DOI: 10.18441/ibam.23.2023.82.15-35
Carles Feixa
Universitat Pompeu Fabra, Cataluña-España
carles.feixa@upf.edu
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-4874-1604
Maritza Urteaga
Escuela Nacional de Antropología e Historia, México
maritzaurteaga@hotmail.com
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-4163-083X
Puede decirse que los jóvenes que experimentan los mismos problemas históricos concretos forman parte de la misma generación (Mannheim 1993 [1928], 145).
En el pensamiento social contemporáneo, la noción de generación se desarrolló en tres momentos históricos que corresponden a tres marcos sociopolíticos precisos: en los años de 1920, el período de entreguerras, se formularon las bases filosóficas en torno a la noción de “relevo” o “sucesión” y “unidad” generacional (Ortega y Gasset 1923; Mannheim 1993 [1928]); en los años de 1960, la era de la protesta, se fundó una teoría en torno a la noción de “brecha” o “conflicto” generacional (Feuer 1968; Mendel 1969); a partir de la mitad de los años de 1990, con la aparición de la sociedad en red, aparece una nueva teoría que revoluciona la noción de “giro” o “adelanto” generacional, una situación en la que los jóvenes son más expertos que la generación anterior en una innovación clave para la sociedad: la tecnología digital (Tapscott 1998; Chisholm 2005).1
En 1923 Ortega y Gasset publicó “La idea de las generaciones”, un texto en el que defendía que las personas nacidas en la misma época comparten la misma “sensibilidad vital”, opuesta a la generación previa y a la posterior, que define su “misión histórica”. Ortega y Gasset se formó como pensador liberal en la escuela alemana y tuvo un gran impacto en América Latina; defendió la democracia de la Segunda República, aunque luego se apartó de lo que consideró sus excesos. Fue el intelectual español más importante de la primera mitad del siglo xx, formando diversas generaciones de pensadores e interviniendo en los debates públicos en la prensa.2 En el texto mencionado, la idea de generación se considera “el concepto más importante de la historia”. El autor luchaba contra la influencia de la revolución soviética y del fascismo: la juventud reemplazaba al proletariado como sujeto emergente y la sucesión generacional reemplazaba la lucha de clases como motor de cambio. Más tarde, el filósofo desarrolló un “Método histórico de las generaciones” (Ortega y Gasset 1970 [1933]) que permitiría entender el curso de la historia partiendo de la idea del relevo generacional que tenía lugar cada quince años. Sin embargo, como observó Bauman (2007), la idea central de Ortega y Gasset no es la de sucesión sino la de superposición: no todos los coetáneos se pueden considerar contemporáneos. Por esta razón, hay tiempos de edad adulta (“acumulativos”) y tiempos de juventud (“eliminativos o polémicos”). De acuerdo con la visión elitista del autor, la clave es la relación establecida entre minorías y masas: cuando algunos individuos que viven tiempos de crisis consiguen entender la nueva “sensibilidad vital” y “por primera vez tienen pensamientos con total claridad”, se convierten en la generación decisiva con acólitos porque pueden conectar con los cambios anhelados. Sin embargo, Ortega no abordó cómo los grupos de edad desarrollan una conciencia común y empiezan a actuar como una fuerza histórica coherente.3
En 1928, cinco años más tarde del primer texto de Ortega, el sociólogo alemán Karl Mannheim publicó “El problema de las generaciones”, texto que desde entonces constituye una referencia obligada para los investigadores de las generaciones sociales. Cuando Mannheim desarrolló su teoría de las generaciones –lo hizo inter alia en comparación con los amplios movimientos colectivos del inicio del siglo xx4– tuvo un doble objetivo: distanciarse tanto del positivismo y de sus enfoques biológicos de las generaciones, como de la línea romántico-historicista. Además, su preocupación general era incluir a las generaciones en su investigación sobre las bases sociales y existenciales del conocimiento en relación con los procesos del cambio histórico. En este contexto, Mannheim consideraba que las generaciones eran dimensiones analíticas útiles para el estudio tanto de las dinámicas del cambio social (sin recurrir al concepto de clase y al concepto marxista de interés económico) como para los “estilos de pensamiento”’ y la actitud de la época. Según Mannheim, esos eran los productos específicos –capaces de producir cambio social– de la colisión entre el tiempo biográfico y el tiempo histórico. Al mismo tiempo, las generaciones podían entenderse como el resultado de las discontinuidades históricas, y por lo tanto del cambio. En otras palabras, lo que configura una generación no es compartir la fecha de nacimiento –la “situación de la generación”, que es algo “solamente potencial” (Mannheim 1993 [1928])– sino esa parte del proceso histórico que comparten los jóvenes de igual edad y clase (la generación en sí). Hay dos componentes fundamentales en ese compartir (de los cuales surge el “vínculo generacional”): por una parte la presencia de acontecimientos que rompen la continuidad histórica y marcan un “antes” y un “después” en la vida colectiva; por otra, el hecho que estas discontinuidades sean experimentadas por miembros de un grupo de edad en un punto formativo en el que el proceso de socialización no ha concluido, por lo menos en sus fases más cruciales, y los esquemas utilizados para interpretar la realidad todavía no son rígidos por completo o –tal como dice Mannheim– cuando esas experiencias históricas son “primeras impresiones” o “experiencias juveniles”. A su vez, las “unidades generacionales” elaboran ese vínculo de formas distintas, de acuerdo con los grupos concretos a los que pertenecen sus miembros. En el fondo, la formulación de Mannheim sigue firmemente anclada en una perspectiva historicista. A través del concepto de generación, los largos tiempos de la historia se sitúan en relación a los tiempos de la existencia humana y se entretejen con el cambio social.
Igual que los conceptos de ‘nación’ o de ‘clase’, el término ‘generación’ es performativo (expresiones que crean una entidad con sólo nombrarla), una llamada o un grito de guerra para llamar a filas a una comunidad imaginada o más precisamente convocada (Bauman 2007, 370).
En noviembre de 1998 el Instituto Mexicano de la Juventud organizó un seminario en Ixtapan de la Sal, un tranquilo balneario en el Estado de México, al suroeste de lo que entonces era el Distrito Federal, para preparar las bases teóricas y metodológicas de la Primera Encuesta Nacional de Juventud, que se acabaría realizando y publicando al año siguiente (Reguillo 2014). El seminario estuvo organizado por José Antonio Pérez Islas, que en ese entonces ocupaba el puesto de director del Centro de Estudios e Investigaciones sobre Juventud, institución que durante su mandato se convirtió en un referente no solo en México sino en toda América Latina (y más allá). En el seminario participaron algunos de los investigadores e investigadoras que con el tiempo se convertirían en voces autorizadas en la reflexión teórica y en la investigación empírica sobre las juventudes iberoamericanas: los mexicanos Rossana Reguillo y José Manuel Valenzuela (además del citado Pérez-Islas); el colombiano Carlos Mario Perea; el argentino Sergio Balardini; el uruguayo Ernesto Rodríguez; y los dos autores de este artículo: la peruano-mexicana Maritza Urteaga y el catalán Carles Feixa; además de una decena más de investigadores e investigadoras.
Visto en perspectiva, el encuentro puede leerse como un espacio/tiempo (un “cronotopo”) fundacional: el punto de confluencia de sensibilidades políticas y afinidades teóricas, y el punto de arranque de redes de colaboración y afecto. Algunos de los autores ya se conocían, y habían coincidido en un encuentro realizado el año anterior en Bogotá, que dio origen a un libro de referencia: ¡Viviendo a toda! (Cubides, Laverde Toscano y Valderrama 1998). Tras el seminario de Ixtapan la mayoría se fueron reencontrando en eventos y publicaciones en distintos lugares de América Latina y también en España, hasta llegar al presente. El seminario puede leerse pues en clave generacional, como el “acontecimiento” que señala una “experiencia generacional” compartida, y como generador de una “conciencia generacional” en construcción.
El presente artículo reúne fragmentos de entrevistas biográficas a estos seis “juvenólogos” –más precisamente cinco juvenólogos y una juvenóloga–, aunque en Ixtapan todavía no eran conscientes de serlo, entrevistas realizadas por los autores del texto que también participamos en aquel encuentro iniciático. Además de los seis autores señalados, incluimos a dos precursores, pertenecientes a una generación anterior, que han sido referentes teóricos y personales para todos los implicados: el hispano-colombiano Jesús Martín-Barbero, fallecido durante la pandemia, y el argentino-mexicano Néstor García Canclini, quien sigue en plena actividad. Las ocho entrevistas han sido publicadas en los últimos cinco años de manera íntegra en dos revistas especializadas en estudios sobre juventud: la española Metamorfosis y la colombiana Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud.5 Dichas entrevistas forman parte del proyecto “La juventud de los juvenólogos” (JuJu), que se plantea recuperar la memoria personal y colectiva de las últimas generaciones de investigadores e investigadoras sobre juventudes en Iberoamérica, cuyas aportaciones a este campo de estudios acaban de publicarse en un libro colectivo de ámbito internacional (Benedicto, Urteaga y Rocca 2022). El objetivo del proyecto es comparar las experiencias de vida de las personas entrevistadas a partir de unos mismos parámetros, siguiendo la propuesta de Franco Ferrarotti de “leer una sociedad a través de una biografía” (Iniesta y Feixa 2006): orígenes familiares, etapa formativa, adolescencia y juventud, participación en asociaciones, iniciación a la investigación, influencias teóricas, aproximaciones metodológicas, compromiso político, carrera posterior, visión sobre las juventudes contemporáneas, etc. Este artículo constituye una primera aproximación al análisis de dichos testimonios; hemos optado por presentar un collage de relatos de vida, centrados en la etapa formativa y en la primera juventud, a manera de retablo generacional.
Con la excepción de los dos precursores citados (Martín-Barbero y García Canclini), los seis protagonistas –ocho si incluimos a los autores del presente texto– comparten unos rasgos socio-demográficos y político-científicos convergentes: nacidos en los años 50 y principios de los 60, vivieron la juventud a caballo de los años 70 y 80, experimentando directamente los efectos del post-68, y también la transición a la democracia desde regímenes dictatoriales (España, Argentina, Uruguay) o autoritarios (Colombia, México, Perú). Para la mayoría de ellos y ellas fue crucial 1985, declarado Año Internacional de la Juventud por la UNESCO, pues además de coincidir con los inicios de su carrera investigadora, impulsó decididamente la investigación y las políticas de juventud en todos los países: durante ese año participaron en congresos, eventos, publicaciones o tuvieron becas que les impulsaron a escoger la juventud como ámbito de estudios o profesionalización. En los 90 empezaron a publicar, generando una bibliografía que sería la literatura de referencia para las generaciones posteriores.
Tras el encuentro de Ixtapan de la Sal, en la primera década del siglo xxi, estos ocho autores –junto con otras personas que no participaron en dicho encuentro o que pertenecen a generaciones posteriores–, construirían una red basada en una fuerte afinidad teórico-política, una crítica del adulto-centrismo como paradigma hegemónico, y una lectura crítica de las culturas y movimientos juveniles emergentes. En la última década, tras los movimientos indignados posteriores a 2011, participaron activamente en la búsqueda de una renovación metodológica, en la creación de espacios académicos y extraacadémicos de formación, en el diseño de políticas de juventud activas, y en el activismo académico y social contra el “juvenicidio”, entendido como las políticas estatales, paraestatales o privadas de desaparición física o simbólica de las juventudes (Valenzuela 2015a; Reguillo 2017).
A continuación, presentamos a los ocho protagonistas del estudio, los dos antecesores y los seis miembros de la Generación del 98. Los denominamos así porque el “momento” fundacional del grupo fue el citado encuentro de 1998, aunque también hay un juego de palabras con la generación literaria española del 1898, que cantó el fin del imperio colonial español. En cada apartado introducimos los datos básicos de cada autor, así como sus principales obras sobre la juventud, y seguimos con una selección de fragmentos biográficos centrados en las experiencias de adolescencia y juventud y en los inicios en la investigación. En las conclusiones del artículo intentamos rescatar los elementos convergentes de los relatos, que constituyen la “unidad generacional” del grupo.
Jesús Martín-Barbero (Cardeñosa, Ávila, 1937-Bogotá 2021) fue un comunicólogo hispano-colombiano, recientemente fallecido, referente de los estudios sobre comunicación y cultura. Su obra más conocida es De los medios a las mediaciones (1987); su texto más influyente sobre juventud fue “Jóvenes, desorden cultural y palimpsestos de identidad” (1998). Más recientemente Feixa y Figueras recopilaron sus textos sobre juventud en el libro Jóvenes, entre el palimpsesto y el hipertexto (Martín-Barbero 2017). Como hemos señalado anteriormente, él pertenece a una generación precedente, atravesada por la Guerra Civil española durante su infancia. Durante su juventud, la conformación de un grupo de amigos fue central: “Yo diría que ese grupo de amigos fue fundamental para mi formación, por el intercambio de libros, de discos, de información” (Martín-Barbero y Feixa 2018, 6).
Este grupo de pares resultó clave en su trayectoria posterior, cuando realizó sus estudios universitarios en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid entre 1956 y 1961:
Lo del grupo para mí es clave porque me permitió descubrir cómo era de abierta la gente que participó de esa otra España que desapareció. No teníamos pretensiones políticas, pero nos mantuvimos informados. Éramos una especie de célula roja. Lo curioso es que cuando nos hicimos mayores y pasamos a la universidad, logramos que no desapareciera la amistad. Ya España empezaba a moverse un poco. Yo recuerdo que pude encontrar los Grundrisse de Marx en castellano, publicado por Laie, una editorial catalana. Fue el primer texto marxista que vi en una librería en Madrid (Martín-Barbero y Feixa 2018, 7).
Su interés por el estudio de las y los jóvenes surge en Colombia, en la década de 1980:
Un par de adolescentes de Medellín, mandados por Pablo Escobar, en una moto, mataron al ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, un hombre liberal, maravilloso. Pablo Escobar estaba en el Congreso, era diputado suplente. El hecho es que este par de muchachitos van a tomar una figura fuertísima, porque fue el primer asesinato político. Allí empieza el enfrentamiento de los narcos con el Estado. Eso fue en el 84. Sigue una época de violencia incontrolada, estallan bombas en distintos lugares. A partir de esto empieza una investigación epidemiológica sobre los jóvenes: no oyen, no tienen memoria, son drogadictos, son violentos. Una epidemiología absolutamente facha y absurda, no tenía nada que ver con lo que estaba pasando. Las comunas de Medellín estaban empezando a llenarse de campesinos expulsados, desplazados. Para los jóvenes de las comunas la figura del padre desaparecía: no había sabido defender su tierrita y en la ciudad no encontraba trabajo, entonces la madre es la figura. Y se armaron grupos de rock. Los jóvenes empezaron a hacer música (Martín-Barbero y Feixa 2018, 9).
En la década de 1990, es convocado por Juan Manuel Galán –hijo del candidato presidencial Luis Carlos Galán, asesinado en 1989–, a cargo del viceministerio de la Juventud:
Cuando en 1994, Juan Manuel Galán, viceministro de juventud, me llamó, me dijo: “Me dice Alonso [Salazar] que eres justo una de las personas que necesitamos para armar un proyecto de investigación no epidemiológica. Necesito que nos ayudes a entender cómo son los jóvenes”. Y armamos una investigación que era totalmente diferente de aquellas que se basaban en preguntas epidemiológicas: lo que queríamos saber era qué sueña la gente joven, a qué le tiene miedo. No sé qué pasó con la investigación, ese ministerio duró poco, pero se invitaron jóvenes y adolescentes para que estuvieran (Martín-Barbero y Feixa 2018, 9).
Néstor García Canclini (La Plata, Argentina, 1939) es un antropólogo argentino exiliado en México. Entre sus obras más conocidas podemos destacar Culturas híbridas (1990), La globalización imaginada (1999) y Diferentes, desiguales, desconectados (2004). Es autor de textos sobre la juventud en diferentes publicaciones, como el Epílogo al libro coordinado por Reguillo (2014) sobre la juventud mexicana. En su relato biográfico distingue distintos momentos en los que aparece por un lado su preocupación por los movimientos juveniles durante su juventud, y por el otro, su interés en el estudio. Su socialización familiar y universitaria en el cristianismo son centrales para su contacto con las reflexiones de Marx:
Hay dos procesos personales que los pondría bajo el nombre de autorreflexiones sobre lo que nos pasaba a los jóvenes en los años 60 y 70. Uno fue que mi familia era evangélica y yo fui a la Iglesia Bautista hasta los 16 años. Al entrar a la universidad dejé de ir, pero permanecí vinculado al Movimiento Estudiantil Cristiano, que era un movimiento mundial de universitarios, donde por primera vez empecé a leer a Marx. No lo leíamos en la Universidad en aquella época al estudiar Filosofía y sí lo estudie con compañeros de la misma edad (García Canclini y Urteaga 2017, 5).
También, su trabajo en el ámbito de la justicia de menores es señalado como central para ese proceso de conformación de un interés por las y los jóvenes, y particularmente por la cuestión de la delincuencia juvenil:
Y la otra experiencia fue que, también a los 16 años, empecé a trabajar en un Tribunal de Menores en La Plata y eso me descentró de mi universo de clase media platense. Tenía que tomarle declaración diariamente a jóvenes de mi edad que se escapaban de la casa o eran abandonados por los padres, o vivían alguna situación de marginalidad, de subalternidad o de exclusión. Estaba allí como empleado y a mí me tocaba hacer eso. Fue muy formador porque me conectó con un universo suburbano de La Plata que no tenía idea que existiera y recibí experiencia casi de campo, aunque yo estaba detrás de un escritorio y escribía a máquina lo que me contaban. Pero me hizo visible un conjunto de condiciones de abandono, de exclusión, de transgresión. […] Colocaría esos dos hechos biográficos como decisivos para mí, junto al clima cultural de época, la irrupción del rock, los Beatles, Rolling Stones, que eran más bien una manifestación de transgresiones vistas de manera festiva, como correspondía a la música de ese momento (García Canclini y Urteaga 2017, 6).
José Antonio Pérez Islas (Ciudad de México, 1955) es un sociólogo mexicano, actualmente dirige el Seminario de Investigación en Juventud-Universidad Nacional Autónoma de México. Además de distintas responsabilidades en organismos juveniles, es editor de Jóvenes: una evaluación del conocimiento (Pérez Islas 2000), Historias de los jóvenes en México: su presencia en el siglo xx (Pérez Islas y Urteaga 2004) y Teorías sobre la juventud (Pérez Islas, Valdez y Suárez 2008). Según su relato biográfico, su familia vivía en un barrio humilde de la Ciudad de México. Dado que no podían costear sus estudios secundarios, sus padres solicitaron una beca a un internado de los dominicos. A sus 12 años, se fue a estudiar lejos de su casa, donde regresaba solo una vez al año para las vacaciones. En su relato biográfico, el haber realizado sus estudios secundarios en un internado, marcó su trayectoria de un modo significativo. Particularmente, en la decisión de no regresar a vivir a la casa de sus padres luego de finalizar la secundaria.
Al terminar la secundaria nos dijeron que podíamos regresar a nuestros lugares de origen, pero creo que en realidad ninguno de nosotros quería regresar a su casa, así que nos pusimos de acuerdo diez de nosotros, decidimos ir al Distrito Federal y alquilar juntos una casa. Convencimos a uno de los curas para que nos ayudara, él además fue como un sustituto de padre –la interacción con mi padre fue muy escasa. A fin de cuentas, nos juntamos catorce y el cura nos consiguió una casa en la colonia San José Insurgentes (Pérez Islas y Urteaga 2019, 6).
Propiamente, después de los doce años no volví a casa de mis padres. Yo me inscribí a la prepa de Mixcoac junto con otro cuate6. Estuve ahí un semestre, pero después el mismo cura consiguió becas completas para quienes no habían pasado a la prepa en una escuela privada que estaba incorporada a la UNAM, propuso que todos estudiáramos ahí y lo hicimos. Después nos enteramos que era una de las prepas a la que iban a caer todos los estudiantes que expulsaban de otras escuelas. La preparatoria era un desmadre7, la casa se convirtió en el lugar de reunión de toda la preparatoria (Pérez Islas y Urteaga 2019, 6).
Respecto de los sucesos de 1968, Pérez Islas se encontraba en primer año de la secundaria, y señala que los vivió con cierta lejanía durante ese momento, aunque luego se iría desarrollando con los años un mayor compromiso e involucramiento.
Siempre cuento la anécdota que el 3 de octubre nos citó la directora de la secundaria de El Oro, nos reúne a toda la escuela a la cancha de básquet que había y nos empieza a dar un discurso de los apátridas, la bandera, el himno. Nosotros nos veíamos y decíamos: “¿qué le pasa?”; no teníamos ni idea de lo que estaba hablando. En el 70 terminé la secundaria. En 1971 yo ya estaba en la ciudad, ocurrió el Halconazo8 y fue la primera vez que vi un conflicto estudiantil. El maestro de sociología de la prepa nos empezó a llevar a los mítines, nos enseñaba sobre Rosa Luxemburgo. A partir de ese momento empecé a desarrollar un compromiso con lo social. También fue una época en la que discutía regularmente con el cura sobre el movimiento estudiantil, el gobierno opresor y la lucha de clases, en alguna ocasión dijo: “A ver si muy revolucionarios, órale, váyanse a trabajar a Neza para que vean lo que es amar a Dios en tierra de indios”… y nos conectó con una comunidad de base que estaba en Neza9. Era 1973, íbamos los fines de semana a trabajar a Nezahualcóyotl y ahí colaboré en actividades de alfabetización con las comunidades de base. A punto de concluir la prepa, en la comunidad nos dijeron que iríamos a Chiapas por invitación de Don Samuel10 (Pérez Islas y Urteaga 2018, 7).
La sociabilidad y los grupos de pares, son centrales también en su relato acerca de la conformación de un interés en torno al tema juvenil:
En los primeros años de la prepa armamos un grupo de rock y fuimos comprando instrumentos, yo me compré un bajo, un Fender maravilloso. Con el tiempo empezamos a tocar en fiestas, ¡y nos pagaban! Tocábamos canciones de The Doors, The Rolling Stones y The Beatles, no sabíamos nada de inglés, pero “cantábamos” en ese idioma. Por eso te digo que el tema juvenil, con respecto a la tríada trabajo-educación-ocio, siempre lo traje, solo que entonces no me daba cuenta (Pérez Islas y Urteaga 2019, 8).
Rossana Reguillo Cruz (Guadalajara, México, 1955) es una antropóloga y comunicóloga mexicana, profesora emérita del ITESO, Guadalajara. Es una de las referentes en la investigación sobre culturas y movimientos juveniles. Entre sus obras podemos destacar En la calle otra vez (1991); Culturas juveniles (2000); Paisajes insurrectos (2017) y Necromáquina (2022). En su relato biográfico señala que su trayectoria en cuanto a los estudios es muy estable hasta la universidad. En ese momento decide realizar un viaje por América Latina y el Caribe, que califica de iniciático.
Hice un viaje que, en aquel entonces (te estoy hablando del 74 o 75) tenía yo alrededor de 18 años, hice un viaje por América Latina con dinero que había juntado trabajando de mesera en un restaurante. Y fue un viaje maravilloso. Un viaje estilo “Los diarios de motocicleta” pero sin la genialidad del jinete de la motocicleta (Reguillo, Feixa y Ballesté 2018, 4).
Fue mi viaje de iniciación. Ahí yo todavía no tenía demasiada claridad de qué quería estudiar, pero digamos que ya en la “prepa” había hecho trabajos… pequeños trabajos de investigación (Reguillo, Feixa y Ballesté 2018, 4).
Inicialmente comenzó a estudiar turismo en la universidad en Guadalajara por influencia familiar, pero luego cambió a filosofía, que acabó abandonando por un contexto de guerras entre grupos mafiosos que se vivía dentro de la universidad. Luego de continuar con distintos trabajos, su trayectoria vuelve a tomar contacto con el ámbito universitario en el plano laboral, dando inicio a su recorrido académico que la llevará hacia la investigación. Su recorrido académico la fue llevando a finales de sus estudios de maestría a tomar contacto con Jesús Martín-Barbero y Néstor García Canclini, lo que le llevó a profundizar y orientar su interés por el estudio de las cuestiones juveniles.
Empecé a hacer la maestría en comunicación, que en ese entonces tenía un foco muy fuerte en la investigación cultural. Terminando la maestría conozco personalmente a [Jesús] Martín-Barbero en un encuentro de comunicación, primero en Ibero de la Ciudad de México11 y luego en Tampico. Y conozco simultáneamente a Néstor [García Canclini] en ese mismo encuentro de la Ibero. Me hice primero amiga de Jesús, por sus caracteres que son tan distintos. A la larga, los dos son excelentes amigos […] me sentí muy bien acogida por Jesús cuando le empecé a contar mi investigación sobre las bandas. Aquí tengo que hacer una pausa porque cuando yo empiezo el proyecto de investigación que me dicen “tienes que hacer una investigación y tal”, entonces es un momento clave en la ciudad porque es el momento de las bandas, de los barrios, y nadie sabe con qué se come eso. De pronto la ciudad se empieza a llenar de histeria de que algo está pasando en los barrios. Yo voy a diferentes escenas, a los hoyos funky,12 que se llamaba en ese entonces, de conciertos metaleros y empiezo a ver unos sujetos allí rarísimos que yo no podía descifrar. Dije “pues quiero entender esto”. Y entonces empecé a hacer un trabajo de mucha intensidad en un momento (Reguillo, Feixa y Balleste 2018, 6).
Si, 88 [1988] exactamente. Entonces, hay un ambiente de mucha crispación política. Los chavos banda13 están en una tesitura muy identitaria. En una defensa del territorio, de la identidad, etc. Yo platico mucho con Martín-Barbero de mi investigación, entonces él queda como muy encantado del tema. Y para mi ese es el momento inicial en el que yo me doy cuenta de que existe una categoría de sujetos que pueden ser pensados como jóvenes (Reguillo, Feixa y Ballesté 2018, 6).
José Manuel Valenzuela Arce (Tecate, México, 1954) es un sociólogo y antropólogo mexicano, investigador del Colegio de la Frontera Norte (Tijuana). Entre sus libros podemos destacar: ¡A la brava ése! Cholos, punks, chavos banda (1988); Juvenicidio (2015a); El sistema es antinosotros (2015b) y Trazos de sangre y fuego (2019). Es oriundo de una familia de origen trabajador de la ciudad de Tecate, Baja California, en la frontera con Estados Unidos. En su juventud, su interés inicial por los estudios universitarios se orientó hacia la ingeniería, aunque el clima social y político de la época lo llevaron a cuestionarse su elección para luego reorientar su trayectoria.
Muy joven todavía era declamador de poesía, ganaba concursos y esas cosas, me sabía muchos poemas tradicionales; el caso es que yo quería estudiar; era hijo del milagro mexicano, época donde uno, como obrero, podía soñar con estudiar una carrera y yo quería ser ingeniero petrolero. Una muchacha de Tecate conoció a un joven que cantaba en una hostería de Ciudad de México, donde tocaban canciones y declamaban poemas, un lugar, bohemio. Este joven fue a Tecate a visitarla y ella organizó una reunión donde yo declamé, y él me dijo que podría trabajar declamando en la hostería. Solicité ingresar a la carrera de ingeniero químico metalúrgico en la UNAM y me fui a la Ciudad de México. En realidad, nunca trabajé en la hostería pues mi madre se opuso. Finalmente, llegué a la Ciudad de México en 1973, en un período definido por vientos de cambio muy fuertes, se vivía la secuela represora pos 68, y pos 71. Durante las gestiones de los expresidentes Díaz Ordaz (1964-1970) y Luis Echeverría (1970-1976), se dieron las brutales represiones en contra de los estudiantes mexicanos como la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco y el sangriento jueves de corpus del 10 de junio de 1971, además de la desaparición de muchos jóvenes que luchaban en contra del sistema. En ese momento había un clima político y social sumamente represivo y en ese contexto se dio el golpe de Estado en Chile que a mí me impactó mucho. Yo no tenía formación política, pero tenía una conciencia humanista. Ya en la universidad, estudiando minerales, fórmulas, integrales y diferenciales, me dije, “qué estoy haciendo aquí”, y en ese momento me involucré con un grupo clandestino que se llamaba Grupo Comunista Internacionalista, en realidad todos los grupos de izquierda eran clandestinos pues estaban prohibidas las organizaciones políticas (Valenzuela y Feixa 2021, 5).
Luego de un mayor involucramiento en organizaciones de trabajadores, a finales de 1979 regresa a Tijuana, donde inicialmente logra ingresar como obrero en una compañía telefónica, de la cual fue despedido por su participación política. En ese contexto comienza a tomar contacto con la problemática de los jóvenes desde el trabajo en su organización política de pertenencia:
En ese momento había un movimiento barrial-popular muy visible de jóvenes que se auto identificaban y a quienes se reconocía como cholos, todo el mundo hablaba de los cholos desde posiciones lejanas, estereotipadas, los consideraban el enemigo público número uno, el grupo más violento. La gente les temía, los medios de comunicación les atacaban desde perspectivas criminalizantes. En ese momento se dio una campaña para legalizar las redadas con el argumento de que eran necesarias para combatir a los cholos. En ese mismo contexto de la lucha contra los cholos se planteó un congreso anti cholo y nosotros, como organización política, sabíamos que debíamos oponernos a esas estrategias de criminalización de los jóvenes, por ello decidimos participar para oponernos, pero luego surgió la pregunta, ¿qué son los cholos? Yo me propuse investigar al cholismo y empecé a hacer trabajo en los barrios cholos con los muchachos, para poder tener una opción crítica en el congreso anti cholo. En ese tiempo había ocurrido una agresión muy grande contra la gente que vivía en lo que ahora es la zona más rica de Tijuana, la Zona del Río, donde solo había basureros y yonques. Ahí vivía gente muy pobre, gente que a lo largo de los años construyó allí su esperanza habitacional, pero despertaban mucha codicia pues eran terrenos planos, cercanos a la frontera y con muy alto valor comercial […] Hubo mucha radicalización en la gente y el movimiento urbano popular se convirtió en el principal actor político colectivo de Baja California (Valenzuela y Feixa 2021, 6).
Sergio Balardini (Buenos Aires, 1960) es un psicólogo y politólogo argentino, fue impulsor del Grupo de Trabajo sobre Juventud de CLACSO. En la actualidad es director de Proyectos de la Fundación Friedrich Ebert (FES, Argentina). Ha publicado distintos trabajos sobre historia de los movimientos juveniles, políticas de juventud y cibercultura (Balardini 2000, 2002, 2013). En su relato biográfico, el interés por las temáticas de juventud se vincula con una preocupación por las relaciones entre jóvenes y adultos durante su propia experiencia de vida, atravesada por el contexto particular de la historia argentina reciente, que es narrada como una marca generacional.
Un tercer momento, se produjo con la Guerra de Las Malvinas, año 1982. Mi cohorte como soldado estuvo a punto de ser convocada. Se llamó a servicio a la anterior y, si la guerra continuaba un tiempo más, le tocaba ir a la mía; éramos todos muy jóvenes. Imagínate, el impacto de la guerra, las noticias, la tensión que me causaba esa situación; y al mismo tiempo, una pregunta que continúa hasta hoy, ¿por qué una sociedad envía a la guerra a sus jóvenes y no a sus adultos? Envían a chicos de 18 y 19 años a una guerra. ¿Por qué no van los que tienen entre 45 o 50 años? No me satisface la respuesta de que los cuerpos más jóvenes resisten más; no es esa la razón por la que las sociedades envían jóvenes a la guerra. ¿Qué sentidos hay detrás de que a las guerras van los jóvenes, a la muerte van los jóvenes y, en este caso, jóvenes ya maltratados por la dictadura, reprimidos, a los que legalmente no se les permitía hacer cosas menores, pero que sí podían ir a defender al país para ser muertos o matar en su nombre? Algo estaba mal. Todas esas cosas jugaban en mi cabeza. Más tarde sabríamos que la represión de la dictadura, entre 1976 y 1982, se llevó la vida de miles de jóvenes, los organismos de derechos humanos hablan de 30 mil. Aproximadamente murieron en combate entre 700 u 800 jóvenes argentinos en la Guerra de Las Malvinas. Con el tiempo, serán más del doble, sumando ex soldados, que, en los años posteriores, se quitaron la vida. Una marca generacional (Balardini y Feixa 2020, 15).
Además del contexto autoritario, su vínculo con la cultura del rock en tanto ámbito contracultural resulta central para comprender su trayectoria posterior.
En ese tiempo encontré en el espacio del rock la posibilidad de iniciar una nueva reflexión intelectual. En aquel entonces, todavía estudiaba Ingeniería, pero empecé a dedicar buena parte de mi tiempo a temas de filosofía, sociología y psicología (que siempre fueron motivo de mi interés), alentado por una revista “de rock” llamada Expreso Imaginario, que ofrecía notas y debates sobre contra-culturas, […]En tiempos de dictadura, cuando aflojó un poco la represión, empezaron a surgir muchas revistas subterráneas, alternativas, todas hermanas menores del Expreso. Y estas revistas las hacíamos jóvenes, que teníamos 18, 17, 16 años, y se entregaban mano en las filas de los conciertos de rock. Vos sabías que había un concierto e ibas a vender las revistas al valor del papel o las entregabas gratis si alguien se mostraba interesado y no tenía dinero, algo muy usual. Participé de algunas de esas revistas alternativas, contraculturales, que entonces tenían la peculiaridad de ser hechas por los mismos sujetos que consumíamos el mundo rock (Balardini y Feixa 2020, 16).
Las reconfiguraciones de su trayectoria se caracterizaron durante la década de 1980 por el cambio de estudios de ingeniería hacia psicología, así como su involucramiento político:
En esa época, a principios de los 80, las cosas estaban en un momento de cierta sensibilidad creativa y solidaridad generacional, y, al mismo tiempo, yo ya tenía mis intereses políticos. Así es que me involucro en política en el año 1980, con 20 años, bajo dictadura. El Partido Socialista Auténtico al que me acerqué, tenía sus círculos de formación, como todo partido de izquierda, y yo, andaba con el “manifiesto” de aquí para allá, disfrazado de otro libro, con tapas cambiadas, pero, hoy pienso, arriesgando bastante por circular con ese tipo de materiales. En esa época leía prensa partidaria, materiales clásicos, por un lado, y, por otro, el Expreso Imaginario e iba a cuanto recital de rock se me aparecía. Luego, con la Guerra de Las Malvinas, en 1982, la situación se hizo más compleja y dramática en términos generacionales. Al terminar, con la derrota, hubo una fuerte movilización contra los militares, de algún modo comienza el fin de la dictadura, y, con los meses siguientes, estalla el tema de los Derechos Humanos, los desaparecidos, y ahí empiezo a militar más orgánicamente, en lo que fue el denominado Partido Intransigente, una izquierda más renovada, de tendencia nacional popular; ya no era el marxismo clásico, era una propuesta política en la que el tema de los derechos humanos convocó a militar a muchos jóvenes. Por ese entonces, tuve un accidente que me llevó a tener tres meningitis en pocos meses. La primera, en el año 1982, fue grave y estuve internado varios días inconsciente. Cuando desperté, recuerdo que venían médicos a observarme y alguno me dijo: “vos volviste a vivir, nadie daba un peso por vos”. Entonces, sentí que tenía una segunda oportunidad y empecé a valorar diferente algunas cosas. Me pregunté qué es lo que realmente quería, qué tenía que revisar, qué cosas no y qué cosas sí. Dejé ingeniería y empecé a estudiar psicología. […] Recuperado, me reintegré a la vida militante, y, en los años 1985 y 1986, fui secretario de formación política de la Juventud Intransigente (JI) de la Capital. También conduje el centro de estudiantes de mi universidad (Balardini y Feixa 2020, 17).
Carlos Mario Perea Restrepo (Bogotá, 1960) es un psicólogo e historiador colombiano. En la actualidad es investigador de la Universidad Nacional de Colombia. Entre sus publicaciones podemos destacar el artículo “Somos expresión, no subversión. Juventud, identidades y esfera pública” (1998) y los libros Con el diablo adentro. Pandillas, tiempo paralelo y poder (2007) y ¿Qué nos une? Jóvenes, cultura y ciudadanía (2008). En su relato, la formación educativa con los jesuitas lo llevo a tomar contacto con el trabajo pedagógico con poblaciones rurales.
Varias influencias decisivas impactaron mi época de joven cincelando el camino que tomaría a lo largo de la vida. La primera fue el bachillerato con los jesuitas, estudié en el San Bartolomé, un colegio de larga historia en Bogotá fundado nada menos que a comienzos del siglo xvii (en 1605). Hacia los años 70 –los años del colegio–, los jesuitas desempeñaban un papel político importante en Latinoamérica, animaban procesos en El Salvador, Ecuador, Brasil, donde hacían parte de las memorables Comunidades Eclesiales de Base. Por aquel entonces era un muchacho de 14 o 15 años. Un sector de izquierda de los jesuitas me influenció desde su labor pedagógica, se les exigía dictar clases en los colegios de la Compañía como parte de su formación como curas. En medio de la actividad docente organizaron una experiencia que se llamó Campamento Misión, nos convocaron a estudiantes de quinto de bachillerato junto a un grupo de La Presentación, un colegio femenino (Perea y Feixa 2020, 6).
El trabajo allí realizado fue clave para su formación política, pero también para su formación académica.
La actividad con los campesinos, no importa lo que hubiéramos hecho, debíamos recogerla en diarios de campo; tengo en mi memoria los debates sobre cómo hacerlos, su significado y la objetividad que debía guardarse en su registro. Fue mi primera formación como etnógrafo, una de las principales herramientas de mi trabajo hasta hoy. Recuerdo las muchas vueltas que se le daba al tema de la objetividad –no hablar de casa pobre sino describir por qué era pobre–, pero también recuerdo la exigencia en desarrollar una fina sensibilidad a fin de percibir la realidad profunda del mundo agrario. Fue mi primer contacto con lo rural, me marcó para siempre. En el momento me ocupo del mundo campesino en los años 60 del siglo xx (Perea y Feixa 2020, 6).
Los vínculos entre pares también son centrales para comprender su involucramiento político. Un compañero de su hermano Mauricio es señalado como una persona clave en su ingreso al MOIR:
El compañero filósofo de Mauricio me echó el guante arrastrándome a la militancia en el partido político Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario, el MOIR, una organización que todavía existe igual de “moirosa”, que extraordinaria inercia arrastra a los partidos. Obviamente era un trabajo por completo distinto a Campamento Misión, era en un barrio popular de nombre El Restrepo, liberado de toda connotación religiosa […] Esa labor en los barrios, incluyendo la construcción de discursos y su puesta en circulación pública, marcará de manera indeleble mi vida hasta el día de hoy (Perea y Feixa 2020, 6).
El cambio en las identificaciones es señalado como una marca generacional, caracterizada por una transición de lo religioso hacia lo político, que es parte del clima de época de la década de 1960.
Era preciso abandonar el religiosismo. Hay un momento de mi vida que recuerdo con especial afecto, es la época en que voy abandonando el mundo católico para comenzar a abrazar el marxismo y la política. […] Es el trayecto de una generación. […] los años 60 son una especie de bisagra. Fue una década luminosa en el mundo entero, también lo fue en mi país, pese al nuevo tránsito hacia la violencia que se cuece por esos años. Son tiempos de cambios profundos en todos los órdenes de la vida, en lo familiar y educativo, en las circulaciones discursivas y la política, en la cultura y la convivencia. Salimos del religiosismo y la miopía excluyente de la lucha partidaria, desembocamos en nuevas contiendas. Mi mutación personal expresaba un tránsito de generación. Eso quedó ahí, muy fuerte (Feixa y Perea 2020, 8-9).
Ernesto Rodríguez (Montevideo, 1954) es un sociólogo uruguayo. Ha sido director desde su fundación del Centro Latinoamericano de la Juventud (CELAJU) y un referente latinoamericano e internacional en las políticas de juventud. Entre sus múltiples libros e informes, podemos destacar: Situación y perspectivas de la juventud uruguaya (1978), Movimientos Juveniles en América Latina (2013) y Perspectiva generacional y políticas de empleo en América Latina y el Caribe (2020). En su relato biográfico, su preocupación por la juventud se vincula con dos cuestiones que se encuentran atravesadas por su vivencia como joven durante el período dictatorial. Por un lado, la organización de grupos juveniles desde la oposición a la dictadura, y por el otro, el trabajo en el plano internacional sobre temas de juventud. La creación del Frente Amplio es un hito señalado en su trayectoria:
En el año 71, yo tenía 17 años y estuve entre los fundadores del Frente Amplio, que se creó en ese año para participar en esas elecciones y a mí me pareció realmente muy interesante la propuesta que se hacía y me incorporé a trabajar en este nuevo (entonces) espacio político, con 17 años […] Cosecha del 71… (Rodríguez y Feixa 2021, 4).
Nosotros nos pusimos a trabajar en el campo de la oposición a la dictadura, en el caso mío organizando movimientos juveniles en la resistencia en un marco de partidos políticos y movimientos sindicales y estudiantiles ilegalizados, y donde apenas podía haber un marco de actividad de la Iglesia Católica que en esa época tenía ideas muy progresistas; varios de los curas y obispos se adherían directa o indirectamente al marco de la teología de la liberación, lo que era muy interesante, porque también se ubicaron en el campo de la oposición no de manera ostentosa pero sí colaborando con los grupos opositores, brindando sus espacios, sus iglesias, para que se pudieran hacer actividades de todo tipo en esta materia, y en el caso nuestro nos tocó organizar muchos grupos juveniles a lo largo y ancho del país en un contexto donde todo estaba prohibido… desde la clandestinidad (Rodríguez y Feixa 2021, 5).
A su vez, su trabajo en el área de relaciones internacionales del partido –motivo por el cual sus movimientos eran vigilados por la dictadura–, es un elemento central para comprender sus inicios en el trabajo sobre temáticas de juventud.
Yo hice mi licenciatura en Sociología; mi primer libro fue en temas de juventud en el año 78, luego siguió otro en ciencias políticas en temas internacionales y me dediqué a trabajar en eso; algo que luego transformé en uso periodístico. En esa etapa yo trabajaba mucho en contactos con el exterior, viajaba muchísimo a Europa donde teníamos varios aliados en aquella época, en Italia, Bélgica, Holanda, Alemania, y por eso tenía apoyo relevante internacional, y cada vez que volvía de esos viajes me detenían, me preguntaban toda clase de cosas, me averiguaban (Rodríguez y Feixa 2021, 6).
Hoy en día, a principio del siglo veintiuno, puede observarse la emergencia de una generación global. Esta es la tesis fundamental de nuestro texto (Beck y Beck-Gernsheim 2008)
Los ocho relatos incluidos en este artículo invitan a aplicar las concepciones de Ortega y de Mannheim al análisis de las generaciones intelectuales y de las generaciones sociales. De algún modo, la generación de Martín-Barbero y de García Canclini (nacidos entre 1937 y 1939, que vivieron su juventud en los años 50 y 60) y la que hemos denominado “generación del 98” (nacidos entre 1954 y 1960, que vivieron su juventud en los años 70 y 80), pueden leerse desde las concepciones contrapuestas de Ortega y Mannheim. Por una parte, en la línea de Ortega, constituyen “generaciones intelectuales”, cuya sucesión se produce en forma de relevo, y que se conciben como una vanguardia –un “minoría egregia” en los términos orteguianos– que se avanza a los tiempos, marca el presente e indica las vías de futuro –en este caso del surgimiento y expansión del campo de estudios a la juventud en Iberoamérica–, influyendo a través de sus publicaciones y conferencias a las generaciones posteriores. Por otra parte, en la línea de Mannheim, constituyen “generaciones sociales”, que a manera de “unidades generacionales” comparten experiencias históricas y la conciencia de formar parte de un grupo o red.
Entre estas experiencias compartidas podemos citar el hecho de que la mayoría vivieron durante su juventud las transiciones a la democracia. Para Balardini o Rodríguez, por ejemplo, esto es clave en sus trayectorias. Esto permite reconstruir la historia de un campo de estudios consolidado, con saberes específicos, pero sustentado en abordajes interdisciplinarios y debates entre disciplinas, lo que sería una línea antropológica-sociológica-histórica muy consolidada. Otra experiencia compartida es el hecho de haber militado durante su juventud en organizaciones juveniles, ya sea en grupos cristianos cercanos a la teología de la liberación (como sucede con los precursores), o en grupos marxistas o revolucionarios (como sucede con la mayor parte de los miembros de la generación del 98). En este último caso, la participación en eventos, festivales o momentos vinculados a la cultura juvenil post-68 (por ejemplo, la cercanía a la cultura rock o a las contraculturas) constituyen un elemento de motivación. Por último, el influjo del Año Internacional de la Juventud (1985) es para todos ellos un parteaguas que les incita a iniciar una “carrera profesional y de vida” tomando a la juventud como objeto de investigación y acción.
Las entrevistas evocan los tres modelos de conexión generacional citados en la introducción: la primera generación (la de Martín-Barbero y García Canclini) puede leerse desde la perspectiva de la “sucesión generacional”, pues fundan una tradición de estudios y “pasan el relevo” e influyen la siguiente generación; la segunda generación (que hemos bautizado como generación del 98) vive en carne propia el “conflicto generacional” del post-68 y convierte dicha “brecha” en afirmación de un nuevo campo de estudios; las siguientes generaciones (que no tienen cabida en este texto) personifican el “adelanto generacional”, al pasar por delante de las anteriores en su transición hacia la sociedad digital y en la consolidación de la “juvenología” como campo de estudios legitimado. Por todo ello, consideramos que las ocho historias de vida son demostraciones palpables del papel jugado por las generaciones como generadoras de biografías, lo que esperamos poder demostrar cuando comparemos de manera más sistemática estos y otros relatos sobre la juventud de los juvenólogos.
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Fecha de recepción: 23.07.2022
Fecha de aceptación: 06.10.2022
1 En el ámbito iberoamericano, varios autores han discutido la aplicabilidad de la noción de generación a los estudios sobre juventud. Véanse al respecto Leccardi y Feixa (2011) y Vommaro (2014), entre otros.
2 La concepción de Ortega y Gasset es coetánea a la de Mannheim, aunque no se pueden considerar contemporáneos, entre otras cosas porque su concepción fue formulada de una forma totalmente independiente. La teoría de Ortega de las generaciones no se expone en un único texto, como la de Mannheim, sino que se desarrolla como un hilo conductor a través de su trabajo filosófico: dio unas conferencias inicialmente en 1914; desarrolló su primera formulación en la universidad en el año 1920-21; se publicó en 1923 como texto introductorio de su libro Meditaciones de nuestro tiempo bajo el título “La idea de las generaciones” (Ortega y Gasset 1966 [1923]); se recapituló en unas importantes conferencias que dio en Buenos Aires (Argentina) en 1928, publicadas póstumamente bajo el título “Juventud, cuerpo” (Ortega y Gasset 1996 [1928]), y se completó en 1933 en su libro En torno a Galileo, bajo el título “El método histórico de las generaciones” (Ortega y Gasset 1970 [1933]). Aunque este último libro fue publicado después del artículo de Mannheim, no parece que Ortega hubiera leído el texto del autor alemán (igual que el autor alemán no demuestra conocer el trabajo de Ortega y Gasset). Véase Sánchez de la Yncera (1993).
3 El trabajo de Ortega y Gasset tuvo un gran impacto en el pensamiento social antes de la guerra en todo el mundo, especialmente en la Europa Mediterránea, Alemania y Latinoamérica. Algunos autores lo recuperaron en los 60 y los 70 para analizar el tiempo de las revueltas juveniles, e incluso mereció un artículo de crítica en un volumen sobre sucesión generacional promovido por el Partido Comunista de la Unión Soviética (Moskvichov 1979) y un desarrollo teórico sistemático por parte de un sociólogo sudafricano (Jansen 1977). Sin embargo, en las últimas tres décadas ha desaparecido del pensamiento sociológico internacional, probablemente por la falta de nuevas traducciones al inglés, ya que no se menciona en el pensamiento actual (Edmunds y Turner 2002).
4 Cuando Karl Mannheim escribió su ensayo sobre las generaciones (1927-28), los movimientos juveniles en Alemania tenían decenas de miles de miembros y habían asumido un papel preponderante en la vida nacional del país.
5 Los datos completos de las entrevistas se encuentran en la lista de referencias al final del artículo. Al principio de cada fragmento biográfico se incluyen también los datos básicos de cada autor y una selección de tres de sus obras principales o más directamente vinculadas con la juventud.
6 Amigo con quien se tiene un vínculo afectivo muy estrecho, a veces relacionado por parentesco.
7 En la jerga popular mexicana, este término se refiere a algo que se sale de control, que no tiene moderación y se manifiesta con un desenfreno excesivo.
8 La Masacre del Jueves de Corpus o la Masacre de Corpus Christi tuvo lugar en el Distrito Federal el 10 de junio de 1971; un grupo paramilitar identificado como “Halcones” reprimió violentamente una manifestación estudiantil y asesinó a 120 jóvenes de entre 14 y 22 años.
9 Ciudad Nezahualcóyotl es un municipio del estado de México que enfrenta graves problemas de inseguridad y pobreza. En los 70 carecía de servicios básicos y su aspecto se asemejaba más que al de una urbe, al de una ranchería.
10 Samuel Ruiz (don Samuel) fue obispo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas y más tarde desempeñó un rol trascendente como mediador en el conflicto entre el gobierno mexicano y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
11 Universidad Iberoamericana de Ciudad de México.
12 Locales clandestinos de conciertos.
13 Pandillas juveniles.