DOI: 10.18441/ibam.23.2023.84.217-248

 

 

 

 

Memoria y duelo de los testigos de la Guerra del Pacífico y sus propuestas escultóricas para conmemorar a los héroes muertos. Perú 1883-1897

Memory and Pain of the Witnesses of the Pacific War and their Sculptural Proposals to Commemorate the Fallen Heroes. Peru 1883-1897

Rodolfo Monteverde Sotil

Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú

rodolfo.monteverde@pucp.edu.pe
ORCID ID: https://orcid.org/0000-0003-1768-5723

“Es verdad: la otra vida de los muertos es la memoria de los vivos” 1

Introducción

A poco más de medio siglo de obtenida la independencia sudamericana (en Ayacucho, 1824) y a trece años del combate del Dos de Mayo, que la reafirmó (en El Callao, 1866), Perú se enfrentó a Chile en la Guerra del Pacífico (1879-1883), inicialmente en alianza con Bolivia, luego solo. Cuando se desató esta contienda, en la memoria de los peruanos sobrevivía el recuerdo de la confraternidad chilena por la independencia nacional y el combate que la selló. Pero estos recuerdos fueron trastocados desde 1879, cuando se inició el enfrentamiento entre ambos países, que duraría cuatro años.

La Guerra del Pacífico fue un hecho catastrófico para Perú. Luego de las derrotas en los combates y batallas iniciales, el ejército chileno ocupó el país por dos años. Con el Tratado de Paz de Ancón (1883) se perdió parte del territorio nacional: Arica y Tacna de manera temporal y Tarapacá de forma definitiva. Luego de diez años, se iba a decidir por medio de un plebiscito si ariqueños y tacneños deseaban o no reintegrarse a Perú, pero el plebiscito no se ejecutó. Así, luego de terminada la guerra, el duelo y luto peruano incrementaron por el cautiverio territorial y desarraigo de una parte de la población.

Según Tapia (2021, 760) y García (2005, 216-221) la Guerra del Pacífico tuvo similar objetivo que otras libradas entre países sudamericanos en la segunda mitad del xix y primeros años del xx: la apropiación de territorios y recursos naturales. Ejemplos de ello son también la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), en la cual Paraguay fue ocupado y arrasado por tropas argentinas, brasileras y uruguayas, y la Guerra del Acre (1899-1903), por la cual Bolivia perdió vastos territorios frente a Brasil.

En este artículo analizaremos los once primeros monumentos conmemorativos de los héroes peruanos muertos en la Guerra del Pacífico, erigidos en el departamento de Lima y en los del norte del Perú (La Libertad, Lambayeque, Piura y Cajamarca). El marco temporal del estudio se ubica entre la firma del Tratado de Ancón (1883) y la fecha de la supuesta ejecución de un plebiscito en Arica y Tacna (1894). Seleccionamos al departamento de Lima y los del norte del país porque en ellos se dieron las primeras intensiones escultóricas de la generación testigo de la guerra para conmemorar a los muertos en la contienda.

Como formularon con relación a otro contexto Jelin y Longoni (2005, XII-XIII), este se propone mirar cómo el autor, o los autores, o los comitentes de la cultura material contribuyen y crean sentidos del pasado a través de esta. Además, con este texto aportaremos al conocimiento historiográfico de la memoria bélica, que ha sido estudiada por otros investigadores en Chile y Bolivia, con relación a esta guerra, y en los países sudamericanos protagonistas de la Guerra de la Triple Alianza y la del Acre.2

De acuerdo con Lefebvre (2013, 137-138), no basta con describir los objetos culturales, sino que hay que analizar también sus relaciones sociales y sus formas de relaciones, ya que por sí solos no comunican su verdad. Hay que observar, por ejemplo, los motivos de quienes encaminan las conmemoraciones escultóricas a un conflicto bélico (el Estado o la ciudadanía), las memorias personales o grupales que les dan sus características a estos objetos culturales, la importancia de su producción en determinado contexto socio-político o geográfico, y su proximidad o lejanía con el suceso bélico acaecido.

Sobre este último punto, De La Cruz, quien analiza los efectos traumáticos generacionales de los que padecieron los estragos del Conflicto Armado Interno en Perú, sostiene que identificar la cercanía o lejanía a un evento bélico ayuda a analizar el proceso que se pretende narrar a partir de este (2018, 25-26). Según este autor, la generación testigo es la que participa y es afectada directamente por un suceso traumático, que no solo permanece en la memoria personal, sino que se expande, se colectiviza y se manifiesta, por ejemplo, a través del duelo y manifestaciones luctuosas. En este texto denominaremos como generación testigo a los peruanos, o extranjeros residentes en el país, que participaron, sobrevivieron y padecieron los estragos y consecuencias de la Guerra del Pacífico, y a fines del xix conmemoraron a quienes murieron en ella con monumentos.

Duelo y luto no son sinónimos, aunque a veces se les toma como tal. El duelo es la reacción a modo de sufrimiento, lástima o aflicción ante la pérdida de una persona o ideal (como la patria) o ante un evento traumático (como una guerra). También puede ser la demostración de estos sentimientos y la reunión de personas en eventos mortuorios. El luto, por su parte, es un signo exterior del duelo, manifestado en vestimentas, adornos y otros objetos, por ejemplo, el empleo del color negro, guirnaldas, catafalcos, música, repique de campanas, banderas a media asta, etc. (Meza Dávalos et al. 2008, 28; Diccionario de la Lengua Española 2014, 829 y 1366). Proponemos que los primeros monumentos dedicados a la Guerra del Pacífico fueron parte de las manifestaciones luctuosas de la generación testigo porque homenajeaban a héroes fallecidos cuando se vivía con intensidad el duelo posbélico.

Las guerras arrojan un común denominador para las ciudades que sufren ocupaciones y caen derrotadas, como fue el caso de las peruanas: la desesperanza y la vulnerabilidad. En ellas surge un plan en busca de fortalecimiento y reconstrucción, material y emocional, sobre la base del imaginario estatal y popular de los héroes fallecidos. Así, las construcciones del recuerdo de los héroes caídos se convierten en símbolos poderosos, encarnaciones de ideas y aspiraciones, puntos de referencias y soportes de identificación colectiva para la generación testigo de una guerra. Las proyecciones e inauguraciones de monumentos y las ceremonias periódicas realizadas en torno a ellos cumplen entonces un rol fundamental (Murilo de Carvallo 1997, 23 y 81; Cuberos 2009, 162).

Al igual que Macera (1978, 1-2) pensamos que, en vez de una sola historia del Perú, corresponde hablar, a modo de estrategia metodológica flexible, de diferentes historias ocurridas en el territorio nacional, de manera sincrónica y diacrónica, dentro de un marco temporal definido. Por ello, resulta válido conocer las complejas y variopintas realidades de duelo y luto manifestadas en diferentes partes del país durante los años iniciales de la posguerra del Pacífico y sus implicancias en los once primeros proyectos escultóricos decimonónicos dedicados a los caídos en combate.3 Esto resulta relevante también por ser esta conflagración la única donde el nacionalismo estatal peruano convergió con sentimientos populares, debido a que fueron golpeadas todas las clases sociales y regiones del país (Méndez y Granados 2010, 58).

Al realizar estudios interregionales contextualizados sobre la memoria e historia de la generación testigo de la Guerra del Pacífico en Lima y en el norte peruano podremos abarcar sus vivencias, que si bien compartidas, fueron sobrellevadas de diferentes maneras. Los integrantes de una nación, o comunidad imaginada como la define Anderson (1993, 23-26), no se conocen entre ellos; eso es imposible, debido a los millones que la integran, pero en la mente de cada uno vive la imagen colectiva de grupo, de compañerismo, de recuerdos compartidos.

Al respecto Assmann (2010) sostiene que la memoria colectiva se conforma por las diversas memorias compartidas por las personas, las cuales también están moldeadas por las diversas realidades regionales que afectan de una u otra manera su vida, por ejemplo, durante y/o luego de una conflagración.4 Según Assmann (2010) los recuerdos tienen incidencia en la identidad de la comunidad y se trasmiten empleando dos fuentes de memoria: la comunicativa y la cultural.

La memoria comunicativa se difunde diariamente de forma generalizada e improvisada: por ejemplo, los comentarios de las gentes, en calles o casas, sobre las noticias del desarrollo de una guerra o, cuando esta ha terminado, sobre algún evento público como las inauguraciones de monumentos que la conmemoran. Precisamente los monumentos conforman la memoria cultural, que, a diferencia de la anterior memoria, tiene mayor vigencia en el tiempo y materializa las intenciones, de un sector de la comunidad, por perennizar el recuerdo de una guerra de manera institucionalizada (Assmann 2010).

La literatura que nos antecede ha realizado importantes aportes para entender el duelo y luto peruanos durante los años iniciales de la posguerra del Pacífico a través del estudio de discursos públicos, notas periodísticas, novelas, veladas intelectuales, fotografías y procesiones a los escenarios bélicos.5 Pero, salvo algunas excepciones, esta historiografía, centrada en su mayoría en la provincia de Lima, ha relegado el estudio de los proyectos de monumentos decimonónicos dedicados a los héroes fallecidos.6

Los autores que han analizado estos monumentos se han centrado en los inaugurados en el ocaso del xix e inicios del xx en dos provincias del departamento de Lima (Lima y El Callao), dejando de lado varios proyectos propuestos desde que acabó la guerra (1883) tanto en este departamento como en otros del norte del país. Además, en su mayoría solo han realizado descripciones formales parciales de los monumentos develados, obviando los porqués que motivaron sus propuestas, marcaron sus características físicas y justificaron el lugar donde se proyectó alzarlos. De más está decir que estos trabajos no mencionan a los monumentos que no pasaron de ser meras propuestas, y que según nuestras pesquisas fueron varios7.

Entre los trabajos sobre monumentos peruanos decimonónicos dedicados a la Guerra del Pacífico resalta el de Millones (2009), quien analiza los discursos de odio contra Chile, pronunciados en las ceremonias de inauguración de algunos de ellos. Pero su trabajo se centra igualmente en la provincia de Lima y en los años finales del xix. También podemos mencionar trabajos enfocados en las provincias de Lima y El Callao, como Monteverde (2017 y 2019), que estudian el contexto geopolítico de los monumentos, dedicados a los héroes de la Guerra del Pacífico, entre 1883-1929, pero dejan de lado el contexto interno de duelo y luto posbélicos.

El presente artículo se estructura en cuatro partes. En la primera analizaremos el duelo y luto peruanos y las procesiones públicas para enterrar a los caídos en la guerra, en las que se alzaron monumentos efímeros en las calles. En la segunda, estudiaremos los registros escritos y gráficos (p. ej. pinturas, prensa y libros) de las hazañas de los héroes peruanos caídos en acción. En la tercera, revisaremos los espacios urbanos elegidos para alzar los monumentos a los héroes fallecidos. Finalmente, analizaremos de manera contextualizada las características de estos monumentos erigidos en Perú entre 1883 y 1897.

Los resultados expuestos en este artículo han sido obtenidos a partir de pesquisas en revistas, diarios, decretos legislativos, leyes, fotografías, pinturas, ilustraciones y libros de actas municipales decimonónicos disponibles en repositorios físicos y digitales limeños y extranjeros.8 Además, nos hemos valido de trabajos de campo para registrar y fotografiar varios de los memoriales.

Duelo, luto, procesiones y entierro de los muertos en la Guerra del Pacífico

Al poco tiempo de iniciada la Guerra del Pacífico, con la pérdida de la flota en el combate de Angamos (octubre de 1879), los peruanos comenzaron a vivir el duelo y el luto. Estos se sintieron y manifestaron tanto en la esfera privada como en la pública, debido a los continuos reportes de los caídos en los enfrentamientos y con las misas a los soldados difuntos, organizadas durante y después de la guerra.9

Tres semanas después del combate de Angamos, el Congreso decretó duelo en Lima por la muerte de Miguel Grau, comandante de la flota peruana. Para eso se organizó una misa en la catedral, a la que asistieron representantes del Estado, organizaciones civiles y comisiones extranjeras. Los respetos y honras al héroe muerto también se trasladaron al espacio público, donde el ejército formó en las calles ante la concurrencia de la población conmovida por los sucesos y los cañonazos disparados desde el fuerte limeño de Santa Catalina y las baterías y buques apostados en El Callao.10

Luego de la derrota naval vendría el colapso del ejército nacional en la batalla de Arica (1880) y la ocupación de Lima (1881). El sentimiento de duelo y las expresiones de luto fueron de la mano con el miedo que acarreó la inminente ocupación chilena del Perú. Por esa razón, varias familias abandonaron sus ciudades de residencia y durante su huida veían, aterrorizadas, alzarse, “[…] al tope del palo mayor la fatídica enseña [chilena] […]”11. También fueron testigos de la destrucción de sus urbes durante la ocupación y de las nubes rojizas, producto del bombardeo, que cubrieron el cielo limeño.12

Luego de la caída de Lima, la resistencia bélica se desarrolló hasta 1883 en la sierra central (Junín) y norteña (Cajamarca). A fines de ese año terminó oficialmente la ocupación chilena del país, pero la presencia del ejército invasor se prolongó hasta mediados de 1884 (Polack 2017, 151-153). Luego del retiro de las huestes vencedoras, los peruanos salieron a las calles conmovidos para ver cómo se bajaba la bandera chilena y se reponía el pabellón nacional en los edificios públicos. En Lima, por ejemplo, muchas personas lloraron arrodilladas en la plaza Mayor.13

Desde 1879 hasta fines del xix, el Estado peruano concedió una serie de montepíos y pensiones a los familiares de los que sucumbieron en el conflicto (Oficina de Participación Ciudadana 2012). Pero estos apoyos resultaron insuficientes debido a las numerosas bajas. Así, desde finales de la guerra, gran cantidad de viudas colmaron las oficinas estatales buscando apoyo económico. Un periodista de la época describió la larga espera de estas mujeres como la “pena negra”. Ante esta situación, para apoyar a las viudas, huérfanos y heridos de la guerra, diversas asociaciones recorrieron las calles de Lima y El Callao recolectando limosnas, mientras las municipalidades organizaban sorteos para recabar dinero (Denegri 2019b, 91). En 1884, por ejemplo, la Municipalidad de Lima suspendió las actividades conmemorativas de las fiestas patrias de julio, por motivos económicos y porque “[…] más que regocijo y entusiasmo […] se deben sustituir estos actos por manifestaciones de reconocimiento a las familias de los que dieron su vida y sangre en defensa de la patria […]”.14 Por tal motivo, organizó sorteos y entregó premios a las viudas, madres e hijos menores de los fallecidos.15

Según el Tratado de Ancón de 1883, que le puso fin a la guerra, Chile organizaría en 1894 un plebiscito en Arica y Tacna, territorios peruanos cedidos temporalmente luego del conflicto, para determinar si sus ciudadanos deseaban o no reintegrarse a su país. Si el resultado de la consulta resultase favorable a Perú, este debía pagar una indemnización económica a Chile. Por ello, el Estado peruano inició colectas estales y populares, a la par que recababa fondos para reactivar sus fuerzas militares y erigir monumentos a los héroes fallecidos.16

Las procesiones a los lugares de las batallas libradas en Lima para recolectar los restos de los combatientes y darles sepultura comenzaron cuando se cumplió un año de la ocupación chilena, es decir, con la presencia del ejército invasor y con el país en escombros. Muchos restos óseos permanecieron por años bajo los remanentes de las ciudades, como Chorrillos en Lima, Chota en Cajamarca y Chiclayo en Lambayeque. Por esa razón se organizaron diversas actividades para poder enterrarlos.17 En diciembre de 1886 la Beneficencia Pública de Lima, en coordinaciones con la Municipalidad de Lima, cedió un cuartel en el Cementerio General de Lima y se financió la colocación de placas sencillas en los nichos “para honrar hasta donde sea posible las cenizas de los que murieron como buenos en defensa de la patria en la última guerra extranjera”, y para enaltecer “como corresponde la memoria de esos dignos ciudadanos, cuyos nombres deben transmitirse a la posteridad”.18

En enero del año siguiente, cuando se cumplió otro aniversario de la defensa de Lima, se pidió en el diario El Comercio respeto por los restos de los combatientes y proceder con el entierro de: “[…] los huesos que blanquen [sic] todavía [en] la campaña de Miraflores […] de los ciudadanos sacrificados en aras de patriotismo y de la honra de la ciudad [...] ¡Gloria a ellos, respeto a su memoria!”.19 Para eso, el Concejo Provincial de Lima y la Beneficencia Pública de Lima, que nuevamente cedió un cuartel en el Cementerio General de Lima, acordaron “[…] [por ser] un deber patriótico honrar, hasta donde sea posible, [enterrar] a los que murieron como buenos en la defensa de la patria”.20

Ese mismo mes y año, un comité conformado por italianos recolectó y trasladó al Cementerio General de Lima los cadáveres de 14 bomberos garibaldinos fusilados en Chorrillos por intentar apagar el fuego ocasionado por el bombardeo chileno (figura 1). Para financiar estas actividades se organizaron funciones teatrales en el Politeama.21 Además, en 1888 la Compañía de Bomberos Chalaca llevó al Cementerio Baquíjano los restos de 40 integrantes de la Guardia Chalaca, y en 1889 un conjunto de instituciones realizó una peregrinación a los campos de batalla de San

Figura 1. Recorrido del cortejo fúnebre de 1887 para enterrar a los bomberos garibaldinos en el Cementerio General de Lima. Redibujado por Rodolfo Monteverde a partir de un plano de 1880 publicado en Günther 1983, s.p.

Juan y trasladó los restos óseos de los fallecidos al Cementerio General de Lima (Torrejón 2003).

Luego de diversas gestiones con Chile, Perú recuperó los restos de los combatientes en las campañas del sur de 1879 y 1880, como los de Miguel Grau. Dichas osamentas fueron traídas a El Callao en julio de 1890 y trasladadas al Cementerio General de Lima para su sepultura (figuras 2 y 3). Para ello, la municipalidad limeña organizó una comisión y destinó dinero para “[…] honrar de la mejor manera la memoria de los que perecieron en la última guerra […]”.22 En Chiclayo se efectuó una ceremonia simbólica para homenajear el regreso de los restos de los héroes de esta provincia, como Diego Ferré y Elías Aguirre, e incluso se colocó la primera piedra del monumento dedicado a Aguirre y los hijos lambayecanos.23

Figura 2. Recorrido del cortejo fúnebre de 1890 para enterrar a los héroes repatriados, muertos al inicio de la guerra, en el Cementerio General de Lima. Redibujado por Rodolfo Monteverde a partir de un plano de 1880 publicado en Günther (1983, s. p.).

Durante las ceremonias de 1890 en Lima y Chiclayo los asistentes se vistieron de luto. En las fachadas de los edificios públicos se colocaron telas negras, las banderas hondearon a media asta, los carruajes que trasladaban los restos óseos fueron cubiertos con lienzos negros. En las puertas y ventanas de las casas se colocaron cintas y emblemas de luto y se levantaron monumentos efímeros (arcos) en las calles por donde pasaría el cortejo fúnebre. Gran cantidad de personas, con emblemas luctuosos, acompañaron los desfiles realizados en calles y plazas, al son del repique de las campanas eclesiásticas y cañonazos de respeto del ejército. Además, se colocaron retratos de los héroes cerca de los catafalcos, en los monumentos efímeros y en las fachadas de los inmuebles.24

Figura 3. (A) Desembarco en El Callao en julio de 1890 de los restos óseos de soldados peruanos repatriados de Chile, entre ellos de Miguel Grau. (B) Traslado de estos restos mortales por las calles de Lima ese mismo mes y año antes de ser conducidos al Cementerio General. Fotografías tomadas de Babilonia (2016, 67 y 68).

El recuerdo de la guerra y el registro escrito y gráfico de los héroes muertos

A diferencia de Chile, Perú no contrató a un fotógrafo para registrar la Guerra del Pacífico, lo cual no impidió que algunas casas fotográficas en Tacna (estudio Rodrigo) y Lima (estudios Courret y Castillo), capturaran algunas etapas. Debido a la imposibilidad de tomar escenas en movimiento, las fotografías no mostraban el desarrollo de los enfrentamientos, sino solo sus resultados, como la destrucción de Chorrillos fotografiada por Courret. Por ello, los sucesos de las batallas y combates quedaron registrados principalmente en partes oficiales, correspondencias, informes periodísticos y, en general, en la memoria de la generación peruana testigo de la guerra (Babilonia 2016, 13-16). La revista inglesa Engineering publicó en 1879 y 1880 litografías de la destrucción del Huáscar. Estas, así como las fotos encargadas por el gobierno chileno, debieron de conocerse en Perú a fines del xix (Babilonia 2009).

Tales sucesos fueron difundidos luego de la lid a través de diversos medios y soportes, como la prensa escrita decimonónica peruana. Esta comparó a los héroes muertos con otros extranjeros. Por ejemplo, a Miguel Grau con “el inglés Nelson y el español Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador)”25 y a Francisco Bolognesi con el “espartano Leonidas”26 A los tripulantes del Huáscar los denominó “héroes griegos”27, a los soldados de la batalla de Arica “espartanos”28 y a los caídos en la batalla de San Pablo (Cajamarca) “esclarecidos patricios”.29 Asimismo, definió como “hazaña de Iliada y hecatombe de nuestros héroes” al valor y arrojo de los soldados peruanos que lucharon a sabiendas del poderío armamentista chileno.30

Estos símiles también presentes en los discursos decimonónicos del político peruano Manuel González Prada, fortalecían a los héroes muertos, considerados como víctimas, en el contexto de la derrota sufrida en un enfrentamiento al cual se consideró desigual (Peluffo 2019, 23-27). Al mismo tiempo, muchos de los sobrevivientes, sobre todo los militares de alto rango, fueron tildados de traidores y faltos de patriotismo, incluso de cobardes. Por ejemplo, Andrés Avelino Cáceres, líder de la Campaña de la Breña, fue considerado por varios sectores del Perú como tirano, abusivo y dictador y también acusado de manipular a sus tropas para hacerse de la presidencia del país en vez de enfocar su lucha contra los chilenos.31

También se difundió el recuerdo de la guerra a través de la enseñanza escolar y la elaboración de libros de historia, dibujos, pinturas y monumentos. Al respecto, en agosto de 1884 la Municipalidad de Lima acordó:

[…] [ que era] un deber de justicia y exigencia del patriotismo el procurar por todos los medios posibles que se generalice el conocimiento de los prohombres que nos dieron patria y libertad […] la memoria debe vivir en el corazón de todos los peruanos y trasmitirse de generación en generación, como un depósito sagrado con los sentimientos de admiración, gratitud y veneración […] para ello [se debe] establecer en las escuelas municipales una clase de biografía […].32

Figura 4. Litografías publicadas en El Perú Ilustrado en 1887 y 1890: (A) La vuelta del recluta. Tomado de Victorio (2019, 365) y (B) Grau fallecido. Tomado de “¡Grau!”. El Perú ilustrado, semanario para las familias, 19 de julio 1890, p. 397.

Al mes siguiente, este municipio promovió un diccionario histórico biográfico peruano, y en marzo de 1891 organizó un concurso literario e histórico sobre las batallas de San Juan y Miraflores33. Además, por aquellos años los retratos de los héroes muertos, basados en fotografías de estudio tomadas antes de la guerra, comenzaron a ser difundidos por la prensa, como en el diario de la provincia de Lima El Perú Ilustrado.34

En este diario también se divulgaron escenas que mostraban lo cruenta que había sido la guerra y sus consecuencias. Por ejemplo, en 1887, se publicó La vuelta del recluta, realizada por Paulino Tirado. Esta mostraba a un soldado indígena veterano anónimo, quien, afligido, se detiene frente a una tumba cavada en el suelo, al pie del remanente de su vivienda localizada en una zona altoandina. La litografía fue acompañada por un texto de la literata cuzqueña Clorinda Matto de Turner, quien apeló a las emociones y sentimentalismo posbélico de los lectores (Sotomayor 2019, 110-125; Victorio 2019, 364-365) (figura 4a).

Tres años después, en este mismo medio, se publicó otra litografía donde se aprecia el cuerpo sin vida de Grau, al lado de los cañones del Huáscar y acompañado de dos alegorías. Una de ellas, semi arrodillada, sostiene una corona de laureles, mientras que la otra, de pie, empuñando una espada señala el cadáver de Grau. La imagen se complementa con la siguiente inscripción: “Quiso dar a su patria una victoria y Dios por darle más le dio la gloria”35 (figura 4b).

La tragedia de la guerra también fue replicada en la pintura, como en El repase de Ramón Muñiz (1888), donde se aprecia a una rabona deteniendo a un soldado chileno que trata de rematar a su esposo moribundo en medio de la despiadada batalla de Huamachuco, junto a su hijo y otros soldados muertos. También tenemos El último cartucho de Juan Lepiani (1899), donde se ve a Francisco Bolognesi mal herido en sus últimos minutos de vida en la batalla de Arica en medio del enfrentamiento cuerpo a cuerpo de los soldados (figura 5).

En 1894, año en que Chile debía organizar el plebiscito para decidir el destino de Tacna y Arica, Domingo de Vivero publicó el libro Cuadros históricos de la Guerra del Pacífico. En su carátula se aprecia a una alegoría de la Patria portando un pabellón nacional y se hace hincapié en que el texto está profusamente ilustrado. Efectivamente, en él se incluyeron diversos carboncillos con escenas de los enfrenamientos librados en diferentes etapas y escenarios de la guerra. Estos mostraban el horror, la tragedia y el sacrificio de los peruanos, quienes fueron representados inmortalizándose en pleno combate. En esas escenas, sus cuerpos desfallecientes se confunden con la polvareda e impacto de las balas y bombas y se muestra la lucha física en medio de gran cantidad de soldados y caballos muertos (figura 6).36

Figura 5. Lienzos de: (A) El Repase de Ramón Muñiz de 1888. Imagen cedida por Álvaro Monteverde en 2020 y (B) El último cartucho de Juan Lepiani de 1899. Imagen cedida por Nanda Leonardini en 2021.
Figura 6. Carboncillos publicados en Cuadros históricos de la guerra del Pacífico de Domingo de Vivero en 1894: (A) El combate de Iquique, (B) El sacrificio de Enrique Palacios, (C) Coronel Francisco Bolognesi en la cuesta del Visagra (Tarapacá), (D) Batalla de Tacna. Imágenes tomadas de Babilonia (2010, 37, 48, 74 y 80).

Los primeros monumentos de los héroes fallecidos en la Guerra del Pacífico y sus ubicaciones

Concluida la guerra se propusieron once monumentos para inmortalizar a los héroes fallecidos, tanto en el departamento de Lima como en los del norte de Perú (La Libertad, Lambayeque, Piura, Cajamarca). De ellos, solo siete se erigieron en las dos últimas décadas del xix. Las iniciativas fueron impulsadas por el Estado (ministerios, municipalidades y prefecturas) y la ciudadanía. En un inicio, en la provincia de Lima y en la de El Callao, los proyectos escultóricos fueron propuestos para cementerios, porque a ellos se habían trasladado o trasladarían los restos de los combatientes recolectados en Lima o repatriados de territorios en posesión chilena. (tabla 1)

Por ejemplo, en 1885, cuando se cumplió un aniversario más de la ocupación de Lima, la Municipalidad de El Callao propuso levantar un monumento a los Chalacos que murieron en la Guerra del Pacífico. Inicialmente se pensó en algún espacio exterior del puerto, pero luego la decisión recayó en el Cementerio Baquíjano, donde fueron depositados los restos de estos combatientes en 1888.37 Al año siguiente, la Municipalidad de Lima propuso y destinó dinero para erigir un monumento a los Integrantes de la Reserva muertos en la batalla de Miraflores, aunque no especificó donde se alzaría.38

En 1887, días previos al traslado de los restos de los bomberos garibaldinos (fusilados por los chilenos) de Chorrillos al Cementerio General de Lima, se propuso realizarles un monumento en este camposanto.39 En ese mismo cementerio, entre 1891 y 1893, la Dirección de Obras Públicas del Ministerio de Gobierno, emprendió las gestiones para alzar un obelisco a las Víctimas de la Guerra del Pacífico.40 De todos los proyectos comentados ninguno llegó a concretarse.

Fuera del departamento de Lima, como por ejemplo en Cajamarca, también se dio preponderancia al recinto sepulcral para alzar monumentos. La ubicación del Arco Triunfal a los héroes de la batalla de San Pablo fue discutida en 1891, cuando algunas personas sostuvieron que era mejor que se construyera un monumento-mausoleo en el cementerio de Cajamarca, a donde debían trasladarse los restos que yacían en el panteón de la provincia de San Pablo. Esta propuesta no tuvo mayor repercusión, ya que el arco fue inaugurado por el municipio en una vía de la capital cajamarquina en 1897, cuando se conmemoró un año más del enfrentamiento.41

Tabla 1: Monumentos a los héroes fallecidos en la Guerra del Pacífico propuestos en las décadas de 1880 y 1890. Elaborado por Rodolfo Monteverde en 2021.
Figura 7. Monumento a Miguel Grau inaugurado en 1885 en Piura. (A) Vista de su ubicación inicial en la plaza mayor de Piura. Imagen cedida por Nanda Leonardini en 2021, (B) vista actual del monumento. Foto tomada por César Lee en 2021, (C) detalle del alto relieve del Huáscar. Foto tomada por César Lee en 2021.

A la par que se propusieron monumentos para cementerios, otros fueron alzados en calles y plazas de las ciudades de Lima y el norte del Perú, como el de Miguel Grau en la plaza Mayor de Piura en 1885, que fue el primero en el país dedicado a un héroe muerto de la Guerra del Pacífico (figura 7). En 1891 se develaron dos monumentos más, el de Ricardo O’Donovan y los hijos trujillanos en una vía de Trujillo (figura 8) y el Osario de Miraflores en Lima en el cruce de dos avenidas miraflorinas, que reunió los restos de los combatientes fallecidos durante la toma de la capital peruana y enterrados inicialmente en una fosa común (Millones 2009, 151) (figura 9).

Figura 8. Monumento a Ricardo O’Donovan y los hijos trujillanos inaugurado en 1891 en Trujillo, La Libertad. (A) vista general y (B y C) detalles de las inscripciones en el pedestal. Fotos tomadas por Rodolfo Monteverde en 2019.
Figura 9. Osario de Miraflores inaugurado en 1891 en Miraflores, Lima. (A) imagen que muestra las características originales del mausoleo. Tomado de la exposición Miraflores, ciudad heroica en la sala Luis Miró Quesada Garland de 2021. (B) vista actual del remanente del mausoleo en el parque Reducto de Miraflores, se aprecia la relación de los caídos en la defensa de Lima. (C) Versículo de los Macabeos. Fotos tomadas por Rodolfo Monteverde en 2021.
Figura 10. Monumento a Miguel Grau y los hijos de Matucana inaugurado en 1895 en Matucana, Huarochirí. (A) vista general. (B y C) Escenas del Huáscar combatiendo. (D) Escena de soldados huarochiranos en el fragor de la batalla. Fotos tomadas por Álvaro Monteverde en 2020.

En 1895 se inauguró el monumento a Miguel Grau y los hijos de Matucana en la plaza Mayor de este distrito de la provincia de Huarochirí (figura 10). En 1897 se erigieron otros tres: Miguel Grau y los caídos en el combate de Angamos en la plaza Grau de El Callao (figura 11), Elías Aguirre y los hijos lambayecanos en la plaza Aguirre de Chiclayo (figura 12) y el Arco Triunfal a los héroes de la Batalla de San Pablo al inicio del puente Independencia de Cajamarca (figura 13). Además, a fines del xix se proyectó alzar, en la intercepción de dos tramos de la avenida limeña Circunvalación, un monumento a Francisco Bolognesi y los caídos en la batalla de Arica, que fue inaugurado en 1905.

Figura 11. Monumento a Miguel Grau y los caídos en el combate de Angamos inaugurado en 1897 en El Callao. (A) Imagen de su inauguración. Foto cedida por Daniel Monteverde Gómez en 2020. (B) Detalle de las esculturas de la plana mayor del Huáscar. (C y D) Escenas de los combates librados por el Huáscar. Fotos tomadas por Rodolfo Monteverde en 2016.

Como hemos visto, en la provincia de Lima los primeros proyectos fallidos de monumentos a los héroes de la Guerra del Pacífico fueron planteados para cementerios y no para calles o plazas. Esta provincia no contaría con una plaza con un monumento de un héroe de la Guerra del Pacífico hasta 1905 (el de Francisco Bolognesi y los caídos en la batalla de Arica). Sin embargo, algunos de los tramos de la avenida Circunvalación, trazada luego del derrumbe de las murallas virreinales, fueron designados desde inicios de la década de 1890 como Alfonso Ugarte y Grau.42 Por el contrario, en otras dos provincias del departamento de Lima se alzaron para estas fechas monumentos a Grau en importantes plazas: la de Huarochirí (distrito de Matucana, 1895) y la de El Callao (1897).

Figura 12. Monumento a Elías Aguirre y los hijos lambayecanos inaugurado en 1897 en Chiclayo, Lambayeque. (A) vista de la plaza Elías Aguirre de 1907. Imagen tomada de “De provincias. Departamento de Lambayeque”. Prisma, revista de artes y letras, 22 de junio 1907, s/p. (B) Vista actual del monumento. Foto tomada por Juan Castañeda en 2021. (C) detalle de los nombres de los lambayecanos partícipes en la guerra, tallados en el pedestal. Foto tomada por Juan Castañeda en 2021.

Quien mayor atención escultórica recibió en las dos últimas décadas del siglo xix fue Miguel Grau, ya que se le inauguraron tres monumentos (Piura 1885, Matucana 1895 y El Callao 1897). La muerte del marino y la manera en que esta sucedió, a razón de una explosión en el Huáscar, caló profundamente en el imaginario peruano. Recordemos que a los pocos días de su fallecimiento Lima fue declarada en duelo. Pero, ¿por qué los dos primeros monumentos del departamento de Lima dedicados al marino fueron alzados fuera de la provincia de Lima: en la de Huarochirí y El Callao?

Figura 13. Arco triunfal a los héroes de la batalla de San Pablo inaugurado en Cajamarca en 1897. (A y B). En la parte inferior del arco se aprecia la relación de los participantes de esta batalla. Fotos de fines del xix e inicios del xx. Imágenes cedidas por Nanda Leonardini en 2021.

A fines del siglo xix, inaugurar algunos de los monumentos dedicados a los héroes muertos en la lid del Pacífico tomó en promedio ocho años, entre otros motivos por el contexto peruano de posguerra de inestabilidad económica y política (tabla 1). El monumento de Huarochirí de 1895 fue inaugurado a los tres meses de asumir el mando del país Nicolás de Piérola (1895-1899), por lo que pensamos que debió encaminarse en uno de los periodos de los presidentes que lo antecedieron, casi todos veteranos del evento bélico.

Huarochirí fue el acceso limeño a la sierra central donde Andrés Avelino Cáceres inició la resistencia a la ocupación chilena (Campaña de la Breña). Proponemos que el impulso y apoyo para inaugurar este monumento por parte de Piérola, fue una manera de apropiarse simbólicamente de esta zona para restarle peso al recuerdo heroico de Cáceres, a quién defenestró en 1895 de la presidencia luego de una guerra civil. De esta manera, Piérola quiso reformular la memoria de la guerra, para dejar en el olvido su huida de Lima, mientras esta ciudad caía en manos chilenas (1881), durante su primera presidencia, mientras Cáceres emprendía la resistencia bélica del país hasta 1883.

Esto quedó evidenciado en la organización de la ceremonia inaugural del monumento en Matucana, que, según se esperaba, sería encabezada por Piérola pero a la que este finalmente no asistió por motivos que desconocemos, así como en los discursos pronunciados por los funcionarios pierolistas frente al recién estrenado monumento a favor del mandatario y en contra de Cáceres. También se mostró en el apoyo brindado a la concreción del monumento por personas simpatizantes al partido de Piérola y en la elección de los padrinos del memorial: Antonio Bentín (fundador del partido Demócrata o pierolista) y la esposa de Piérola.43

Según lo indica su nombre, el monumento de Matucana de 1895 rinde homenaje a Grau y a los ciudadanos huarochiranos que fallecieron en diversos frentes y etapas de la guerra. Por ello, en su pedestal se tallaron los nombres de las batallas en las que lucharon estos héroes y se representaron algunas escenas bélicas. Esta conmemoración a un grupo de ciudadanos de la provincia altoandina de Huarochirí se contradice con el malestar decimonónico, de marcado tinte racista, irradiado desde la provincia de Lima, que culpaba a los indígenas por las derrotas sufridas ante Chile. Tales comentarios provenían principalmente de criollos de la clase social media-alta, afincados en el corazón urbano de Lima de vieja raigambre española. Ejemplo de ello son los discursos y escritos de Manuel González Prada, Ricardo Palma, Emilio Gutiérrez de Quintanilla e Hildebrando Fuentes.44 Además, en el último tercio del xix surgió en Perú la asociación intrínseca geográfica-étnica, que vinculaba a los indígenas solo con las zonas altas (Méndez 2011, 62-73).

Esta postura clasista, racista y de diferenciación geográfica quedó evidenciada en la reseña de la inauguración del monumento de Matucana que publicó el diario de la provincia de Lima El Comercio, donde se comentó, a manera de asombro: “[…] todo el resto de la población se hallaba igualmente aseada lo que demuestra que progresa la provincia [Huarochirí] […] a 2374 msnm o sea 2237 metros más que Lima […] a 84 km de la ciudad de Lima”.45

Respecto al monumento erigido en El Callao en 1897, primero se propuso colocarlo en la provincia de Lima. Luego la municipalidad chalaca tomó la iniciativa de alzarlo en el principal puerto del país para que el monumento de Miguel Grau y los caídos en el combate de Angamos estuviera simbólicamente cerca del océano que los vio dar la vida por el país, y además para que los chalacos contaran con un monumento que materializaba sus agradecimientos hacia los fallecidos y sobrevivientes que pelearon en la defensa de Lima y del puerto durante la ocupación chilena (Monteverde 2019, 144-151).

Representaciones de los héroes, escenas bélicas e inscripciones en los monumentos

Salvo los tardíos proyectos inaugurados en 1897, como el Arco Triunfal a los héroes de la batalla de San Pablo, alzado en Cajamarca y realizado por un artista de esa provincia, y el de Miguel Grau y los caídos en el combate de Angamos, develado en El Callao y ejecutado en gran formato en Italia por un artista de ese país, casi todos los demás fueron tallados por escultores extranjeros radicados en Lima, como Ulderico Tenderini y Pedro Roselló). Estos fueron especialistas en la ejecución de varios monumentos de mármol para el Cementerio General de Lima (tabla 1).46

La selección de estos artistas se debió a su experiencia escultórica funeraria, ya que los monumentos estaban dedicados a los héroes fallecidos en la Guerra del Pacífico y se había propuesto, en algunos casos, alzarlos en cementerios. La elección del material pétreo se debió a que en Perú las fundiciones de bronce habían sido desactivadas por la guerra.47 Debido al presupuesto de los años posbélicos, fue imposible encargar obras en el extranjero, como había sido recurrente desde la naciente república hasta antes de 1879.

Además, era inviable financiar la realización, en Perú u otro país, de monumentos con representaciones de escenas históricas o alegóricas complejas con esculturas de cuerpo entero.48 Esto se evidencia en el proyecto trunco de la Dirección de Obras públicas del Ministerio de Gobierno. Entre 1891-1893 esta dirección propuso sin suerte tallar los rostros de ocho héroes y escenas de diversas batallas, acompañados con los nombres de 30 fallecidos en el mausoleo a las Víctimas de la Guerra del Pacífico, a alzarse en el Cementerio General de Lima.49

Estas circunstancias marcaron las características formales de los primeros monumentos alzados en Perú dedicados a los héroes fallecidos en la lid del Pacífico. Casi todos ellos son de mármol y en su mayoría está compuestos por un busto sobre un pedestal pequeño, donde se tallaron fechas de los eventos bélicos, relaciones de los fallecidos, dedicatorias post mortem y, en algunos casos, símbolos patrios y escenas de los enfrentamientos. Excepción de ello, es el monumento a Miguel Grau y los caídos en el combate de Angamos (El Callao 1897), realizado en Europa 14 años después de finalizada la guerra. Por ello es el único de gran formato y cuenta con bustos de diferentes héroes de las batallas de Iquique y Angamos, placas de bronce y una escultura de cuerpo entero de Grau elaborada con este mismo material.

Para realizar los bustos colocados sobre los pedestales, se debió apelar a registros fotográficos de los héroes anteriores a la guerra. Estos fueron representados con rostros serenos, tal como aparecen en dichos registros (Babilonia 2009, 161-186). Las representaciones escultóricas resultaron así distintas a las divulgadas en carboncillos y pinturas en los años iniciales de la posguerra, que mostraban a los combatientes participando en los enfrentamientos y cayendo heridos durante el fragor de las batallas.

El imaginario simbólico decimonónico de los héroes muertos, que los comparaba con otros héroes históricos (como Nelson, El Cid, Leónidas), quedó materializado en el Osario de Miraflores de 1891. En dos lados del pedestal que coronaba a este monumento se inscribieron dos versículos del libro de los Macabeos: “Líbrenos Dios de huir delante ellos. Si ha llegado nuestra hora muramos valerosamente en defensa de nuestros hermanos y no echemos un borrón a nuestra gloria” y “Dederunt se ut liberarent populum eorum et acquirerent sibi nomen aeternum” (figura 9).

Este último versículo fue añadido al reverso de la medalla que el Concejo Provincial de Lima mandó realizar por la inauguración del monumento, pero en español: “Se sacrificaron por libertar a su pueblo y adquirir un nombre inmortal, Vs 44”. En su verso se inscribió en torno a la representación del osario: “Concejo Provincial de Lima 1891 en memoria de los que sucumbieron el 13 y 15 de enero de 1881”. (figura 14)

Figura 14. Medalla de plata conmemorativa de 1891 realizada por la inauguración del Osario de Miraflores. Imagen tomada de Anything Anywhere https://anythinganywhere.com/commerce/exo/peru-med-7.jpg (consultada el 30 de diciembre de 2020).

Además de aludir los versículos de los Macabeos a los difuntos, estos fueron usados en el Osario de Miraflores y en la medalla conmemorativa para establecer un parangón entre la Guerra del Pacífico y la guerra de resistencia que el pueblo judío emprendió, a mediados del siglo ii a.C., primero contra la ocupación persa y luego contra la griega, hasta conseguir su libertad.50 Los chilenos fueron emulados con los griegos y persas, mientras que los peruanos se identificaron con los judíos. Esta comparación simbólica fue rememorada el día de la inauguración del monumento (considerado duelo nacional por el Estado), ya que se debía seguir luchando y recabando dinero para pagarle a Chile hasta recuperar los territorios cautivos (Arica y Tacna) a través del ansiado plebiscito, a ejecutarse en 1894.51

Durante la posguerra decimonónica, aunque a través de la prensa se resaltó el rol de un determinado héroe, en los aniversarios de los enfrentamientos contra Chile y en las inauguraciones de los monumentos, los agradecimientos y homenajes estuvieron siempre dedicados a todos los combatientes que entregaron la vida por Perú. Esta extensiva gratitud se evidencia en las denominaciones iniciales de los monumentos decimonónicos (tabla 1).

Esta gratitud a todos los que murieron por el Perú también se materializó en las dedicatorias talladas en los pedestales de algunos monumentos. Por ejemplo, en el de Ricardo O’Donovan y los hijos trujillanos se colocó la inscripción “a sus valientes hijos mártires de la guerra con Chile” en torno a una corona de laureles (símbolo del triunfo) atravesada por una hoja de palma (símbolo del martirio) y una espada. En el de Miguel Grau y los hijos de Matucana se esculpió: “a los que sucumbieron en la guerra” en honor a los ciudadanos de Huarochirí. También, hasta donde lo permitió la superficie de los pedestales, se tallaron los nombres de los héroes (sobre todo de los fallecidos) y las fechas y nombres de los enfrentamientos donde sucumbieron.

De esta manera, en estos monumentos se empleó el concepto de imagen-texto, ya utilizado en la litografía y poema titulados La vuelta del recluta (1887) y en la litografía que mostraba a Grau muerto (1890), publicadas en El Perú Ilustrado. El objetivo fue asociar conceptos compuestos y sintéticos explicativos y narrativos. Es decir, se crearon obras escultóricas no solo para ver sino también para leer, para narrar sucesos heroicos grupales trágicos, encaminados por determinados héroes considerados en el imaginario popular como los principales en la defensa del país (Grau, Aguirre, O’Donovan, entre otros), cuyos bustos coronaban los monumentos.52

Para recabar datos de los héroes, a tallarse en los pedestales de los monumentos, se conformaron comitivas encabezadas por militares veteranos de la guerra. No hemos encontrado polémica alguna por el nombre de algún héroe muerto a colocar en los monumentos. Hubo sí polémicas en cuanto a algunos sobrevivientes, ya que varios reclamaron por no estar esculpidos sus nombres. Así sucedió en 1885, poco tiempo antes de develarse el monumento a Miguel Grau en Piura, cuya comitiva estuvo liderada por el marino Antonio A. De La Haza.53

En 1892 se conformó otra comitiva, encabezada por los veteranos Melitón Carbajal, Justo Pastor Dávila y Emilio Castañón, para colocar en el monumento a las Víctimas de la Guerra del Pacífico “[…] los nombres de las víctimas de la última guerra nacional cuyos retratos deben esculpirse en los cuatro ángulos del basamento y las cuatro caras del obelisco del monumento […]”, “[…] ha influido en estas decisiones la necesidad de hacer figurar el mayor número de combates y acciones de guerra […]”.54

Este monumento no llegó a concretarse, pero la idea fue retomada en el de Miguel Grau y los caídos en el combate de Angamos, erigido en El Callao en 1897. En ese caso se emplazaron, en la parte baja de su columna, los bustos de los tripulantes de la plana mayor del Huáscar y sus nombres en placas de bronce. Además, en 1895, dos años antes de inaugurarse el monumento a Elías Aguirre y los hijos lambayecanos, se publicaron notas en diarios limeños y chiclayanos para solicitar información, a tallarse en el pedestal, de los nombres, país de nacimiento, clase militar, cuerpo del ejército en los que sirvieron y la batalla en la que murieron los héroes chiclayanos.55

Epílogo

Al poco tiempo de que Chile se retiró del país, la generación peruana testigo de la Guerra del Pacífico buscó conmemorar a los héroes muertos a través de monumentos. En medio del duelo por los estragos de la guerra, en las dos últimas décadas del xix, estos monumentos, o memoria cultural como la define Assmann (2010), deben ser entendidos como la materialización luctuosa de los años iniciales posbélicos, ya que a través de ellos se buscó perennizar el recuerdo de los héroes fallecidos.

Además, muchos de estos monumentos, modestos debido a los estragos económicos posbélicos, fueron propuestos para los cementerios donde se trasladaron los cadáveres de los que perecieron en la guerra, en medio de procesiones públicas multitudinarias en las que resaltó el clamor popular y se alzaron monumentos efímeros en calles y plazas. Este sentimiento de duelo se incrementaría a partir de 1894 porque Chile no ejecutó el plebiscito popular que debía decidir el retorno de Arica y Tacna, cautivas luego de la lid.

En la memoria colectiva, la posguerra del Pacífico, que hemos rastreado para fines del xix en el departamento de Lima y los del norte del Perú, las conmemoraciones escultóricas estuvieron enfocadas principalmente en los peruanos que sucumbieron en combate y no en los sobrevivientes (sobre todo los veteranos de alto rango militar). Entre otros motivos, esto se debió a que estos últimos fueron culpados de no haber defendido valerosamente a la patria y de querer hacerse del poder del país luego de la conflagración.

Finalmente, podemos afirmar que con estos monumentos decimonónicos no solo se buscó conmemorar a un héroe fallecido determinado, como Grau, Aguirre u O’Donovan, cuyas efigies fueron colocadas en la parte superior de los pedestales, sino que también sirvieron de soporte para rendir tributo a todos los que murieron defendiendo al Perú en los diferentes frentes bélicos. Para ello, en estos monumentos se tallaron dedicatorias, nombres y fechas de los enfrentamientos y se inscribieron los nombres de los héroes fallecidos hasta donde la superficie de los pedestales lo permitió.

Agradecimientos

A Gabriel Ramón Joffré por sus comentarios. A Nanda Leonardini por iniciarme en la investigación de la historia del arte. A Carlos Landa, Sebastián Ávila, Laura Staropoli y Samanta Pérez por darme la oportunidad de exponer este artículo en el Centro Cultural Paco Urondo de Buenos Aires (2023). A la beca doctoral Huiracocha de la PUCP. A mi padre, Luis Daniel Monteverde Gómez (1936-2020). También a Ernesto P.A.

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Fecha de recepción: 15.12.2021
Versión reelaborada: 7.07.2023
Fecha de aceptación: 18.08.2023

 

 

 


1 Frase tomada de la novela Retablo de Julián Pérez (2018:364), que versa sobre la memoria de las víctimas del Conflicto Armado Interno en Perú (1980-2000).

2 Véanse Cid (2011), Polo (2014), Alegre (2020), López (2001) y Comisión Nacional de Conmemoración (2021).

3 La data analizada en este artículo es resultado preliminar de la investigación realizada para la elaboración de nuestra tesis doctoral en historia, que se encuentra actualmente en preparación.

4 Sobre los beneficios de los estudios interregionales, véase Aldana (2002, 103); sobre la interculturalidad, Chatterjee (2008, 55).

5 Sobre procesiones fúnebres, véase Torrejón (2003). Sobre la fotografía de la guerra y posguerra del Pacífico revisar Babilonia (2009, 2010 y 2016).

6 El libro editado por Denegri (2019a) reúne 16 trabajos sobre diversos tópicos de la posguerra entre 1885 y 1925, pero no sobre monumentos.

7 Los trabajos de Gamarra (1974), Castrillón (1991) y Villegas (2010) ponen el foco en el monumento a Miguel Grau en la provincia de El Callao (1897) o en el de Francisco Bolognesi en la provincia de Lima (1905).

8 La Biblioteca Británica tiene en su repositorio virtual (https://eap.bl.uk/project/EAP498) diarios del norte del Perú de los siglos xix y xx. Los decretos legislativos peruanos se encuentran en https://leyes.congreso.gob.pe/. Las Colecciones Digitales del Ibero-Amerikanisches Institut Preußischer Kulturbesitz en Berlín poseen revistas peruanas de los siglos xix y xx (https://digital.iai.spk-berlin.de/viewer/collections/lateinamerikanische-kulturzeitschriften/). El archivo digital de los Libros de Actas de La Municipalidad de Lima nos fue facilitado por Omar Esquivel.

9 “Crónica”. El Comercio, jueves 13 de enero 1887, s/p.

10 “D. 27 de Octubre de 1879. Declarando en duelo la capital de la República por el fallecimiento del Contra Almirante don Miguel Grau”. https://leyes.congreso.gob.pe/Documentos/LeyesXIX/1879079.pdf (consultado el 21 de septiembre de 2020).

11 Así lo relató en su huida de Lima la escritora argentina Manuela Gorriti (cit. según Cárdenas 2019, 158).

12 Sobre la ocupación chilena del Perú, véase Mc Evoy (2016).

13 “Intereses generales”. La Unión, 17 de julio 1898, s/p.

14 “Sesión ordinaria del jueves 19 de junio”. 1884: En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 38-39. Lima.

15 “Sesión ordinaria del martes 15 de julio”. 1884. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 58-62. Lima. “Sesión solemne extraordinaria del lunes 28 de julio”. 1884. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 74-75. Lima.

16 Antes del supuesto plebiscito de 1894, se publicaron anuncios en diarios peruanos para recolectar dinero para recuperar los territorios cautivos, a través de funciones teatrales u otros eventos. “Crónica. Fondos para el rescate de Tacna y Arica”, 1891. El Taymi, publicación semanal, 19 de setiembre, s/p. Además, la Municipalidad de Lima aprobó algunos proyectos para conformar comisiones para reunir dinero con este mismo fin. “Sesión del lunes 17 de noviembre”, 1890. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 54-56. Lima. “Sesión del viernes 30 de octubre”, 1891. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 132-136. Lima.

17 Durante 1881 se recuperó en Chorrillos gran cantidad de cadáveres durante la remoción de escombros. “Sesión del lunes 20 de junio”, 1881. En Concejo distrital de Chorrillos, Libro de Actas 1, 19 de junio de 1881-12 de diciembre de 1890, folio 3. Chorrillos. “Sesión del martes 21 de junio”. 1881. En Concejo distrital de Chorrillos, Libro de Actas 1, 19 de junio de 1881-12 de diciembre de 1890, folios 4-5. Chorrillos. “Sesión del martes 9 de agosto”, 1881. En Concejo distrital de Chorrillos, Libro de Actas 1, 19 de junio de 1881-12 de diciembre de 1890, folio 11. Chorrillos. “Sesión del jueves 29 de setiembre”, 1881. En Concejo distrital de Chorrillos, Libro de Actas 1, 19 de junio de 1881-12 de diciembre de 1890, folios 13-14. Chorrillos. “Sesión del viernes 21 de octubre”, 1881. En Concejo distrital de Chorrillos, Libro de Actas 1, 19 de junio de 1881-12 de diciembre de 1890, folio 15. Chorrillos. Chota quedó reducida a escombros y cenizas, recién en 1892 empezó su reconstrucción. “Provincias. Chota”, 1892. Opinión del norte, 27 de julio, s/p. La Casa Prefectural de Chiclayo fue destruida en la guerra, su reconstrucción se realizó entre 1891 y 1892. “Casa Prefectural”, 1897. En Memoria administrativa del departamento de Lambayeque, XI. Lima: Imprenta del Estado.

18 “Sesión del sábado 11 de diciembre”, 1886. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 238-241. Lima. “Sesión del 28 y 30 de diciembre”, 1886. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 246-259. Lima.

19 “Crónicas. 15 de enero”. El Comercio, 15 de enero 1887, s/p.

20 “Crónica. Víctimas de la guerra”. El Comercio, 8 de enero 1887, s/p.

21 “Crónica. Víctimas de la guerra”. El Comercio, 8 de enero 1887, s/p. “Los restos de los bomberos”. El Comercio, 17 de enero 1887, s/p.

22 “Sesión del viernes 20 de junio”, 1890. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 32-35. Lima.

23 “Crónicas. Honras fúnebres”. El Republicano, 26 de julio 1890, s/p.

24 “Crónicas. Honras fúnebres”. El Republicano, 26 de julio 1890, s/p. “Interior. Lima”. El Republicano, 26 de julio 1890, s/p.

25 “Fiestas cívico religiosas”. El Republicano, 26 de julio 1890, s/p. “Inserciones. 28 de julio”. El Republicano, 28 de julio 1891, s/p.

26 “Inserciones. Sociedad patriótica de Arequipa. Discurso pronunciado por el señor José Luis Ramírez del Villar”. El Republicano, 26 de julio 1890, s/p.

27 “Inserciones. 28 de julio”. El Republicano, 28 de julio 1891, s/p.

28 “Inserciones. Sociedad patriótica de Arequipa. Discurso pronunciado por el señor José Luis Ramírez del Villar”. El Republicano, 26 de julio 1890, s/p.

29 “Los héroes de San Pablo”. La Libertad, periódico literario, noticioso y comercial, 2 de setiembre, 1891, s/p.

30 “7 de junio de 1880”. El Sufragio, 8 de junio 1895, s/p. “8 de octubre”. La Unión, 6 de octubre 1895, s/p.

31 El agradecimiento popular divulgado en diarios de Lima y del norte del Perú se centra en los fallecidos en combate. Sobre algunos altos oficiales sobrevivientes se comentó en 1890 en un diario de Chiclayo: “[…] miserias y cobardías con que otros malos hijos [que] enlodaron la frente inmaculada de la patria […]”. “Inserciones. Sociedad patriótica de Arequipa”. El Republicano, 26 de julio 1890, s/p. En uno de Cajamarca de 1895: “[…] nuestros nervios se crispan de ira y la sangre se nos agolpa al ver que tantos jefes que debieron ser juzgados de sus graves faltas han obtenido ascensos a diferencia de otros más dignos […]”. “Colaboración. Ejército”. La Unión, 22 de setiembre 1895, s/p. En distintos diarios cajamarquinos de fines del xix se acusó a Cáceres de traidor y de no haber defendido al país. “Colaboración”. El Restaurador, gaceta de la campaña, publicación eventual, 27 de octubre 1894, s/p. Algunos diarios limeños califican a Cáceres de execrable, miserable y ambicioso monetario (Portillo 2019, 61-76). Sobre la figura de Cáceres en el xix, véase Millones (2006, 47-57).

32 “Sesión ordinaria del miércoles 13 de agosto”. 1884. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folio 87.

33 “Sesión ordinaria del miércoles 10 de setiembre”, 1884. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 99-102. Lima. “Sesión del miércoles 20 de marzo”, 1891. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 7-11. Lima.

34 Sobre los retratos de los héroes peruanos tomados en el estudio Courret, véase Babilonia (2009).

35 “¡Grau!”. El Perú ilustrado, semanario para las familias, 19 de julio 1890, p. 397.

36 Los carboncillos han sido publicados parcialmente por Babilonia (2010).

37 “La idea”. El Comercio, 13 de enero 1885, s/p.

38 “Sesión del viernes 13 de agosto”, 1886. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 83-86. Lima.

39 “Los restos de los bomberos”. El Comercio, 17 de enero 1887, s/p. “Crónica. Víctima de Chorrillos”. El Comercio, 15 de enero 1887, s/p.

40 “Mausoleo en el Cementerio General en memoria de las víctimas de la última guerra nacional de 1879”. En Anales de las obras públicas de Lima. Año 1891, pp. 184-187. Lima 1897: Imprenta La Industria. “Mausoleo en el cementerio para las víctimas de la guerra con Chile”. En Anales de las obras públicas de Lima. Año 1892, pp. 196-197. Lima 1898: Imprenta La Industria. “Mausoleo para las víctimas de la última guerra nacional”. En Anales de las obras públicas de Lima. Año 1893, p. 332. Lima 1899: Imprenta Torres Aguirre.

41 “Crónica”. La Juventud, publicación semanal, 11 de julio 1897, s/p.

42 En los Libros de Actas de la Municipalidad de Lima de 1884-1899 no encontramos una norma que señale el cambio de nomenclatura de la avenida Circunvalación. En 1893 se menciona por primera

vez a la avenida Grau, debido a un reclamo por la venta de leña depositada cerca del Palacio de la Exposición, y a la avenida Alfonso Ugarte por una expansión de la avenida Circunvalación. “Sesión del viernes 4 de agosto”. 1893. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 386-392. Lima. “Sesión del lunes 21 de agosto”. 1893. En Libro de Actas de la Municipalidad Metropolitana de Lima, folios 395-398. Lima. En un plano limeño de 1896 se sigue llamando a esta vía como Circunvalación. Recién en uno de 1904 se denomina a los tramos de esta avenida como los nombres de los héroes mencionados (Günter 1983).

43 “Inauguración del monumento a Grau en Matucana”. El Comercio, 16 de diciembre 1895, p. 2. Congreso de la República (1998, 401, 423, 433, 443 y 453).

44 Véase análisis de los discursos y escritos de las personas comentadas en Peluffo (2019, 23-27) y Ward (2019, 40-41). La postura racista del escritor Ricardo Palma quedó evidenciada en una epístola dirigida al entonces mandatario Nicolás de Piérola (Palma 1979, 19-23).

45 “Inauguración del monumento a Grau en Matucana”. El Comercio, 16 de diciembre 1895, p. 2.

46 Desde 1860 había dos marmolerías regentadas por el italiano Ulderico Tenderini. Pedro Roselló era catalán y radicaba en Lima desde 1870, año en que funda una marmolería. En el Cementerio General de Lima (hoy Presbítero Maestro) hay más de 30 monumentos realizados por Tenderini y más de 60 ejecutados por la marmolería Roselló. Véanse al respecto Gutiérrez (2011, 2) y Listado de bienes ubicados en el Presbítero Maestro s/f. https://cdn.www.gob.pe/uploads/document/file/1466633/Listado%20de%20bienes%20identificados%20en%20el%20Cementerio%20Presb%C3%ADtero%20Maestro.pdf (consultado el 30 de diciembre de 2020).

47 En la Escuela de Artes y Oficios funcionaba desde 1865 una fundición de bronce. La guerra con Chile la desactivó. La Factoría de Bellavista fue creada por el presidente Ramón Castilla y pertenecía a la Marina. Fue destruida durante la ocupación chilena (Leonardini 1998, 164).

48 En el xix se mandó realizar a Europa los monumentos de Simón Bolívar inaugurado en 1859, de Cristóbal Colón develado en 1860 y del Combate del Dos de Mayo estrenado en 1874, todos ellos para la provincia de Lima.

49 “Señor director de Obras Públicas, el Ministerio de Gobierno”. En Anales de las obras públicas de Lima. Año 1892, pp. 197-201. Lima: Imprenta La Industria, 1898.

50 “Libro de los Macabeos”. En Enciclopedia Católica Online. https://ec.aciprensa.com/wiki/Libros_de_los_Macabeos (consultada el 25 de setiembre de 2023).

51 Sobre la ceremonia de inauguración del osario: Millones (2009, 152-153).

52 Un análisis sobre el concepto de imagen-texto en Sotomayor (2019, 110-125).

53 En El Comercio se publicó esta carta de J. Wilkins: “[…] el error que se ha cometido al olvidar a oficiales que tripularon el Huáscar durante su misión de guerra, el almirante de La Haza conoce nuestros servicios, […] se trata de una injusticia tan evidente […] el error u omisión de nosotros ha sido falta del señor Tenderini [escultor] […] [él] tendrá la bondad de decir de dónde ha sacado la lista de oficiales, los nombres de los cuales se ha grabado en la base del monumento, porque según asevera el almirante no ha sido dada por él […] Mi objetivo no es tener mi nombre ni el de mis compañeros tallados en el monumento, es solo llamar la atención del desaire que se nos ha hecho, y no es la primera vez […]”. “Monumento Grau”. El Comercio, 2 de octubre 1885, s/p.

54 “Mausoleo en el cementerio para las víctimas de la guerra con Chile”. En Anales de las obras públicas de Lima. Año 1892, pp. 196-197. Lima 1898: Imprenta La Industria.

55 “Lambayeque. Monumento”. El Comercio, 3 de enero 1895, s/p. “Monumento Aguirre”. La Provincia, 2 de marzo 1895, s/p.