DOI: 10.18441/ibam.25.2025.88.185-203

 

 

 

 

EL papel de la ciencia en el pensamiento de Miguel de Unamuno sobre la identidad de España y su misión internacional1

The Role of Science in Miguel de Unamuno’s Thought on Spain’s Identity and International Mission

Cristina Erquiaga Martínez

Universidad de Salamanca, España

cerquiaga@usal.es
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0001-9183-0680

En el conjunto del pensamiento de Miguel de Unamuno ocupa un lugar destacado la reflexión en torno a la ciencia, su naturaleza y el papel que desempeña en la vida de las personas y de los pueblos. Durante toda su vida cultivó el interés por distintas disciplinas como la física, la química, la biología o la psicología, tal y como ha demostrado Rafael Chabrán en distintos estudios (2017; 2000; 1998). La biblioteca personal de Unamuno y las numerosas referencias a autores científicos que jalonan sus escritos dan fe de la familiaridad que el intelectual vasco tenía con este ámbito (Valdés y de Valdés 1973, XXV-XXVI).2 Ahora bien, partiendo de este indudable conocimiento, su postura con respecto a la ciencia varió desde el deslumbramiento con el que en sus años universitarios se acercó a las corrientes positivistas (Abellán 1998, 250), hasta el desengaño que experimentó en torno a su crisis de 1897, cuando comienza a poner el acento en la incapacidad del conocimiento científico para dar respuesta a las cuestiones trascendentales de la vida humana.

Son varios los estudios que abordan esta evolución, destacando los de Pedro Cerezo Galán (2003), Alison Sinclair (2001) y, más recientemente, Alicia Villar Ezcurra (2015; 2017a; 2017b). Estas investigaciones demuestran el papel destacado que esta cuestión ocupa en el conjunto del pensamiento unamuniano y cómo se relaciona con otras temáticas que ocuparon al intelectual vasco (Villar Ezcurra 2017b, XIII-XIV). Dentro de este marco, el presente artículo busca ahondar en una de estas relaciones, concretamente en la convergencia que se da entre el desarrollo de la postura que Unamuno adopta ante la ciencia y la evolución de su idea de la identidad de España y del papel que su nación tiene que desempeñar en el resto de Occidente. A través de este estudio se pretende dilucidar el grado de interconexión de estas dos temáticas en el pensamiento del intelectual vasco, para así arrojar luz sobre el papel que desempeña la ciencia en el discurso de Unamuno acerca de la identidad nacional y de la misión de España ante el conjunto de las naciones.

Siguiendo una estructura cronológica, se ofrece un análisis de la producción unamuniana acerca de estas cuestiones, partiendo de la génesis de este pensamiento en torno a su crisis de 1897 y recorriendo los textos de los años siguientes, con la intención de mostrar cómo fueron surgiendo los distintos rasgos que terminaron conformando este discurso. Así, el artículo comienza abordando la parte nuclear de este planteamiento, el desencanto hacia la ciencia, para continuar mostrando cómo esta consideración pronto entró en relación con la interpretación que daba Unamuno a la identidad de España y con su juicio sobre el rol que su nación había de ejercer en el conjunto de Europa. A continuación analiza cómo este pensamiento fue desarrollándose en los años siguientes a la vez que se internacionalizaba a través de distintas publicaciones extranjeras. Finalmente aborda los últimos compases de la elaboración, deteniéndose en cómo el contexto de la Primera Guerra Mundial proporcionó los elementos finales con los que terminó de consolidarse el discurso.

LA FORJA DE UN PLANTEAMIENTO

Recién salido de su crisis personal de 1897, considerada por los estudiosos como el punto de inflexión de su concepción sobre las capacidades del conocimiento científico, Unamuno redacta “El mal del siglo”. En este texto ofrece un lúcido análisis de la crisis del progresismo, contexto en el que se ha producido su propia transformación:

El avance de progreso de nuestro siglo trajo consigo la embriaguez progresista, embriaguez que enajenó los espíritus llevándolos a olvidar su propio progreso personal, distraídos como andaban con el del ambiente en que vivían. Formose un culto idolátrico al progreso, cuya realidad se conceptualizó, y un aún más idolátrico culto a la humanidad abstracta, culto que amenazaba diluir el sencillo y cristiano “ama a tu prójimo”. Pero he aquí que una legión de pensadores y de sentidores, apartando sus ojos de la fantasmagoría para volverlos a la realidad íntima, ha destruido la ilusión que hizo nacer el poderoso florecimiento de adelantos y ha desvanecido el optimismo racionalista (1999, 125).

Después de tiempo abordando solo lo tangible se ha desembocado en una “fatiga del racionalismo” en la que empieza a pedirse algo más allá, haciendo resonar el hambre de trascendencia. El discurso del progreso, asentado siempre en el más acá, termina fomentando la pregunta por el sentido de sí mismo. ¿Para qué progresar si todo va a terminar en nada? Es por ello que “el problema de la muerte es el radical de la vida” y la pregunta decisiva es: “la muerte ¿es o no total aniquilamiento de la conciencia?” (Unamuno 1999, 126) Unamuno denuncia que, al pretender dar explicaciones racionales, medibles y científicas a todo, el “intelectualismo desecante” se encuentra sin medios para enfrentarse a esta realidad íntima y, como consecuencia, la deja de lado. Pero no se trata de una cuestión baladí pues, por una parte, “es pura vanidad de vanidades el progreso si no cabe que cada hombre venza a su propia muerte” mientras, por otra, si “pensase cada cual en su propia salvación eterna ¡qué inundación de caridad entre los prójimos la que habría en el mundo!” (129).

En este texto aparecen ya situadas las coordenadas de lo que será la postura de Unamuno ante la ciencia. Para él, el hombre no puede eludir la cuestión sobre su destino último, la única que le tiene que importar verdaderamente para vivir y, por ello, cualquier propuesta que conlleve la distracción de esta cuestión, va en contra del interés humano. El progresismo y el racionalismo se han desarrollado en las últimas décadas de tal forma que han conducido a la persecución del progreso material por sí mismo y, recurriendo a la ciencia, la han enarbolado como el remedio capaz de colmar toda necesidad humana. Para Unamuno el problema no está en la ciencia, a la que denomina inocente, sino en el cientificismo –aunque aún no emplee este término3–, en la postura que hace de la ciencia un fin en sí mismo. Ciertamente, con este proceso se está cada vez más cerca de procurar al ser humano el pan de cada día, pero en el camino se ha dejado de lado el pan espiritual, imposible de alcanzar con esos medios. Desde esta base, Unamuno irá matizando y completando este planteamiento y haciéndolo converger con otras de sus ideas, hasta conformar un sólido discurso.

En 1898, tan solo un año después, publica “La vida es sueño”, texto en el que vuelve a abordar la importancia de la vida eterna, del destino individual del hombre, pero apuntando ahora a un nuevo factor que distrae de esta realidad íntima: el regeneracionismo. Realmente no es algo distinto a lo anterior, pues se trata de una vertiente del progreso, la que busca salvar el atraso de la propia nación para convertirla en un agente relevante en el conjunto internacional. Para ello, denuncia Unamuno, se busca crear una conciencia nacional que haga de España un actor histórico, y esto se hace a expensas de la conciencia individual de cada español:

Pero hay que sacrificar el pueblo a la nación, hay que darle carácter e individualidad histórica para que viva en la cultura y figure entre los Kulturvolken [sic] –esto hay que decirlo en alemán. ¡Horrible cosa es esa especie de suicidio moral de los individuos en aras de la colectividad! Pretender sacrificar todos y cada uno de los españoles a España ¿no es pura idolatría pagana acaso? (…) El enredar a los hombres en la lucha por la vida histórica de la nación, ¿no les distrae y aparta de luchar por su propia vida eterna?

El destino individual del hombre, por importar a todos y a cada uno de ellos, es lo más humano que existe. Y al hablarse aquí de regeneración, casi todos olvidan eso, y aun muchos afirman que para regenerarnos tenemos que olvidarlo (1898, 72).

Resulta interesante comprobar los nuevos elementos que entran en juego en esta exposición que hace Unamuno del proceso de alejamiento de los individuos de las cuestiones que verdaderamente atañen a su destino. Ya no son solo el progreso, la razón y la ciencia los que, explotados en manos de algunos, han conducido a este panorama de desierto espiritual. Ahora se añaden la búsqueda de la identidad nacional, el papel de España en el escenario internacional y la cultura. Con respecto a esta última, es importante hacer notar la vinculación que hace Unamuno de lo alemán con su idea de sublimación nociva de la cultura. Este rasgo, aquí apenas esbozado, pasará más adelante a ocupar un lugar destacado en el pensamiento unamuniano.

Esta convergencia de la temática nacional y de la cuestión del progresismo cientificista a la hora de hablar de la ineludible necesidad de las verdades vitales se hace más patente en su artículo “Sobre la filosofía española”, publicado en 1904. Redactado a modo de diálogo, recurso que le permite no solo mostrar su pensamiento sino también las que perplejidades que este puede generar, expone la relación entre ciencia y espíritu, binomio con el que ofrece una conceptualización de su pensamiento hasta el momento. Habiendo ya mostrado en escritos anteriores que su rechazo no es a la ciencia, sino al cientificismo, cada vez que hable de la primera en tintes negativos el lector podrá comprender a dónde va realmente dirigido el ataque. Por su parte, el término espíritu le permite referirse al ámbito de la vida íntima, las entrañas o el destino individual.

La ciencia es presentada como el conocimiento de la realidad a partir del cual se elabora una filosofía. Pero, sostiene, así como la primera es universal, común a todos, la filosofía es distinta en cada pueblo, acorde con su espíritu. Para obtener una verdadera filosofía española, entonces, se hace necesario poder amoldar la ciencia común al particular espíritu español. Es por ello que Unamuno arremete contra “esa nube de importadores de ciencia europea al detalle, de ciencia de fábrica, que ponen el grito en el cielo cuando hay quien trata de traducirla, y no a nuestro lenguaje, sino a nuestro espíritu” (1904, 29).

La clave, entonces, radica en encontrar el espíritu de España. Si bien Unamuno no llega aún a exponer de manera explícita cuál considera que es dicho espíritu, sí otorga algunas claves sobre él, en cuanto reflexiona sobre su capacidad de avenirse con la ciencia: “Y pudiera muy bien ser que nuestro pueblo o nuestra casta, poco apta para las ciencias experimentales y las de raciocinio, estuviera mejor dotada que otras para esas intuiciones de lo que llamaré no el sobre-mundo, sino el intra-mundo, lo de dentro de él…” (35-36). Siendo así lo propio del pueblo español ver más allá de lo tangible, juzga que, hasta que no se libere del yugo del intelectualismo, que considera que no hay más forma de relacionarse con la realidad “que los medios que se llama conocitivos” (34), no se podrá elaborar una verdadera filosofía española.

Para Unamuno, a través de su capacidad de percibir con más agudeza las verdades del espíritu, el pueblo español se ha centrado en la cuestión de la inmortalidad. Aunque desde fuera se haya confundido con una obsesión por la muerte, para él es una muestra de todo lo contrario: “Dudo que haya pueblo de tanta vitalidad, que tan agarrado esté a la vida. Y es por agarrarse tanto a ella por lo que no se resigna a soltarla” (37). Ante la preocupación de que este anhelo de inmortalidad aleje España del resto de pueblos europeos, expone que dejar este espíritu no acercaría España a las demás naciones, sino que la anularía ante ellas:

Si pudiera suceder que desapareciese por completo tal anhelo de la masa de nuestro pueblo, España dejaría de existir, y no para que los españoles entrasen a formar parte de otro pueblo más culto, más rico y más feliz, participando de esa cultura, riqueza y felicidad, ni para entrar en una sociedad más perfecta en que no hubiese ya patrias, sino para caer como esclavos de cualquier otro pueblo que nos explotaría y escarnecería (39).

Con este texto de 1904 Unamuno presenta ya un discurso sobre la identidad nacional plenamente permeado de su pensamiento acerca de la ciencia. Los retazos con los que está elaborando su visión del espíritu español beben directamente de las ideas que lleva años exponiendo sobre la necesidad de recurrir a algo más que la razón para poder vislumbrar aquellas realidades que ella sola no puede alcanzar. Además, también podemos percibir cómo todo esto lo presenta con un trasfondo internacional, aunque de momento no elabore un pensamiento sobre la misión de España en él.

Donde comienza a exponer más sólidamente esta última temática es en su artículo “Sobre la europeización. Arbitrariedades”, que publica en diciembre de 1906 en La España Moderna. En él aborda la consideración, muy presente en el panorama intelectual del momento, de la necesidad de la europeización y modernización de España. Desde el comienzo muestra su distancia con respecto a esta postura, no porque reniegue de Europa y de la modernidad, de las que se precia de ser buen conocedor, sino porque rechaza aquello con lo que algunos quieren identificarlas: “Debo confesar que cuanto más en ello medito más descubro la íntima repugnancia que mi espíritu siente hacia todo lo que pasa por principios directores del espíritu europeo moderno, hacia la ortodoxia científica de hoy, hacia sus métodos, hacia sus tendencias” (1906, 65-66).

El espíritu español que Unamuno viene desentrañando en sus escritos aparece en clara disonancia con este panorama internacional, que presenta como ideal al “hombre libre de la suprema congoja, libre de la angustia eterna, libre de la mirada de la Esfinge, es decir, el hombre que no es hombre” (Unamuno 1906, 67).4 Ante esto, Unamuno no defiende que España deba cobijarse en sus diferencias y desconectarse del contexto europeo, pero considera que la forma en que su nación se convierta en un actor clave en este escenario no puede pasar por una asimilación sin reservas del espíritu europeo del momento, pues ello supondría la aniquilación de lo propio español. No aboga por que España se desenganche de la ciencia europea, sino por que tome de ella aquello que le pueda servir para desarrollar más plenamente su propia identidad: “Podemos, creo, cultivar nuestra sabiduría sin tomar la ciencia más que como un medio para ello y con las debidas precauciones para que no nos corrompa el espíritu” (69). Y, al mismo tiempo, defiende que España ha de alimentar con su espíritu al resto de las naciones europeas, de tal forma que pueda convertirse en un actor genuino e influyente. Así, su solución al problema de la situación de España en el conjunto internacional es la doble vía de la europeización de España y la españolización de Europa, que actúan así como “dos caras de la misma moneda” (Rodríguez Martín 2016, 2):

La verdadera y honda europeización de España, es decir, nuestra digestión de aquella parte de espíritu europeo que pueda hacerse espíritu nuestro, no empezará hasta que no tratemos de imponernos en el orden espiritual a Europa, de hacerles tragar lo nuestro, lo genuinamente nuestro, a cambio de lo suyo, hasta que no tratemos de españolizar a Europa (Unamuno 1906, 81).

Sobre este mismo tema vuelve unos meses después con otro artículo a modo de continuación que aparece en la misma revista bajo el título de “Más sobre la europeización.” En este ensayo, que ha pasado desapercibido por gran parte de la crítica unamuniana (Alzina Lozano 2021, 7), el pensador vasco ahonda en las mismas cuestiones que en el texto precedente, si acaso haciendo más explícitas sus afirmaciones acerca de la distancia entre el espíritu español y la ciencia, llegando a afirmar que “el genio español es, en su fondo, refractario a la investigación científica” (Unamuno 1907, 11). Considera que la abstracción científica lleva consigo el sello de la impersonalización, algo que no puede avenirse con las ansias de perpetuación personal que juzga inherentes a lo español.

Lleva a su desarrollo la idea de la necesidad de una doble vía por la que España influya en Europa y se deje influir por ella, mostrando su convicción de que, a pesar de que se trate de espíritus que apuntan en direcciones opuestas, solo pueden mantenerse vivos recibiendo la influencia mutua. Así, sostiene que “si nuestra fe española no se encontrase contrariada por el espíritu íntimo de la ciencia europea contemporánea, esa fe quedaría estadiza y acabaría por morir” (21). Se adivina aquí el mismo planteamiento que subyace en lo que más adelante será su noción de sentimiento trágico, algo que se vuelve más evidente unas frases después cuando afirma:

El combate inacabable entre el corazón y la cabeza es la acción más divinamente trágica que ha podido ofrecernos el destino. En ella no hay ni vencimiento ni victoria, pero tampoco hay tregua ni descanso.

Y este combate que se prosigue sin término en el interior de cada hombre llegado a plenitud de conciencia propia, este mismo combate se riñe entre los pueblos y las edades en el vasto tablado del mundo (22).

En este combate entre pueblos España desempeña el papel del corazón y Europa el de la cabeza. Siguiendo los términos de la exposición unamuniana, no se aboga por un triunfo de lo español sobre lo europeo, ni viceversa, sino por la necesidad de que ambos actores intervengan desde su particularidad, para que el combate se mantenga vivo, ya que en ausencia de lucha cada uno languidecería. España tiene entonces una misión que cumplir ante el resto de naciones y así se lo hace ver a sus compatriotas: “Consulte, pues, cada español, puesta la mano sobre su corazón, los latidos del corazón de la patria, y piense después qué camino hemos de tomar si no hemos de desaparecer como pueblo que tiene su lugar y su fin en el concierto de la cultura humana” (22).

En este texto se comprueba cómo a la altura de 1907 han ido confluyendo en un mismo planteamiento distintos elementos del pensamiento unamuniano: sus reflexiones acerca de la ciencia, sus ansias de inmortalidad, su definición de la identidad nacional, su consideración del papel que España ha de jugar en el panorama europeo y, ahora también, la forja de uno de sus conceptos clave como es el del sentimiento trágico.

EL LANZAMIENTO INTERNACIONAL

En 1909 surgió para Unamuno la oportunidad de llevar a cabo su propia españolización de Europa a través de la petición que le hizo su amigo Royall Tyler, estadounidense afincado en Reino Unido, para publicar cuatro artículos sobre literatura española en la revista británica The Englishwoman. La forja de estos escritos se produce en un contexto de polémica en el panorama intelectual español ante la repercusión internacional que había alcanzado el caso Ferrer. Las críticas que destacados individuos internacionales habían arrojado contra la política y la justicia española por el juicio contra Francisco Ferrer Guardia despertaron en el mes de septiembre un debate acerca de la injerencia de las potencias europeas en la vida pública española (Azorín 1909). Unamuno intervino en él criticando a los europeos que habían alzado la voz en contra de la actuación de España y aprovechando para exponer sus ideas acerca de la necesidad de que España no se asimilase a lo europeo para poder así realmente influir en Europa (1909a). La postura del vasco generó un fuerte rechazo en gran parte de los intelectuales, siendo notable el disgusto de Ortega y Gasset (1909). En estas coordenadas, la petición que Tyler le hace en el mismo mes de septiembre aparece como una oportunidad para decir en Europa aquello que ya había dicho en España. Como es de esperar, esta intervención también generó una polémica, la cual ya ha sido objeto de otros estudios (Santervás 1990; Ribbans 1991a; 1991b). Aquí nos detendremos a analizar la génesis de esta publicación y lo central de su contenido, ya que supone la internacionalización del discurso de Unamuno acerca de la identidad de España.

Royall Tyler entró en contacto con Miguel de Unamuno en 1904, cuando cursaba estudios en la Universidad de Salamanca. Desde ese momento se forjó una estrecha relación entre ambos que continuó a través de la correspondencia. En 1909 solicitó a Unamuno los artículos ya mencionados para la revista que dirigía su amiga Elisina Grant Richards.5 Unamuno accedió y, al parecer por la respuesta de Tyler –única documentación en que podemos rastrear este acontecimiento, ya que las cartas de Unamuno a Tyler no han llegado hasta nosotros–, resolvió aprovechar la oportunidad para enfrentarse una vez más al cientificismo: “La arremetida al cientificismo me gusta extraordinariamente –y estoy impaciente de verlo en una revista que me interesa”.6 Resulta interesante comprobar que cuando surge para Unamuno la oportunidad de presentar su nación ante el público extranjero, considera que lo propio es hacerlo con el trasfondo de la cuestión de la ciencia.

Para el 9 de octubre Tyler ha recibido ya los textos del intelectual vasco que considera “como de sus cosas mejores de usted, y como de algunas palabras suyas dichas durante nuestros paseos por Salamanca”.7 Esta continuidad con las conversaciones mantenidas cinco años atrás nos muestra algo que ya hemos podido comprobar con el análisis de los artículos anteriores, que es el papel preponderante que ya en aquel entonces ocupaba en el pensamiento unamuniano la relación entre la cuestión científica y la realidad española. Pero, además, nos presenta a Royall Tyler como interlocutor de estas ideas, lo que apunta a una cuestión que abordaremos más adelante, la del papel que este remitente pudo desempeñar en la forja de este planteamiento de Unamuno.

El mismo Tyler tradujo los artículos enviados por Unamuno y en los meses de noviembre y diciembre de 1909 aparecieron en The Englishwoman bajo el título “The Spirit of Spain”. Aunque no se mencione en la correspondencia, el contenido de los artículos evidencia que se ha abandonado la idea inicial de centrar el tema en la literatura española, optando en su lugar por abordar la cuestión de la identidad nacional. Se trata de unos escritos que no han sido tenidos especialmente en cuenta por la crítica unamuniana, aparte de los dos estudios de Santervás y Ribbans y de referencias en algunos trabajos (Sinclair 2001, 65-66; Salcedo 1970, 159). Este silencio probablemente se deba a la dificultad de acceso al texto, publicado en una revista extranjera sin especiales vínculos con el mundo hispánico. De hecho, estos artículos no están recogidos en ninguna edición de obras de Unamuno y, hasta la aparición del trabajo de Ribbans en 1991, solo podían encontrarse en las mismas páginas de The Englishwoman. Así, a menudo se ha pasado por alto un texto que, al consistir en una exposición de su idea de España a un público extranjero, constituye una de las muestras más elaboradas de la interpretación de Unamuno acerca de la identidad nacional y de la misión de España en el panorama internacional.

Como ya hizo en “Sobre la filosofía española”, en “The Spirit of Spain” el intelectual vasco sostiene que la esencia del espíritu español consiste en el deseo de no morir: “The desire of personal, concrete immortality, a desire superior to all disillusionment, is the mainspring of the Spanish spirit” (1909c, 200). Explica al público extranjero que esto, lejos de centrar la atención en la muerte, imprime en lo español un fuerte vitalismo, ya que este deseo va más allá del ansia de inmortalidad, es el afán porque la propia vida personal se prolongue en la eternidad.

Partiendo de aquí, Unamuno da un paso más en el desarrollo de su pensamiento y presenta dos consecuencias que se derivan de ese afán que constituye la esencia española. Una es lo que él llama el pragmatismo español, con el que explica que lo que preocupa al español es vivir y, por ello,“we lack the speculative sense that seeks truth for truth’s sake, leaving aside its vital and moral consequences” (1909b, 88). La otra consecuencia es que esa ansia por vivir eternamente conduce al espíritu español a una existencia combativa y trágica pues, para Unamuno, este deseo se ve enfrentado con la razón que dice al hombre que su vida está destinada a la muerte. Contemplamos, de nuevo, cómo en la trayectoria del desarrollo de esta cuestión del pensamiento unamuniano aparece la noción de sentimiento trágico, que aquí ya nombra explícitamente –“the tragic Spanish sense” (93)–, considerándolo propio de la identidad española. Para él, este conflicto consiste en el motor de la vida del pueblo español y, así, afirma que “our inner life is made up of the violence that comes from this silent strife; our rage not to die will not let us live in peace” (1909c, 204).

Unamuno considera que este sentimiento trágico no es exclusivo de los españoles, sino que anida en el alma de todo ser humano, pero el resto de las naciones lo ha dejado de lado. Esto ha derivado en una corriente central de pensamiento europeo que huye de esa ansia de inmortalidad, centrándose en el desarrollo de la ciencia y en los logros de la razón, que otorgan al hombre una falsa sensación de control y seguridad. El espíritu español tal y como lo expone Unamuno no encaja en este contexto europeo, como ya ha subrayado en textos anteriores, pero considera que precisamente esa diferencia constituye la principal contribución de España en el panorama internacional. Por ello, sostiene que “if we would serve the truly human cause, if we would acquire universal value, we must be more Spanish yet” (1909b, 83) y que, desde la particularidad de su identidad, España ha de lanzarse a llevar a cabo “the spiritual conquest of Europe” (83).

El espíritu es, pues, el ámbito en el que España ha de influir en Europa (Kraume 2018, 82). No ha de preocuparse en alcanzar el nivel que otras naciones han adquirido en el campo científico. Esa aportación ya la han hecho esos países y España, como el resto de naciones, puede beneficiarse de ella.8 Lo que los españoles han de aportar tiene que ser algo que les sea propio y que, a la vez, sume en el conjunto internacional. Para Unamuno, como hemos visto en los artículos anteriores, ese campo es el de la vida íntima, el del espíritu, un ámbito del que otros se han desentendido, maravillados por el progreso científico, material y racional, pero que en España sigue latiendo. Esto la desmarca de la corriente central del pensamiento europeo del momento pero, precisamente por ello, la hace capaz de aportar algo nuevo en ella. Y estos artículos de Unamuno son en sí ya una suerte de punta de lanza de esta conquista de Occidente pues, a petición de un individuo estadounidense, ha sido presentado en inglés, en una revista británica y a una audiencia internacional su idea del espíritu español y de lo que de este pueden aprehender el resto de naciones.

Sobre esto vuelve Unamuno unos años después en Del sentimiento trágico de la vida, obra que salió a la luz en fascículos en La España Moderna en 1912 y que en 1913 fue publicada como libro. Siguiendo a Ribbans, se comprueba que, en muchos aspectos, “The Spirit of Spain” anticipa lo que Unamuno expresaría después en su obra capital (Ribbans 1991b, 485-487). En su capítulo final, titulado “Don Quijote en la tragicomedia europea contemporánea”, entre otras ideas encontramos una línea de fondo en la que desemboca todo lo que hasta entonces Unamuno ha ido escribiendo sobre su idea de España y de su misión en la Europa del momento. Como sostiene Nelson Orringer, se puede afirmar que en este capítulo Unamuno presenta su moral, coronando el conjunto de ideas expuestas en la obra, una moral que concluye “que la cultura deb[e] servir al hombre y a la sociedad de instrumento para la inmortalización de todos” y que “la misión de España consist[e] en comunicar esta idea de la cultura al mundo con el fin de contribuir a salvarlo” (Orringer 1985, 182).

Para explicar ahora esta misión de España, su conquista espiritual de Europa, recurre a la figura de Don Quijote, “héroe de nuestro pensamiento” (Unamuno 2005, 494), a quien le convierte en representante de toda la nación. Defiende que lo que el caballero andante y, por ende, España, ha dejado a la cultura universal es a sí mismo, su propia persona, más allá de abstractos sistemas de pensamiento (505-506). El legado de esta vivencia consiste en el quijotismo, que es la esperanza de la gloria, de la pervivencia eterna del yo (508). Al calificarla como esperanza Unamuno está indicando que no se trata de una certeza, sino de una lucha, la del sentimiento trágico, en la que esta esperanza se encuentra en permanente combate con la evidencia material de la finitud. Por eso, el legado de Don Quijote necesariamente arremete contra la seguridad materialista del cientificismo y busca despertar a las almas que se duermen en ella y sembrar también en ellas el anhelo por lo infinito:

¿Cuál es, pues, la nueva misión de Don Quijote hoy en este mundo? Clamar, clamar en el desierto. Pero el desierto oye, aunque no oigan los hombres, y un día se convertirá en selva sonora, y esa voz solitaria que va posando en el desierto como semilla, dará un cedro gigantesco que con sus cien mil lenguas cantará un hosanna eterno al Señor de la vida y de la muerte.

Y vosotros ahora, bachilleres Carrascos del regeneracionismo europeizante, jóvenes que trabajáis a la europea, con método y crítica… científicos, haced riqueza, haced patria, haced arte, haced ciencia, haced ética, haced o más bien traducid sobre todo Kultura, que así mataréis a la vida y a la muerte. ¡Para lo que ha de durarnos todo…! (514).

Con estas palabras Unamuno cierra su ensayo y deja asentada, en la que es su obra magna, su interpretación de la misión que España ha de desempeñar en el contexto internacional del momento y su discrepancia con la visión que otros de sus compatriotas tienen acerca de esta cuestión. Como desde hace tiempo lleva denunciando, exclama contra la inmersión de lo español en la corriente del pensamiento contemporáneo que para él supondría ahogar el alma española y, con ello, impedir que despierte a los demás pueblos e infunda en ellos su afán por perpetuar la vida. Pero, en esta argumentación, aparece un elemento que supone otro desarrollo más en la trayectoria del planteamiento que desde hace años lleva elaborando, y es la entrada en juego de un nuevo concepto, el de Kultur o Kultura.

LA KULTUR Y LA GRAN GUERRA. EL ESLABÓN FINAL DEL DISCURSO

En la escritura unamuniana la germanización y capitalización de la palabra cultura aparece como un componente más del discurso con el que Unamuno viene criticando el imperio del racionalismo sobre el espíritu, de la abstracción sobre la vida. Del análisis de este se infiere que el pensador vasco no arremetía solo contra la exacerbación del saber de la ciencia pura, sino contra la actitud de centrarse en detalles epidérmicos, sin llegar a afrontar las cuestiones que verdaderamente infieren en la vida de los hombres. De este modo, desde los primeros textos en que empieza a usar los términos Kultur o Kultura se percibe que, aunque la crítica pueda estar dirigida ahora a la cultura más que a la ciencia, el tono general del discurso no ha cambiado. Así sucede con el artículo “Recelosidad y pedantería”, el primer texto en el que el pensador vasco recurre a estos conceptos.9 En él critica a los kulturales que son quienes, a juicio de Unamuno, consideran que “lo interesante son las cosas y no las personas, y que los hombres son para las ideas y no las ideas para los hombres” (1912, 2). Con esta descripción está apuntando de nuevo a aquellos que abogan por una inmersión de España en los avances de la modernidad europea, pero ahora esta dinámica la expresa como “dirijir [sic] a nuestro pueblo en el sentido de la kultur –pues esto hay que decirlo así, en alemán–” (1912, 2).

Es en esta última palabra donde radica la verdadera aportación que supone el concepto Kultur en el desarrollo de este discurso unamuniano. Si recurre ahora a ella es porque le permite emplear un vocablo que, aun siendo germánico, resulta comprensible para el lector español. Esto no sucede con el término alemán para ciencia, wissenschaft, que no da pie para hacer este juego de palabras. El cambio en la exposición de Unamuno en torno a 1912, pues, no se encuentra en su idea de la ciencia y de la vida del espíritu, ni tampoco en su opinión acerca del papel que España desempeña en el contexto internacional, sino en la incorporación a este planteamiento de la consideración del rol de Alemania en esta cuestión. Su crítica sigue centrada en el cientificismo, en el imperio de la razón y en la preponderancia de lo abstracto sobre la vida concreta, de la idea sobre el hombre de carne y hueso. Lo que en esta fecha se le añade es el argumento de que Alemania es la patria de ese acercamiento a la realidad que lleva años combatiendo. Aunque más arriba hemos hecho notar que ya en 1898, en su artículo “La vida es sueño”, Unamuno apuntaba a una cierta identificación entre lo alemán y la corriente preponderante del pensamiento que venía criticando, este elemento no aparece establemente en su discurso hasta 1912.

Son varios los motivos por los que podría explicarse este protagonismo que adquiere Alemania en el discurso unamuniano. Uno de ellos es el de la influencia que el krausismo, corriente filosófica de origen alemán, ejercía en aquellos sectores que más abogaban por el desarrollo de la ciencia en España, por la modernización del país y su adaptación a la corriente de pensamiento europeo. Otro de los posibles motivos es el del papel que la discusión de Unamuno con Ortega y Gasset juega en el desarrollo de este discurso. Aunque es de sobra conocido el respeto que despertaba en el vasco el joven filósofo, algo que atestigua su correspondencia, las posturas de ambos con respecto al papel que la ciencia había de desempeñar en la relación de España con el resto de naciones se encuentran enfrentadas. Lo que para uno es la solución, para el otro es el descamino. Habiéndose formado Ortega en Alemania e identificándose primariamente esa nación con el ideal de ciencia que quería insertar en España como solución a los problemas nacionales, resulta plausible que para Unamuno lo alemán apareciese como la materialización de la solución errónea de la que él quería prevenir a sus compatriotas.

El tercer motivo ha sido apuntado al analizar “The Spirit of Spain” y es el de la influencia que la correspondencia de Royall Tyler pudo ejercer en el pensamiento de Unamuno. Como hemos visto, la cuestión de la ciencia aparece ya en los primeros encuentros entre el vasco y el estadounidense y continúa estando presente en su correspondencia en los años posteriores. En este sentido, resulta interesante comprobar que, antes de que el factor alemán fuera clave en el discurso unamuniano, este ya se encontraba presente en las ideas acerca de la ciencia que Tyler compartía con Unamuno. De hecho, este elemento aparece en sus cartas durante una estancia en la ciudad alemana de Cassel en 1905. Ante el panorama intelectual que presencia, le viene al recuerdo el tema de sus conversaciones con Unamuno y le asegura: “No tengo duda que sus batallas con los científicos me inspirarán más simpatía ahora que antes de mi venida a Alemania, como me parece que los científicos son aquí más sacerdotes de culto que en Inglaterra aún”.10 Según se infiere de la siguiente carta de Tyler, Unamuno comentó esta observación afirmando que “la ortodoxia científica es más feroz que la religiosa”, argumento que aparece con frecuencia en los escritos de Unamuno sobre la ciencia.11 Continuando este diálogo con Unamuno, el estadounidense pasa a hablar de cómo percibe que los alemanes se acercan al arte:

Me parece que el alemán se ha persuadido de la necesidad del bello en la vida, y ha tratado de comprender el bello como si fuera un problema físico. En vez de sentirlo con la cabeza y el corazón. El resultado es lo que usted puede imaginar. Hablan más de belleza, de arte, de gracia, que ningún pueblo que yo conozco. Y son incapaces de edificar una casa hermosa o de vestirse sin [caer] a lo cursi. También hacen la falta irreparable de creer que la ciencia en sí es un fin, y no solo un medio.12

Estas palabras engarzan directamente con las ideas que Tyler y Unamuno llevan tiempo intercambiando pero, además, añaden la caracterización de Alemania como un pueblo cautivado por la ciencia, la lógica y la técnica. Así, encontramos en Royall Tyler un precedente que pudo ejercer una influencia a la hora de incorporar esta dimensión en el discurso unamuniano, sobre todo si se tiene en cuenta que este remitente estadounidense fue interlocutor de Unamuno en el tema de la ciencia durante los años 1904 y 1905 e impulsor de una de sus publicaciones clave en torno a esta cuestión en 1909.

Si bien 1912 es una fecha clave en este recorrido, la identificación en el pensamiento de Unamuno entre Alemania y un cientificismo y racionalismo que distancian de la vida humana alcanzará su clímax con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Cuando comienza el conflicto en 1914 el intelectual vasco sabe bien en qué bando posicionarse: frente a una Alemania cuyo influjo negativo sobre el resto del continente lleva tiempo percibiendo en el campo del conocimiento y la cultura, y denunciándolo ante su público. Él mismo lo argumenta así –aunque desplazando la fecha por un año– en su artículo “Una entrevista con Augusto Pérez” redactado en 1915: “No esperé a que viniese la guerra […] para advertir a mis compatriotas de los peligros que para nosotros entraña la Kultur con esa K de cuatro picos. A principios de 1913 empecé a dar la voz de alerta” (1970, 363).

Ya en los primeros compases de la guerra vemos que son estas las coordenadas que emplea para exponer su visión sobre ella. El 3 de octubre de 1914 recibe una solicitud de Romain Rolland, uno de los intelectuales europeos más importantes del momento, para escribir un texto en denuncia de los bombardeos de las ciudades de Reims, Lovaina y Malinas, llevados a cabo por el ejército alemán.13 En su escrito, que vio la luz en la revista suiza Cahiers Vaudois, Unamuno no dirige el foco a estos bombardeos sino que, en línea con textos anteriores, centra su argumentación en la Kultur:

La Kultur avec un K majuscule, rectiligne et de quatre pointes, comme un cheval de frise, la Kultur qui, selon les professeurs prussiens, a besoin de l’appui des canons, n’est que technicisme, statistique, quantitativisme, antispiritualité, pédanterie d’énergie et de brutalité voulues, —au fond, négation de l’esprit et de l’espoir éternel de l’âme humaine qui veut être immortelle (1976, 5).

Al centrarse en lo cuantificable, dirigiendo sus esfuerzos hacia un progreso técnico seguro y rectilíneo, la Kultur ha dejado de lado los vericuetos de la vida humana, más compleja, y difícil sujeto de certezas y resultados definidos. De ese modo esta Kultur, que para Unamuno lleva tiempo propagándose principalmente en y desde Alemania, termina desembocando en una deshumanización que puede llegar a perpetrar acciones como los bombardeos de estas ciudades, ya que lo humano hace tiempo que ha sido sepultado. Esa es, pues, la clave en la que Unamuno emite su denuncia:

Je me crois obligé en protestant contre la destruction de Reims, Louvain et Malines, de renier un Kultur qui aboutit à la négation de l’humanité au nom d’une prétendue surhumanité, et à la négation de la “culture” qui nous a fait hommes, rien que des hommes, c’est-à-dire rien de moins que des hommes, chacun dans sa patrie, tous en Dieu, l’Homme éternel et infini et absolu (5).

Los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial vienen así a resellar las ideas que Unamuno había ido fraguando sobre Alemania. Esta línea de continuidad en su pensamiento se percibe de manera clara en el hecho de que su interpretación sobre la Gran Guerra no se da en clave militar sino cultural (Roberts 2014, 136). Su visión del conflicto internacional bebe directamente de sus reflexiones en torno a la ciencia y el espíritu y supone un eslabón más en la cadena de desarrollo de este discurso que viene elaborando desde finales del siglo xix.

Siendo esto así, resulta lógico que en su interpretación de la guerra ocupe un lugar destacado la consideración del papel que España ha de desempeñar en el contexto internacional, marcado ahora por el enfrentamiento armado. En este sentido, resulta especialmente interesante el artículo que Unamuno publicó en 1915 en la revista alemana Der Neue Merkur. De nuevo se trata de una publicación promovida por uno de sus remitentes internacionales, en este caso el alemán Paul Adler. Su primer contacto con Unamuno fue en 1913, cuando le escribió interesado por las luchas religiosas del vasco, que había podido conocer a través de alguno de sus escritos aparecidos en prensa. Tras el estallido de la Gran Guerra, Adler le propuso la redacción de un texto sobre las relaciones germano-románicas, en vistas a mitigar las tensiones internacionales.14 Unamuno accedió a la petición, enviándole un artículo titulado “Das geistige Spanien und Deutschland” (España espiritual y Alemania).15

Ya el título muestra que el intelectual vasco aprovechó la oportunidad para acotar el tema hacia una cuestión muy de su interés, como era la de las relaciones entre Alemania y España, y apunta al tratamiento que va a hacer de esta última. Comienza lamentando el acercamiento que el mundo germánico tiene hacia España, especialmente el de los eruditos. Estos miran la nación ibérica como una realidad del pasado, reparan solo en las centurias anteriores, sin interesarse si hoy en día España tiene algo que aportar: “Vienen para rastrear algún detalle histórico, y no se piensa en el daño que estos virtuosos del método científico producen en el intercambio del espíritu vivo” (2002a, 43).16 Sin llegar a citar el término Kultur, dado el tono más comedido que decide adoptar en este escrito, es evidente que Unamuno se está refiriendo a esa misma actitud, lamentando que, con su acercamiento limitado, no llega a conocer verdaderamente la nación, pues “se les oculta el alma española” (43).

Este espíritu español que desconocen no se amolda a la erudición, ni a la cultura moderna del momento: “La aptitud de los politécnicos no nos ha sido dada. Pero en el mundo hay cosas más altas que esas ciencias técnicas” (44). Es en estas cosas en donde España puede ponerse en juego, demostrando que es un actor con algo que aportar: “Si España tiene una misión en el mundo es ésta: mostrar a este individuo singular en lucha por el cielo divino, a este ser único en el mundo, al hombre, antes que las cosas, el espíritu antes que la imagen, la aspiración antes que el provecho” (45).

Pero, para ello, es necesario que termine el imperio de toda esa corriente moderna, que el panorama internacional se abra a algo más, y Unamuno considera que el conflicto internacional puede ser el momento de ese cambio: “Yo mismo abrigo todavía la esperanza de que esta guerra produzca […] el fin de aquel horrible período insípido en el que la pasión por lo existente y la cientificidad borraron del mundo al individuo singular” (45). Si desde hace tiempo percibía de manera clara que la misión de su nación era despertar las conciencias adormecidas por el progreso material, a partir de 1914 entiende que el conflicto internacional ha dibujado el escenario idóneo para que, de una vez por todas, pueda llevarse a cabo la españolización de Europa. Si hasta entonces la acción del cientificismo se había desarrollado por vías académicas y culturales ahora, a los ojos de Unamuno, está actuando a través de las acciones militares, lo que puede conducir a que todo el continente vea el resultado catastrófico de estas posturas que llevan años abrazando. Es la crisis que de ahí se generaría, la de la falta de confianza en la ciencia, la que abriría el panorama para que España, adalid de la vida del espíritu, ofreciera una vía de salida al resto de naciones.

Con la exposición de estas ideas asistimos a la culminación de la elaboración de la tesis unamuniana acerca de la situación de la ciencia en Occidente y del papel de España en este panorama internacional. En el periodo de la Gran Guerra se encuentran ya presentes todos los rasgos que caracterizan este discurso y que hemos ido analizando en este trabajo: la consideración de la insuficiencia de la ciencia; la aseveración de la necesidad de abordar realidades que trascienden la dimensión tangible; el rechazo del imperio de la técnica en Occidente; la observación de que en España este imperio no se ha dado con tanta fuerza como en otras naciones ya que el espíritu –que es uno atormentado por la duda sobre la inmortalidad– ha prevalecido; la consideración de que, ante este panorama, España tiene la misión de ejercer una influencia espiritual en el mundo occidental; el juicio del rol que Alemania juega en este imperio de la técnica y, al hilo de ello, la acuñación del concepto Kultur(a) y, por último, la interpretación de la Primera Guerra Mundial en estos términos, afirmando que se trata de una guerra entre la humanidad y la técnica y considerando que, si la técnica es derrotada, se inaugurará un panorama idóneo para que España empiece a ejercer su influencia en el resto de naciones.

CONCLUSIONES

A lo largo del análisis de los distintos elementos con los que Miguel de Unamuno fue forjando su discurso se muestra que, si el intelectual vasco entrelazaba en su pensamiento la reflexión en torno a la ciencia con la búsqueda de la identidad nacional, esto se debía en gran parte a que ambas cuestiones se planteaban ya de la mano en el debate intelectual español. El aporte de Unamuno no es, pues, la combinación de estos temas, sino el hecho de que toma los mismos términos del debate, los lleva a su propio campo e invierte el discurso del momento.

Si quienes traían a colación la cuestión de la ciencia a la hora de hablar de España lo hacían para lamentar el poco arraigo de la primera en la segunda y para aseverar que solo a través de la ciencia España tendría futuro y voz en el escenario internacional, Unamuno saca a relucir la ciencia al hablar de España para subrayar que no es en ella donde la nación se encontrará a sí misma y que, por tanto, no es este el campo en el que puede ejercer su aportación al resto de naciones. El progresivo desarrollo de su discurso termina desembocando en la consideración de que es el espíritu el ámbito genuino de la nación española y, como consecuencia, aquel desde el que puede ejercer una influencia más allá de sus fronteras.

Esta inseparabilidad entre la reflexión de la identidad nacional y la consideración de la misión internacional encuentra un reflejo especial en la propia dinámica con la que se fue forjando el discurso unamuniano. La dimensión internacional no está presente solo en los términos del discurso, sino en el propio desarrollo de este. Hemos visto cómo la intervención de tres individuos extranjeros, Royall Tyler, Romain Rolland y Paul Adler, contribuye a estimular el pensamiento del intelectual vasco en torno a esta cuestión. Además, lo hacen fomentando la difusión de estas ideas en Reino Unido, Suiza y Alemania, a través de publicaciones en el idioma de esas naciones. De este modo, muchos lectores extranjeros se acercaron por primera vez a un texto de Unamuno precisamente a través de un escrito en el que exponía su pensamiento sobre la misión que España había de desempeñar ante el resto de naciones. A esto se añade la constatación de cómo un acontecimiento internacional como la Primera Guerra Mundial desempeña un papel clave en la forja de esta dimensión del pensamiento unamuniano.

El estudio de la reflexión que hizo Unamuno en torno al papel de España en el panorama científico occidental nos muestra que esta va más allá de ser una contribución al debate nacional acerca de esta cuestión, apareciendo como un tema destacado en el conjunto del pensamiento del intelectual vasco. A lo largo del artículo se ha ido comprobando cómo van desembocando en este discurso muchas de las ideas fundamentales de la reflexión unamuniana: la consideración acerca del verdadero destino del hombre, la interpretación de la identidad nacional, el sentido de la misión internacional de las naciones y la que fue una de sus nociones principales: el sentimiento trágico. La cuestión de la ciencia no aparece entonces como un tema más en la reflexión unamuniana, sino como el germen fecundo del que surgieron muchas otras ideas y, por tanto, una pieza clave desde la cual comprender el pensamiento de Miguel de Unamuno.

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Recepción: 12.03.2023
Versión reelaborada: 27.09.2024
Aceptación: 22.10.2024

 

 

 


1 Este trabajo se ha llevado a cabo gracias a una ayuda Margarita Salas para la recualificación del sistema universitario español concedida por el Ministerio de Universidades del Gobierno de España.

2 En este estudio acerca de las lecturas de Unamuno los autores afirman: “The major scientists of the late nineteenth century are well represented in the readings” (XXVI). Un ejemplo de la referencia de estas lecturas en sus escritos es la novela Amor y pedagogía, a lo largo de la cual aparecen menciones a las teorías de Thomas Malthus, Cesare Lombroso, Herbert Spencer, Arthur Weismann, Nikolai Lobachevsky y Johann Pestalozzi (Unamuno 2002b, 211; 255; 270; 335, 343 y 344 respectivamente).

3 La noción aparece ya claramente en sus escritos en 1907, como evidencia su artículo “Cientificismo” publicado en La Nación el 9 de julio de ese año (Unamuno 1968, 352-357).

4 Para ahondar en el concepto de Esfinge empleado por Unamuno véase Saba (2021).

5 Carta de Royall Tyler a Miguel de Unamuno, 22 de septiembre de 1909. Archivo de la Universidad de Salamanca, Casa Museo Unamuno, 48/67. En adelante el archivo se indica como AUSA_CMU.

6 Carta de Royall Tyler a Miguel de Unamuno, 1 de octubre de 1909. AUSA_CMU, 48/67. Subrayado en el original.

7 Carta de Royall Tyler a Miguel de Unamuno, 9 de octubre de 1909. AUSA_CMU, 48/67.

8 Este es el sentido de la tan traída expresión unamuniana “¡Que inventen ellos!” que aparece ya en 1906 en “El pórtico del templo” y en su correspondencia con Ortega. Unamuno no reniega de los avances científicos, pero considera que no es necesario que todas las naciones se vuelquen en conseguirlos. Por un lado, todas se pueden beneficiar de lo que unas consigan (“la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó”) y, por otro, no es la ciencia lo único necesario para la plenitud del hombre, por lo que conviene que lo que aporten las otras naciones apunte a otras dimensiones de la existencia humana (“la ciencia sirve de un lado para facilitar la vida con sus aplicaciones y de otro de puerta para la sabiduría. ¿Y no hay otras puertas? ¿No tenemos nosotros otra?”). Carta de Miguel de Unamuno a José Ortega y Gasset, 30 de mayo de 1906 (Unamuno y Ortega y Gasset 1987, 42).

9 Un estudio de las Obras Completas de Unamuno de las editoriales Escelicer y Afrodisio Aguado arroja un total de 28 artículos, 3 prólogos y 3 libros en los que el intelectual vasco emplea los términos Kultur o Kultura. Además, se han localizado otros 2 artículos no recogidos en estas ediciones. De entre todos estos textos, “Recelosidad y pedantería”, publicado el 14 de enero de 1912, es el primer testimonio del uso de estos términos por Unamuno, aunque solo los escribirá con mayúscula a partir del artículo “Se retiró solo al monte”, del 1 de junio de 1912.

10 Carta de Royall Tyler a Miguel de Unamuno, 17 de enero de 1905. AUSA_CMU, 48/67.

11 Por ejemplo, su artículo “Escepticismo fanático” (Unamuno 1968, 358-362).

12 Carta de Royall Tyler a Miguel de Unamuno, 25 de febrero de 1905. AUSA_CMU, 48/67.

13 Carta de Romain Rolland a Miguel de Unamuno, 3 de octubre de 1914. AUSA_CMU, 42/42.

14 Carta de Paul Adler a Miguel de Unamuno, 12 de diciembre de 1914. AUSA_CMU, 1/43.

15 Dejamos aparte la discusión que se generó entre ambos remitentes y que culminó en la publicación del escrito unamuniano precedido de un texto de Adler, en el que advertía de todo aquello en lo que juzgaba que Unamuno se equivocaba. Para saber más véase el estudio introductorio de Fernando Hermida de Blas (Unamuno 2002a, 33-38).

16 No se conoce la versión original de este escrito, en este trabajo seguimos la “retraducción” al español realizada por Fernando Hermida de Blas a partir del texto publicado en alemán (Unamuno 2002a, 39-45).