DOI: 10.18441/ibam.23.2023.82.291-378

 

 

 

 

RESEÑAS IBEROAMERICANAS

IBEROAMERICAN REVIEWS

Camilo Del Valle Lattanzio / Volker Jaeckel / Eduardo Hernández Cano / Carmen Rivero / Pilar Nieva de la Paz / Javier Ferrer Calle / Vicente Cervera Salinas / Ilse Logie / Carmen Ruiz Barrionuevo / Rocío del Águila Gracey / Vladimir Litmam Alvarado Ramos / Carlos Larrinaga / Raquel Sánchez / Margarita Barral Martínez / Juan Carlos Sánchez Illán / Gabriela Viadero Carral / Mercedes Fernández Paradas / John Piedrahita / Patricia Carolina Saucedo Añez / Frederik Schulze / Mario Peters / Abelardo Baldizón / Luis David Arroyo Dávila / Antolín Sánchez Cuervo / Lukas Feldmeier

1. LITERATURA IBÉRICAS: HISTORIA Y CRÍTICA

Emilio Peral Vega: “La verdad ignorada”. Homoerotismo y literatura en España (1890-1936). Madrid: Cátedra 2021. 296 páginas.

Son sobre todo dos aspectos del libro a tratar los que demarcan su relevancia académica: primero, su corpus, que lo distingue de otros estudios sobre homoerotismo y literatura española, y que reúne autores que no son precisamente los que suelen figurar cuando se trata este tema, por más de que incluya a dos que parecieran ser indispensables (Luis Cernuda y Federico García Lorca) para tratar el asunto; y segundo, el hecho de que el libro incluya al final la edición de dos textos primarios de poca o nula circulación: la obra de teatro Sortilegio de Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga, y cinco hermosísimos poemas de Eduardo Blanco-Amor. El libro es entonces no solamente de índole académico-ensayística, sino también propiamente literaria. Emilio Peral Vega (PV) se propone, por medio de un “análisis filológico-literario” (p. 15), “arrojar luz sobre las diversas posturas adoptadas ante la necesidad de expresar literariamente la querencia entre hombres” (p. 14), y para esto elige un contexto histórico (1890-1936) y geográfico específico (España) que ciertamente comprenden un período y una región donde los debates sobre la homosexualidad se encontraban en una innegable tensión. Los seis capítulos con coda que componen el libro están dedicados (a excepción de uno) a un autor en específico para poder mostrar “las diferentes actitudes […] ante la expresión del deseo erótico entre hombres” (p. 15). Sin embargo, la comparación no es del todo explícita y las diferencias a resaltar terminan siendo muy poco claras, ya que en cada uno de los textos comentados se habla de un cierto enmascaramiento del deseo sexual (esa “verdad ignorada” del título), a diferencia de Blanco-Amor, con el que se puede entender el contraste con la obra de los otros autores de manera más demarcada.

El análisis filológico-literario hace pensar que el libro incluye ensayos exclusivamente de análisis textual tipo close reading. Sin embargo, ya el primer capítulo, dedicado a Jacinto Benavente, se inicia con un rastreo más contextual que textual de la homosexualidad oculta del escritor, por medio de sus cartas, de un críptico homoerotismo, para después leer sus poemas en relación con una larga tradición de poemas homoeróticos (uranian poets, Shakespeare, etc.). De esta manera, la lectura de los textos de Benavente, si bien no hace total justicia al pretendido análisis filológico-literario, sí presenta un exhaustivo análisis de discurso literario del fin de siècle español. En el segundo capítulo, dedicado a tres novelas homoeróticas galantes de explícito contenido decadentista, PV presenta tres importantes ejemplos de un mismo corto periodo histórico que se aproximan de forma distinta al tema de la homosexualidad: El martirio de San Sebastián (1917) de Antonio de Hoyos y Vinent, en el que PV resalta la religiosidad y el misticismo que aparecen en relación con este tema, un tema pertinente tomando en cuenta la gran cantidad de aproximaciones religiosas en los textos de temática homosexual de la primera mitad del siglo xx (De profundis de Oscar Wilde por ejemplo, o Notre-Dame-des-fleurs de Jean Genet, para solo nombrar dos) y de muchos que vinieron después. La segunda novela es Locas de postín (1919) de Álvaro Retana, de la que se asegura que es la primera obra que retrata el círculo de homosexuales como específico y diverso al mismo tiempo, en el que la prostitución desempeñaba un papel fundamental. PV recoge al menos tres características de este grupo social que vienen a encontrar una representación en la novela de Retana: la maledicencia, el uso del femenino como pronombre personal y “una visión frívola de la existencia” (p. 72). En cuanto al segundo punto hubiera sido importante señalar qué repercusiones implicaba en el discurso de género de la época este hablar en femenino entre hombres, una práctica que aparecerá en la literatura universal después como característica innegable de una cultura gay (como en las obras de Jean Genet, o bien en Latinoamérica en la de Alonso Sánchez Baute en Colombia o Copi en la Argentina). Tomando en cuenta el texto que va a ser tratado en el siguiente capítulo, el tema de género va más allá del discurso sobre la sexualidad, o bien se confunde en una época en la que el discurso sobre la homosexualidad estaba hasta ahora gestándose.1 PV se concentra entonces en la tipología de los prostitutos en la novela, lo cual realmente no aporta mayor información sobre la discursivización de la homosexualidad en sí. La tercera novela de este capítulo es El ángel de Sodoma (1928) de Alfonso Hernández Catá y en la que PV discute los rituales corporales y mentales del personaje José María para luchar contra sus pulsiones sexuales. Las tres novelas muestran claramente un desarrollo literario-discursivo que va paulatinamente abriendo paso a una más enconada defensa de la homosexualidad como orientación sexual incorregible y naturalizada que en el próximo capítulo encuentra un mejor ejemplo en Sortilegio de María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra, cuya primera edición viene a ser incluida en el mismo libro.

Uno de los mayores logros del libro de PV, y por lo cual la crítica debe estar agradecida, es justamente el haber publicado la maravillosa obra de teatro de los Martínez Sierra: se trata de una obra de un valor indiscutible no solo para la discusión sobre la homosexualidad, sino para una reconstrucción de la historia del teatro en España a principios del siglo xx. En ella se recogen aspectos lorquianos (sobre todo en el tratamiento del drama de la mujer y no solamente por su vínculo con El público del mismo autor) y valleinclanescos, se responde también a premisas feministas que en el transcurso de los años tomarán más fuerza (la aseveración del deseo femenino activo y la mofa de los roles de género al apelar a ellos explícitamente), se refleja una tradición del teatro burgués sin atisbos de enseñanza moral y los discursos estéticos de la época (el decadentismo francés, el modernismo, etc.). En Sortilegio se nos presenta el drama de Paulina, una mujer joven, bella y adinerada que se enamora y se casa con Augusto, al que paulatinamente su lado oculto, su homosexualidad, lo va llevando de forma inevitable a frustrar el deseo de su esposa. Augusto, si bien no es, como señala PV, el típico homosexual de la literatura de la época, parece ser una especie de dandi cuyo único deseo es poder continuar con su existencia de vividor gracias a la fortuna de su familia, la cual, tras la muerte de su padre, pierde su riqueza, lo que le obliga a trabajar en la perfumería de su suegro Miguel, padre de Paulina. Como José María en El ángel de Sodoma, Augusto se suicida al final de la obra, cansado y endeudado afectivamente por haber faltado a su palabra de amor con Paulina. Esto hace pensar en una obra que todavía no encuentra las palabras apologéticas de verdad para la homosexualidad como forma de vida en 1930, además de que, en ella, la homosexualidad, si bien es un tema, no se trata de forma explícita y se vuelve a ella constantemente de forma oblicua, eufemística (de ahí el título y su primera versión Misterio). No obstante, la obra incluye pasajes en los que se alcanza a vislumbrar, como anota acertadamente PV al pie de página, “un ejercicio de legitimación del deseo homosexual” (p. 280). De esta manera, Augusto exclama en la escena final de la obra: “Cada uno es cada uno y es como es, y siente como siente…” (p. 280).

El hecho de que los personajes del drama de Ramón María del Valle Inclán Luces de Bohemia, Rubén Darío y Max Estrella, aparezcan homosexualizados en la obra de los Martínez Sierra es un hecho que si bien viene a ser tematizado por PV no viene a tener mayores consecuencias en el análisis, que también sorprende por su brevedad en comparación con el resto de capítulos. Max Estrella es una celebridad poética en la obra de Valle-Inclán, el hecho de que sea reapropiado aquí como parte de los amigos homosexuales de Augusto es una clara elevación del tema de la homosexualidad al nivel de los círculos literarios (como tiempo después hará Roberto Bolaño en Los detectives salvajes dándole a este tema una primordial importancia al momento de abordar la historia literaria en español). Si bien la obra termina con el suicidio de Augusto es justamente esta intervención de lectura gay en la historia literaria la que habla más sobre una defensa del deseo homosexual, en cuanto a un deseo que puebla los círculos literarios de la época y tal vez de todas las épocas. Y esta defensa de la homosexualidad se da en una obra de teatro que, antes de queer, es feminista: el problema del deseo se ve cifrado en varios momentos en los que los roles de género son tratados explícitamente, sin contar el hecho de que el centro de la obra no es otro personaje que una mujer, Paulina. Esta perspectiva de género pudo haberle arrojado más luz al problema interseccional que requiere la tematización de la sexualidad. Este tema está vinculado a un aspecto fundamental de la obra, la amistad, y como se apela a este tipo de relación para enmascarar otros que no son aceptados a la luz del día. El ocultamiento es entonces el tema principal, a mi parecer, de Sortilegio, uno que remite a discursos de género en primera instancia y que, al permanecer en la sugerencia de lo oscuro, entre confrontativa y floja, logró llevar a la crítica bonaerense, como señala PV en el libro, a claras expresiones de rechazo.

El capítulo cuarto está dedicado al tal vez más célebre escritor español homosexual de todos los tiempos, Federico García Lorca. El enfoque inicial del estudio sigue siendo el teatro, siendo este claramente el género literario principal en el libro de PV, y sobre todo su obra temprana El maleficio de la mariposa, en el que, además de remitir a una larga tradición dramática que recoge a los autores anteriormente tratados, demuestra el recurso de los animales como estrategia de ocultamiento para tratar cuestiones un tanto difíciles moralmente para la época. Se trata, según el análisis, de una “fábula velada” que, al suspender la identificación entre público y escenario, se permite exponer un tema sin develar lo que está detrás de la máscara –de nuevo en esta parte sorprende la deliberada omisión de la perspectiva de género, tomando en cuenta la importancia que PV le da a la ambigüedad de género de su personaje principal, Curianito–. La segunda obra que PV analiza con atención no es de índole explícitamente homoerótica y esto hace de su lectura una verdadera revelación: Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. En este caso también estamos confrontados, como aclara PV, a un amor imposibilitado entre un hombre mayor y una mujer joven que cifra una cierta distancia con un yo íntimo y sus deseos inalcanzables. En este caso, PV lee la obra de Lorca en sintonía con La sang d’un poète de Jean Cocteau. Sin decirlo, pero implicándolo, en los comentarios de PV, la relación entre un viejo y una mujer joven, si se lee en clave homoerótica, lleva en primera instancia a un lugar común del amor entre hombres en la Grecia antigua, es decir, al amor entre el filósofo viejo y el efebo aprendiz. Por otro lado, la idea de que Perlimplín crípticamente exponga una imposibilidad de deseo heterosexual, al señalar el miedo que el otro femenino (Belisa) ocasiona en él, habla más de un bien conocido miedo del hombre heterosexual a la mujer, tan viejo como el mito de la Gorgona (de la que se desprende justamente el miedo que analiza PV en el personaje de Lorca, el miedo a la castración). La misoginia que implica este miedo no es un síntoma, a mi parecer, de un homoerotismo vedado, sino de una clara heterosexualidad patriarcal y misógina. A pesar de esto, PV reúne varios otros criterios que le dan sentido a la lectura del homoerotismo en esta obra. Se trata del análisis más exhaustivo, y ahora sí de close reading, de una obra en la que desglosa muchos aspectos que intertextual e intermediáticamente la incluyen en una tradición cultural gay. La tercera obra de Lorca que discute PV es la más explícitamente homoerótica El público, en el que PV lee “un grito desgarrado que pone en evidencia la hipocresía de una convención teatral caduca y […] la necesidad visceral de exhibir escénicamente la lucha por legitimar el amor entre hombres” (p. 108). Esta obra de teatro trata la homosexualidad ocultada, es decir, el ocultamiento, y reclama el nacimiento de un nuevo teatro, el que se resiste a la máscara, el que tiene como objeto la vida misma al desnudo. Esta obra, permeada biográficamente por las experiencias de Lorca en las Américas, pertenece al mismo periodo de producción que Poeta en Nueva York. De este poemario, PV selecciona la “Oda a Walt Whitman”, en la que Lorca expresa sus sentimientos ambivalentes frente a la escena homosexual neoyorquina; en este punto, PV se refiere a la implícita celebración de Whitman, como aquel que “ajeno a la pulsión incontinente de los otros” (p. 114), toma ciertamente partido por la posición del poeta granadino que tiene claros tintes homofóbicos: la presunción moral de que la frecuencia del sexo homosexual es “promiscua”, de que los sitios de cruising son ocultamientos, etc. Cabe recordar al clásico de teoría queer Queering Utopia de José Esteban Muñoz para darse cuenta de que la perspectiva positiva de estos lugares de encuentro fortuito entre homosexuales es posible y generaría otro posicionamiento al texto de Lorca que aquí, antes de ser un grito de libertad, todavía bebe de la boca de la vergüenza homofóbica. Lo que sí verdaderamente denuncia la “Oda a Withman” es la homonormativización dentro de la escena gay urbana que va a ser también criticada de frente décadas después por Pedro Lemebel, y que remite a diferencias de clase y procedencia (ciudad-campo) que son justamente los contrastes denunciados en el poema. En este, se lee: “Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, / de carne tumefacta y pensamiento inmundo”. El hecho de que se demarque en el poema la situación de las ciudades en oposición a la del ocultamiento rural habla más de cuestiones sociales que repercuten a la homofobia estructural y no es, como PV asegura, una simple cuestión de gusto que se analiza del poema sin brindar mayores aportes a la reconstrucción de una ideología misógina y heteropatriarcal que permeó y permea aun los círculos gais. El pasar por alto esta cuestión radica, en mi opinión, en haber dejado de lado la cuestión de género, que es justamente la que remite casi de forma gravitacional a un análisis más interseccional de la obra de Lorca: la cuestión sexual no está solamente vinculada a la de género (“hermosura viril”, “Macho”, etc.), sino a las cuestiones de racialización (“los judíos vendían al fauno”, “rubios del norte, negros del arena”, etc.) y, sobre todo, de clase y procedencia (“noventa mil mineros”, “los muchachos luchaban con la industria”, “en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles”, etc.). Estas cuestiones, que además en el caso de un escritor que políticamente incomodaba con sus textos, hacen parte fundamental de la reconstrucción de la tematización del homoerotismo en esta época: tanto James Baldwin como Jean Genet son ejemplos de la importancia de esta temática en la historia posterior de la literatura gay. Antes de seguir con Cernuda, PV comenta la obra de teatro Así que pasen cinco años en el que describe un homoerotismo cifrado parecido a aquel de Perlimplín. Al final del capítulo, PV analiza los Sonetos del amor oscuro, en los que delinea concienzudamente y con varias referencias intertextuales su metaforología homoerótica. Queda en evidencia que PV es sobre todo un gran conocedor de la obra de Lorca y que un solo capítulo sobre el poeta granadino termina siendo muy corto.

En el capítulo dedicado a la poesía de Luis Cernuda, PV se concentra en la “reincidencia en los motivos que atraviesan” (p. 145) la obra del poeta. La división dolorosa e infranqueable entre el sujeto deseante y el objeto deseado responde a una línea interpretativa de PV de un desenmascaramiento sexual que sin embargo no es siempre explícito en los poemas que se analizan y el/la lectora pierde en ciertos momentos el hilo argumentativo del análisis. A diferencia de los anteriores capítulos, la argumentación se mantiene cerca de los poemas, hilando magistralmente las distintas isotopías y metáforas en La realidad y el deseo para dar un cuadro completo de la imagen del deseo en el imaginario poético de Cernuda. El tema que viene a estar en el centro de su lectura es el del ocultamiento: la paradoja entre lo verdadero y lo accesorio, entre el adentro y el afuera, entre la verdad y la mentira. Este tema de índole esencialista (partiendo del hecho de que hay algo así como una “verdad”) es tal vez el meollo del problema discursivo de la homofobia en el contexto de la obra: PV muestra estas contradicciones, pero no llega a juzgarlas desde una perspectiva crítica. Es decir, el tema de la homosexualidad viene a ser tratado de forma neutral, como fenómeno que se deja describir desde cualquier ángulo, mientras que este (a mi parecer) no se deja tratar despojado de un contexto político, porque desde el lado epistémico (el concepto de la verdad) se encuentra ya desde un inicio permeado por premisas morales de carácter discursivo. Los poemas de Cernuda claramente son expresión de sufrimiento y no de placer liberador. Es decir, están sumidos en un sufrimiento que parte de un deslinde entre dos sujetos cuyo encuentro carnal carece de palabras, y de cuyo silencio (olvido, etc.) surge el poema. En cierta manera, la poesía lidia con el problema de la homofobia, que no es un tema tratado como tal por PV. Este problema del distanciamiento de la perspectiva histórica conlleva también la pregunta del porqué del periodo histórico escogido. Con el concienzudo rastreo de la representación del homoerotismo masculino entre 1890-1936 solamente queda el sinsabor de una época de gran discriminación que deja la pregunta abierta sobre la justificación de su estudio sobre esta cuestión en la actualidad, tomando en cuenta la existente tradición de los queer studies como los conocemos en su dimensión política. Como se aclara en la coda final del libro, PV se concentró en los aspectos estéticos de la expresión de la homosexualidad en la literatura de este periodo que responde a un “grito en el vacío, una llamada de auxilio que buscaba ser oída entre iguales” (p. 184), haciendo finalmente énfasis en la dimensión política que se dejó esperar durante la lectura de todo el texto. Una pregunta que se deriva sería sobre cómo entender las cuestiones estéticas desvinculadas de las éticas y las políticas, sobre todo en el caso de un tema que no se deja abstraer de estas últimas.

El último capítulo está dedicado a Eduardo Blanco-Amor y a tres poemas del autor que PV publica también al final del libro. En esta parte, el texto se caracteriza por lo anecdótico y por la reconstrucción de lo que se sabe de la relación del gallego con García Lorca. Acto seguido, comenta varios poemas del autor que delatan un claro giro en la aproximación al tema del homoerotismo: decir el nombre del amado, darle voz al deseo escondido. No queda claro en el libro de PV por qué se habla todo el tiempo de “homoerotismo” y no de “homosexualidad”, si casi en todos los casos tratados el problema parece ser más de índole sexual (entendida como dispositivo social, incluyendo lo moral y la codificación heteronormativa de la sexualidad) y no erótica (en cuanto a estimulación, sensualidad, etc.). El libro de PV no es un libro de estudios queer, pero sí es un exhaustivo estudio histórico-filológico, con varios aspectos de historia intelectual. El mapeo del deseo homoerótico presenta una gran herramienta para la contextualización de la lectura de los escritores tratados en el libro.

Camilo Del Valle Lattanzio
(Friedrich-Alexander-Universität Erlangen-Nürnberg)

Javier Sánchez Zapatero: Arde Madrid. Narrativa y Guerra Civil. Sevilla: Espuela de Plata 2020 (España en Armas; 46). 519 páginas.

¡Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena!
Rompeolas de todas las Españas.
La tierra se estremece, el cielo atruena.
Tú sonríes con plomo en las entrañas.
(Rafael Alberti, Noche de guerra en el Museo del Prado)

La ciudad de Madrid se transformó realmente en un rompeolas durante dos años y medio, desde noviembre de 1936 hasta marzo de 1939, cuando estaba siendo asediada y bombardeada por las tropas rebeldes. Aquel tiempo del “No pasarán” originó una gran producción literaria diversificada sobre Madrid durante la guerra en los dos lados del frente.

Javier Sánchez Zapatero, profesor titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Salamanca, analiza en siete capítulos obras literarias narrativas escritas durante o después de la contienda, tanto por autores republicanos, como por autores del bando rebelde, así como por autores exiliados o autores que escribieron después de la transición a la democracia. El panorama presentado por el profesor salmantino es muy amplio, como se puede verificar en la bibliografía: nada menos que 145 obras literarias forman el corpus de los textos mencionados y comentados en el libro. Si comparamos este dato con el análisis de Maryse de Bertrand Muñoz, que en su bibliografía comentada sobre la Guerra Civil española de 1982 apenas identificó 29 novelas con Madrid como lugar de la acción narrada, entenderemos la magnitud y alcance de la obra de Sánchez Zapatero.

Arde Madrid se ocupa de un heterogéneo grupo, formado por autores tan diferentes en su estilo y sus pensamientos, como Agustín de Foxá, Wenceslao Fernández Flórez, Ramón J. Sender, Arturo Barea, Elena Fortún, Manuel Chaves Nogales, Max Aub, María Teresa León, Camilo José Cela, Juan Eduardo Zúñiga, Antonio Muñoz Molina y muchos otros.

Arde Madrid estudia la evolución de la representación literaria de los principales episodios acaecidos en la capital de España entre 1936 y 1939, contando la Guerra Civil desde diferentes perspectivas a través de la narrativa española del siglo xx. Son libros que tratan la destrucción de la ciudad, el hambre, el miedo, la muerte, la traición y la desconfianza que los madrileños sentían de sus propios vecinos y amigos. Madrid es un caso singular en la historia moderna de las capitales de Europa, un caso de resistencia y resiliencia en una situación bélica, como no se ha repetido hasta el momento presente.

El primer capítulo se ocupa de la relación entre mito, ficción y realidad. Este capítulo es el más breve y tiene la función de una introducción que presenta un preámbulo histórico y explica no solamente la selección del corpus analizado en los capítulos posteriores, sino también los diferentes puntos de vista de la contienda. Como afirma el autor, “[l]as narraciones sobre el Madrid de la Guerra Civil Española obedecen, por tanto, a una interpretación ideológica y política que tiene en cuenta las convicciones personales, las vivencias biográficas y el conocimiento adquirido, así como el momento en que se inicia la escritura” (p. 36). Ciertamente hay también diferencias entre la literatura escrita al calor de los acontecimientos de 1936-1939 y aquella que se produjo durante el franquismo o después de la transición a la democracia.

El segundo capítulo narra la epopeya de la defensa de la ciudad y está dedicado a los escritores republicanos que escribieron desde la ciudad sitiada y ayudaron a forjar el mito de la defensa de Madrid. Hay que tener en cuenta que la creación literaria fue concebida como un medio para contribuir a la victoria, por lo tanto, la estética y la ideología están unidas de forma casi indisoluble. El corpus narrativo analizado de las obras escritas entre 1936-1939 tiene mayoritariamente carácter de crónica. En sus estructuras formales predomina la novela-reportaje y la novela testimonial. En esta categoría destacan obras como El asedio de Madrid de Eduardo Zamacois, Acero de Madrid de José Herrera Petere, La forja de un rebelde de Arturo Barea o Contraataque de Ramón J. Sender.

En el tercer capítulo, Sánchez Zapatero presenta las narrativas de la victoria, es decir, la literatura afín al franquismo que interpreta la guerra como una cruzada nacional contra el bolchevismo para defender los valores cristianos y tradicionales de la sociedad española. Los autores son partidarios del levantamiento militar y, en muchos casos, están vinculados a la Falange; ellos consiguieron huir del “Madrid rojo” y publicaron sus obras en la zona rebelde nacional. Los títulos ya hacen referencia a las experiencias personales y la posición ideológica de los autores: Estampas trágicas de Madrid de Juan Gómez Málaga, Nueve meses con los rojos de Ana María Foronda, Madrid bajo las hordas de Fernando Sanabria. En este grupo de la epopeya de la victoria son tres las obras que llegaron a gozar de un cierto reconocimiento: Madrid, de corte a checa de Agustín de Foxá, Madridgrado de Francisco Camba y Una isla en el mar rojo de Wenceslao Fernández Flórez. Estos libros hablan de los refugiados en las embajadas que vivían con la esperanza de la victoria de las tropas sublevadas. Sus autores admiten en determinadas ocasiones el fracaso del lenguaje al relatar las experiencias en Madrid durante la guerra, ya que no consiguieron describir la profundidad del abismo vivido.

En la breve cuarta parte podemos encontrar autores republicanos, no obstante, críticos con los comportamientos de los milicianos que dominaban la ciudad. Entre ellos cabe mencionar a Manuel Chaves Nogales, con su novela A sangre y fuego, así como Clara Campoamor, quien escribió en Suiza La revolución española vista por una republicana. El periodista sevillano Chaves Nogales fue durante décadas un autor olvidado por no encajar en ninguno de los dos bandos. Sus obras fueron rescatadas y republicadas en las últimas dos décadas. En su libro muestra la sinrazón de la guerra, cuenta un complot quinta-columnista dentro de la ciudad contra los republicanos que dejaba “un reguero de cadáveres a su paso” y mostraba “una absoluta falta de humanidad hacia sus víctimas...” (p. 217). El panorama dibujado por Campoamor no difiere mucho de las descripciones de Foxá, Fernández Flórez o Camba, pero sin el efecto de propaganda inherente a las obras franquistas, ya que ella se limita a narrar a relatar lo visto o lo transmitido por fuentes fiables.

El capítulo siguiente abarca la resistencia desde el exilio y hallamos autores como León Felipe, Luis Cernuda, Max Aub, Rafael Alberti y María Teresa León, Corpus Braga y Francisco Ayala, escritores que relatan desde el lugar seguro del exilio sus experiencias en Madrid en múltiples y variadas formas de la escritura autobiográfica. Un episodio relatado por Alberti en Una noche de guerra en el Museo del Prado trata de su impresión del museo vaciado, ya que las valiosas obras de arte del Prado habían sido evacuadas por precaución y transportadas a Valencia junto al gobierno republicano. También León relata las dificultades y los riesgos de este transporte en camiones abiertos en pleno invierno por puentes estrechos y barrios madrileños que estaban siendo bombardeados.

El sexto capítulo lleva por título “La larga sombra de la guerra” y abarca obras escritas posteriormente a la guerra, en la época franquista. Se puede observar, por las fechas de publicación, un resurgimiento de la temática bélica en los últimos años del régimen. También en las décadas de 1950 y 1960 se trataba el tema de una forma alusiva e indirecta y desde un punto de vista diferente: “un nuevo paradigma […] se basaba en interpretar lo sucedido desde la premisa de una supuesta neutralidad a través de la que no se satanizaba a los republicanos, sino que simplemente se les presentaba como hombres equivocados, incapaces de gestionar el país” (p. 331). Esta nueva perspectiva de narración en la literatura de la posguerra está representada por autores como José María Gironella en su obra Los cipreses creen en Dios o Ángel María de Lera en su novela Las últimas banderas.

En el último capítulo se trata de mostrar cómo el Madrid de la guerra permanece en la memoria. Se presentan obras escritas posteriores a la caída del régimen de Franco y a la transición a la democracia. Se tratan, por tanto, escritores que tienen una visión diferente de aquellos que sintieron la guerra y sus consecuencias en primera persona. Antonio Muñoz Molina, Ignacio Martínez Pisón, Eduardo Mendoza, Almudena Grandes y María Dueñas son, tal vez, los representantes más conocidos de escritores contemporáneos que no solamente quieren recordar los hechos históricos, sino que también desean entretener a los lectores con historias de suspense, de espionaje y de amor, para los cuales no hay un trasfondo más interesante y emocionante que el Madrid de la Guerra Civil española. Por lo visto, el tema de “Madrid en llamas” todavía no se ha agotado y garantiza un público numeroso.

Como conclusión, podemos decir que el volumen que aquí se reseña es un libro formidable y único en su género, por ser muy completo, muy bien fundamentado y con una argumentación bien estructurada; escrito, además, en un lenguaje accesible no solamente a los investigadores académicos, sino al público interesado en general. Javier Sánchez Zapatero ciertamente ha llenado un vacío en la investigación con su novedoso trabajo.

Volker Jaeckel
(Universidade Federal de Minas Gerais, Belo Horizonte)

Pablo García Martínez: Un largo puente de papel. Cultura impresa y humanismo antifascista en el exilio de Luís Seoane (1936-1959). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas 2021 (Historia del Arte. Arte y Artistas, 70). 257 páginas.

Considerar este libro de Pablo García Martínez solo como un estudio más en el campo en constante ampliación de los estudios sobre el exilio español de 1939 sería un error. Un largo puente de papel se sitúa, como es necesario hoy, en una encrucijada de disciplinas que sirven a su autor para definir y abordar un objeto de estudio complejo que va más allá de la figura individual de Luis Seoane. Forman parte de ellas, sin duda, los estudios sobre el exilio –tal y como han quedado redefinidos en Líneas de fuga (2017), el volumen editado por Mari Paz Balibrea–, pero también contribuyen de manera fundamental a las herramientas epistemológicas que este ensayo despliega la revisión de la historia del arte realizada desde los estudios de cultura visual –no es casual, por ejemplo, que este libro aparezca publicado en la colección dedicada por el CSIC a las artes plásticas–, los estudios sobre el papel de la cultura impresa en el modernismo o toda la tradición de estudios, en constante enriquecimiento durante las últimas décadas, dedicados al estudio de los diversos sistemas culturales peninsulares –el de Galicia, en este caso–, en los que lo cultural y lo político, como sucede en este libro, han sido abordados en su relación simbiótica.

Todo ello aquí para elaborar una aproximación a su objeto de estudio que, de no tratarse de uno de los más infelices términos que el vicio taxonómico de cierta crítica cultural nos ha infringido en las últimas décadas, no dudaríamos en denominar “glocal”. García Martínez sabe muy bien, y así lo señala en múltiples ocasiones, que la biografía intelectual de Luis Seoane ha sido bien estudiada, pero también que todavía es posible contribuir a ella haciendo más compleja nuestra comprensión del lugar de pensamiento desde el que Seoane trabajó durante los años de su exilio, construido en un diálogo permanente, como viene a demostrar esta obra, entre Galicia, Buenos Aires y los EE. UU., en particular su capital cultural de facto, Nueva York.

Quien se acerque a este ensayo no debe esperar encontrar un exhaustivo análisis de las obras que forman la extensa producción textual y visual de Seoane ni una detallada contextualización de los espacios culturales en los que se movió –Buenos Aires, en particular–, trabajo que García Martínez deja a la bibliografía citada. Lo que podemos encontrar en este ensayo es una serie de calas documentales en materiales de cultura impresa a los que su autor interroga sobre cuestiones que incluyen, más que ser definidas por ellos, esos mismos materiales de la cultura impresa del exilio –las revistas en particular–, pero que buscan en todo momento tener un alcance más amplio. Así las páginas de revistas no son en este trabajo tanto meros lugares de enunciación como espacios para diálogos que García Martínez se ha propuesto reconstruir, con la intención de ofrecernos una nueva imagen de la compleja relación que la práctica intelectual de Luis Seoane tuvo con el tiempo que le tocó vivir. Por la riqueza misma de la reconstrucción de ese diálogo, la metáfora del puente –imagen frecuente en el exilio y nombre de una famosa colección creada por Guillermo de Torre en Buenos Aires– que da título al ensayo me parece insuficiente. Lo que encontramos en sus páginas no es tanto la unión de dos puntos, como la recreación a través de la cultura impresa de un espacio público virtual, en el que diversos discursos fueron acogidos como si se tratase, más bien, de un ágora de papel. Creo que esa imagen de espacio o –si se quiere usar el marbete habermasiano– esfera pública alimentada desde distintos lugares a ambos lados del Atlántico refleja mucho mejor lo que, a mi juicio, es el objeto de este libro: una historia intelectual, construida en el diálogo entre el sujeto del ensayo y los mundos o sistemas culturales en los que desarrolló su trabajo.

Así, cada una de sus tres partes contribuye a entender mejor la práctica intelectual de Seoane a lo largo de casi todo su exilio bonaerense, siempre en relación a las contradicciones que comenzaban a surgir en las redefiniciones políticas de lo moderno durante aquellos años de la posguerra (mundial). En su primera parte, “Encuentros de la cultura antifascista”, podemos seguir la integración inicial de la obra de Seoane en su país de acogida a través de una práctica gráfica todavía en pleno diálogo con las corrientes estéticas europeas –alemanas, en especial– de preguerra. Una modernidad plástica inestable en la que, al uso –en apariencia paradójico, pero simultáneo– de realismo y expresionismo por parte de la cultura antifascista de la que Seoane participó, se sumó también la reapropiación de los modelos neoclásicos que la denominada vuelta al orden aportó a esa defensa de la cultura que definió la práctica cultural antifascista desde mediados de los años treinta. García Martínez interpreta este fenómeno dentro de una vuelta a la historia cultural común de los Europeos como elemento movilizador antifascista observable en Seoane y en aquellos compañeros de exilio reunidos en la revista De Mar a Mar, que también lo conectaba con otros espacios en los que se estaba produciendo una redefinición de las ideas de arte moderno, como muestra su participación en 1946 en la International Exhibition of Book Illustration organizada por el American Institute of Graphic Arts, quedando así unidos los debates de los exiliados con los que se producían tanto en Buenos Aires como en Nueva York. Un proceso de redefinición en el que, sin embargo, la cultura militante de los años treinta pronto se vería transformada, además de por la influencia de ese neoclasicismo humanista, por la creciente presión de las necesidades del mercado de la cultura impresa –proceso que afectó a otros exiliados como Josep Renau–. Las complejidades de la acomodación de los intelectuales españoles exiliados provenientes del antifascismo a ese nuevo contexto de la posguerra mundial, en la forma que tomaba en Argentina, es el centro de la segunda parte del libro, “Modernidades divergentes”. La recepción de las exposiciones de Seoane en Ver y Estimar, la revista que representó en Argentina el creciente interés por el giro dado en la crítica artística neoyorquina hacia la abstracción y la plástica como únicas tradiciones viables para lo moderno, nos muestra bien las dificultades de Seoane para posicionarse en el campo artístico de estos años. Su salida creativa a esa dificultad fue el intento de definir lo que García Martínez considera una forma de modernismo local, que queda problematizada en ambos términos por la particular posición en la práctica artística de Seoane, sometido a los principios de mercado de la plástica impresa de su época, y por la dificultad para construir un arte para un contexto del que las circunstancias históricas lo habían escindido, forzándolo al exilio.

El sexto capítulo sirve ya para encauzar el ensayo a lo que será el tema central de su última parte, “En busca de lo nacional popular”, la más extensa del libro, en la que se abandonan en gran medida los diálogos internacionales para centrarse en los debates internos del galleguismo a ambos lados del Atlántico, esencialmente a través de la revista Galicia Emigrante, que Seoane dirigió durante la segunda mitad de los años cincuenta. La atención se desplaza además en estas últimas páginas de la plástica a la literatura y de la figura en solitario de Seoane a la constelación de escritores que dieron forma al galleguismo cultural para los numerosos exiliados de esta procedencia que se encontraban en Buenos Aires. Seoane, tal y como muestra García Martínez, tratará entonces de establecer vínculos entre las prácticas intelectuales y la cultura de un pueblo que debería haber sido su público natural. Pero la distancia tanto de éste como de los intelectuales del nacionalismo gallego en la península lo acabó llevando, en obras como La soldadera (1957), a sustituir en sus reflexiones la sociedad gallega contemporánea por la historia, con un tono que García Martínez considera en paralelo a la tradición de mesianismo judío, con la que Seoane pudo entrar en contacto a través de su proximidad a miembros de la comunidad judía de Buenos Aires.

Indudablemente, Un largo puente de papel funciona en primer lugar como contribución a la historia intelectual de Luis Seoane durante su exilio, centrada en los diálogos que trató de establecer movido, como García Martínez señala, por su deseo de pertenecer. Pertenecer a unas prácticas plásticas y políticas, al mundo del arte de su tiempo, definido para él entre Buenos Aires y Nueva York, y, sobre todo, de pertenecer a una comunidad política imaginada, la de Galicia, construida entre la experiencia directa de la vida colectiva del exilio y las noticias de la distante realidad social del otro lado del mar. Pero esta historia intelectual, por la riqueza de sus sugerencias, debe interesarnos más allá de su figura central, ya que, como señala García Martínez recurriendo con frecuencia a las metáforas verbales de la refracción y la metabolización, Seoane construyó toda su labor intelectual de estos años dentro de una red compleja de diálogos y prácticas culturales que puede ayudarnos a entender mejor las transformaciones que la guerra fría imprimió sobre la cultura heredada de los años treinta.

Este ensayo debe interesarnos por su abordaje de la cultura impresa –bien entendida como un espacio de diálogo y no, como es habitual en trabajos de menor valor que este, como un simple conjunto de cabeceras de prensa– dentro de la historia intelectual de la cultura antifascista en el difícil momento que marcó para ella el final de la II Guerra Mundial, de cuya continuidad participaron muchos exiliados españoles que, como Seoane, no perdieron su fe en la búsqueda de una cultura nacional popular desde posiciones de marxismo antifascista (en gran medida porque el régimen franquista del que huyeron siguió siendo fascista hasta muy tarde y nunca llegó a olvidar su temprana vinculación a ese movimiento político europeo). El trabajo realizado por García Martínez se adentra, además, en una reflexión más penetrante, que nos recuerda que la historia cultural e intelectual tiene como labor fundamental contribuir a la complejidad en nuestro entendimiento del pasado frente a las taxonomías generalistas que lo simplifican, por ejemplo al abordar la modernidad artística tal y como mutó en el contexto político de la Guerra Fría, una modernidad de la que las formas plásticas y políticas de Luis Seoane, definidas en fecundos diálogos con quien no necesariamente compartía ni sus valores ni su horizonte de futuro, participaron. Una modernidad que, aunque sigamos enunciando en singular, estudios como este de Pablo García Martínez y tantos otros que lo precedieron y de los que queda cumplida nota en la bibliografía de este ensayo, debemos pensar siempre en adelante como plural. Una pluralidad a la que García Martínez accede derruyendo ciertos muros dentro de la historia cultural, para que la estética esté en diálogo constante con la política y viceversa, para que pensemos a los intelectuales “locales” como parte de los diálogos de aquellos que se consideraron portavoces de una cultura global que querían hegemónica.

Inevitablemente, todo estudio complejo como lo es este, nos plantea preguntas que el texto no se ha propuesto responder, pero que nos invita a plantear, para seguir pensado y, por extensión, dialogando. En este caso son preguntas que tienen que ver con esa relación especular que se produce entre los principios culturales del fascismo y de los antifascismos, que debería dar lugar a una reflexión, cancelada en los años que este ensayo estudia, en los que se está redefiniendo políticamente la cultura occidental, pero que los investigadores contemporáneos deberíamos abordar. Creo, en este sentido, que deberíamos empezar por repensar críticamente el papel del nacionalismo como motor político de una parte importante de la cultura antifascista europea, cuestión a la que García Martínez apunta, pero no llega a desarrollar. Una evaluación más crítica de esta cuestión nos permitiría señalar que algunos de los aspectos que en este ensayo sirven para identificar el antifascismo de los exiliados gallegos en Buenos Aires, como el interés por la tradición clásica europea o la idea de la historia como “madre” o referencia de control de las evoluciones futuras de las naciones, fueron también valores compartidos por la mayor parte de los fascistas europeos. Al leer las últimas páginas de este estudio no podemos evitar tampoco reflexionar sobre cómo los imaginarios políticos de la época, aquí el del antifascismo, crearon en su discurso unos pueblos que rara vez cumplieron el papel que hubiesen debido tener si la dimensión performativa de los discursos intelectuales hubiesen funcionado. Avanzar en esa dirección nos llevaría a elaborar una noción crítica de populismo cultural, común también tanto a la cultura fascista como a la antifascista, que solo está presente en el libro por el lugar tan patente que deja su ausencia. Pensar sobre todas estas cuestiones nos llevaría, en última instancia, a elaborar una visión crítica del uso performativo de similares valores culturales construidos como colectivos por parte tanto de los fascismos como del antifascismo, puesto que tan nacional, popular, europea y clásica quiso ser la cultura de unos como la de otros, aunque de forma muy distinta y, sobre todo, con objetivos políticos tan diferentes. Quienes queramos seguir pensando sobre todas estas cuestiones, sobre cómo se vivieron en la primera mitad del siglo xx y cómo, tal vez, todavía son hoy parte de los problemas duraderos de la cultura europea contemporánea, tendremos ahora que seguir dialogando con este libro y con su autor.

Eduardo Hernández Cano
(París)

Yasmina Romero Morales y Luca Cerullo (eds.): Incómodas. Escritoras españolas en el franquismo. León: Eolas 2020. 428 páginas.

Se aborda en este volumen, sin duda alguna, un tema de actualidad en el que la “incomodidad” es entendida en dos sentidos. Se trata, por un lado, de escritoras incómodas ante las limitaciones que les impone un contexto histórico, social y político con el que se muestran disconformes, a la vez que, por otro, su inconformismo resulta incómodo en ese mismo contexto, en el que se busca la imposición de otros modelos de feminidad, menos rebeldes, más sumisos, restringidos a roles y espacios muy concretos, como explicaba Carmen Martín Gaite en los Usos amorosos de la postguerra española (1987): “Ya antes de que acabara la guerra, en una orden ministerial de 1938, se daba a entender que el programa de recuperación de la familia estaba principalmente basado en una renuncia por parte de las jóvenes españolas a sus veleidades de emancipación anunciando ‘la tendencia del nuevo Estado a que la mujer dedique su atención al hogar y se separe de los puestos de trabajo’” (p. 52).

El nombre de la editorial (Eolas, que significa “conocimiento” en gaélico) encaja a la perfección con los objetivos de la monografía, esto es, dar a conocer la obra de estas mujeres silenciadas durante el franquismo y olvidadas durante la Transición. Las contribuciones se incardinan, pues, en la crítica feminista postmoderna, al concebir el canon como gran relato que debe ser desenmascarado en condición de instrumento de legitimación y consolidación de un poder patriarcal. La escritura será clave en la conquista de la libertad femenina. Es necesario, diría Helène Cixous todavía a finales del siglo pasado, que la mujer se escriba para introducir su historia en la Historia. El objetivo fundamental del presente volumen es, por tanto, el de arrojar luz sobre la obra de estas mujeres invisibilizadas (p. 19) y rellenar, con ello, los huecos de una Historia todavía incompleta.

La amplia nómina de autoras que conforma el volumen está dispuesta en orden cronológico, tomando como punto de partida su fecha de nacimiento, desde las últimas décadas del siglo xix hasta finales de los años treinta del siglo xx: las hermanas Úriz Pi (estudiadas por Mª Lourdes González Luis y Ariadna Simó González), Elena Fortún (por Carolina Suárez Hernán), Concha Méndez (por Ángeles Mateo del Pino), Magda Donato (por Begoña Regueiro Salgado), Ángela Figuera Aymerich (por Mª Jesús Fariña Bustos), Ester de Andreis (por Blanca Ripoll Sintes), María Teresa León (por Rocío Ortuño Casanova), Eulalia Galvarriato (por Adrián Ramírez Riaño), Elisabeth Mulder (por Mª del Mar Mañas), Luisa Carnés (por Ángela Moro), Ana María Martínez Sagi (por Elisa J. Pérez Rosales), Concha Castroviejo (por Raquel Conde Peñalosa), Ángeles Villarta (por Valeria Cavazzino), Felicidad Blanc (por Sergio Fernández Martínez), Mercedes Salisachs (por Laura Kirby), Pino Ojeda (por Covadonga García Fierro), Elena Quiroga (por Giulia Tosolini), Concha Alós (por Paula Cabrera Castro), María do Carme Kruckenberg Sanjurjo (por Ana Belén Cao Míguez) y Natalia Sosa Ayala (por Blanca Hernández Quintana). Una trayectoria literaria desarrollada, parcial o totalmente, en los años del franquismo da homogeneidad al heterogéneo grupo de escritoras estudiadas en el volumen.

Es un acierto que este parta de un concepto amplio de literatura y no se limite estrictamente a textos ficcionales (abarcando a este respecto tanto lírica como prosa y teatro), mostrando así la presencia de estas mujeres en ámbitos como el deporte (que se convierte en instrumento de emancipación, tal y como se muestra a través de la obra de Ana María Martínez Sagi) o el de la educación (como evidencian los textos de Josefa y Elisa Úriz Pi). Si bien las hermanas son presentadas como impulsoras de la democratización de las aulas, los fragmentos de textos o conferencias representativos de Josefa Úriz Pi anexados al final del estudio dan cuenta de un dirigismo muy alejado del concepto democrático de la educación: “Revolucionarios que me escucháis: tened la seguridad que en lo que dependa de nosotros la revolución ganada en los campos de batalla también será ganada en el campo de la conciencia juvenil. Os lo aseguramos. El terreno está perfectamente abonado para que se produzca una mentalidad del tipo que deseamos […] No habrá nadie que pueda impedir que en el cerebro del niño español se iluminen los nuevos caminos abiertos por la revolución. En el cerebro de todos los niños españoles porque todos quedarán incorporados a la madre escuela, a la forjadora de la gran unidad espiritual que es el socialismo” (p. 47). La politización de la educación destaca, asimismo, en el otro fragmento que se recoge de la autora, en el que esta afirma cómo “se intenta asegurar en la infancia de hoy, en las actuales juventudes, la formación de una mentalidad firmemente orientada hacia los ideales por los que luchamos” (p. 47). El antifranquismo no es siempre, pues, sinónimo de democracia. Y es que, tal y como subrayó Rosa Montero en Nosotras. Historias de mujeres (2018), el feminismo no reclama santas sino personas que puedan vivir todas las posibilidades del ser, más allá de la tiranía o del maniqueísmo de los estereotipos.

El encomio sin el más mínimo atisbo de crítica despertaría la impresión de falta de objetividad. No quieren caer las editoras en este pecado e incluyen obras en el corpus bajo la afirmación de que “no todas las autoras escogidas fueron extraordinarias, ni tampoco magistrales todos sus textos; pero lo que sí está claro es que ellas escribieron al menos tanto y con la misma calidad que algunos hombres escritores coetáneos que no han sido invisibilizados” (p. 20). No me parece este, con todo, el enfoque correcto. Primero porque si el objetivo es lograr las metas alcanzadas por la literatura “masculina”, ya sea en cantidad o calidad, se estará, en resumidas cuentas, subordinando a ella la literatura que vaya a definirse como femenina. Segundo, porque ni siquiera haciendo esta concesión, la igualdad en la mediocridad con la que se argumenta debería ser un objetivo. Los análisis deberían estar orientados a mostrar, más bien, cómo sin la contribución de estas autoras la historia de la literatura queda incomprendida, coja e incompleta.

Para el cumplimiento de esta función el volumen se sirve de una metodología de carácter positivista. Se presta mucha atención, así, al contexto histórico y biográfico. Las biografías individuales en las que se proyecta un contexto de represión aparecen reflejadas en una representación del matrimonio como institución destinada a controlar a una mujer que ha de ser abnegada y dócil en la obra de Pino Ojeda (pp. 322-341); en una concepción subversiva de la maternidad en la obra de Ángela Figuera Aymerich (pp. 112-131); en una figura paterna represora en Cinco sombras de Eulalia Galvarriato (pp. 165-182); en los espacios cerrados y la lucha por la libertad de las protagonistas de Felicidad Blanc (pp. 282-303); en la vulnerabilidad femenina como efecto de la desigualdad de géneros en la sociedad franquista de Mercedes Salisachs (pp. 304-321) o al contrario, en personajes femeninos fuertes a la búsqueda de una identidad propia en Elisabeth Mulder (pp. 183-203). Con una voz femenina (y feminista), como la de Teresa en Víspera del odio de Concha Castroviejo (pp. 244-259), se alejaría la identidad femenina del lirismo y la subjetividad tan frecuentemente asociadas a ella (quizá por ello María do Carme Kruckenberg declararía que la poesía no tiene sexo, p. 393).

Todas ellas emplean, así, los más variados recursos para luchar contra distintas formas de subordinación femenina en el marco de estructuras patriarcales asociadas al autoritarismo, al colonialismo (María Teresa León, pp. 147-164), al franquismo. El feminismo aparece frecuentemente asociado, pues, a una ideología política contraria al régimen, aunque no exclusivamente, como muestra la inclusión en la nómina de autoras de Ángeles Villarta (1913-2018), jefa de prensa de la organización falangista Auxilio social. Autoras como ella concebirán, claro está, la emancipación femenina de forma muy distinta (pp. 260-281) a la de, por ejemplo, Concha Alós, que la relaciona con la sexualidad (pp. 365-379), devenida central en la obra de Natalia Sosa Ayala, en la que la identidad (queer) es creada a partir de la marginalidad o la exclusión (pp. 400-416).

La fuerte concentración en el aspecto biográfico deja poco espacio, aunque no excluye del todo el aspecto formal. Y es que estas autoras renovaron géneros entonces considerados menores, como la literatura infantil o la novela rosa, como se muestra, con menor o mayor profusión, a partir de los ejemplos de Elena Fortún (pp. 49-63), Magda Donato (pp. 90-111) o Felicidad Blanc (pp. 282-303). Transformaron también otros, como Ángeles Villarta con su fusión de literatura y periodismo (pp. 260-281), mientras Luisa Carnés (pp. 204-224) rompía la frontera entre el sermo historicus y el poeticus en la memorialística.

Una mayor insistencia en el aspecto formal que desarrollara ulteriormente la importante contribución de estas mujeres no solo a la historia del feminismo sino a la historia de la literatura (aspecto no abordado o abordado solo tangencialmente en muchas de las contribuciones) habría permitido paliar los efectos de la metodología positivista desde la que se tiende a presentar estas obras, casi exclusivamente, como producto o reacción a un contexto desfavorable a la emancipación femenina. La individualidad de las autoras y textos tratados queda relegada a un segundo plano en favor de su dimensión de littérature engagée, con lo que la recuperación que persigue el volumen adquiere, en ocasiones, tintes de exaltación. No digo que no exista esta dimensión ni que no sea central; solo que no es la única.

Con esto y con todo, la obra, de rabiosa actualidad, cumple con la intención anunciada de arrojar luz sobre estas autoras, unas más conocidas, otras menos, y difundir su obra entre el gran público, además de impulsar, como valioso volumen que es, nuevos estudios sobre estas escritoras en el franquismo.

Carmen Rivero
(Westfälische Wilhelms-Universität Münster)

Max Aub, Obras completas. Volumen X. Ensayos I. Edición crítica y estudio de Antonio Martín Ezpeleta, Eva Soler Sasera, Miguel Corella Lacasa y Juan María Calles. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert 2020. 1168 páginas.

El décimo volumen de las obras completas de Max Aub reúne en forma de libro los ensayos publicados entre 1945 y 1969. Se trata, en su mayoría, de crítica e historia literaria, en los que expresa su visión sobre la novela, la poesía o se pronuncia sobre autores celebres como Heine, Cervantes, Galdós y Unamuno.

Encontramos los ensayos del autor valenciano organizados en seis partes: en la primera se halla el Discurso de la novela española contemporánea (1945), con el estudio introductorio a cargo de Antonio Martín Ezpeleta, en el cual destaca la diferencia entre Aub y los críticos tradicionales como Menéndez Pelayo o Menéndez Pidal, ya que él no asume los componentes patrióticos ni nacionalistas de los anteriores, ni el católico. Son componentes que molestan profundamente a Max Aub, quien se identifica más con el papel del narrador-testigo que con el de cronista de la literatura española (p. 21).

Su intención era reclamar un mayor compromiso con el pueblo a los intelectuales o escritores contemporáneos, a quienes parece dirigir su discurso. “Así, este opúsculo va mucho más allá de la explicación de los cauces de la novela de finales del xix y principios del xx: es todo un alegato a favor de la responsabilidad de los intelectuales con su tiempo, así como de la importancia del pueblo como motor social de cambio según los postulados marxistas” (p. 22). Esa primera parte se divide en capítulos dedicados a la generación del 68, a Ángel Ganivet y la generación del 98, a la generación del año 14 y a la novela de la generación del 31.

En la segunda parte se encuentra la Antología de La prosa española del siglo xix (1952-1962), que refleja el hecho de que Aub, en el exilio mexicano, tuviera que aceptar trabajos por encargo para sobrevivir o que impartiera conferencias en el Ateneo Español de México dentro del curso “Temas del siglo xx” de la UNAM.

En la tercera parte, introducida por Eva Soler Sasera, se publica el conocido ensayo Heine, que trata del autor alemán exiliado en Paris durante el siglo xix. Heine supone una singularidad, ya que es uno de los pocos textos acerca de la literatura alemana, pero el contacto de Aub con Alemania no cesó al emigrar a Valencia, cuando era todavía niño, ni tampoco con su exilio en México, donde mantuvo contacto con la colonia de exiliados alemanes que organizaron sus eventos en un centro cultural en la Ciudad de México que llevaba el nombre del autor germánico. Tanto Heine como Aub destacan por el carácter profético y comprometido de su prosa. Aub veía en el representante de la joven Alemania una figura que une el espíritu soñador con el escepticismo y el sarcasmo; todos estos elementos lo acercan al escritor español.

La cuarta parte del volumen está formada por Pruebas, ensayos que se enfocan en Cervantes y Galdós y sus obras. Soler Sasera destaca la concepción de realismo, que Aub observa tanto en Cervantes como en Galdós, así como su inquietud política, social e intelectual. En el fondo, a través del análisis del realismo de los dos mayores novelistas de España, Aub llega a su propia definición de realismo, que se acerca a un realismo crítico parecido al de Lukács que va más allá de la estética como un mero reflejo del estado de las cosas en sentido mimético.

Otro texto destacable en esta edición crítica es la colección de veinte ensayos y cartas con el título de Hablo como hombre (1967), con estudio introductorio de Miguel Corella, que se ocupan de la situación política de la posguerra. En los textos recopilados, el autor expresa desde su exilio en México, su gran preocupación por España y las transformaciones en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo son los bases militares de Estados Unidos en territorio español, tema tratado en un texto publicado primeramente en 1951. Su sentimiento de repugnancia al acuerdo entre los dos países y a las estrategias siniestras del dictador Franco se manifiesta en las siguientes palabras: “Por treinta dineros vende ahora Franco la propia metrópoli (…) ¿No hundió ya bastante a España (...) en la fosa del atraso? ¿No produjo hambre bastante para saciarse? ¿No destruyó su país, no desgarró, no hizo llover miserias hasta hartarse?” (p. 574).

La sexta parte del libro se ocupa de la poesía española contemporánea, introducida por Juan María Callas, quien destaca otra mirada sobre la poesía española del siglo xx. Es un mural crítico de los poetas españoles desde la perspectiva del exilio, marcado por la existencia de la Guerra Civil española y la alienación de los poetas en las dos partes. Son más de 400 páginas de estudios y antologías que presentan a los poetas de las nuevas generaciones, empezando con los modernistas, la generación del 98 y Juan Ramón Jiménez hasta llegar a la nueva poesía española de los años cincuenta, con autores como Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, Ángel Crespo, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo o Jesús López Pacheco. Nuevas voces de poetas se articulan con más visibilidad en España después de la huelga de Barcelona en 1951, no obstante, Aub admite la existencia de obras buenas antes de esa fecha, ya que algunas se escribieron antes, pero no podían ser publicadas por la censura.

Como es habitual en las Obras completas, el volumen es acompañado no solamente de los respectivos estudios introductorios y notas, sino de una abundante bibliografía, de un glosario y de un índice onomástico. La presente edición de los ensayos de Aub se elaboró con mucho esmero y competencia y, por lo tanto, merece un elogio especial. Ciertamente puede ser considerada un logro excelente en la preservación de la memoria del autor que representa ejemplarmente la trayectoria sufrida del exiliado.

Volker Jaeckel
(Universidade Federal de Minas Gerais, Belo Horizonte)

Teresa Gómez Trueba / Janett Reinstädler (eds.): Extranjeros, turistas, migrantes. Estudios sobre identidad y alteridad en las culturas hispánicas contemporáneas. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert 2021 (Bibliotheca Ibero-Americana, 184). 224 páginas.

Fruto del encuentro realizado en el marco del XXII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas bajo el título de “Constelaciones, Redes, Transformaciones” (Berlín, 2019), el presente volumen aborda las diferentes formas en las que se define la identidad de “lo hispano” frente a “lo otro”, utilizando como mayoritaria fuente de estudio una selección de autores y títulos de la narrativa española de la segunda mitad del siglo xx, pero sin olvidar otras formas de representación artística como el cine o la imagen fotográfica y publicitaria. Dado que la identidad de individuos y colectividades se conforma a partir de la alteridad, “mediante la mirada y el reconocimiento del otro” (Lacan, Spivak, Kristeva, Bhabha), la doble dirección del contacto intercultural que propician los movimientos turísticos y migratorios analizados aquí permite reflexionar sobre cómo reflejan y construyen las representaciones literarias (y artísticas) la definición de lo hispano en el período contemporáneo.

Sobre esta idea de fondo se articulan una docena de ensayos cuidadosamente editados por Teresa Gómez Trueba y Janett Reinstädler, que abordan la plasmación narrativa de la llegada masiva de turistas extranjeros a España durante el franquismo; los movimientos migratorios de españoles hacia otros países desde la Guerra Civil en adelante; la llegada de oleadas de emigrantes latinoamericanos al continente europeo, y la recepción de inmigrantes en España, actual país de acogida de población procedente de Latinoamérica, Europa del Este y África. Los ensayos reunidos abarcan un corpus narrativo que visibiliza el devenir histórico de esta cuestión desde los años cincuenta, y plantean las diferentes formas en las que se percibe la identidad española a partir del reflejo que le devuelve el espejo del “extranjero”, desde perspectivas críticas, irónicas, dramáticas e, incluso, (tragi)cómicas (p. 9). En ocasiones, la voz narradora se identifica con la perspectiva nacional, mientras que en otras es el visitante extranjero el que visibiliza su percepción sobre España. Movimientos de ida y vuelta que permiten conocer en profundidad la evolución en la construcción de la identidad colectiva del país y la contribución que la convivencia de personas de diferentes procedencias, lenguas y culturas tiene para esa conformación de la identidad “nacional”.

Abre el volumen un ensayo panorámico de Teresa Gómez Trueba acerca de la visión de los/las turistas extranjeros/as, que parte de un amplio contexto narrativo formado por títulos de los años sesenta y setenta, y se centra en seguida en el análisis de tres títulos específicos publicados por destacados autores de la narrativa española contemporánea: Ignacio Aldecoa (1926-2011), autor de Parte de una historia (1967); Francisco Umbral (1932-2007), con Las europeas (1970) y Juan García Hortelano (1928-1992), firmando El gran momento de Mary Tribune (1972). Su ensayo muestra cómo la crítica satírica de los usos y costumbres de la “atrasada” sociedad española del franquismo, con su retahíla de estereotipos (toreros, bailaores, señoritos, donjuanes, caciques, etc.), queda superada en todos los casos por la inteligente plasmación de la influencia que las representaciones cinematográficas coetáneas –destacadamente, las populares “españoladas” de Pedro Lazaga, con conocidos intérpretes como Alfredo Landa– estaba teniendo por aquel entonces en la determinación de la percepción de nuestra identidad nacional, marcada por numerosos complejos y una baja autoestima como país afectado por décadas de dictadura franquista.

Resultan complementarios con el abordaje de Gómez Trueba sobre el papel del turismo en la configuración literaria de la identidad española contemporánea un par de ensayos que abordan desde una perspectiva histórica la funcionalidad política del fenómeno en el proceso de legitimación internacional del régimen franquista. Alicia Fuentes Vega parte en su estudio de productivas fuentes (fotos, cartas, creaciones gráficas, etc.) localizadas en archivos alemanes. Lejos del relato de la modernización cosmética que permitió la normalización internacional de la dictadura de Franco, Fuentes Vega muestra la vigencia de una imagen nacional que privilegia el atraso y el primitivismo como bases del imaginario de lo “español” imperante en la Alemania de los años cincuenta y sesenta. Se aplica así la teoría del turismo como “viaje en el tiempo al imaginario turístico de lo español durante la dictadura franquista” (p. 82), conectado con la “fuerte sed de exotismo” (p. 82) y necesidad de autenticidad que se apoderó de la sociedad alemana en aquellas décadas. Como concluye la autora, “lo que la mirada primitivista ve [en España] es una nación anclada en el tiempo, no un país bajo un régimen dictatorial” (p. 86). Por contraste, la imagen que en la España franquista predomina de una Alemania dividida en RFA y RDA, estudiada por Xavier Ramos, tiene que ver con la aceptación por parte del régimen de Franco de las directrices marcadas por la parte occidental (RFA), que trató de impedir el reconocimiento internacional de la RDA comunista (p. 91). El silenciamiento en los medios de comunicación españoles en relación con la RDA, junto con el esencial anticomunismo franquista, contribuyó a una alianza política con las potencias occidentales que favoreció la legitimación de la dictadura española y contribuyó a rehacer su imagen externa por esos mismos años.

La crítica social de la realidad española a partir del contraste con la experiencia y la mirada del extranjero resulta recurrente en dos conocidas novelas de Carmen Martín Gaite (1925-2000), Entre visillos (1958) e Irse de casa (1998), separadas por cuatro décadas y centradas en el retorno a una pequeña “ciudad de provincias” de dos españoles, Pablo Klein y Amparo Miranda, que tienen una identidad nacional híbrida (hispano-alemana, en el primer caso; hispano-norteamericana en el segundo). Como analiza Rubén Venzón desde una perspectiva que extiende la definición lacaniana del “yo” hacia la configuración de las identidades colectivas, las miradas “extranjeras” y distanciadas de estos narradores-protagonistas contribuyen a construir desde la “alteridad” una cierta visión crítica de sociedad española, en la posguerra y en el fin de siglo, y evidencian la pervivencia de ciertos tópicos que continúan “encerrando” la vida de ciertos sectores de la sociedad española. Paralela intencionalidad de crítica social se reconoce en otra novela que forma parte también del canon narrativo español contemporáneo, La tesis de Nancy (México, 1960), del exiliado Ramón J. Sender, quien remozaba aquí la tradición literaria de la novela epistolar de tema exótico inaugurada por las Cartas marruecas (1789), de José Cadalso (p. 56). Partiendo de los análisis, ya clásicos, sobre la risa y el humor de H. Bergson (1973) y P. Berger (1999), Ana Calvo Revilla revisa en su ensayo los mecanismos humorísticos empleados por Sender para denunciar ciertos tópicos que han pasado a configurar la identidad nacional española. Las hilarantes situaciones que protagoniza su narradora y protagonista, la estudiante norteamericana que da nombre a la novela, le permiten denunciar el atraso de los pueblos, el caciquismo y la pobreza de sus gentes, además de abordar otros temas de indudable calado como el racismo, las relaciones familiares o el generalizado machismo (pp. 62-63).

La construcción identitaria de lo “español” frente a “lo otro” seguirá siendo crucial en las obras de autores y autoras que se incorporan al panorama literario ya en el período democrático. Así se deduce del panorámico ensayo de Elide Pittarello sobre la rica producción narrativa del recientemente fallecido Javier Marías (1951-2022), en el que revisa la interacción, ya desde sus primeras novelas (de los años setenta y ochenta), con las claves culturales anglosajonas, mientras recuerda la compleja relación con la tradición literaria española de un escritor que “cruzó fronteras” y se abrió plenamente a la influencia internacional a través del intenso intercambio cultural del que se benefició por sus tempranos viajes y largas estancias fuera del país, su formación en Filología inglesa, su labor como traductor (Premio Nacional de Traducción en 1979 por su versión del Tristram Shandy, de Laurence Sterne), y la intensa penetración del cine norteamericano, inglés y francés en su formación como intelectual y creador. El ensayo de Rebecca Kaewert, por su parte, entra en el siglo xxi al abordar uno de los títulos fundamentales de otro escritor canónico de las letras españolas, En la orilla (2013), de Rafael Chirbes (1949-2015), analizando la dinámica de oposición entre nacionales y extranjeros (mayoritariamente magrebíes) en el contexto de la crisis económica que asolaba el país en torno a 2010; una crisis que fomentó el desarrollo de tendencias xenófobas y prejuicios racistas, en buena parte debido a los efectos de los fuertes recortes en el sector social y al vertiginoso incremento del desempleo. La novela recrea esa doble moral que parte de la necesidad social del trabajo de unos extranjeros mal pagados que cuidan ancianos, limpian y trabajan en la construcción, y el creciente aumento de la aversión hacia ellos. Chirbes lleva a cabo una valoración crítica de la situación presente y alimenta una perspectiva distópica hacia el futuro, que retoma “el trauma de la mirada pesimista hacia España, como país atrasado” (p. 169). Cierra la aportación al estudio de las representaciones literarias de las migraciones en la narrativa española contemporánea el ensayo de María Pilar Celma Valero sobre un corpus de relatos breves de escritoras actuales que han coincidido en otorgar protagonismo en sus tramas a la situación de doble vulnerabilidad que sufren las mujeres migrantes, víctimas de prejuicios xenófobos, explotación laboral, abusos y fuerte discriminación de género. Autoras como Pilar Adón, Lucía Etxebarría, Paula Izquierdo, Charo Nogueira, Lourdes Ortiz, Elena Santiago y Ángela Vallvey, entre otras, han publicado sus relatos sobre la inmigración en varias antologías publicadas en la primera década del siglo xxi, y han contribuido así a visibilizar y concienciar sobre esta dura realidad desde el compromiso social y la empatía personal.

La mirada transatlántica sobre la migración se refleja en otros tres ensayos complementarios que abordan el tratamiento de la convivencia multicultural provocada por los movimientos migratorios en la producción literaria de escritoras y escritores argentinos. Lelia Gómez analiza el papel de la lengua madre en la percepción de la extranjería a partir de la novela de Inés Fernández Moreno (n. 1947), La profesora de español (2005), que gira en torno al personaje de una compatriota que emigra a España en la cincuentena empujada por la crisis bancaria del “corralito” en 2001. Verónica Abrego, por su parte, se centra en un título de María Rosa Lojo (n. 1954) para abordar la “(post)memoria” de la migración transatlántica (Hirsch) por parte de la “segunda generación”. Escoge así su novela Árbol de familia (2010), cuya protagonista atesora y recrea los recuerdos heredados de sus padres españoles que emigraron a Argentina tras la Guerra Civil. María Martínez Deyros plantea, por su parte, la “construcción fractal” de la identidad en la novela Un padre extranjero, de Eduardo Berti (n. 1964) a partir de un exilio voluntario que no evita, con todo, la voluntad de recuperar el pasado bajo la máscara de la autoficción. Tres generaciones de escritores ofrecen así visiones “en espejo” que dan cuenta de la reversibilidad histórica de los fenómenos migratorios y del papel que desempeñan sucesivamente en la construcción de la identidad colectiva.

El volumen tiene un sugerente broche con el ensayo panorámico de Laura Wiemer sobre las escrituras migrantes afroespañolas en las obras narrativas de escritores que se han incorporado en los últimos años a la producción literaria en español procedentes de Camerún, Costa de Marfil, Congo, Guinea Ecuatorial, etc. Llegados a España en las últimas décadas, han tenido que superar enormes dificultades y se han convertido en verdaderos “héroes” de una peripecia vital que plasman en textos autobiográficos, poéticos y ficcionales. Wiemer destaca entre ellos las figuras del escritor y político Mamadou Dia (Senegal, 1910-2009) y de la narradora y poeta Agnès Agboton (Benin, n. 1960). Sus novelas en español se convierten en verdaderas “mediaciones culturales” que acercan la vida y el patrimonio oral de sus pueblos de origen al público lector hispano. Ambos tematizan en sus textos la construcción de una identidad transcultural, híbrida, que salta constantemente entre lo africano y lo español. Se cierra con este capítulo un volumen colectivo que reúne en las bibliografías finales de sus ensayos un conjunto de referencias internacionales inexcusables sobre la definición de las identidades individuales y colectivas, que parte de la oposición con “la alteridad”; esa “otredad” que se pone de manifiesto en la convivencia con las personas extranjeras (turistas, inmigrantes), y tiene su reflejo en las ricas y variadas representaciones culturales del ámbito hispánico.

Pilar Nieva de la Paz
(Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid)

Thomas Klinkert (eds.): Gegenwartsliteratur aus Spanien. München: Edition text+kritik (KLfG Extrak) 2021. 259 páginas.

Esta obra editada por Thomas Klinkert cumple sin duda el cometido que su editor recoge en las páginas introductorias, y que no es otro que el de acercar a un público germanoparlante una muestra representativa de los autores más importantes de la literatura española contemporánea (p. 14). Una tarea que, a priori, como el propio autor reconoce, no resulta nada fácil cuando tan solo es posible seleccionar diez nombres como muestra de la enorme riqueza y variedad de la ficción literaria española de las últimas décadas. Esta dificultad es subrayada por Klinkert al disculparse por la no inclusión de autores tan destacados, diríamos indispensables, para entender la historia de la literatura española contemporánea como lo son Camilo José Cela, Carmen Laforet o Manuel Vázquez Montalbán o, añadiríamos, Enrique Vila-Matas, entre otros. No obstante, la ausencia de estos nombres se justifica si se entiende que el propósito de este libro es el de crear una expectativa, o coloquialmente, abrir boca para que un público germanoparlante se aproxime a las particularidades de una literatura que no puede entenderse sin su historia reciente. Y más aún, si se considera la idoneidad y la oportunidad de una obra que coincide con la presencia de España como país invitado a la Feria del Libro de Frankfurt de 2022. De ahí que los criterios de selección como la visibilidad de los autores tanto en España como en Alemania, su pertenencia a distintas generaciones, así como la diferencias lingüísticas y culturales, se tornen productivos en el marco de este libro.

La obra se divide en diez contribuciones, de entre quince y veinticinco páginas cada una, que, seguidas de la introducción de Klinkert, caracterizan la literatura de los escritores seleccionados. En el encabezamiento de cada capítulo aparece el autor/a o autores/as de la contribución, seguido de un título aséptico con el nombre del escritor o escritora. Asimismo, en cuanto a su estructura, resulta adecuada la breve biografía de los escritores que se introduce al final del libro, y que permite al lector contextualizar al autor y su obra antes de iniciarse en la lectura de los rasgos que definen su universo literario. Igualmente, la aparición de las citas, exclusivamente en alemán, así como la ausencia de referencias bibliográficas, o una bibliografía final, aunque poco habitual en publicaciones académicas, resulta conveniente para la fluidez de la lectura si se considera que quienes estén interesados en acceder a la bibliografía completa pueden encontrarla en la página web de la editorial.

Resulta inverosímil recoger en una reseña de dos páginas la profundidad y las particularidades de los análisis que los autores de estas contribuciones desarrollan sobre los diferentes escritores españoles. De este modo, a continuación, se destacarán críticamente algunos de los aspectos más importantes que se formulan sobre estos escritores con respecto a las diferentes tendencias y focos que según Klinkert estos comparten: la representación de la realidad social, el examen de la historia española en el siglo xx, la experimentación de la forma y la intertextualidad, y la problematización entre realidad y ficción (p. 8).

En relación al escritor Javier Cercas, en su contribución Christian von Tschilschke destaca como rasgos característicos de su obra la importancia para el autor catalán de analizar el presente a la luz del pasado, el juego quijotesco con la metaficción y el papel como interlocutor de la literatura (p. 29). Rasgos que pueden ser observados en dos de sus obras más aclamadas: Soldados de Salamina (2001) y Anatomía de un instante (2009).

Leonie Meyer-Krentler subraya sobre Rafael Chirbes el tono formal que distingue el estilo narrativo del escritor valenciano para dialogar con el pasado en comparación con algunos otros de sus contemporáneos, quienes abogan por la ironía o la ruptura (p. 30). Este aspecto se comprueba en dos de sus obras más reconocidas, Crematorio (2007) y En la orilla (2013), leídas hoy como las novelas del boom de la construcción y su derrumbe en el país (p. 45).

En su contribución, Claudia Gronemann destaca cómo la joven escritora marroquí, nacionalizada española, Najat El Hachmi, ilustra el choque de culturas y sus consecuencias en las distintas generaciones (p. 83). Un hecho que se hace evidente en dos de sus obras más afamadas, El último patriarca (2008) y La hija extranjera (2015), pero que oscurecen a menudo otra de las peculiaridades de su obra: las referencias metatextuales de una autora que se mueve en distintos universos lingüísticos (p. 84).

En el cuarto texto de este volumen editado por Klinkert, Eberhard Geisler y Marco Kunz se concentran en uno de los autores más relevantes de la denominada generación del 50: Juan Goytisolo. En él se subraya como uno de los motivos principales en la obra del escritor el intento de superación de la represión política e intelectual del franquismo, pero también de otras tradiciones sociales de exclusión social a partir de lo biográfico (p. 86). Esto se refleja de manera paradigmática en sus libros Señas de identidad (1966) y Coto vedado (1985).

En el caso de Almudena Grandes, Katrin Blumenkamp y Dieter Ingenschay ponen de relieve el sorprendente desarrollo de la autora en el panorama literario español. En concreto, su evolución de escritora “pornógrafa”, consecuencia de la publicación de su primera novela, Las edades de Lulú (1989), a su consideración como una de las mayores exponentes de la narrativa española postfranquista que tiene en la Guerra Civil uno de sus principales tópicos literarios (125), tal y como refleja en su reconocida El corazón hela­do (2007).

Horst Hina distingue a Javier Marías como uno de los autores españoles contemporáneos más leídos. Una afirmación que se sustenta en el hecho de que su obra haya sido traducida a más de cuarenta idiomas y sus libros hallan alcanzando la cifra de ocho millones de copias (137). Eso sí, no se trata de un único bestseller, sino de una amplia y consistente obra entre novela, ensayo y relato corto, entre las que destacan Corazón tan blanco (1992) y, sobre todo, Tú rostro mañana (2002).

La obra del catalán Juan Marsé es el motivo del texto de Andrea Rössler y Dagmar Ploetz. Según estas autoras este escritor convirtió la Barcelona de la posguerra en su propio Macondo. Y lo hizo, eso sí, rechazando las tendencias metaficcionales o de la novela policiaca para crearla desde su propio universo literario, tal y como se puede observar en dos de sus obras más características: El embrujo de Shanghái (1993) y Rabos de lagarti­ja (2000).

Gero Amscheidt recalca como Antonio Muñoz Molina ha sido un autor muy bien recibido por la crítica literaria española desde el inicio, lo que se demuestra en la larga ristra de galardones que atesora (192). Un autor que ha encontrado el éxito a través de géneros más populares como la novela negra, entre las que cabe mencionar El invierno en Lisboa (1987) y El jinete polaco (1991), y que ha logrado establecerse además como un escritor que persigue una explicación erudita del pasado español (p. 209).

Señalan Regine Schmolling y Horst Hina que Rosa Montero no considera la literatura como un medio adecuado para la emancipación de la mujer (p. 211). Entre sus obras cabe destacar Crónica del desamor (1979) y La hija del caníbal (1997), esta última la cual sintetiza las características principales de la segunda etapa de su narrativa: la variedad en los géneros empleados, así como la riqueza en el diseño de sus personajes (p. 222).

Cierra este volumen una nueva contribución Horst Hina, quien en esta ocasión compendia uno de los aspectos más fundamentes de la obra de Maria Antónia Oliver: la redefinición del papel de la mujer en la literatura catalana tras el franquismo (p. 237). En este sentido, la autora destaca por cultivar uno de los géneros más populares en la España postfranquista: la novela policiaca, a la que contribuye creando por primera vez en España un personaje femenino como detective protagonista (p. 243).

Javier Ferrer Calle
(Universität Siegen, Siegen
)

2. LITERATURA LATINOAMERICANA: HISTORIA Y CRÍTICA

Víctor Escudero Prieto: Salir al mundo. La novela de formación en las trayectorias de la Modernidad hispanoamericana. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert (Nexos y Diferencias. Estudios de la Cultura de América Latina, 75) 2022. 360 páginas.

Dotada con el II Premio de Ensayo Hispánico Klaus D. Vervuert en 2021, con un jurado presidido por Esperanza López-Parada e integrado por Juan Carlos Méndez Guedez, Eva Soltero, Joaquín Álvarez Barrientos, Friedhelm Schmidt-Weele y Lucas Torres Armendáriz, Salir al mundo. La novela de formación en las trayectorias de la Modernidad hispanoamericana viene a completar un vacío en el tratamiento tematológico de uno de los motivos literarios más profundos de la tradición literaria desde la Ilustración y el Romanticismo hasta nuestros días: la novela de formación o Bildungsroman. El autor del volumen, Víctor Escudero Prieto, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, afronta con éxito y claridad el enfoque crítico que le permite abordar un horizonte textual de gran calado en la literatura hispanoamericana del siglo xx. El mérito del trabajo crítico estriba en la visión amplia y genérica del fenómeno novelístico desde la premisa temática señalada: la novela formativa. Aunque se trata de un motivo que se forja en los albores de esa Modernidad que, al decir de Octavio Paz, surge de los “hijos del limo” alimentados por la gesta del pensamiento idealista durante el siglo xviii y fecunda los primeros frutos del Sturm und Drang, convirtiéndose en un topos muy manejado tantos por autores como por críticos y teóricos de la literatura, pocas veces se le ha dedicado al mismo una visión monográfica y exhaustiva como la que el ensayo de Escudero Prieto nos depara. Así pues, los nueve capítulos que configuran este trabajo, con su correspondiente Introducción al tema y su correcta Bibliografía, estructuran en tres grandes secciones una visión coherente y cohesionada del tema, partiendo de sus orígenes alemanes a finales del xviii hasta la década de los ochenta del pasado siglo xx, centrándose en las obras más conspicuas representativas del fenómeno “formativo” en la literatura hispanoamericana moderna.

El corpus novelístico seleccionado por el autor resulta, en suma, completo, complejo y compacto, abarcando la creación novelística de comienzos del siglo xx, textos de la centralidad secular de la misma centuria, virando de la escritura masculina a la femenina, y, por supuesto, abarcando planos y estratos diversos de la noción axial de “formación”, tanto en el dominio profesional como en el diastrático, diatópico y diacrónico. Desde novelas hispanoamericanas de los años veinte, ya clásicas en la estructura dual de la formación del joven en la vida adulta, en el mundo rural y el urbano, como lo fueron El juguete rabioso de Roberto Arlt y Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, cara y envés de la literatura argentina que comparten también fecha de publicación (1926), hasta títulos de los años ochenta como Las batallas de desierto de José Emilio Pacheco o El país de la dama eléctrica de Marcelo Cohen, de 1981 y 1984, respectivamente, el libro recorre esas seis décadas fundacionales en las letras latinoamericanas, no solo desde el punto de vista de su vigor estético, sino también de su densidad socio-política y su hondura temática. Desfilan, entre esos dos polos, textos emblemáticos en la novela de ámbito formativo, cuales son Ifigenia (1924-1830) de Teresa de la Parra, Hijo de ladrón (1951) de Manuel Rojas, La casa del ángel (1954) y La caída (1956) de Beatriz Guido, Los ríos profundos (1958) de José María Arguedas, Las buenas conciencias (1959) de Carlos Fuentes, pasando por hitos de la novelística jerarquizada de los años sesenta, con títulos como Crónica de San Gabriel (1960) de Julio Ramón Ribeyro, La ciudad y los perros (1963) de Mario Vargas Llosa, La traición de Rita Hayworth (1968) de Manuel Puig, Cicatrices (1969) de Juan José Saer, Un retrato de Dickens (1969) de Armonía Sommers y, ya en los setenta, El palacio de las blanquísimas mofetas (1975) de Reinaldo Arenas. Un corpus, como puede apreciarse, fértil y singular, cuya variadísima gama de intereses, estéticas y figuraciones se eleva sobre el denominador común, unificador y vivificante, del Bildungsroman.

Tras una enjundiosa Introducción que revisa los conceptos centrales del texto desde sus primera formulaciones en la literatura europea, así como en las nociones ínsitas al proyecto del idealismo de raíz kantiana y fichteana, Escudero Prieto proyecta el interés concreto de su estudio en la forja y desarrollo de la novelística hispanoamericana, sin desdeñar una valiosa inmersión en la conflictiva naturaleza del género en la cultura decimonónica del Viejo Mundo, donde “buena parte de los críticos van a considerar todo el siglo xix como una suerte de archipiélago de obras susceptibles de ser consideradas novelas modernas de forma muy puntual, como si se tratara de un siglo con novelas derivadas de la inercia europea, pero sin un proyecto propio” (43-44). Establece de forma clara y distinta el ámbito de su indagación en el siglo xx, identificando la “novela de formación” como aquella que “describe una presencia precaria e intermitente en la tradición hispanoamericana, sin una conciencia clara de género narrativo distinguible” pero con una “papel fundamental en la modernidad narrativa” de dicha tradición y un trayecto definido “como escenario privilegiado de una negociación alternativa con la Modernidad social y literaria” (p. 17). Las etapas que recorrerá su trayectoria crítica no pretenden fijar ni acotar de manera precisa una serie de etapas históricas reconocibles, sino que “la porosidad de los períodos temporales” fundamentará la persistente aparición del motivo de la novela de formación “en las distintas generaciones y proyectos estéticos que jalonan el tránsito de las letras hispanoamericanas”, conformando en suma “un mirador primordial del despliegue mismo de una historia literaria” (p. 51).

A ello se consagrarán los ya mencionados nueve capítulos del estudio, divididos en tres secciones, de naturaleza propedéutica y constitutiva (la primera, relativa a la propia naturaleza lingüística y semántica del término y sus propios “años de aprendizaje” en suelo europeo, con figuras como Goethe o Novalis), diacrónica (la segunda, ya centrada en el Nuevo Mundo y con una metodología histórica) y sincrónico-teórica (la tercera, encomendada a la identificación en el Bildungsroman hispanoamericano de los espacios concernidos, los tiempos y alegorizaciones implicadas así como las derivas conclusivas en la acuñación de un “espacio literario” prevalente). Las tres secciones con complementarias y de ellas considero especialmente valiosa la segunda, por el encomiable esfuerzo que el autor emplea en crear la galaxia textual de la novelística hispanoamericana “formativa” con sus implicaciones definitorias en cada uno de los casos referidos. Estos “Ejes, genealogías y tramas”, tal como titula esta excelente sección segunda de la obra, se inicia con la formidable triangulación novelística de la narración del sujeto en clave formativa propio de la cultura de países como Argentina (los casos de Güiraldes y Arlt) y Venezuela (ilustrado con la novela de Teresa de la Parra).

La “emergencia de la complejidad social” determina el análisis socio-cultural de novelas como Hijo de ladrón y Las buenas conciencias, que junto a La caída serían “variaciones de un Bildungsroman fracasado, pues ninguna de ellas muestra un sujeto finalmente integrado en la sociedad, o en la cúspide de su itinerario formativo; más bien, al contrario” (p. 145), si bien en las dos primeras prevalecería el concepto de anomia como destino, mientras que en las de Beatriz Guido –incluyendo La casa del ángel– recuperaría “un modelo romántico” marcado “por cierto psicologismo”, recuperando “una serie de moldes narrativos típicos de la novela del siglo xix” (pp. 161-162). Por su parte, en las tres novelas peruanas implicadas en esta trama novelística y social se plantean y armonizan desde perspectivas distintas los enfoques de la huella cultural prehispánica a la vez “que se impone en el siglo xx una mayor ferocidad militar con vistas a la homogeneización cultural” (p. 166) despertando las variantes del pensamiento indigenista y confiriendo en los tres casos al ámbito textual un imaginario nacional representado en la construcción de sus respectivos protagonistas. Se trata de las novelas formativas de personajes masculinos como Ernesto, en Los ríos profundos; Lucio, en Crónica de San Gabriel y Alberto en La ciudad y los perros. La Coda con que se coronan estos capítulos de la segunda parte del trabajo establecen sutiles conclusiones y también fungen como sutiles anticipaciones de los apartados consecutivos.

De tal modo, el capítulo quinto participa del fenómeno crítico en torno al boom, con sus márgenes y alrededores, en las concreciones argumentales de Manuel Puig, Juan José Saer y Armonía Somers, en pleno auge del fenómeno socio-literario antedicho, si bien con ejemplos marginales, de autores raramente considerados distintivos del fenómeno. Un “aprendizaje incierto” que parece anticipar el agostamiento de la novela de formación como modelo, que será el objeto de análisis del capítulo siguiente, en las obras de Reinaldo Arenas y José Emilio Pacheco, con una singular persistencia del modelo realista en la novela del mexicano, para concluir con el ejemplo del personaje en formación de la novela de Marcelo Cohen, El país de la dama eléctrica. En él se perpetúa el prototipo del “perseguidor de estirpe cortazariana y mítica, que lee a la par Huckleberry Finn, Rayuela y Los cuadernos de Malte Laurids Brigge” (239), y también su caso permite entroncar el relato formativo con el ejemplo primero de Roberto Arlt, dado que ambos personajes, el precursor Silvio Astier y el actual Martín Gomel, ejemplifican de qué modo “el dominio de la narración sustituye al fracaso social”, identificando el aprendizaje vital “con el relato del mismo” (p. 245). En este sentido, las genealogías que marcan las directrices temático-diacrónicas del estudio permiten establecer una perspectiva que, más allá del mero análisis historicista, se eleva en una visión articulada en relaciones donde el tiempo modula constelaciones distintivas, otro de los rasgos críticos que ameritan el trabajo de Escudero Prieto.

Con la tercera y última parte del trabajo se establecen parámetros de estudio que abarcan las coordenadas del tiempo y del espacio, sobresaliendo el enfoque de la poética espacial, que incluye un mapa del Atlas de Franco Moretti (1999), a propósito de los itinerarios geográficos que muestran los exponentes del subgénero del Bildungsroman, con los desplazamientos geográficos de catorce ejemplos europeos, incluyendo novelas de Dickens, Stendhal, Eliot, Balzac o Juan Valera. Sobre este ejemplo modélico, Escudero Prieto elabora un segundo mapa, en este caso correspondiente a los desplazamientos de las quince novelas estudiadas en el apartado anterior, concluyendo, entre otras derivas, en que la presencia de las capitales no es preponderante en el subgénero, observándose, en cambio, una ambientación más numerosa de los casos en el ámbito provincial o rural. Se establece, asimismo, el espacio de la casa como preeminente en este plano del estudio, fungiendo en los casos de Teresa de la Parra y Julio Ramón Ribeyro como imán y destino, mostrando la impostura de los discursos nacionales en los casos paradigmáticos de protagonistas puestos en la tesitura de “salir al mundo”, como oportunamente escoge el autor como título de su excelente ensayo.

Con el capítulo de las Conclusiones culmina este preciso y provechoso estudio crítico que, tal como expuse al comienzo, revela la perspicacia del trazado comparatista a partir de un modelo temático y ello le permite barajar las continuas referencias a la literatura europea en estrecho diálogo con las hispanoamericanas sin por ello rebajar la hondura analítica a la hora de abordar el corpus específico de su estudio con toda la complejidad social, diatópica y diacrónicamente hablando, que requiere. Del espacio referenciado en las novelas –la realidad rural y urbana– al sujeto, al mismo narrador de la novela, como lugar enunciativo, el decurso de la novelística de formación hispanoamericana permite conocer con una mayor consistencia y especificidad el devenir de un género prioritario en las letras de las repúblicas americanas en un siglo donde el propio texto literario se convierte en el mismo objeto de formación y construcción a través de sus décadas. A dicho horizonte, el conocimiento de la novela hispanoamericana y de sus formulaciones y metamorfosis, contribuye sin duda este ensayo que sin duda ostenta el privilegio de erigirse como imprescindible en el ámbito de la crítica americanista del siglo xxi.

Vicente Cervera Salinas
(Universidad de Murcia)

Pablo Gasparini: Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa. Rosario: Beatriz Viterbo Editora 2021. 336 páginas.

La línea de investigación más consistente de Pablo Gasparini, argentino radicado en Brasil (Universidad de São Paulo), gira en torno al fenómeno del translingüismo en sus formas más diversas: el que se despliega en obras escritas en idiomas extranjeros, no vernáculos; en textos que entrecruzan tanto lenguas como variantes dialectales de una misma lengua; o en propuestas estéticas que exploran las posibilidades de posicionamiento en el campo literario ofrecidas por la traducción. Este interés, que ya estaba presente en su pionero estudio sobre Gombrowicz (El exilio procaz: Gombrowicz por la Argentina, 2007) y recorrió como hilo conductor sus numerosas contribuciones a revistas, constituye el lógico punto de partida de su libro más reciente Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa, verdadera culminación de su trayectoria académica hasta la fecha.

Dando prueba de un conocimiento sólido de la bibliografía en torno al tema del multilingüismo, el autor no se pierde, por suerte, en las bizantinas discusiones terminológicas (“translingüismo”, “heterolingüismo”, “plurilingüismo”…) porque su intención es otra. Consiste, por una parte, en vincular las elecciones lingüísticas de una serie de escritores inscriptos en la zona culturalmente central de la Argentina de los siglos xx y xxi –la pampa como espacio atravesado por la inmigración y el exilio–, con sus respectivos proyectos estéticos que abarcan todos los géneros literarios (poesía, narrativa, ensayo, teatro, diario…). Por otra parte, sitúa estos proyectos con respecto a la norma circundante para trazar así una cartografía alternativa y arrojar nueva luz sobre la historia de la modernidad literaria argentina. Si el libro logra cumplir este propósito de ir mucho más allá de una sucesión de casos interesantes, es debido al talento analítico e interpretativo del autor, a su formidable erudición y a su capacidad para no apartarse de la meta que se fijó: revelar la complejidad de toda pertenencia lingüística. En cada uno de los capítulos, formula hipótesis contundentes y a veces muy originales en base a las cuales desarrolla una argumentación sustentada en un rico entramado de lec­turas.

Desde que George Steiner instaló la cuestión de la “extraterritorialidad” (1971) como experiencia fundamental de la literatura moderna, el desplazamiento lingüístico se ha convertido en un lugar común de la crítica. En lo esencial, Gasparini se suma a la idea de Steiner de que la condición de todo escritor del siglo xx era el exilio (físico o metafórico), dado que solo puede trabajar estéticamente con una lengua aquel que se coloca fuera de ella, aquel que reconoce que la lengua en la que escribe no es la propia. Sin embargo, le parece necesario repensar los términos del debate desde aportes más contemporáneos, tales como el “cosmopolitismo del pobre” propuesto por Silviano Santiago (por oposición al “cosmopolitismo ilustrado” de Borges o Nabokov) o la teorización que separa el paradigma de “extranjero” del de “inmigrante” por parte de Abdelmayek Sayad (el inmigrante siendo por definición alguien de un mundo dominado). Este correctivo social le permite evitar el escollo de una celebración ahistórica del descentramiento lingüístico como manifestación de la hibridez cultural, algo que se dio en ciertas lecturas postmodernistas o postcoloniales.

En la introducción, Gasparini presenta la estructura del libro, fija sus objetivos, justifica el recorte de su corpus y aclara sus bases teóricas, que están tomadas, entre otros, del psicoanálisis (en su vertiente lacaniana, inspirada sobre todo en el pensamiento de Charles Melman, para quien la lengua materna es aquella en la que “para el hablante, la madre ha sido prohibida” [1992]), la deconstrucción (el Derrida de Le monolingüisme de l’autre que reflexionó sobre la experiencia de sentirse “huésped” en una lengua), la categoría de “literatura menor” como expresión desterritorializante de Deleuze y Guattari y la sociolingüística (desde un enfoque “glotopolítico” que estudia lo político en el lenguaje y lo lingüístico en lo político). Su marco teórico multidisciplinario parte de una concepción de la lengua no como algo dado empíricamente, sino como constructo radicalmente sociopolítico e histórico. De acuerdo con la noción de “lengua nacional” formulada por Bourdieu, la élite cultural de una sociedad dada en un momento dado considera legítima determinada manifestación contingente, promoviéndola como lengua literaria en función de los parámetros culturales e identitarios vigentes. La perspectiva no identitaria de la interacción entre lengua y literatura que adopta Gasparini implica, en cambio, partir de la alteridad constitutiva de toda experiencia lingüística y, por tanto, desvirtuar los supuestos dados por sentados en la concepción romántica basada, justamente, en una equiparación entre lengua materna, propiedad y territorio; o sea, en una metafísica del origen.

En consonancia con su convicción de que el sustrato de toda identidad es siempre extranjero, Gasparini prefiere poner en el centro de su operación crítica otra historia bíblica más relevante para sus planteamientos que el mito de la torre de Babel: la de Moisés como figura fronteriza de origen incierto, un egipcio que, según Freud, hablaba mal la lengua hebrea. Otras escenas emblemáticas que el autor rescata, esta vez en el contexto de la conquista de América, provienen de las crónicas de Indias. Se trata, más concretamente, del encuentro de los españoles con Jerónimo de Aguilar (mencionado en Bernal Díaz del Castillo) y con el conquistador Álvar Núñez Cabeza de Vaca (en Naufragios). En ambos casos, el desajuste de identidades producido por el extrañamiento lingüístico produce confusión e incomodidad. Estos antecedentes serán retomados en los capítulos del estudio.

En el primero, “Rama glotopolítico”, se evoca el contexto más amplio de las vanguardias latinoamericanas como marco englobante para lo que sigue. En un ensayo de 1973 acerca de la dimensión lingüística de estas vanguardias, el crítico Ángel Rama contrapuso lo que consideraba marcas de “universalidad” (entendida en términos de traducibilidad transparente a las lenguas del centro y dependencia de esas mismas lenguas o extraterritorialización de lo local, como en el caso del creacionismo de Huidobro) a una “complicidad de lo propio” o “materialidad verbal” presente en la propuesta estética juzgada intraducible de alguien como Vallejo, que usaba vocablos incomprensibles para un lector extranjero. La perspicacia con la que Gasparini complejiza esta interpretación demasiado dicotómica puede valer como ejemplo representativo de su forma de razonar, siempre proclive a paradojas y entendimientos alternativos.

El segundo capítulo, “Contrabandos picto-acústicos: Xul Solar en criol”, continúa la indagación de los imaginarios lingüísticos de las vanguardias, pero desplaza el foco hacia la Argentina. Aquí, Gasparini se detiene en los Diarios astrales (San Signos) que el pintor Xul Solar compuso en la década de los veinte a raíz de su experiencia mística con el célebre ocultista inglés Aleister Crowley. Se trata de unos escritos multilingües que articulan una experiencia visual y que luego fueron transcritos por Xul a un “neocriollo” o “criol”. Gasparini investiga este lenguaje tan peculiar a la luz del debate sobre la inclusión de los sectores populares en el campo simbólico de la literatura legitimada de entonces, inclusión a la que los “criollos viejos” de revistas vanguardistas como Proa o Martín Fierro se mostraron reacios. Concluye que, al hacer resonar aquellas sonoridades híbridas “babélicas” del cocoliche y del lunfardo ligadas al proceso inmigratorio argentino, Xul, por su cercanía a estos círculos de vanguardia y más en particular por su conexión con Borges, supo introducirlas de contrabando, transgrediendo así las fronteras glotopolíticas del momento. El capítulo siguiente vuelve sobre la cuestión de la lengua nacional, esta vez a partir de un análisis volcado en los aspectos lingüísticos de un texto posterior, el archiconocido cuento “La fiesta del monstruo” (1947) de Borges y Bioy Casares, publicado bajo el seudónimo H. Bustos Domecq y escrito en contra del populismo peronista. Gasparini muestra cómo, mediante un transvase entre las voces del narrador y del personaje subalterno, la “media lengua” en la que Borges y Bioy hacen hablar al nuevo sujeto social de la década de los cuarenta, el trabajador suburbano, subvierte el sentido originalmente previsto por los escritores y hace aflorar lo que Lacan ha llamado “lalangue”, este “encuentro traumático, sintomático y solitario con la lengua” (Alemán citado en Gasparini, p. 85). Con el ejemplo de los aforismos de Antonio Porchia, reunidos en 1949 bajo el título de Voces, el capítulo cuatro prosigue la reflexión sobre el lugar tan disputado de las lenguas de la inmigración en la literatura argentina del siglo xx. Originario de un pueblo rural de Calabria, Porchia ocupa una posición bien específica en la constelación lingüístico-literaria de su tiempo, porque sus Voces no se dejan asociar ni al criollismo, que para el inmigrante que era hubiera podido constituir una vía de redefinición identitaria, ni al colorido cocoliche de su comunidad. Se caracteriza más bien por una claridad léxica en la que aún son perceptibles, sin embargo, ligeras disonancias que producen cierto extrañamiento. Según la fina lectura de Gasparini, el universalismo que subyace a estas formulaciones tan límpidas se explica por una combinación de factores: por el fuerte disciplinamiento antidialectal al que Porchia fue sometido en la escuela italiana, todavía presente en su tendencia obsesiva a la autocorrección, y por el doble legado político-religioso del anarquismo y del cristianismo. Las asperezas que no se dejan limar del todo se deberían a las reminiscencias de una oralidad rural. La trayectoria de Witold Gombrowicz, figura central del breve quinto capítulo, fue muy distinta. Desembarcado en 1939 en Buenos Aires, donde se quedaría casi 25 años, el autor polaco experimentó un rejuvenecimiento físico y mental al contacto con esa sociedad inacabada y “babélica” que lo forzó a reinventarse lingüísticamente y a internacionalizarse. Aunque nunca dejaría de escribir en su lengua materna, sus escrituras se mostrarían cargadas de sentido para el campo rioplatense. La famosa traducción colectiva y dialogada de Ferdydurke, que Gasparini califica de “traducción recreadora”, debe verse como una pieza clave en esta dinámica extraterritorial tan sui géneris.

Otros dos “excéntricos”, Copi y Néstor Perlongher, protagonizan el sexto y el séptimo capítulo, los más centrales del libro. Estos capítulos impresionan por su grado de elaboración, por el dominio admirable de la totalidad de la producción literaria de cada autor que Gasparini exhibe en ellos y porque confirman la validez del paradigma de la alteridad lingüística como herramienta crítica que permite desentrañar estéticas a primera vista opacas. Cabe señalar también cierta afinidad entre ambos escritores: aparte de su vinculación con el imaginario queer, el “desmadre” del significante llevado a cabo por Copi anticipa, de algún modo, el frenesí neobarroco de Perlongher. En los dos casos, el cambio de lengua (del castellano al francés en Copi) o la fluctuación lingüística (en el frañol de Copi, el portuñol de Perlongher) ayuda a conjurar fantasmas demasiado incontrolables. Ahora bien, Gasparini constata en Copi un desinterés por la dimensión argótica del francés y, más en general, por la modulación lingüística idiosincrática en esa lengua. Lo atribuye a la incapacidad que ha mostrado el argot en la tradición literaria francesa de expresar el travestismo identitario tan característico de sus personajes. Siempre según Gasparini, el lunfardo rioplatense, este imaginario “de mujeres arrabaleras y de hombres pasionalmente sentimentales” (p. 157) sí le ofreció interesantes posibilidades de reterritorialización. O sea, que el translingüismo de Copi, su afán por recurrir a un francés resignificado a través de las resonancias populares del rioplatense de las décadas de los sesenta y setenta, no debería leerse en primer lugar como reivindicación de esos sectores subalternos, sino como oportunidad para expresar el devenir identitario en cuanto a género en obras de factura vanguardista. En lo que atañe al iconoclasta Perlongher, Gasparini resalta la originalidad de su obra lírica escrita en la época del terror estatal de la última dictadura argentina. Mucho más que el resultado mecánico del exilio del autor en Brasil, el bastardeo que el autor practica entre dos lenguas no centrales en la jerarquía mundial, el español y el portugués, recupera una tradición barroca al tiempo que profana deliberadamente los hábitos literarios, sociosexuales y políticos de la patria. Gasparini lee este cruce lingüístico siempre inestable en poemas como “(grades)” o “Cadáveres” como una operación heterodoxa que produce un desbordamiento de lo trágico y de lo sagrado. Tanto en sus textos como en sus performances públicas, Perlongher sexualiza de forma irreverente el trauma de la dictadura y se distancia provocativamente del nuevo discurso público de consenso que surge en la Argentina postdictatorial.

A diferencia de lo que ocurre en una típica dinámica inmigrante, en Copi y Perlongher nunca hubo el deseo de devenir francés o brasileño. Los escritores a los que Gasparini consagra, a modo de contrapunto, los capítulos ocho y nueve sí se refugiaron en una lengua extranjera porque aspiraban a una conversión plena: Juan Rodolfo Wilcock quiso ser un autor italiano, mientras que Héctor Bianciotti logró entrar en la Académie française en 1996. Otro rasgo que compartían era su fascinación por un ideario lingüístico clásico marcado por la pulcritud y la no ambigüedad. Gasparini revisa críticamente estas reterritorializaciones supuestamente armoniosas leyendo a contrapelo las afirmaciones de los propios autores. Matiza, por ejemplo, la filiación de Wilcock, que debutó como poeta en la línea de Sur, con el castellano como primera lengua reconstruyendo su origen plurilingüe. Además, se muestra escéptico ante la radicalidad del giro que supuso el cambio al italiano para la producción del autor tras su instalación en Italia. Aunque una novela como Il tempio etrusco (1973) evoca un proceso de degradación en un registro grotesco, lo hace en una lengua demasiado depurada de marcas dialectales y temporales para ser congruente con el propósito del libro. Gasparini vuelve a encontrar esta atemporalidad artificiosa en el proyecto de Bianciotti, cuya jerarquía de lenguas confirmó el mítico estatuto otorgado históricamente al francés por la élite cultural latinoamericana. En lugar de optar por el italiano, el autor de origen piamontés, tras cerrar su período como escritor en castellano, se identificó de lleno con ese francés que pasó a ser para él la lengua de pertenencia e intimidad y que justificó como un retorno al paraíso perdido de la infancia. Gasparini interpreta esta sustitución absoluta como un mecanismo que forma parte de una lógica fetichista. Contrariamente a la lógica de la prótesis comentada por Derrida, cuyo funcionamiento ha sido ilustrado en el capítulo sobre Copi, el fetichismo que marca la autofiguración de Bianciotti supone una completud sin fisuras que Gasparini tilda de “espectral” y que ve reflejada en una lengua fija, fosilizada.

A unas breves consideraciones sobre el sustrato sefardí en los poemas de Dibaxu de Juan Gelman siguen los dos últimos capítulos del libro, dedicados a sendas manifestaciones contemporáneas del translingüismo: la autoficción Manèges. Petite histoire argentine (2007) de Laura Alcoba y el ensayo Vivir entre lenguas (2016) de Sylvia Molloy. Es sabido que recrear la memoria de su infancia clandestina en La Plata en francés fue la estrategia que le permitió a Alcoba poner distancia entre su trauma y la escritura. Gasparini estudia lo que sucedió cuando este original se retradujo al castellano bajo el título La casa de los conejos (2018). De acuerdo con su sugerente hipótesis, el traductor Leopoldo Brizuela, al romper el escudo protector del francés, puso al descubierto “el ventriloquismo maduro” (p. 266) que la identificación con el discurso militante de sus padres había impuesto a la narradora Alcoba. La reinserción del lenguaje demasiado racional y ahistórico de Alcoba en su contexto argentino mostró las grietas del texto, restituyendo su conflictividad. El último capítulo hace converger varios de los ejes centrales del pensamiento articulado por Gasparini. En Vivir entre lenguas, Sylvia Molloy se interroga sobre su condición trilingüe (castellano, francés, inglés). Molloy es una típica representante del “cosmopolitismo legítimo” de la élite cultural argentina que, según la terminología de Sarlo, tiene el español asegurado por nacimiento. La valorización positiva que recibe esta “buena heterogeneidad” contrasta con la negativa que recae sobre el habla heterogénea de los migrantes, siempre a un paso de la contaminación lingüística (comparable al “cosmopolitismo del pobre” de Santiago). El pasaje de un territorio a otro está firmemente custodiado por el “shibboleth”, palabra hebraica utilizada en la Biblia para distinguir, por su mera pronunciación, dos tribus semitas y que Gasparini aplica al caso argentino. En su autofiguración pública, Molloy siempre cumplió con el mandato familiar, emanación de las tensiones glotopolíticas de la década de los veinte, de no mezclar lenguas, de evitar a toda costa hablar con acento. En las escenas que componen su ensayo, reflexiona sobre estas restricciones desde una postura crítica con respecto al presupuesto que liga lengua e identidad.

Las conclusiones (“Cierre”) subrayan la importancia de las figuras desenraizadas en varios textos clave de la cultura occidental en general y latinoamericana en particular. Al igual que los escritores analizados, instalados en los márgenes del centro legitimado de la literatura argentina, tales figuras ejemplifican la desnaturalización del supuesto vínculo orgánico entre lengua materna y territorio, entre expresión lingüística y literatura nacional, mostrando que cada lengua está, a fin de cuentas, habitada por la otredad. Además, Gasparini retoma aquí su intención de dibujar un posible mapa glotopolitico de esa otredad lingüística en la zona enfocada por el libro, la pampa argentina a lo largo de los siglos xx y xxi. Las isoglosas que traza entre dos fuerzas en constante pugna –los dos elementos destacados en el título: “puertos” y “diccionarios”– nos guían a través de un panorama literario con ciertas características llamativas, como por ejemplo el hecho de carecer de una verdadera tradición clásica. Los dos polos, precisamente por ser excluyentes, se determinan mutuamente; existe entre ellos un constante vaivén. Si el carácter portuario de Buenos Aires representa lo que siempre está a punto de desestabilizar un orden de legitimaciones fuertemente arraigado en una visión clasista, la férrea norma dictada por el “diccionario” está allí para ordenar el temido caos babélico y meter en vereda la desmesura. El proyecto estético de Borges –el “monumento borgeano”– no puede faltar en esta nueva cartografía. Y en otra vuelta de tuerca de la dinámica extraterritorial, Gasparini aclara su propio lugar de enunciación en tanto académico argentino institucionalmente anclado en Brasil.

Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa es una indagación profunda de gran madurez intelectual. Gasparini ha sabido elevar el translingüismo a una categoría de análisis sumamente fecunda y flexible. Su libro, que recorre cronológicamente un espectro amplio de obras, también permite tejer relaciones transversales entre estas distintas experiencias literarias que tienen en común el encuentro con el Otro. Que este prisma sea tan productivo se debe, en primer lugar, a las dotes de investigador del crítico: a la metodología interdisciplinaria que adopta, a la sofisticada conceptualización de los fenómenos bajo examen que supera cualquier oposición binaria para insistir en el rechazo de los fundamentalismos identitarios, a la ejemplar contextualización de las obras y figuras de autor que siempre se evocan teniendo en cuenta las negociaciones y disputas del campo literario de su época y a la sutileza del análisis textual, respetuoso de la singularidad de cada obra. Se podría objetar que no todos los eslabones del recorrido tienen el mismo alcance –algunos capítulos, como los que versan sobre Gombrowicz o Gelman, son incursiones más sintéticas, probablemente porque el autor ya dedicó otros estudios exhaustivos a estos autores–, pero producen tan solo un ligero desequilibrio en la impecable arquitectura de un libro que, por lo demás, permite avanzar sustancialmente en la comprensión de lo que se entiende demasiado fácilmente como “pertenencia lingüística”, pero que, en el fondo, es “un proceso complejo en el que el extranjero es la cara oculta de nuestra identidad” (p. 33).

Ilse Logie
(Universiteit Gent)

Fabio Martínez (coord.): Narradores del Pacífico colombiano. Madrid: Grupo Editorial Sial Pigmalión 2019. 216 páginas.

En los últimos años se ha advertido la presencia de una literatura singular en la zona del Pacífico colombiano, una amplia franja litoral que limita al norte con Panamá y al sur con Ecuador, y que incluye los departamentos del Chocó, las zonas costeras del valle del Cauca, Cauca y Nariño. Dotada la región de una inmensa riqueza natural y minera, pero también de una evidente desigualdad, pues la pobreza y el analfabetismo son la marca del territorio, como también la pervivencia de la violencia de los movimientos guerrilleros y paramilitares; su cultura, fundamentalmente oral, se matiza con el legado de las tribus indoamericanas y sobre todo con los descendientes afrocolombianos de los que hereda una interesante transculturación de procedimientos y motivos. De ahí la oportunidad de esta antología en un momento en que se percibe una toma de conciencia de la existencia de un conjunto de autores con unas características propias, entre las cuales las más relevantes son el componente oral y el escenario natural como vértices que cohesionan su especificidad. Se ha llegado a hablar de realismo mágico en un intento de conectar con el boom literario del que fue centro Gabriel García Márquez en los años sesenta del siglo xx. Es evidente que no es necesario acudir a términos ya lejanos y anclados en la historiografía literaria para caracterizar la narrativa del Pacífico colombiano, pues sus rasgos se moldean en otra situación y otro contexto, sin tener que acudir a los rasgos del Caribe que tan bien representó García Márquez y que, injustamente llegaron a considerarse representativos de todas las regiones del país. En la última década algunas novelas han surgido en la misma zona y han alcanzado con éxito lectores y difusión editorial, títulos como La perra (2017) de Pilar Quintana, y Elástico de la sombra (2019) de Juan Cárdenas son nombres conocidos que dan entrada en sus textos a una de las características de esta narrativa, la inclusión de personajes afrodescendientes con su mundo y sus peculiaridades,

Fabio Martínez, escritor originario de Cali, estudioso y crítico de la literatura colombiana, profesor titular de la Universidad del Valle, es autor de más de quince libros, entre los que destacan una biografía de Jorge Isaacs, y una valoración crítica sobre Carlos Arturo Truque, sin duda el autor más significativo de esta selección. Como coordinador recoge y antologa una serie de relatos de autores de la zona con el propósito de presentarlos ante el lector, haciendo valer cómo arraigan en una tradición lejana sin dejar de atender a los clásicos del cuento. Son, en todos los casos, autores atentos a su espacio vivencial, pero son escritores cultos, conectados con las poéticas nacionales e internacionales. Así lo aclara en la introducción a la antología titulada “El Pacífico Colombiano: una literatura en ascenso”, donde, partiendo de datos geográficos y etnográficos, indica que es “una amplia zona bañada por el mar y por cientos de ríos que nacen en la cordillera de los Andes y desembocan en el oscuro y turbulento océano”, y que “A pesar de su riqueza y biodiversidad, este es uno de los lugares más pobres y desiguales del planeta” (p. 9). Habitada por etnias ancestrales desde su origen, se empezó a poblar por africanos que reemplazaron a la mano de obra indígena en las haciendas del valle del Cauca y en las minas de aluvión de Chocó. En 1851 cuando se decretó la liberación de los esclavos “se produjo un éxodo desde el Valle a la selva y el mar. Fue el comienzo del cimarronaje, y el origen de muchos afros que hoy están repartidos a lo largo del litoral y a orillas de los ríos” (p. 9). Esta zona aislada económica, social y culturalmente, ha conservado rasgos del español antiguo y el cultivo de la décima. Fabio Martínez realiza una sucinta historia de esta joven producción, necesaria para el lector que se acerque a las obras seleccionadas. “La literatura del Pacífico viene de la oralidad. La literatura escrita es relativamente joven, y curiosamente, comienza con el libro Litoral recóndito, un estudio socioeconómico sobre la región, escrito en 1934 por el congresista chocoano Sofonías Yacup” (p. 10). En la década posterior, “En 1948, el escritor chocoano Arnoldo Palacios escribe Las estrellas son negras, la primera novela que denuncia el hambre y las condiciones deplorables en que viven los pobladores de la región” (p. 10) y que fue reconocida a nivel internacional.

Pero en lo que se refiere al relato breve, que en esta zona evoluciona desde la tradición oral, tan solo comienza en 1953 con el cuento “Granizada” de Carlos Arturo Truque (1927-1970), autor galardonado con destacados premios, con obras como “Sonatina para dos tambores” (1958), y en 1965 en el V Festival Nacional de Arte, con “El día que terminó el verano” (1973), relato que se incluye en este libro. El cuento es consistente y sólido, realizado con una bien llevada simplicidad de elementos en torno a unos personajes bien conectados con la tierra que demuestran su interacción natural en relación con la sequía y la consiguiente espera de la lluvia, o la expresiva llegada de la mujer, Mercedes, enviada por el hermano muerto. Todo lo cual desemboca en un final sugerente que envuelve paisaje y personajes. Truque se dio a conocer en 1953 cuando ganó el premio Espiral con Granizada y otros cuentos, nueve relatos, uno de ellos de especial fortuna, “Que vivan los compañeros”, traducido a varios idiomas, llegando a obtener en 1954 el Premio de la Asociación de Escritores y Artistas de Colombia. A pesar de ser autor de tan solo veinticinco cuentos, su fama ha traspasado las fronteras de su país y se considera uno de los narradores más relevantes del siglo xx colombiano por la acertada fusión de los motivos de la región junto a procedimientos asimilados de la narrativa norteamericana. Hay que destacar que, a mediados del siglo xx, tan solo había dos grandes cuentistas en el país, uno era Gabriel García Márquez, de la zona del Caribe, y Carlos Arturo Truque, en la del Pacífico. Este último muere en 1970 de una enfermedad terminal a los 43 años. A partir de su obra se consolida la cuentística del Pacífico, con una característica especial, “los escritores ya no pueden garantizar su producción literaria apoyados solo en la imaginaría oral o juglaría, sino que deben establecer el puente entre la literatura vernácula y la corriente literaria hispanoamericana” (p. 10). Desde luego que los cuentistas del Pacífico colombiano conectan con su tradición oral, que permanece en el presente, pero también son escritores cultos que trabajan sus obras con el estímulo de los clásicos. Su mérito reside en mantener y actualizar una narrativa de raíz popular que no excluye las técnicas que la consolidan.

A partir de Truque, que abre la selección, se incluyen otros nombres de importancia, como Faustino Arias Reynel (1915-1985) y Guillermo Payán-Archer (1921-1993). Ambos son fervientes cuentistas que retoman el mito y las leyendas de su zona y las convierten en ficción literaria. De la obra del primero, se puede leer “La media ligada” donde, apoyándose en la tradición, asocia la brujería, la superstición y el lenguaje oral. Poeta compositor y narrador, sus cuentos fueron recogidos en 1991 en Relatos de la costa del Pacífico. De Guillermo Payán-Archer (1921-1993), periodista, poeta y director de varios suplementos literarios, se incluye “El pájaro maldito de la mala suerte”, cargado de creencias populares y legendarias. Junto a ellos, Óscar Collazos (1942-2015), con “Jueves, viernes, sábado y este sagrado respeto”, un relato largo, bien llevado y con expresiva fuerza que remite al conservadurismo y las creencias populares que impregnan las costumbres religiosas a través del personaje de una prostituta, tópico recurrente, el de los espacios prostibularios, y no menos efectivo, en la narrativa latinoamericana. Collazos alcanzó una repercusión amplia en los países de Europa, no solo por su narrativa y su periodismo, sino por su difundida obra García Márquez: la soledad y la gloria. Su vida y su obra (1983). Y Enrique Cabezas Rher, autor de varias novelas y libros de cuentos, ganador de diversos premios nacionales. El texto recogido, “El gas”, resulta escalofriante por su bien plasmada truculencia, se trata del relato atroz de un sicario, tema recurrente y doloroso en la narrativa colombiana. Moro Manzi (1946) escritor, poeta, ingeniero agrónomo, botánico, autor de grandes relatos del litoral en busca también de rescatar el legado de la zona. Su texto, “Estaciones” es palpitante y directo, aunque resulte menos un cuento. En realidad, son viñetas paisajísticas vividas en las que palpita la vida y la naturaleza del entorno.

Se pueden leer también algunos relatos de los escritores nacidos en la década del cincuenta, como Alfredo Vanín Romero (1950) y Medardo Arias Satizábal (1956), reconocidos con premios nacionales, que pasaron a establecerse en Bogotá y Cali, aunque siguieran manteniendo relación con su región. Ambos presentan obras sólidas que abarcan novela, cuento y poesía. El primero, Vanín Romero, es poeta y autor de varios volúmenes de cuentos. Se incluye “Aguamala”, un relato que refleja, sin excluir el humor, las insólitas costumbres ciudadanas de un pueblo maldito. También ha reflexionado sobre esta narrativa en Una mirada a la tradición oral del Pacífico (2016). Medardo Arias Satizábal, con en “Magil y sus tesos” da entrada a una alocada y sensual fiesta situada en el trópico. Periodista, ha obtenido diversos premios por su obra. También en los años cincuenta se sitúa Óscar Olarte, antropólogo, “Es uno de los últimos juglares que quedan del Pacífico. Su obra es inspiradora y llena de sueños” (p. 12). José Zuleta Ortiz, también poeta y director durante diez años del festival de poesía de Cali, incluye “El precio de mis lágrimas” que se centra en la historia de una llorona en el velatorio del padre, lo original del tema es que sus lloros son más que nada un lamento por su propia vida perdida. Carlos Vásquez-Zawadski es un escritor tumaqueño que ha vivido en Cali con numerosas publicaciones y premios que captan bien el resplandor y la luz de la zona litoral en “El espejo trisado de la playa” en cuya escritura triunfa la descripción del objeto, el cuidado de lo que se observa, en la conciencia de su fragmentariedad. William Vega, en “Negra cernida en lienzo” traza un relato lleno de fuerza y gracia. El autor, cirujano plástico, también es autor de una trilogía novelesca sobre Buenaventura, el puerto más importante del Pacífico colombiano. Flower González (1953) destaca en sus cuentos por el interés por la naturaleza mítica y las tradiciones orales que ha recogido y que actualiza, como en “El perro negro”, un breve texto que se apoya en lo maravilloso tradicional.

Las dos escritoras que se incluyen son Amalia Lú Posso Figueroa (1947), que ha difundido la cultura oral, Cantos eróticos del Pacífico colombiano, y Sonia Nadhezda Truque (1953). Las dos son muy diferentes pues la primera, arraiga en la oralidad, en la poesía, la música y el folclore que también difunde; vitalista, capta bien la sensualidad del entorno “Fidelia Córdoba”, relato que se ambienta en lo popular y en lo fantástico, no exento de humor; la segunda, hija de Carlos Arturo Truque, es una narradora urbana que toma su tema de la violencia colombiana. “La agente doble” de Truque es un buen cuento, bien llevado y actual. De ella dice Fabio Martínez que es una “Joven escritora cosmopolita, con una literatura de soledad en las grandes urbes y literatura de thriller” (p. 11).

Cierran la antología las obras de dos jóvenes escritores: Kevin Riascos y Yaír Andrés Cuenú ambos nacidos en 1998, los dos con sendas obras muy arraigadas en el mundo popular. Son dos promesas de la literatura que establecen el puente entre la tradición y la modernidad literaria. “Incondicional”, sobre el tema de la madre protectora y “La reina, el fotógrafo y su ayudante” en el que se funde lo popular y el desparpajo juvenil.

Según el autor de la antología, en ella “recoge lo más representativo del cuento del Pacífico colombiano” y “lo más selecto de la narrativa de la región” con lo que el libro “se convertirá en un referente indispensable para los amantes de la literatura y los investigadores y estudiosos de esta rica región del país” (p. 12). Es cierto que esta antología debe ser tan solo un comienzo, prueba de ello es la imprecisión de los datos y la falta de fechas necesarias, en bastantes casos, para situar en el tiempo a los autores. Ello debe dar paso a una mayor difusión de los textos y también un mayor conocimiento de los narradores, que en algún caso ni siquiera aparecen de manera mínima en internet, el medio fundamental para el conocimiento en nuestro siglo.

Carmen Ruiz Barrionuevo
(Universidad de Salamanca)

Elena Sánchez Mora: Madres, mentoras, mediadoras. Reconciliando espiritualidad y feminismo en la narrativa de escritoras latinoamericanas del siglo xx. Santiago de Chile: RIL Editores 2021. 204 páginas.

Existen muy pocos estudios críticos que busquen establecer una conexión entre la teología y los estudios de género. Esto se debe en parte a que en el imaginario occidental la Iglesia y el cristianismo simbolizan espacios conservadores, represores y sin agencia para las mujeres. Frente a esta situación, Elena Sánchez Mora propone el siguiente estudio desde la necesidad de establecer un diálogo entre el feminismo y la espiritualidad a partir del análisis literario de escritoras latinoamericanas. De esta forma, centra su análisis en personajes femeninos que buscan una espiritualidad no restringida por los dogmatismos de la Iglesia católica oficial, sino que más bien es guiada por una mezcla de tradiciones de raíces indígenas, cristianas, europeas y africanas.

En el aspecto estructural, la investigación se divide en seis secciones. La primera contiene conceptos teóricos claves sobre el desarrollo espiritual desde un punto de vista feminista. La segunda sección explora dos modelos históricos de desarrollo espiritual, Teresa de Ahumada (España, siglo xvi) y Juana de Asbaje (México, siglo xvii). Del mismo modo, se proponen los prototipos de religiosidad femenina “beautiful soul”, “doncella guerrera” y “mojigata o beata”. Los capítulos tres, cuatro y cinco presentan una visión panorámica de la espiritualidad femenina en los textos de escritoras latinoamericanas de fines del siglo xix hasta la segunda mitad del siglo xx. Finalmente, el capítulo seis cierra el libro con una conclusión que establece las principales conexiones entre la teoría y los textos estudiados.

Resulta esclarecedor el marco teórico que se emplea, puesto que permiten mostrar una espiritualidad alternativa, la cual otorga una agencia feminista a las mujeres. A partir de la referencia a los teólogos Jeanette Blonigen Clancy y Dennis Tamburello, la autora busca definir la espiritualidad como aquella experiencia de unión íntima con un poder superior, la cual está abierta a todas las personas. Asimismo, hace hincapié en que la espiritualidad debe ser apoyada por una comunidad que no necesariamente se tiene que identificar con instituciones ortodoxas o seguir una tradición cristiana tradicional o implicar creencias dogmáticas. Del mismo modo, siguiendo las ideas de Carol Flinders, en el caso de las mujeres, estas han estado encargadas del mantenimiento de la espiritualidad y han sido las transmisoras de prácticas religiosas esenciales. A partir de las conexiones trazadas entre espiritualidad y feminismo, se busca sostener que ambas son subversivas frente al patriarcado.

También toma como ejemplo la historia de las hermanas de Lázaro, Marta y María, las cuales aparecen en el evangelio de San Lucas en la Biblia. La autora argumenta que la combinación de ambas produce un sentido más completo de espiritualidad, puesto que María llega a representar una obsesión con lo espiritual, tomando la forma de la “beautiful soul”, y Marta se convierte en el modelo de la buena esposa, que es el prototipo del “ángel del hogar” en el siglo xix. Además, existen dos prototipos conectados con la “beautiful soul”. Por un lado, la “doncella guerrera” caracteriza a mujeres jóvenes que se involucran en la guerra, ya sea en un campo de batalla real, vestidas de hombre, o defendiendo su fe de otras maneras, y que sacrifican su papel tradicional de mujer sumisa en nombre de una causa mayor. Por otro lado, la “mojigata o beata” hace referencia a las mujeres que no pertenecen a órdenes religiosas formales, pero viven en comunidades de mujeres que desempeñan prácticas religiosas como orar o actuar como catequistas. También se refiere a la mujer soltera obsesionada con los rituales ceremoniales de la Iglesia, pero que no es capaz de establecer un contacto íntimo con la divinidad.

La investigación de Elena Sánchez Mora sugiere que las mujeres de luz son aquellas cuyo empoderamiento espiritual se basa en el equilibrio y la conexión y que además ejercen funciones relacionadas de madre, mentora y mediadora. Los dos ejemplos principales que propone de mujeres de luz son Teresa de Ahumada y Juana de Asbaje. La primera, Teresa de Ahumada –también conocida como Santa teresa de Ávila– buscó realizar una reforma en los conventos para convertirlos en espacios donde las mujeres pudieran desarrollarse espiritualmente. La segunda, Juana de Asbaje –sor Juana Inés de la Cruz– defendió los derechos de las mujeres a estudiar como medio para participar más plenamente en la Iglesia. Ambas figuras transmiten valores de responsabilidad individual y colectiva y actúan como enlaces para el desarrollo de las mujeres.

Un primer grupo de madres-mentoras-mediadoras se observa en las autoras indigenistas y neoindigenistas Clorinda Matto de Turner, Rosario Castellanos y Elena Poniatowska. Por un lado, el personaje de Lucia en la novela Aves sin nido (Matto de Turner 1889) personifica el cristianismo auténtico, en cuanto actúa como instrumento divino al enseñarles la doctrina cristiana a sus hijas adoptivas, luchar contra la corrupción patriarcal, y el abuso sexual y económico perpetuado por la Iglesia. En Aves sin nido el lazo entre mujeres indígenas y mestizas responde a la agenda liberal-feminista de Matto de Turner, la cual implica el conflicto irresuelto entre la modernización y el conservadurismo en relación con los asuntos de género y raza. Por otro lado, en Balún-Canán (Castellanos 1957), el personaje de la nana despliega características de madre-mentora-mediadora al proteger y cuidar a la niña protagonista, quien relata su vida con su familia terrateniente. La nana inicia a la niña en creencias indígenas basadas en el respeto a la naturaleza, lo que le da otra visión del mundo. En Oficio de tinieblas (Castellanos 1962), el personaje de Catalina, esposa del juez anterior del poblado de San Juan Chamula, da a luz ídolos de piedra que representan los dioses antiguos, que la hacen instrumento de su misión de preservar la cultura indígena. En ambos casos, estos personajes actúan como enlace entre los diversos elementos socioeconómicos, raciales, de género, históricos, de edad y religiosos. Asimismo, muestran signos de desarrollo espiritual, en contraposición a la mayoría de los personajes blancos femeninos que no llegan a experimentar ningún tipo de desarrollo de naturaleza espiritual. En Hasta no verte Jesús mío (Poniatowska 1969) la autora se enfoca en los efectos de la migración del campo a la ciudad como producto de la modernización en una mujer desposeída. El personaje de Jesusa busca la independencia física y emocional a través de la espiritualidad. A partir de una mezcla de tradiciones como prácticas indígenas de limpias espirituales y el culto a los santos y a la Virgen, encuentra una validación que no haya en instituciones estatales y eclesiásticas, lo que permite abrir espacios espirituales democráticos y ofrece a las mujeres posiciones de prestigio. En todos los casos, los personajes femeninos se enfrentan a espacios conservadores y tradicionales en busca de libertad o nuevas formas de acción, lo cual simboliza el origen del modernismo.

El siguiente capítulo desarrolla personajes femeninos que centran su espiritualidad fuera de la tradición cristiana, es decir, en el espiritualismo, las tradiciones indígenas y las creencias religiosas afrohispanas. En La casa de los espíritus (Allende 1982) el personaje de Clara se posiciona como madre-mentora-mediadora en cuanto transmite su espiritualidad a su nieta Alba. A su vez, Alba pone en práctica las enseñanzas de Clara al enfrentarse al encarcelamiento y la tortura del régimen represivo, dejando escrita la historia de su familia, que a su vez refleja la historia de su país. De esta forma, Alba busca la protección del espíritu de Clara, para sobrevivir la tortura por medio de la escritura.

En Como agua para chocolate (Esquivel 1989), el personaje de Nacha –la nana y cocinera de la familia– se convierte en una suerte de madre sustituta al cuidar y proteger a Tita. Después de su muerte, Nacha adquiere poder al transformarse en espíritu y continúa transmitiéndole a Tita los secretos de la sabiduría indígena, tales como el arte culinario, su conexión con el amor y sus conocimientos como partera. En La increíble historia de La santa de Cabora (Domecq 1990), el personaje de Huila, quien es una curandera indígena y que trabaja como ama de llaves en la casa principal del rancho, formará parte esencial en la transición de Teresa, de hija ilegítima a santa. Huila introduce a Teresa al mundo de su padre, así como a las tradiciones curativas indígenas. A su vez, a través de estas tradiciones, Teresa se relaciona con los pobres y los indígenas en tanto se convierte en un lazo con la revolución mexicana. Tanto Nacha como Huila son aspirante a mujeres de luz, en cuanto buscan lograr un equilibro y una conexión con las protagonistas. A pesar de que tienen un papel de subordinadas dentro de una familia blanca, ambas son portadoras del conocimiento de la naturaleza y del alma.

Asimismo, en La milagrosa (Boullosa 1993), el personaje de Elena, conocida como la milagrosa, tiene el don de hacer realidad los deseos de otros a través de sus sueños. Tanto la milagrosa (Elena) como la santa (Teresa) ven mermada su espiritual por medio de su sensualidad. La milagrosa es una mujer espiritual posmoderna que pierde su poder de transformar deseos en milagros cuando tiene una relación personal con el detective, a quien salva de su tendencia a seducir mujeres. La santa no logra reconciliar la sensualidad con los poderes sobrenaturales, y por lo mismo no adquiere un balance entre equilibrio personal y conexión social. Por otra parte, en House on the Lagoon (Ferré 1995) se narra la historia de Puerto Rico a través de la familia Mendizábal. El personaje de Petra, quien trabaja como ama de llaves y es descendiente de un jefe africano esclavizado, practica rituales de santería y resguarda los escritos de Isabel del esposo de esta. De manera similar, en La casa de los espíritus (Allende 1982), Clara le enseña a Alba a preservar sus pensamientos en un diario, lo cual se transforma en la historia de su familia y la del país. Ambas –Petra y Clara– actúan como guardianas-inspiradoras como parte de su papel de madres-mentoras. Los personajes analizados en esta sección son ejemplos certeros de espiritualidades disidentes, lo cual permite ejemplificar bien el argumento propuesto por Sánchez Mora. Sin embargo, más importante de recalcar me parece la comparación entre mujeres que realiza la autora de este estudio. Al lograr situar en contextos similares a los diversos personajes femeninos analizados se logra constatar el equilibrio y la conexión imperantes en la comunidad de madres-mentoras-mediadoras.

La última parte de su análisis se centra en personajes que adoptan una espiritualidad femenina heterodoxa hacia la religión católica, con lo cual adoptan formas espirituales subversivas. En La mujer habitada (Belli 1989), el personaje de Inés es una mediadora entre los valores sociales del catolicismo y el marxismo, lo cual permite subrayar la importancia de la justicia social. Motivada por su feminismo, Inés funge el papel de mentora de su sobrina Lavinia, a quien enseña la necesidad de encontrar su propio lugar en el mundo. De esta forma, no existe un conflicto entre espiritualidad y feminismo, porque la caridad cristiana se refleja como valor universal. En la novela In the Time of the Butterflies (Álvarez 1995), la autora analiza el personaje de Patria como mediadora entre la Iglesia católica y el marxismo. La representación de Patria como sujeto femenino y las implicancias de su activismo político permiten reevaluar los valores religiosos, en cuanto representa la combinación de fe y acción política presente en muchas revoluciones latinoamericanas. En Dulce compañía (Restrepo 1995), el personaje de Crucifija utiliza su espiritualidad para ser una mediadora entre la Iglesia católica y la gente de una comunidad urbana marginalizada, lo cual permite que se inserte entre lo premoderno y lo moderno. Para Sánchez Mora, Restrepo propone, en esta novela, una interacción dinámica entre la ciudad y el barrio bajo, la cual se encuentra representada por sus tres personajes principales, que a su vez asemejan una trinidad. Considero sumamente importante recalcar que la elección de estos personajes femeninos se encuentra motivada en la falta de análisis críticos y/o en la omisión completa de ellos por no considerarlos relevantes para la trama, cuando el estudio de Sánchez Mora demuestra que son imprescindibles para el desenvolvimiento de los personajes principales.

Se puede concluir que la investigación propuesta por Elena Sánchez Mora trabaja de manera minuciosa y con muchos detalles la necesidad de construir una visión panorámica del desarrollo de modelos positivos de crecimiento espiritual femenino en la literatura de narradoras latinoamericanas. En las novelas analizadas, las mujeres de luz que propone buscan recobrar los valores originales del cristianismo para aplicarlos a su propio tiempo y espacio como mujeres.

El texto se presenta como una propuesta innovadora y necesaria para los estudios literarios, así como los estudios de género y feministas, en cuanto proporciona abundante y relevante bibliografía al respecto. Asimismo, constantemente se aprecia la voz de la autora, lo cual permiten distinguir entre las ideas de las fuentes bibliográficas consultadas y sus propias reflexiones críticas. Ha resultado fascinante la propuesta de establecer un diálogo entre la espiritualidad y el feminismo, puesto que llama a la creación de comunidades de mujeres, a la vez que permite quitar el estigma de que el cristianismo no puede ir de la mano con el desarrollo individual y social de las mujeres.

Rocío del Águila Gracey
(The Graduate Center, City University of New York)

José Ignacio Padilla: El poema se derrite. Lima: Meier Ramírez 2021, 144 páginas.

Este libro constituye un conjunto de once textos entre reseñas, notas y charlas en su mayoría sobre poesía peruana contemporánea. El autor, José Ignacio Padilla, estudio Literatura en Perú y se doctoró en Princeton University. Editó volúmenes en homenaje a César Vallejo y César Moro, ha publicado ensayos y artículos sobre poesía en revistas como Hueso húmero y Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. En 2014 publicó El terreno en disputa es el lenguaje. Ensayos sobre poesía latinoamericana, donde rastrea la poesía conceptual como una forma de experiencia desde la resistencia de la significación en poéticas contemporáneos latinoamericanas. En concordancia con dicha temática, este libro continúa el interés por la poesía conceptual y el proceso de la significación principalmente en poetas peruanos: César Vallejo, Magdalena Chocano, Rodolfo Hinostroza, Mario Montalbetti, Roger Santiváñez, entre otros. A continuación, haré un análisis de los textos más importantes.

El primero de ellos titulado “Lugares y tiempos en Vallejo”, examina tres escritos del poeta: el poema titulado Trilce, donde se define un espacio por negación “no es, no es, no es” (p. 13) y se introduce: “una cuña en el espacio, un lugar dentro de los lugares, entre los lugares, ni lejos ni cerca. Una especie de intersticio entre el aquí y el aquí” (p. 13). El segundo es una crónica de 1926 donde se introduce un “espacio de la percepción realista y de la identidad que Vallejo reinventa” (p. 15). El poeta describe la ciudad de París, icono de la modernidad, de tal manera que es imposible perderse en sus calles, pues todas las experiencias son previstas por el mercado. Y el tercer escrito es un poema póstumo en prosa de 1988 donde Vallejo refiere al individuo “a un potencial, a un punto o una instancia más acá de la subjetividad (…) su condición de posibilidad” (p. 17). Entonces, en estos tres escritos Vallejo, según Padilla, introduce tres vértices de lugares y tiempo: un vértice que nos muestra que vivir en el lenguaje implica una fisura o una cuña insalvable; otro vértice que revela cómo la modernidad oculta el terreno real del mundo y finalmente otro vértice que señala el anclaje del lenguaje en el cuerpo como potencialidad.

Otro texto importante es “La máquina de las palabras se detiene: Rafael Espinosa y Emilio Lafferranderie”. Aquí, Padilla parte de la definición operativa de la lírica de Roberto Quance. Esta concibe el poema “como una suerte de ritual en el que el decir equivale a un hacer” (p. 33). Y, por tanto, el lector, cuando lee, puede ocupar la posición del yo en el poema abriendo la posibilidad de hablar junto al poeta. Esta definición es usada para analizar la escritura, en primer lugar, de Rafael Espinosa (Lima, 1963) en su poemario Amados transformadores de corriente (2010). Para Padilla, en este libro, “lo que se le ofrece al lector es un proceso de desidentificación y, al mismo tiempo, una posición intersticial y colectiva” (p. 40). Dicha posición se funda en operaciones textuales de tipo sonoras como el deseo de ser radio, el ruido de la orina, un ruido que se expande y genera otro ruido rotundo, amorfo y mutante.

En segundo lugar, esta definición operativa es usada para pensar lo que hace Emilio Lafferranderia (Lima, 1972) en Lugares prácticos (2004) y Caracteres (2009). En estos libros el autor borra toda huella de sí y solo quedan algunos fragmentos del lenguaje, del mundo sin una unidad establecida. Según Padilla “se trata de un poeta difícil y quizá la clave para su lectura sea abandonar el deseo de identificar la unidad del poema –la unidad del evento-sujeto-voz-espacio-tiempo” (p. 43). Por ejemplo, en Lugares prácticos (2004) no hay espacios conocidos, ni paginación, ni mayúsculas. Los poemas crean una serie, “una repetición de elementos que cobra unidad en la serialidad, más que en el mismo evento del poema. Aquí no hay síntesis. Más bien encontramos lugares de paso” (p. 45). Por otro lado, en Caracteres (2009), significante y significado coinciden en modo de negatividad y eso produce cierto retraso, pues “el lenguaje se despliega, lentamente; se va deteniendo, cae inerte. Esta duración que cesa enfatiza que el lenguaje se aleja de nosotros” (p. 47). Por tal motivo, cuando se abandona el sentido, es decir, el objeto y su relación simbólica, lo que resta es la materialidad de la voz misma. “Con esta operación Lafferranderie sacude una convicción del sentido común: que existe un lugar de la voz y que en él coinciden individuo, sujeto, voz propia” (p. 49). Por ello, en ambos poetas la posición del sujeto con la que identificarse no es clara y excede la definición de Quance. Para Padilla estas dos poéticas suponen un giro donde esa “reificación del lenguaje está siempre escindida, por la disociación del cuerpo y la voz”. Y dicha disyunción moviliza flujos y reflujos. Es decir, se libera el flujo del sentido abriéndose a otras intensidades.

Otro texto importante es “El poeta defeca y tiene que comer para escribir: vuelta a Rodolfo Hinostroza y Hora Zero”. Padilla se propone aquí introducir algunos matices sobre Hora Zero, movimiento poético peruano de los setenta, a través de sus libros fundacionales, Kenecort y Valium 10 (1970) de Jorge Pimentel, Un par de vueltas por la realidad (1971), de Juan Ramírez Ruiz y En los extramuros del mundo (1971) de Enrique Verástegui, en contraste con el manifiesto del movimiento y frente al poemario Contra natura (1971) de Rodolfo Hinostroza. Con respecto a Palabras urgentes (1970), manifiesto de Hora Zero, allí el poeta es concebido como un trabajador de la fuerza, de la alegría que debe criticar la retórica burguesa y defender la autonomía del arte frente a las acciones estatales, cívicas y del mercado. Para ello, el poeta debe usar un lenguaje sencillo, popular, directo, duro y sano.

Sobre los poemarios, el de Pimentel implica un uso del lenguaje coloquial, directo, prosaico. “Se escribe como se habla” (p. 74). Además, hay un interés por hacer visible las condiciones de producción del mismo poemario lo cual demuestra un interés por un sujeto muy actualizado y presente, “un sujeto voluntarista/autoritario” (p. 76). Se trata de un proyecto realista más que vanguardista.

Justo al frente se encuentra el libro de Hinostroza, que funciona primero como un descredito de las revoluciones en general seguido de una defensa ensimismada de la posibilidad de una utopía del deseo y del cuerpo. Según Padilla el poemario es un ataque al lenguaje retórico y metafórico, en favor de una apuesta por un nuevo lenguaje: “Se trata de una torsión sobre el mundo y el lenguaje. Desretorizado, el lenguaje es puro deseo. Esa es la utopía, y tiene más pregnancia y más duración, es más histórica, que el discurso identitario del programa ideológico” (p. 81). Por último, se ubica el libro de Ramírez Ruiz donde el “trabajo poético es concebido como un flujo de energía vital, que avanza triunfante, casi mecánicamente, como un tren” (p. 82). Es decir, hay concordancia con el manifiesto del grupo y el trabajo de la alegría, porque el sujeto se aleja de su propio cuerpo y eso lo vuelve agente de una fuerza externa. Asimismo, se incorpora elementos de los medios de comunicación de masas: avisos clasificados, notas puestas en los tablones de anuncios en las esquinas, muros y quioscos. En consecuencia, otras sensibilidades entran en juego para construir “Un sujeto colectivo, herido, migrante, popular” (p. 84). Para Padilla, este proyecto poético del trabajo alegre resultó en una utopía, pues lo que triunfó al final fue la mercantilización de la vida donde la autonomía es siempre producto del mercado en tensión consigo mismo (p. 86).

El siguiente texto es “El poema se derrite”. Allí, Padilla hace un recorrido enumerado y somero de la poética de Roger Santiváñez, desde sus inicios, en los años ochenta, donde intentaba una poesía “achorada”, insolente, coloquial, urbana, de la calle, pero leía poesía culta peruana: Martín Adán, Westphalen, Eielson; hasta muchos años después cuando se le asoció, incorrectamente, con los neobarrocos. Pasan los años y en la actualidad Santiváñez ya no vive en Lima o en su Piura natal, sino entre Nueva Jersey y Filadelfia, A pesar del cambio evidente, escribe y sus poemas no son ni neobarrocos ni urbanitas. Son según Padilla “caídas, quiebres que no empobrecen, sino que enriquecen su registro […] Parece decir: la poesía está en otra parte. El poema se derrite” (p. 114). La variación entre estos dos polos, entre el lenguaje coloquial y el neobarroco, implica dos cuestiones: una recuperación de la cultura viva y el reconocimiento de la autonomía de la forma. Para salir de esta disyuntiva el poeta explora otro terreno. “El terreno de juego y el terreno en disputa es ahora el lenguaje. Y las formas de Santiváñez exploran ahora ese terreno” (p. 115). Por ejemplo, en su nuevo poemario Roberts pool crepúsculos (2012) se traza y elige libremente los materiales e incluso los versos se truncan y encabalgan como punto de fuga melódico hasta concluir en el completo derretimiento del poema al final del libro, ya que se condensa el tiempo con el ritmo formando cacofonías y onomatopeyas.

En el siguiente texto, “Condiciones de uso: Felipe Cussen”, Padilla analiza un video poema donde el poeta aparece con un cartel escrito a mano con el título “Condiciones de uso” y luego hay una voz en off acelerada que lee un texto como las condiciones de uso de cualquier medicamento, pero donde el poema reemplaza al fármaco. Por ende, el video pone en evidencia las condiciones de su propia producción: el poeta es un trabajador autónomo, auto explotado, casi no remunerado, que ocupa su propio tiempo de ocio para trabajar, que hace el mismo gesto famoso de Bob Dylan en su video “Subterranean Homesick Blues”, que utiliza mecanismos propios de la publicidad, que hace propaganda de sí mismo, que sustituye su voz por la de una maquina acelerada. Con todo ello, según Padilla, “el contenido de la obra son las condiciones de uso de ese producto” (p. 120). No hay un mensaje a modo de ética sobre la vida o la sabiduría. Es un paratexto que funciona como el afuera del contenido, que a falta de un adentro, se vuelve lo único que se puede leer y que apunta a sí mismo.

Ante la pregunta ¿dónde está el poema? habría que recurrir a la idea que el lector tiene que aceptar sin un contenido visible, que lo que lee es un poema, aunque no lo parezca. Y lo que hay es justamente un juego de esa indecidibilidad del poema. Además, tampoco queda claro quién habla en el poema, pues el poeta no habla, habla una voz en off acelerada. Por lo cual, para Padilla estamos frente una obra conceptual donde “el contenido no está hecho de significados señalados, sino más bien del señalamiento mismo, de la práctica de enmarcar, torcer hacer un gesto. El contenido es la forma, que es el lenguaje señalándose a sí mismo” (p. 126). Y este señalamiento se pone en marcha no a través de una obra, sino un performance, una práctica que invierte lo interno y lo externo, el centro y el afuera, contenido y continente. “La práctica implica o quiere ser un gesto crítico que visibiliza aquello que es invisible: la dimensión material […] las condiciones de producción, existencia y uso” (p. 127).

En el último texto, “Eielson post-simbólico / Escultura de palabras”, Padilla hace una lectura de la poesía de Eielson publicada únicamente desde la segunda mitad del siglo xx hasta Habitación en Roma (1952) como si fuese toda su obra. Así, por ejemplo, encontramos Tema y variaciones (1950) donde aflora la herencia de la vanguardia, se abandona el vocabulario poético retórico clásico y se “abre procesos de des-identificación, de anti-expresividad y de des-materialización del objeto” (p. 133). El poemario se entrega a un componente lúdico, dado que explora al máximo las configuraciones posibles entre elementos de una matriz musical y verbales. Por lo tanto, se producen dos procesos complementarios: desidentificación del sujeto y el surgimiento de los sentidos. De este poemario Padilla recoge especialmente inventario, poema que funciona como autorreferencial, pues al inicio hay un inventario que va descendiendo desde elementos celestiales pasando por el escritorio del poeta hasta detenerse sobre sí misma, en la metáfora de la torre de palabras. Para Padilla, “el poema es un cuestionamiento de la noción empírica del lenguaje y una indicación de las condiciones de existencia del lenguaje y la escritura, la oscilación entre significación y objetualidad” (p. 136). Por otro lado, en Habitación en Roma (1952) una fractura del esquema de la percepción pone en crisis todo lo narrado, “La resonancia con el mundo se reemplaza por la exterioridad del mundo: el lenguaje y el mundo se viven como superficies sin interior” (p. 138). Padilla asegura que se trata de quitarle el velo al mundo, rasgar lo real para abrir la puerta a una nueva experiencia poética: la escultura de las palabras donde la intensidad se produce como si se apretara las palabras.

Para concluir, este libro puede funcionar en el sentido de “enmarcar el marco”, según lo entiende Judith Butler (2010), de ciertas poéticas de la literatura peruana que ponen el foco en el lenguaje. En la pintura cuando un cuadro es enmarcado es una manera, también, de comentar o ampliar la propia imagen. Incluso como un auto comentario sobre el marco propiamente dicho. En tal sentido, Padilla pone en tela de juicio el marco general de las poéticas tratadas lo que demuestra que dicho marco nunca incluyó realmente el escenario que se suponía que iba a describir, y que ya había algo fuera (vértices, el mercado, el lenguaje, las condiciones materiales, etc.) que hacía posible y reconocible, el sentido mismo del interior de la obra.

Vladimir Litmam Alvarado Ramos
(Universidad de Salamanca)

3. HISTORIA Y CIENCIAS SOCIALES: ESPAÑA

Carmen García Monerris: Mérito, virtud y ciudadanía. José Canga Argüelles (1771-1842). Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales 2021. 502 páginas.

No desvelo nada nuevo al afirmar que la profesora Carmen García Monerris es una de las mayores especialistas en ese periodo de la historia de España que discurre entre la crisis del Antiguo Régimen y los comienzos del Liberalismo. Con una dilatada obra a sus espaldas, la autora nos presenta ahora una biografía de José Canga Argüelles, un hombre de vital importancia en esas décadas tan turbulentas, cuya trayectoria vital, como se refleja en este libro, resulta sumamente interesante. Desde luego, no es la primera vez que García Monerris se acerca al personaje, pues, a través de estudios parciales, ya había dado cuenta de su obra y de sus quehaceres. Sin embargo, con el libro que ahora presenta se reconstruye su historia personal, profesional e intelectual. Aunque hay que advertir que no se trata de la suma de trabajos anteriores. Ni mucho menos. Es una obra que nace con una concepción propia y autónoma.

Es posible que no fuera uno de los primeros espadas del momento, pero, sin duda, fue un hombre clave en la historia de España de esos años. Solo por su archiconocido Diccionario de Hacienda, Canga Argüelles cuenta ya con un lugar destacado en los libros de historia. Sin embargo, a raíz de la obra escrita por García Monerris, precisamente lo que se demuestra es que fue mucho más que su diccionario. Hacendista de reconocido prestigio, fue uno de los primeros ministros del ramo en la época contemporánea. En un momento especialmente difícil para las arcas del Estado, coincidiendo con la crisis del Antiguo Régimen, marcado por la guerra, la revolución y las insurgencias americanas. En ese contexto, José Canga Argüelles se convertiría en creador y divulgador de esos principios liberales sobre los que habría de asentarse esta rama de la Administración, profundizando de este modo en las investigaciones llevadas a cabo en su día por el profesor Fernando López Castellano, entre otros.

Canga Argüelles era asturiano, como tantos otros personajes ilustres de estas décadas que aquí estamos analizando. Aunque abandonó pronto su tierra y pasó la mayor parte de su vida fuera de ella, primero desplazándose con su familia por los cargos de su padre (abogado de formación y servidor público) y después por su propia carrera profesional, que le llevó inicialmente a Valencia y después a Madrid, por no hablar del exilio que padeció durante el Trienio Liberal, como tantos otros liberales españoles. Y siempre con sus papeles a cuestas, ya que, aparte del Diccionario de Hacienda, Canga Argüelles escribió bastantes más obras. De hecho, como nos explica la autora, sus papeles fueron fundamentales en sus desplazamientos, así como en prisión, por la que también pasó, ya que rehacía constantemente sus escritos antes de darlos a imprimir. Por eso, en el trabajo de García Monerris la parte intelectual del biografiado ocupa de un lugar privilegiado. Conocedor de los autores liberales, trató de aplicar sus principios tanto en los distintos puestos de responsabilidad que ocupó, como en todas sus publicaciones.

Aunque, desde luego, hay tres palabras, perfectamente escogidas por la autora, que resumen bien la trayectoria vital de Canga Argüelles: mérito, virtud y ciudadanía. En efecto, más allá de una sociedad estamental en la que solo unos pocos eran unos privilegiados, José Canga representa a la perfección la idea del mérito. Tras la revolución liberal, el mérito se convirtió en el mejor ascensor social. Más allá de la nobleza de sangre, los individuos empezaron a ser recocidos por sus obras, es decir, por sus méritos. Comenzaba el tiempo de la meritocracia y nuestro personaje encaja perfectamente en él. Gracias a sus estudios, logró puestos de responsabilidad, siendo precisamente el mérito el que le dotó de estatus social. Pero, junto a él, la virtud. Un concepto que estuvo muy presente en algunos autores clásicos romanos. O incluso en el republicanismo. Evidentemente, Canga Argüelles no era un republicano avant la lettre, pero su sentido del deber encajaba perfectamente con esa idea de virtud que aquí estamos comentando. Muy vinculada asimismo a la idea de la ciudadanía. Con el fin de la monarquía absoluta y la proclamación de la Constitución, el ciudadano, dotado de derechos y deberes, sustituye a ese pueblo amorfo y pre-político. Canga, al amparo de la Constitución de 1812, se sintió ciudadano español, con lo que ello conllevaba. Me parece, por tanto, muy acertada esta tríada de palabras escogida por García Monerris para definir a nuestro biografiado. Proveniente del Antiguo Régimen, pronto se identificaría con esa nueva realidad y sociedad que denominamos contemporaneidad y que estuvo atravesada, no sin esfuerzo, por el ideario liberal. En este sentido, Canga Argüelles es un genuino representante de la época que le tocó vivir, con un coste elevado, por otra parte. Fue, en definitiva, “un personaje público que intentó hacer de los nuevos valores del mérito y la virtud los pilares de la construcción de una nueva ciudadanía como base, precisamente, para el gran proyecto del Estado Liberal” (p. 13). Un Estado Liberal que forja su propio concepto de nación, constituida por ciudadanos y donde, afirma Canga, el trabajo y el tributo constituyen dos elementos básicos. Hablaríamos de ciudadanos contribuyentes, otra de las ideas fundamentales de su pensamiento. Y es que la fiscalidad del nuevo Estado no podía ser la misma que la que había existido durante el absolutismo. Era preciso llevar a cabo una reforma fiscal en profundidad y Canga Argüelles siempre abogó por esta necesidad.

En todo caso, tal como se deduce de este libro, más que un político, Canga Argüelles fue un servidor público. Así, inició su carrera bajo el reinado de Carlos IV, es decir, bajo una monarquía absoluta en crisis, donde los vientos reformistas venían soplando desde tiempo atrás. Pues bien, al frente de la Contaduría y del Real Patrimonio de Valencia, Canga Argüelles trató de aplicar sus conocimientos en economía y de implantar sus reformas. Tal es así que sus conocimientos en la materia le valieron para ocupar la Secretaría de Hacienda durante apenas trece meses en medio de la Guerra de la Independencia. Desde luego, no parece que su presencia en semejante puesto diera frutos concretos ni que contribuyera a sacar al Tesoro del marasmo en el que se encontraba. Sí le valió, en cualquier caso, para reafirmarse en la mencionada idea del ciudadano-contribuyente. Pero las cosas cambiaron con la vuelta de Fernando VII. Como tantos otros liberales, Canga Argüelles sufrió persecución por sus ideas, al tiempo que se le condenó a ocho años de reclusión en el castillo de Peñíscola. Con el Trienio Liberal, Canga fue nombrado secretario de Estado y del Despacho Universal de Hacienda en ese gobierno presidido por Pérez de Castro y conocido como el de los presidiarios. La convulsa situación política hizo que permaneciera muy poco tiempo en ese puesto, si bien continuó en las Cortes como diputado por Asturias. Ahora bien, la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviados por la Santa Alianza, puso fin a esa etapa liberal y Canga Argüelles no tuvo más remedio que exiliarse a Londres. Fue allí, precisamente, donde publicó su Diccionario de Hacienda, comenzando una etapa de penuria tanto para él como para su familia, que se quedó en España. A partir de ese momento, nuestro personaje inició un acercamiento a Fernando VII con vista a poder regresar a su patria, modelando sus ideas liberales de corte progresista hacia un moderantismo cada vez más acendrado. ¿Oportunismo político? ¿Supervivencia? Quizás mera necesidad humana de una persona que deseaba regresar a su país con su familia. Semejante viraje es que lo permitió finalmente volver a España en 1831, aun a costa de retractarse de muchos de los postulados que había defendido con anterioridad. Retornado, su actividad pública debió disminuir sensiblemente, pues la autora no nos dice apenas nada sobre los últimos años de su vida, concluyendo el libro, desde mi punto de vista, de manera un tanto abrupta.

En definitiva, Canga Argüelles debe ser visto como un testigo de excepción de una época que sentó las bases de las nuevas ciencias de la administración y de la hacienda a partir de la economía política y de un periodo cargado de los términos de la Ilustración, pero, sobre todo, de la nueva realidad del liberalismo. De ahí que Carmen García Monerris le haya dedicado una monografía que resulta fundamental para el estudio de ese primer liberalismo en España. Bien documentado, estamos ante una obra sin concesiones, a veces incluso un tanto árida como consecuencia del rigor historiográfico empleado. Un libro, en cualquier caso, bien escrito, que aborda un periodo decisivo de la historia de España.

Carlos Larrinaga
(Universidad de Granada)

Sophie Bustos: La nación no es patrimonio de nadie. El liberalismo exaltado en el Madrid del Trienio Liberal (1820-1823). Bilbao: Universidad del País Vasco 2021. (Colección Historia Contemporánea). 240 páginas.

Desde hace unos años, el interés por el Trienio Liberal ha ido en aumento. De ser considerado un paréntesis efímero y anómalo en el largo reinado de Fernando VII, ha pasado a constituir el centro de atención de los historiadores interesados en el aprendizaje de la política por parte de la ciudadanía. Los pioneros trabajos de Alberto Gil Novales fueron, a este respecto, el inicio de este recorrido y las conmemoraciones de su ducentésimo aniversario han contribuido a consolidar una tendencia que ha visto en los tres años liberales un laboratorio de experiencias políticas fundamentales para entender la historia de España del siglo xix. Las numerosas reuniones académicas que han tenido lugar en los últimos años nos han mostrado la diversidad de enfoques a través de los que se está analizando este periodo, aplicando nuevas visiones historiográficas y prestando atención a temáticas poco exploradas hasta el momento. Buenos ejemplos de ello se encuentran en los volúmenes coordinados por los profesores Rújula, Frasquet y París: El Trienio Liberal (1820-1823): una mirada política. Granada: Comares 2021; y El Trienio Liberal (1820-1823). Balance y perspectivas. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza 2022). En este contexto es en el que se inserta el libro de Sophie Bustos titulado La nación no es patrimonio de nadie. Este trabajo es resultado de su tesis doctoral, dirigida con el rigor que le caracteriza por el profesor Juan Ignacio Marcuello y leída en la Universidad Autónoma de Madrid en el año 2017.

Partiendo de su tesis y habiendo incorporado a su estudio las últimas investigaciones acerca del Trienio liberal, la autora ha remodelado su trabajo para ofrecernos un análisis del liberalismo exaltado y su evolución entre 1820 y 1823. Desde su perspectiva, el liberalismo exaltado se nos presenta como una tendencia política compleja que a menudo ha sido estudiada como un todo, perdiéndose los matices ideológicos y políticos de la misma al considerar que, como grupo, los exaltados actuaron y respondieron a los desafíos políticos de su momento histórico de forma homogénea. La autora rebate esta afirmación para incidir en la heterogeneidad de esta cultura política en distintos niveles, lo que trata de demostrar en sus 240 páginas. El texto se organiza en cuatro capítulos precedidos de una introducción y cerrados con una conclusión final. A través de estos cuatro capítulos, la autora desmenuza la evolución política del periodo y sitúa en ella la actuación de los exaltados para explicar sus posicionamientos ante los hechos acontecidos en las proximidades del poder. El escenario en el que se sitúa el trabajo es Madrid y más concretamente la calle, el Congreso y una serie de espacios que podríamos considerar virtuales, como son la prensa, las sociedades patrióticas y las sociedades políticas (masonería y comunería). Hay que resaltar la importancia de los espacios, reales o virtuales, pues resulta fundamental a la hora de conocer más a fondo las estrategias y los discursos que adoptaron las diferentes culturales políticas en función del entorno y el público al que se dirigían. En este sentido, pienso que la autora ha acertado al tener en consideración este aspecto en su investigación, en lugar de quedarse únicamente con los debates en el Congreso y su proyección en la prensa. Metodológicamente, el libro se apoya en los presupuestos de la historia política y de la historia cultural de la política, a pesar de lo cual esta segunda base metodológica es, tal vez, menos perceptible en el desarrollo del trabajo que la primera. Por lo que respecta a las fuentes, el estudio se fundamenta sobre una amplia variedad de materiales, tanto archivísticos como hemerográficos: desde folletos y panfletos o el Diario de Sesiones de las Cortes hasta la prensa, prestando especial atención, como no podía ser de otra manera, a los periódicos exaltados. La propia autora destaca en su introducción la trascendencia que para su investigación ha tenido la documentación de los diplomáticos franceses que contemplaron la evolución de este periodo histórico desde Madrid. La mirada exterior a los hechos constituye, de hecho, un elemento de especial interés para conocer más a fondo el objeto de estudio. Son varias las cuestiones que podrían destacarse en el examen de este libro. Se señalarán aquí algunas de ellas.

En primer lugar, destacaría el análisis que la autora realiza del propio concepto de “liberalismo exaltado” y, en particular, de lo que significó en el contexto político del momento ser un “exaltado”. Como no podía ser de otra manera, se retrotrae a la Revolución francesa para explicar no solo el origen del término, sino el campo semántico a él asociado. Sin embargo, no se queda ahí, sino que sitúa el propio término exaltado en el marco de la lengua castellana a través de los diccionarios históricos de la Real Academia Española. A esta cuestión se dedica un pequeño apartado en el capítulo primero, aunque hubiera sido de gran interés profundizar en ello a través de la propia autopercepción de los denominados exaltados y de las connotaciones que sus oponentes políticos atribuyeron a tal concepto. Es cierto que a lo largo del libro se van dejando pistas al respecto, pero se trata de un tema de gran interés en el que se halla la médula del rechazo que esta corriente generó en algunos de los liberales que reinterpretaron el pasado reciente una vez que, fallecido el rey Fernando VII y regresados del exilio una buena parte de los protagonistas del Trienio liberal, se consolidó el régimen liberal en España. En cualquier caso, y más allá de nominalismos, el libro se ocupa también de la construcción tanto de los símbolos como de la arquitectura asociativa y periodística de esta corriente política. Dado que no nos hallamos ante un sistema de partidos y ante unas organizaciones como las que conocemos actualmente –modernas y estructuradas– al hablar de asociacionismo y de prensa “de partido” podría remitir a ideas en absoluto aplicables al inicio del siglo xix. Sin embargo, sí podemos mencionar sociedades y periódicos a través de los que rastrear, como hace la autora, tanto las ideas como los individuos que se encuadran en la cultura política liberal exaltada. En el libro se hace hincapié en tres elementos: el papel de la Sociedad de Caballeros Comuneros, la prensa (en especial, el periódico El Zurriago) y el teniente coronel Rafael del Riego. Este último aparece, para los exaltados, como el receptáculo más visible de las injusticias cometidas por los gobiernos. Poco a poco, el personaje de Riego ha ido alcanzando una importancia más significativa en el estudio del Trienio liberal, no tanto por su actividad política durante el periodo, que no fue especialmente relevante, sino por haberse convertido para los exaltados en el referente simbólico del liberalismo “auténtico”. De hecho, su biografía más reciente, escrita por Víctor Sánchez Martín, se titula precisamente Rafael del Riego, símbolo de la revolución liberal. En esta línea lo analiza la autora en la presente investigación.

Uno de los temas centrales del libro es la creciente tensión política, que se aborda en dos niveles. Por una parte, la tensión entre la calle (entendida en un sentido amplio) y las instituciones (Cortes y gobierno). Por otra parte, la tensión entre el rey y esas mismas instituciones. Esta doble tensión ha interesado a todos los estudiosos del Trienio Liberal pues, en última instancia, constituye la base de la agitación política del periodo y evidencia las dificultades del estado liberal para consolidarse en un contexto en el que confluyeron expectativas políticas y sociales con diferentes objetivos, tanto desde las culturas políticas liberales como desde la reacción. Las afirmaciones de liberales como Flórez Estrada acerca de la potestad de los pueblos para vigilar y controlar la gestión de los gobernantes (uno de los principios elementales del liberalismo clásico) fundamentaba para los exaltados, nos explica la autora, la actividad de las sociedades y de las publicaciones periódicas que, a través de sus consignas políticas, agitaban a la población desde el espacio público, ya fueran las calles, ya fueran los lugares en los que se reunían dichas sociedades. En este sentido, se interpreta esa actividad política en clave de vigilancia ante potenciales abusos del poder, en una dinámica de creciente hostilidad entre las dos principales facciones del liberalismo: moderados/doceañistas y exaltados. La plasmación más evidente de ese combate se produjo en el asesinato del sacerdote Matías Vinuesa en mayo de 1821, en la denominada “batalla de las Platerías” (18-9-1821) y en las revueltas populares en Andalucía a finales de ese mismo año. Y es precisamente en ese marco de radicalización creciente en el que la autora integra decisiones gubernamentales como la prohibición de las sociedades patrióticas, la destitución de Riego de la capitanía general de Aragón y la restricción a las libertades. Para los liberales más conservadores las demandas de la calle desafiaban la autoridad constituida y ponían en peligro el propio régimen. Por otra parte, la tensión entre las instituciones y la calle no puede ocultar el otro gran foco político del momento: el conflicto entre esas mismas instituciones y, en particular, los sucesivos gobiernos, con el rey. En el libro se presta una menor atención a este asunto pues, siendo significativo, tiene una relación más tangencial con la evolución del liberalismo exaltado. Sin embargo, la autora nos ofrece aquí otro vector de análisis extremadamente interesante: la perspectiva de la diplomacia francesa que, desde una atalaya privilegiada, estuvo situada en el centro del huracán político del momento. Las conclusiones que se pueden extraer de este análisis vienen a consolidar lo que ya conocíamos por trabajos apoyados en otro tipo de fuentes: la firmeza del rey Fernando VII en obstaculizar el desarrollo político de la experiencia liberal y su negativa a aceptar cualquier programa que implicara una limitación a sus competencias como soberano. En este sentido, resulta clave el papel como mediador entre Fernando VII y Luis XVIII del embajador La Garde, quien llegó a proponer al monarca español que suavizara su resistencia a los inevitables cambios políticos de la época, siguiendo las indicaciones del rey francés. La situación llegó al extremo de que el propio La Garde fue víctima de la manipulación de los círculos cortesanos próximos a Fernando VII. El punto de no retorno en el conflicto entre el rey y las instituciones liberales fue, como es sabido, el golpe realista del 7 de julio de 1822.

Otras cuestiones de interés que se tratan en este libro son, por ejemplo, las contradicciones o, incluso, la indiferencia ante el tema americano por parte de los liberales españoles, como señaló en su momento el diputado mejicano José Miguel Ramos Arizpe. Asimismo, también habría que citar la contribución de este estudio a los diversos trabajos que han abordado la revolución española de 1820 desde una perspectiva transnacional. En este sentido, la autora estudia los trazos dejados por el liberalismo exaltado en el modelo revolucionario que sirvió de referente a otros procesos iniciados entre 1820 y 1822, dando especial importancia a la revolución napolitana de 1820-1821 y al papel de los emigrados italianos en el Madrid del Trienio Liberal.

En definitiva, nos hallamos ante un libro que ofrece una contribución significativa al conocimiento del Trienio liberal pues nos permite conocer más a fondo el proceso de construcción tanto de un inicial estado liberal como de la propia cultura política liberal, con sus múltiples variantes, ya definidas ante del exilio provocado por la entrada de las tropas del duque de Angulema en España, que aseguró la segunda restauración de Fernando VII como rey absoluto.

Raquel Sánchez
(Universidad Complutense de Madrid)

Carmelo Romero Salvador: Caciques y caciquismo en España (1834-2020). Madrid: Los Libros de la Catarata 2021. 206 páginas.

El clientelismo político es parte esencial de la historia contemporánea de España, y más durante el largo período de la monarquía liberal, lo que justifica la considerable atención que las ciencias sociales siempre le han prestado, además del arraigo social que ha alcanzado como fenómeno sociopolítico. Con este nuevo libro que reseñaremos en las siguientes páginas el profesor Carmelo Romero nos presenta un trabajo sobre el sistema político de España durante los siglos xix y xx, donde además también se indaga en la construcción del Estado liberal y la nación. Y todo ello lo hace a través de uno de los resortes tradicionales de estos procesos, las elecciones, utilizando siempre el variado y complejo argumentario que gira alrededor de la figura del cacique.

El primer capítulo –de un total de seis y un prólogo que firma el profesor Ramón Villares– nos presentan el concepto de caciquismo, su origen y su consolidación en la historiografía, haciendo especial énfasis en el clásico Oligarquía y caciquismo de Joaquín Costa (1901). Pero el historiador también referencia otros autores como Lucas Mallada o Macías Picavea. Junto a ellos, la novelística a la que recurre, además del enriquecedor elemento de imágenes, que como casi siempre ocurre tienen más incidencia en la ciudadanía que los ensayos más sesudos, nos transporta a la fina pluma de autores de época como Pardo Bazán, Pérez Galdós o Wenceslao Fernández Flórez. Carmelo Romero ofrece así un trabajo académico con valor de transferencia de cara a un público amplio.

El capítulo dos amplía el campo de análisis con el estudio de las sucesivas leyes electorales. Aunque el sistema creaba una estructura más o menos liberal y más o menos democrática, adquiere un sentido relativamente representativo según la ley electoral del momento. A partir del tipo de sufragio, la circunscripción, el sistema de elección, el censo o el colegio electoral “las leyes, en todos los ámbitos y facetas, responden prioritariamente a los planteamientos e intereses de los sectores que en ese momento son hegemónicos y dominantes” (p. 33). Las elecciones españolas 1834 estuvieron controlados por el gobierno, el mismo que las convocaba. Desde el poder se daban instrucciones a los caciques para que los sufragios coincidiesen con la condición del ejecutivo. Y esto fue así durante el siglo xix, llegando a una perfección durante la etapa de la Restauración, hasta las primeras décadas del xx.

Pero esta regla no escrita se quebró en las elecciones de 1931. Convocadas bajo el prisma legislativo restauracionista, no servirían para consolidar la monarquía de Alfonso XIII, sino para expulsarlo de la jefatura del Estado. Y la tendencia continuó. De hecho, esta convocatoria fue la única de la República en la que venció la opción política que la convocó. En 1933 ganaron las derechas con un gobierno de izquierdas y en 1936 fue a la inversa. Hubo que esperar a 1977 para volver a ver cómo de nuevo el ejecutivo que convoca las urnas resulta vencedor.

En el tercer capítulo se muestran las habilidades de los próceres y sus secuaces. Pero, aunque el sistema estaba viciado y existía el encasillado, la corrupción, la compra de votos, la coacción y las intimidaciones a los electores, era indispensable hacer partícipe a la ciudadanía, a través del voto, en el proceso. De ahí las batallas que se daban para la elaboración del censo y la conquista de las mesas, o las maquiavélicas formas para suplantar la ley y hacer coincidir los resultados con los deseos del gobernador. Una realidad que entendía a la perfección el conde de Romanones, tal y como expone en El régimen parlamentario o los gobiernos de gabinete (1886). Como señala Javier Moreno, “el resultado fue una sociedad cruzada de clientes políticos que componían los partidos y daban sentido al régimen parlamentario”2.

Y de todo esto trata Caciques y caciquismo en España a partir del capítulo cuarto, de lo que acertadamente se refiere el autor como “caleidoscopio caciquil”, tanto desde el punto de vista de las personas como de los territorios. El gran cacique “fabricaba” diputados a partir de los oligarcas locales de los partidos dinásticos; de cuantos más diputados se dispusiera, más poder se detentaría. “Cada partido, tanto en la época isabelina como durante el Sexenio y la Restauración, era un variopinto amasijo de individualidades cuyo peso específico, la fuerza de cada una de estas individualidades, radicaba en el número de diputados que le fuesen fieles” (p. 80). El autor toma como ejemplos a Posada Herrera, Romero Robledo, Germán Gamazo, Antonio Cánovas y Práxedes Mateo Sagasta, pero podrían ser otros, tanto liberales como conservadores, progresistas o moderados. Sin embargo, como ya señalamos, el sistema no podría funcionar sin contar con los electores y sus intereses. Por lo mismo, “el electorado no es […] ese oscuro, homogéneo y pasivo telón de fondo, sino una variedad de actores que juegan sus intereses con aquellas cartas de las que cada uno dispone” (p. 97). Esto es, precisamente, lo que convierte al período en el germen del parlamentarismo y, andando el tiempo, en la democracia; un proceso diacrónico igual en la Europa liberal3.

Un cacique tenía que disponer de poder, saber y querer: poder económico, saber de leyes y querer trabajar. Figuras como el conde de Romanones, Eugenio Montero, Santiago Alba, José Canalejas o Melquíades Álvarez, por poner algunos ejemplos, cumplieron con creces estas premisas y se convirtieron en referentes políticos siendo odiados, envidiados y admirados por igual4. La catalogación que el autor hace de “cangrejos ermitaños” y “aves de paso” es también muy elocuente, presentando un elenco de diputados electos por un mismo distrito en múltiples ocasiones. Pero contra lo que podríamos suponer, no todos pertenecían a los partidos del turno, también había republicanos y algún filocarlista. Y esto nos lleva a destacar otro de los puntos fuertes del libro: la demolición de estereotipos. Ni todos los caciques pertenecían a los partidos hegemónicos ni todos los “antisistema” eludieron las redes clientelares. Baste como ejemplo a los republicanos Emilio Castelar y Gumersindo Azcárate o al socialista Pablo Iglesias. Aun así, la presencia de un diputado en un distrito durante varias legislaturas, o la transmisión de una circunscripción electoral de padres a hijos, yernos, sobrinos y cuñados sólo se dio entre los grandes caciques turnistas. Son varios los arquetipos que nos muestra el autor, y también explica con ejemplos notorios qué fue y cómo se elaboró el “encasillado” y la promoción de los “cuneros”.

El perfeccionamiento del sistema tuvo tanto éxito que, paradójicamente, también sería causa de su infortunio al desestimar la participación ciudadana. Los distritos “libres” fueron cada vez menos y la aplicación del artículo 29 de la reforma Maura convirtió el proceso electoral en inexistente y cada vez más lugares, llegando a ser elegidos por este procedimiento una cuarta parte del total de escaños entre 1907 y 1923 (p. 123). Y tampoco ayudarían las redes de protección y amparo que se construyeron a través de endogamias familiares. Los ejemplos son abundantes: los Sagasta, los Montero Ríos, los Romanones, los Silvela, los Maura…, pasando una misma estirpe por las cortes isabelinas, alfonsinas, primorriveristas, republicanas, franquistas y democráticas. Apellidos como Maura, Boyer o Sartorius son algunos de ellos, a los que habría que añadir el sector linajudo encarnado por casas como las de Alba o Medinaceli, presentes en el sistema ya desde el Antiguo Régimen.

Los dos últimos capítulos, cinco y seis, están dedicados al Senado y las Cortes democráticas respectivamente. Y es aquí donde las analogías se presentan algo más forzadas. Ciertamente, y así lo expone el autor a través de cuadros, árboles y fotografías muy ilustrativos, reconocemos apellidos que a principios del siglo xx estaban presentes en la Carrera de San Jerónimo y que reaparecen en 1977 y legislaturas posteriores. Lo que cambia es el método, la forma por la que una persona es elegida diputado o senador. Pero el sistema, que en teoría presenta una articulación lógica, también ha tenido y tiene sus fisuras y Romero las revela: el mismo hecho de aprovecharse del orden alfabético en las listas abiertas al Senado colocando los apellidos a partir de la letra A; o la formación de las listas al Congreso, donde los juegos de poder se trasladan a los despachos de los partidos políticos, “las disputas para tratar de ganarse, por cualquier medio, el voto de los electores del distrito –viejas formas de caciquismo– han sido substituidas por las pugnas dentro de cada partido para colocarse en las primeras posiciones de la lista, las que dan seguridad o, cuando menos, altas probabilidades de salir elegidos” (p. 179).

La comparación puede ayudar a comprender el fenómeno del caciquismo al explicar mediante la situación actual un proceso histórico, pero también puede constituir un argumento forzado: ni la sociedad, ni los ciudadanos ni los condicionantes políticos son los mismos. El poder de decisión de los electores es mayor hoy y existen métodos de presión, lobbies en sentido amplio, que amortiguan las componendas de despacho. Por otra parte, el contacto entre elector y elegido es más taxativo y la adulteración del proceso es, en teoría, imposible.

Carmelo Romero muestra en este trabajo un relato diacrónico del caciquismo en España. Lo hace tomando como base varios estudios que tratan el tema desde los pioneros escritos en el momento de mayor auge del fenómeno hasta los más actuales. Pero, además, esta obra constituye una recopilación de ideas sobre la configuración política del Estado-nación. Así, la presencia de militares como primeras figuras políticas durante el reinado de Isabel II, o el paso atrás dado con Alfonso XII, se destacan en el libro. Fueron los jefes del ejército los que construyeron los primeros pisos del Estado durante buena parte del siglo xix y crearon sus redes clientelares. Espartero, Narváez u O’Donnell fueron personajes que organizaron estructuras caciquiles apoyándose en civiles como Olózaga o Cánovas, entre otros. Y tuvo que ser un general, Arsenio Martínez Campos, quien finalmente prepara el cambio de régimen en 1874. A partir de este momento los “espadones”, aunque con presencia en el día a día del Estado, dieron paso a los civiles, que ampliaron sus redes políticas. Son estos, precisamente, los que darían sentido a la definición de cacique en la etapa final de la construcción del Estado, los últimos detalles y la fachada definitiva de la obra.

Los gobernadores civiles se convirtieron en las siluetas gubernamentales en cada territorio. Desde sus despachos controlaban los caciques locales, los sufragios y otorgaban las prebendas a aquellos que lo merecían, por lo menos hasta 1898. A partir de esa fecha de nuevo los militares adquieren protagonismo, esta vez fuera del Congreso, pero influyendo en él. En 1905 el prócer gallego Eugenio Montero Ríos, prototipo de gran cacique, dimite ante la presión militar al negarse a firmar la Ley de Jurisdicciones. En este momento el poder del Estado ya era evidente, y a ello contribuyeron tanto los diputados como sus correligionarios, los caciques locales diseminados por provincias y ayuntamientos. Como afirma Juan Pro, “se puede insistir cuanto se quiera en las carencias, las limitaciones, los fallos del sistema, […] pero no puede negarse este proceso continuado a lo largo de más de un siglo en el reforzamiento del estado nacional”5. De lo que se lamentaban los regeneracionistas en el primer tercio del siglo xx no era de la inexistencia del Estado, sino de sus posibilidades de evolución o de colapso, echando la culpa de esto último a los caciques. Pero la tela de araña tejida durante tantos años tenía capacidad de soporte, incluso la posibilidad de cambio a la manera gatopardesca. De hecho, ¿no es el trasformismo italiano una suerte de caciquismo, como el oportunisme francés o el rotativismo en Portugal? Antonio Maura desde las élites o José Canalejas desde las bases intentaron modernizar el sistema, pero este era tan poderoso que resistió, llevándose por delante a ambos –el ferrolano incluso perdiendo la vida–. Tan fuerte se mostraba que en 1931 la victoria del republicano Casares Quiroga en A Coruña fue posible por el apoyo de los caciques locales, que no tuvieron reparo en cambiar de patrón al terminar la monarquía6.

La visión a largo plazo que plasma el autor es fundamental para la interpretación del caciquismo. El análisis de las relaciones entre los intereses locales y los generales, partiendo del fundamento básico de que las vísceras del sistema político son más plurales de lo que aparentemente muestran, el libro conjuga diferentes moléculas: la importancia de la “geometría variable” de circunscripciones y/o distritos electorales; las funciones electorales a través de la elaboración de censos, control de impuestos y desarrollo de las votaciones, con el elemento intrínseco de la corrupción, “los caminos de la ilegalidad”; el desarrollo de la geografía de la influencia a partir de los fejes políticos o gobernadores de provincias, diputaciones, ayuntamientos y otras instituciones; y el proceso de “fabricación” de diputados, parlamentos y gobiernos dentro de la lógica política del liberalismo y sus leyes no escritas. Con todo este bagaje analítico e interpretativo en este libro se delinea de forma global y con delicadeza narrativa el fenómeno del caciquismo en España, apuntando además algunas versiones que llegan al presente.

Margarita Barral Martínez
(Universidade de Santiago de Compostela)

Paul Aubert: La civilización de lo impreso. La prensa, el periodismo y la edición en España (1906-1936). Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza 2021. 544 páginas.

En este ensayo, obra del reconocido hispanista francés Paul Aubert, catedrático emérito de Literatura y Civilización Españolas Contemporáneas de la Aix-Marseille Université, se prosigue la senda de la Historia total, holística e integradora, heredera de la Escuela de los Anales y de la obra pionera de Manuel Tuñón de Lara, en los ya míticos Congresos de Pau. Unos congresos en los que Paul Aubert, por cierto, tuvo gran protagonismo fundacional, en el campo de la historia de la prensa y las élites intelectuales. Llama también la atención que se recupere en la cabecera el concepto de civilización, en este caso de lo impreso, en el sentido que le dio el gran maestro de historiadores José María Jover Zamora –quien a su vez lo había retomado del celebrado historiador institucionista Rafael Altamira–, entendido como una noción integradora del estado social y del ejercicio de las facultades morales e intelectuales de una sociedad determinada en un momento histórico. Los homenajes a los maestros Tuñón y Jover son, pues, bastante explícitos.

Todo ello no sorprende, si se atiende a la fecunda trayectoria del veterano profesor Paul Aubert. En particular, el homenaje a la obra y al pensamiento de la generación de 1914 es ubicuo, tanto en las formas como en los métodos de trabajo que se han seguido. De este modo, no puede extrañar que el propio autor refiera que lo que hace en este ensayo es retomar y reelaborar los materiales que ha utilizado para preparar sus cursos universitarios de grado y posgrado, como hacían los miembros de la generación de 1914 en sus ensayos. Un nada velado homenaje a la figura y a la trayectoria ensayística de José Ortega y Gasset. La vida y la obra de los intelectuales de esta generación son, de hecho, los grandes protagonistas de este libro. La figura del intelectual –en el sentido que le dio Santos Juliá–, como una personalidad referencial del mundo de las artes, las ciencias o las letras que utiliza el prestigio adquirido en el ejercicio de su profesión para pronunciarse a través de las tribunas de la prensa sobre los asuntos que afectan a la res pública.

En España, más recientemente, recuerda también de forma inevitable a la obra del profesor Jesús Martínez Martín, quien en sus dos Historias de la edición en España ha trazado asimismo una vía en la que tienen cabida la trilogía del análisis de la institución editorial, el consumo y las prácticas culturales de lo impreso, así como y sobre todo el complejo y polimorfo fenómeno periodístico. Así pues, como señala el propio autor, este denso ensayo retoma, en realidad, todo su trabajo de varias décadas en este ámbito, en el que ha sido pionero, junto con colegas tan cercanos biográficamente como los también hispanistas franceses Jean-François Botrel y Jean-Michel Desvois.

El trabajo se funda, en consecuencia, en la acumulación sistemática de materiales diversos, muy elaborados, pero el lector interesado habrá de juzgar sobre la ilación y coherencia de todos ellos. El autor pretende con maestría, en todo momento, lograr un equilibrio metodológico entre ofrecer al lector la información del estado de la cuestión, así como el análisis e interpretación personal de los datos disponibles, que –por cierto, y como es bien sabido– no son tantos como sería deseable, dada la opacidad de las empresas editoriales y periodísticas sobre sus interioridades financieras. Desde luego, al lector especializado le llamará probablemente la atención que, en el título, se haya seleccionado como fecha de inicio el año 1906. La cesura parece indiscutible en relación al final en 1936. Pero, cabe especular por qué se elige precisamente 1906 en el título, aunque no tanto en los contenidos. Quizá haya pesado en el imaginario del autor la idea de esquivar en buena medida la losa de la heterogénea generación del 98, para centrarse –como ya se ha señalado– en las aportaciones editoriales y publicísticas, más comprensibles, racionales, sistemáticas, universitarias y científicas, de la generación de 1914.

El hecho de que se haya elegido un método ensayístico al modo orteguiano y que se compartan idénticas preocupaciones de pedagogía política que el líder generacional redunda, a juicio de quien reseña, en un elemento muy positivo, el de la riqueza de lecturas e interrelaciones que pueden hacerse de unos mismos hechos y datos. En tanto que, ese mismo relato, también puede perder viveza al ser parcelado cartesianamente en tres grandes universos, a la francesa podría decirse. La elección del modelo de relato no es una tarea sencilla, en todo caso. El propio autor de esta reseña acaba de publicar otra aportación historiográfica en este ámbito, con el título de Prensa y política en la España contemporánea. El negocio de la influencia (Madrid: Tecnos, 2022), en la que se ha tomado a la Prensa –en su sentido físico y de cuarto poder– y a la Política –con mayúsculas– como grandes ejes vertebradores de un relato, en el que no todo el vastísimo fenómeno editorial y periodístico puede tener cabida.

En otro orden de cosas, dada la magnitud de este ambicioso ensayo, se echa de menos un índice onomástico, tanto de personas como de publicaciones. Desde luego, cabe señalar al respecto que, sin duda, ha pesado en los editores el incremento exponencial que han sufrido los costes editoriales. En cualquier caso, como no podía ser de otra forma, dada la brillantísima ejecutoria de su autor, la obra es una magnífica aportación al conocimiento de los grandes medios editoriales y periodísticos, así como de las élites intelectuales que protagonizaron la que ha sido unánimemente considerada como la etapa más dorada de la cultura española.

Juan Carlos Sánchez Illán
(Universidad Carlos III de Madrid)

Leyre Arrieta Alberdi: Al servicio de la causa vasca. Biografía de F. J. Landaburu (1907-1963). Madrid: Tecnos 2021. 454 páginas.

Los estudios sobre nación, nacionalismo y construcción nacional han sido y son una constante en la historiografía producida en España desde los años setenta hasta hoy, lo que no resulta extraño si tenemos en cuenta la historia y problemática del país. Desde principios del siglo xx hasta la actualidad han tenido lugar un importante número de conflictos protagonizados por la nación y el nacionalismo: desde la propia Guerra Civil, generada tras la rebelión de un grupo de militares que aseguraban luchar para defender la patria de sus enemigos, hasta el reciente referéndum de autodeterminación realizado en Cataluña, pasando por el régimen dictatorial instaurado por Franco hasta 1975, el terrorismo etarra y las demandas constantes de independencia de nacionalistas catalanas y vascos.

En los últimos tiempos, y frente a los enfoques más políticos y sociopolíticos de la década de los ochenta y noventa, han comenzado a realizarse más trabajos desde el prisma de la historia cultural. Priman en este momento las investigaciones centradas en asuntos tales como los imaginarios nacionalistas, formados por mitos, relatos, símbolos, o la praxis nacional, frente a los estudios de figuras políticas, ideólogos y líderes de los fenómenos nacionalistas.

Sin embargo, aún quedan lagunas por llenar, como el análisis pormenorizado de la trayectoria y pensamiento de Francisco Javier Landaburu, destacada figura del Partido Nacionalista Vasco en el exilio. Este es precisamente el objetivo de Leyre Arrieta Alberdi, que da cuenta del vacío en la propia introducción de su obra Al servicio de la causa vasca. Mientras existe un gran número de trabajos sobre la historia del PNV (algunos casi canónicos y definitivos como el de Santiago de Pablo y Ludger Mees), y sobre destacados integrantes del mismo, como su presidente Aguirre, Irujo, Leizaola o Monzón, no se ha prestado demasiada atención a Landaburu. Esto se debe, cree la autora, a que fue una figura “de retaguardia”, sin cargos de primera fila a nivel interno en su partido ni en el ejecutivo hasta 1960 (p. 12).

Arrieta entró en contacto con Landaburu mientras investigaba para su tesis doctoral, trabajo centrado en la política europeísta del PNV desde 1945 hasta 1977. Fue entonces cuando se dio cuenta de hasta qué punto fue relevante ese hombre en ese escenario, tanto a nivel teórico como práctico, y de la necesidad de dedicarle mayor atención. Ideas en las que se reafirmó tras realizar un estudio introductorio para una nueva edición de la obra del citado Landaburu, La causa del pueblo vasco, “un ideario del PNV durante el franquismo y una importante aportación ideológica al nacionalismo vasco del siglo xx” (p. 13)

Y así fue cómo nació esta biografía, dividida en tres partes y estructurada en orden cronológico. La primera, de 1907-1936, dedicada a su niñez y juventud en Vitoria, una segunda, desde 1951 a 1963, exiliado en París como representante de la acción exterior del PNV y del Gobierno vasco y una tercera y última, desde su 1951 a 1963, época en la que el franquismo comienza a ser reconocido internacionalmente y en la que Landaburu va perdiendo la esperanza hasta que fallece en 1963. Como vemos, se trata de una biografía al uso, narrada en orden cronológico; pero, además, después de cada una de las tres partes Arrieta introduce un capítulo dedicado al pensamiento de Landaburu, que va cambiando con las nuevas circunstancias histórico-políticas y que permite estudiar qué partes mantiene y cuáles modifica.

El libro nos permite adentrarnos en la vida de un chico enamorado de su tierra y preocupado por la “desvasquización de Vasconia”, como llama a la pérdida de la cultura y lengua vasca, y que encontrará en el periodismo un arma para combatirla. De ahí pasará al ámbito de la política: primero en el partido de la dictadura de Primo de Rivera, Unión Patriótica, y poco después en el Partido Nacionalista Vasco, donde militará definitivamente.

Una coyuntura muy específica, la Guerra Civil, lo obligará a esconderse y finalmente, a exiliarse en Francia. Allí continuará con su labor política en el PNV, ayudando a los refugiados y luchando por visibilizar su causa a nivel internacional, haciendo contactos con políticos, intelectuales, escribiendo en diferentes medios… con momentos de gran optimismo en los que vio cerca el fin del franquismo y reivindicó la posibilidad de una Euskadi libre en una Europa unida y federal que la propia Euskadi contribuiría a construir. Sin embargo, la habilitación del régimen de Franco como bastión anticomunista por parte de las democracias europea y estadounidense en un nuevo contexto internacional iba a dar al traste con todos sus planes. En este clima de desesperanza desarrollará su pensamiento político final, plasmado en la obra La causa del pueblo vasco.

El libro se ocupa también de los contactos del PNV con el régimen nacional socialista de Hitler y, en especial, del papel que desempeñó Landaburu y de su posterior veto para evitar contaminaciones. Se fija, así mismo, en las incipientes relaciones con ETA, dibujando esa lucha generacional entre jóvenes cansados de tanta espera y adultos que no quieren que se pierda su experiencia. Landaburu fue un hombre cristiano, demócrata y enemigo de la violencia, y como tal desarrolló su vida y pensamiento en el exilio. Y así se mantuvo, sin caer en extremismos, hasta que muriera en París a la edad de cincuenta y seis años.

Para llevar a cabo esta biografía Arrieta ha realizado una intensa y laboriosa investigación a través de artículos de prensa, textos para ser radiados, informes y correspondencia del protagonista, así como un análisis en profundidad de sus obras completas. Un trabajo duro, minucioso y disciplinado de vaciado de fondos archivísticos y documentales. Exactamente igual que la redacción de toda la información recabada, plasmada de forma seria, ordenada y rigurosa, en un tono informativo que no trasluce ni las filias ni las fobias de la autora, lo que es muy de agradecer. No hay apasionamiento alguno, prueba de calidad en este tipo de estudios. Un trabajo perfecto de cara al investigador pero que mucho me temo, puede alejar a un lector no especializado. La brutal cantidad de información desplegada, presentada de forma tan minuciosa como hace la autora, puede hacer la lectura un tanto áspera, sobre todo, como digo, para el lector generalista. Es en este sentido, un trabajo de pocos fuegos artificiales, para lo bueno y para lo malo. Se trata, sin duda alguna, de una obra de extrema profesionalidad, que no deja ni un solo cabo suelto en cuanto a la figura biografiada, y esencial para trabajos más ambiciosos, con un rango más amplio y que involucren mayor número de actores y acciones. Diría que se trata de un ladrillo perfecto para la construcción de un edificio mayor.

En un panorama académico sobre nación y nacionalismo en el que abundan los estudios con una fuerte impronta posmodernista es de agradecer este tipo de trabajos más artesanales, que nos permiten comprobar hipótesis que se lanzan a gran escala a nivel micro y profundizar en ellas. Por poner solo algunos ejemplos, las identidades híbridas integradas por el regionalismo y el nacionalismo español durante la dictadura primorriverista, los relatos sobre la esencia y el pasado de la nación construidos por los ideólogos o la cultura de la guerra y el exilio como forja nacional. Por otro lado, poner el foco en la persona nos ofrece una lupa para analizar las ideologías desde un punto de vista muy humano, con todas sus incongruencias y contradicciones. Por ejemplo, Landaburu creía que el euskera era un elemento fundamental de la identidad del pueblo vasco y distinguía dos tipos de individuos, los que saben y hablan euskera y los que no. Según el autobiografiado, los primeros mantenían las características de la raza. Lo segundos consideraban a los primeros como una raza extraña (p. 107). Sin embargo, Landaburu nunca lo habló ni lo aprendió.

Gabriela Viadero Carral
(Madrid)

Pere-A. Fàbregas: Mutua Universal. Más de un siglo de proximidad y servicio 1907-2020. Barcelona: Mutua Universal 2021. 427 páginas.

El libro de Pere-A. Fábregas Mutua Universal. Más de un siglo de proximidad y servicio 1907-2020 analiza el devenir de una de las principales empresas del sector de los seguros en España. Su trayectoria comenzó en 1907 bajo la denominación de Mutua General de Seguros que reflejaba la intención de sus fundadores de crear una mutua general abierta a todo el empresariado, por tanto, no circunscrita a una actividad económica. Desde 1993 cambió su razón social por la de Mutua Universal.

La obra, fundamentada en fuentes primarias y secundarias analizadas con exquisito rigor, se articula en quince capítulos. Los tres primeros sitúan al lector en el contexto en el que se fundó la entidad. Así, el capítulo 1 está dedicado a los antecedentes de la Seguridad Social entre 1870 y 1910. El autor establece sus orígenes en la política del canciller Bismarck en la Alemania de la década de 1880, consistente en una política social encaminada a atraer a los obreros moderados, y, de esa manera, aislar a los más extremistas. Asimismo, examina la recepción en España de esta nueva forma de entender el papel del Estado por parte de la Comisión de Reformas Sociales y la doctrina social católica, sobre todo la encíclica Rerum Novarum. El capítulo 2 aborda el contexto español en las décadas interseculares de los siglos xix y xx, lo que nos ayuda a entender por qué este tipo de planteamiento fue cada vez más necesario. El capítulo 3 estudia la Ley de Accidentes de Trabajo de 1900, la creación de diversos organismos encargados de conocer las condiciones laborales y de mejorarlas, así como el nacimiento de las primeras mutuas de accidentes.

Los capítulos 4, 5 y 6 se detienen en los orígenes y primeros años de la Mutua General de Seguros hasta 1939. El capítulo 4 se centra en su constitución y primeros años de vida entre 1907 y 1920. La entidad fue promovida en 1907 por un grupo de comerciantes e industriales de Barcelona con el objetivo de asegurar a los trabajadores de acuerdo con la Ley de Accidentes de Trabajo de 1900 y de prestar servicio a empresarios que estuviesen interesados en agruparse. Su primer consejo de administración tuvo como presidente a Trinidad Rius y Torres, vicepresidente a José Mansana y Terrés y secretario a Pedro Calvet Pintó. Fàbregas realiza un pormenorizado análisis acerca del grupo de fundadores, también del primer director (Arturo Landa de la Torre, 1868-1920) y director gerente (Salvio Masoliver, 1866-1954), lo mismo hace en los restantes capítulos con los principales directivos que les sucedieron. Los 10 primeros asociados aportaron más de 1.200 trabajadores, la mayoría de ellos de Barcelona. Fue la Sociedad Catalana para el Alumbrado por Gas la que más contribuyó, por entonces, su director gerente era el mencionado José Mansana. Con esta importante salvedad, la mayoría estos primeros socios pertenecían al sector textil. En 1920, Mutua General de Seguros contaba con 1.369 asociados y 31.131 trabajadores, lo que pone de manifiesto su gran desarrollo desde su nacimiento, que se intensificó en la segunda mitad de la década de 1910. Por entonces, ya era líder entre las Mutuas de Accidentes en España.

Dicho crecimiento fue posible en buena medida merced a la decisión tomada en 1924 de apostar por el nuevo ramo del “seguro de enfermedad, maternidad y muerte”, asunto que se aborda en el capítulo 5, dedicado a la diversificación de las actividades de la Mutua General y a la obligatoriedad del seguro entre 1920 y 1934. El inicio de esta etapa estuvo marcado por el fallecimiento de Trinidad Rius en 1920, el cual fue reemplazado por su hijo, Jaime Rius Fabra. Este cambio no detuvo la evolución favorable de la Mutua General que, de manera efectiva, desde 1915, era dirigida por su vicepresidente, Mansana. En este periodo la Mutua General levantó la primera clínica-dispensario en Badalona y, desde mediados de los veinte, también se dedicó al ramo de incendios. Asimismo, en cuanto al marco regulatorio, el autor hace alusión a dos hitos especialmente relevantes. El primero, el Decreto de 28 de octubre de 1931 que extendió a los trabajadores del medio rural los mismos derechos hasta entonces reconocidos a los obreros industriales. El segundo, la Ley de Accidentes de Trabajo de 1932 que incluyó novedades importantes. La primera, la imprudencia profesional quedaba comprendida entre los riesgos de los se hacía responsable al empresario. Y, la segunda, la creación de un Fondo de Garantía para cubrir la situación de insolvencia de los patronos.

El fallecimiento de Mansana en 1934 marcó el fin de esta etapa y el comienzo de una nueva, comprendida entre 1934 y 1939, analizada en el capítulo 6, marcada por la inestabilidad de la II República y la Guerra Civil. Desde enero 1935 Mutua General sumó la actividad en el ramo de vida. Al año siguiente, ésta continuaba siendo la entidad líder en el sector del seguro de accidentes de trabajo de España. Durante el conflicto civil quedó dividida en dos zonas.

Los capítulos 7 a 9 se refieren a la mayor parte de la dictadura franquista, en concreto, hasta 1969. El capítulo 7 examina los años 1939 a 1943 en los que se procedió a la depuración del personal sin “consecuencias muy impactantes”, en los que Mutua General fue retomando una cierta normalidad y asumió nuevas actividades tras la aparición del Seguro Obligatorio de Enfermedad (1942). El capítulo 8 se dedica principalmente a dicho seguro ente 1942 y 1960. El capítulo 9 trata el nacimiento y desarrollo de la Seguridad Social en la década de 1960, destacando el hito que significó la Ley de Bases de la Seguridad Social de 1963, publicada en abril de 1966, que reguló lo referido a las mutuas, desde entonces denominadas mutuas patronales de accidentes de trabajo.

El capítulo 10 estudia los años finales del franquismo y la transición política, entre 1969 y 1978. En ese primer año Mutua General cambió su denominación por la de Mutua General-Mutua Patronal de Accidentes del Trabajo nº. 10, quedando separadas sus actividades de las de la Mutua General de Seguros. Asimismo, analiza la prevención de accidentes de trabajo.

El capítulo 11 aborda los años 1978 a 1990, marcados por fusiones en el sector de seguro, etapa que concluyó con la Ley de Presupuestos Generales del Estado de junio de 1990 que fijó mayores requisitos para fundar una mutua de accidentes de trabajo, incrementó los controles por parte de la Seguridad Social y acordó que las mutuas modificarían su denominación de mutuas patronales de accidentes de trabajo por las de mutuas de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales de la Seguridad Social.

El capítulo 12 comprende desde 1990 a 2000. En 1993 la entidad estudiada cambió su nombre por la de Mutua Universal –MUGENAT–, Mutua de Accidentes de Trabajo y Enfermedades Profesionales de la Seguridad Social nº. 10. Desde entonces no cesó de crecer, por ejemplo, en 1994 las cuotas sobrepasaron los 29.000 millones de pesetas.

El capítulo 13 examina los años 2000 a 2006. En 2002 tuvo lugar la separación de definitiva de la Mutua General de Seguros y de Mutua Universal que se había producido, como hemos explicado, a nivel jurídico en 1969. Hubo que esperar a 2002 para que desde año no hubiese consejeros comunes en sus respectivos Consejos de Administración. En 2004 Mutua Universal presentaba cifras muy relevantes, con 2.405 empleados, daba cobertura a más de 650.000 trabajadores registrados adscritos a empresas mutualistas, así como a 148.000 trabajadores por cuenta ajena. Ese mismo año falleció su presidente, Juan Antonio Andreu Bufill, el cual fue sustituido por Juan Echevarria Puig, quien continúa desempeñando esta responsabilidad hoy en día.

Los capítulos 14 y 15 se centran en los últimos años de la trayectoria de Mutua Universal. El capítulo 14 aborda desde 2007 a 2012, periodo caracterizado por grandes dificultades e importantes cambios en el contexto de la gravísima crisis económica que estalló en 2008. El capítulo 15 se extiende desde 2013 a 2021. Comienza con el nombramiento de Juan Güel Ubillos como director gerente. En 2014 se publicó la Ley 35/2014, de 26 de diciembre, que modificó el texto refundido de la Ley General de la Seguridad Social en lo concerniente al régimen jurídico de las Mutuas de Accidentes de Trabajo y Enfermedades Profesionales de la Seguridad Social, lo que ha requerido ajustar la entidad al nuevo marco normativo. Además, Mutua Universal ha firmado importantes alianzas con otras mutuas con la finalidad de promover sinergias en el proceso de concentración de servicios que posibiliten reducir costes y optimizar los servicios prestados. La obra finaliza con un útil apéndice que ofrece amplia información sobre el sector de las mutuas en España, Mutua Universal, incluidos sus órganos de gobierno, dirección y participación.

En definitiva, el libro de Pere-A. Fàbregas Mutua Universal. Más de un siglo de proximidad y servicio 1907-2020, por el rigor con el que aborda la historia de Mutua Universal, líder en el sector del seguro en España durante más de 100 años, está llamado a convertirse en un referente para los especialistas en dicha temática, también para el gran público interesado en la historia social y económica de nuestro país.

Mercedes Fernández Paradas
(Universidad de Málaga)

4. HISTORIA Y CIENCIAS SOCIALES: AMÉRICA LATINA

Carlos Altamirano: La invención de nuestra América. Obsesiones, narrativas y debates sobre la identidad de América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI 2021. 269 páginas.

El libro de Carlos Altamirano es una compilación de artículos. Está dividido en siete capítulos y se pueden leer de manera compacta o diferenciada. El texto se inscribe en la historia intelectual y la historia de las ideas. El autor se preocupa, principalmente, por la identidad de América Latina. En ese sentido, Altamirano formula la siguiente pregunta de investigación: ¿en qué medio surgió y se perpetuó la inquietud por la identidad? (p. 11). Con el objeto de responder la interrogante, el autor realiza una pesquisa en fuentes primarias y secundarias –del siglo xix y xx– para indagar en los significados producidos y transmitidos por los representantes de la “inteligencia latinoamericana”7. Esos representantes fueron letrados e intelectuales de diferentes momentos de la historia latinoamericana.

En el capítulo primero, Altamirano sugiere que la preocupación por la “identidad” siempre vuelve. Según el autor, Simón Bolívar fue el primero en problematizar la identidad colectiva latinoamericana.8 En el siglo xix –y parte del xx– la raza fue uno de los ejes de la cuestión identitaria, tanto de Europa como de América. En el periodo decimonónico, otros conflictos dieron impulso a la agitación por la identidad hispano-latinoamericana. Por ejemplo, la guerra entre España y Estados Unidos de 1898 que liquidó el imperio español en América. Desde entonces, los intelectuales llevaron mensajes sobre lo “latinoamericano” a la juventud de la América hispánica.9 Intelectuales como Leopoldo Zea, Andrés Roig, Arturo Ardao, etc., asumieron la definición de una filosofía “americana”. De esa matriz filosófica proviene un género de historia de las ideas que tiene uno de sus ejes en la problemática identitaria. El desvelo por la identidad podría ofrecer el eje para una historia intelectual de América Latina, deplorar sus fallas o, por el contrario, exaltar sus atributos. En definitiva, la propuesta de Altamirano es mostrar en pocos trazos el contorno de esa historia intelectual posible (p. 25).

En el segundo capítulo, Altamirano se adentra en la pregunta ¿qué América somos? Su objetivo es historizar la nominación de “América”. Surgieron, entonces, diferentes designaciones: América, América española, América del Sur, Suramérica o Sudamérica, América Latina, Hispanoamérica. El asunto del nombre fue central en el debate sobre la identidad de la América situada al sur de los Estados Unidos. La designación de América Latina predominó y en torno a ella se suscitaron diferentes debates. A la definición América Latina le era inherente el antiimperialismo. Los intelectuales latinoamericanos denunciaron fervientemente las campañas de expansionismo de los Estados Unidos. El surgimiento del nombre significó un acontecimiento revelador: el advenimiento de una conciencia continental y que halló en ese apelativo el nombre que expresaba su identidad (p. 40). Los intelectuales del siglo xx se abocaron a la búsqueda de la identidad “latinoamericana” y a la idea de “América Latina”.

En el tercer y cuarto capítulo, Altamirano relata cómo se creó el concepto de América Latina –posterior a las guerras independentistas. Las elites ilustradas criollas crearon relatos de la fundación de las naciones latinoamericanas. La literatura histórica liberal desempeñó un papel fundamental en la elaboración de la pedagogía cívica de los nuevos Estados. La primera historiografía decimonónica podía brindar instrumentos cohesivos e identificatorios, entendido como una especie de autobiografía de la nación (p. 94).
Por otra parte, la renovación de las ciencias sociales puso en evidencia otros clivajes sociales y étnicos –previos y durante la independencia–. Para las ciencias sociales del siglo xx, se tornó crucial preguntarse si la patria –que nació luego de la independencia– también incluía a los pueblos indígenas y africanos. En palabras del autor, la nación cultural precedía a la nación política (p. 105).10

En el quinto y sexto capítulo, además de preguntarse por la identidad, Altamirano se adentra en el siglo xx para la comprensión de la universalidad de la cultura occidental y las particularidades americanas. Para aquella tarea analiza el Congreso Internacional de los PEN (poetas, ensayistas y novelistas), realizado en Buenos Aires el 5 de septiembre de 1936.11 Tanto el gobierno argentino como la municipalidad capitalina financiaron el congreso.12 Altamirano señala que la conferencia de intelectuales servía para mostrar a Argentina como una nación prestigiosa en el ámbito cultural. Casi al mismo tiempo, del 11 al 16 de septiembre de 1936, sesionó en la ciudad otro foro, “La VII Conversación de la Organización de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones”. El instituto aprovechó la presencia en tierras gauchas de los escritores europeos y latinoamericanos para promover un intercambio de ideas entre los representantes del Viejo y el Nuevo Mundo. La preocupación principal de los estudiosos latinoamericanos fue la emancipación intelectual. No obstante, sabían que las capitales de Europa fueron durante largo tiempo metrópolis culturales del Nuevo Mundo y ellos se consideraban vástagos de esa cultura (p. 149). En dicho congreso hubo quienes, a pesar de haber adquirido sus conocimientos en Europa, deseaban la emancipación intelectual. Sin embargo, hubo otros que reconocían a Europa como el inicio de la civilización occidental y no consideraban pertinente rechazar sus saberes.13 En el congreso descrito por el autor, se evidencia una red de intelectuales latinoamericanos que no solo se dedicaron a la literatura, al contrario, concibieron la cuestión de la identidad y la inteligencia latinoamericana como algo crucial en sus reflexiones.

Finalmente, en el capítulo siete, Altamirano trata de lleno el tema de la “identidad”. Es en el siglo xx cuando la palabra se incorporó a las ideas del ambiente cultural. En las ciencias sociales, la noción de identidad fue asumida como instrumento para abordar e investigar fenómenos de la vida individual y social. En las últimas décadas del siglo xx, el término “identidad” se ha hecho parte de un lenguaje especializado en cuyo marco se elaboran nuevos usos y debates académicos sobre esos usos.14 La identidad nacional es un hecho moderno, tan moderno como la nación.15 En definitiva, los discursos identitarios constituyen un modo de construir significados que influyen y organizan tanto nuestras acciones como nuestra concepción de nosotros mismos. Nos unen en una comunidad imaginada, como señala Benedict Anderson, y nos separan de otros por obra de una labor continua de diferenciación simbólica: nosotros y ellos (p. 218).

El libro de Carlos Altamirano permite al lector adentrarse en la historia de la invención de “América Latina” y lo “latinoamericano”. La obra, rica en fuentes primarias y bibliografía, teje un hilo que conecta diferentes siglos: desde las luchas por la independencia, hasta la consolidación de los estados-nacionales. Por medio de la historia intelectual y la historia de las ideas, Altamirano reconstruye las discusiones más relevantes de las elites culturales latinoamericanas. Discusiones, entre tantas, donde el tema de la identidad fue crucial. Sin embargo, la obra no incorpora las discusiones de intelectuales de otras partes de Sudamérica como Ecuador o Bolivia. En ese sentido, hay un amplio campo de investigación que, por medio de la historia intelectual, podría completar el rompecabezas bien logrado por Altamirano.

John Piedrahita
(Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador)

Cecilia Maas: The Joy of the Modern Home. New Media and Entertainment Market in Argentina, Chile, and Uruguay (1890s-1920s). Darmstadt: wbg Academic 2022. 252 páginas.

La obra objeto de la presente recensión se aboca al impacto de los cambios ocasionados debido a la introducción de las tecnologías de la imagen en movimiento y el sonido grabado en las posiciones de Argentina, Chile y Uruguay dentro del mercado global del entretenimiento entre los años 1890 y 1920. Cecilia Maas, autora de la obra, se concentra en el rol desempeñado por un grupo de emprendedores y pioneros locales (quienes en su mayoría fueron inmigrantes europeos) en la introducción de las nuevas tecnologías de la comunicación. Asimismo, profundiza, por un lado, en la construcción de las redes de distribución y comercialización necesarias para la circulación de estas tecnologías y sus productos asociados en el Cono Sur y, por otro lado, indaga acerca de las diferentes estrategias aplicadas para la producción de expresiones culturales locales apoyadas por estas nuevas tecnologías. La autora analiza a lo largo de su libro las trayectorias profesionales de personalidades tales como Max Glücksmann y sus hermanos, José Tagini, Julián Ajuria, Efraín Brand y Federico Valle. A través de la reconstrucción de las vidas y trayectorias profesionales de este grupo de personalidades, Maas desentraña los mecanismos del mercado del entretenimiento y examina el surgimiento de los nuevos medios de comunicación en las grandes urbes sudamericanas, principalmente en Buenos Aires, Santiago de Chile y Montevideo.

Luego de la introducción de la obra, en la cual se plantea la temática del libro y el contexto histórico, el capítulo 1 se centra en la irrupción en el mercado y la respectiva comercialización de reproductores de sonido, cilindros y grabaciones sonoras, juntamente con cámaras y películas. Muchas de estas tecnologías fueron bautizadas como la “alegría del hogar moderno” en las publicidades de la época (p. 33). Asimismo, la autora analiza cómo estas nuevas tecnologías de la comunicación fueron, por un lado, apropiadas y ligadas a prácticas sociales ya existentes, y, por otro lado, constituyeron un disparador para el nacimiento de nuevas prácticas. En este sentido, la reproducción de piezas musicales y el consumo de imágenes contribuyeron a delinear los límites entre la esfera pública y el ámbito privado. Por ejemplo, el uso del gramófono siguió el patrón de la práctica de hacer música en casa, propia del uso del piano. Sin embargo, la música escuchada en casa, gracias a la introducción de nuevas tecnologías, mantenía una intrínseca relación con eventos propios del ámbito público, ya que el contenido incluido en los catálogos musicales se basaba en piezas escuchadas en bailes, festejos de carnaval, conciertos, celebraciones patrias, concursos musicales, etc. En el caso del cine, la apropiación de esta tecnología tuvo lugar con el surgimiento de eventos en espacios públicos destinados a tal objetivo. Asimismo, la realización de películas caseras de eventos domésticos fue la continuación de la práctica ya instalada de almacenar fotografías familiares.

El rol de los emprendedores de los nuevos medios de comunicación fue central, ya que fueron ellos quienes introdujeron y comercializaron las nuevas tecnologías, y, para lograrlo, su conocimiento sobre las características del mercado local y las expectativas de las audiencias desempeñó un papel central a la hora de direccionar la publicidad de sus productos a los diferentes segmentos del incipiente público y moldear sus expectativas hacia las nuevas tecnologías.

El capítulo 2 reconstruye las redes y los mecanismos de distribución de películas y grabaciones, la manera en que los emprendedores y empresarios locales negociaron con estudios y discográficas situados en Estados Unidos y Europa la obtención de los respectivos derechos para distribuir sus productos en los mercados locales. Los distribuidores locales constituyeron una especie de gatekeepers, quienes ocuparon una posición de poder y cumplieron la función de intermediarios, utilizando sus conexiones comerciales, étnicas, sociales y políticas para ejercer influencias en el ingreso de contenidos provenientes del extranjero. En este sentido, el análisis de las redes de distribución establecidas y las relaciones entre los distribuidores locales y vendedores, productores, exhibidores de películas, etc. muestra una relación que en varias oportunidades estuvo cargada de tensiones, debido a la disputa de diferentes intereses. En el caso de la relación entre los distribuidores locales y los sellos y estudios europeos y estadounidenses, la autora da cuenta de una relación que osciló entre una primera etapa de colaboración y una relación más tensa hacia finales de la década del 20.

El capítulo se subdivide en tres partes principales. La primera está dedicada al análisis de la distribución de películas, la cual primeramente estuvo marcada por la supremacía de los productos provenientes de Europa, en la cual la compañía Pathé Frères desempeñó un rol predominante, hasta el surgimiento y consolidación de Hollywood y empresas estadounidenses como proveedoras de películas y dispositivos asociados a tecnologías de imagen en movimiento y el sonido grabado luego de la Primera Guerra Mundial. Asimismo, se analiza el desarrollo del mercado de la música, la cual no solamente se caracterizó por la importación de producciones de artistas europeos en el Cono Sur latinoamericano, sino que permitió la llegada de música procedente de todo el mundo a las grandes capitales europeas, gracias a los “viajes de grabaciones”, los cuales fueron posibles debido a la introducción de nuevas tecnologías de grabación del sonido, que posibilitaron la creación de estudios de grabación portátiles. En este sentido, no solo las audiencias latinoamericanas escuchaban óperas italianas, sino también el público europeo y norteamericano se deleitaba, por ejemplo, con el tango, un caso paradigmático de la expansión del mercado musical y la circulación de sus productos en diferentes direcciones (p. 102). De esta manera, la autora muestra cómo las redes de distribución fueron construyéndose desde mecanismos informales hasta el establecimiento redes más estables y formales.

En la segunda parte del capítulo se analiza el rol de la propaganda durante la Primera Guerra Mundial y las problemáticas ocasionadas por esta en los nodos de las redes de distribución sudamericanas. Por último, la tercera parte del capítulo se centra en cómo las empresas internacionales del entretenimiento desarrollaron una estrategia más agresiva en el Cono Sur, abriendo sus propias sucursales y eliminando intermediarios, lo que se vio reflejado en un decaimiento de las actividades en las trayectorias profesionales analizadas.

El capítulo 3 se concentra en el surgimiento de la producción local de películas y grabaciones musicales, en un contexto dominado por productos culturales importados. Los realizadores y productores locales de películas aprovecharon la demanda de producciones de instituciones locales (organizaciones filantrópicas de las élites locales, asociaciones de inmigrantes y trabajadores, partidos políticos e incluso el mismo Estado) para publicitar su labor y representar a sus miembros, dirigiéndose a subsegmentos determinados de audiencias, los cuales muchas veces fueron representados como “culturas nacionales”, siguiendo la estrategia de crear nichos diferenciados dentro del mercado transnacional. Estas películas coexistieron armónicamente con aquellas importadas de Europa y Estados Unidos, ya que fueron difundidas antes de la exhibición de películas comerciales o en el marco de celebraciones institucionales o eventos de beneficencia. Asimismo, se observan producciones de índole criollística, en las cuales se resaltan, por ejemplo, las figuras del “gaucho” en Argentina y el “huaso” en Chile (p. 207). Sin embargo, esta estrategia de la creación de nichos no funcionó de la misma manera en el caso de la producción musical, donde las grabaciones de músicos locales constituyeron una práctica más marginal, la cual competía con grabaciones importadas con una mayor calidad sonora.

A manera de conclusión, es importante destacar que el libro aquí reseñado está muy bien logrado y representa un excelente aporte a la historia global de los medios de comunicación y a la comprensión del desarrollo y rol actual de las industrias culturales del Cono Sur latinoamericano dentro del mercado de medios transnacional, las cuales, tal como el trabajo de la autora lo demuestra a través de su investigación histórica, se han visto desde sus comienzos limitadas por las asimetrías entre centro y periferia, aunque esto nunca significó que no existiesen márgenes para la creatividad y la producción local. Asimismo, el trabajo de Maas permite observar continuidades históricas en las industrias culturales, tales como su concentración en pocas manos y su aglutinamiento geográfico en las capitales sudamericanas. Además, tal como la autora remarca, en comparación con los estudios sobre producción y recepción de medios, existen muy pocos estudios que analicen sus redes distribución y circulación (p. 84), lo cual indudablemente representa un valor agregado de este trabajo.

Si bien el contexto transnacional está presente a lo largo de la obra, por ejemplo, a través del análisis de la circulación de propaganda durante la Primera Guerra Mundial, los acontecimientos sociopolíticos ocurridos en la época a escala nacional en los tres países estudiados ocupan un papel secundario. En este sentido, sería interesante para futuras investigaciones en el área profundizar un poco más en las relaciones entre las redes de distribución, circulación de nuevos medios de comunicación y la construcción de los Estados-nación sudamericanos a fines del siglo xix y comienzos del siglo xx.

Patricia Carolina Saucedo Añez
(Universität Erfurt)

Diana J. Montaño: Electrifying Mexico. Technology and the Transformation of a Modern City. Austin: University of Texas Press 2021. 392 páginas.

The history of technology has recently produced a number of studies that examine the use and social construction of technology, showing how technology was perceived and given meaning in everyday life. Diana Montaño’s monograph adopts such a perspective for Mexico City and explores the implementation, expansion, use, and perception of electricity in the Mexican capital from its introduction in the 1880s to 1960, when the electricity supply was nationalized.

Montaño is particularly interested in the “making of electrified spaces” (p. 2) or an “electricscape” through everyday experiences and the social appropriation by consumers. She understands the inhabitants of the Mexico City as “agents who actively negotiated the extent and manner in which electricity entered their lives and lived spaces” (p. 7). In a typically cultural-historical manner, she emphasizes “contingencies, complexity, and often violence that accompanied technological change” (p. 12). The source material includes files from government agencies and state and private power companies, newspapers and magazines, letters, trial records, fiction, pictures, and cartoons.

In six chapters, arranged chronologically, the author addresses various aspects of the electricscape. She begins with the introduction of electric lighting and its reception by the urban population in the 1880s. Drawing on material culture studies, she examines the emotional perception of light, as the intensity of light differed markedly from the old gas lanterns. At first, skepticism prevailed, as glaring light disturbed nocturnal passersby, provoked medical concerns by ophthalmologists, and an increase in the mosquito population. However, people quickly became accustomed to the light, which became part of the modern transformation of the city. Illuminated theaters, store and department store windows, and a displacement of crime associated with darkness is evidence for this change. When Siemens & Halske won a bid to install lamps throughout the city in 1898, the triumph of electric lighting was unstoppable.

The second chapter continues this narrative and introduces the “exhibitionary culture” (p. 77) that went hand in hand with electric light, expressed in religious use of light at churches, the centennial celebration of independence in 1910, industrial exhibitions, the display of electrical apparatus, and also textual representations, maps, and reports from foreign guests, who now added astonishment at the electrical installations to their othering.

Chapters three and four deal with negative side effects of electrification that required state action or at least new everyday practices. On the one hand, these were streetcar accidents, in which as many as 750 people were killed between 1904 and 1906. Montaño analyzes the debates about this, which oscillated between criticism of the drivers and the mostly indigenous victims who, according to the upper and middle-class, could not keep up with modernity. Ultimately, public road use changed to avoid such accidents. Second, electricity thefts occurred, which the author chronicles through 63 court cases.

The last two chapters jump to the 1930s through the 1950s. First, the author explores how electricity modified kitchens and households and led to the formation of a middle-class identity. In addition to consumerism and advertising, the displacement of mostly indigenous domestic workers by kitchen appliances operated by the “modern” and rational white housewife plays a role here, which gave electricity racist connotations. In contrast, the self-representation of workers and unions in the electricity sector was different, as they not only registered their consumption needs, but also portrayed themselves in a nationalistic manner as important pillars of the state. The latter readily seized on the modern iconography of electricity and nationalized all private, mostly foreign, electric utilities in 1960.

Montaño has published a creative and exceptionally well-written book that offers U.S. storytelling at its best. Elegantly, larger research debates are woven throughout. In contrast, the redundant introduction and the tight summary are among the weaker parts of the book. What is specifically Mexican about the story remains proverbially “unlit” due to a lack of larger contextualization. The reader does not learn much about global power relations as part of technology transfer, either. The sparse discussion of research, unfortunately typical of U.S. publications, is notable as well. Nevertheless, the book is warmly recommended to every historian of technology, consumption, and everyday life.

Frederik Schulze
(Westfälische Wilhelms-Universität Münster)

Frederik Schulze: Wissen im Fluss. Der lateinamerikanische Staudammbau im 20. Jahrhundert als globale Wissensge­schich­te. Paderborn: Brill/Schöningh 2022. 515 páginas.

Why and how did Latin America become a hot spot for dam building in the twentieth century? What role did Latin America play in the global proliferation of technology? These questions are the starting point for Frederik Schulze’s book Wissen im Fluss which is based on a habilitation project at the University of Münster. Schulze examines the history of dam building in four countries: Uruguay, Mexico, Venezuela, and Brazil. Accordingly, the book has four chapters and covers the entire twentieth century. Each chapter focuses on one country, discussing the planning and construction of one dam and what the specific case can tell us about the development of Latin American dam building in global context.

Schulze has done impressive archival research. His book is based on sources from around sixty archives and libraries in nine countries. Sources include documents and publications from ministries, companies, engineering offices, construction firms, professional associations, international organizations, labor unions, Churches, and NGOs. He also analyzes technical and diplomatic reports, printed speeches, advertisement, periodicals, secret service documents, and personal papers of experts.

Schulze applies an actor-centered approach and argues that Latin American experts contributed to the production of knowledge on equal terms with their colleagues from Europe and North America. This was possible because the planning and construction of dams required multiple and very specific sets of knowledge, including engineering, geographical, hydrological, economic, meteorological, ethnological, and sociological knowledge. The fluid and unstable nature of dam building knowledge –which was first and foremost a consequence of the often unpredictable forces of nature– allowed Latin Americans to challenge Western epistemological hegemony. Dams were places where global and internal power relations could be contested. In the later twentieth century, they also were sites of mobilization for NGOs, indigenous groups, environmentalists, and human rights activists.

In the first chapter, Schulze discusses the beginnings of Latin American dam building, focusing on the Rincón del Bonete dam in Uruguay. The early twentieth century saw the formation of a privileged, internationally connected community of Uruguayan engineers, many of whom studied abroad. At the same time, Uruguay, like other Latin American countries, invited foreign experts and remained dependent on international credits and the import of machinery. Schulze vividly describes how Uruguayan engineers became increasingly self-confident as they realized that their foreign colleagues were not able to simply transfer their concepts from abroad and apply them to local conditions. In the years preceding the Second World War, Uruguay successfully used the competition between Germany and the United States for influence in South America to impose its conditions for the construction of Rincón del Bonete. Once the dam was completed in 1948, it became a point of reference for hydraulic engineers in the Americas and Europe (p. 104-105).

The second chapter focuses on Mexico and the planning and construction of the Presidente Miguel Alemán dam in the 1940s and 1950s. At the time, dams became part of broader river basin development programs and their construction was understood as social engineering. Mexicans took inspiration from the Tennessee Valley Authority and established commissions that were charged with the coordination of regional development. Members of such commissions were part of a technical elite who believed in a technology-based transformation of economy and society. In this chapter, Schulze explores two very important aspects, the consequences of false or missing knowledge and the effects that dams had on people living in their proximity. The lack of important data and information resulted in delays, defects, and the rise of costs (p. 162-172). Dam construction required the resettlement of thousands of people, most of the affected were members of indigenous communities. Resettlements revealed the importance of sociological and anthropological expertise, but often anthropologists were as biased towards indigenous people as engineers. People who had to leave their homes suffered from cultural alienation, frustration, hopelessness, and repression (pp. 185-197).

In the third chapter, Schulze shows that from the 1960s on river basin development programs lost their prominence. Dams now were central to national industrialization. Venezuela’s political and technical elites found inspiration in modernization theories and import substitution industrialization and used both approaches to pursue political and economic autonomy. After the Cuban Revolution of 1959, Cold War dynamics came to play an important role in Latin American dam building. For the United States, the Soviet Union, and regional powers like Brazil dam building technology was an important export good that they used to forge political alliances. In Venezuela, like in other Latin American countries, large dams were an important feature of nationalist government propaganda, for both democratic and authoritarian regimes. At the same time, engineers and other experts formed international networks and participated in an exchange of knowledge across ideological boundaries. Contrary to the scholarly argument that the transfer of technology in the Americas in the Cold War era was largely dominated by the United States, Schulze emphasizes that Latin Americans were not passive victims of unequal power relations (p. 248).

Chapter four analyzes how Brazil became an important player in global dam building in the 1970s and 1980s. The country trained thousands of engineers and established numerous engineering offices. It constructed some of the world’s largest dams at the time and Brazilian companies got involved in dam building projects around the globe. In Brazil, waterpower was supposed to provide energy for the industrial development of Amazonia. As so often, large infrastructure didn’t deliver on its promises and Schulze makes an important observation in noting that what had happened on the global level before now happened on the national level: experts from Brazil’s more prosperous Southeast came to Amazonia and didn’t produce the necessary knowledge in local context. Consequently, a lack of data and information, labor conflicts, and financial miscalculations complicated the construction of the Tucuruí dam in Pará. Beginning in the 1970s, dam builders faced growing criticism and resistance as people around the world became aware of the destructive impact of dams on local environments and living conditions. While much of Schulze’s book focuses on interactions between Latin America, the United States, and Western Europe, this is where his study is truly global in its outlook. He shows how developments in Amazonia changed the international debate on dams. Tucuruí became a symbol both for technological mastery and for destruction (p. 387).

Frederik Schulze has written a thoroughly researched book. He offers a well-balanced analysis of dam building in Latin America, showing its potential for development, but also the failed promises of infrastructure and the devastating socio-environmental impact of dams. Wissen im Fluss adds a knowledge perspective to the critical reassessment of infrastructure that scholars have developed in recent years. Schulze convincingly shows how his four case studies were connected to continent-wide developments, but he also is sensitive to regional differences and heterogeneous experiences within Latin America. Lengthy descriptions of the structure and content of chapters and subchapters reduce the readability of the text. Also, the mix of German and English in sentences that include quotations is awkward. Some aspects would have deserved more attention, especially the experiences of Latin American experts abroad, the global export of Latin American expertise, and everyday life and the dynamics between domestic and foreign experts and workers at construction sites. Nevertheless, Wissen im Fluss is an important book that will be of interest to scholars from various academic fields, including Latin American History, Global History, History of Infrastructure, Environmental Studies, and Science and Technology Studies.

Mario Peters
(German Historical Institute, Washington)

Robert Sierakowski: Sandinistas. A Moral History. Notre Dame: University of Notre Dame Press 2019. 356 páginas.

La historiografía sobre el derrocamiento de la dictadura de los Somoza en Nicaragua y de la insurrección popular sandinista nos ha sido contada predominantemente desde una perspectiva nacional y enfocada en las acciones de las élites. En esta élite, también se puede incluir el liderazgo histórico del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que se definía como vanguardia, siguiendo la concepción marxista-lenisita del partido político. En esta narrativa predominantemente sobre la insurrección popular sandinista, el FSLN se enfrenta a un régimen dictatorial sostenido por el imperialismo de los Estados Unidos y apoyado por la élite económica y política local, gracias a la realización de varios pactos. Esta élite es catalogada por unos como oligarquía y por otros como burguesía, en base a una lectura política y sociológica de inspiración marxista, en la que los actores locales se pierden en el concepto amorfo y masivo de pueblo. Poca ha sido la atención que esta literatura ha prestado a los esfuerzos realizados en los años ochenta por recoger la historia oral de este proceso narrada por sus protagonistas.

En contraste a esta lectura tradicional, Robert J. Sierakowski, en su libro Sandinistas. A Moral History, nos ofrece un análisis de la génesis del proceso insurreccional desde un enfoque centrado en el ámbito local y la experiencia personal de quienes integraron la movilización popular en los departamentos del norte del país. De esta manera, el autor nos permite acercarnos a una experiencia histórica que hasta la fecha había sido ignorada y le da un rostro un poco más concreto al concepto de pueblo. En otras palabras, al ser esta una “una reinterpretación de los orígenes” de la revolución popular sandinista “desde la perspectiva de la movilización popular y de las experiencias personales” de quienes participaron activamente en la construcción de los ideales que la hicieron posible (p. 3); nos acerca a la vivencia de aquellas personas que integraron los estratos medios y bajos del FSLN.

Igualmente interesante y novedoso en este libro, resulta su tesis central: las aspiraciones revolucionarias de los y las nicaragüenses no se limitaban a alcanzar únicamente cambios políticos y sociales; sino que buscaban “una profunda renovación moral” (p. 3). Así, el autor explica este levantamiento popular armado en términos de la capacidad movilizadora que tuvieron las aspiraciones de transformación moral de Nicaragua. En este sentido, el éxito de los sandinistas en derrocar a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle se produjo gracias a la combinación exitosa de “un discurso conservador tradicional y moralizante sobre la desintegración familiar y el vicio con una crítica revolucionaria de la desigualdad social, la política corrupta y la violencia ejercida por el Estado” (p. 3).

Para probar esta hipótesis, en el capítulo 1, titulado “Estado de desorden”, se hace una caracterización del funcionamiento de la dictadura de los Somoza a nivel local, específicamente en los departamentos de Madriz y Estelí. El énfasis está en la relación entre la dictadura de los Somoza y lo que podríamos llamar el mundo bajo mundo o el mundo del vicio. Según el autor, “la criminalidad y el vicio era el elemento que mantenía unido al régimen” (p. 24). Con un alto grado de permisividad sobre una amplia variedad de actividades ilegales, la dictadura de los Somoza logró mantener el apoyo de su base social. En esto, la Guardia Nacional (GN) desempeñaba un papel crucial al asegurar la impunidad de los allegados a la dinastía. Estas actividades, al mismo tiempo, formaban parte de las formas masculinas de socializar la vida pública y eran aprovechadas por la dictadura somocista para servir a sus propios intereses (p. 54).

En el capítulo 2, el surgimiento del sandinismo en el norte de Nicaragua se explica como una reacción al desorden y amoralidad descrita en el capítulo previo. El apoyo que el FSLN logró obtener en las áreas rurales se atribuye a que se presentó como un intento de liberar al país de esa decadencia moral y del resquebrajamiento social, entendido este último como el incremento de la desigualdad económica y la promoción –por parte del somocismo– de lo que desde nuestra perspectiva actual llamaríamos una masculinidad basada en prácticas inmorales catalogadas como vicio (p. 56). En esencia, argumenta que los sandinistas, al buscar la transformación social por medio de la lucha armada insurreccional, llevaron la crítica conservadora del vicio a sus últimas consecuencias y superaron la moralidad piadosa y paternalista de dicho discurso. En esto, los activistas de base tuvieron un rol crucial; ya que lograron traducir la ideología socialista y anti-imperialista del liderazgo del FSLN al lenguaje de la población en general. Así mezclaron las demandas radicales de transformación social con un lenguaje que criticaba las practicas consideradas inmorales, como la ingesta de alcohol, los juegos de azar y la prostitución, la desigualdad económica y la desintegración de la familia (p. 92).

El tercer capítulo está dedicado a explicar cómo la lucha armada y las aspiraciones de transformación social del FSLN se unen con el movimiento de la teología de la liberación. Así, la renovación moral individual es convertida en parte de una revolución social y política más amplia. Además, los activistas cristianos de diferentes estratos sociales ven en el movimiento guerrillero sandinista la posibilidad de realizar su visión de regeneración moral del país. A esto se le suma una lectura religiosa del terrorismo de Estado y de las violaciones de los derechos humanos perpetuados por la dictadura de los Somoza que convierte a los perseguidos, torturados y asesinados en un “Cristo viviente” (pp. 126-127). Desde esta perspectiva católica, tal sacrificio “en el futuro llevaría a la redención y reivindicación”, lo cual únicamente se podía lograr por la vía de la luchar armada, como proponía el FSLN (p. 95).

El cuarto capítulo explica las prácticas de la Guardia Nacional (GN) para reclutar a sus integrantes, el forjar en ellos una lealtad absoluta y personal con la familia Somoza, los motivos que llevaron a muchos campesinos del norte de Nicaragua a enlistarse y cómo fueron adoctrinados en el anticomunismo con el fin de convertirlos en instrumentos letales y despiadados al servicio de una dictadura familiar. De acuerdo con la caracterización presentada, el guardia provenía de la población más pobre del país, en palabras del mismo Somoza Portocarrero eran “los más pobres de los pobres” (p. 159). Para los hombres y especialmente para los campesinos que provenían de esta condición de extrema marginalidad, el ingreso a la GN les otorgaba varios beneficios: un empleo, la posibilidad de un ascenso social, un sentimiento de empoderamiento como hombres y la posibilidad de actuar con impunidad cuando lo desearan. En consecuencia, estos reclutas desarrollaron una profunda dependencia, es decir, lealtad a los Somoza y con ello la disposición de cometer cualquier acto requerido para asegurar la represión política en el país (p. 159). No obstante, esta represión no logro el efecto deseado de erradicar la oposición al somocismo y más bien se convierto en un factor determinante para fomentar la sublevación de los y las nicaragüenses e incrementar su indignación ante la forma de actuar de la dictadura (p. 159).

En el quinto capítulo se narran las experiencias de los jóvenes guerrilleros originarios del campo, de la ciudad y de diferentes estratos sociales en las montañas nicaragüenses. Se argumenta que, para muchos, esta experiencia significo una “regeneración moral” y la superación de las desigualdades sociales imperantes en el país (p. 193). Especial énfasis se pone en señalar cómo la política de represión y terror de Estado de Somoza condujo a una estrecha relación entre las madres de las víctimas y estos jóvenes guerrilleros, que forjó una visión de la revolución que los llevó a entenderse como integrantes de una misma familia. Dentro de esta visión, el sufrimiento de las madres por sus hijos asesinados se convirtió en “una poderosa fuerza que le dio legitimidad moral al FSLN” (p. 163).

El sexto capítulo es uno de los más reveladores del libro en términos de su contribución al rescate de la memoria histórica. Se presentan varias masacres cometidas por la GN en el área rural de Estelí y Madriz durante la guerra insurreccional de 1978 y 1979, mismas que han pasado desapercibidas en la gran narrativa de la historia nacional. Sin embargo, señala el autor, se debe considerar la trascendencia que tuvieron para crear la identidad revolucionaria y la afinidad política local; así como el alto precio que significó para los asesinados y sus familiares en su lucha por realizar sus aspiraciones de transformación moral, libertad y cambio social.

Probablemente la parte menos lograda del libro sea el epílogo, ya que intenta sintetizar los últimos 43 años de historia de Nicaragua en pocas páginas, con el fin de explicar lo sucedido después del 19 de julio de 1979, con resultados simplistas, pues no se logra la necesaria profundización. Por ejemplo, se aborda el origen de la Contra como una simple mutación y prolongación de la GN impulsada por la administración Reagan. Si bien es innegable que en los inicios de la Contra tuvieron un papel importante ex guardias y el apoyo que recibió de los Estados Unidos; tampoco se puede pasar por alto que, desde el inicio, se le unieron actores descontentos con el rumbo que llevaba la Revolución Popular Sandinista.

No obstante, al final de la lectura prevalece el enfoque novedoso con el que se analiza el derrocamiento de Anastasio Somoza Debayle y el acertado uso de diversas fuentes para reconstruir ese proceso histórico. Las fuentes más novedosas e importantes son las entrevistas que el autor hizo durante su trabajo de campo en Nicaragua a actores y testigos de la época pertenecientes a ambos bandos del conflicto. En este sentido, el libro es un significativo esfuerzo por incorporar la historia oral sobre el pasado reciente de Nicaragua y recuperar la memoria de los crímenes de guerra y las violaciones a los derechos humanos perpetrados durante la insurrección contra la dictadura del último Somoza; lo cual se complementa con una minuciosa lectura de los periódicos de la época y de la comunicación epistolar de los líderes guerrilleros. Por ello, Sandinistas: A Moral History es una lectura recomendada para quienes desean conocer uno de los momentos más cruciales de la historia de Nicaragua en el siglo xx y superar los silencios y olvidos con los que ha sido contada. Queda pendiente su traducción al castellano para hacer el texto más accesible al público nicaragüense.

Abelardo Baldizón
(Universität Bremen)

Romina Zanellato: Brilla la luz para ellas: una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020. Buenos Aires: Marea 2020. 448 páginas.

En primera instancia, es importante hacer una pequeña reseña sobre la autora para entender un poco el sentido de esta obra, Romina Zanellato es periodista colaboradora de publicaciones como Rolling Stone, L’Officiel, Indie Hoy, entre otras. Sus intereses de investigación son la intersección entre la música y el género, esto último será uno de los motores principales de este libro.

En tiempos recientes, el interés por la historia del rock tanto en la región latinoamericana como anglosajona ha comenzado a cobrar relevancia dentro del ámbito académico y fuera de él. Por mencionar algunos ejemplos tenemos el libro de Valeria Manzano La era de la juventud en Argentina, en el cual, entre otras cosas la autora retoma la importancia de la música entre la juventud de la década de 1960 como una forma de identidad y resistencia.

Un ejemplo más cercano al trabajo de Romina Zanellato es la obra de Anabel Vélez Mujeres del rock. Su historia, en el cual hace un recorrido por la historia de las mujeres dentro del rock anglosajón, desde sus raíces en la cultura afroamericana y del wéstern a los tiempos contemporáneos. La principal diferencia entre la obra que nos ocupa en este momento y el trabajo antes citado radica en la recuperación que hace la autora de aquellas mujeres que influyeron directa e indirectamente en el desarrollo del rock argentino, ya fuera como artistas o musas detrás de alguna composición.

El objetivo del libro se nos presenta de forma clara desde el principio, se trata de visibilizar el papel de las mujeres dentro de la formación del rock nacional, antaño invisibilizada o en el menor de los casos minimizada frente a su contraparte masculina. La propia autora señala que hasta el momento no se había reconocido de forma clara el papel de la mujer dentro de la formación de la escena argentina.

El texto está estructurado en seis capítulos con una periodización de diez años cada uno, abarcan desde la década de 1960 a la de 2010, tal como señala el título del libro. Al respecto de la distribución del documento no haré una descripción de cada uno de los apartados, pues ello implicaría una reflexión más profunda de los mismos, ejercicio que escapa a los objetivos de esta reseña.

La propuesta de la autora, como se ha mencionado previamente, responde a la necesidad de visibilizar la importancia de las mujeres dentro de la formación de la escena argentina, con ello se une a una gran cantidad de obras cuyo objetivo es mostrar el papel preponderante que ha tenido la mujer en el desarrollo de la historia en distintos ámbitos y regiones, no solo del país sudamericano.

A lo largo de sus 448 páginas, Romina Zanellato describe el desarrollo de una pléyade de artistas y su relación con la escena local, y en muchos casos puntualiza cómo se fueron sobreponiendo a los roles asignados a la feminidad impuestos por la sociedad de cada periodo, pasando de ser la musa detrás de canciones emblemáticas compuestas por varones, que dicho sea de paso reproducían estos estereotipos en sus letras, a la cara principal detrás de sus proyectos artísticos.

Es loable la forma en que la autora aborda las distintas formas en que cada generación y artista fue viviendo su feminidad y cómo ello se ve reflejado en su obra pasando de pioneras como Diana Bifulco, fuertemente influenciada por Janis Joplin, a agrupaciones contemporáneas como Las Kellies, cuya importancia en el circuito extranjero es mayor a su repercusión en la escena local.

Finalmente, el texto remarca la importancia que en tiempos recientes han tenido las redes sociales para redefinir las feminidades dentro de la sociedad contemporánea y el acceso a la información que han traído consigo permitiendo la formación de organizaciones que han impulsado propuestas desde el aborto legal y seguro, a la formación de manifestaciones para visibilizar uno de los grandes males de la región, la violencia de género y los feminicidios, de los cuales no somos ajenos en México.

Todo ello se ha visto reflejado en la obra de artistas contemporáneas; herederas indiscutibles de las generaciones anteriores, ya sea en sus canciones o en el discurso y acciones que defienden y expresan en escena. Entre otras cosas está el impulso y la organización de festivales autogestionados y mainstream, compuestos exclusivamente por mujeres, lesbianas, trans y no binaries, abriendo el panorama a las feminidades en contraposición a la idea única de feminidad.

En conclusión, se trata de un trabajo esencial, no solo para los seguidores de este tipo de música cuya historia, no solo en America Latina y en este caso en Argentina, se ha visto construida principalmente alrededor de los artistas masculinos. Esta extensa investigación nos adentra en la constante lucha de las mujeres por sobreponerse a los estereotipos impuestos por la sociedad, desde la dictadura a los tiempos contemporáneos.

Me gustaría cerrar esta reseña retomando una cita utilizada y complementada por Romina en la introducción de su libro: “contar una historia de las mujeres es siempre narrar un relato a contrapelo, y no solo es un acto revolucionario y feminista en sí mismo, también es producir una historia allí donde el relato oficial no lo anticipaba y lo negaba sosteniendo otro. Supone gestar nuevas cronologías, nuevos hitos, nuevos marcos interpretativos para el pasado”. No me queda más que invitar al lector a adentrarse a esta innovadora investigación, la cual seguramente abrirá el camino a nuevos trabajos que enriquecerán y complementarán le historia de las rockeras argentinas y de America Latina.

Luis David Arroyo Dávila
(Universidad Autónoma Metropolitana)

Marta Lamas: Dolor y política. Sentir, pensar y hablar desde el feminismo. Ciudad de México: Océano 2021. 264 páginas.

El presente libro plantea un cierto estado de la cuestión acerca de las trayectorias recientes y los debates actuales del feminismo, sobre todo en América Latina y con especial atención a su efervescencia en Ciudad de México. Su autora, la antropóloga y politóloga mexicana Marta Lamas, es una veterana feminista, avalada por una amplia producción intelectual. En esta ocasión, traza una serie de coordenadas a partir de problemas, debates, movilizaciones y obras de referencia, con un tono crítico, reflexivo y dialogante en términos generales, que el/la lector/a agradecerá tanto si es alguien especializado/a como si es alguien que busca una aproximación al complejo mundo del pensamiento y el debate feminista. Ese tono resulta particularmente oportuno en un contexto como el actual, en el que la crispación y el conflicto parecen instalarse por momentos en dicho debate, a veces hasta la intolerancia, a propósito, en concreto de ciertas demandas del colectivo “trans” y sus críticas desde el autodenominado feminismo radical (tan legítimas son unas como otras, viéndose no obstante estas últimas sometidas, a mi juicio, a una inmerecida estigmatización). Con independencia de este debate, la autora conoce bien, por experiencia propia que ella misma relata (pp. 138-141), los peligros de la intransigencia, la tergiversación y la pasión cuando carece de reflexión, en el debate y las aspiraciones del feminismo. De ahí, quizá, el interés y la inquietud, palpable a lo largo de todo el libro, por acotar el papel de la emoción en el pensamiento y la acción política, especialmente (en el capítulo tercero) el de la “rabia feminista”. Pasiones y emociones son sin duda insoslayables e indispensables en cualquier planteamiento político en general y feminista en particular. Ya conocemos los efectos violentos de cualquier reduccionismo intelectualista, por la represión que implica de dimensiones tan radicalmente humanas como esas. Estereotipada o no, la apropiación de las emociones por parte del pensamiento feminista ha sido y es una aportación relevante a la racionalidad política contemporánea, pero también forma parte de esa relevancia la reflexión discriminadora sobre sus usos y abusos, sobre su papel en numerosas prácticas sociales y culturales, y también sobre su carácter sintomático cuando está expresando tensiones, contradicciones o, sencillamente, violencias de género.

Son muy abundantes las alusiones a autoras de referencia para el feminismo, tanto “clásicas” como actuales. Entre las primeras, me ha llamado la atención la alusión a una obra “menor” de Virginia Woolf, incomprendida en su momento, incluso entre su círculo de amigos y amigas como Tres guineas, un ensayo mordaz en el que se identifica el patriarcado con el nacionalismo y la guerra –y consecuentemente, el feminismo con el cosmopolitismo y el pacifismo–. En cuanto a pensadoras actuales, la autora reconoce desde el principio su deuda con Wendy Brown, Chantalle Mouffe y Judith Butler, lo cual no le impide en absoluto congregar a numerosas y muy diversas voces del debate y la investigación feminista.

A mi juicio, la autora aborda tres grandes debates en los que se posiciona siempre con reservas, prudencia y cuidado por evitar posturas dogmáticas. El primero de ellos se centra en la pregunta por la violencia feminista como autodefensa y como medio legítimo de resistencia, cuando se han agotado otros medios no violentos y cuando las instituciones del estado no responden ante las víctimas e incluso forman parte, ya sea de manera activa o pasiva, de las tramas de los agresores. En este sentido, procura distanciarse de las narrativas de la satanización y la exaltación, y analiza el problema valiéndose de distinciones conceptuales (violencia física, estructural, simbólica, espectacular...); referencias teóricas de autoras que han abordado la cuestión (Catharine MacKinnon, Rita Segato, Lucía Melgar...); memorias de movilizaciones emblemáticas, ya sean del pasado como las del sufragismo inglés, ya sean recientes como las del feminismo “anarca” en la Ciudad de México; usos estratégicos diversos (entre otros, los del feminismo separatista, hacia el que la autora se muestra crítica sin escatimar por ello esfuerzos de empatía); y contextualizaciones imprescindibles como las de la práctica sistemática del feminicidio en México. El resultado de todo ello es, a mi parecer, una asunción responsable de la violencia como legítima defensa, aunque siempre con límites y bajo una revisión crítica permanente de su legitimidad.

El segundo debate, planteado sobre todo en el capítulo cuarto, se centra en la identidad, que el feminismo también ha protagonizado por razones obvias. De nuevo, la autora busca una modulación crítica y constructiva entre posturas muy diversas, cuya pluralidad aboga en todo caso por asumir. Análogamente a la rabia feminista, la afirmación identitaria sería una expresión sintomática del vacío postmoderno y su campo de acción patriarcal-neoliberal, más que una respuesta real al mismo. Un vacío que ninguna tentación esencialista podría, por cierto, llenar, pues la identidad es una construcción contingente y multifactorial que, más allá de cualquier binarismo, implica una interacción compleja entre causalidades biológicas, psíquicas y culturales. No por ello la autora parece aceptar las objeciones a del feminismo de la emancipación o la igualdad, cuya posible deriva proteccionista e incluso victimista señala, sin dejar por ello de advertir el peligro de mitificar identidades y reproducir fronteras a costa de ellas

El tercer debate, abordado en el capítulo quinto, se centra en la legalización –o abolición– de la llamada “prostitución”, a partir del dilema entre la comercialización del cuerpo bajo el patriarcado neoliberal y la defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales, que es la postura que la autora defiende a contrapelo del feminismo neo-abolicionista. Para ello arguye, al hilo de reflexiones como la de Federici, que dicho trabajo no implica necesariamente violencia contra la mujer ni tampoco trata, y que con idénticas razones habría que abolir otras muchas modalidades de explotación de la mujer, siempre encubiertas bajo una doble moral, pues la “prostitución” es sólo una entre otras muchas modalidades de intercambio instrumental.

Se trata en definitiva de tres debates cuyos argumentos, planteamientos e interlocutoras apenas se perfilan en un meritorio trabajo de síntesis, y que por eso mismo son una invitación a reflexionar sobre temas capitales del feminismo actual y del pensamiento crítico en general.

Antolín Sánchez Cuervo
(Consejo Superior de Investigaciones Científicas)

Anna Dobelmann: Macht in einer globalisierten landwirtschaftlichen Produktion. Eine Analyse des argentinischen Sojaanbaus. Baden-Baden: Nomos 2021 (Studien zu Lateinamerika, 42). 313 páginas.

Anna Dobelmann’s book Macht in einer globalisierten landwirtschaftlichen Produktion (Power in a globalized agricultural production) analyses power relations within the soy economy in Argentina. After describing three basic concepts in the context of Argentina’s agricultural commodities (new extractivism, resource curse, rentier state), she outlines the state of the art in the context of global commodity chains.

In her definition of globalised production –her first central concept–, the author integrates approaches like global value chains and global production networks. What is missing in previous academic works is the influence of non-economic factors by social stakeholders outside the value chain. Although Dobelmann’s analysis is limited to the production of soy within the national boundaries of Argentina, the embeddedness of this production into world markets with big international producers of pesticides, seed and exporters as key players, a (partial) global perspective is indispensable and consequently adopted by the author. Dobelmann’s second central concept is power. The author considers both economic and non-economic perspectives. With regard to economic perspectives, Marxist perspectives and the critical agrarian studies are included as well as the political ecology. The latter emphasise the role of land control instead of land property. Non-economic resources are found in the work of Gramsci.

Dobelmann finally develops two main objects of her research (p. 81):

  1. Power of the economic actors within the soy value chain with regard to the internal relations and transactions between them, based on the daily economic activities.
  2. Power with regard to the framework conditions in which the economic activities take place with a special focus on the embeddedness of the actors in their social environment.

Methodology and results

After outlining the transformation of the soy economy in Argentina –with the neoliberal reforms during the 1990s and the implementation of genetically modified seed as key points– the author addresses her research questions in a two-step procedure: First, she defines all relevant actors within the soy value chain and analyses their mutual power relations. The identified actors are: Producers of agricultural equipment (pesticides and seeds), sales companies of agricultural equipment, pools de siembra (companies organizing agricultural work without being practically involved in the agricultural production), agricultural companies, contract farmers, export companies. Second, she elaborates on three conflicts in which different actors of the Argentine soy economy have been involved. The first conflict arose in connection with the national government’s planned increase in export taxes on soy. The second conflict is about the use of pesticides and the subject of the third dispute is the right of farmers to reseed seeds of genetically modified crops.

During both steps, the empirical discussion of the author is based on 20 problem-centred interviews according to Witzel with representatives from all relevant groups along the value chain and their associations. The data material is completed by newspaper articles, statistical data, literature, legal texts and publications of stakeholders, public authorities and private organisations.

The identified power relations within the soy supply chain (first step of analyses) show a dominant role of the input producers and exporters due to the existing oligopolies in both sectors. Contract farmers, who don’t own land, have the weakest position because of an oversupply of their services. Agricultural enterprises on the other hand can count on their land which –being a scarce resource– is their most important asset. Genetically modified seeds enable no-till farming and thus favours large structures through the use of huge machinery. As a consequence, financial capital has become more important which led to the emergence of the above-mentioned pools de siembra. By renting land from peasants and employing contract farmers, these have become a competitor for farmers.

The discussion of the above-mentioned three conflicts (second step of analyses) addresses especially the second research question (power with regard to the framework conditions): In two out of three conflicts (export taxes, right to reseed), farmers who played on their reputation as hard-working men and as guarantors of economic prosperity demonstrated their ability to mobilise non-economic factors in the form of public support to assert their interests. In the first case, they stopped government plans to increase export taxes on soy, in the second case they defended their right to reseed against the economically superior seed industry. In the third conflict which is about the admission and the use of pesticides, their local embeddedness again turns out to be an important asset as it protects pesticide-using farmers from being prosecuted for breaches of existing health/environmental requirements. On the other hand, the visible civil society resistance to the use of glyphosate shows, that the ability of farmers to mobilise public support for their interests has its limits.

Dobelmann’s work convinces with a clear structure, precise research questions and its common thread. Summaries at the end of each chapter facilitate the understanding and the focus on the key points. The inclusion of non-economic factors of power turns out to be a high-potential idea, because it leads to exciting results as the importance of the positive public image of the farmers. This reputation empowers them to fight through their interests against seemingly superior forces. The conflict about the use of glyphosate, however, shows, that public support for farmers has its limits or better to say that the public’s opinion is divided. As a strength of the discussed work should be added, that the author’s interview partners cover all sectors along the value chain, which allows for a wide diversity of perspectives.

Few aspects can be criticized: The definition of “agricultural companies” remains rather vague. After the lecture of chapter 6, in which all economic actors are defined, the reader doesn’t know if the decisive criterion for distinguishing farmers from other actors is land ownership or practical agricultural work. A more microeconomic-based approach would have been enriching in the chapter on soy export taxes (p. 163). There the author underscores, that, due to the oligopoly formed by the soy exporters, farmers have to bear the burden of higher export taxes alone. This seems exaggerated as the question of who pays economically for a tax depends on supply and demand-elasticities including the possibility of tax avoidance by taking up alternative agricultural activities. Moreover, as a subject for further research, the motives of policymakers to act should be mentioned. These are, for instance in the conflict about farmer’s rights to reseed, considered in a very limited way and restricted to the pressure of farmers and their allies on policymakers.

Lukas Feldmeier
(Universität Koblenz-Landau)

Índice de títulos reseñados

Altamirano, Carlos: La invención de nuestra América. Obsesiones, narrativas y debates sobre la identidad de América Latina. (John Piedrahita) 356

Arrieta Alberdi, Leyre: Al servicio de la causa vasca. Biografía de F. J. Landaburu (1907-1963). (Gabriela Viadero Carral) 351

Aub, Max: Obras completas. Volumen X. Ensayos I. (Volker Jaeckel) 307

Aubert, Paul: La civilización de lo impreso. La prensa, el periodismo y la edición en España (1906-1936). (Juan Carlos Sánchez Illán) 349

Bustos, Sophie: La nación no es patrimonio de nadie. El liberalismo exaltado en el Madrid del Trienio Liberal (1820-1823). (Raquel Sánchez) 341

Dobelmann, Anna: Macht in einer globalisierten landwirtschaftlichen Produktion. Eine Analyse des argentinischen Sojaanbaus. (Lukas Feldmeier) 374

Escudero Prieto, Víctor: Salir al mundo. La novela de formación en las trayectorias de la Modernidad hispanoamericana. (Vicente Cervera Salinas) 316

Fàbregas, Pere-A.: Mutua Universal. Más de un siglo de proximidad y servicio 1907-2020. (Mercedes Fernández Paradas) 353

García Martínez, Pablo: Un largo puente de papel. Cultura impresa y humanismo antifascista en el exilio de Luís Seoane (1936-1959). (Eduardo Hernández Cano) 300

García Monerris, Carmen: Mérito, virtud y ciudadanía. José Canga Argüelles (1771-1842). (Carlos Larrinaga) 338

Gasparini, Pablo: Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa. (Ilse Logie) 320

Gómez Trueba, Teresa/Reinstädler, Janett (eds.): Extranjeros, turistas, migrantes. Estudios sobre identidad y alteridad en las culturas hispánicas contemporáneas. (Pilar Nieva de la Paz) 309

Klinkert, Thomas (eds.): Gegenwartsliteratur aus Spanien. (Javier Ferrer Calle) 313

Lamas, Marta: Dolor y política. Sentir, pensar y hablar desde el feminismo. (Antolín Sánchez Cuervo) 372

Maas, Cecilia: The Joy of the Modern Home. New Media and Entertainment Market in Argentina, Chile, and Uruguay (1890s-1920s). (Patricia Carolina Saucedo Añez) 359

Martínez, Fabio (coord.): Narradores del Pacífico colombiano. (Carmen Ruiz Barrionuevo) 326

Montaño, Diana J.: Electrifying Mexico. Technology and the Transformation of a Modern City. (Frederik Schulze) 362

Padilla, José Ignacio: El poema se derrite. (Vladimir Litmam Alvarado Ramos) 334

Peral Vega, Emilio: “La verdad ignorada”. Homoerotismo y literatura en España (1890-1936). (Camilo Del Valle Lattanzio) 291

Romero Morales, Yasmina y Cerullo, Luca (eds.): Incómodas. Escritoras españolas en el franquismo. (Carmen Rivero) 304

Romero Salvador, Carmelo: Caciques y caciquismo en España (1834-2020). (Margarita Barral Martínez) 345

Sánchez Mora, Elena: Madres, mentoras, mediadoras. Reconciliando espiritualidad y feminismo en la narrativa de escritoras latinoamericanas del siglo xx. (Rocío del Águila Gracey) 330

Sánchez Zapatero, Javier: Arde Madrid. Narrativa y Guerra Civil. (Volker Jaeckel) 297

Schulze, Frederik: Wissen im Fluss. Der lateinamerikanische Staudammbau im 20. Jahrhundert als globale Wissensgeschichte. (Mario Peters) 364

Sierakowski, Robert: Sandinistas. A Moral History. (Abelardo Baldizón) 367

Zanellato, Romina: Brilla la luz para ellas: una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020. (Luis David Arroyo Dávila) 370

 

 

 

 


1 Pienso en este caso en los estudios de principios de siglo xx del sexólogo alemán Magnus Hirschfeld y su discurso sobre el “tercer sexo”.

2 Moreno, Javier. 1998. Romanones. Caciquismo y política liberal. Madrid: Alianza, p. 192.

3 Cabo, Miguel y Veiga, Xosé Ramón. 2014. “Una sociedad politizada en un liberalismo más que centenario (1833-1936)”. Otras miradas sobre golpe, guerra y dictadura. Editado por Lourenzo Fernández y Aurora Artiaga. Madrid: Libros de la Catarata, pp. 51-79; Veiga, Xosé Ramón. 2016. “Estado y caciquismos en la España liberal, 1808-1876”. El Estado desde la sociedad. Espacios de poder en la España del siglo xix. Coordinado por Salvador Calatayud et al.. Alacant: Universitat d’Alacant, pp. 41-80.

4 Una reseña de cada uno de ellos, además de otros referentes republicanos y socialistas en Javier Moreno, ed. 2005. Progresistas. Madrid: Taurus.

5 Pro, Juan. 2019. La construcción del estado en España. Una historia del siglo xix. Madrid: Alianza, p. 652.

6 Grandío, Emilio, ed. 2011. Santiago Casares Quiroga. La forja de un líder. Madrid: Eneida.

7 La inteligencia latinoamericana fue un concepto acuñado por Alfonso Reyes. El intelectual mexicano sugiere que, desde la independencia, los latinoamericanos han adquirido una identidad intelectual propia, a pesar de estar influenciados intelectualmente por occidente.

8 Simón Bolívar, según Altamirano, concebía a los latinoamericanos como una mezcla de indios y españoles, los propietarios del continente y los usurpadores (p. 16).

9 Altamirano revisa la revista Ariel, donde José Enrique Rodó escribió artículos sobre lo latinoamericano. El arielismo, según el autor, fue un credo de un numeroso sector de escritores hispanoamericanos. Desde el arielismo se llamaba a los cubanos y puertorriqueños a no afiliarse al pensamiento norteamericano (p. 17).

10 Las lecturas que realizó Carlos Altamirano de los historiadores del siglo xx dejan ver esas nuevas visiones de los procesos independentistas. Mismas que muestran la agencia de los sujetos subalternos. El autor se basa en los trabajos de Tulio Halperín Donghi, Pierre Chaunu, François-Xavier Guerra, Jaime Rodríguez, etc.

11 Era la primera vez que esta asociación mundial de escritores realizaba su asamblea en América y la prensa argentina que, desde el comienzo estuvo atenta a las alternativas del congreso, exaltó su significado (p. 114).

12 El presidente de la nación, el general Justo, dio la palabra de que el Estado argentino costearía los pasajes de los escritores extranjeros. La municipalidad, por su parte, cedió el Palacio del Concejo Deliberante para el coloquio de los intelectuales y, en la Casa de Gobierno, el primer magistrado iba a homenajear a los delegados e invitados con un almuerzo (p. 143).

13 En el congreso hubo pensadores de la talla de Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Francisco Romero, Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo. De hecho, Pedro Henríquez Ureña y Francisco Romero confluyeron en la revista Sur de Victoria Ocampo. Por su parte, Alfonso Reyes y Francisco Romero fueron los fundadores del Ateneo de la Juventud, revista fundada en la Ciudad de México, que fue un activo centro de renovación cultural.

14 Desde 1960 el término identidad alcanzó notoriedad por los movimientos raciales, étnicos, religiosos, sexuales, etcétera. Estos movimientos exigían reconocimiento y derechos en nombre de su identidad particular.

15 Altamirano dialoga con Eric Hobsbawm.