DOI: 10.18441/ibam.25.2025.88.139-159

 

 

 

 

Entre poesía y periodismo: Los Poemas de guerra y esperanza (1943) de Efraín Huerta1

Between Poetry and Journalism: Efraín Huerta’s Poemas de guerra y esperanza (1943)

Sergio Ugalde Quintana

El Colegio de México, México

ORCID iD: https://orcid.org/0000-0001-6317-8576
sugalde@colmex.mx

1. Introducción

La obra de Efraín Huerta (1914-1982), dividida con igual pasión y constancia entre la poesía y el periodismo, ha jugado un papel fundamental en la historia literaria y cultural de México en el siglo xx. Su relevancia, por ejemplo, al interior de la tradición lírica ha sido señalada, desde principios de los años ochenta, por José Emilio Pacheco (1982 y 1984) y Carlos Monsiváis (1992). Esa importancia ha sido reiterada tanto en trabajos académicos (Villarreal 1980; Delgadillo 2013 y 2016) como ensayísticos (Aguinaga 2002; Homero 1991; Landa 2012). De igual manera, la obra poética de Huerta ha tenido una proyección en otras lenguas mediante traducciones (Huerta 2011). Con este escenario como telón de fondo, no sorprenden las numerosas compilaciones y ediciones de su creación lírica, lo mismo en editoriales como Siglo XXI o Fondo de Cultura Económica que en ediciones de distribución más restringida. Es importante señalar que casi todos los trabajos críticos sobre su poesía destacan, además de la cuidadosa elaboración formal de sus versos, el potente impulso lírico, con un particular tono angustiante y vital.

Sin embargo, Efraín Huerta no sólo ha sido apreciado por el destacado lugar que ocupa en la tradición poética mexicana, también es una figura clave en la historia del periodismo en el siglo xx. A lo largo de su vida, según el recuento de Mónica Mansour (1984), el escritor participó de forma sistemática en más de una veintena de publicaciones periódicas entre 1936 y 1982. Muchas de las revistas y los diarios donde se dieron a conocer sus textos fueron muy importantes en el ámbito informativo de México. No obstante, sobre sus intensas labores periodísticas tenemos hoy en día apenas una vaga idea. Millares de páginas, que incluyen reportajes, comentarios editoriales, entrevistas, columnas, artículos de opinión, son poco conocidas por el lector contemporáneo. En los últimos años algunos libros han mostrado esa prolífica faceta al recopilar, editar y estudiar una parte de sus textos publicados originalmente en diarios y revistas (Sheridan 2006, 11-48; Mata 2014, 17-79; Huerta-Nava 2015, 7-12; Ugalde 2021, 9-57; Cajero y Ugalde 2022, 9-48). A partir de esos materiales se puede observar una estrecha relación entre las discusiones periodísticas y los proyectos literarios.

Dada esta doble trayectoria, la obra de Efraín Huerta resulta relevante para analizar el vínculo entre periodismo y literatura en México, y en Hispanoamérica, en la primera mitad del siglo xx.2 Sin embargo, pese a la situación privilegiada que pueden jugar sus textos, las relaciones entre escritura poética, tradición literaria y periodismo han sido poco explorados por la crítica huertiana. Un libro importante para analizar esas facetas es Poemas de guerra y esperanza (1943). En ese volumen se pueden seguir los lazos que el escritor estableció entre sus preocupaciones estéticas y sus inquietudes periodísticas. Este artículo aspira a ser una contribución en ese sentido. En las páginas que siguen haré una lectura de los dos ciclos poéticos que contiene ese libro (el dedicado a la Guerra Civil española y el consagrado a la Segunda Guerra mundial) en vínculo con las prosas periodísticas que Huerta publicó en ese mismo periodo. En cada uno de esos ciclos se evidencia un diálogo literario específico: en el primero hay una relación directa con la experiencia de los poetas ibéricos y americanos ante la situación bélica en España; en el segundo se percibe una relación con el proyecto de una poesía comprometida, impura e histórica que se gestó en la Ciudad de México entre 1940 y 1943. Como conclusión de esta trayectoria, sostendré que la conflictiva recepción de Poemas de guerra y esperanza en la historia literaria de México se debió a las condiciones específicas de un campo literario donde predominaba la idea de una literatura ajena a las condiciones históricas, mientras que el proyecto de Huerta anunciaba una idea y una práctica de la literatura políticamente comprometida y vinculada con los acontecimientos del momento.

2. El poemario y sus dos ciclos

En julio de 1943 apareció publicado, en la Ciudad de México, bajo el sello Ediciones Tenochtitlán, el libro Poemas de guerra y esperanza del joven escritor Efraín Huerta. Hasta ese momento el poeta había dado a conocer dos breves plaquettes: Absoluto amor (Huerta 1935) y Línea del alba (Huerta 1936a). Ambas habían sido comentadas de forma entusiasta en el medio cultural mexicano. Genaro Estrada, por ejemplo, había asegurado: “El tono de Línea del alba corresponde [a] […] un fino sentido de la poesía, […] donde sobre un paisaje de naturaleza amable se tienden a descansar en muelle laxitud, los ensueños en azul y blanco del poeta” (Estrada 1937, 44). Algunos versos del poemario pueden dar una idea del lirismo del volumen: “Sobre una noble lengua de nieve inmóvil, / mi sangre recia y el agua terrible de tu recuerdo” (Huerta 1936a, 13). El novel poeta cantaba a la amada y al alba con imágenes de una contenida fuerza sonora: “Cuajada de cadáveres de lunas, / soberbia parturienta de plata, / fruta todavía niña: cuelgan de tu cintura los insomnios, / los gritos de las vírgenes te ciñen. / Alba pausada, / alba precipitada” (Huerta 1936a, 25). Algo muy distinto sucedía en el libro de 1943. El impulso lírico se encaminaba ahí a elaborar un canto elegíaco que respondiera al ambiente militar. A diferencia de sus primeras composiciones amorosas e intimistas, en Poemas de guerra y esperanza Efraín Huerta elaboraba dos ciclos poéticos sobre la situación bélica que aquejaba al continente europeo. En cada uno de ellos se exponía la violencia histórica del periodo. Ambos estaban en perfecta consonancia con el trabajo de denuncia y crítica que el periodista había dado a conocer en distintos diarios militantes de izquierda.

El primer ciclo poético de ese libro corresponde a la Guerra Civil española y está integrado por dos poemas: “España 1938” y “Esa sangre”. Ambas composiciones están impregnadas de un tono angustiante. La primera de ellas inicia con un epígrafe de Federico García Lorca: “España entierra y pisa su corazón antiguo, / su herido corazón de península andante, / y hay que salvarla pronto, con manos y con dientes”. Estos versos, tomados de la obra de teatro Mariana Pineda, marcan un meridiano histórico para la poesía del mexicano: hay una urgencia y una inmediatez. La situación era angustiante. Hacía poco más de dos años que el alzamiento contra la Segunda República había sembrado el terror en la península. El Ejército Popular y las Brigadas Internacionales, defensoras del bando republicano, se enfrentaban con las tropas de Franco. Violentas batallas se libraban en Madrid, Bilbao, Teruel y otros sitios. El poema de Huerta, en pausados endecasílabos y heptasílabos, muestra la desesperación de una España que, en primera persona, se interroga por los momentos trágicos que se han vivido a partir de julio de 1936. Esa España atormentada asegura en el poema: “Largas manos me tienen sin consuelo”, “soy un estanque lleno de mortales / y vacilantes ruegos; soy un poco / de mar envuelto en feas penumbras” (Huerta 1943a, 17). La angustia de ese yo lírico llega al dramatismo y a la desesperación: “soy tan sólo quien clama / con las uñas hiriéndose los ojos” (Huerta 1943a, 18). La incertidumbre frente al futuro se acentúa en la última estrofa cuando, inquieta y afligida, España se pregunta:

¿Tengo arcilla por huesos,

granizo por palabras

o miedo por morir?

¿O nostalgia, no más,

de la caliente sangre? (Huerta 1943a, 18).

El cuadro dramático que recrea el poema puede iluminarse en detalle si se le ve en comparación con los trabajos periodísticos publicados por Huerta en esos años. El joven Efraín, quien había nacido en 1914, comenzó sus labores en el periodismo de gran circulación hacia 1936, durante un viaje a la península de Yucatán. Los tiempos también eran convulsos en México. La presidencia de Lázaro Cárdenas había promovido cambios considerables en la estructura social y económica del país. Efraín Huerta, un militante de la Juventud Comunista, afiliado a la Federación de Estudiantes Revolucionarios, abrazó con fervor, al igual que muchos de sus compañeros de generación, las acciones del gobierno cardenista. Por eso no sorprende que, en agosto de 1936, el escritor viaje entusiasmado a la ciudad de Mérida, en Yucatán, para participar en el XIII Congreso Nacional de Estudiantes. La intención del encuentro era crear un frente estudiantil en apoyo a la lucha revolucionaria de Cárdenas. Al terminar el Congreso, el joven se acercó a Clemente López Trujillo, director del Diario del Sureste, y le propuso la publicación de un poema y de un artículo. López Trujillo publicó ambos. De esa manera, Huerta acompañó la difusión de su trabajo periodístico con un poema:

Terminado el congreso estudiantil al que asistí como delegado de Sinaloa, cuando debí serlo de Silao, perpetré un artículo sobre las resoluciones tomadas. Lo llevé, junto con el “Tercer Canto de Abandono”, al Diario del Sureste, y Clemente [López Trujillo], que era el director por aquel entonces, me publicó las dos cosas. Y tuve la debilidad de insistir. Más tarde, solo, en una ciudad como Mérida, me fui transformando en un colaborador semanal del diario (Huerta 1942a, 5).

El Diario del Sureste había sido fundado en 1931 por el gobernador de Yucatán, Bartolomé García Correa, para contrarrestar el poder del tradicional Diario de Yucatán. El periódico al que Huerta se acercó era claramente un órgano oficial de comunicación de un gobierno regional declarado de izquierda. Sus colaboraciones con este medio se extendieron hasta entrado 1937. Huerta habló ahí de poesía, de problemas sociales y, también, del desarrollo de la guerra en España. En uno de sus artículos de opinión, recuerda que, durante el viaje hacia la península, en medio del mar, en un barco junto con otros cuatrocientos jóvenes que asistían al congreso, había recibido una noticia terrible:

Fue una casualidad –maldita casualidad entonces– el enterarme de la muerte de Federico García Lorca. Navegando rumbo al puerto de Progreso, cayó en mis manos un periódico de los primeros días de septiembre. Ahí, con sequedad cablegráfica, se daba la noticia desquiciante. En Granada, los fascistas habían fusilado al primer poeta español, por considerarlo enemigo de la “sagrada causa civilizadora” defendida por ellos en la forma en que lo estamos viendo desde hace más de tres meses. Se cubrían de gloria asesinando –asesinando– a uno de los hombres más inteligentes del mundo, a uno de los mejores dramaturgos del mundo, a uno de los más grandes líricos de los últimos tiempos (Huerta 1936b, 3).

Esta noticia fue determinante en la mayor parte de los poetas de aquel entonces: Rafael Alberti, Pablo Neruda y muchos otros dejaron testimonios líricos del asesinato de Lorca.3 Huerta hizo lo mismo. Unos días después de su llegada a Mérida, el escritor redactó, todavía bajo el desconcierto de la noticia, un poema dedicado al autor de Poeta en Nueva York. De esa manera, el primero de noviembre de 1936 aparecieron publicados, uno al lado del otro, en las páginas del Diario del Sureste, el artículo periodístico: “El mar y la muerte de García Lorca” y el poema: “Presencia de Federico García Lorca”. Nuevamente la poesía y el periodismo se daban la mano. En ambas composiciones hay una doble intención de crear, por un lado, un “periodismo potenciado por el filtro visionario de la poesía” (Mata 2014, 34) y, por otro, una poesía que se nutre de la intensidad del drama histórico del momento. No es gratuito, entonces, que Poemas de guerra y esperanza comience con un poema que contiene un epígrafe de Lorca. Situar el horror histórico era fundamental. Durante los tres meses que vivió en la península, de septiembre a noviembre de 1936, Huerta siguió, con zozobra y detenimiento, los incidentes de la Guerra Civil. Al regresar a la Ciudad de México se incorporó de lleno, gracias a la invitación de Luis Cardoza y Aragón, a las labores de otro diario. Me refiero a El Nacional, órgano oficial del gobierno de México, fundado en 1929, y medio de comunicación donde se defendieron las políticas sociales y económicas del cardenismo (Cardoza 1986, 552). Desde ahí, Huerta ejerció sus dotes de polemista y de comentador literario y político. En sus colaboraciones con El Nacional nuevamente siguió el conflicto de España, comentó a los miembros de la generación del 27, reseñó a algunos poetas americanos y alertó sobre el ascenso de las fuerzas de la derecha en el México de esos días. Sus artículos de opinión muestran hasta qué punto el escritor estaba involucrado e informado sobre lo que ocurría en España. Entre mayo y junio de 1937, ante la inminente realización del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se llevaría a cabo en Valencia, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) consideró la posibilidad de que Efraín Huerta asistiera a ese encuentro como representante de la juventud mexicana. Al final, la organización decidió que Silvestre Revueltas, músico comprometido, Carlos Pellicer, poeta maduro, y Octavio Paz, joven intelectual, serían los representantes antifascistas del país. Huerta no viajó al II Congreso, pero su amigo Paz lo mantuvo al tanto de los detalles (Sheridan 2004, 246-53). Por numerosos comentarios en sus columnas aparecidas en El Nacional, se puede deducir su seguimiento pormenorizado de los acontecimientos españoles. Un hecho destaca en ese escenario: las noticias sobre el desarrollo bélico van acompañadas de comentarios sobre la poesía española y americana involucrada con esos momentos trágicos. A finales de 1936, por ejemplo, alude a la emblemática luchadora asturiana: Aída Lafuente. Cita entonces la “Elegía” que Rafael Alberti escribiera sobre la figura de la “Libertaria” (Huerta 1936c, 3). Meses después, en la entrada del 25 de marzo de 1937, Huerta reseña de forma entusiasta el libro de Raúl González Tuñón, La rosa blindada, un volumen escrito en honor a la revolución de octubre de Asturias, y asegura:

Sucedió en 1934. Está sucediendo en toda España desde mediados de 1936. Pero hoy son fusilados Badajoz, Irun, San Sebastián, Málaga, y es fieramente atormentada Madrid y la Siempreviva; hoy el cielo de España está turbio por el volar de trimotores asesinos: hoy el suelo español está quemado con brava sangre miliciana y envilecido y pardo por el golpear de botas invasoras: ¡los brutos desbocados! Y el grito de alerta es universal: lo oyen los hombres, las mujeres y los niños. Lo traen los vientos vertiginosamente desde las bocas de los madrileños hasta nuestros oídos: ¡los brutos desbocados! (Huerta 1937a, 4).

Hay que destacar que el caso del escritor argentino era ejemplar para Huerta. La obra de González Tuñón reunía tanto la faceta periodística, con reportajes, artículos de opinión y crónicas de guerra, como la escritura poética, con versos elegiacos y combativos. En ambas vertientes mostraba y cantaba la tragedia de España.4 A finales de 1937, el 16 de noviembre, Huerta comentó el libro de Emilio Prados, Llanto en la sangre. Ahí habló de la solidaridad del poeta andaluz con las luchas sociales, del desconsuelo que experimentaba por la represión en Asturias y de las formas populares asumidas en sus “Romances de la guerra civil”. Aprovecha y señala las noticias en torno a los bombardeos sobre Gijón, Lérida, Barcelona, Valencia y Madrid: un “crispante escándalo de los aviones fascistas”, un “desquiciante espectáculo de los niños convertidos en agujas de carne humeante” (Huerta 1937b, 1). En junio de 1938 difunde la poesía de Arturo Serrano Plaja y trae a cuento el heroísmo del pueblo español que, ante la embestida brutal de los fascistas, se defiende:

A las maniobras de los selváticos se ha venido oponiendo una cosa, a más de rara, desconocida entre los hombres del fascio, que se llama heroísmo, amor al suelo patrio, tenacidad en el combate por la cultura […]. España ha sacado el pecho. El asturiano, vasco, catalán, andaluz y castellano pecho. Y dentro de él, un corazón de gigante mitológico: Madrid, defendido por una sangre batalladora, inteligente y artista: la de sus escritores, la de sus poetas. A esa sangre voluntariosa, como si fuese un redondo, agitado glóbulo rojo, pertenece Arturo Serrano Plaja (Huerta 1938a, 1).

Como puede observarse, los comentarios sobre las obras de Rafael Alberti, Raúl González Tuñón, Emilio Prados y Arturo Serrano Plaja van acompañados por una especial atención respecto del papel que cumple la poesía en tiempos bélicos. Con este conocimiento sobre el acontecer poético y político, no sorprende que Huerta haya escrito su poema “España 1938”; tampoco sorprende que en ese mismo periodo componga otra pieza que ha sido señalada por José Emilio Pacheco como “uno de los mejores poemas que escribieron los mexicanos sobre la España de 1936-1939” (Mata 2014, 30): “Esa sangre”.

Hay que señalar que “Esa sangre” apareció por primera vez en las páginas del periódico El Nacional, el 3 de abril de 1938. La composición es un lamento elegiaco sobre la violencia bélica en la península. Ante el escenario de barbarie, el yo poético se concibe como un testigo de la sangre derramada en territorio español. El poema está dividido en dos momentos. En las primeras tres estrofas hay dolor y lamento por no conocer de forma directa la violencia que vive en esos momentos España: “No la he visto. No. No la he sentido” (Huerta 1943a, 21), asegura acongojado el poeta, al hacer alusión a la sangre derramada en la península. En un segundo momento, sin embargo, ese lamento se vuelve una afirmación enfática. El yo lírico manifiesta una transformación y, pese a no conocerla de forma directa, se identifica con “esa sangre” y la asume como parte de su entorno:

Pero sí, sí la veo, sí corre

por el cielo de mi ciudad,

sí la tocan mis manos,

[…]

La he visto, la he tocado

con mis propios asustadizos dedos,

y todavía estoy quejándome de pena,

de noche, de nostalgia.

Yo soy testigo de esa sangre (Huerta 1943a, 21-22).

Este último verso muestra un cambio radical. El yo lírico se concibe como testigo y se identifica con el dolor español. Los versos que siguen se asumen como mediadores de las voces, personajes y situaciones que vive la península. El “testigo” da cuenta de las masacres, las violencias y las barbaridades:

puedo decir a los incrédulos

que en su corriente iban,

secos, mudos, ojos y ojos de jóvenes,

ojos y ojos de niños,

manos, manos de ancianos,

y vientres prodigiosos de muchachas,

y brazos prodigiosos de muchachos,

y mucho, muchísimo dolor,

y dientes españoles,

y sangre, siempre sangre (Huerta 1943a, 21-22).

Estas dolorosas imágenes dejan entrever cómo las primeras composiciones que integran Poemas de guerra y esperanza condensan un denso entramado de diálogos entre la escritura periodística y la poesía sobre la Guerra Civil. El joven mexicano todavía no sabía que muy pronto, y desde México, conviviría con varios de esos escritores que poetizaron la España herida por el franquismo y que él comentaba y seguía en sus columnas.

Además del ciclo sobre la Guerra Civil española, Poemas de guerra y esperanza contiene seis composiciones dedicadas al horror que provocó el nazismo durante la Segunda Guerra mundial. Los poemas “Declaración de guerra”, “Elegía de Lídice”, “¡Stalingrado en pie!”, “Los soviéticos”, “La oración por Tania”, “Elegía y esperanza” están fechados entre mayo de 1942 y junio de 1943, es decir, durante los años más cruentos de la contienda europea. La mayor parte de estos textos fueron escritos al calor de su trabajo en otro diario oficialista del periodo: El Popular. Para mostrar estos engranajes entre poesía y periodismo, en este segundo grupo de poemas, sólo comentaré cuatro composiciones.

Al igual que El Nacional y Diario del sureste, El Popular fue un periódico que surgió para defender las políticas sociales del régimen cardenista. Fundado en julio de 1938, por el intelectual y líder obrero Vicente Lombardo Toledano, El Popular acogió en sus páginas a numerosos intelectuales antifascistas que, por distintas razones, convivieron en la Ciudad de México desde finales de los años treinta hasta inicios de la década del cuarenta. En él coincidieron jóvenes escritores mexicanos (José Revueltas, Efraín Huerta, Enrique Ramírez y Ramírez, José Alvarado, César Ortiz), con exiliados americanos (el hondureño Alfonso Guillén Celaya, el costarricense Vicente Sáenz) y europeos (los refugiados españoles: Juan Rejano y José Bergamín; los exiliados alemanes: André Simone y Ludwig Renn; las periodistas francesas: Simone Téry y Marguerite Jouve). En específico, Efraín Huerta colaboró con este diario entre agosto de 1939 y marzo de 1944. A diferencia de lo que había ocurrido con los periódicos anteriores, donde se había integrado únicamente como articulista, en El Popular Huerta cumplió funciones estructurantes al interior del rotativo: formó parte del comité de redacción; dirigió durante cerca de un año la sección literaria, “Crítica, Poesía y Polémica”; fue el responsable de la columna anónima: “El Hombre de la Esquina”; firmó con el seudónimo de Juan Ruiz la sección “Las paredes oyen…” y escribió numerosos artículos de fondo. Es claro que Efraín Huerta, en los cinco años que colaboró con El Popular, desempeñó un papel central en la elaboración de la página editorial y en el tipo de literatura que el diario del movimiento obrero promovió en el campo cultural mexicano del momento. En los textos que ahí dio a conocer, se puede seguir la génesis y el contexto de los poemas dedicados a la Segunda Guerra mundial.

Desde el inicio de la contienda bélica, y en la línea de la política de un frente popular impulsado por la Internacional Comunista a partir de 1935, El Popular promovió una visión muy crítica sobre el nazismo. Eso se nota de forma muy clara en las noticias y en las páginas editoriales. Hacia marzo de 1943 la situación bélica en Europa era inquietante. Las noticias alarmaban a una parte de la opinión pública en el país. El diario El Popular dejaba ver en sus titulares esa preocupación. El ejército nazi hacía estragos por donde pasaba. En su columna anónima, Efraín Huerta dejó testimonio de esas atrocidades. Así se puede ver en la entrada del 2 de marzo de 1943. Ahí, Huerta reportaba los asesinatos en masa de la comunidad judía en Polonia por parte de los nazis:

Hay que imaginarse a todo un Ghetto enloquecido por el terror. Disparos a quemarropa, fusilamientos […]. La Gestapo, en ésta como en otras ocasiones, utilizó los servicios de una jauría especializada en la persecusión de judíos. Docenas de ellos sufrieron espantosas desgarraduras bajo los colmillos de los mastines (Huerta 1943b, 5).

En ese contexto, pocos días despúes, el domingo 28 de marzo de 1943, apareció en la sección literaria “Crítica, Poesía y Polémica” el poema de Efraín Huerta “La Oración por Tania (Joven guerrillera soviética ahorcada por los nazis)”. En él, el poeta recrea un doble sentimiento: por un lado, de dolor y, por otro, de odio. La primera parte del poema muestra un profundo pesar. En una fría mañana de invierno, en la ciudad de Petrishevo, cuelga de un árbol el cuerpo sin vida de una joven combatiente soviética. Los nazis la han ahorcado:

Bajo el cielo de invierno, una mañana,

fuiste un árbol,

un árbol de tortura y de martirio,

árbol de los incendios,

árbol puro, árbol de la venganza.

[…]

Venían por ti los lobos. Te encontraron,

te mutilaron y arrancaron la voz,

te azotaron, los nazis.

Y luego, por el frío, por las calles,

tus pies abrieron surcos.

(¡Tus pies desnudos, Tania!

¡Tus dieciocho años, Tania!) (Huerta 1943c, 5).

Muy a tono con las elegías que Alberti, Serrano Plaja y González Tuñón habían escrito sobre las combatientes caídas, Huerta, después de representar la violencia histórica, elabora una oración fúnebre en memoria de la guerrillera asesinada. La estructura anafórica del poema, a partir de la constante repetición de la palabra “odio”, imprime un sentido ritual, funerario y elegiaco a la composición:

¡Odio, odio fiel!

¡Odio perfecto! Respiración, sacudimiento.

Odio a la terrible mentira y al saqueo,

odio al devastador y al incendiario,

odio petrificado, odio purificado,

odio por centenares de razones y sangre.

Odio maravilloso (Huerta 1943c, 5).

Es muy claro que el poema fue escrito en medio de las noticias del avance nazi sobre la Unión Soviética, y muy probablemente surgió en la mesa de trabajo de Efraín Huerta, en la redacción del periódico, al mismo tiempo que ponía encabezados a las notas y a los cables que recibía. La expresión del “odio” no era nueva en su poesía. Uno de sus más emblemáticos poemas, punto de partida de este ciclo de poesías vinculadas con la furia ante las injusticias, llevaba el título de “Declaración de odio”. El poema fue escrito a finales de 1936 y se publicó en enero de 1937. El Popular lo reprodujo en octubre de 1941 (Huerta 1941a, 3). En ese ambiente de desconcierto, de dolor, de angustia y de odio, Huerta redactó el poema “Declaración de guerra” en mayo de 1942. Las circunstancias en las cuales surgió el texto fueron las siguientes: el 13 de mayo, el buque “Potrero del Llano” fue torpedeado y hundido en las aguas del Golfo de México por un submarino nazi. El Popular reaccionó con contundencia. Dos días después del ataque, los titulares de la primera plana expresaban: “Emplaza México a las potencias totalitarias por el hundimiento de nuestro barco. Duelo nacional. Nos unimos al clamor popular que pide la guerra contra la barbarie totalitaria” (Anónimo 1942a, 1). Un día después se leía: “La patria mexicana en pie de lucha. La nación exige que se responda con energía al atentado de los nazis. Declaración de guerra es el clamor popular” (Anónimo 1942b, 1). El diario reiteró su exigencia de declarar la guerra a las potencias del Eje. Justo una semana después de ese primer ataque, el 20 de mayo, Efraín Huerta comentó en su columna:

Sobre el mar salobre, frente a la península de la Florida, catorce marineros mexicanos fueron víctimas de los perros nazis con disfraz de submarinistas. Es, como ya se ha dicho, el primer daño físico inferido a nuestro país, en lo que va de la guerra, pero sobre todo desde el rompimiento de relaciones con los países conocidos por totalitarios […]. Al hundirse el Potrero del Llano y llegar la tremenda noticia a los oídos mexicanos, el estallido de rabia fue, primero, uniforme, para después convertirse en prolongado rumor de condenación expectante (Huerta 1942b, 5).

En ese momento, el poeta todavía no estaba enterado de que ese mismo día, en aguas marítimas de Brasil, el navío mexicano, el “Faja de oro”, había sido atacado por otro submarino nazi. A partir del hundimiento de estos dos barcos, las corporaciones políticas, afines al gobierno mexicano, organizaron una manifestación para apoyar al presidente de la República y para exigir la declaración de guerra a los países del Eje. El domingo 24 de mayo se realizó la concentración en el centro de la Ciudad de México. Numerosos oradores, entre ellos algunas figuras cercanas a El Popular, como Vicente Lombardo Toledano y Ludwig Renn, pronunciaron sus discursos. Al final del evento, el director de teatro, Seki Sano, exiliado japonés en México, montó una representación dramatizada del hundimiento de los navíos. Antes de la representación, Efraín Huerta subió al templete y leyó, frente a los 150 mil manifestantes reunidos en el Zócalo, su poema “Declaración de guerra”.5 Un par de estrofas pueden dar idea del ánimo que pretendía incitar esta silva en verso blanco, que intercala endecasílabos y heptasílabos, en un tono elegiaco:

Se siente el mar, el mar acribillado.

Se siente el odio, el odio a martillazos.

Se siente que uno es muerte, larga herida,

sollozo de amargura.

[…]

Han caído en el mar nuestras banderas

y nuestros hombres, madre Patria nuestra;

cual palomas heridas

las gorras marineras

vuelan sobre su tumba submarina y siniestra.

La parda garra nazi nos traiciona,

nos acuchilla y burla (Huerta 1943a, 27-29).

Sin embargo, los ataques a México eran mínimos comparados con otros sucesos que llevaron a Efraín Huerta a escribir y publicar sus poemas de combate. Eso se pudo ver muy pronto. A finales de mayo de 1942, Reinhart Heydrich, el Jefe de la Oficina Principal de Seguridad del Reich y encargado del protectorado de Bohemia y Moravia, fue asesinado por la resistencia checa. La noticia fue comentada por el joven novelista y redactor de El Popular, José Revueltas, el 6 de junio de 1942: “La historia de Heydrich no merece la pena de ser contada; es la vulgar, tenebrosa historia de un nazi, de cualquier nazi: hampón más o menos emboscado que encuentra en el movimiento hitlerista la justificación política de todas sus pasiones y complejos” (Revueltas 1942a, 5). La nota, sin embargo, también estaba teñida de una profunda preocupación. Hitler, ante el asesinato de Heydrich, ordenó una masacre inmediata. Un pueblo completo fue arrasado. Revueltas escribía esta nota al calor de las primeras noticias que llegaron sobre el exterminio de la población del pequeño pueblo minero de Lídice:

En represalia por la muerte de Herr Henker –“señor verdugo”– los nazis han ejecutado en Bohemia y Moravia 187 rehenes, treinta y dos de los cuales eran mujeres; cinco mil personas más presas en los campos de concentración, aguardan angustiosamente en espera de sufrir sobre sus espaldas la furiosa venganza de Hitler (Revueltas 1942a, 5).

Las consecuencias de la masacre apenas comenzaban a mostrarse. Con el paso de los días la historia de esa devastación se hizo pública; se realizaron documentales y se escribieron libros en memoria de los habitantes de ese poblado. Efraín Huerta, sensible ante las noticias de la masacre, redactó el poema “Elegía de Lídice” a finales de agosto de 1942. El poema, escrito bajo un estricto rigor métrico (40 versos distribuidos en: 28 alejandrinos, 11 heptasílabos y 1 endecasílabo), lamenta en un primer momento con dolor, tristeza y angustia la destrucción del poblado:

Pequeña mártir, tú, Lídice desgarrada,

llanto de fiebre y pólvora, de espanto desangrado,

diezmada flor de luto,

Lídice de sollozos y penetrante angustia,

calosfrío del paisaje de cenizas y cruces.

[…]

Pequeño pueblo muerto, orquídea mutilada,

Arrasada por sorda fusilería del crimen,

[…]

Lídice: diez de junio es tu gloria y tu símbolo.

Diez de junio de rabia, de rencor sin remedio,

de odio y furias infernales (Huerta 1943a, 33).

Después de representar un paisaje devastado, el poema, en sus tres últimas estrofas, recrea la esperanza de un renacimiento de Lídice en tierras americanas. Dos poblados, uno en Estados Unidos y otro en México fueron bautizadas con el mismo nombre.

Mira que tu substancia, tu esencia derrotada,

se alza en los Grandes Lagos,

junto al Mississippi,

donde una aldea hermana ha tomado tu nombre,

tu perfil de muchacha, tu cuerpo atravesado.

Y mira, en otro valle de inhumana belleza,

al pie de las montañas también, Lídice mártir,

tu sangre encuentra cauce para soñar sus frutos.

Estás en nuestro seno, Lídice americana,

Lídice mexicana (Huerta 1943a, 34).

El poema lleva la fecha del 22 de agosto de 1942. Pocos días después, un poblado al sur de la Ciudad de México, mudó su nombre por el de San Jerónimo Lídice. El Popular, en su primera plana, dio la noticia de la siguiente manera:

Un hecho sencillo y profundo de afirmación antinazi tendrá lugar el próximo domingo 30 del actual en el pequeño pueblecito de san Jerónimo perteneciente al Distrito Federal. La ceremonia –que consiste en mudar de nombre la población–, tiene su origen en otra semejante que tuvo lugar en un simpático pueblecito de Illinois, donde los habitantes del mismo, al saber que Lídice, la ciudad minera de Checoslovaquia, había sido borrada del mapa por los nazis, en represalia por la muerte del verdugo Heydrich, decidieron cambiarle de nombre a su lugar natal y bautizarlo con el entonces ya no desaparecido de Lídice. Lídice se convirtió de esta suerte en un alto y entrañable símbolo: el símbolo de la voluntad que existe en todos los pueblos para no desaparecer, para vivir y entregarse a su actividad creadora sin la angustia de la persecución y la barbarie (Anónimo 1942c, 1).

La barbarie bélica incitaba actos de solidaridad y Huerta dejaba con su poesía un testimonio del horror, pero también de la camaradería y el heroísmo. Algo así sucedió, apenas unos pocos días después, cuando el poeta, en otra manifestación, leyó uno de sus poemas emblemáticos del periodo. Me refiero a “Stalingrado en pie”. La situación era angustiante. En agosto de 1942, la ciudad rusa fue asediada por las tropas nazis. Los cálculos de Hitler se equivocaron. El ejército soviético resistió. La batalla se prolongó durante semanas. Las noticias que llegaban a México a finales de septiembre eran dramáticas. Huerta, en el ajetreo de sus labores en la redacción de El Popular, escribió su poema “Stalingrado en pie”.6 El poema está fechado el 18 de septiembre de 1942. Dos días después, apareció publicado en el diario del movimiento obrero. En el breve texto introductorio que acompañó al poema, se revelaba mucho de las expectativas que rodearon su creación:

He aquí un bello canto a la defensa gloriosa y heroica de Sta­lingrado. Efraín Huerta, poeta de hondas e ilimitadas raíces dramáticas, eleva aquí su devota esperanza en el triunfo de los hombres que defienden el destino del hombre en la ciudad soviética. Huerta cumple así el deber de poeta verdadero: con su emoción y su acento como armas de combate en la lucha de la que ha de salir un mundo con mejores anhelos y mejores expresiones. La lucha por un mundo mejor, Huerta lo sabe, es la mejor tarea para lograr el día del triunfo, la más bella poesía (Anónimo 1943, 3).

El poema recrea, de forma dramática, el enfrentamiento y la lucha entre dos ejércitos. El futuro era incierto. Si la ciudad rusa caía, un nuevo orden, sombrío y aterrador, se auguraba. Por esa razón, la “Sociedad de Amigos de la URSS en Guerra”, entidad formada en la capital mexicana, organizó un acto en favor de la ciudad rusa. En el evento, además de los oradores políticos, participaron dos poetas: Efraín Huerta y Pablo Neruda. El primero leyó “Stalingrado en pie”; el segundo, “Canto a Stalingrado”. El mismo día de la concentración, en la columna “El Hombre de la Esquina”, se invitaba así al mitin: “Y hoy a las ocho de la noche, en el Sindicato Mexicano de Electricistas, será el gran homenaje a la ciudad de Stalingrado. […] Ocampo (de Elec­tricistas), Elizondo (de Mineros) y Mancisidor hablarán; Neruda y Huerta dirán sendos poemas” (Huerta 1942d, 5). Ambos poemas recrean un sentido épico. El del mexicano, en específico, mantiene un aire aletargado, a partir de la presencia del río Volga como el testigo principal de la batalla.

El Volga, atrás, en ruinas,

desatada ceniza y turbia plenitud.

El padre río cansado, aniquilado,

el padre río con sangre,

el dulce padre río con los hombros heridos,

con los hombros, aún, sosteniendo ese fiero

ir y venir de muerte,

sosteniendo la estrella,

sosteniendo en sus manos el frío llanto

y la brutal congoja.

El Volga, atrás, en ruinas.

Pero enfrente, y en mármoles perfectos creciendo como estatuas,

los soldados soviéticos disparan;

disparan resistiendo, grises árboles,

disparan resistiendo, acero limpio,

disparan resistiendo, por los siglos,

por los siglos y las luces del Hombre

y el fresco y puro laurel del 17.

El Volga, atrás, en ruinas (Huerta 1942e, 3).

Un par de días después del mitin, el poeta guatemalteco Raúl Leyva escribió, en su colaboración para El Popular, algunos comentarios sobre la poesía política de Efraín y sobre el ambiente en el campo literario mexicano:

Al lado de la actitud inde­cisa –cuando no hostil– de muchos de los literatos de este contradictorio, hermoso y caótico país, [Efraín Huerta] ha sabido lanzar valientemente, en varios casos, su palabra habitada de un alto fervor por las cosas que son y vienen de los estratos más humildes y enteros del pueblo –nuestras co­sas–, las más dignas del hombre. [...] Un claro ejemplo de lo que venimos diciendo lo vemos sin ir muy lejos, en su último poema publicado en las páginas de El Popular y dedicado al valeroso pueblo ruso. Hablamos del canto “Stalingrado en Pie”. Opinamos que, más que muchos libros publicados últimamente, los cuales discurren sobre las más dispares disciplinas de la función creadora, valen actitudes como ésta: cantar, hermosamente, con generoso aliento humano, a la gran masa del pueblo soviético que en estos instantes está muriendo por la causa de todos los hombres: la de la igualdad y fraternidad humanas (Leyva 1942, 5).

Este breve comentario de Leyva ya deja entrever que las incursiones poéticas de Efraín Huerta en el campo intelectual de la Ciudad de México provocaron algunas reacciones polémicas y hostiles. Varios escritores veían muy críticamente la inclusión de la política en la poesía. El ambiente estaba profundamente confrontado. León Trotsky, André Breton y Diego Rivera, en la misma Ciudad de México, habían lanzado en julio de 1938, su “Manifiesto por un arte revolucionario independiente” (Bretón, Trotski y Rivera 2019 [1938]). En él hacían un llamado por distinguir los fines del arte de los fines de la política. Un lustro después, José Luis Martínez y Octavio Paz criticarían de forma vehemente la intromisión de la política en la poesía. Huerta, por el contrario, se encontraba en un bando completamente distinto. El poeta, al asistir a mítines, al reproducir sus poemas en periódicos, pregonaba, como lo hemos visto por los ejemplos anteriores, un arte histórico y políticamente comprometido.7

Por todas estas tensiones, resulta lógico que, en la segunda mitad de 1943, en medio de un ambiente caldeado por las prácticas de la poesía política, nadie en las revistas literarias de la Ciudad de México comentara el libro Poemas de guerra y esperanza. Cuando por fin alguien lo hizo fue para manifestar su rechazo. En la revista Rueca, en el número de otoño de 1943, María Ramona Rey escribió una reseña donde señalaba que la poesía de Huerta no podía ser épica, pues el poeta no había vivido en carne propia la experiencia de la guerra. Sus cantos, aseguraba ella, se acercaban más a “elegías guerreras”. Rey no podía esconder su incomodidad ante ese proyecto literario:

Algo que nunca tendrá que ver con la poesía es la política. Las cosas demasiado humanas, aquellas que pertenecen a la parte del hombre que no pueden elevarse porque no tiene alas, nunca llegarán a la sublimación poética y el poeta si lo sabe debe evitarlas. Así el tema de guerra, que puede dar frutos poéticos, unido al banderín político, se torna estéril (Rey 1943, 54).

Al final de su texto, la reseñista hace un llamado a Huerta para que regrese a sus temas amorosos, tan bien expresados en sus anteriores plaquettes. El rechazo no podía ser más explícito. La única figura que comentó de forma positiva el libro de Huerta en el ambiente mexicano de ese momento fue una extranjera. Se trataba de la periodista francesa, militante del Partido Comunista, y en ese momento exiliada en México, Simone Téry. Desde las páginas de El Popular, la también novelista aseguró:

Hace varias semanas ya que los Poemas de guerra y esperanza han salido, y apenas si he visto una notita en la prensa de México. Creía encontrar el librito en todas las librerías de la ciudad, oír a los militantes vocearlo en todos los mítines y asambleas. Pues no, señor. Es como si el libro hubiese sido publicado en la luna. Fue una piedra echada al pozo y se acabó. ¿Cómo se pueden en­terar los intelectuales y el público letrado que tienen un nuevo poeta? ¿Cómo se puede enterar el pueblo que le ha nacido un poeta revolucionario, hermano mexicano de los Mayakovski, de los Aragon, de los Guillén, de los Garfias, de los Neruda? No pueden, porque no se les dice (Téry 1943, 5).

Téry destacaba el valor de la poesía de Huerta, depurada de preciosismo y de esoterismo individualista, y señalaba las virtudes de esta obra. Después de hermanar la muy reciente aparición de la novela El luto humano de José Revueltas con el poemario de Efraín Huerta, la escritora francesa aseguraba:

Los Poemas de guerra y esperanza son cantos a la España heroica, a Lídice mártir, a Stalingrado y a los soviéticos, a todos los pueblos que vierten su sangre; son gritos de lucha, de amor y de fe del México en guerra. Son cuadros visionarios del dolor y de la esperanza de la humanidad, son imágenes proféticas del mundo nuevo que nace. Hablando de la sangre vertida en España dice […]: “Yo soy testigo de esa sangre”. Esa es la mejor definición de los Poemas de guerra y esperanza. Efraín Huerta es un testigo y un acusador, como deben ser todos los escritores dignos de ese nombre hoy en día. Sus poemas son, junto con los de Pablo Neruda, de los más grandes que haya suscitado esta guerra de la vida contra la muerte. México puede enorgullecerse de Efraín Huerta como de José Revueltas. Si no habla de ellos la generación presente, hablarán de ellos las futuras (Téry 1943, 5).

En el fondo, lo que estas polémicas revelaban era una distinta concepción del creador, del poeta, del intelectual ante el escenario de violencia bélica que recorría al mundo. En esas distintas concepciones se jugaban también diversos proyectos literarios. En específico, el de Huerta, en el libro de Poemas de guerra y esperanza, fue menospreciado y, en gran medida, olvidado por la historia literaria.

3. Conclusión

Una pregunta fundamental rondaba en el ambiente de aquellos días: ¿cuál era la función del arte y de los artis­tas, de la literatura y de los escritores, en un periodo tan complejo como el de la Guerra Civil española y de Segunda Guerra mundial, desde un lugar marginal a ambas contiendas bélicas como lo fue México? Para intentar responder a este interrogante, y tratar de entender con mayor justeza la posición adoptada por Huerta, es necesario detenerse en otro texto publicado en el periódico del movimiento obrero. Me refiero al ensayo de José Revueltas “Liris­mo turbio y redentor”, aparecido en El Popular el viernes 11 de sep­tiembre de 1942. En ese texto, Revueltas delinea las diferentes concepciones que en esos días se configuraban respecto a la función del artista, el escritor y el intelectual. No está de más señalar que se dio a conocer unas semanas antes de que Huerta leyera en un evento político su poema “Stalingrado en Pie”. En este artículo, el joven novelista se remitía a un cuestionario que una Sociedad de Artistas y Escrito­res Jóvenes había hecho circular en el medio literario mexicano. La pregunta central de esa encuesta era sobre la función del poeta y del intelectual en ese momento. En específico, a Revueltas le interesaba rebatir la opinión de José Luis Martínez:

¿Cuál es el papel de la juventud en la creación literaria? ¿Y cuál este papel en realidad? ¿Estudiar hasta morirse como lo pretende José Luis Martínez? No. Es precisamente aquello que él condena: “el turbio lirismo de redentores continentales”. [...] Ese “turbio lirismo” –turbio porque es turbia la vida dura y criminal que vive el hombre– pretende redimir y ha de lograrlo unido a todo eso que tan obscuramente lucha y sufre en todas partes. [...] ¿Cómo se puede pretender orden, equilibrio, transparencia, tranquilidad, quietud, goethismo, hoy, en este día terrible? (Revueltas 1942b, 5).

En el escenario literario de ese momento había escritores, según Revueltas, que veían la vida como “un río dentro del cual hay que sumergirse”; otros, por el contrario, preferían quedarse en la orilla “cal­culando los metros cúbicos que pasan”. La obra de Efraín Huerta representaba la primera actitud:

La angustia de Efraín Huerta, por ejemplo, no es una angustia que se conquiste ela­borando con gran cuidado eso que los poetas llaman “el oficio”, [...] pues la poesía y lo literario en general no puede reducir­se a “el oficio” cuando de lo que se trata es de crucificarse y de gritar para que los ojos se abran (Revueltas 1942b, 5).

La función que Revueltas asigna a la literatura en ese momento –“crucificarse y gritar para que los ojos se abran”– estaba representada en los versos y en la prosa periodística de Efraín Huerta. El poeta compartía perfectamente las opiniones de su amigo novelista. En un texto publicado en El Popular, ya hacia 1944, Huerta aseguró que en esos momentos era fundamental escribir una poesía que “se refiriera a las terribles cosas que acontecen en esta hora, en este mundo ceñido por el pecado nada original de la guerra” (Huerta 1944, 5). Para escribir esa poesía, Efraín Huerta se valió de su experiencia en el periodismo. Así, el vínculo entre prosa periodística y obra poética resulta central para entender y comprender el proyecto literario de un libro como Poemas de guerra y esperanza.

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Fecha de recepción: 13.07.2024
Fecha de aceptación: 15.11.2024

 

 

 


1 Este trabajo se elaboró en el marco del PAPIIT IN 405619 “Articulaciones estéticas del exilio: redes literarias, artísticas e intelectuales transnacionales en México (años treinta y cuarenta del siglo xx)”. Agradezco el apoyo institucional para la realización de este proyecto.

2 Si bien es cierto que los trabajos clásicos sobre las crónicas modernistas (Ramos 1989; Rotker 1992) han destacado el importante papel que cumplieron los rotativos de finales de siglo xix para la profesionalización de los escritores hispanoamericanos, también es verdad que los creadores de la primera mitad del siglo xx experimentaron un proceso muy diferente de especialización en los medios impresos. Quizá resulte una obviedad, pero es necesario decirlo: el mundo periodístico de Martí, Darío y Gutiérrez Nájera, a finales del siglo xix, fue muy diferente del que vivieron, en la tercera y cuarta décadas del siglo xx, por ejemplo: Efraín Huerta y José Revueltas, en México, o Raúl González Tuñón y Roberto Arlt, en Argentina. Estos cuatro escritores ejercieron su oficio bajo el espectro de un creciente proceso de industrialización, con nuevas tecnologías, y vivieron su ingreso a los rotativos como periodistas profesionales con múltiples tereas: se integraron activamente a los consejos de redacción de los diarios; se encargaron de escribir noticias y editoriales de forma anónima; tomaron la cámara y salieron a las calles a realizar reportajes; acudieron a las escenas de los crímenes y redactaron las notas rojas; respondieron en sus columnas a los lectores. En otras palabras, a diferencia de los modernistas, los escritores de la primera mitad del siglo xx vivieron, experimentaron y expresaron una cultura periodística muy distinta: más especializada y más profesional; más exigente en términos laborales; con nuevos retos a nivel tecnológico y con sucesos bélicos de consecuencias internacionales (Guerra Civil española, Segunda Guerra mundial). Una visión actualizada sobre las culturas de la prensa puede verse, para el caso de México, en el libro de Hadatty y Mahieux (2022) y, para el caso argentino y español, en los trabajos de Devés (2021, 68-96), Gastón (2021, 13-34), Jiménez (2021, 35-56), Cano (2021, 57-68), Galgani (2021, 97-112), reunidos en el dossier “Entre el periodismo y la literatura: los corresponsales de guerra de la prensa iberoamericana ante los conflictos bélicos de la primera mitad del siglo xx”, aparecido en Iberoamericana. América Latina-España-Portugal, n.º 78, 2021, pp. 5-112.

3 Sobre la trascendencia del asesinato de Lorca en la poesía española e hispanoamericana véase el capítulo octavo del trabajo de (Binns 2020). Para el caso específico de la recepción de la muerte de Lorca en el campo literario mexicano véase el texto de que sirve de introducción a la antología México y la guerra civil española. La voz de los intelectuales (Feria 2022, 17-91).

4 Sobre las relaciones entre los reportajes y la poesía de Raúl González Tuñón, en los años treinta, puede consultarse el trabajo de Rogers (2020, 31-117).

5 Muchos años después, Huerta recordaba así ese evento: “Declaración de guerra” “fue improvisado para ser declamado en el Zócalo, durante una concentración popular de apoyo al gobierno. El acto teatral lo dirigió Seki Sano, y yo dije, muy mal, el poema; pero algunos declamadores profesionales lo hicieron suyo, con cierta fortuna patriotera” (Huerta 2014 [1973], 613). Un par de días después de la manifestación, Efraín escribió en “El Hombre de la Esquina”: “La representación fue un triunfo personal del maestro Seki Sano. En menos de cuarenta y ocho horas estuvo lista la obra. Directores, actrices y actores batieron un récord: solo ensayaron doce horas, y el domingo, en la Plaza de la Constitución, dominaron a ciento cincuenta mil personas. Veinticinco minutos bastaron para levantar, mejor, para alzar hasta el cielo la emoción patriótica. Aquello fue la gloria de la palabra […]. Seki Sano manejó a sesenta personas, entre hombres y mujeres […]. Había que ver a Seki movilizando a su gente, ayudado por sus más cercanos colaboradores […]. Hombre dinámico, efectivo, certero. ‘México en pie’ es un triunfo definitivo de Seki y de su puntual grupo de colaboradores” (Huerta 1942c, 5). Aunque “El Hombre de la Esquina” no menciona la lectura del poema, es claro el ambiente en el cual fue escrito y declamado.

6 Así lo recuerda el poeta en una entrevista en 1973: “‘¡Stalingrado en pie!’ nació en El Popular, leyendo y releyendo y cabeceando cables” (Huerta 2014 [1973], 613).

7 Es necesario tener presente que, a principios de los años cuarenta, el campo cultural y político mexicano estaba profundamente crispado por los divergentes proyectos de las izquierdas. En específico, el periódico El Popular, y sus integrantes en el equipo de redacción, eran antagónicos a las expresiones literarias y políticas que pudieran asociarse en el universo del trotskismo. De ahí, por ejemplo, las burlas y rechazos a las manifestaciones del surrealismo, a André Breton, a León Trotski y a Diego Rivera, que se expresaron desde la línea editorial del periódico y, a veces, desde las columnas de Efraín Huerta. De hecho, después del primer atentado contra Trotski, muchos intelectuales acusaron al periódico El Popular de ser una publicación pagada por Moscú y de estar involucrada en el ataque al líder ruso. Ciertamente, tanto el fundador del periódico, Lombardo Toledano, como la línea editorial del diario coincidían con las directivas marcadas por el PCUS. Este hecho no impidió que el propio Lombardo se acercara también al servicio de inteligencia de Estados Unidos. En varios trabajos (Iber 2013, 11-19; 2015; Spencer 2018) se muestra el complejo juego político, entre una y otra potencia, que Lombardo creó a partir de los espacios fundados por él. Para tener una idea del complicado escenario de la prensa de izquierdas en México también puede verse el libro de Gall (2012).