DOI: 10.18441/ibam.22.2022.80.209-242

 

 

 

 

Jael Goldsmith Weil / Jennifer Cyr / Kelly Bauer / Lucía Miranda Leibe / Gustavo Valenzuela / Pilar Arcidiácono / Luisina Perelmiter / Elisa Rivera

INTRODUCCIÓN

La pandemia introdujo caos a la vida académica; trajo también silencio, más cercanía con nuestros niñes (para quienes maternamos), reflexiones, se aceleró el deterioro para la tercera edad, a mí me trajo una huerta. Trajo incertidumbre, claustrofobia, agorafobia, rabias, temores, ansiedades problemas de salud mental con repercusiones dentro y fuera del ámbito universitario. Aumentaron las brechas de género para investigadores en cuanto a publicaciones, aumentaron las cargas de cuidados académicos para profesoras.

En este foro de debate, un grupo de académicas (y un académico) con interés o residencia en el cono sur, hablamos en primera persona, sin filtro. Hablamos para desahogar, para dar luz a problemas invisibilizados, hablamos para compartir lo aprendido y para confesar cuando no tenemos idea del camino a seguir. Hablamos como docentes, intelectuales, madres, cargadoras de la carga mental, ayudantes de investigación, feministas, artistas, humanas (y humano).

Jennifer Cyr nos ofrece una versión de la planificación para la investigación empírica extremadamente humana, personal y empática, donde la aceptación de lo subperfecto en conjunto con una buena organización conformada por múltiples listas es un camino a la emancipación de la culpa, la autoaceptación y eventualmente el síndrome del impostor. El trabajo de Kelly Bauer –que enfatiza tanto las instrucciones– a veces contradictorias entre sí, probablemente imposibles de cumplir cabalmente mientras se mantiene alguna semblanza de equilibrio entre docencia, investigación y vida; como las omisiones de las universidades para sus docentes –en relación al autocuidado, su propio bienestar físico y mental, su agenda investigativa. Habla de la rapidez con la cual muchas docentes adoptaron prácticas de cuidado hacía sus estudiantes y lo desgastante y aprisionador que fue este proceso, visto ahora a dos años del inicio de la pandemia. Nos invita a reflexionar como reincorporamos el cuerpo al mundo pandémico posvirtual, no solamente desde los requisitos tecnológicos para las clases híbridas, sino también desde las necesidades tan esenciales como mantenerse suficientemente hidratada, moverse por el aula, sentirse cuidada en un espacio físico con estudiantes que adoptan y no adoptan medidas preventivas como el uso de mascarillas. Lucía Miranda Leibe nos comparte estrategias metodológicas para generar un espacio virtual seguro para la investigación feminista en ausencia de poder usar un espacio neutro o encontrarse en persona. Nos cuenta como a través de estos procesos la atención al detalle, la adaptación a los tiempos de la entrevistada y la búsqueda de intimidad con una otra previamente desconocida son también procesos que transforman a la investigadora cultivando una empatía profunda.

El cuarto texto, escrito desde mi experiencia de comenzar la pandemia con diez tesistas de pre y posgrado asociados a mi proyecto de investigación sobre políticas alimentarias, todes entusiastes en nuestras primeras reuniones virtuales y ver cuan difíciles fueron sus procesos. Aquellas que terminaron fueron con esfuerzos casi heroicos, dos madres de infantes –una que escribió la tesis mientras ella y su bebé padecían de covid (previo a la vacuna). La segunda que gracias a que una vecina (coincidentemente académica feminista) le prestaba su casa (vacía durante el día laboral), pudo tener un “cuarto propio” para tener un espacio a solas para trabajar y conectarse a su defensa virtual. Les otres, talentoses todes, tuvieron problemas de acceso a datos, no pudieron pasar las vallas institucionales que le ponían sus universidades, tuvieron problemas de salud mental. En paralelo, yo vivía mi primera experiencia mentoreando un estudiante doctoral, teniendo diferencias conceptuales con este y reflexionando sobre los límites de la autonomía de las decisiones investigativas. Fue escrito en conjunto con Gustavo Valenzuela, quien además de ser ayudante de investigación en el proyecto que dirigía y un colaborador muy cercano, a la vez escribía su propia tesis de maestría.

El artículo de Pilar Arcidiácono y Luisina Perelmiter nos narra la historia de un trabajo conjunto que se convirtió en una amistad que se enfrentó a las dificultades propias de hacer investigación en pandemia, pero que abrió una ventana de oportunidad de líneas de investigación conjunta y fortaleció una gran amistad. Nos habla de una coinvestigación forjada no solamente desde los intereses compartidos y el rigor sino también la interrupción de niñes en piyamas, la demanda por desayunos y jugar a las masitas y la culpa de que el costo del trabajo sea a veces el dejarles muchas horas al celular. Y en esa investigación, las investigadores confinadas en conjunto con sus familias, materiales y espacios de trabajo, encontraron también un refugio intelectual, una compañía sorora. Finalmente, el artículo Elisa Rivera nos invita al mundo de las artistas donde nunca han existido fronteras entre los espacios del trabajo y de las artes. Da cuenta como en el mundo de las artes marcado por una historia masculina y de exclusión de mujeres los fuertes efectos de la pandemia remasculinizan el terreno ganado por las mujeres.

En su conjunto, todos estos escritos están narrados desde la experiencia, son viscerales, como si la pandemia nos despojara de la paciencia necesaria para hablar con rodeos, y en esa urgencia comunicativa, genuina, buscamos también el reencuentro y la coconstrucción de nuevas formas de hacer arte, conocimiento y educación.

Jael Goldsmith Weil

LA VIDA, LA INVESTIGACIÓN, Y NUESTRA SANIDAD: CÓMO AVANZAR EN UN PROYECTO DE INVESTIGACIÓN FRENTE A (TODOS) LOS DESAFÍOS QUE NAVEGAMOS COMO MUJERES

La pandemia ha puesto en revelo el hecho de que nuestros proyectos de investigación son vulnerables a múltiples desafíos. Algunos, como el contagio global del COVID-19, son multidimensionales y llegan de golpe, interrumpiendo proyectos de investigación que ya están encaminados. Otros, como la falta de recursos o las responsabilidades ma-paternales, pueden impedir el arranque de un proyecto desde sus primeros pasos.

Estos desafíos esperados y no esperados son poco educados: No esperan “su turno” o que un desafío se resuelva para que otro surja. Muchas veces se van amontonando, uno tras otro, sobrecargando a la investigadora y llevándola a tomar decisiones drásticas. No puedo más. No doy más. Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) disponible en: https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/---dgreports/---gender/documents/publication/wcms_814499.pdf, muchas más mujeres que hombres no volverán a trabajar luego de haberlo dejado durante la pandemia. Es importante evitar este tipo de salida masiva de mujeres de cualquier carrera, incluyendo la de las ciencias sociales. La perspectiva de la mujer es vital para nuestro conocimiento colectivo.

En este ensayo, utilizo mi propia experiencia como mujer, mamá, encargada del trabajo mental de nuestra familia de cuatro personas, limpiadora doméstica ocasional, amiga, hermana, tía, y también investigadora, profesora, asesora, directora de posgrados, y editora, para elaborar una serie de estrategias que podemos utilizar como mujeres para poder seguir avanzando en un proyecto de investigación a pesar de la(s) incertidumbre(s) con la(s) cual(es) vivimos de forma diaria.

Mis objetivos son dos. Primero, voy a juntar en un solo lugar una lista de pasos que se pueden dar para que una mujer investigadora pueda vivir la vida y hacer la investigación académica sin perder la sanidad en el intento. (¡Como si fuera mucho preservar la salud mental de una!) No propongo nada nuevo, pero sí, quizás, al compilar una serie de estrategias para considerar, será posible ver que una investigadora no tiene que hacer mucho para lograr avanzar en sus proyectos, a pesar de todo.

Segundo, busco normalizar la idea de que no podemos hacerlo todo y que eso está bien. Nuevamente, no busco reinventar la rueda, pero sí me parece importante repetir la mantra una y otra vez. La pandemia, como tantas cosas trágicas e inesperadas (la guerra, una enfermedad, un accidente), nos recuerda que la vida es demasiado corta como para sufrir esa idea equivocada, pero que no muere nunca, de que nosotras las mujeres can have it all. Es mejor aceptar, a mi juicio, que podemos tener algo sin tenerlo todo, y que eso, de hecho, es preferible.

Antes de arrancar con la lista de estrategias, toca reconocer que el contenido de lo que sigue proviene de una perspectiva y una posición de privilegio extremo. La pandemia –y la vida por lo general, claro que sí– ha provocado desafíos muchísimo más difíciles que los que vamos a tratar aquí. Las principales inquietudes se centran en cómo lograr avanzar en un proyecto de investigación en tiempos inciertos. Los obstáculos se limitan al manejo del tiempo y a la presión de no solo cumplir sino prosperar en nuestros múltiples roles como mujeres.

ESTRATEGIAS PARA AVANZAR EN UN PROYECTO DE INVESTIGACIÓN A PESAR DE TODO

Estrategia #1: Ante todo, una lista. Empecemos con un consejo que siempre les doy a mis alumnes. Al arrancar con un proyecto nuevo (o aun cuando ya estás a mitad de camino) es recomendable que hagas una lista de todo lo que hay que hacer para poder llevar a cabo ese proyecto. En mi caso, empiezo con una hoja blanca y elaboro un plan de acción que ignora las limitaciones diarias que dificultan la investigación. Armo la lista como si tuviera recursos, tiempo, y acceso ilimitados. Esa lista de deseos (wish list) cumple con varias funciones.

Primero, la lista representa una mirada (casi) completa de todo lo que yo tendría que hacer para realizar un proyecto de investigación “perfecto”. Será larga y quizás incompleta. Pero es importante verlo todo escrito. Esa lista me ayudará a recordar que la realización de un proyecto de investigación requiere de un esfuerzo casi heroico, y que la perfección es imposible de lograr. El objetivo, recuerdo a mí mismo, es hacer todo lo que yo pueda y tomar notas –muchas notas– cuando la realidad no conforme con la lista.

Fíjense que la realidad casi nunca conforma con esa lista, y de ahí surge la segunda función de la lista. Cada vez que lo que hago en la práctica represente un desvío de la lista, tomo nota de ello. Siempre armo una segunda columna al costado de la lista inicial, donde voy anotando los logros y los avances, y también los errores y los contratiempos. Todo lo que representa un cambio de la lista original es notado y considerado en detalle. Incluyo información sobre: el cambio, la razón por él, la lógica detrás de él, y el posible impacto sobre el proyecto y su evolución. Termino con un resumen bastante completo de los pasos que seguí mientras llevaba a cabo el proyecto.

Estas notas son muy útiles. Para empezar, ayudan a orientarme cuando me pongo a escribir los resultados de la investigación. Sirven también para cuando me veo obligada de abandonar al proyecto, temporalmente, por alguna razón (ej., la enfermedad de un hijo, una tarea inesperada, una pandemia global). Las obligaciones y responsabilidades de nuestro día-a-día son tales que, una vez que el proyecto esté en pausa, se vuelve muy difícil predecir cuándo una podrá volver a retomarlo. Esa lista de hechos concretos, desvíos explicados, y notas más profundas van a ayudarte a volver al proyecto y seguir avanzando una vez que puedas. También van a ayudarte a evaluar las consecuencias de, por ejemplo, no haber podido recolectar más datos. ¿Qué puedes rescatar? ¿Qué aprendiste hasta el momento? ¿De dónde puedes apalancar otros datos? No quiero subestimar lo difícil que es diseñar un proyecto para luego solo poder avanzar a pasitos, pero esa lista inicial te va a ayudar a retomar el proyecto cada vez que sea necesario.

Estrategia #2a: Seamos pragmáticas, amigas. A pesar de nuestros mejores esfuerzos, solo hay 24 horas en el día. No es posible exprimirle ni una hora más. Nuestro tiempo, en otras palabras, es limitado. Es necesario, por ende, adoptar una perspectiva más pragmática sobre qué es lo que podemos hacer para avanzar en nuestra agenda de investigación. Por ejemplo, quizás en tu wish list hayas incluido un viaje a un sitio de investigación para entrevistarte con distintos protagonistas. El viaje te ayudará a conocer el contexto, piensas, y te alejará de las múltiples tareas diarias que te quitan concentración, energía, tiempo. Todo bien. El viaje sería la opción óptima. Pero, en el caso menos óptimo, donde por alguna razón no puedes viajar, aún es posible armar entrevistas. El campo virtual –algo que fue normalizado durante la pandemia– existe para facilitar el trabajo de campo desde casa. En este caso el pragmatismo se impone. Terminas haciendo las entrevistas, pero pierdes un poco del contexto que hubieras recibido al viajar.

Si la visita al sitio de investigación es imprescindible para el proyecto, vas a tener que buscar ceder en otro aspecto. Por ejemplo, puedes elegir un sitio que se ubique cerca de casa y del cual puedes visitar de a poquito. Aunque no sea la solución óptima, esa elección pragmática te va a permitir avanzar en tu proyecto. Lo que sí, cada investigador/a tendrá su lista de sine qua non, o factores que son para ella necesarios para poder realizar el proyecto deseado. El pragmatismo tiene que priorizarse, de forma calculada, para todas esas cosas que no están en esa lista.

Estrategia #2b. Dedicate, en temas de investigación, a lo que te guste. Un supuesto importante de este ensayo es que Ustedes, como yo, aman la investigación y valoran mucho que un aspecto de su trabajo se dedique a la construcción del conocimiento. No quiero diluir esa pasión con el pragmatismo mencionado antes. Es importante, para nuestra sanidad mental y para nuestra felicidad laboral, que hagamos las cosas que nos gustan. (Lo que digo es obvio, ya lo sé, pero, ¡qué difícil que es lograr priorizar las cosas que nos gustan!) Por suerte, la gran mayoría de nosotras (y nosotros, claro que sí, pero este ensayo se dirige principalmente a las mujeres) estamos rodeadas de personas e instituciones y fenómenos que pueden ser el objeto de nuestra investigación. No hay que ir lejos para analizar cosas interesantes. En mi caso, presto atención a los artículos que me llaman la atención y los que no. Si no estoy dispuesta a leer algo durante mi tiempo libre (es decir, cuando estoy aplazando alguna otra tarea), no estaré feliz leyéndolo para el trabajo. Estudiar lo que nos interesa es un placer casi único de la vida escolar.

Es importante, también, darnos cuenta de que nuestros intereses van cambiando. Suelo estudiar partidos políticos, por ejemplo, pero últimamente me han interesado mucho más las historias de ciudadanes “comunes y corrientes” que han arriesgado la vida para logra algún cambio político. A partir de ahí, entonces, espero poder definir el próximo proyecto de investigación. Hay que elegir temas de investigación que nos fascinan. Es otro consejo pragmático, al fin y al cabo. Porque si no nos fascina el tema de investigación, ¿cómo trinchar, de un día de solo 24 horas, el tiempo necesario para avanzar en él? ¿Cómo evitar los quehaceres y alejar la morosidad y superar la maldita culpabilidad?

Estrategia #3: Aprender a decir, “No”. A nosotras nos quieren sobrecargar con todos los deberes fastidiosos que son partes integrales de las instituciones en las cuales típicamente trabajamos. Múltiples trabajos han demostrado, por ejemplo, que en el ecosistema universitario las mujeres profesoras se dedican a más tareas administrativas que los hombres. Hay que aprender a decir, “Muchas gracias, pero no”, a algunos de esos deberes. Evidentemente, este mensaje se les aplica sobre todo a las mujeres que llevan tiempo en cierta carga. La estabilidad laboral de ellas es más asegurada y, por ende, los pequeños actos de rebeldía que representan las respuestas negativas son más aceptables. Eso dicho, todas nosotras tenemos el derecho de ser más selectivas con las tareas que se nos presentan. Y mientras más mujeres empezamos a decir que “No”, el acto en sí se vuelve cada vez menos rebelde y la posibilidad de dedicarnos a lo que nos gusta –la investigación, por ejemplo– se vuelve cada vez más factible.

Entonces, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo decir que no? En mi experiencia las respuestas educadas, pero firmes son las más efectivas. La gran mayoría de las veces no hay que dar una explicación. El decir, “Muchas gracias por la invitación; lamentablemente no podré ayudarle en este momento”, típicamente es suficiente. Si te parece importante decir por qué (y, dependiendo de tu seguridad laboral, una explicación puede ser necesario), puedes mencionar las tareas a las cuales ya te has comprometido: “Muchas gracias por invitarme a dirigir la tesis de este estudiante. En este momento dirijo tres tesis de maestría y dos de doctorado. Lamentablemente no podré aceptar tu invitación”. En este caso queda claro que ya estás cumpliendo con tu parte cuando se trata de dicha tarea o responsabilidad.

El poder definir límites es algo que se aplica no solo al trabajo sino a la vida doméstica también. En mi caso, la persona que me tiene sobrecargada en cuanto a los quehaceres de la casa soy yo. En este sentido, soy mi peor enemiga. Aquí, también, hay que aprender a decir que no. Los platos van a lavarse, tarde o temprano. Les chiques sobrevivirán otro día más sin bañarse.

Las mujeres por lo general somos bastante autoexigentes, y entonces a veces nos cuesta decir “No” porque tenemos miedo de que, al declinar una invitación, nos podamos perder una oportunidad excelente para nuestra carrera. ¿Quiero ser coeditora de un libro sobre partidos políticos? ¿Quiero sumarme a un proyecto nuevo con gente interesante que utiliza métodos que no son “míos”? Sí y sí; obvio que sí; ¿cómo voy a decir que no? Son oportunidades excelentes. (Pero, a ver, esperemos un cachito. Acabo de admitir que quiero explorar otra agenda de investigación que no sea sobre partidos. Y la verdad es que no tengo tiempo para aprender una metodología nueva.) Quiero decir que sí, pero me doy cuenta, pensándolo un poco, de que no son buenas opciones para mí. Y eso está bien. El “no” no representa un rendimiento; es una oportunidad para que puedas ser más selectiva. Lo que pierdas con una oportunidad vas a ganar cuando surja otra que esté más alineada con tus intereses, tu tiempo, y tus habilidades.

Estrategia #4: Utilizar los recursos disponibles. No sé ustedes, pero durante la pandemia la pantalla, como objeto de distracción para les hijes, se volvió un aliado importante en mi batalla diaria de tratar de cumplir con todo lo que había que hacer como mamá de tiempo completo y también como profesora e investigadora de tiempo completo. Se volvió, en otras palabras, un recurso indispensable para poder funcionar en los múltiples roles que me tocaba cumplir. Los recursos, o los activos que ayudan a que podamos funcionar de manera efectiva, son claves para poder avanzar en un proyecto de investigación. Para nuestros propósitos un recurso es cualquier cosa que nos permita avanzar. Puede ser tu pareja, un servicio de vianda, esa maldita pantalla, o varias otras cosas o actividades que logran: divertir a les chiques, ayudar con las tareas domésticas, o aliviar los quehaceres laborales. Nos invito a ser más creativas y abiertas con el uso de los recursos, y menos duras con nosotras mismas cuando se trata de herramientas (ahem, la pantalla) que nos cuesta tolerar.

Aceptemos la ayuda de dónde viene, y compartamos la(s) ventaja(s) comparativa(s) de cada una. Eso, sí, otro recurso potente es trabajar en equipo o armar un proyecto de investigación de manera colaborativa. Quizás tú no puedes avanzar en el proyecto esta semana pero tu coautora, sí. El trabajo colaborativo puede servir no solo para avanzar en un proyecto sino para: aprender cosas nuevas; descubrir a colegas con afinidades compartidas; y hasta abarcar en una agenda nueva de investigación con gente copada.

Estrategia #5: Bajar las expectativas. Les confieso, a modo de conclusión, que me cuesta muchas veces cumplir con mi propia lista de estrategias. Por ejemplo, frecuentemente me encuentro haciendo una especie de gimnasia mental para poder convertir lo que sé que debería ser un “Gracias, pero no” en un “Sí”, sobre todo cuando se trata de proyectos nuevos. Yo, igual que ustedes, no quiero perder ninguna oportunidad. Me cuesta, además, utilizar los recursos que me rodean: los vecinos que se ofrecen para cuidar a les chiques, la plata extra del mes para invertir en un servicio de vianda, la colega que puede dictar una de mis clases para liberarme de esas horas de preparación. Toda esa ayuda me permitiría avanzar en mi proyecto de investigación, aunque sea por un par de horas, pero me cuesta decir “Mil gracias, me vendría muy bien”. Pienso en lo que pierden ellos al hacerme el favor. Calculo que los vecinos, igual que yo, están sobrecargados; que es mejor ahorrar la plata en vez de gastarla en comida preparada; y que mi colega se ha ofrecido sin pensar en lo que más le conviene a ella.

De hecho, hago y hacemos mucha gimnasia mental para que todo –ese gran “todo” que lo abarca todo y, por ende, no abarca nada– salga bien. Estamos cansadas. Hemos sobrevivido a una pandemia, entre otras cosas. Y entonces, como una última estrategia, suplico que seamos más generosas con nosotras mismas. Las estrategias incluidas aquí son pensadas no para que lo tengamos todo, sino para que podamos estar contentas con algo y nada más. Bajemos las expectativas. Nuestra agenda de investigación es una sola parte de nuestra vida, y así debería ser. Si no escribo hoy, escribiré mañana, mientras mis hijes juegan en su tablet y los platos siguen sin lavar.

Con el tiempo me he dado cuenta que ese paraíso lejano que llamamos el work-life balance es eso: una utopía. No hay equilibrio perfecto, sino períodos donde enfatizamos la vida personal al costo del trabajo para luego enfatizar el trabajo al costo de nuestra vida personal. La vida es un balancín, no un balance, y eso está bien.

Jennifer Cyr

REFLEXIONES SOBRE LA PEDAGOGÍA FEMINISTA, LA RABIA Y LAS PRÁCTICAS DE AUTOCONSERVACIÓN EN LA UNIVERSIDAD PANDÉMICA

INSTRUCTIVO PARA IMPLEMENTAR PEDAGOGÍAS DEL CUIDADO EN TIEMPOS DE PANDEMIA

SILENCIOS INSTITUCIONALES EN TIEMPOS DE PANDEMIA

La pandemia de COVID-19 provocó vertiginosas conversaciones pedagógicas sobre cómo ajustar mejor el aula universitaria para facilitar el aprendizaje de les estudiantes, y también empujó les profesores universitaries a dedicar mucho tiempo a aprender, implementar y actualizar sus prácticas pedagógicas. Este ensayo reflexiona sobre los costos y silencios asociados a esta carga académica sobre la pedagogía de la pandemia, destacando cómo las prácticas pedagógicas del cuidado no fueron acompañadas por conversaciones sobre métodos de autopreservación de quienes conllevan el peso de esta carga. Después de todo, hacer “magia” en el salón de clases es el resultado de un trabajo cuidadoso y bien pensado.

Han pasado más de dos años desde que la pandemia interrumpió el normal funcionamiento de la educación superior. Ya estaba agotada antes de la pandemia, 5 años trabajando por un puesto de profesor de planta tratando de cultivar mi pasión por la investigación y tratando de mantener el ritmo frente a una agotadora y aparentemente interminable demanda por más clases, más servicio hacia la universidad y tutoría hacia les estudiantes. La pandemia empeoró aún mas todo esto.

Durante la pandemia, les docentes se convirtieron rápidamente en trabajadores de primera línea, intentando procurar por la salud mental, las condiciones de vida y el progreso académico de les estudiantes, al mismo tiempo que intentaban entregar acceso a una educación de alta calidad. Como docente, traté de crear un entorno de aprendizaje gratificante, estable y accesible para mis estudiantes, mientras el mundo seguía girando a nuestro alrededor, al igual que muchos de mis colegas. En EE. UU., muchos profesores universitarios priorizaban las prácticas pedagogías del cuidado, aprendiendo e implementando pedagogías críticas y feministas. Como reflexiona Oumar Ba sobre las motivaciones de les docentes durante los primeros meses de la pandemia, “Quizás entonces una pedagogía del cuidado durante la pandemia sea simplemente eso: juntar a nuestros estudiantes para juntos meditar sobre nuestra situación colectiva”, en su artículo “When Teaching is Impossible: A Pandemic Pedagogy of Care”, en Pandemic Pedagogy: Teaching International Relations amid COVID-19, de 2022. Me sorprendió gratamente la rapidez con la que muchos docentes se alejaron de la educación bancaria, dejando atrás el sistema clásico de transmisión de contenido de maestro a estudiante para priorizar el aprendizaje a través de la compasión, la flexibilidad y el aprendizaje colectivo. Pero, es el extenso trabajo del cuerpo docente lo que crea este cuidado, compasión y amabilidad para les estudiantes. Ryan et al. describe esto como “el requisito constante, pero tácito, implícito, no dicho, del ‘cuidado’, sin límites” en su texto “Privileged yet Vulnerable: Shared Memories of a Deeply Gendered Lockdown”, en Gender, Work & Organization de 2021. Ejemplos de instrucciones para la implementación del “cuidado sin límites” implícitamente sugeridas por la administración son:

Mientras el peso del trabajo pedagógico a distancia recaía en les docentes, cada correo institucional “de apoyo” no hacía más que incrementar mi lista de pendientes; después de todo, la enseñanza remota era una práctica relativamente nueva para mí, lo que implicaba una empinada curva de aprendizaje para cuidar de les estudiantes y facilitar su aprendizaje. Muchas de las incógnitas que tenía hacia las políticas institucionales encontraron como respuesta meras sugerencias de la administración universitaria de hacer “lo que sea mejor para la clase”, exacerbando aún más el número de decisiones que les docentes debían tomar, incrementando así la creciente lista de tareas pendientes. Decisiones como: ¿Estaba siendo lo suficientemente rigurosa y reflexiva en mis clases, y bajo que estándares? ¿Qué nuevas opciones tecnológicas podrían facilitar el aprendizaje de les estudiantes y agilizar mi trabajo? La culpa de tener que implementar y mantener la pedagogía del cuidado es asfixiante y debilitante.

Colegas con responsabilidades docentes quedaron con tantas preguntas sin respuestas, por lo que innatamente procedimos a dirigirlas hacia nosotros mismos. “¿Cómo estás manejando la asistencia a clases?” “¿Cómo manejas los atrasos en tus clases?” “¿Cómo diriges un salón de clases con enseñanza híbrida?” “¿Qué pasa si nos enfermamos?” “¡¿Cómo sobrevives?!” Sin claridad o dirección de nuestras instituciones intentamos cuidarnos unos a otros, refugiándonos y buscando apoyo en las cada vez más usadas redes sociales y en listas de recursos colaborativos disponibles de otros docentes.

A medida que volvíamos a las clases presenciales surgieron nuevas preguntas, de carácter éticas y logísticas, sobre el cómo actuar en el salón de clases en esta nueva realidad. Por ejemplo, ¿Cómo me aseguro de beber suficiente agua durante el día laboral ahora que debo usar mascarilla durante la mayor parte del día? ¿Qué tanto se debe restringir la movilidad de les estudiantes dentro del salón de clases? Solo por nombrar algunas, sin mencionar las dudas surgidas como resultado de las políticas y tendencias propuestas por los organismos universitarios, local y nacional, las cuales, de acuerdo con la pedagogía del cuidado, se deben también acatar sin importar el impacto en la presencia en la sala de clases. No obstante, ambas, las políticas y las tendencias continúan cambiando constantemente. Preguntas como, por ejemplo, ¿Qué política de rastreo de casos positivos de covid-19 debe aplicarse dentro de la universidad después de haber implementado el requerimiento de vacunación? A medida que evolucionaba la pandemia, pasé horas aprendiendo sobre estas políticas por mis propios medios para intentar navegar exitosamente cómo les estudiantes y yo nos presentábamos en el aula a la mañana siguiente. En el primer día de clases, en el cual el uso de mascarillas no fue obligatorio, sino que solo “recomendado”, muchos estudiantes simplemente no asistieron a clases. ¿Fue esta inasistencia debido a las temperaturas bajo cero en el exterior o a la vacilación frente a los cambios en las políticas sobre el uso de mascarillas? Inmediatamente, comencé a recibir correos electrónicos con preguntas de les estudiantes preocupades sobre cómo actuar correctamente frente a estas nuevas políticas. ¿Qué acomodaciones necesitarían les estudiantes que habían testeado positivo por covid-19? ¿Podrían les estudiantes con condiciones médicas preexistentes atender a la clase de forma remota? Desde mi rincón en el medio de los Estados Unidos, donde los requisitos de vacunas y mascarillas se habían extremado y politizado inmensamente, las medidas dictadas por la administración universitaria tambaleaban, y no daban respuesta a las complejidades surgidas sobre cómo estas medidas afectaban el trabajo de les profesores durante la preparación para volver al salón de clases.

¿Cómo se puede aplicar la pedagogía del cuidado bajo estas condiciones? ¿Cómo debo reaccionar al ingresar a un salón de clases lleno de estudiantes sin mascarillas habiendo pedido su uso? Y más apremiante aún, ¿cómo construyo una comunidad de aprendizaje viva bajo el alero de las medidas y dinámicas sociales en constante cambio debido a la pandemia?

Las pedagogías feministas y críticas nos llaman a cuestionar las relaciones de poder que fluyen dentro y fuera del aula, y a cocrear conocimiento en el aula a través de la comunidad. Durante la pandemia, esto exige explorar cómo les profesores navegan por las jerarquías presentes en el lugar de trabajo. Sin embargo, frecuentemente las conversaciones pedagógicas excluyen aspectos relacionados con nuestro cuerpo y nuestra labor, como si no existiera conexión entre lo que pasa dentro y fuera de la sala de clases. Mientras yo y muchos otros profesores trabajábamos para infundir cuidado y amabilidad en nuestra pedagogía durante la pandémica, ¿qué medidas de cuidado y autoconservación estaban disponible para nuestro uso? ¿Era considerada por la universidad simplemente como trabajo prescindible al servicio del dinero provenientes de matrícula de les estudiantes? Debido al carácter neoliberal de la universidad, es sabido que mi trabajo emocional se utiliza como servicio para les “clientes”, en este caso, les estudiantes, donde es la universidad la que últimamente lucra de mi labor. Después de todo, como articula Rogers, “... el cuidado se entiende y se presenta como una práctica y como una forma de pensar. Sin embargo, a menudo, dentro de estas áreas de ‘cuidado’ descubro espacios sin cuidado que dañan, frustran y concurso de trabajo solidario” en “‘I’m complicit and I’m ambivalent and that’s crazy’: Care-less spaces for women in the academy”, publicado en Women’s Studies International Forum, vol. 61, pp. 115-122. Pergamon en 2017. Terah Stewart concluye de manera similar que “las instituciones son burocráticas y el cuidado no es la ética de las instituciones; la ética de la institución es la productividad y la preservación” en “Capitalism and the (il) logics of Higher Education’s COVID-19 response: A Black feminist critique”, Leisure Sciences de 2021. Pero, esta distancia entre la gestión institucional del profesorado como mano de obra, y la gestión institucional del profesorado como quien imparte pedagogías de cuidado y provecho es alienante. ¿Cómo puedo enseñar apropiadamente cuando mi propia institución no muestra preocupación hacia mis necesidades? ¿Cómo puede el profesorado hablar de pedagogías del cuidado sin hablar también de instituciones de cuidado? Frecuentemente, las conversaciones sobre la universidad y el aula están divorciadas entre sí, obligando a les profesores a navegar entre estos espacios de aprendizaje y trabajo interconectados pero aislados, resultando en un desapego y una desidentificación aparentemente inevitables a menudo descrita como un “ser espacialmente dividido” como señalan Costas y Fleming en “Beyond dis-identification: A discursive approach to self-alienation in contemporary organizations” en Human Relations 62, n.º 3 de 2009. A medida que reflexiono individualmente y con mi comunidad docente sobre estos dos años, la rabia acompaña cada vez más mi agotamiento.

¿Cómo podemos resistir la tendencia de hablar de pedagogías del cuidado sin hablar de las instituciones como espacios sin cuidado? ¿Cómo podemos cuidarnos a nosotros mismos durante este momento y la variedad de formas en que abordamos la pedagogía durante la pandemia? Como nos dice Ángela Vergara, “la comunidad de nuestro campus necesita tiempo para hacer una pausa y reimaginar nuestro sistema roto. Necesitamos un sistema que ofrezca estabilidad laboral y protección y beneficios laborales a todos les miembres de la facultad y el personal para que puedan concentrarse en les estudiantes. También necesitamos repensar los espacios universitarios, reconstruir las relaciones y diseñar espacios seguros donde podamos reunirnos, hablar y reír” en su texto “A Reimagined Pedagogy Is Needed Before We Return to In-Person Learning”, de 2022. No lo he logrado cabalmente, pero he aprendido a dirigir mi ira en otras direcciones. En el aula, involucro a les estudiantes en conversaciones sobre la política universitaria, animándoles a ver el ambiente en el que están inmersos, a valorar sus perspectivas y conocimientos, y a colaborar y proporcionar retroalimentación a la administración. Me esfuerzo por destacar el trabajo a menudo invisible de la pedagogía pandémica, discutiendo los desafíos y el trabajo involucrado, por ejemplo, en la gestión de un aula híbrida. Recientemente, comencé a compartir con les estudiantes la magnitud del trabajo asociado con la preparación de una clase, por ejemplo, que me toma una hora leer las quince páginas del borrador de la tesis, o que me toma dos horas para planificar una sesión de clases. Durante años he comenzado las clases con una “pregunta del día” para crear el sentido de comunidad e iniciar las discusiones del día. También he usado la sala de clases para hablar sobre el cuidado, usualmente preguntando a les estudiantes qué es cosas consideran energizante para su desarrollo y salud mental. Fuera del aula, me he enfocado en incrementar la comunicación con les representantes de la facultad y la administración, enfatizando el vínculo entre el aula, mi labor y la universidad. Y, a través de conversaciones con amigos, he estado intentando crear un poco de distancia entre mi vida personal y mi vida profesional, rechazando volver a las practicas utilizadas previo a la pandemia y presionando para expandir nuestro trabajo de cuidado entre nosotros.

Kelly Bauer

LA METODOLOGÍA EN CONFINAMIENTO: DESAFÍOS EN LA VALIDEZ Y FIABILIDAD DE DATOS RECOGIDOS A TRAVÉS DE MEDIOS TELEMÁTICOS EN PERÍODO DE PANDEMIA

La pandemia por SARS-COVID transformó de manera vertiginosa nuestra vida diaria y sus “maneras de hacer” cada cosa dejando en evidencia las flagrantes desigualdades en la que es ocupado el espacio privado por parte de las mujeres. En América Latina el confinamiento desató los niveles de precariedad laboral, la violencia de género y la batería de problemáticas psico sanitarias que se le asocian: ansiedad, depresión, estrés, etc.

Desde la perspectiva de la investigación social y la docencia, nos forzó a elaborar nuevas estrategias para la transmisión del conocimiento que debíamos adaptar también al proceso de recopilación de información dependiendo grandemente de los niveles de conectividad con los que se contaba, tanto como investigadoras como para las personas objeto de nuestras investigaciones.

Este artículo pone en perspectiva los requisitos de validez y fiabilidad cuando los medios de recolección de datos se ven limitados, o directamente condicionados, al uso de medios telemáticos (vía computador o teléfono celular por medio del uso de aplicaciones tales como Zoom, Skype, Teams, WhatsApp, Telegram o similares, en función de la accesibilidad de la persona entrevistada), debido en este caso al confinamiento por pandemia de covid.

La pregunta que guía este texto es: En base al necesario uso de medios telemáticos para realizar entrevistas en período de cuarentena, ¿Cuáles son los factores a tener en cuenta para que las respuestas de las personas entrevistadas se vean condicionadas lo menos posible?

Los resultados que aquí se presentan provienen de la estrategia aplicada durante el 2020 y parte de 2021 en mi trabajo de campo postdoctoral sobre el Movimiento Feminista en Chile y su difícil relación con los partidos políticos.

Criterios de rigurosidad metodológica

La validez y la fiabilidad son dos aspectos clave en todo proceso investigativo. La validez se refiere al grado en que los indicadores operacionalizados a partir de un concepto (en principio abstracto) miden efectivamente el concepto u objeto de estudio que se pretende conocer. La fiabilidad, por otra parte, concierne al momento en que el proceso investigativo desarrollado en un momento previo, replicando la misma estrategia metodológica de como resultados similares a los obtenidos inicialmente.

En el caso del proyecto de investigación sobre el Movimiento Estudiantil Feminista en el marco del cual se comenzó a recopilar información durante el 2018, contaba con una estrategia de diseño y recolección de información que había sido probada y validada para continuar en su exploración a nivel territorial de regiones en Chile; con la única salvedad que habiéndose recibido el presupuesto y las confirmaciones por parte de los Comités de ética y Seguridad de la Universidad, una pandemia estalló.

El proceso de recolección de datos diseñado en el marco del proyecto implicaba la realización de entrevistas presenciales a partir de una pauta semi estructurada junto a la aplicación al finalizar de un breve cuestionario. Frente a la situación de cuarentenas rotativas y el consecuente confinamiento, se decidió cambiar la estrategia de recolección de información, ya que no podía ser llevada a cabo cara a cara. Si bien la validez del proyecto seguía manteniéndose intacta, al deberse realizar a posteriori un análisis comparado entre datos recogidos de forma presencial versus datos recogidos de forma telemática, la fiabilidad de la investigación corría peligro.

El desafío a ser superado implicaba tratar de replicar de manera telemática, el mismo tipo de confianza y espacio de diálogo distendido que se había logrado durante el proceso de entrevistas presenciales. A continuación, se describen las reflexiones aprehendidas a partir de la experiencia vivida por quien debe recoger datos y analizar datos en contexto de pandemia; es decir conocer a través del “Experiential Knowledge” de Joseph Maxwell de 1992 en Understanding and validity in qualitative research en Harvard Educational Review, 62, 279-300.

La unidad de análisis versus el nivel de observación

Trabajos previos habían recopilado estrategias metodológicas telemáticas para la recolección de datos aplicadas en contextos de desastres naturales o brotes de enfermedades (Ébola, cólera, gripe porcina, terremotos o tsunamis). Los brotes epidémicos como los del ébola en algunos países de África, u otros contextos de desastres naturales habían implicado el uso de abordajes metodológicos diversos (dadas las circunstancias), pero tomando dicho brote epidémico o desastre como unidad de análisis. Las unidades de análisis, entendidas como “los objetos cuyas propiedades interesa estudiar con el fin de establecer conclusiones generales” y el nivel de observación entendido como “el nivel al que se operacionaliza la variable dependiente”, según Anduiza Perea, Eva; Crespo Martínez, Ismael; Méndez Lago, Mónica et al. 1999 en Cuadernos Metodológicos del CIS 28. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas CIS: pp. 55, fue mutando desde que comenzó a desarrollarse el trabajo de campo.

En el caso de este proyecto de postdoctorado, la unidad de análisis correspondía a las feministas entrevistadas y el nivel de observación era regional, pues se asumía que los factores contextuales de cada universidad estarían permeando la capacidad de organización y movilización de las feministas entrevistadas.

A los meses de aprobarse el financiamiento del proyecto, teniendo pre testeada la pauta de entrevista y habiendo hecho algunas entrevistas presenciales de forma previa, se declara la situación de pandemia cambiando radicalmente el nivel de observación a uno de pandemia durante el proceso de recolección de datos.

En los trabajos revisados el objeto de estudio o la unidad de análisis era el propio brote de una enfermedad o el contexto de desastre natural; por lo que se buscó aprender de las estrategias aplicadas en dichos contextos para un objeto de estudio distinto. La estrategia consistió en poner el método de entrevista cualitativa vía medios telemáticos “en observación”, elaborando descripciones o explicaciones generales a partir de observaciones parciales pero sistemáticas y cuidadosas según Anduiza Perea, Eva; Crespo Martínez, Ismael; Méndez Lago, Mónica et al. de 1999 en Cuadernos Metodológicos del CIS 28. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas CIS: p. 9.

Los condicionantes durante entrevistas vía medios telemáticos

El confinamiento nos expuso a nuevas realidades permeadas por las capacidades económicas de cada familia. El hacinamiento, la ruralidad, deficiente accesibilidad a la conexión a internet, contar con familiares en situación de riesgo, stress post traumático son algunas de las variables en las que cada entrevista podía verse envuelta que a su vez condicionaban la fiabilidad de la información brindada. Algunas entrevistadas habían tenido que volver a vivir en casa de sus padres donde las interrupciones debido a hermanos pequeños que lloraban o reclamos por necesitar ayuda por parte de algún familiar imperaban e impedían apelar a un momento de conversación en confianza.

Otras estudiantes que compartían departamento se mostraban reacias a explayarse sobre ciertas actividades políticas en las que habían participado (como tomas, bloqueos o perfomances) porque durante la entrevista ingresaba al espacio compartido de forma imprevista su compañere de piso. A lo anterior se sumaba el hecho de que no todas las entrevistadas contaban con acceso a banda ancha.

Los obstáculos que debían tratar de sortearse durante las entrevistas pueden resumirse en los siguientes:

Los obstáculos identificados requerían la toma de acción de una serie de medidas en conjunto que impidieran la reproducción sistemática de un sesgo o error en la recopilación de información para lo que la empatía y adaptabilidad para con las circunstancias vividas por la entrevistada eran clave.

Si bien al tomarse contacto con las entrevistadas, estas se mostraban entusiasmadas por el hecho de que se contara con su participación y opinión para el proyecto de investigación; el contar no siempre con espacios habitacionales óptimos, se observó que generaba un cierto grado de inhibición a la hora de desarrollarse los relatos. Con el objetivo de paliar dicha inhibición, se optó por asegurar de forma previa que en ningún caso quedarían registrados videos del proceso de entrevista, sino exclusivamente los audios de estas.

La debilidad en la conexión a internet estaba mediada por los horarios y el tipo de acceso con que contaba la entrevistada; para un resultado idóneo se manifestaba de manera expresa la disposición a adaptarse a los horarios de la entrevistada con el fin de que contara con la fluidez requerida para el acceso de banda.

Con el objetivo de generar un ambiente de confianza más intimista, se proponía a la entrevistada poder tener dispuesto todo como si se fuera a tomar la merienda (“la once” como se dice en Chile) mientras se desarrollaba la entrevista: mate, café, té y su pan con palta eran bienvenidas y lo cierto es que esta propuesta empezó a mostrar su efectividad desde el primer momento, ya que las entrevistadas se despreocupaban de la noción del tiempo y explayaban a libertad sobre las temáticas expuestas. La ausencia de grabación de video no implicaba que las entrevistas fueran solo de voz; ya que se constató a su vez que cuando la entrevistadora se mostraba que estaba en un ambiente amplio, a solas, alentaba a una mayor confianza por parte de la entrevistada.

La indicación con antelación del uso de auriculares como mecanismo para lograr mayor intimidad en los casos en que la entrevistada convivían con más personas, también fue incluido en la pauta de invitación al encuentro telemático. En la práctica parecía que era un acto reflejo en la medida que la entrevistada observaba que la entrevistadora contaba con auriculares.

La disposición a reagendar la cita de entrevista cuando ocurrían interrupciones o cortes abruptos en la conexión se dejaba expuesta desde el primer momento, siempre mostrando atención y empatía con lo que estaba ocurriendo en el entorno de la entrevistada. En resumen, la estrategia de respuesta frente a los obstáculos para la fiabilidad identificados fue la siguiente:

Conclusiones

La pandemia por covid puso a prueba todas nuestras capacidades y habilidades, exponiéndonos también de forma cruda a nuestras vulnerabilidades. Ser mujer en sociedades donde el confinamiento de lo femenino al ámbito privado debido a la reproducción estereotipada de roles de género se volvió especialmente difícil, debido a la ausencia de mecanismos institucionales que dieran respuestas a dicha vulnerabilidad estructural.

En el ámbito académico, si bien se instauraron mecanismos y opciones relativamente tempranas para paliar la desigualdad en los indicadores de rendimiento que enfrentábamos las mujeres, no fueron suficientes: el plazo de entrega de proyecto se extendió, pero no así la asignación de recursos; se reconoció la posibilidad de aplicar entrevistas a través de medios telemáticos, pero sin reconocer la importancia de contar con mecanismos de contención para que las académicas pudiéramos hacer uso del horario laboral sin sacrificar las responsabilidades familiares.

En términos de habilidades blandas, la pandemia nos llevó a empatizar en múltiples sentidos y esto de alguna forma generó, aunque de manera forzada, resultados positivos. Comprender la situación de la otra persona comunicándose desde la identificación de factores de afectación comunes, posibilitó que el trabajo de campo se desarrollara de forma intimista y confiada.

El proceso de análisis actual del material recopilado a través de las entrevistas ha permitido vislumbrar que la fiabilidad a la hora de comparar información recopilada de forma previa, se ha mantenido intacta. Los perfiles, ramas de pertenencia y estrategias de articulación contenciosa coinciden entre las feministas entrevistadas durante pandemia y aquellas entrevistadas con antelación; a la vez que las variaciones en dichos perfiles y estrategias puede ser adjudicado al diferente contexto regional.

Como reflexión final, se espera que lo aquí planteado sea de utilidad para colegas que se encuentren en una situación similar y sirva de provecho en todo caso en un futuro de contexto que obligue al confinamiento circunstancial más allá de desear que dicho contexto de confinamiento bajo ningún punto de vista se vuelva a repetir.

Lucía Miranda Leibe

DOCTORARSE Y MENTOREAR EN TIEMPOS PANDEMIA Y RESISTENCIA FEMINISTA

La pandemia del Covid-19 irrumpió simultáneamente en múltiples aspectos de la vida. Tanto en la academia, en las actividades de cuidado, en la salud mental, el activismo feminista y en la docencia, la crisis sanitaria sacudió, revolvió, alteró tiempos, reflexiones y espacios. Además de lidiar con compatibilizar lo incompatible –los cuidados familiares en tiempos de estrés con las profundas reflexiones teóricas que requieren silencio, soledad y tranquilidad (y de las cuales dependen nuestros índices de productividad) vimos a nuestros estudiantes y tesistas pasar por momentos extraordinariamente difíciles. En la búsqueda de como apoyarles, revisitamos nuestras propias experiencias doctorales, no solo a la luz de la pandemia, sino después de años de activismo académico feminista. Este breve escrito intercala las voces de seis académicas entrevistadas (4 doctoras y 2 doctorandas), y se enfoca en el momento doctoral y el delicado equilibrio entre mentorear, presenciar, escuchar y reflexionar sobre cuidados académicos en un momento en que las desigualdades de género son exacerbadas por la crisis sanitaria del Covid-19.

Cuando NV (utilizaremos las iniciales encriptadas para proteger privacidad de las Entrevistas virtuales en 2021), ahora una académica senior de una prestigiosa universidad latinoamericana, comenzó su doctorado todo era idílico. No solo porque las ardillas corrían libres por los pastos de su facultad, sino porque las condiciones de vida en las que se enfrentó a la difícil tarea de ser una estudiante doctoral la ayudaron a caminar este camino de manera plácida. NV estaba en un excelente programa doctoral, no tenía que trabajar para financiarse los estudios, no tenía hijas, contaba con el apoyo de su pareja y estaba estudiando con algunos de los profesores más destacados de su disciplina. El relato de AN es similar; apoyada por un conjunto de becas estatales de la universidad norteamericana que la recibió y de fundaciones, comenzó su doctorado soltera y sin tener hijos. Al hacer memoria reflexiona que fueron los años más felices de su vida y lo compara a un resort donde “a uno le están pagando por hacer lo que te gusta”, imagen que contrasta con los cinco trabajos simultáneos que debía barajar antes de irse al doctorado. “Y de repente pasé a esta cuestión donde no tenía que hacer nada más que estudiar, y además uno hace el doctorado porque le gusta estudiar”.

AN también reflexiona sobre la relación con su profesor guía, que se vio afectada tanto por su momento en la carrera académica, vida privada y hasta camino espiritual. Lo describe de la siguiente manera: “me tocó, además, un buen momento en su vida” donde su carrera académica ya estaba asegurada y coincidió con su transición desde prácticas docentes guiadas por su formación de economicista que incluían incentivar la competencia interestudiantil hacia una influenciada por el budismo.

Al comenzar el proceso de mentoría, la profesora guía de GS le vaticinó certeramente: “me vas a odiar a mí y vas a odiar la tesis”. Esto, a raíz de que su tutora estaba en una situación personal y laboral complicada a la hora de asumir su rol de profesora guía.

Eso a mí, claramente, me repercutió, porque ella muchas veces no me podía responder. Y ahora lo entiendo, pero yo en ese momento la pasé muy mal. Porque mandarle mails y que no me respondiera, yo sentía la presión de que se iba a acabar mi tiempo para depositar la tesis.

Por otro lado, RK, quien está en la fase de escritura de su tesis doctoral, en el momento de la entrevista relata que eligió cuidadosamente a quien sería su tutora; una académica y activista a quien admira mucho. “Pero, en realidad, eso se me volteó en contra porque ella está tan inmersa en tantas cosas, que prácticamente su trabajo de la academia lo deja totalmente de lado” –tanto así que no ha estado presente en dos de las tres presentaciones importantes de RK, no se aparece en las citas para reuniones virtuales y la debe perseguir a terreno para conseguir su firmas cuando es necesario. Ahora bien, RK explica que observa que otros profesores explotan a sus estudiantes doctorales pidiéndoles que los reemplacen en clases de pregrado y en ese sentido prefiere resignarse a la falta de retroalimentación, pero poder organizar sus tiempos.

Para OH, la soledad y ausencia de su profesor guía fue la “norma” me di cuenta desde temprano en la relación que no podía contar con él”, y la poca diligencia de su profesor guía en asegurar apoyarla con cartas de recomendación a tiempo una constante fuente de estrés. Atribuye este modus operandi a una suerte de ethos del ser estudiante de posgrado, una cultura que según ella estaría en retroceso:

que uno tiene que sufrir mucho, que es parte del proceso. A mí me hicieron sufrir así que bueno, si yo te hago sufrir, báncatelo, porque así es el proceso. Así que de cierta forma me parece que para él su asesor fue bastante ausente. Y para él fue la manera, su socialización

FS, quien también está en proceso de escritura doctoral, describe su relación con su tutora como una de pares; ambas son profesoras, feministas, con experiencia directiva en temáticas de género en sus respectivos países y con estructuras de personalidades similares. De manera similar, NV describe la relación con su profesor guía los primeros años como una bastante “idílica”, donde el “tener personalidades parecidas”, compartir códigos y transitar por los “mismos círculos” ayudó a publicar juntos. Pero ahora, mirando hacia atrás como si estuviese revisando una vieja polaroid, NV reflexiona,

ahí yo no veía tan claro el tema del feminismo, yo era one of the boys. Me iba super bien, me llevaba bien con mi advisor, mi advisor me adoraba, tenemos una relación más de compinches que de otra cosa, que ahora veo como algo medio problemático.

NV revisita algunos elementos que no fue capaz de advertir en ese tiempo. Por ejemplo, tuvo muy poca relación con las pocas profesoras de la facultad y, más aún, pertenecía a un grupo de personas (entre ellos profesores) que sutilmente se burlaban de sus colegas mujeres, lo que describe como “esos micromachismos que te van envolviendo” lo que la mantuvo bastante alejada de ellas.

Para NV, su egreso de la fase presencial del programa para hacer trabajo de campo y su eventual embarazo coincidió con un momento difícil en la vida privada de este profesor. De pronto se quedó sola durante el proceso de tesis. Esa última fase de escritura fue también lo más difícil para GS: tenía solamente cuatro meses para escribir la tesis y debía cumplir con las exigencias de una consultoría en paralelo a la escritura, tuvo una crisis familiar, una mudanza de país y quedó en una especie de pausa de un año y medio en un proceso que describe como “por etapas y bastante desquiciante a ratos”.

Por cierto, la escritura de la tesis doctoral es un evento particularmente desafiante para la salud mental, lo que se vio exacerbado por la pandemia: “el doctorado es para una persona que se tiene que bancar una maratón. Y en la maratón en el medio, te quedas sin agua, te tiemblan las piernas, sientes que te vas a morir” (GS); “escribir una tesis doctoral es muy difícil, una entra en varias crisis existenciales a lo largo del proceso. Hay momentos de mucha felicidad y alegría y hay momentos muy bajos” (OH); “a diferencia de una tesis de pregrado y una tesis de magíster, la tesis doctoral te conecta con otras partes de ti. Es un proceso, yo diría, bien psicológico, de autoconocimiento” (AM).

OH profundizó sobre esto de la siguiente manera:

el hacer una tesis doctoral es gravísimo para salud mental de alguien. Yo sinceramente creo eso. El sistema no está hecho para apoyar a esas personas. Yo no me sentí apoyada cuando hice mi tesis doctoral. Yo trato de hacer lo que pueda para apoyar a mis estudiantes precisamente porque ese sentido de abandono por parte de mi director de tesis es muy difícil navegar.

Se necesita ser flexible, adaptable, creativa, pero de todas maneras es muy jodido el proceso y ahora en pandemia peor. Es más difícil [en pandemia] hacer el trabajo de campo convencional y este puede facilitar el proceso de descubrimiento en los primeros pasos de la tesis. Pero además en el proceso de escribir una tesis el sistema muchas veces abandona los estudiantes. Durante la pandemia eso se ha exacerbado” (OH)

En definitiva, no es posible tener todo bajo control. O ser control freak como dice GS –investigadora postdoctoral–, una de las cualidades que muchas académicas se atribuyen y validan para sentirse competentes en un ambiente que puede llegar a ser tan hostil como el de las ciencias sociales, aunque esto implique atentar contra el propio bienestar psicológico, emocional o incluso físico. El demostrar que lo está haciendo bien, cuenta la entrevistada, es algo que se tiene que hacer constantemente para lidiar con el síndrome de la impostora con el que a veces siente cargar ella y que observa en algunas de sus estudiantes doctorales y ayudantes, quienes a suelen reproducir inconscientemente la necesidad de que nada se les escape de entre sus manos. Más aún si se trata de un proceso como el de escribir una tesis, donde no basta con tener un buen argumento, sino que además requiere de una entereza mental particular necesaria para atravesar un momento tan intenso y transformador.

Si bien GS trata de mitigar la constante autoexigencia que observa también en sus ayudantes y tesistas y aunque la docencia es una de las actividades centrales de la carrera académica, la formación doctoral no incluye un entrenamiento para este rol, y menos para el de mentora. Las entrevistadas señalan de alguna forma aprenderlo en acción y en función de los aprendizajes de sus propias experiencias:

El vínculo que yo mantuve con mi directora de tesis permeó el lugar y la actitud que yo adopto como directora de tesis. Tanto de las cosas buenas, porque evidentemente yo elegí mi directora de tesis porque la admiraba, porque me gustaba su cabeza, su estructura, y en ese sentido, siento de todas maneras que me transmitió un método, una forma de organizar la información. Hay herramientas que sigo replicando en las clases que doy o cuando tengo que guiar a quien les dirijo las tesis. Pero también desde lo malo, desde reproducir actitudes o comportamientos que hoy día veo como abusivos, o que implican sobrepasar los límites de la individualidad de la otra persona. Trato de borrarlos y reemplazarlos por otro tipo de comportamientos que considero más sanos.

OH dice que ella intenta estar más presente para sus estudiantes y al menos se compromete transparentarles sus tiempos para no generar ansiedades. En reflexión a sus propias prácticas de mentoreo, NV reflexiona “yo no tengo relación [de compinche] con mis estudiantes”. Piensa que las reflexiones feministas le han abierto los ojos al cuidado que requieren estas relaciones, a reconocer las asimetrías de poder y autoridad en las prácticas de mentoreo que la figura de compinche borra, pero no desvanece. Para ella, por muy cercana que sea la relación el poder sobre el destino profesional del estudiante es algo que se debe asumir con responsabilidad. Para GS, esto incorpora también elementos de autocuidado:

Yo lo asumí [la tutoría de tesis] siendo consciente de que estoy en un momento de estabilidad personal y profesional. En el sentido de que puedo responder. Siento que lo mejor que te puede dar alguien que te dirige la tesis es constancia, sistema, orden, estructura.

El contexto pandémico de realizar la tesis es particularmente desafiante: a las dos estudiantes doctorales de AN, ambas mujeres, madres, dedicadas a estudiar sistemas de cuidados, se les hizo muy difícil poder administrar doctorado y familia en medio de un encierro y sin un sistema de cuidado que las apoyase. La respuesta natural (en sus propias palabras) de AN cuando las vio sobrepasadas fue escucharlas, enterarse de que estaban pasando un mal momento, y sugerirles congelar, aunque posteriormente aprendió en un curso de auxilios que la respuesta institucional era derivarlas. De las dos estudiantes que tiene a su cargo, una de ellas pudo estabilizarse más rápidamente debido a sus redes familiares, mientras que la otra seguía en momento de pausa cuando se realizó la entrevista; en ambos casos, AN se ha dedicado a apoyarlas atendiendo a sus ritmos y respetando los límites que un período de licencia médica amerita.

Para RK, una doctoranda latinoamericana, la interrupción de la pandemia fue dramática. Había llegado recién a otro país latinoamericano a hacer un intercambio con su marido y dos hijas chicas a cuestas en marzo 2020 cuando se topó con las restricciones de movilidad propias de los momentos más complejos de la pandemia. Esto la llevó a ella y su pareja e hijas a no poder salir de la casa por alrededor de un año, en un país extranjero y lejos de sus redes de apoyo. Por otro lado, cuando entró al programa fue cuestionada por ser madre en su entrevista de ingreso, nuevamente al embarazarse mientras cursaba el doctorado, y después por la familia de su esposo al partir al intercambio: “ni que decirte cuando les dije que nos íbamos a ir y pues que nos íbamos a ir de aquí ir de aquí por una cuestión mía. Se les cayó el mundo encima. ‘¿Cómo te vas a ir siguiéndola?’. Ni les cabía”. Además, en el contexto pandémico, tuvo que gestionar otras dinámicas con sus hijas; ya no podía abstraerse del mundo exterior con sus audífonos en una habitación solitaria, y tuvo que diseñar el espacio para cumplir sus labores de cuidado y estudiar simultáneamente. Descargar papers al mismo tiempo que actividades infantiles se volvió algo habitual.

Todas las académicas entrevistadas han incorporado de forma consiente las labores de cuidados académicos y llevado a cabo la contención emocional como parte de su quehacer profesional. Trabajan en universidades con más o menos recursos para apoyo estudiantil, algunas se preparan con cursos o se organizan para resistir decretos que consideran inapropiados. Algunas lo describen como un requisito y para otras las respuestas son “naturales” o “espontáneas”. Hablan también sobre como las responsabilidades de estos cuidados se concentran en colegas mujeres, que además se concentran en las jerarquías menores de la escala académica. Además, el contexto de pandemia ha aumentado las responsabilidades de cuidado, tanto así que muchas académicas se han organizado para solicitar cursos de primeros auxilios psicológicos a los que usualmente van principalmente ellas.

Además, la virtualidad aportó en muchos sentidos en no poder ejercer esas labores de cuidado. Las entrevistadas comentan que en más de un caso no fueron capaces de identificar los estados de ánimo de sus estudiantes y que en otras ocasiones se enteraron por medio de terceros de sus problemas de salud mental. Sin embargo, y paradójicamente, además de complicar la comunicación en algunos sentidos, las vías telemáticas permitieron mantenernos en contacto en un mundo donde el aumento del estrés y el agotamiento mental se hicieron evidentes. Todas estas situaciones, como hemos mencionado, no dejaron indiferentes a las entrevistadas que gracias a esta misma tecnología pudieron ser convocadas desde distintas partes del globo.

Probablemente las lecciones que la pandemia del Covid-19 pueda dejarnos serán observadas en un tiempo más. No obstante, la relación entre la crisis sanitaria, la academia y la resistencia feminista se ha dejado ver de múltiples maneras: por un lado, haciéndonos reflexionar sobre nuestras prácticas de cuidado, ejerciendo nuevas formas de organización frente a las injusticias, y ayudándonos a cuestionar el rol de las universidades frente a la crisis. Por otro, dejando ver aquello que más de una vez hemos visto: que las crisis afectan de manera desigual a aquellas personas a las que la desigualdad las ha afectado históricamente.

Jael Goldsmith Weil /
Gustavo Valenzuela

LA VIDA ENTERA EN UN SOLO ESPACIO. CRÓNICA DE UNA INVESTIGACIÓN (Y DE UNA AMISTAD)

Este ensayo narra el surgimiento y desarrollo de una investigación cualitativa, de tipo “etnográfica”, que emprendimos en colaboración ni bien iniciado el confinamiento por la pandemia de covid-19 en Argentina y a partir de la cual nos hicimos amigas. Desplegaremos tres aspectos de esta experiencia. Primero, los desafíos prácticos y metodológicos que enfrentamos, pero también las oportunidades inesperadas brindadas por el contexto de encierro global y el colapso de la vida entera (la propia, la de nuestros hijos/as, la de nuestras parejas) en un solo espacio-tiempo. Segundo, el estatuto del conocimiento generado en estas circunstancias y su presunta peculiaridad, que implicaba preguntarnos qué condiciones eran diferente sin dejar de observar muchas continuidades. Finalmente, la relevancia de la dimensión afectiva –de refugio– que tuvo esta experiencia para nosotras, como parte de las condiciones necesarias del trabajo académico de mujeres (no solo) en pandemia.

“QUEDATE EN CASA”: DESCONCIERTO Y EXCEPCIÓN

El 20 de marzo de 2020 el presidente Alberto Fernández –que acababa de asumir hacía solo cuatro meses– declaró lo que se conoció como el “ASPO” (aislamiento social, preventivo y obligatorio). La medida frente a la pandemia de Covid 19, tenía en principio una vigencia de dos semanas. Luego fue prorrogada por poco más de un mes en el país y por ocho meses más en la zona metropolitana de Buenos Aires, donde vivimos nosotras. Como para la mayor parte del mundo, esto implicó la obligación de permanecer en nuestros hogares, sin la posibilidad de circular por la calle salvo para conseguir bienes y servicios básicos o realizar algunas actividades consideradas esenciales. “Quedate en casa” fue la consigna oficial que se desparramó en las redes sociales, casi como un mantra heroico, para frenar la escalada del virus. Luego de los primeros meses, algunas de las medidas sanitarias se flexibilizaron. Por ejemplo, para dar respuesta a las demandas asociadas con el bienestar de los niños y niñas, desde junio se permitieron paseos durante los fines de semana hasta una distancia límite de 500 metros del domicilio y solo por un par de horas. Sin embargo, ninguna de las actividades educativas retomó la presencialidad durante el 2020 y recién se normalizó casi por completo a mediados del 2021, cuando avanzó la vacunación en nuestro país.

El confinamiento abrupto y global fue, como para la mayor parte de las personas, una experiencia extrema de ruptura con la “normalidad” cotidiana. Nos conocíamos desde hacía varios años y veníamos conversando sobre una línea de trabajo conjunta, en el cruce de nuestros temas de investigación: burocracias y políticas sociales. Hacia fines del 2019, incluso, comenzamos un trabajo de campo en burocracias judiciales vinculadas con el campo del bienestar. El confinamiento dio por tierra ese proyecto.

Inmersas en nuestros hogares, con todos los hábitos y recursos para el trabajo y el cuidado alterados, sabíamos que estábamos con-viviendo con una oportunidad excepcional como cientistas sociales: una suspensión de la normalidad burocrática y social imposible de haber anticipado o planeado se presentaba como un misterioso laboratorio, pero a distancia. ¿Qué estaría pasando en las oficinas estatales? ¿Cómo aprovechar esa oportunidad de conocer lo nuevo que este contexto haría visible? –nos preguntábamos.

Observábamos que el Estado pasaba a un primer plano en el espacio público. Los actores estatales eran interpelados con mayores demandas y las respuestas institucionales eran heterogéneas. Lógicamente, agentes de las fuerzas de seguridad y el personal de salud siguieron circulando y trabajando intensamente; agentes del poder judicial suspendieron casi por completo su actividad; mientras que muchos otros trabajadores estatales pasaron a realizar actividades de modo remoto. Eso fue lo que sucedió con la mayor parte de los trabajadores y trabajadoras de la asistencia social pertenecientes a instituciones por fuera del sistema de salud. En los primeros días de aislamiento, manteníamos contacto con varios de ellos, informantes o allegados que nos iban comentando, en audios de WhatsApp, la marcha de sus tareas y lo que estaba sucediendo en sus lugares de trabajo.

Nosotras mismas conversábamos sobre cómo afrontar la incertidumbre respecto de nuestro trabajo académico. ¿Cómo conciliar las responsabilidades laborales –la docencia universitaria y la investigación– con una nueva realidad doméstica, sobre todo, la multiplicación de las tareas de cuidado de nuestros hijos, que no asistían a sus escuelas y jardines de infantes? ¿Cómo hacer frente a nuevas condiciones de trabajo, la necesidad de compartir el espacio (y el silencio) con nuestros hijos y con nuestras parejas, que también debían continuar con tareas educativas y laborales de modo remoto? Y en ese contexto de repliegue físico de nuestra vida, siempre más ancha, a la vida del hogar, insistir: ¿Cómo retener nuestro proyecto conjunto? La investigación que emprendimos fue, en la práctica, un modo de salir del propio hogar, de entrar cada una en el hogar de la otra, de comprenderlo, y de seguir siendo, aunque distintas, las que éramos antes.

Teníamos algunas preguntas claras. Queríamos saber cuáles eran las formas a través de las cuales el Estado atendía demandas de asistencia inmediata minimizando el trabajo cara a cara, cómo brindaba atención sin “ventanillas” o con intervenciones territoriales limitadas, en definitiva, de qué manera se reconvertía el trabajo estatal de trinchera cuando había que prescindir de los escenarios, dispositivos y hábitos de interacción construidos bajo el supuesto de libre circulación y contacto. La pregunta que nos hacíamos sobre el funcionamiento del Estado también cabía para nuestra propia práctica de investigación, era una pregunta sobre el método: cómo prescindir de la copresencia para observar y reconstruir puntos de vista, experiencias y prácticas.

El ASPO nos invitó no solo a observar qué cambiaba o se enfatizaba en una coyuntura de anormalidad, sino también a reinventar nuestros modos habituales de hacer trabajo de campo, sin perder rigurosidad empírica y sensibilidad analítica en el proceso. Estábamos acostumbradas a hacer entrevistas presenciales y a observar situaciones de trabajo estatal en presencia. Pero ni podíamos hacer las entrevistas del mismo modo, ni esas situaciones existían ya como las conocíamos. Como reflexionaba Ernesto Meccia, sociólogo con amplia experiencia en el trabajo de campo cualitativo, en un panel que circuló esos días (https://www.youtube.com/watch?v=7ckAqf_7CaI), había una sensación de luto en torno a las formas prototípicas de “salir al campo”. La pandemia habilitó, en ese sentido, un momento de gran reflexividad metodológica, una exploración práctica de las posibilidades y limitaciones de las formas que usualmente desplegábamos, casi automáticamente, para registrar, reconstruir y conocer nuestros objetos de análisis.

EL DESAFÍO: CREATIVIDAD A PESAR DE TODO

Para entrar en contacto con los y las trabajadoras estatales, la única alternativa era hacer uso de las tecnologías y redes sociales. Muchas de las herramientas que usaríamos para investigar durante el ASPO estaban disponibles antes de la pandemia. Las personas con quienes queríamos tomar contacto solían estar familiarizadas con el uso de estas tecnologías: se comunicaban habitualmente con familiares y amigos por videollamadas, usaban los grupos y audios de WhatsApp para intercambiar con compañeros de trabajo, o producían contenidos de sus propias biografías publicando información en el variopinto mundo de las redes sociales. Tal es así, que muchos funcionarios se valieron de esos instrumentos y usaron sus redes sociales personales (sus cuentas de Twitter o Facebook) como una suerte de “para-ventanilla” estatal. Desde allí, respondían consultas o comunicaban sobre nuevas regulaciones, protocolos, permisos y prestaciones que cambiaban permanentemente. Nosotras mismas nos encontrábamos inmersas en este mundo de las tecnologías y las redes sociales al momento de declararse el aislamiento. Veíamos allí una oportunidad para facilitar encuentros, y conseguir materiales cuyo caudal digital se incrementaba. Sobre estas destrezas y oportunidades pusimos en marcha varias estrategias, algunas más novedosas que otras.

Primero, de modo de romper rápidamente el cerco del confinamiento, diseñamos una encuesta mediante el dispositivo “Google forms” destinada a trabajadores/as afectados a tareas de asistencia inmediata y la distribuimos en nuestras redes de contactos. Con esa encuesta nos propusimos acceder a información sobre el primer impacto del ASPO en las burocracias y en las prácticas de los agentes estatales. A partir de preguntas cerradas y abiertas, el formulario operó en el trabajo de campo como una primera exploración de procesos, experiencias y dificultades transversales a organismos y jurisdicciones. Los datos nos brindaron algunas pistas para orientar futuras decisiones, seleccionar personas y agencias para una indagación con mayor profundidad.

Segundo, relevamos el variopinto material –flyers, tweets, recurseros, propagandas institucionales, entrevistas a funcionarios– con que las burocracias estatales se comunicaron con la sociedad durante estos primeros meses de aislamiento. Colegas, amigas y familiares nos enviaban información cuando se enteraban de que teníamos interés en estos procesos. Así, recogimos fotos que capturaban la presencia estatal en diversos espacios donde se repartía alimentos y remedios, donde se vacunaba a personas mayores contra la gripe, o donde se visitaban domicilios para rastrear casos positivos de Covid. Las horas frente a las pantallas, las redes sociales y los buscadores informales de información facilitaron así que accediéramos a diversos materiales para nuestra investigación.

Finalmente, nos servimos de una serie de intercambios –más fragmentarios de lo que se esperaría de una entrevista en profundidad– vía llamadas telefónicas o mensajes de voz en WhatsApp con informantes situados en agencias estatales claves. Por ejemplo, una asesora de alto rango de un organismo que recibía denuncias telefónicas por violencia de género nos contaba cómo el equipo de conducción había tenido que modificar sus tareas y colaborar con la atención telefónica, frente al incremento de los llamados de mujeres y la reducción de personal disponible para responderlos. Sus audios reflejaban la extrañeza de circular por una Ciudad de Buenos Aires desértica, en un auto que la venia a buscar por la madrugada para llevarla a un edificio que se encontraba totalmente vacío, responder los llamados de las mujeres en situaciones de peligro, y entrar en contacto con lo que sucedía en los hogares aislados. Este tipo de relatos, de reconversiones y procedimientos ad hoc para mantener abiertos los canales de asistencia, se multiplicaban en diversos escenarios del Estado.

Se trataba de personas que nos conocían, estudiantes o tesistas, amigos, miembros de nuestros equipos de trabajo o familias. Al igual que ocurrió con nuestro trabajo como investigadoras, el rol institucional se mezcló con la vida íntima y el espacio del hogar para continuar. Los audios que recibimos sobre las adaptaciones del trabajo estatal estaban atravesados por esta circunstancia: se escuchaban llantos y gritos de niñas y niños que estaban en sus hogares, y los testimonios intercalaban relatos de las instituciones y de las situaciones personales en las que cada cual se encontraba. Con el correr del tiempo y la consciencia de que la situación de aislamiento iba a durar más de lo esperado, estos intercambios asumieron el formato más conocido de la entrevista –aunque por Zoom o Meet– y la investigación en general adquirió mayor sistematicidad.

MALABARES: TRABAJAR CON LA FAMILIA EN EL MISMO ESPACIO

La pandemia colocó las tareas de cuidado de niños, niñas y adultos mayores en primer plano. Los medios de comunicación mostraban con humor y sorpresa escenas de niños interrumpiendo conferencias virtuales de sus madres y padres o circulaban imágenes que develaban el enigmático “detrás de escena” de esos decorados de oficinas donde podían apreciarse pisos repletos de juguetes. Claro que para las mujeres este tema no es nuevo. Hace décadas el feminismo colocó en el centro de la escena la naturalización del trabajo de las mujeres en el ámbito doméstico, la necesidad de políticas públicas y espacios que desfamiliaricen las tareas de cuidado, e incluso las mediciones de uso del tiempo hicieron tangible el inequitativo reparto de responsabilidades al interior del hogar.

No caben dudas que el aislamiento en su versión más estricta trajo mucho más trabajo a las mujeres. No solo se multiplicaron las tareas domésticas frente a una vida atravesada por múltiples regulaciones y protocolos de sanitización, sino que se interrumpía cualquier tipo de asistencia externa para quienes incluso tenían la posibilidad de mercantilizar las tareas de cuidado y los quehaceres domésticos. Los días pasaban entre el lavado de cada producto que ingresaba al hogar y la logística de las compras a vecinos o adultos mayores de la familia que tenían mayor riesgo de salir a la calle durante esos días. Los niños y niñas se encontraban 24 x 7 en el hogar y los adultos nos vimos obligados a cumplir un rol cuasi pedagógico frente a la ausencia del contacto asiduo con las maestras o la dificultad para reponer el hábito escolar de manera virtual.

El encierro colapsó la vida entera (la propia, la de nuestros hijos/as, la de nuestras parejas) en un solo espacio-tiempo que había que reorganizar y redistribuir: delimitamos turnos para el trabajo y el cuidado, las responsabilidades y el ocio; estipulamos espacios con funciones nuevas y nuevas rutinas. También organizamos y acordamos entre nosotras los espacios (virtuales) de encuentro, conciliando rutinas y necesidades de los hogares de cada una, que no eran idénticas. Entender esa diferencia, narrarla cotidianamente en los audios y cubrirnos, habilitó una complicidad que fue crucial para la viabilidad de nuestro proyecto académico.

Lo paradójico es que el hogar, para la mayoría de los que trabajamos en ciencias sociales en la Argentina, suele ser nuestro principal lugar de trabajo. Lo que cambió drásticamente fueron las condiciones de su uso. No era fácil encontrar lapsos de tiempo a solas para pensar y escribir, o para realizar entrevistas o dar clases. Como en otras áreas laborales, los más pequeños irrumpían: golpeaban la puerta, pedían el “celular” o aparecían en piyama a pedir el desayuno. La distribución de turnos y responsabilidades con nuestras parejas no siempre funcionaba o era respetada por los propios niños: “¡Pedile a papá, le toca a él ahora!” eran expresiones recurrentes en las nuevas rutinas. La búsqueda de fronteras internas, muchas veces, nos desbordaban: “¡Hace 6 horas que mira el celular!” –pensábamos algunos días, entre afligidas y resignadas. “¡Vamos a jugar un juego!” o “¡Hagamos masitas!” –nos encontrábamos proponiendo un martes a las 10 de la mañana, a veces con ganas, a veces no.

Miradas con cierta perspectiva, sabemos que estas escenas no eran enteramente novedosas. La lucha por las fronteras y equilibrios internos de una vida femenina profesional, maternal, familiar y personal fueron, sí, más arduas y dramáticas en este periodo. Muchas de las herramientas de trabajo que nos sirvieron durante el ASPO llegaron para quedarse. En varios aspectos, los intercambios remotos o asincrónicos permiten conciliar mejor los tiempos del trabajo y el cuidado, que siempre se invaden mutuamente. Sabemos que la presencialidad habilita proximidades que son irremplazables, pero el contacto remoto tiene su propia ventaja metodológica: suspende distancias y costos, expande la factibilidad –de la investigación y de la vida afectiva.

Nuestra rutina de trabajo y amistad, forjada en aislamiento, sobrevive a la pandemia. Cada día seguimos intercambiamos cantidad de audios (bien largos) donde lo personal y lo laboral se entremezcla. Esas palabras que “esperan”, fueron parte central de nuestro sostén afectivo en los días más duros de la pandemia. En esos días tan vertiginosos en que perdimos familiares sin despedirnos, vimos crecer a nuestros hijos, hicimos catarsis sobre las escuelas, fuimos parte de proyectos colectivos con colegas de lugares lejanos, y tramamos cosas –hasta tenemos un libro juntas por delante. En esos días, en fin, en que lloramos, reímos y nos rescatamos gracias a una alta dosis de humor y de WhatsApp.

Pilar Arcidiácono /
Luisina Perelmiter

ARTE HECHO POR MUJERES Y PANDEMIA: DESAFÍOS PERSONALES Y ARTÍSTICOS DESDE UNA PERSPECTIVA FEMINISTA

La crisis provocada por la pandemia del Covid-19 ha resultado ser más larga y complicada de lo esperado. Desde el 13 de marzo cuando se declaró el Lockdown en el lugar donde vivo, hasta ahora, la palabra “incertidumbre” es la que mejor puede definir la situación. Durante estos dos años de pandemia se ha podido comprobar que esta ha atacado en forma distinta a las personas que habitamos este planeta. Y somos las mujeres las que hemos sido desfavorecidas debido a los roles sexistas que siguen imperando en nuestras sociedades.

El texto a continuación se basa en mi experiencia personal y en observaciones que he hecho a través de entrevistas realizadas a colegas artistas que viven en Alemania (mi país de residencia), Chile y España, además de encontrarme en estos momentos realizando un post título sobre Arte y Feminismo, el intercambio de información es muy rico en cuanto a las opiniones expresadas por las y los participantes del curso. Por lo tanto, constata una realidad que, si bien no es la totalidad del universo femenino, sí corresponde a una mayoría.

En situaciones de vida normales, la jornada diaria de una mujer artista es extremadamente agotadora, pues se debe compatibilizar las labores domésticas, el cuidado de los hijos o hijas y el arte que, además de ser la profesión escogida y como tal, el sustento económico; muchas veces suele ser además un estilo de vida que ocupa un lugar protagonista en la vida de quienes lo ejercemos. Cuando se es artista se trabaja en ello las 24 horas del día, se integra la “(de)formación profesional” a los actos cotidianos, el mundo se observa a través de los ojos de artista. Lo que muchas veces implica una visión distinta del entorno a la que tienen personas que ejercen profesiones consideradas productivas desde el punto de vista netamente económico.

Muchas alojamos nuestro taller de trabajo en la vivienda y el hecho de tener o pretender desarrollar el quehacer doméstico en el mismo lugar donde se trabaja debido a las restricciones que se impusieron debido a la crisis del Covid-19, ha mermado nuestra creatividad y productividad dado que tácitamente se nos ha impuesto el cuidado familiar, las labores domésticas y las labores de apoyo formativo en el caso de tener hijas (de aquí en adelante usaré este término para referirme al universo de descendencia; niños, niñas, niñes) en edad escolar, entre otras responsabilidades.

Lo citado anteriormente, unido a las dificultades de los espacios expositivos para seguir desarrollando actividades presenciales con normalidad, ha aminorado las posibilidades de exposición y venta de la obra, con consecuencias económicas nefastas.

Tradicionalmente, en occidente, aunque las mujeres artistas han existido desde siempre, hemos sido relegadas a un segundo plano en la difusión que se hace de nuestras obras. Esto tiene un componente fuertemente histórico, pues desde los tiempos en que el arte se encontraba al servicio de las capas altas de la sociedad, han sido los artistas hombres quienes han trabajado en el ámbito público realizando obras de carácter oficial como por ejemplo retratar personas de la aristocracia o hacer representaciones de escenas religiosas para la iglesia. Los artistas más renombrados usualmente tenían un atelier de trabajo con aprendices y otros artistas a su cargo para ejecutar las obras. En este contexto y bajo estrictas y limitadas condiciones, a veces había alguna mujer que también trabajaba en el atelier. Ellas no tenían derecho a la misma formación de sus colegas masculinos; por ejemplo, no podían participar de clases de desnudos ni representarlos pictóricamente, ni esculpirlos. Muchas veces, estaban relegadas a elaborar los materiales o a pintar detalles menores de las obras encargadas y si llegaban a resolver gran parte o la totalidad de la obra en cuestión, no era ellas quienes firmaban, sino que llevaban la firma de un artista hombre.

Si alguna mujer con inquietudes artísticas tenía la fortuna de ser la hija primeriza de algún pintor de prestigio, era escogida para colaborar en el negocio familiar. De esa manera era educada, como aprendiz y asistente del padre o de algún otro artista amigo de la familia. Solo bajo esas condiciones las mujeres podían acceder a realizar obras de cierta trascendencia.

Por lo general, las mujeres solo podían ejecutar “artes menores” como el bordado, costura o el tejido, así como en la pintura los géneros a los que podían acceder era el bodegón o el retrato familiar, puesto que era lo que tenían más a mano como tema de representación, así como también elementos de la naturaleza como flores, plantas o escenas domésticas.

Esta división entre las labores desempeñadas en el ámbito público, para los hombres y privado, para las mujeres, tiene un quiebre en el siglo xx cuándo esta se cuestiona su rol histórico de asistente o musa de sus colegas hombres, cuándo no se conforma solo con ser el objeto a representar, sino que se da cuenta que su experiencia de vida y su mirada de artista es tan válida como la de los artistas hombres. Es allí cuando el autorretrato como tema de representación, que es abordado desde el Renacimiento por aquellas que pertenecían a una clase económica privilegiada y se lo podían permitir, se retoma, pero va más allá, pues el valor de la propia vida, pensamientos y luchas cobran relevancia política. A través de la “performance”, entre otras disciplinas creativas, las mujeres indagan en su intimidad haciendo de lo personal o individual un hecho universal, aludiendo a la famosa frase de la feminista y escritora Carol Hanisch: “lo personal es político”.

Un colectivo de artistas muy representativo de la lucha feminista es Guerrilla Girls, quienes realizaron una acción de arte en el año 1985 frente a uno de los museos más representativos del arte contemporáneo a nivel mundial, el MOMA de Nueva York en Estados Unidos. Se plantaron en el frontis del edificio con máscaras de simios y el eslogan “¿Una mujer necesita estar desnuda para entrar en un museo?”. La intención de este colectivo era la de mostrar al público la discriminación que vivían las mujeres artistas, acusando directamente a las instituciones que mantenían tal discriminación. Sus mensajes irónicos, sus declaraciones provocadoras y el misterio que rodeaba su identidad oculta, contribuyeron a atraer la atención y despertar interés hacia el grupo. Lamentablemente a lo largo de estas décadas poco ha cambiado la discriminación hacia las artistas mujeres.

Como dato anecdótico en el Museo del Prado en Madrid, España, uno de los museos más famosos de arte clásico, de las casi 8.000 obras que conforman la colección permanente, solo 52 han sido pintadas por mujeres y de estas, solo 12 están expuestas en las salas, las otras se encuentran en bodega. Sin embargo, es destacable que desde el año 2016 se han organizado esporádicamente exposiciones temporales exclusivas de mujeres artistas en el museo.

Otro ejemplo cercano es el del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile, (MNBA) donde solo el 11% de la colección la integran obras de mujeres. La historia del arte chileno, desde la concepción eurocentrista, es mucho más joven que la historia del arte europeo; data de la primera mitad del siglo xix, por lo tanto, desde sus inicios, las mujeres tenían presencia la escena artística. Pudieron realizar obras y estudios formales, así como también participaron en los salones anuales y concursos. Algunas incluso fueron reconocidas con premios, pero, por extrañas circunstancias, la historia las invisibilizó. Quedando relegadas a sujetos ausentes. Este hecho hoy en día está siendo remediado a través de algunas publicaciones subvencionadas por fondos gubernamentales, donde se reivindica a estas artistas olvidadas. Además, el MNBA en los últimos años, ha incorporado un criterio de género en las adquisiciones de obras y por ello, el número de firmas femeninas ha aumentado levemente.

Hoy en día, gracias a investigaciones minuciosas y a los avances tecnológicos, se pone en cuestionamiento la historia del arte en general, pues se ha determinado que la autoría de innumerables obras que van desde el arte rupestre hasta el arte del siglo xix, han sido ejecutadas por mujeres, constatando que el talento y habilidades técnicas femeninas siempre han estado a la par de sus contemporáneos hombres.

El acceso igualitario a la educación artística en instituciones superiores y academias artísticas trajo como consecuencia el profesionalismo de las mujeres en el arte. Intentar recibir un reconocimiento a través de la sociedad e instituciones es una necesidad para que la profesión u oficio sea lucrativo. Esta es una de las luchas que aún no se ha solucionado, pues, a pesar de que el ingreso de mujeres a estudios artísticos formales es significativamente superior en cantidad, son ellos los que en su mayoría culminan con éxito los estudios y que posteriormente tienen mayor retribución económica por su trabajo, así como la adquisición de obras firmadas por hombres por parte de instituciones culturales es significativamente mayor en términos comparativos.

La razón es que la sociedad continúa siendo sexista a la hora de atribuir roles y sigue siendo en nosotras donde recae el peso de los cuidados de las hijas, labores domésticas y de los adultos mayores, por este motivo la intención de profesionalizarse muchas veces se ve truncada al tener que cumplir con este destino de sostenedora y cuidadora. A esto se suma la ausencia de retribución económica, pues este tipo de labores no son remuneradas, por lo tanto, el tiempo invertido no tiene una paga establecida y es sobre todo en este ámbito familiar donde las mujeres nos hemos visto afectadas durante la crisis sanitaria del Covid-19, dado que el teletrabajo sin el principio de corresponsabilidad se ha instaurado en muchos ámbitos laborales, contribuyendo a un mayor malestar psicológico y mayor carga mental en mujeres que en hombres.

El encierro obligado a causa de las cuarentenas impuestas durante la pandemia ha dejado en manifiesto las debilidades sociales, de esta manera ha aumentado la violencia de género y quiebres en las estructuras familiares y en este punto sigue siendo normal que a la hora de una ruptura familiar son ellas las que se quedan a cargo de las hijas. Esta carga no se soluciona con el dinero por manutención que entregan los padres o una subvención estatal ya que la carga mental y de tiempo que conlleva la crianza, es algo imposible de retribuir.

La escasa oferta de residencias y programas artísticos para madres con hijas es una realidad, normalmente la oferta de estos programas es para personas solas, ignorándose la gran cantidad de mujeres que desearían realizarlo, pero al tener hijas a su cargo, no llegan ni si quiera a postular.

Estos motivos son los que han afectado a la mayoría de las mujeres artistas: la falta de tiempo para producir obra, la falta de espacio adecuado para ejecutar el trabajo y la falta de espacios físicos de exhibición, han hecho que la creatividad se apodere de otros planos para resolver estas dificultades. Solo una minoría son las que han aprovechado el encierro impuesto por la pandemia para crear libremente, las que se han trasladado a un lugar alejado de la urbe y han podido concentrarse en el trabajo artístico sin tener que cumplir con las obligaciones cotidianas y que han encontrado nuevas vías de expresión o que han concretado proyectos ya iniciados. Este es un grupo de personas privilegiadas que cuentan a priori con un soporte económico.

La palabra “reinvención” es la más utilizada en términos profesionales durante estos dos últimos años. La crisis sanitaria, social y económica del Covid-19 ha hecho emerger las fortalezas y debilidades de nuestras sociedades.

Algunas personas han cambiado de oficio o profesión, otras han ampliado su radio de acción a otras disciplinas. De acuerdo con esta situación, son muchas las iniciativas que intentan hacer que la precarización de la creación artística femenina disminuya, esto es una necesidad pues ha quedado demostrado que la precariedad en este ámbito no es individual, sino colectiva. Es así, como, por ejemplo, desde el mundo institucional, se ha impulsado la visibilización, adquisición, exhibición de las artistas o por lo menos (que es una gran cosa) la paridad en estas actividades. Además, y este viene a ser el punto más importante: la inclusión de la perspectiva de género en el discurso académico y divulgativo sobre la historia del arte.

El mundo digital es el imperante hoy en día, tanto las relaciones sociales, como las profesionales ocurren en gran parte en el espacio virtual de la red de internet.

La posibilidad de mostrar arte en las distintas plataformas de difusión que existen en la red, ha facilitado la exhibición de las mismas, a veces en plataformas especializadas, a veces a través de las redes sociales. Las exhibiciones en línea están a la orden del día, también Podcast sobre arte, catálogos digitales, galería de venta, etc. pero sobre todo algo que llama la atención son los NFTs. Estos han cambiado de formato de obra en sí misma. Los NFTs (non-fungible token) que se incluyen dentro del criptoart, gracias a la pandemia han surgido sospechosamente como producto artístico, muchas veces de dudosa calidad creativa, pero con una gran potencia económica y con una fuerza de visibilización nunca antes vista en el mercado de arte.

Los NFTs a modo sencillo de explicación, son archivos digitales que certifican la autenticidad de una obra que circula en la red de Internet. Normalmente, los objetos digitales no tienen valor intrínseco, o al menos no mucho, ya que básicamente pueden reproducirse tantas veces como se desee. Es aquí donde surge la necesidad de otorgarle un valor económico ligado al autor o autora de la obra.

A menudo son objetos digitales como imágenes, GIFs, archivos de audio o incluso tweets. Sin embargo, también pueden ser obras físicas, es decir, cosas materiales tangibles. Adquirir o poseer un NFT no significa que no pueda propagarse. La imagen, el archivo de audio u otro NFT digital sigue estando en los vastos mundos de Internet y puede ser consumido digitalmente por otras personas. Sigue pudiendo ser visto, escuchado o descargado infinitas veces. El NFT solo dice que se es el propietario del “original” pues el NFT “original” contiene un “chip digital” que no se puede copiar y equivale a estar en posesión de una obra que puede ser tanto o más valiosa que una obra de arte física.

Una característica importante es que estos objetos digitales están encriptados y se basa en el blockchain. Hay una cadena de bloques que sigue el historial de ese NFT, guarda la información de quien ha sido su propietario en todo momento, desde su creador hasta la actualidad. La transacción de compra-venta se realiza con tarjetas de crédito tradicionales o con una criptodivisa que puede ser por ejemplo Bitcoin, Ether, Bitcoin Cash contenida en un monedero digital.

Sin embargo, la propiedad de una NFT no es lo mismo que una licencia o los derechos exclusivos de uso y de autor. Esto suele ser muy individual y depende del contrato de venta del NFT. Por este motivo, también se cuestionan los precios, a menudo astronómicos de los NFTs

Aunque los NFTs existen desde hace un par de décadas no fue sino hasta el 2021 que se hicieron famosos tras una subasta de la famosa casa “Christie’s” donde se consiguió vender a un coleccionista de Singapur por casi 70 millones de dólares un collage digital del artista Beeple.

De esta manera las artistas han visto en los NFTs una opción de mercantilizar la producción artística en estos tiempos donde las formas tradicionales de exhibición y venta se han visto truncadas. Este es un tema que no tiene que ver con el arte en sí, sino que más bien con el mercado del arte. Aunque el concepto de estos objetos digitales susceptibles a reproducción infinita y a la vez objeto único se distancian del concepto original de obra única con “aura” que define Walter Benjamin en su libro “La obra de arte en su época de reproducción mecánica”; también se podrían definir como tal, proporcionando un oxímoron en su lectura que confunde su definición. El valor artístico, aunque discutible, no es en absoluto despreciable pues va acorde a los tiempos de la era digital conteniendo en sí todas las características de obra contemporánea, incluyendo la democratización, sobre todo en cuanto a la posibilidad de que cualquier persona, en cualquier parte del mundo con acceso a internet lo puede apreciar y también el valor económico con que se pueden transar, característica fundamental del mundo globalizado en el que vivimos.

A pesar de las facilidades que ofrece hoy en día la red de internet para exhibir, promocionar y vender obras de arte, siguen siendo los hombres quienes cotizan en alza más que sus colegas mujeres en el mercado del arte, pero este es un modelo que está cambiando gradualmente gracias a todas las iniciativas mencionadas con anterioridad y de algunos programas puntuales financiados por los gobiernos y algunas instituciones privadas. Destacable es en Alemania la existencia de becas artísticas exclusivas para madres con hijas de hasta 12 años que entrega anualmente la fundación Ottilie-Roederstein para llevar a cabo un proyecto artístico; o que en algunas convocatorias, se incluya el apartado de “cuidado de infantes” que solventan el pago de los cuidados que puedan ocasionar las hijas mientras sus madres trabajan.

Otro buen ejemplo en este aspecto es el programa de la televisión pública de española, subvencionado por el gobierno, denominado “Objetivo Igualdad” cuya finalidad es desmontar los estereotipos sexistas y dar visibilidad a los diferentes colectivos de mujeres y a los temas comunes que no encuentran lugar en la información diaria. Este tipo de programa es un modelo a replicar para que la sociedad tome conciencia del verdadero valor de la fuerza femenina. Estamos en época de crisis y es de suma importancia que este nuevo intento de reivindicación cree una conciencia sólida en la sociedad del valor que tenemos desde una transversalidad cultural.

Por un lado, se debe insistir en el apoyo institucional y político para salvar las graves deficiencias estructurales que existen a la hora de que una mujer desee dedicarse profesionalmente al arte, pero sobre todo hay que apelar a la educación, para así obtener una asignación de roles en forma paritaria a la hora de la crianza de las hijas, de los cuidados familiares y de la ejecución de labores domésticas. Esta educación debe tener como objetivo la valorización de las mujeres en todas los segmentos y áreas de la sociedad. Lograr esta reasignación es absolutamente necesario para conseguir crear un trabajo artístico conceptualmente consistente y de calidad, que sea valorado cultural, socialmente y en el mercado del arte.

Elisa Rivera

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