DOI: 10.18441/ibam.22.2022.81.167-186

 

 

 

 

Un exilio activo: trabajo, vejez y feminismo en María Martínez Sierra

An Active Exile: Work, Old Age and Feminism in María Martínez Sierra

Lorena Paz López

CUNY Graduate Center, New York, USA

lpazlopez@gradcenter.cuny.edu
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-9103-7145

El 7 de septiembre de 1950 la escritora española María Martínez Sierra1 (1874-1974) se embarca en Génova rumbo a Nueva York con la intención de emprender proyectos laborales que le permitan una estabilidad económica que había perdido tras la guerra civil española y no había podido lograr durante sus primeros años de exilio en Francia.2 Tras el intento fallido de estabilizarse en los Estados Unidos y en México, varios problemas de salud la llevan a tener que trasladarse de nuevo, esta vez a Argentina, donde se quedará desde septiembre de 1951 hasta su muerte en junio de 1974. Martínez Sierra cuenta con 76 años en el momento en el que se instala en Buenos Aires con el objetivo de incorporarse al mercado cultural porteño, edad poco común tanto para emprender un viaje de esas características como para buscar un espacio en la esfera laboral de otro país. En Argentina la autora no continuará su carrera como dramaturga, sino que participará de los medios de comunicación masivos de la época: las revistas y los programas de radio dirigidos a mujeres.

En este artículo desarrollaré la premisa de que el exilio americano hace emerger uno de los temas sobre los que la autora reflexionará con más intensidad durante su estancia en Argentina: la vejez de la mujer y la significación del trabajo en esa etapa de la vida. El trabajo en la vejez es para Martínez Sierra, además de un medio de subsistencia, una forma de participar activamente en la sociedad y uno de los focos hacia donde derivará su pensamiento feminista a través de sus producciones culturales. Mi hipótesis es que, pese a la escasa atención otorgada por parte de la crítica a sus contribuciones radiales y en revistas para mujeres, una lectura atenta de algunos de estos materiales muestra que la militancia feminista de Martínez Sierra continúa en el exilio y se resitúa en estos medios, donde escribe sobre la cuestión de la vejez en las mujeres. Cada parte de este estudio se apoya en un archivo diferente de la autora. En la primera sección, la correspondencia personal de Martínez Sierra permite analizar cómo ella se proyecta a sí misma en relación al tema del trabajo y la vejez en sus intercambios epistolares privados. La segunda parte se construye a partir del archivo de lo público: sus inquietudes y obsesiones acerca de la cuestión de la vejez de la mujer se trasladan a nivel masivo a través de sus colaboraciones en Maribel y en la Radio Nacional.

La intención de María Martínez Sierra al instalarse en Argentina en 1951 era la de continuar principalmente su labor como dramaturga, que había iniciado décadas antes en España y no había podido continuar fuera de ella. Las condiciones de la producción teatral argentina limitan, sin embargo, sus proyectos, debido a decisiones de carácter nacionalista en materia cultural: por esos años existía en Argentina una disposición proteccionista que obligaba a los teatros a dar preferencia casi exclusiva a las obras argentinas en los estrenos, por lo que la autora no puede ver representadas las piezas que escribe.3 Sin embargo, el amplio mercado cultural argentino le dará otra opción: limitadas sus actividades en el ámbito teatral, Martínez Sierra expande sus actividades más allá de la escritura dramática para insertarse en una sociedad afluente que da lugar a otras formas de producción y consumo cultural como son la radio y las revistas femeninas.

La elección de Buenos Aires como destino de su exilio americano no es casualidad, ya que Martínez Sierra tenía contacto con el circuito cultural porteño desde años atrás: su obra Sortilegio se había estrenado en 1930 en Buenos Aires, allí se había exiliado su marido Gregorio Martínez Sierra y ella ya traducía para editoriales argentinas desde antes de su llegada al país.4 Aunque Argentina no se encuentra ajena al fantasma del fascismo durante la llamada Década Infame (1930-1943), cuando se sucedieron diversos gobiernos autoritarios, y la llegada de Perón en 1946 favorece comparaciones con la política franquista en diversos grupos ideológicos, lo cierto es que el gobierno no censura fuertemente la actividad de los intelectuales, como ocurre en España. Además, gracias a la modernización, a la industrialización, a la buena economía del país y a los proyectos políticos y sociales de Eva Perón, la situación de la mujer en Argentina cambia drásticamente durante esos años; aumentan los cursos de profesionalización de las mujeres y estas se incorporan al trabajo cada vez más, aunque se trata de una incorporación a determinados tipos de trabajo tradicionalmente femeninos como la docencia, la confección, el secretariado y la taquigrafía.5 Junto con la incorporación al trabajo extra doméstico, crece el consumo de productos culturales por parte de las mujeres y estás son el público al que prestan cada vez más atención tanto los conglomerados editoriales como los programas radiales.

La cultura del exilio representará para Martínez Sierra no sólo una pérdida, sino también la necesaria reconstitución de su perfil intelectual posibilitada por un espacio cultural donde las condiciones materiales y el lugar de la mujer tenían características diferentes que en España y Francia. Por un lado, en Argentina, como también ocurría en otros países industrializados de la región, los grandes grupos editoriales publicaban desde los años 20 revistas para esta clase media en expansión y, en particular, para el público femenino. Estas revistas se consolidarían rápido en el circuito porteño gracias al auge editorial del país al convertirse en el primer productor de libros en español tras la guerra civil española (De Diego 2006).6 En esa época la “joven moderna”, figura surgida en el contexto estadounidense y pronto extendida por otros países occidentales, estaba en el centro del debate público sobre la modernidad y la nación en los medios de comunicación masivos (Tossounian 2020, 2-3). En los años 30, y con especial énfasis durante las primeras presidencias de Perón (1946-1955) continúa la tendencia de publicación de revistas femeninas por parte de los grandes grupos editoriales, muchas de ellas dirigidas ahora a las mujeres trabajadoras, sujetos relevantes en el ideal peronista. La editorial Sopena comenzó a publicar la revista femenina semanal Maribel a comienzos de la década de 1930, la cual continuó publicándose durante los años del peronismo. Maribel estaba dirigida a las amas de casa de clase media y a las mujeres que comenzaban a incorporarse al mercado laboral y en ella predominaban los consejos para el hogar –limpieza, cocina, ahorro, cuidado de los hijos, organización de eventos– que se intercalaban con novelas por entregas, cuentos y notas culturales –casi siempre sobre la vida de personajes ilustres– junto con publicidad dirigida a la mujer como consumidora.

Por otro lado, la radio era uno de los medios de comunicación de masas más importantes desde los años 20. Argentina es el primer país latinoamericano que consigue hacer transmisiones radiofónicas regulares; escuchar la radio era una práctica muy habitual extendida entre la clase trabajadora y la clase media, por lo que este medio pronto se convertirá en un punto clave en la consolidación de la cultura nacional (Karush 2012, 3-4). Las mujeres dedicadas al cuidado del hogar eran, de hecho, las principales oyentes de radio, lo que provocó que en esa época se desarrollara un tipo de ficciones radiofónicas orientadas a ellas: el radioteatro y las radionovelas destinadas a un público femenino (Ulanovsky 2005, 75). La radio y las revistas femeninas fueron beneficiosas para Martínez Sierra, quien encontró en ellas una de sus fuentes estables de ingresos y la plataforma para llegar al gran público. En 1954 comienza a colaborar con la revista Maribel, donde escribirá hasta 1963 cerca de una veintena de piezas protagonizadas por mujeres. En 1959 compone doce audiciones para la Radio Nacional Argentina que llevan como título Cómo sueñan los hombres a las mujeres, cuyo núcleo temático se articula en torno al intento de desmitificar los estereotipos irreales de las mujeres perpetuados durante siglos a través de la literatura escrita por hombres. Estas audiciones se publicarán en 1960 en la misma revista Maribel.

El trabajo en la vejez

El exilio argentino en el caso de Martínez Sierra debe conceptualizarse como un exilio provechoso en cuanto a materia laboral, ya que es desde ese lugar desde donde consigue retomar su actividad intelectual, que se encontraba prácticamente estancada durante los años que pasó en Francia. En su estancia en Argentina se generan las condiciones de posibilidad para que su proyecto feminista, iniciado en España, tenga una continuación, atravesado por la transformación que conlleva su participación en los medios de comunicación masivos. Lo provechoso de su exilio se relaciona, por una parte, con las propias condiciones materiales que rodean su existencia y, por otra parte, con el significado que el trabajo concretado y publicado representa en su trayectoria intelectual. Martínez Sierra menciona en su correspondencia personal la buena calidad de vida que Argentina le proporciona: puede vivir en hoteles incluso desde el comienzo de su estancia en el país, cuando todavía no tiene colaboraciones argentinas, y dedicar tiempo a escribir y pensar.7 Martínez Sierra manifiesta un vínculo muy intenso con el trabajo en sus reflexiones personales: la actividad intelectual supone para ella desde el consuelo, la evasión, la diversión, el equilibrio psicológico y una forma de plenitud en la vida. El trabajo para ella siempre tiene una carga positiva y es el eje que vertebra su vida. Asimismo, su exilio argentino hace reverberar una especial conexión con el trabajo durante la vejez, siendo este un factor de conexión con un mundo donde la ancianidad es invisibilizada y categorizada en clave de inutilidad. El trabajo en su vejez es un estímulo y un vínculo con la juventud.8

La vejez supone un desafío para quien pretende desarrollarse laboralmente en un mercado nuevo y en un país extranjero, y en el caso de la mujer, la vejez supone un “doble estándar” de discriminación (Sontag 1972, 31), ya que no solamente se enfrenta a la marginalización que supone hacerse viejo en la sociedad occidental, sino que a ello hay que sumarle la propia subordinación de la mujer en el sistema patriarcal. En la posición de Martínez Sierra, la marginalización sería triple, al sumarse también su estatus de exiliada. Las trabas que la vejez podría imponer en la búsqueda de trabajo en el exilio fueron una consideración que Martínez Sierra tuvo en cuenta mucho antes de emprender su viaje. En una carta dirigida a su amiga estadounidense Collice Portnoff fechada en Niza en 1948, María exponía su deseo de establecerse en Estados Unidos y las dificultades que se le presentaban por su edad: “hablé con Jorge de la posibilidad de encontrar una cátedra para explicar literatura española o drama, pero, al parecer, pasados [los] sesenta años es imposible encontrar un puesto. También me detiene un poco el idioma: cierto que conozco muy bien el inglés, pero lo hablo muy mal”.9 Pese a la dificultad añadida por la vejez, decide irse afuera en búsqueda de trabajo, y el problema del idioma –un verdadero capital cultural– lo resuelve instalándose primero en México y después en Argentina.

En 1970 Simone de Beauvoir publica su ensayo La vejez, que no tendrá el mismo impacto que El segundo sexo (1949), pero supondrá igualmente un cambio de percepción acerca de la relación entre biología y cultura en lo que concierne al cuerpo. La vejez es el primer ensayo que reflexiona desde la crítica cultural sobre el envejecimiento y que pretende romper lo que de Beauvoir llama “la conspiración del silencio” que gira en torno al tema (2020, 8).10 Tras hacer un análisis muy documentado sobre la vejez en diferentes épocas de la historia occidental –desde la sociedad grecorromana hasta el siglo xx– y a través de diversas disciplinas –que pasan por la etnología, la gerontología, la biología y la historia–, De Beauvoir concluye que envejecer “no es solo un hecho biológico, sino también cultural” (2020, 23) que determinan las sociedades de cada momento; considerar la vejez como parte de la vida –y no como una enfermedad– ayudaría a cambiar radicalmente el sistema en el que vivimos. De Beauvoir hace una lectura marxista de la vejez: en una sociedad capitalista, el lugar que el sujeto ocupa está directamente relacionado con su capacidad de producción. Según su hipótesis, las personas ancianas no son capaces de resistir los nuevos ritmos que se imponen con la Revolución Industrial, por lo tanto, pasan a estar desplazados y se convierten en el “otro” en la sociedad, aunque todavía tengan mucho que aportar a ella (De Beauvoir 2020, 10 y 344). Para de Beauvoir el trabajo –o la ausencia de este– tiene una incidencia especial en la vejez, ya que funciona como un fuerte constructor de identidad, sobre todo en las clases menos acomodadas. Cuando las personas mayores dejan de trabajar sienten que su valor en la sociedad está en declive, por lo que mantener un trabajo remunerado significa continuar participando de forma activa de la estructura social a la que se pertenece (2020, 377).

El ensayo de Simone de Beauvoir abre un campo de estudio sobre la vejez que continuará desarrollándose en décadas posteriores. Tras de Beauvoir, Margareth Morganroth Gullette en su ensayo Aged by Culture (2004) defiende la postura de que los estudios etarios deben ser como otras disciplinas humanísticas que están socialmente orientadas y conviven en armonía con el discurso científico, como es el caso de la teoría feminista (2004, 183-184). Siguiendo la línea de que la vejez tiene una parte importante socialmente construida, en 1991 Kathleen Woodward publica Aging and its Discontents. Freud and Other Fictions, donde hace una lectura psicoanalítica de la vejez a través de diferentes textos de ficción y concluye con la reflexión de que la “gerontofobia” es la imagen predominante de la vejez en Occidente. Desde su punto de vista, la escasez de trabajos críticos desde los estudios culturales sobre la vejez se debe a que es un tema tabú en las sociedades occidentales, que se deriva de la división demasiado polarizada de las categorías de la edad, donde la vejez, cargada de connotaciones negativas, es la oposición a la juventud y sus atributos positivos (Woodward 1991, 6 y 21). Para Woodward es necesario poner de manifiesto la relación compleja de la vejez y sus códigos de representación social, ya que la vejez es una de las diferencias que nos permiten distinguirnos de otros cuerpos y que se sitúa por encima de otras diferencias como puede ser el género (1991, 16). En su libro posterior, Figuring Age: Women, Bodies, Generations (1999), continúa desarrollando la idea de que la edad es un marcador social de la diferencia y que sus estudios sobre la edad se preocupan por entender “cómo las diferencias son producidas por las formaciones discursivas, las prácticas sociales y las condiciones materiales” (1999, x). Aquí, Woodward articula la diferencia edad con la diferencia género, poniendo de manifiesto que el “edadismo” [ageism] estuvo presente durante mucho tiempo en las teorías feministas y por eso nunca fue un tema de reflexión central.

Siguiendo las premisas de Woodward, en mi lectura de María Martínez Sierra quiero poner en el centro la cuestión de la vejez femenina y su relación con el trabajo intelectual en su exilio de Buenos Aires. Aunque la producción y la figura de Martínez Sierra fueron objeto de estudio de la crítica feminista, nunca se ha tomado la vejez dentro de esta como punto de partida para complejizar los significados de su exilio.11 Quizás esta ausencia se deba a la “gerontofobia” o al “edadismo” que han impregnado también los estudios de género, y al hecho de que hasta los años 90 los age studies no se han constituido como campo de investigación autónomo dentro de los estudios culturales. Pero lo cierto es que tanto la vejez como el género son marcadores de la diferencia que permean la trayectoria de la autora –que vivió casi hasta los 100 años y estuvo activa hasta el final de sus días–, y se acentúan durante los últimos años en su exilio americano. Por un lado, porque debe buscarse en Argentina un espacio laboral a una edad tardía para lo habitual y utilizando un nombre de mujer, puesto que Gregorio había muerto en 1947 y ya no podía seguir firmando con su nombre.12 Y por otro, porque lo hace en un momento muy particular del país, donde las representaciones visuales del ideal femenino de belleza y juventud se multiplican en las producciones culturales impresas y se convierten en uno de los motores de activación del consumo entre las mujeres a través de los medios de comunicación masivos (Ariza 2017, 32).

La vejez, junto con el género, en el caso de Martínez Sierra es tanto el elemento que le cierra el acceso a ciertas esferas laborales –la enseñanza, por ejemplo–, como uno de los factores a través de los cuales se constituye como una figura de autoridad en el mercado cultural destinado principalmente al consumo para mujeres, al instalarse en el papel de anciana sabia consejera que funciona tanto en Maribel como en su programa de Radio Nacional. Del mismo modo, ser exiliada española no es una característica que juegue en su contra en el mercado cultural del consumo femenino, ya que su procedencia y su trayectoria intelectual se utilizan en la promoción de sus colaboraciones. La revista Maribel iniciaba en 1960 la publicación de los artículos de Cómo sueñan los hombres a las mujeres con esta entrada: “Con este título, empezaremos a publicar una serie de artículos de María Martínez Sierra, insigne escritora española radicada entre nosotros y que Maribel se honra en contar entre sus colaboradoras” (cit. en Aguilera Sastre y Lizarraga Vizcarra 2009a, 46. El destacado es mío).

La problemática de Martínez Sierra nunca serán sus ganas de trabajar, sino el mercado cultural. En 1948, todavía desde Niza, recién operada de cataratas le escribe a su amiga y militante socialista, María Lacrampe:

Me dices si trabajo ahora que estoy acostumbrada a los lentes: sí, un poco he empezado a trabajar: no me falta la voluntad ni el deseo, ni la capacidad, pero es muy difícil encontrar mercado. Hasta ahora no he escrito más que algunas cosillas para una Agencia que coloca en periódicos de América, pero no son muy formales y tardan mucho en pagar: proyectos tengo muchos y buenas esperanzas también, pero no sé si estas serán ilusiones. En fin, por el momento me tiene tan contenta haber vuelto a ver y poder trabajar que no me dejo entristecer demasiado por la situación paradójica en que me encuentro de haberme muerto en vida y tener que resucitar para seguir viviendo.13

Aunque en apariencia metafórica, la última parte de la cita es clave para entender su situación concreta en el plano laboral desde el punto de vista del exilio y la vejez: tras la muerte de Gregorio en 1947 y la desaparición de su firma conjunta, María tiene que “resucitar” en el campo cultural e instaurar su nueva identidad en él a través de nuevas producciones y de la firma “María Martínez Sierra”. La situación en Argentina se vuelve todavía más paradójica porque Gregorio había declarado a María muerta entre los círculos culturales porteños cuando él mismo se encontraba exiliado en Buenos Aires, por lo que su estado allí es prácticamente el de “un fantasma”.14 La imagen del fantasma y la metáfora religiosa de la resurrección son habituales en su correspondencia privada para referirse a su coyuntura laboral durante los primeros meses en Buenos Aires.

Si mantener un trabajo en la vejez, como señala De Beauvoir, es para algunos ancianos una forma de sentirse valorados socialmente y una vía de arraigo identitario (2020, 376-377), en el caso de Martínez Sierra encontrar un espacio en el mercado cultural argentino implica una reconstitución –incluso reapropiación– de su perfil intelectual como mujer en la esfera pública, al mismo tiempo que supone una vía de legitimación social en un momento cultural en el que las tecnologías de la modernidad y los dispositivos de regulación e intervención del cuerpo desplazan la vejez y ponen en el centro la novedad y el canon de la eterna juventud.15

En mi lectura, para Martínez Sierra el trabajo en la vejez, además de un medio de subsistencia, supone una forma de resistencia política y activismo feminista que opera desde diferentes ángulos. Por un lado, en una sociedad occidental donde la modernización va acompañada de una “institucionalización del curso de la vida” que divide sus etapas en torno al trabajo asalariado –preparación para el trabajo, actividad laboral y retiro– (Kohli 1986, 272) y donde la vejez es sinónimo de decadencia y declive (Morganroth Gullette 1997 y 2004), continuar trabajando activamente y salirse de lo esperable para alguien de su edad, supone cuestionar el lugar político y social que ocupa la vejez. Seguir trabajando en la vejez supone, tanto por el hecho mismo de trabajar como por el contenido de sus producciones, la continuación de su proyecto político feminista anclado en la idea de que la esfera laboral es una de las conquistas que las mujeres deben lograr para obtener la igualdad de derechos con el hombre y uno de los medios a través del cual se construye la solidaridad femenina.16

Si consideramos que la vejez, al igual que el género, tiene una parte socialmente construida y que funciona al mismo tiempo como performance y como performativo (Lipscomb y Marshall 2010, 1), podemos pensar que en el caso de Martínez Sierra la realización de un trabajo regular, actividad normalmente asociada a otra etapa de la vida, es el elemento desestabilizador que pone de manifiesto que la vejez no tiene por qué ser sinónimo de inoperatividad y desplazamiento social.17 Así lo deja ver en sus referencias al trabajo, donde asocia su constante actividad al ritmo propio de la juventud: “Voy a trabajar desaforadamente –así lo espero al menos– Tal vez ello me de (sic) la ilusión de que, por un momento, vuelve la juventud”.18 Por esta referencia podemos deducir que existen diferentes factores en su vida que le recuerdan su vejez, y es el trabajo el único a través del cual ella se desvincula “por un momento” de la ancianidad. En Gregorio y yo (1953) María repasa la historia de la revista Helios, fundada en 1902 por Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala, Pedro González Blanco y ella misma. Todos se encuentran ahora exiliados en Norteamérica y Argentina, y continúan trabajando:

Desterrados de la patria madre, vamos viviendo en este Nuevo Mundo, obstinados, para no decirle del todo adiós a la existencia, en tener por actuales las ilusiones de nuestra juventud. Yo, la más vieja de los cuatro, me llamo a mí mismo “el decano de los conquistadores”, ya que, a la hora en que hubiera debido desaparecer, he cruzado por primera vez el Atlántico y me he lanzado a descubrir América para mi uso particular. Los cuatro, en la hora en que otros tiempos marcaba el descanso de la senectud para aquellos que bonum certamen certaverunt tenemos que ganarnos el pan trabajando como a los treinta años. ¡Mejor! Con eso, no sentiremos llegar a la de la guadaña, que tendrá que segarnos deprisa y por sorpresa (Martínez Sierra 2000, 229).

Martínez Sierra se aleja de cualquier postura victimista que pueda darse de la situación de tener que seguir trabajando a una edad anciana y, en lugar de eso, decide potenciar esa circunstancia dándose a sí misma el nombre de “decana”. Además, emplea la metáfora de larga duración sobre la conquista para describir su traslado a tierras americanas, poniendo su viaje a la altura de hazañas imperiales de otros tiempos. El trabajo supone para ella una necesidad económica, pero también una forma de participar del mundo, evitar el aislamiento que puede provocar la vejez en las sociedades occidentales, y mantenerse activa a través de la labor intelectual. El mercado argentino le ofrece el escenario perfecto para hacer de él su “uso particular” adaptando su perfil y llevando a cabo otras formas de intervención cultural.

El protagonismo de la mujer vieja

La propia subjetividad de Martínez Sierra, así como los intereses de su proyecto feminista, van cambiando a lo largo de los años y, en mi lectura, durante su exilio en Buenos Aires la diferencia “mujer” entra en diálogo con la diferencia “vejez” para producir una nueva perspectiva desde la cual pensar su actividad feminista. Constituyéndose como una voz de mujer en la ancianidad en la esfera pública Martínez Sierra se configura como un sujeto nómade, en los términos definidos por Rosi Braidotti en su libro Sujetos nómades (2000 [1994]). El sujeto nómade es una ficción política feminista, que tiene en el centro la noción de diferencia, y que permite pensar las transformaciones y resistirse a la representación de la subjetividad femenina como fija y esencialista (2000, 30). En el pensamiento de Braidotti, el estado nómade no tiene necesariamente una relación con el acto literal de viajar, sino con la subversión de las convenciones establecidas. La conciencia de su propia vejez se hace más patente en el exilio debido a su propia edad y al entorno de exaltación de la juventud y la belleza que se respira en el Buenos Aires de esa época.

Las ficciones políticas son formulaciones teóricas que feministas como Luce Irigaray, Donna Haraway, Judith Butler o Teresa de Lauretis han desarrollado como salidas alternativas a la visión falocéntrica del sujeto. Desde el punto de vista de Braidotti, las figuraciones producen representaciones afirmativas que combinan contenidos propositivos con formas de pensamiento, esto es, que tienen un carácter performativo que les permite incidir en la realidad. En su teoría la materialidad corporal es el punto de partida para redefinir la subjetividad, entendiendo el cuerpo no como biológico ni como sociológico, sino como “una superposición entre lo físico, lo simbólico y lo sociológico” (2000, 29). En palabras de Braidotti: “uno habla como mujer con el propósito de dar mayor fuerza a las mujeres, de activar cambios sociosimbólicos en su condición” (2000, 30). Martínez Sierra a través de su propia configuración como mujer vieja y escritora, de la utilización de mujeres viejas como protagonistas de sus relatos y de la tematización de la vejez en sus obras construye una ficción política de la mujer vieja, es decir, una imagen alternativa y positiva a lo acostumbrado para la vejez en la sociedad del momento, que demuestra que las mujeres viejas no son sujetos invisibles y pasivos, sino que tienen mucho que decir y reivindicar de forma activa.

María Martínez Sierra en el exilio sitúa su lugar de enunciación en un “cuerpo impropio” como es el de la mujer vieja –opuesto a los cuerpos femeninos como constructores de la nación a través de la maternidad y de la fuerza laboral física– que a su vez le otorga la autoridad de la experiencia, y desde él cuestiona cómo afectan los cambios político-sociales a la situación de la mujer. Paul B. Preciado denomina “cuerpos impropios” a los cuerpos que se salen del modelo de normatividad corporal creado por los regímenes disciplinarios. Por ejemplo, el cuerpo propio del modelo “ángel del hogar” de la mujer burguesa dedicada a las labores domésticas y a la maternidad se construye en contraposición a los cuerpos impropios de las prostitutas, lesbianas, indígenas (Preciado 2011). Aunque Preciado no habla explícitamente de la vejez, al desvincularse el cuerpo femenino de la actividad reproductiva, de la fuerza laboral, y del apogeo de la belleza asociado a la juventud, en mi interpretación dentro de esta lógica sí podría considerarse el cuerpo anciano como un cuerpo impropio. De hecho, Margareth Morganroth Gullette critica que los principales teóricos del discurso de la identidad socialmente construida, como son Michel Foucault y Judith Butler –fuentes centrales de la teoría de Preciado– asumen un sujeto estable en términos temporales: “sus cuerpos construidos (heterosexuales, femeninos, masculinos, de color) están socializados de otras maneras pero no tienen una edad explícita y experimentan la temporalidad solo como repetición” (2004, 122).

En lugar de obviar la cuestión de la vejez, Martínez Sierra la tematiza y la hace lugar de enunciación y centro de reflexión de varios de sus escritos, como muestran las piezas publicadas en Maribel “La abuela vuelve en sí” (1954), “Muerte de la matriarca” (1956/1960) o “Tute de ancianas” (1960). Aunque en el caso del exilio sí hay un desplazamiento físico, lo fructífero aquí es pensar el nomadismo de Martínez Sierra como una subjetividad corporeizada y situada que se transforma con el contacto de un contexto de llegada y en la que se hacen presente simultáneamente diferentes ejes: mujer, exiliada, anciana.

La vejez socialmente construida es indisociable de ciertas características atribuidas que marcan la interpretación del significado de los contenidos de quien se pronuncia desde ese cuerpo. Una de las manifestaciones de Martínez Sierra hablando como mujer desde el cuerpo impropio de la vejez se encuentra en la primera emisión para la Radio Nacional Argentina de la serie Cómo sueñan los hombres a las mujeres, titulada “El eterno enigma”. Esta pieza sirve como introducción a la temática sobre la que versan las emisiones siguientes: el eterno enigma es la imposibilidad del entendimiento y conocimiento total entre hombres y mujeres. Martínez Sierra escoge en esta primera intervención el punto de vista de una mujer anciana que recuerda lo que hace más de cincuenta años otra anciana le había dicho en su juventud y le resulta certero con el paso del tiempo: el hombre y la mujer están condenados a la falta de entendimiento por parecer venir de diferentes especies. El texto marca la interpretación de las siguientes intervenciones: la voz de la senectud transmite autoridad, respeto, sabiduría por la experiencia vivida y verdad.

En 1960 María Martínez Sierra publica en la editorial Aguilar de Argentina Fiesta en el Olimpo y otras diversiones menos olímpicas, recopilación de algunas de sus obras variadas –textos dramáticos breves, piezas narrativas y balés– desde 1939 hasta 1960, algunas inéditas y otras diseminadas en publicaciones periódicas de Buenos Aires.19 Tras el prólogo escribe un texto titulado “Hablando con el lector” en el que se explica el origen de la obra “Tragedia de la perra vida”; en él la autora disculpa la complejidad de su lectura, pues fue diseñada para la puesta en escena, para lo cual harían falta un músico, un director de escena excepcional y un empresario que invirtiese su dinero en ella. Todos estos elementos son difíciles de conseguir cuando la autora misma “madre infeliz, soy mujer, y he alcanzado hace ya mucho tiempo la edad canónica, dicho de otra manera, inofensiva” (Martínez Sierra 2009b, 78). Martínez Sierra califica, irónicamente, la edad canónica –concepto proveniente del derecho romano, asociado a un estado de sabiduría alcanzada, privilegio y dignidad– como “inofensiva”, empleando al mismo tiempo la técnica de la captatio benevolentiae y se culpa a sí misma, como mujer y vieja, de los defectos que la obra pueda tener. Es significativo que el título que la autora quería para la obra era Tragedia de la perra vida –que acabaría siendo la pieza con la que se inicia el volumen Fiesta en el Olimpo– y que el editor de Aguilar se lo negase y lo cambiase por uno sin connotaciones negativas. “Perra vida” es una expresión fuerte que alude a una vida miserable, una vida de sufrimiento e indigna. Que Martínez Sierra a sus 80 años –escribe el volumen en 1954– haya elegido un título tan contundente con un adjetivo tan ácido para calificar la vida puede interpretarse como un deseo de expresión de cierto inconformismo y rabia que no parece propio de alguien de esa edad. Lo que expresa el título de la obra contradice de forma rotunda lo “inofensivo” que acompaña a la “edad canónica” en el texto introductorio dirigido al lector.

Esa misma figura de la mujer vieja, aparentemente inocua, es la que la autora construye como sujeto de enunciación en varias de las contribuciones que se recogen en el libro. Desde la autoridad que la experiencia otorga a la vejez y su desactivación política realiza una crítica que poco tiene que ver con lo inocente. Por ejemplo, el relato “La abuela vuelve en sí”, publicado originariamente en Maribel en 1954, narra la historia de “la abuela” que se queda sola en casa mientras su hija, su yerno y sus dos nietos, con quienes convive, se van de vacaciones. La abuela aprovecha ese tiempo de soledad para reflexionar a solas, por momentos hablándole a su marido ya fallecido, y así denuncia la exclusión que sufre por ser vieja. Su propia hija la desplazó hasta el cuarto de invitados de la casa que ella misma había construido con su padre para quedarse ella y su marido la habitación principal. La abuela ve en la hija los errores que ella misma cometió en su juventud, siempre acelerada ocupándose de los hijos, del marido, de todos menos de sí misma. La vejez le otorga licencia para poder decir las verdades sin reparo y critica la situación de las mujeres porque le “interesa la marcha del mundo, aunque no tenga nada que ver en ella” (Martínez Sierra 2009b, 449). En varias de las obras producidas en su exilio en Buenos Aires, Martínez Sierra empleará la figura de la mujer anciana, revestida de inocuidad o de sabiduría y autoridad para transmitir su postura con respecto a determinados temas en los debates feministas, como son el lugar de la mujer en la cultura de consumo (“El amor vuela” y “Él me robó la suerte y yo le robé el corazón”) o la alianza femenina y el trabajo común para la mejora de la situación social de las mujeres (“La cigüeña colectivista”).

Una de las obsesiones de la militancia feminista de Martínez Sierra fueron las organizaciones de la sociedad civil, entre las que destacan los clubs femeninos, cuyo origen la autora sitúa precisamente en el momento en que las mujeres envejecen y tienen más tiempo libre.20 En el texto “Club de mujeres” originalmente publicado en Cartas a las mujeres de España (1916), Martínez Sierra alaba al “feminismo de las amas de casa” norteamericanas, que en 1892 habían creado la General Federation of Women’s Clubs, agrupación de clubs femeninos que intentó influir en la política americana. La idea de los clubs femeninos tiene una importancia central en su concepción del envejecimiento:

cumplidos ya, o a punto de cumplirse, los cuarenta años; curadas del amor, se encontraron, no ya tan bonitas, pero sí tan fuertes y sanas como a los veinte, con el entendimiento más abierto y el corazón más generoso… Estas mujeres “maduras” comprendieron que si para los hombres no es desgracia haber llegado a la madurez, no debiera serlo tampoco para ellas, y se unieron para realizar algo de lo mucho bueno que los inevitables afanes de los dos primeros tercios de la vida no les habían dejado llevar a cabo (Blanco 2003, 42).

La vejez en el caso de las mujeres puede tener una doble significación social. Por un lado, puede operar como un elemento de exclusión social de forma más acentuada que en la vejez masculina, ya que, al desaparecer la fertilidad y sexualización en la mujer de cierta edad, esta deja de ser un interés para la reproducción de la nación y pasa a un lugar de mayor invisibilidad. Por otro lado, y por los mismos motivos, la edad puede ser un agente liberador en los sujetos femeninos. Feministas como Germaine Greer, Gloria Steinem o Jane Miller entendieron la pérdida de deseo sexual como un “alivio” (Segal 2014, 91) y la misma Martínez Sierra alude a la menstruación como la “maldición femenil” y concibe la menopausia en términos de liberación (2009b, 449).

Para Martínez Sierra, el paso de los años no es negativo para las mujeres, sino todo lo contrario: la vejez que no supone una pérdida de la salud les aporta una amplia experiencia y más tiempo para la autorrealización, que se traduce en una mayor conciencia y conocimiento de lo que sucede a su alrededor (un “entendimiento más abierto”) y un desarrollo de la empatía (“el corazón más generoso”). Este mismo punto de vista en lo que concierne al tiempo para la autorrealización es el que destaca Simone de Beauvoir cuando afirma que para las mujeres la vejez es una liberación porque toda su vida ha girado en torno a sus hijos y a sus maridos y es en la última etapa de la vida que “ahora, por fin, pueden cuidar de sí mismas” (2020, 686). El interés que Martínez Sierra tiene en estos clubs femeninos también se debe al mismo motivo por el cual insiste en la incorporación de las mujeres al trabajo extradoméstico, esto es, la creación de alianzas entre mujeres y el desarrollo del sentimiento de solidaridad como elementos de transformación social.

El exilio y su interacción con los medios de comunicación masivos funcionan como un espacio de transformación también en lo que concierne a su concepción y apelación a la solidaridad entre mujeres. Antes de su exilio sus escritos sobre la solidaridad son de carácter político-social y se centran en los beneficios que la solidaridad podría aportar a las mujeres de clase obrera. Son textos que pertenecen a la época en la que Martínez Sierra estaba enfocada en pensar los problemas de los sectores trabajadores y democratizar el conocimiento y el acceso a la educación, como demuestran sus múltiples referencias a las acciones llevadas a cabo por las Casas de Pueblo y la fundación de la Asociación Femenina de Educación Cívica.21

Entre los años 30 y 1947, Martínez Sierra deja de escribir textos feministas. Alda Blanco interpreta este silencio ensayístico como el resultado de una contradicción textual entre sus postulados feministas y la voz masculina con la que firma (2003, 21-23).22 Será en su estancia argentina y a través de los espacios comunicativos masivos como la radio y las revistas femeninas cuando Martínez Sierra recupera la voz como mujer y encuentra un público y un lugar desde el cual desarrollar su labor intelectual y continuar su proyecto político feminista por otras vías. En mi lectura, esta vuelta hacia la temática femenina puede interpretarse como lo que Mari Paz Balibrea ha llamado la militancia extranacional del exiliado republicano que se vincula a procesos políticos de alcance supranacional (2017, 57). Durante su etapa de exiliada en América Latina, Martínez Sierra no escribe textos que aborden directamente el tema de España, pero no abandona su vocación política, sino que la hace transitar nuevamente hacia el feminismo, como al inicio de su trayectoria literaria española. Pero esta vez no se sirve del formato libro, sino de los textos breves en las revistas, la “lectura en píldoras” como ella la llamaba, y la radio, medios que hacen que su militancia sea también más sutil.23 En sus producciones de esta época no se decanta por ninguna postura nacional, ni en relación a España ni a lo que Argentina se refiere, sino por una convicción internacionalista que no entiende de fronteras y que se centra, muy especialmente, en pensar la situación de las mujeres.24

Durante su exilio continúa apelando a la solidaridad, más concretamente a la solidaridad femenina, pero lo hace a través de la reivindicación de la comunicación intergeneracional como un espacio de encuentro fructífero entre la potencia de la juventud y la sabiduría de la vejez. Y esta interlocución se da ahora en el espacio de Maribel y en sus participaciones en la radio, plataformas desde las que se dirige a una audiencia femenina. A través de la comunicación entre generaciones, Martínez Sierra sitúa la vejez en un lugar útil, necesario e incluso privilegiado de acción política y social. Los medios de comunicación de masas consiguen derribar las barreras que segregan a las mujeres por rangos de edad y logran así construir un cierto sentido de comunidad en el que tiene lugar la comunicación intergeneracional. Un buen ejemplo sería “Tute de ancianas”, que sale en Maribel el 18 de octubre de 1960. En una línea que articula la vejez con la libertad de expresión y el análisis retrospectivo “Tute de ancianas” trata de un diálogo entre cuatro mujeres mayores de entre 75 y 80 años que se reúnen en Madrid en casa de una de ellas dos veces por mes “en tertulia exclusiva ‘a puerta cerrada’ para poder darse el gusto de conversar sin mentiras piadosas ni ficciones correctas, ‘porque hay que ver… lo que se escandaliza la gente joven cuando una anciana dice lo que piensa’” (Martínez Sierra 2009b, 570). Las cuatro apelan a la libertad de expresión que les da la vejez para hacer una retrospectiva sincera de sus vidas junto a sus maridos, ahora ya muertos. Todas han vivido a la sombra de sus parejas, a veces incluso haciéndose pasar por ellos, como es el caso de Cecilia, compositora de música que firmaba sus obras –al igual que la propia Martínez Sierra– con el nombre del marido. La reflexión sobre las diferencias entre las generaciones de mujeres de antes y las de ahora también tiene lugar en su conversación:

¡Éramos tontas de remate! –dice Celia–. A las de ahora, no las podrán engatusar como a nosotras. No se hacen ilusiones. Son más listas.

–No es que sean más listas –dice Martina–. Es que se han puesto a trabajar por su cuenta, y son independientes (Martínez Sierra 2009b, 578).

En esta historia se puede ver, una vez más, cómo para Martínez Sierra el trabajo femenino es una cuestión central a la hora de conseguir la igualdad con el hombre. En “Tute de ancianas” hay un momento en el que se apela a las lectoras de Maribel: “¡Ay, Maribel, tú que nunca saliste de Buenos Aires, si pudieras imaginar la claridad y el infinito de un horizonte otoñal madrileño sin nubes, sin nieblas, sin brumas!” (Martínez Sierra 2009b, 570). La mención a la falta de conocimiento de otra realidad más que la de Buenos Aires puede interpretarse como un desinterés por el localismo y una manifestación más del viraje hacia lo cosmopolita que se acentúan en la autora en sus años de exiliada. Martínez Sierra se dirige a las lectoras jóvenes desde el punto de vista de la vejez, exponiendo los problemas y errores con los que las generaciones anteriores han tenido que lidiar para que ellas los repitan. El diálogo intergeneracional que Martínez Sierra abre a través de las figuras de las ancianas que hacen un análisis retrospectivo de sus vidas haciendo hincapié en las limitaciones que han tenido puede leerse como un deseo de que la diferencia de edad no sea una “frontera esencialista” que se emplea para dividir a la ciudadanía y dificultar las coaliciones políticas para las mujeres.25

La apelación a la comunicación y al trabajo en conjunto entre las generaciones de mujeres puede servir también como un antídoto al individualismo que la cultura de consumo fomenta –y al que Martínez Sierra ironiza en varios artículos de Maribel– y puede desembocar en una pérdida de fuerzas del feminismo como un movimiento de transformación social. Historias como “La abuela vuelve en sí” (1954), “Muerte de la matriarca” (1956) o “Carmela toma un brandy” (1956), publicadas en Maribel tratan el tema, de forma más sutil o notoria, de la diferencia entre generaciones y la urgencia de que exista un aprendizaje común que ayude en la lucha por el progreso de la situación de la mujer.

En los estudios sobre la vejez a menudo se atribuye al envejecimiento una sabiduría pasiva –alejada de la rabia o la resistencia– como la condición de apropiada de su retórica de la emoción (Woodward 2002, 187). Para De Beauvoir la serenidad asociada a la vejez es una “ilusión conveniente” que presupone que los ancianos son personas felices y por eso deben quedar abandonados a su propio destino (2020, 681). Edward W. Said explora en On Late Style (2005) la intransigencia y las contradicciones en las producciones de algunos artistas hacia el final de su carrera y se pregunta “¿Y si la edad y la mala salud no producen la serenidad de ‘la madurez lo es todo’?” (2006, 23). El proyecto político feminista y socialista que Martínez Sierra defendió y persiguió antes y durante la guerra civil española, anclado en la lucha por la igualdad de las mujeres, por el fomento de la solidaridad y la búsqueda de un mejor proyecto común de sociedad, no se frenó ni por el exilio, ni por la vejez. En Argentina no participa de mítines políticos ni escribe manifiestos donde encare directamente problemas sociales, sino que encauza sus inquietudes a través del feminismo por la vía de la revista Maribel y la Radio Nacional, logrando así llegar a un público femenino amplio. María Martínez Sierra continuó trabajando y estando activa hasta el final de sus días, transformando su militancia feminista para el público masivo. En lugar de promover la tranquilidad y el reposo, ella prefirió otro modo de utilizar su voz en la esfera pública: “Yo, personalmente, he gritado cuanto he podido, y sigo gritando (cuando me lo consienten), a pesar de que tengo ya 92 años y, por tanto, muy poquita voz”.26 Sus desafiantes palabras fueron su mensaje para las jóvenes generaciones de mujeres en busca de un cambio social.

Referencias bibliográficas

Aguilera Sastre, Juan. 2004. “María Martínez Sierra: artículos feministas a las mujeres republicanas”. Berceo 147: 7-40.

— 2013. “República y primer exilio de María Lejárraga: epistolario con Georges Portnoff”. En El exilio literario de 1939, 70 años después, coordinado por María Teresa González de Garay Fernández y José Díaz-Cuesta Galián, 203-217. Logroño: Universidad de La Rioja.

Aguilera Sastre, Juan e Isabel Lizárraga Vizcarra. 2009a. “Introducción”. En Cómo sueñan los hombres a las mujeres, de María Martínez Sierra, 11-52. Logroño: Instituto de Estudios Riojanos.

— 2009b. “Introducción”. En Tragedia de la perra vida y otras diversiones. Teatro del exilio 1939-1974, de María Martínez Sierra, 9-70. Sevilla: Renacimiento.

Ariza, Julia. 2017. “Imagen impresa e historia de las mujeres. Representaciones femeninas en la prensa periódica ilustrada de Buenos Aires a comienzos del siglo xx (1910-1930)”. Tesis doctoral, Universidad de Buenos Aires.

Balibrea, Mari Paz. 2017. “Exilio y militancia”. En Líneas de fuga. Hacia otra historiografía cultural del exilio republicano español, coordinado por Mari Paz Balibrea, 54-58. Madrid: Siglo XXI.

Barrancos, Dora. 2008. Mujeres, entre la casa y la plaza. Buenos Aires: Sudamericana.

Blanco, Alda. 2001. “María Martínez Sierra: feminismo y exilio”. En El exilio literario de 1939. Setenta años después, coordinado por María Teresa González y Juan Aguilera Sastre, 359-374. Logroño: Universidad de La Rioja.

— 2003. A las mujeres. Ensayos feministas de María Martínez Sierra. Logroño: Instituto de Estudios Riojanos.

— 2007. “Desde la pared de vidrio hasta la otra orilla: El exilio de María Martínez Sierra”. En Mirrors and Echoes: Women’s Writing in Twentieth-Century Spain, editado por Emilie L. Bergman y Richard Herrs, 79-92. Berkeley: University of California Press.

Braidotti, Rosi. 2000 [1994]. Sujetos nómades. Corporización y diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea. Traducción de Alcira Bixio. Barcelona: Paidós.

De Beauvoir, Simone. 2020 [1970]. La Vieillesse. Paris: Gallimard.

De Diego, José Luis. 2006. “La época de oro de la industria editorial (1938-1955)”. En Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000, dirigido por José Luis de Diego, 91-123. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Karush, Matthew B. 2012. Culture of Class: Radio and Cinema in the Making of a Divided Argentina (1920-1946). Durham: Duke University Press.

Kirkpatrick, Susan. 2003. Mujer, modernismo y vanguardia en España (1898-1931). Madrid: Cátedra.

Kohli, Martin. 1986. “The World We Forgot: A Historical Review of the Life Course”. En Later Life. The Social Psicology of Aging, editado por Victor Marshall, 271-303. Beverly Hills: Sage.

Lipscomb, Valerie Barnes y Leni Marshall. 2010. Staging Age: The Performance of Age in Theatre, Dance, and Film. London: Palgrave Macmillan.

Martínez Sierra, María. 1952. Una mujer por caminos de España. Recuerdos de propagandista. Buenos Aires: Losada.

— 2000 [1953]. Gregorio y yo: medio siglo de colaboración. Edición y notas de Alda Blanco. Valencia: Pre-Textos.

— 2009a. Cómo sueñan los hombres a las mujeres. Edición de Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizárraga Vizcarra. La Rioja: Instituto de Estudios Riojanos.

— 2009b. Tragedia de la perra vida y otras diversiones. Teatro del exilio 1939-1974. Edición y notas de Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra. Sevilla: Renacimiento.

Morganroth Gullete, Margaret. 1997. Declining to Decline. Cultural Combat and the Politics of Midlife. Charlottesville: University of Virginia Press.

Morganroth Gullete, Margaret. 2004. Aged by Culture. Chicago: University of Chicago Press.

O’Connor, Patricia W. 1987. María y Gregorio Martínez Sierra: Crónica de una colaboración. Madrid: La Avispa.

— 2003. Mito y realidad de una dramaturga española: María Martínez Sierra. Logroño: Instituto de Estudios Riojanos.

— 2013. “María Martínez Sierra y sus paraísos perdidos: algunas obras desconocidas”. En El exilio literario de 1939, 70 años después, coord. por María Teresa González de Garay Fernández y José Díaz-Cuesta Galián, 99-111. Logroño: Universidad de La Rioja.

Rodrigo, Antonina. 1992. María Lejárraga: una mujer en la sombra. Madrid: Círculo de Lectores.

Preciado, Paul B. 2011. “Cuerpo Impropio: Guía de modelos somatopolíticos y de sus posibles usos desviados”. Seminario impartido en UNIA Arte y pensamiento. Universidad Internacional de Andalucía. Sevilla, 2-4 noviembre 2011, https://vimeo.com/94567467 (Consultado el 6 septiembre 2022)

Said, Edward W. 2006. On Late Style. Music and Literature Against the Grain. New York: Pantheon.

Segal, Lynne. 2014 [2013]. Out of Time. The Pleasures and Perils of Ageing. London: Verso.

Sontag, Susan. 1972. “The Double Standard of Aging”. The Saturday Review, 23 septiembre, 1972.

Tossounian, Cecilia. 2020. La Joven Moderna in Interwar Argentina. Gender, Nation and Popular Culture. Gainesville: University of Florida Press.

Ulanovsky, Carlos. 2004 [1995]. Días de radio 1920-1959. Buenos Aires: Emecé.

Woodward, Kathleen. 1991. Aging and it Discontents: Freud and Other Fictions. Bloomington: Indiana University Press.

— 1999. Figuring Age. Women, Bodies, Generations. Bloomington: Indiana University Press.

— 2002. “Against Wisdom: The Social Politics of Anger and Aging”. Cultural Critique 51 (Spring): 186-218.

Fecha de recepción: 04.03.2022 Versión reelaborada: 12.07.2022 Fecha de aceptación: 10.08.2022

 

 

 


1 He decidido referirme a esta exiliada como María Martínez Sierra en lugar de utilizar su nombre de nacimiento, María Lejárraga, ya que Martínez Sierra fueron los apellidos que ella misma adoptó en su firma literaria tras la muerte de su marido Gregorio Martínez Sierra en 1947. Sobre la complejidad de la firma Martínez Sierra, véase el prólogo de Alda Blanco a Gregorio y yo (2000, 11-42) y la introducción a las mujeres: ensayos feministas de María Martínez Sierra (2003, 13). Desde mi punto de vista, no respetar la voluntad de la autora a la hora de escoger su firma –sea por los motivos que fuere– y restaurarle el apellido Lejárraga, aunque puede interpretarse como una reivindicación feminista, también es una forma de anular la decisión de la escritora.

2 María Martínez Sierra gozaba de una trayectoria literaria consolidada desde comienzo del siglo xx, sobre todo a raíz de su éxito teatral Canción de cuna (1911), firmada con el nombre de su marido, que recibió el premio de la Real Academia Española a la mejor obra de la temporada teatral 1910-1911. Estudiosas como Alda Blanco ven en esta decisión de firmar con el nombre de Gregorio una “estrategia vivencial” que le permitía a María ver sus obras representadas en los teatros con más facilidad y no ser juzgada por ser una mujer dedicada a un oficio masculino como el de la escritura teatral, algo inusual y mal visto en la época (Blanco 2003, 21-24). En el ámbito de la militancia política y feminista, Martínez Sierra había participado en la creación de la Unión de Mujeres de España (1918) y del Lyceum Club (1926) y en 1933, ya afiliada al Partido Socialista Obrero Español, fue elegida diputada por Granada al Congreso de la República. Durante los años de la Guerra Civil (1936-1939) Martínez Sierra fue agregada comercial en Suiza del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio, y luego fue nombrada por el Ministerio de Trabajo y Asistencia Social secretaria de la delegación española en la XXII Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo. Tras la victoria de Franco, Martínez Sierra toma la decisión de permanecer en Francia, donde ya residía desde hacía algunos años.

3 Esta información se encuentra en la carta de Martínez Sierra a María Lacrampe, 14 de junio de 1952. Archivo Fundación Ortega y Gasset Gregorio Marañón Sección Residencia de Señoritas. Anexo I, Madrid. Este archivo conserva la correspondencia enviada por Martínez Sierra a María Lacrampe. Al momento de la consulta, los materiales no estaban clasificados, por lo cual no es posible indicar una signatura.

4 “Ahora hemos estrenado en Buenos Aires una obra nueva, Sortilegio, en la cual, por lo visto, gasté toda la sustancia gris que me quedaba y que afortunadamente parece haber tenido grandísimo éxito”. Carta de Martínez Sierra a Collice Portnoff, sin fecha. Citada en O’Connor (2013, 101). En la década del 40 Gregorio se exilia en Argentina hasta su regreso a España en 1947, allí estrenará las películas Canción de cuna (1941), Tú eres la paz (1942) y Los hombres las prefieren viudas (1943), todas ellas basadas en las obras homónimas escritas por María. En 1949 María publica en la editorial Emecé la traducción de la obra de George Augustus Moore (1852-1933) Memorias de mi vida muerta (Memories of My Dead Life).

5 Bajo la iniciativa de Eva Perón, en 1947 se aprueba el voto femenino –cuyo debate en la Cámara de diputados se había iniciado ya en 1932–, y en 1949 se crea la rama femenina del Partido Justicialista, el Partido Peronista Femenino (Barrancos 2008, 122-129).

6 Por ejemplo, El Hogar (1904), Atlántida (1918) o la revista Para ti, creada en 1922 por la Editorial Atlántida, que todavía hoy continúa su publicación.

7 En Argentina vivirá siempre en hoteles (Hotel Lancaster, Hotel Regis y Hotel Deauville) por una cuestión de comodidad y practicidad. Solo al final de sus días se traslada al sanatorio de San Camilo, donde fallece en 1974.

8 “El trabajo es el único consuelo eficaz para todos los males cuando no hay dolor físico violento: eso también lo sé por experiencia”. Carta a María Lacrampe, 25 de marzo de 1942. Archivo Fundación Ortega y Gasset Gregorio Marañón. Sección Residencia de Señoritas. Anexo I. “Cuando termine el libro, empezaré la comedia; es decir, la tengo ya empezada. Tengo que darme prisa porque soy vieja. Además mi trabajo es el único consuelo que tengo entre tantas contrariedades”. Carta a Collice Portnoff, Niza, 5 de enero de 1950. Citado en Aguilera Sastre y Lizarraga Vizcarra (2009a, 30). “Claro es que trabajo mucho, pero sin salir de casa, y mientras pueda. Además, ¿es que podría soportar la vida después de tantas penas si no trabajase”. Carta a María Lacrampe, junio de 1954. Archivo Fundación Ortega y Gasset Gregorio Marañón. Sección Residencia de Señoritas. Anexo I. “Trabajamos por trabajar, porque es lo único que nos hace alejarnos un poco de nuestro propio yo, y ya lo dijo Fenelon –ya ves que cita tan piadosa hago ‘nunca está uno en paz sino cuando se aleja de sí mismo’”. Carta a María Lacrampe, 1 de junio de 1962. Archivo Fundación Ortega y Gasset Gregorio Marañón. Sección Residencia de Señoritas. Anexo I. “¿Y qué vida de horrendo aburrimiento sería para mi vejez renunciar al trabajo? Prefiero morirme”. Carta a Ramón Lamoneda, 6 de julio de 1966. Archivo Amaro del Rosal, Fundación Pablo Iglesias, Alcalá de Henares, AARD 358-01, Folio 149.

9 Carta a Collice Portnoff, Niza, 12 de octubre de 1948. Citado en Aguilera Sastre, Juan (2013, 215-216).

10 Desde el ámbito de la gerontología, Robert N. Butler comenzó a publicar estudios sobre la vejez en los años 60. En 1963 acuña el término “ageism” [edadismo] para referirse a la discriminación contra las personas mayores basada en los prejuicios que existen por el mero hecho de envejecer (Woodward 1999, x). Todas las traducciones de los originales son de la autora a no ser que se indique lo contrario.

11 Véanse, por ejemplo, los trabajos de Juan Aguilera Sastre (2004), Susan Kirkpatrick (2003) o Alda Blanco (2001 y 2003).

12 Hasta la muerte de Gregorio Martínez Sierra en 1947, María había firmado casi todas sus obras con el nombre de su marido. Para más información a este respecto véase, por ejemplo, el libro de Patricia W. O’Connor (1987).

13 Carta a María Lacrampe, Niza 8 de octubre de 1948. Archivo Fundación Ortega y Gasset Gregorio Marañón. Sección Residencia de Señoritas. Anexo I. El destacado es mío.

14 “Por lo visto mi amado esposo había hecho correr, en sus ocho años de estancia en la Argentina, la noticia de que había muerto, y ahora no consigo resucitar”. Carta de María Martínez Sierra a Magda Donato, 28 de abril de 1952, citada en Rodrigo (1992, 336). “Se obstinan en ignorarme, como si no existiera … Trabajo mucho, he escrito otra comedia, he hecho una traducción muy interesante, he escrito tres ballets, pero no consigo ni estrenar una comedia ni vender una película. ¡Cómo ha de ser! Por lo visto, me he convertido definitivamente en un fantasma”. Carta de Martínez Sierra a Magda Donato. Buenos Aires, diciembre de 1952, citada en Rodrigo (1992, 337).

15 Durante los años del primer peronismo abundan en Maribel y en otras revistas femeninas anuncios de cosméticos dirigidos a la mujer trabajadora para que el trabajo no erosione su físico y mantenga su juventud. Destacan, por ejemplo, la crema de manos líquida Pond’s que “asegura manos jóvenes” a las secretarias, los jabones de sales La Toja para el cuidado del cutis y la protección del sol, y la crema dentífrica Forhans, que mantiene “la juventud de su dentadura”.

16 El derecho al trabajo estuvo siempre en el centro de la apuesta feminista y del proyecto político de Martínez Sierra, ya que para ella el trabajo no solo supone la independencia económica de las mujeres, sino que el lugar de trabajo opera como un catalizador de relaciones que darán lugar al sentimiento de solidaridad femenino, necesario para la reivindicación feminista y para los cambios sociales que la izquierda política a la que pertenecía María quería introducir. La lucha por la igualdad de las mujeres solía encuadrarse, para las militantes socialistas y también para las anarquistas, dentro de la lucha obrera. Aunque Martínez Sierra se afilia al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1931 y en 1933 será elegida diputada por Granada, el interés por la mejora de las condiciones de trabajo y de vida de la clase obrera y campesina fue una de las constantes en su trayectoria política y literaria. Una de las Cartas a las mujeres de España, ensayos que María escribe y son publicados en 1916 con el nombre de Gregorio, lleva como título “La mujer y el trabajo” y en ella Martínez Sierra emplea el concepto “parasitismo” de la feminista sudafricana Olive Schreiner para referirse a la subordinación de la mujer con respecto al hombre dentro del matrimonio, que deriva de su dependencia económica. Martínez Sierra insiste en la importancia de que la mujer se incorpore al mundo laboral para que en la sociedad se produzca un cambio de valores. En esta misma línea, en el año 1915 publica un artículo para la revista Blanco y Negro, titulado “Caridad social: un problema angustioso y urgente que pueden resolver fácilmente las mujeres de buena voluntad”, que luego se reproducirá en Cartas a las mujeres de España, donde aborda claramente el tema de la solidaridad entre mujeres: “en este problema del redimir del hambre y la miseria a la mujer trabajadora hay tres cosas que hacer … Primera. Despertar en las obreras el sentimiento de solidaridad. Hacerles ver que sufren la explotación inicua de que son objeto un poco por su culpa: inclinarles a formar Sindicatos y a conseguir, por medio de una acción común y decidida, el aumento general de jornales” (citado en Blanco 2003, 67).

17 Para Kathleen Woodward la edad está constituida por diferentes capas: la edad personal (cómo nos sentimos), la edad cronológica (cuántos años tenemos), la edad social (mediada por la cronológica, cómo la sociedad nos sitúa) y la edad biológica (el estado de salud del cuerpo) (Woodward 1991, 149). Lipscomb y Marshall (2010) parten de la idea de Margaret Morganroth Gullette de que la edad puede ser una performance, entendida en los términos expuestos por Judith Butler en Gender Trouble (1990): una iteración constante que transforma la acción en realidad. Sostienen que “la edad es al mismo tiempo performance y performativa” ya que “la edad puede ser representada y la representación de la edad puede afectar a los espectadores” (2010, 1-2).

18 Carta a María Lacrampe, 2 de agosto de 1950. Archivo Fundación Ortega y Gasset Gregorio Marañón. Sección Residencia de Señoritas. Anexo I.

19 Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra han hecho una nueva edición de Fiesta en el Olimpo titulada, como la autora quiso en su momento, Tragedia de la perra vida, y el añadido otras diversiones, doce contribuciones inéditas hasta el momento y recuperadas de los archivos de la autora (Renacimiento, 2009). Los mismos autores han editado Cómo sueñan los hombres a las mujeres (Instituto de Estudios Riojanos, 2009). Se trata de los dos estudios más completos hasta el momento que incluyen los textos que Martínez Sierra publicó en Maribel y en La Prensa, y sus producciones en la Radio Nacional Argentina.

20 Martínez Sierra tuvo una intensa vinculación con los clubs femeninos: en 1926 Martínez Sierra fue cofundadora, junto con María de Maetzu y Victoria Kent, entre otras, del Lyceum Club femenino de Madrid y en 1932 fundó la ya mencionada “La Cívica”.

21 En Una mujer por caminos de España (1952) María cuenta su vinculación con las Casas de Pueblo desde que descubre la primera muy joven en un viaje a Bruselas: “las Casas del Pueblo de mi pobre España han venido a ser, como verá quien tenga el valor de leer este libro, no sólo el grande amor de mi vida de mujer madura, sino el fundamento único de lo que aún me queda de patriotismo” (1952, 34).

22 Para Alda Blanco, Martínez Sierra hasta 1932 firma sus escritos feministas con un nombre masculino por un “impulso de legitimación” que busca la autorización del punto de vista feminista. Es en ese año, en el que publica Nuevas cartas a las mujeres de España todavía con la firma “Gregorio Martínez Sierra”, cuando según Blanco la autora manifiesta las dudas de esta contradicción. En Nuevas cartas incluye como texto de apertura el ensayo “Os miro vivir”, en el que invita a las lectoras a que desconfíen de su posición anterior y relean críticamente sus ensayos pasados (Blanco 2003, 21-23).

23 Juan Aguilera e Isabel Lizarraga señalan que, aunque los presupuestos teóricos que María expone en estas piezas parte de Nuevas cartas, ella lleva a cabo modificaciones para adaptarse al masivo público argentino, creando un tono “desenfadado y distendido” con una prosa que “logra de forma extraordinaria el difícil equilibro entre la sencillez expresiva, accesible a cualquier tipo de lector, y la profundidad de un pensamiento que aflora contundente para el lector atento” (Aguilera y Lizarraga 2009b, 31-32).

24 “Me preguntas qué podemos hacer como socialistas. Lo que nos proponíamos hacer, ya lo hemos hecho. Era dar a todos los trabajadores del mundo la conciencia de que son seres humanos y de que, por tanto, tienen los que trabajan tanto derecho a la vida y a los bienes terrestres como los ricos que no trabajan […] Las mujeres socialistas, en nuestro grupo aparte, debemos enseñar, enseñar sobre todo, una asignatura única: LA SOLIDARIDAD HUMANA”. Carta a María Lacrampe, 22 de agosto de 1966. Archivo FOM, sin signatura. Las mayúsculas están en el original.

25 El concepto “frontera esencialista” utilizado en el contexto de división de la fuerza de trabajo y la acción política ha sido acuñado por Brown y Martin, “Left Futures”. Citado en Morganroth Gullete (2004, 180).

26 Carta de Martínez Sierra a Ramón Lamoneda, Navidades de 1967. Archivo Amaro del Rosal, Fundación Pablo Iglesias, Alcalá de Henares, AARD 358-01, Folios 151 y 152.