las migraciones como en los exilios,6 el proceso de cambio es tan masivo y profundo que la elaboración del duelo migratorio determina una reconfiguración identitaria con pérdida narcisista, en donde partes del yo se van con el objeto amado y perdido.7 Estos “cambios en la identidad” (Achotegui 2009, 163-64) se producen debido al esfuerzo psicológico de reorganización personal, que todo migrante debe realizar para adaptarse y no quedar excluido del nuevo sistema social (Passalacqua et al. 2013, 53).
J. W. Berry (2001) identifica cuatro tipos de adaptación de acuerdo al modo en que los inmigrantes reaccionan frente a su cultura de origen y a la nueva cultura. Según este esquema, este estudioso describe cuatro tipos de sujetos: aquellos que logran integrar la cultura de origen con la cultura del país de acogida; los que solo asimilan los aspectos dominantes de la nueva cultura, rechazando la propia; los que intensifican la identidad cultural propia, separándose de la del país al que han emigrado; y el último caso tipificado corresponde a los que se marginan completamente, alejándose de ambas culturas.
Por su parte, los psiquiatras García Campayo y Sanz Carrillo (2002, 188) señalan que la edad incide en el proceso de acomodación y, por esta razón, los miembros de la familia migrante suelen adaptarse a diferentes velocidades. Así, mientras los niños se amoldan rápidamente –por su facilidad para adquirir el idioma y la cultura del nuevo país, pudiendo incluso convertirse en hijos parentales–, las personas mayores son propensas a adaptarse mediante el proceso de separación; los adolescentes, en cambio, tienden a asimilarse, negando la cultura de origen, para parecerse más a su grupo etario en el país de acogida.
A lo largo de este artículo intentaremos demostrar que si bien Dal Masetto, transitó inicialmente un proceso de asimilación –debido a que migró a los 12 años–, luego, fundamentalmente en el último tercio de su vida, y por intermedio de la escritura literaria, intentó integrar la cultura porteña asimilada con la cultura italiana rescatada de la memoria familiar y personal. En este sentido, es significativa la respuesta que el autor ofrece cuando, en una entrevista televisiva, Cristina Mucci le pregunta por la razón de su demora en el abordaje literario explícito del proceso migratorio. Allí, tras reconocer que la temática era axial en su vida, señala que recién se había sentido con “derecho” a escribir sobre ella una vez finalizada esa suerte de “conquista territorial” que, para él, se ponía en marcha siempre que uno se mudaba “ya sea para irse de un continente a otro o cambiarse de barrio” (Dal Masetto en Revista N 2012). El autor verbaliza esta introspección del siguiente modo:
–Tardé treinta años en ganarme el espacio […] primero debía demostrar de que yo podía escribir sobre acá, sobre este lugar, sobre este país, sobre esta ciudad y ganarme… y dejar de ser un gringo y, luego…
–Recién ahí podías… [acota Mucci].
–Tenía derecho... [especifica el escritor]
(Dal Masetto en Mucci 2012).
En esta cita pareciera que el autor pone de manifiesto que su primer mecanismo adaptativo básico, posiblemente determinado por su edad en la experiencia migratoria, fue el de la asimilación. Considerando esta perspectiva, pasaremos a analizar, en el siguiente apartado, cómo la lectura de textos literarios específicos, con temáticas de vida similares a las que debió enfrentar el escritor durante el fin de su niñez y el comienzo de su adolescencia, le fueron funcionales tanto en los momentos de expectativa como en los de crisis.
Más allá de los actuales estudios citados sobre el impacto psicofísico de la migración, es necesario contemplar que, tradicionalmente, el proceso del duelo migratorio fue considerado como un “pasar normal” y, como tal, debía ser sufrido “solo y como se pudiera” (González Calvo 2005, 94). En este contexto de subestimación de las consecuencias psíquicas de la experiencia migratoria, la lectura literaria ha cumplido, en el caso específico de Antonio Dal Masetto, un papel compensatorio en el afrontamiento de sus duelos de migrante.8
El proyecto migratorio familiar se había iniciado mucho antes del 28 de junio de 1950, día del desembarco del autor en el puerto de Buenos Aires.9 Es posible que la idea original haya surgido de una serie de viajes transatlánticos realizados por su familia paterna y de los cuales Dal Masetto ha dejado “registro” en distintos pasajes de su producción literaria. En Siete de oro (1969),10 el narrador alude a los viajes que su abuelo hizo a América para levantar las cosechas, dato que se retoma en Oscuramente fuerte es la vida (1990) –la “novela biográfica” sobre su madre, María Rosa Cerutti–,11 donde el autor refiere que, como el abuelo había hecho algunos amigos en América, sus hijos “apenas estuvieron en edad” habían partido rumbo a la Argentina, “[p]ero ellos para quedarse”. Será Mario –el doble ficcional de Narciso Dal Masetto, el padre del autor– quien verbalice ese sueño a poco tiempo de conocer a quien sería su esposa: “Yo también pienso irme algún día” (Dal Masetto 2006, 131 y s.).
El primer paso en la concreción del proyecto migratorio familiar comenzó con la llegada de una carta, proveniente de América, dirigida al padre del escritor:
Un hermano de mi padre estaba en la Argentina desde antes de la guerra y le había ofrecido una participación en su carnicería (Dal Masetto 2009d, 11).12
[L]e ofrecía trabajar juntos, le pagaría el pasaje, le prometía grandes cosas. […] partiría solo, pero la separación duraría poco, no tardaría en reunir el dinero para que nos embarcáramos también nosotros, aquel era un gran país, nos gustaría, las posibilidades eran muchas y buenas (Dal Masetto 2006, 216).
En el capítulo final de la novela citada, Agata –nombre ficticio de la madre del escritor– problematiza la decisión de su esposo dejando en claro que ese viaje no respondía a una elección personal:
Hasta último momento, yo seguía formulándome preguntas que no encontraban respuestas. Teníamos lo que habíamos querido siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles [de guerra]. Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos dejarlas? (Dal Masetto 2006, 221).
Para el escritor, la instancia preparatoria del viaje (Sluzki 1979) –correspondiente a los dos años en que su familia nuclear se había desmembrado, tras la partida del padre en 1948 (Dal Masetto 2009d, 13)– fue una etapa de mucha “expectativa” porque “sabíamos que en algún momento íbamos a partir” (Dal Masetto en Revista Ñ 2012). Paralelamente a la venta de los muebles de la casa, llegaban cartas de Argentina que reactivaban esa expectación y la lógica ansiedad que el futuro traía consigo. En esas circunstancias, fue la literatura la que ayudó al niño Dal Masetto a compensar la deficiencia descriptiva de la correspondencia paterna13 y, también, a concebir la idea del viaje en términos de aventura, aminorando así el dolor por todo lo que dejaría en Intra, su pueblo natal.14
Tras el reencuentro familiar en el puerto de Buenos Aires –del que Dal Masetto recuerda el “abrazo torpe y sin palabras” de su padre (Dal Masetto 2009d, 13)–, comenzó para el autor el período “de ajuste” (Delgado Ríos 2018) donde la prioridad familiar es, según Sluzki, la supervivencia. La primera desilusión del escritor fue el contraste entre lo imaginado –“fantaseaba acerca de llanuras, caballos impetuosos, espuelas de plata y sombreros de ala ancha” (Dal Masetto 1984, 63)– y lo encontrado en el pueblo bonaerense de Salto: “nada de sombreros de ala ancha” (Dal Masetto 1984, 63). En una entrevista televisiva, se refirió a esta decepción afirmando que “el chico […] que había leído a Salgari y a algunos otros escritores de libros de aventura se encontraba frente a la posibilidad de cruzar el mar, enfrentarse con un universo absolutamente desconocido, fantasioso” pero que, “obviamente, no era el que encontró” (Dal Masetto en Mucci 2012). Desencantos y decepciones similares fueron vividos también por su madre. En el relato “América”, Dal Masetto recrea la voz materna para recordar cómo había sido el período de ajuste, cuáles fueron las pérdidas y cuáles los pocos hábitos conservados:
Cuando llegamos, no me gustó. Todas esas construcciones bajas, todo chato. Me agarró una tristeza que me puse a llorar. Después me fui acostumbrando, qué podía hacer. Y la casa, chiquita, con pisos de ladrillos [...] un terreno donde sembrábamos lechuga y esas cosas. El baño era un excusado, estaba al fondo, dentro del gallinero. De los primeros tiempos sólo me acuerdo de la tristeza. Tenía que hacer compras y no sabía hablar […] El papi se enojaba porque en casa hablábamos italiano (Dal Masetto 2009a, 41 s.).
En este fragmento referido a los padres, se describen dos reacciones disímiles: mientras la madre transitaba una etapa depresiva, el padre, impulsor del proyecto migratorio, buscaba que la familia se asimilara al nuevo país y, al mismo tiempo, promovía cambios para mejorar la calidad de vida de todos. Con referencia a este objetivo, el personaje de la madre relata cómo fue que vendió su casa natal y cuáles fueron las repercusiones de ese suceso:
Al final vendí mi casa de Italia. Tu padre insistió tanto en que la vendiera. Entonces nos mudamos a la calle Belgrano, cerca de la estación del ferrocarril. Teníamos dos dormitorios, un living, una cocina cómoda, el baño adentro, un terreno más grande. Pero no me gustaba ese barrio, nunca me gustó (Dal Masetto 2009a, 43).
Con respecto al dolor del padre a causa de la migración, Dal Masetto lo intuye y lo plasma en su obra literaria.15 Entre los padecimientos sufridos por ese “montañés callado y tímido” (Dal Masetto 2009d, 13), el escritor observa y literaturiza al menos dos. El primero, vinculado al duelo por la pérdida del estatus social, se debió al hecho de tener que trabajar en la carnicería de su hermano: “Se sentía obligado con su hermano mayor […] Estoy seguro que esa dependencia lo amargaba […] [porque] [t]ambién en el reducido territorio de aquel negocio éramos extranjeros y había que ganarse el espacio y soportar las humillaciones cuando llegaban” (Dal Masetto 2009d, 14). Si bien, con los años, logró la independencia y el establecimiento de su propio comercio, “[n]o le iba bien. Mi padre no era el mismo de antes. América lo había golpeado” (Dal Masetto 2009d, 14). El cotexto de esta contundente frase lo apreciamos en el siguiente fragmento que hace referencia al segundo gran sufrimiento padecido por el progenitor del autor:
Una noche, cinco años después de la llegada al pueblo, emprendí otro viaje. Partí a descubrir la ciudad. A esta altura mi padre se había separado de mi tío y había instalado su propia carnicería. […] Yo no estaba con él en el negocio nuevo. En los últimos tiempos había trabajado de cadete en una farmacia. Me fui sin que lo supiera […] Ignoro cuánto pudo dolerle aquella huida (Dal Masetto 2009d, 14).
Esta “nueva inmigración” –tal como ha calificado el escritor a su propia partida del hogar (Dal Masetto en Revista N 2012)– seguramente había hecho mella en el ánimo de su padre porque tal vez Narciso, al igual que Mario –su doble ficcional en Oscuramente fuerte es la vida– tampoco tenía pensado separarse de su hijo: “Cuando Mario estaba en casa […] [l]evantaba a nuestro hijo a la altura de la cara y decía: –Éste se va a quedar para siempre conmigo” (Dal Masetto 2006, 157).
Este segundo sufrimiento, vinculado ahora a la “pérdida del hijo”, pone al descubierto otra de las características definitorias del duelo migratorio: no solo lo sufre quien emigra, sino también los que se quedan (González Calvo 2005, 88). A través de Tanito, el protagonista de Siete de oro (1969), Dal Masetto parece reflexionar sobre los cambios y repercusiones de su temprana huida del hogar, episodio autobiográfico que aparece también literaturizada en la novela:
Advertía lo distante que estuve de ellos [de mis padres] desde que me había escapado de esa casa, la resignación con que habían aceptado esa realidad, el silencio que había reinado entre nosotros durante todos esos años, la alegría furtiva que traían mis visitas, empañadas también ellas por la sombra de mi próxima partida (Dal Masetto 1991, 58).
En el mismo capítulo, el narrador, quien solo tiene por nombre su condición de extranjero, describe otras emociones que transitan por dos tópicos vinculados al proceso migratorio: el tema del regreso, ya insinuado al final de esta cita, y que constituye un “segundo duelo” (Achotegui 2009, 166) y el cambio identitario que se produce en quien parte.
Tenía la sensación de que no era conmigo con quien estaban jugando a las cartas, de que no era a mí a quien servían cuando me sentaba a la mesa, sino a aquel otro que se había ido hacía tiempo y en cuya representación yo aparecía de vez en cuando. Me sentía un extraño, un ladrón, y se me llenó la boca con gusto a muerte (Dal Masetto 1991, 59).
Habíamos dicho que una de las características del duelo migratorio es su carácter transgeneracional. Antonio Dal Masetto no escapa a esta suerte de “legado” y logra conjugar dos estilos parentales muy disímiles entre sí. De su padre recibió la impronta de una cultura familiar de alta movilidad geográfica –identificada, en la vida del autor, en sus posteriores y continuas migraciones: de Intra (Italia) a Salto (Argentina), de la provincia a la capital, de la capital a la Patagonia y del sur, nuevamente, a la ciudad de Buenos Aires–. Por el contrario, la figura de la madre le insufló una cultura altamente sendentaria que va a ser redireccionada por Dal Masetto a través de la escritura y de la preservación de la memoria familiar.
Volviendo al período inmediatamente posterior al viaje migratorio, el autor recuerda –tras el desencanto inicial– dos sucesos relevantes que, en distintos sentidos, facilitaron su proceso de adaptación: el primero fue su ingreso a un club de fútbol, hecho sobre el cual el autor recuerda: “[c]omo más o menos piloteaba la pelota con cierta discreción, integrarme fue más fácil. No hacían falta palabras en el futbol, yo hablaba muy mal todavía” (Dal Masetto en Revista Ñ 2012). La segunda experiencia a destacar fue el descubrimiento de la biblioteca pública donde el escritor retiraba libros que, además de ayudarlo a perfeccionar el idioma que estaba aprendiendo en la calle, también lo orientaban en sus primeras curiosidades vitales. Al respecto Dal Masetto comenta: “a Stendhal lo elegí porque el título, Del amor, tenía mucho gancho para un adolescente” (Dal Masetto en Revista Ñ 2012).
La temática amorosa ocupa, obviamente, un lugar importante en las marchas y contramarchas del proceso adaptativo. En un breve párrafo de “Primer amor”,16 relato en el que un inmigrante narra cómo se enamoró de la hija del doctor del pueblo, el autor describe la serie de cambios –vividos también por él– durante el “período de ajuste”:
primero fue cambiar los pantalones cortos por unos mamelucos […] me dieron una bicicleta y me pusieron a repartir carne. Tuve que enfrentar el desconocimiento del idioma y soportar las burlas de los pibes en las que, por lo menos al principio, no alcanzaba a distinguir más que la palabra gringo (Dal Masetto 1984, 63).
En este fragmento, Dal Masetto alude, en forma lacónica y comprimida, a varias de las pérdidas sufridas: la del idioma –que le impedía comunicarse–; la del grupo de amigos –cuya carencia se alude indirectamente al sugerir el bullying sufrido por ser extranjero–; y también, la pérdida de una forma de vida cuyos signos se expresan a través de cambios externos de vestimenta y de empleo. Mientras que, en Italia, al salir del colegio, uno de sus trabajos era “sacar a pastar” ovejas (Dal Masetto en Revista Ñ 2012), en Salto, se levantaba a las cinco de la mañana para hacer el reparto, actividad que continuaba por la tarde, después de asistir a la escuela comercial (Dal Masetto 2009a, 42). Asimismo, en este relato, Dal Masetto aborda literariamente otra pérdida migratoria, vinculada ahora al nivel social, y que fue sufrida por el autor en el ámbito amoroso: “Las pibas que me gustaban eran inalcanzables, me gustaba la hija del doctor o la hija del abogado, que en la pequeña escala social del pueblo pertenecían a un lugar un poco más alto. Yo seguía siendo el gringo…” (Dal Masetto en Revista Ñ 2012).
Este cúmulo de pérdidas, sumado a los duelos propios de la edad,17 hicieron que el joven Dal Masetto se sintiera solo e incomprendido:
Sufrí mucho con el traslado. Me sentía un marciano en el mundo. Como todo adolescente, pensaba que mi sufrimiento era único y que nadie me entendería. Un día encontré un libro, no recuerdo el autor, cuyo protagonista era un adolescente al que le pasaba lo mismo que a mí. Descubrí que no estaba tan solo en un pueblo perdido de la pampa. Para eso me sirvió la lectura (Dal Masetto en Roca 1998).
Como señala el autor, nuevamente la literatura acudió en su ayuda. Por el concepto aristotélico de “catarsis” (Sánchez Palencia 1996) y, ya más cercana a nosotros, por la teoría de la recepción, sabemos que los distintos géneros literarios pueden suscitar, en algún nivel, un proceso de identificación en el lector (Jauss 1992). Justamente, fue a la luz de esta empatía con personajes literarios que el joven Dal Masetto pudo combatir su incomunicada tristeza y advertir que sus vivencias y sensaciones podían llegar a ser experiencias humanas compartidas y comunicables:
A los dieciséis años, un autor que ya no recuerdo, creo que alemán o ruso, me tocó profundamente. Era una novela escrita como una autobiografía, que contaba una historia igual a la mía. Sentí que no estaba solo en el mundo, que había otro como yo y que podía haber más. Mi experiencia era tan similar que empecé a pensar que también podía escribir sobre ella (Dal Masetto en Lojo 2012).
Hasta el momento relatamos el proceso migratorio en el ámbito familiar del escritor: identificamos etapas, enumeramos pérdidas y, considerando el carácter transgeneracional de “los siete duelos”, describimos los estilos de afrontamiento parentales observados y representados literariamente, o bien, mencionados por el autor en las distintas entrevistas brindadas con motivo de la promoción de algún nuevo libro o debido al éxito de su obra. Paralelamente, intentamos mostrar el modo en que la lectura literaria funcionó como recurso para afrontar diversas problemáticas en las primeras etapas del proceso migratorio. La experiencia literaria vivida desde el rol de lector le permitió a Dal Masetto aceptar el cambio de residencia planeado por su padre; concebir el viaje transatlántico como una atrayente aventura y afianzar la adquisición idiomática que necesitaba para conectarse con el mundo. La literatura, además de todo esto, le permitió también saber que aquellas sensaciones que lo apartaban e incomunicaban de los demás eran, en verdad, vivencias compartidas y, lo más importante, susceptibles de ser transmitidas. Página tras página, la lectura lo introdujo con el tiempo a temáticas más íntimas, tanto amorosas como existenciales, que sus padres –“gente de montaña, silenciosos y callados”– nunca se hubiesen atrevido a abordar (Dal Masetto en Lojo 2012).
“desde el momento de su partida,
la voz estuvo ahí, viva en el remolino, invocándolo,
reiterando día tras día el conjuro para el regreso”.
(Dal Masetto 2009e, 28)
En una serie de entrevistas realizadas entre el 2013 y el 2014, Dal Masetto se refiere al proceso migratorio vivido en los siguientes términos: “las partidas eran para siempre, se tomaba el barco y se partía para siempre, por eso dejar la tierra natal era tan desgarrador. Uno se despedía para no volver” (Dal Masetto en Ardizzone 2014, 197). Esta experiencia tan radical repercutió en sus escritos al punto de que el propio autor creía que ese perfil particular de sus personajes de estar “en tránsito”, siempre buscando algo que no se sabía bien lo que era, tal vez estuviese relacionado con la experiencia del desarraigo vivida por él, a los doce y a los diecisiete años, cuando se trasladó, primero de Italia a América y, luego, de Salto a la Capital Federal. El autor vincula ese estar moviéndose siempre como en busca de algo, con el deseo del retorno: “A lo mejor lo que buscaba era volver al pueblo donde nací” (Dal Masetto en Friera 2014).
Esta “confesión” y otras declaraciones –que diseñan, como ya lo hemos indicado, el “espacio autobiográfico” del autor– autorizan a buscar en la producción literaria de Dal Masetto elementos autobiográficos vinculados a los procesos migratorios vividos. Recordemos que su primera novela, Siete de oro (1969) –a la cual el propio autor califica de “muy autobiográfica” (Dal Masetto en Friera 2014)– ofrece reflexiones sobre partidas y regresos. Sin embargo, pese a estas menciones, el relato en torno al origen foráneo –origen que el personaje principal “comparte” con el autor– inicialmente se resiste a ser narrado, está detenido y solo muestra su punta, como un iceberg en el mar. Pese a esta “resistencia”, la novela constituye, desde nuestra perspectiva, el primer paso mental dado por el autor en el largo camino de “regreso a la tierra natal”, ya que en ella se identifica el ademán de reconexión de Dal Masetto con su pasado.
Narrada predominantemente en primera persona protagonista, la novela cuenta la historia de un joven que viaja al sur. Este desplazamiento implica distanciarse de Bruna, su pareja, y motiva una mirada retrospectiva que reactiva en el personaje un cúmulo de sentimientos vinculados al desarraigo. Desde su temprana huida de la casa paterna “y quizás antes aún”, el protagonista no encuentra una sola cosa a la cual sentirse “atado” (Dal Masetto 1991, 11) y, por eso, conoce el sentimiento de “no estar en ninguna parte, no tener pasado, no tener nombre, ni voluntad, ni un punto de referencia” (Dal Masetto 1991, 12). Este es el estado espiritual en que se encuentra el personaje antes del proceso de rememoración de tres episodios que direccionarán su conciencia hacia el reconocimiento de sus raíces italianas.
En los capítulos II, IV y X, se identifican tres escenas que aluden al origen extranjero del protagonista. Al analizarlas en forma conjunta y sucesiva, se delinea una secuencia muy particular porque, por un lado, la serie presenta una temporalidad invertida –similar a la de “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier– y, por otra parte, la distancia del narrador con cada uno de los sucesos relatados se regula a través de cambios en su voz que, por su gradualidad en la secuencia, producen el efecto del paso de lo inconsciente a la consciencia.
Mientras que en el capítulo I, el protagonista inicia la historia relatando su nueva partida rumbo sur y recordando su temprana huida de la casa paterna, en el siguiente apartado, un narrador en 3ª omnisciente, describe otra partida: un niño que insulta al dios Neptuno antes de su última zambullida en el río San Jorge y que, después de la cena, comiendo significativamente una manzana –la fruta bíblica del conocimiento–, descubre, tras el paso de una esperada luz, una montaña de sombra “símbolo de desconciertos futuros […] impenetrable, sin solución, como un aullido” (Dal Masetto 1991, 19). Esta última zambullida en el río es presentada simbólicamente como la muerte del niño que se despide de su tierra natal, porque –recordemos– que este “aspirante a filibustero” antes de meterse al agua,18 había insultado a Neptuno y, según la leyenda pueblerina, quien osase “insultar al dios en voz alta” (Dal Masetto 1991, 17) sería convertido en piedra.19
En esta escena, la primera referencia al origen del protagonista es presentada con diferentes estrategias de solapamiento. Por un lado, el nombre del río aparece significativamente castellanizado, índice del alto grado de asimilación cultural alcanzado por quien narra. Por otro lado, si bien esta referencia geográfica pareciera ser ficcional –el pueblo natal del autor, está rodeado por dos ríos, el San Giovanni y el San Bernardino– la mención del río “San Giorgio” (Dal Masetto 2006, 9; 1994, 80) aparece también en la trilogía redactada por el escritor en torno a su pueblo natal. Allí señala que “el río se dividía en dos en la parte de arriba. En uno de los paredones del costado había una gran pintura, un dios Neptuno, tenía un tridente en una mano y con la otra señalaba hacia la desembocadura” (Dal Masetto 1994, 109). No es absurdo pensar que una de esas divisiones del río se llamase “San Giorgio”.20
Finalmente, la escena citada cuya lejanía con el-yo-que-recuerda aparece subrayada por el cambio de narrador –de la 1ª persona protagonista del capítulo I se pasa a una 3ª omnisciente en el capítulo II– pareciera haberse activado en el personaje principal luego de escuchar una frase en italiano pronunciada por su compañero de viaje al regresar al hogar: “Luisa, ti voglio bene, ti voglio bene” (Dal Masetto 1991, 16).
La segunda referencia al origen del personaje principal es cuando, en el capítulo IV –único apartado narrado en 2ª persona–, se cuenta cómo otra inmigrante, la Gallega, bautiza al protagonista con el gentilicio con el que lo conocemos: “A partir de entonces comenzaste a llamarme Tanito y así me llamaron todos” (Dal Masetto 1991, 40).21 Este cambio de narrador a la 2ª persona estaría subrayando el establecimiento de lazos sociales por parte del protagonista y, por otro lado, el acto “bautismal” es relevante si consideramos que ese personaje que en el primer capítulo manifestaba sentir que no tenía nombre, acepta el apodo y, con él, una identidad en la que da cabida a su origen extranjero y también, potencialmente, a la memoria familiar.
La tercera alusión es un recuerdo que el narrador protagonista recupera luego de presenciar una escena de extrema violencia: el linchamiento a un hombre acusado de violar a una chica de trece años. La visión de la sangre derramada en el suelo despierta en él una serie de sensaciones que le recordaban que “había tenido niñez” (Dal Masetto 1991, 116). Paralelamente descubre que “esa forma [suya] de andar entre la gente, ese mirar sin intervenir, tenían un antecedente” (Dal Masetto 1991, 116). En esta instancia, el narrador protagonista reconoce en sí mismo los gestos de su abuelo paterno, aquel que había viajado cuatro veces a América –“Parecía increíble [–se asombra–] que también él hubiese pisado estas tierras” (Dal Masetto 1991, 117)–. Lo interesante es que el protagonista vive este descubrimiento “como si hubiese vuelto a nacer” (Dal Masetto 1991, 117) porque de algún modo reconecta con aquel yo-niño-italiano que creía muerto de una vez y para siempre.
Esta secuencia relativa al origen del protagonista, que va desde la escena simbólica de la muerte al sentimiento de renacer, si bien se resiste a la instancia del relato, puede igualmente ser interpretada como la aceptación de sus raíces y, consecuentemente –siguiendo nuestra lectura en clave autobiográfica–, el primer paso dado por el autor rumbo a la reconexión con el pasado italiano. Por otra parte, esta resistencia al relato del origen, esta imposibilidad de narrar abiertamente la historia de sus raíces, posiblemente esté en sintonía con el hecho de que, como señala su amigo Guillermo Saccomanno, no es posible arreglar “en la literatura las cuestiones no resueltas en la vida” (Cheever en Saccommano 2017, 70), aunque Dal Masetto lo hará gradualmente.
Los siguientes pasos en ese largo camino de “regreso a la tierra natal” los encontramos en la llamada “trilogía italiana” –integrada por las novelas Oscuramente fuerte es la vida (1990), La tierra incomparable (1994) y Cita en el Lago Maggiore (2011)– y en un conjunto de relatos incluidos en la primera parte de El padre y otras historias (2002). En este derrotero, por medio de la escritura literaria, el autor reelabora el proceso migratorio y explora una nueva instancia adaptativa procurando que la cultura asimilada se integre con la original.
Si en Siete de oro detectábamos cierta resistencia al relato del origen extranjero, con el inicio de la composición de la trilogía italiana esa reticencia inicial desaparece frente a la necesidad de escribir sobre un tema axial en su vida, como lo fue la inmigración.
Me sentí obligado a escribir algo sobre los inmigrantes europeos. Necesité hacer una suerte de homenaje a los que vivieron esa experiencia. Pero mientras desarrollaba la idea, pensé que valía la pena contar cómo había sido su vida [la de María Rosa Cerutti] antes de subir al barco […] porque es muy poco lo que uno sabe de sus padres […] más teniendo en cuenta que mis padres eran campesinos y obreros, gente de montaña, silenciosos y callados. No se hablaba de temas íntimos. Así que el nacimiento de este primer libro fue un buen aprendizaje (Dal Masetto en Lojo 2012).
Si bien la resistencia al relato del origen fue superada, en la trilogía italiana el autor utiliza diferentes técnicas de distanciamiento que le permiten dominar el cúmulo de sensaciones que la instancia narrativa desata. Por empezar, cabe recordar que cuando Dal Masetto decide homenajear a los inmigrantes, ya no se encontraba diciendo, como Ulises, “Soy nadie”, sino que, hacia 1990, el escritor ya era una figura reconocida en la Argentina. Para rendir este homenaje había decidido repetir el gesto infantil de morder la manzana (Dal Masetto 1991, 18), es decir, estaba dispuesto a escuchar a su madre y a conocer su historia. De esta forma, comienza a explorar la otra rama de la cultura heredada, la sedentaria. Respecto de esta novela Ilaria Magnani observa:
La interposición de Agata responde a la necesidad de crear una perspectiva histórica y emotiva: proporciona el filtro de la memoria y la mediación materna hacia el pasado premigratorio (ya que, como Dal Masetto ha declarado en muchas ocasiones, las vivencias de Agata se identifican con las de la madre) y garantiza el alejamiento de la experiencia autobiográfica. La distancia generacional y de género, además, invitan a una mirada menos personal sobre los hechos y favorece la ecuanimidad (Magnani 2009, 145).
En La tierra incomparable, el segundo libro de la trilogía, un narrador en 3ª persona relata el regreso de Agata a su pueblo natal luego de cumplir ochenta años.22 Con respecto a esta novela es interesante examinar cómo fue el proceso de escritura del texto. Si para componer Oscuramente fuerte es la vida, Dal Masetto había entrevistado a su madre y, luego, trabajado a partir de la reelaboración de su discurso, en La tierra incomparable, el escritor apeló a un procedimiento que recuerda al usado por el narrador de Pedro Páramo, cuando Juan Preciado afirma sobre su progenitora: “Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver” (Rulfo 2016, 6). Pese a que la madre de Dal Masetto sí había vuelto para visitar su tierra natal y que el escritor, a diferencia de Juan Preciado, también conocía el pueblo pues se había criado allí, su regreso real a Intra lo emprende mirando a través de los ojos de la madre. En varias entrevistas, el escritor se refirió en los siguientes términos a este método compositivo:
Unos pocos años después hice mi primer viaje a Italia, lo que me permitió contar el regreso de Agata. Fue una situación de trabajo interesante, porque desde el momento en que abordé el avión en Ezeiza me propuse verlo todo a través de sus ojos. Estuve unos meses allá y visité Intra. Al borrar mis conocimientos anteriores y experimentar cómo vivía ella la vuelta, pude hacer mía también su experiencia. Yo también tenía un recuerdo de mi niñez, hasta los doce, y tenía una imagen idílica del lugar. Me encontré con un pueblo cambiado, sobre todo por la violencia y la xenofobia de su gente. No pude conectarme con aquellas cosas que creía propias en el recuerdo. Los lugares, las casas y puentes estaban iguales, pero luego de verlos ya no eran míos. No había forma de acercarse. Yo mismo había cambiado. En La tierra incomparable traté de elaborar ese duelo (Dal Masetto en Lojo 2012).
Este procedimiento de distanciamiento narrativo significó, entonces, la posibilidad de neutralizar el cúmulo de sensaciones que la instancia del regreso conllevaba y, de esta forma, estar apto para analizar y escribir sobre los sentimientos que se irían suscitando en él, a partir del retorno y del experimento identificatorio desplegado. En el mismo sentido, Magnani señala que, en esta novela, “la protagonista se estructura como una pantalla tras la cual escudarse de los desencuentros, ya que en esta ocasión las situaciones evocadas derivan de la experiencia del autor mismo” (Magnani 2009, 145 y s.).
En La tierra incomparable, Dal Masetto graficó la experiencia abrupta del cambio y del desencuentro con el episodio de la caja enterrada. Guido, su doble ficcional, antes de irse, había enterrado como los “piratas” un tesoro junto al nogal porque “decía que algún día volvería a buscarlo” (Dal Masetto 1994, 93). Agata, su madre, con la ayuda de otros dos personajes, se abocó a la tarea de la búsqueda. Mientras Aldo se dedicaba a excavar, Agata pensaba que “las cosas se guardaban en la tierra para que perduraran. […] Era como si su hijo hubiese plantado una semilla” (Dal Masetto 1994, 194). Pero el esfuerzo fue en vano pues no encontraron nada. Al respecto, en una entrevista, Dal Masetto relató el duelo del regreso:23 “Cuando yo volví por primera vez a Italia, la respuesta fue una gran desilusión. Uno va a buscar lugares donde supuestamente ha sido feliz […] sabe que no va a encontrarse con nada de aquello que supone que está buscando, pero comete el pecado de buscarlo” (Dal Masetto en Revista Ñ 2012). La imagen del buscador infructuoso aparece representada en el personaje anónimo que con un pico golpea con furia la tierra:
“¿Qué puede hacer ahí?”, se preguntó Agata, “¿Qué puede buscar? ¿Qué puede cavar?”. Aquel hombre la turbó. Le transmitía una sensación de absurdo, la idea de una tarea imposible. Era demasiado pequeño y lo que lo rodeaba demasiado grande. Era como una hormiga emprendiéndola contra la montaña. Aquella figura, agitándose sola allá arriba, perdida en la vastedad, la hacía sentirse identificada. Sentía que se parecían (Dal Masetto 1994, 159).
Antes de escribir la tercera y última parte de la trilogía, Cita en el Lago Maggiore, Dal Masetto publicó, en 2002, El padre y otras historias, libro cuya primera parte, titulada “Días”, contiene relatos breves que “proponen coincidencias que remiten con naturalidad a la vida del autor” (Magnani 2009, 149) y en los que el escritor deja, en varios casos, de evitar el relato directo de la inmigración. En estos textos, el autor/narrador problematiza esa “nada” encontrada y trabaja en dos direcciones que ponen a la memoria en el centro de la escena. Por un lado, escribe sobre recuerdos en los que existe la posibilidad de reconectar o entender situaciones vividas por su yo-infantil. Allí explicita que si bien no era “fácil establecer un diálogo entre aquel chico y el adulto en que lo convirtieron los años y tantas cosas” (Dal Masetto 2009b, 34), a veces lograba sentir que “el tiempo no había transcurrido y que […] seguía siendo el mismo” (Dal Masetto 2009h, 51). Por otro lado, Dal Masetto pareciera haber encontrado en su descendencia la razón de ser de estos actos de preservación de la memoria y de rescate. En “Carta”, el yo narrativo se dirige implícitamente a sus hijos para contarles el relato del origen, aquel que no podía ser narrado en Siete de oro. Pero para hacerlo, vuelve a poner en práctica una técnica de distanciamiento que consiste en recurrir, como lo había hecho ya en Oscuramente fuerte es la vida, a las figuras de los bisabuelos y abuelos, es decir, no remite explícitamente a ese yo-padre que narra: “Quiero que lo sepan: en sus venas hay otros soles y otras fiebres. […] Quiero que lo sepan porque algún día, cuando les toque hacerse la gran pregunta, quizás esto pueda formar parte de sus respuestas” (Dal Masetto 2009c, 53).
El narrador de “Carta” asume la posición del personaje masculino del relato “Travesía”: un hombre que, cruzando la calle de la mano de su madre y de su pequeña hija, “se descubre pensando vagamente en términos de herencia, de traspaso” (Dal Masetto 2009g, 36) y de “deuda”. Advierte que todo lo que le fue dado, en algún momento, lo deberá pagar porque ya intuye el reclamo de respuestas. Por eso, en “Carta”, el narrador sugiere la figura del intermediario, aquel que está ubicado “entre fuerzas que nos superan y un mundo que acepta y necesita nuestra colaboración […] Nuestra tarea es de rescate […] Hay en nosotros una memoria que no proviene solamente del pasado” (Dal Masetto 2009c, 55).
La escena descripta en “Travesía” no solo es significativa porque el narrador se reconoce en el papel de intermediario, sino también porque gráficamente es reveladora de las técnicas utilizadas por el autor en la “trilogía italiana”. La estrategia compositiva de distanciamiento también se hizo aquí necesaria para poder llegar al otro lado de la calle, es decir, al otro lado del Atlántico, hacia Italia y su pueblo natal. De la mano de la madre, en Oscuramente fuerte es la vida y en La tierra incomparable, el escritor había dado los primeros pasos firmes rumbo a Intra –o Trani, su anagrama (Magnani 2009, 149) y doble ficcional–. En Cita en el Lago Maggiore, el último tomo de la trilogía, los pasos fueron dados gracias a la intermediación de la hija, Daniela Dal Masetto, ya que es su proyecto migratorio el que motiva la escritura de la novela:
Mi hija se fue a vivir a Palma de Mallorca, yo viajé y la busqué para que conociera mi pueblo natal. En esencia es lo que yo sentí y viví en ese viaje: el aprendizaje de un padre que no logró conectarse con su pasado pero que a través de la mirada y la presencia de su hija lo puede recuperar (Dal Masetto en Lojo 2012).
En esta nueva visita, la presencia de un muro que, simbólicamente, obstruye la contemplación de la casa natal, es el nuevo recurso de distanciamiento utilizado por el autor para, en esta oportunidad, recuperar una nueva imagen de ese espacio y, también, del imaginario infantil. Si en La tierra incomparable, la “nada” se imponía para el personaje de Guido, el hijo de Agata, pues el nogal y la caja del tesoro ya no existían –simbolizándose así que lo buscado no fue encontrado–, en Cita en el Lago Maggiore, la presencia del muro permite al padre realizar un particular acto de memoria que, como señalamos, ya venía siendo trabajado desde relatos anteriores. La hija parada en los hombros del padre, logra mirar la casa de Agata y la describe:
nada de lo que oía se correspondía con las imágenes que albergaba su memoria, ni con las de la niñez, ni con las de sus viajes de adulto […] ahí, bajo la lluvia que los separaba de todo, supo que también esa casa contada por la hija le pertenecía, que era suya, que formaba parte de su historia (Dal Masetto 2011, cap. 6).
Mientras la lluvia arreciaba y la hija, desde arriba, ya no podía escucharlo, el padre imagina un diálogo en el cual él pregunta y ella cuenta lo que ve: un pájaro –un merlo macho–, una hamaca colgada de un árbol frente a la casa y un niño columpiándose. La fantasía culmina con la llegada de Sandokán a caballo. En estilo indirecto libre, el narrador formula las preguntas del padre “¿[e]ra la voz de la hija o una voz que traía la lluvia? ¿O la voz que contestaba estaba dentro de su cabeza?” (Dal Masetto 2011, cap. 6). De esta manera, a través de la escritura, Dal Masetto sigue buscando el modo de integrar los fragmentos: su pasado italiano, su presente argentino y la nueva vida de su hija en España.
A lo largo del presente trabajo hemos intentado demostrar cómo la literatura fue funcional en la vida de Dal Masetto para el afrontamiento y procesamiento de diferentes aspectos vinculados a las distintas vivencias migratorias transitadas. En este sentido planteamos que, así como la lectura literaria le permitió al autor concebir el viaje a América en términos de aventura, sortear las dificultades idiomáticas, incursionar en temáticas íntimas y efectuar análisis introspectivos a partir de los procesos de identificación con los personajes, la escritura de novelas y de relatos literarios, en tanto estuvo nutrida de su propia experiencia vital –tal como lo declara en sus entrevistas–, le posibilitó elaborar gradualmente su duelo migratorio para así poder emprender el sinuoso camino de regreso a la tierra natal.
En una entrevista, Antonio Dal Masetto reconoce que, si bien vincularse con su pueblo de origen fue un largo proceso, “o, por lo menos, un largo intento” (Dal Masetto en Ardizzone 2014, 199) hubo una serie de sucesos extraliterarios que lo acercaron a Intra y que están relacionados con su producción literaria. El escritor menciona, en primer lugar, la traducción de sus novelas:
Cuando apareció el primer libro traducido al italiano y, luego, los que le siguieron fue como si se insinuara un camino de ese regreso que Agata había buscado, que el protagonista de Cita en el Lago Maggiore había buscado. Y fue a través del idioma, de la lengua de origen. “Y después hubo algo más” (Dal Masetto en Ardizzone 2014, 199; la cursiva es nuestra).
Ese “algo más” está vinculado al fusilamiento de los 43 partisanos en Fondotoce, una escena de violencia bélica ocurrida el 20 de junio de 1944, a la que Dal Masetto se refirió en el capítulo 39 de Oscuramente fuerte es la vida. Después de su última visita a Italia, el escritor se enteró por fotos que, en el lugar del fusilamiento, se había construido la “Casa della Resistenza” –un “lugar de memoria” en términos de Pierre Nora (1984)– en cuyas paredes interiores “habían colocado un panel con la reproducción de ese capítulo de la novela”. Guillermo Saccomanno, el amigo del escritor, comenta: “Al ver esas fotos sentiste que por fin habías vuelto a Intra”.
Pese a que Dal Masetto supone que “fue en ese momento, al enterarme y al mirar unas fotos […] que empezó un verdadero regreso” (Dal Masetto en Ardizzone 2014, 199), en nuestro trabajo intentamos demostrar que ya desde Siete de oro, su primera novela, el autor había iniciado mentalmente el camino de retorno, con la aceptación de su condición de inmigrante italiano y la recuperación de algunos recuerdos que lo hacían saber que tenía un pasado que lo explicaba. En este largo y doloroso trayecto, inicialmente mental, la escritura literaria le sirvió de soporte. Más allá de que, en algunas entrevistas, el escritor señala muy categóricamente que es un error regresar a buscar lo que se dejó (porque eso no se encuentra nunca), en su discurso menciona otra estrategia que también despliega: la idea de la conquista territorial. Dal Masetto reconquista Intra de la mano de su madre y de su hija y, como no podía ser de otra forma, también de sus libros, de la mano de la literatura y de la memoria. Porque lo que de algún modo descubre es que mientras la memoria, el elemento central de la identidad (Kohut 2003, 11), rescata del pasado “cosas sólidas, seguras, imposibles de perder” (Dal Masetto 1991, 15), la literatura se revela como el instrumento idóneo para integrar, en términos de Borges, sus dos linajes, el nómade y el sedentario.
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Fecha de recepción: 19.05.2020
Versión reelaborada: 26.04.2022
Fecha de aceptación: 24.05.2022
1 Para dar cuenta de la complejidad del proceso migratorio, Bravo Herrera (2002, 233, n. 2) acuña el concepto “e(in)migración” con el propósito de “estudiar las diferentes voces que ‘narran’ y sostienen el relato del desplazamiento migratorio, atendiendo las dos orillas y las diversas perspectivas de los sujetos que lo protagonizan” (Bravo Herrera 2014, 62, n. 2). El término trata de “describir el carácter bifronte y poliédrico de los procesos migratorios, atendiendo las percepciones de ambos desplazamientos –es decir, la emigración y la inmigración– acentuando y haciendo evidente desde la expresión misma esta multiplicidad que puede ‘perderse’ con el uso de términos como ‘migración’, ‘emigración’, ‘inmigración’ aislados. La idea de reunir en un único término los dos movimientos de desplazamiento del sujeto –y con ellos sus múltiples espacios y tiempos– [sirve] para evidenciar en una única palabra las tensiones identitarias que se producen al dejar una tierra e integrarse (o no) a otra” (Bravo Herrera 2015, 34). Anteriormente a la acuñación de esta palabra, Vanni Blengino ya había reflexionado respecto de la ambigüedad del término con que se designa al sujeto que migra, “emigrante-inmigrante”, cuando señala que dicha ambigüedad “indica las dos ópticas opuestas que atraviesan su vida y cuya síntesis sólo es posible como aspiración individual, en un espacio interior, o en una deformación lingüística” (1990, 33). Blengino vincula el proceso de adecuación a la nueva realidad que debe realizar el sujeto que comienza a vivir en un nuevo país con el cambio de nombre que recibe: “el emigrante deberá ahora cambiar de piel, cambiar de nombre, porque ya es un ‘inmigrante’” (1990, 82).
2 En “El pacto autobiográfico”, Philippe Lejeune analiza afirmaciones de André Gide y de François Mauriac quienes plantean que “la novela sería más verdadera (más profunda, más auténtica) que la autobiografía” (1991, 59). Mediante este tipo de valoración pública de los géneros literarios, Lejeune considera que, en realidad, el proceder de los autores diseña el “espacio autobiográfico” en el que desean que se lea el conjunto de su obra. De este modo, “el lector es invitado a leer las novelas, no solamente como ficciones que remiten a una verdad sobre la ‘naturaleza humana’, sino también como fantasmas reveladores de un individuo” (1991, 59; las cursivas son del original). Es aquí donde el crítico identifica el “pacto fantasmático”, es decir, una forma indirecta del pacto autobiográfico que “está cada vez más extendida. En otra época era el mismo lector quien, a pesar de las reconvenciones del autor, tomaba la iniciativa y la responsabilidad de este tipo de lecturas; hoy en día, autores y editores lo empujan desde el principio en esa dirección” (1991, 59). Tomando en consideración estas reflexiones, sostenemos que algunas de las declaraciones que Antonio Dal Masetto realiza en las distintas entrevistas, ya sean periodísticas o televisivas, diseñan también ese “espacio autobiográfico” proponiendo así un “pacto fantasmático”.
3 En este punto cabe incorporar, también, los dialectos. Al respecto, son iluminadoras las palabras de Eduardo Mignogna, escritor y director de cine, quien observa los usos dialectales de los exiliados argentinos en España e identifica diferentes tipos de adaptación: “algunos que conocí en Madrid y que pese a llevar muchos años residiendo se empeñaban en seguir hablando como el malevo Muñoz. Esos, confieso, siempre me sorprendieron. No intentaban hacer el menor esfuerzo por hacerse entender. Eran los intolerantes del lenguaje: faso, boludo, tamangos, papas, asadito, iza, quía, quilombo, chabón. Compitiendo, tenazmente, con aquellos otros que, con sólo pisar el aeropuerto de Barajas, se transformaron en el Quijote de la Mancha agiornado. Todo dicho de tú, os y vosotros: venga ya, tío, chulo, cutre, gilipollas, cabrón, cachondo, follón” (Mignogna citado por De Diego 2001, 174). En términos de Berry (2001), mientras que los “intolerantes del lenguaje” estarían transitando un proceso adaptativo de “separación”, pues rechazan la nueva cultura e intensifican la identidad con la cultura de origen, los “Quijote de la Mancha agiornado” estarían “asimilándose”, pues están en proceso de abandonar la cultura propia en pos de la adopción de aspectos culturales dominantes en la sociedad de acogida.
4 Algunos de estos duelos pueden ser unificados, como realizan García Campayo y Sanz Carrillo (2002), bajo el concepto general de “identidad nacional” que abarca el idioma, la cultura, la tierra (donde están enterrados los antepasados, con todos los aspectos religiosos y emocionales que conlleva) y el grupo étnico original, que permite al individuo sentirse miembro de su grupo y estructurar su individualidad según esta pertenencia.
5 Achotegui identifica la existencia de tres tipos de duelo: el “duelo simple”, aquel que se da en buenas condiciones y puede ser elaborado; el “duelo complicado”, cuando existen serias dificultades para elaborarlo; y el duelo extremo, que supera las capacidades de adaptación del sujeto, al cual se denomina como “síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple” (síndrome de Ulises), cuya base psicológica y psicosocial resulta de la combinación de la soledad, el fracaso en el logro de los objetivos del proyecto migratorio, la vivencia de carencias extremas (alimentación, vivienda, trabajo) y el terror por abusos, explotación, coacción de las mafias y de las redes de prostitución, etc. (Achotegui 2008, 16-17).
6 Con respecto a las diferencias entre la migración y el exilio podemos señalar, siguiendo a Guinsberg (2005), que si bien ambos procesos implican cambios de residencia, la causa del exilio es política (el exiliado debe expatriarse so pena de ser desaparecido, detenido, torturado y/o eliminado por el poder político dominante), mientras que, en las migraciones, el fenómeno responde básicamente a causas socioeconómicas –determinadas igualmente por la política–, donde las condiciones de vida insatisfactorias obligan a las personas a buscar otros rumbos.
7 La identidad puede ser definida como el conjunto de autorrepresentaciones que permiten al individuo sentirse parte de determinadas comunidades y ajeno a otras (Achotegui en González Calvo 2005, 81), es un proceso constructivo constante, en el que se elaboran y asimilan continuamente cambios parciales (Achard y Galeano en Guinsberg 2005, 167).
8 Para una profundización en el análisis de la temática del duelo migratorio en la obra de Antonio Dal Masetto, véase Buret (٢٠٢0).
9 Si bien el propio Dal Masetto rememora en “Sandokán”, el año y el mes de la partida –“En junio de 1950, cuando emigramos a la Argentina” (Dal Masetto 2009f, 44)–, la fecha precisa de arribo fue tomada del CEMLA (Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos). Dal Masetto viajó junto a su madre, María Rosa Cerutti, de 39 años, y su hermana menor, Margarita, de 9.
10 Siete de oro es la primera novela del autor. Once años después de su publicación en 1969, fue editada con algunos cambios en Estados Unidos bajo el título de El ojo de la perdiz (Dal Masetto 1980). En esta obra, el escritor narra sobre sus experiencias migratorias. Allí, por ejemplo, relata cómo, ya de adulto, termina repitiendo el esquema migratorio que años antes había realizado su propio padre: “Primero fui solo, después vino la mujer que estaba conmigo en ese momento –en la novela es Bruna– y teníamos un chiquito” (Dal Masetto en Friera 2014). De esta obra el autor comenta: “es muy autobiográfica; todo lo que ocurre ahí sucedió en la realidad, tanto el viaje como ese mundillo con el que el personaje se encuentra en Bariloche, ciudad que evidentemente no se nombra” (Dal Masetto en Friera 2014). A partir de estas declaraciones de Dal Masetto podríamos especificar que, en realidad, se trataría de una “novela autobiográfica”, categoría que fue definida por P. Lejeune en los siguientes términos: “textos de ficción en los cuales el lector puede tener razones para sospechar a partir de parecidos que cree percibir que se da una identidad entre el autor y el personaje, mientras que el autor ha preferido negar esa identidad o, al menos, no afirmarla” (1991, 52). Pero, además, en Siete de oro, hay un elemento que situaría el texto en un “espacio ambiguo” (Lejeune 1991, 54), nos referimos a la identidad que, a partir del apodo “Tanito”, se podría establecer entre el autor y el personaje principal. Este dato, así como también las explicitaciones del autor en la entrevista citada, proponen o autorizan al lector a establecer un “pacto fantasmático” (Lejeune 1991, 59), que es el que aquí hemos privilegiado para realizar nuestro análisis. [Acerca de las características de este pacto, véase la nota al pie n° ٢].
11 De la misma manera que Lejeune diferencia “autobiografía” de “novela autobiográfica”, distinguimos “biografía” de “novela biográfica”. A partir de las entrevistas del autor sabemos que la historia de Agata, la protagonista de Oscuramente fuerte es la vida y La tierra incomparable, es una ficcionalización que sigue muy de cerca la experiencia de vida de la madre del autor. (El nombre Agata, escrito sin acento, es la variante en italiano del nombre griego ’αγαθή –agathê– que significa “bondadosa”.)
12 Este fragmento fue tomado de “El padre” una de las narraciones que conforman el libro El padre y otras historias cuyo paratexto autoriza al lector a realizar, nuevamente, un “pacto fantasmático”: “Dal Masetto rescata anécdotas, articula escenas y arma así relatos que surgen o se esconden dentro de nítidas y entrañables evocaciones. No interpreta los hechos, pero no se resigna a que los colores puros de la memoria personal puedan extinguirse en una crónica falseada por el tiempo” (contratapa en Dal Masetto 2009a-h). Esta afirmación paratextual posibilita la interpretación de algunas de esas “historias” como “narraciones autobiográficas”. Lejeune señala que el término “narración” al ser una denominación “indeterminada” en cuanto a su estatuto ficcional, puede ser compatible también con un pacto autobiográfico (1991, 53).
13 “Pese a que mi padre mandaba cartas –tampoco se ponía a describir mucho ni era un literato–, yo tenía una imagen que por ahí se parecía más a México o al Oeste de los Estados Unidos, por los libros de aventuras y por las historietas que leía. Tenía la idea de los caballos, porque leía mucho a Salgari” (Dal Masetto en Revista Ñ 2012).
14 Al respecto, comenta el autor en una entrevista: “me costaba mucho dejar lo mío. Había pasado toda mi infancia pescando, nadando, cazando, subiendo montañas… Pero también me tentaba la idea de aventura, cruzar el mar e ir a América que siempre sonaba como un lugar fabuloso…” (Dal Masetto en Revista Ñ 2012).
15 Ilaria Magnani señala que, a diferencia de la “oralidad que ha alimentado la relación materna –tal como está representada en las novelas–”, la “transmisión paterna” se construye con “gestos, ejemplos y silencios, igualmente cálidos y comunicativos” (2009, 147).
16 Publicado en Hispamérica, en 1984, y, posteriormente, recogido en El padre y otras historias (2002, 17-22).
17 Armida Aberastury y Mauricio Knoble (2004) mencionan tres duelos en relación a las tres pérdidas sufridas por todo adolescente: la de su cuerpo infantil, la de su identidad de niño y la de la relación entablada con los padres de la infancia.
18 Guillermo Saccomanno escribe que Dal Masetto, antes de abandonar el pueblo y pese al frío, se había zambullido desnudo en el río. “Este es mi instante, sentiste. Nunca volveré a ser tan yo como en este instante” (Saccomanno 2017, 65).
19 Esta idea es retomada por el autor en su última novela publicada en vida, Imitación de la fábula (2014), donde el personaje, Vito, que también viaja al sur, termina su obra refiriéndose crípticamente a una roca, símbolo posiblemente de la infancia perdida irremediablemente: “Y piensa también en su roca. Su roca está en alguna parte. Por momento cree verla. ‘La veo, la veo, pero no puedo tocarla’” (Dal Masetto 2014, 139). Este aspecto es analizado en nuestra ponencia “El paisaje patagónico en dos novelas de Antonio Dal Masetto” que será presentada en las “IX Jornadas de Historia de la Patagonia” (Trelew 2022).
20 En Cita en el Lago Maggiore, el tercer tomo de la trilogía, si bien el río San Jorge/San Giorgio no es nombrado, sus aguas están presentes en la mención del lago que las recibe y cuyo nombre figura en el título de la novela.
21 Antes de esta instancia, en el capítulo III, si bien posterior en el tiempo, hay una escena que activa en el lector el imaginario del bautismo. Al llegar a la casa de Dardo y Luisa, el personaje se baña y siente que se purifica “no era solamente la tierra del viaje lo que me estaba sacando de encima. También desaparecían otras marcas y olores” (Dal Masetto 1991, 23). Luego, en el pueblo, mientras camina por la costa del lago, “una ola más fuerte me salpicó la cara. Mi bautismo, pensé” (Dal Masetto 1991, 24). Pero, el lector debe esperar al capítulo siguiente para que la escena bautismal culmine con el pronunciamiento de su nombre.
22 Magnani señala –observando el cambio narrativo operado en las novelas de Agata– que, en La tierra incomparable, “la voz ya no es homodiegética, elección que indica la necesidad de poner una distancia entre el protagonista y el narrador” (2009, 146).
23 Para un análisis del tópico del retorno en La tierra incomparable, véase Buret (2022a y 2022b).