DOI: 10.18441/ibam.25.2025.90.249-285
Xosé Manuel Dasilva / Pablo Rojas / Karla Paola Cabrera Acuña / Andrea Durán Rebollo / Álvaro Ceballos Viro / Sergio Riesco Roche / José Antonio Pérez Pérez / Raquel Gil Montero / Ramón Eduardo González Muñiz / Ayelen Colosimo / Alberto Antonio Berón Ospina / Martin Biersack
Con carácter preliminar hay que poner de relieve esta monografía, de índole por completo singular, dentro del abundante patrimonio bibliográfico del conocido polígrafo Aquilino Ribeiro, compuesto por casi setenta volúmenes entre los que se encuentran diecisiete novelas y diez colecciones de narraciones breves y cuentos, aparte de títulos dispares correspondientes a otros géneros como crónicas y versiones. En su momento, siguió un año después al conjunto Camões, Camilo, Eça e Alguns Mais (1949), donde se incluían seis estudios de variada temática que ya se ocupaban del autor de Os Lusíadas, agrupados en el epígrafe común “Camões e a sua má estrela”, difundidos primeramente de forma separada. Esta reciente edición cuenta con la novedad de incorporar un texto introductorio del periodista e investigador António Valdemar, que llegó a tener trato personal con Aquilino Ribeiro. En él se realza, entre otras sugestivas cuestiones, el anhelo deliberado del escritor de combatir la visión camoniana de tintes marcadamente tendenciosos sostenida, de modo no poco habitual, por el régimen salazarista.
Además de este prólogo, en la edición se mantiene la “Introdução” suscrita por el propio Aquilino Ribeiro, que constituye una síntesis extraordinaria de las ideas defendidas a lo largo de su trabajo con el designio prioritario de trazar un retrato integral de Camões lo más fidedigno posible. Así, se destaca la sorprendente falta de concreción de los contemporáneos del vate en torno a los acontecimientos principales relacionados con su intensa trayectoria en diversos escenarios geográficos, muy alejados entre sí como se sabe. Por el contrario, en el transcurso de los siglos xix y xx se producirá un crecimiento vertiginoso de las aproximaciones al genio luso, las cuales en magnitud notable se distinguen por el predominio abrumador de la imaginación, por un lado, y por la adecuación a la coyuntura ideológica de cada contexto, con independencia de su signo fluctuante, por otro. Se hace referencia en particular al Visconde de Juromenha, erudito ilustre cuyo canon lírico se califica de vacuamente hiperbólico por recoger profusas composiciones de paternidad espuria, pero de quien se resaltan en tono elogioso los documentos que recuperó en los archivos de la Torre do Tombo, que posibilitaron ulteriormente la revisión escrupulosa de muchas de las inestables afirmaciones de tipo biográfico efectuadas con ausencia de prudencia en el pasado.
En su enjundiosa “Introdução”, de extensión no reducida, Aquilino Ribeiro alude todavía a las posteriores contribuciones que elaboraron, entre otros, especialmente Teófilo Braga y el lusófilo alemán Wilhelm Storck, destinadas en buen grado a abordar con detalle el agitado curso vital de Camões. También apunta la entrega de corte fantástico forjada con suprema autonomía por el intelectual y militar António de Campos Júnior, bajo la designación Luiz de Camões. Romance histórico, ampliamente divulgada tanto en su época como más tarde en virtud de numerosas reediciones, con no escasa influencia incluso en la esfera popular. Por otra parte, Aquilino Ribeiro no se olvida de explicitar la decidida voluntad de ajustar cuentas con la rancia tradición académica en lo concerniente a los estudios sobre Camões, sobre todo la concentrada en el ámbito de la Universidade de Coimbra, institución que tilda sin ambages de acendradamente arcaica y, por ende, subordinada a ideas anquilosadas.
Es obligado reservar un espacio concreto para determinar la genuina trascendencia del acertado sintagma “fabuloso * verdadeiro” que sobresale en el título del volumen, una vez que reviste un sentido profundo acerca de la tesis esencial propugnada con firmeza por Aquilino Ribeiro. En efecto, con esta dualidad de adjetivos antitéticos, separados de manera gráfica mediante un llamativo asterisco, se pretende fijar una nítida oposición que enfrenta categóricamente lo realizado hasta el presente con el ambicioso cometido ahora trazado. A su juicio, las plurales tentativas pretéritas por reconstruir la trayectoria atribulada del personaje desembocaron en una ficción mal urdida y, al mismo tiempo, falsa en lo que respecta al diseño de su identidad. Por el contrario, él se empeña en buscar el Camões más auténtico, siempre vinculado a la realidad circundante, con el propósito cardinal de humanizarlo. En este aspecto, se critica con máxima dureza la fantasiosa teoría construida con ánimo persistente por el eclesiástico José María Rodrigues, docente de la Universidade de Lisboa y célebre camonista, para quien el poeta habría consagrado una porción apreciable de sus piezas líricas a la infanta Dª Maria, hija del monarca Manuel I, por la que presuntamente sentía una ardiente pasión, aún hoy nunca documentada con solidez. Las aportaciones Camões e a Infanta D. Maria (1910) y A tese da Infanta nas líricas de Camões (1934) simbolizaban, conforme no se ignora, hitos insoslayables entonces.
En lo que atañe al tipo de fuentes utilizadas para su acercamiento a la grandiosa figura lusitana, Aquilino Ribeiro revela con entera franqueza que no se sirvió de componentes de naturaleza inédita, sino que se adentró en materiales proporcionados por nombres clásicos y contemporáneos, aunque con una perspectiva crítica de sesgo eminentemente individual. En todo caso, subraya el alto valor, en calidad de elementos primarios, de las cartas de Camões que se consiguió conservar, editadas y anotadas previamente con agudos comentarios en su estudio “As cartas eróticas de Camões”, integrado en la citada colactánea Camões, Camilo, Eça e Alguns Mais. Es imprescindible insistir en que el esfuerzo invertido en esa tarea específica no fue limitado ni mucho menos, por lo que no se deja de señalar con intención consciente, dada la inherente condición hermética de las misivas, con contenidos variopintos no raramente de significación intrincada.
Conviene advertir que la propuesta de Aquilino Ribeiro suscitó debate al punto de ser considerablemente controvertida, puesto que ponía en cuestión la imagen de tenor mítico edificada con perseverancia y, en paralelo, los tópicos manidos alrededor del excelso creador que circulaban sin ningún rigor. Valga, como muestra evidente, el categórico título de una conferencia pronunciada en la Câmara Municipal de Lisboa, después convertida en publicación: Camões não foi bem como Aquilino Ribeiro o viu. La concepción ofrecida a partir de su óptica interpretativa distaba, desde luego, de mostrarse condescendiente, lo que no debe extrañar de forma alguna porque la provocación justamente estaba a cada paso detrás del espíritu de su audaz proyecto. Tanto es así que llegó a ser objeto de discusión en diferentes tribunas periodísticas y hasta en el Parlamento portugués, lo que da prueba del extraordinario eco que alcanzaron sus polémicas opiniones.
Por lo demás, no es posible pasar por alto la doble dimensión que encierra el presente libro como manantial informativo y, simultáneamente, producto artístico. En cuanto a lo primero, Aquilino Ribeiro afirmó que representaba un ensayo, pero propiamente supone más bien una narración histórica. Y es que, a la búsqueda de la verdad objetiva basada en revelaciones empíricas, se suma en líneas generales una cierta propensión a recrear con dúctil libertad los hechos supuestamente históricos. En lo referente al segundo plano, resulta indispensable recordar que Aquilino Ribeiro personifica, sin lugar a duda, una de las cumbres sobresalientes de la prosa portuguesa contemporánea. Ello obedece al enorme trasfondo vernáculo del lenguaje, lo que entraña tal vez la nota preponderante de su estilo, sin dificultad identificable en cualquier manifestación genérica. Ese molde expresivo tan peculiar, que aglutina ingredientes de procedencia heterogénea, oscilando siempre entre lo clásico y lo popular, salta a la vista en las páginas de este Luís de Camões: Fabuloso * Verdadeiro.
Xosé Manuel Dasilva (Universidade de Vigo)
Ana Davis es una joven investigadora argentina asentada en España. Su tesis doctoral, defendida en la Universidad de Sevilla, se ocupa de un libro innovador: Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal. Fruto de ello es su libro Vanguardia y refundación nacional en Adán Buenosayres, publicado por Peter Lang en 2021. La vanguardia, latinoamericana y española, constituyen asuntos medulares dentro de su carrera investigadora. Tal interés queda plasmado en su nuevo libro: El derecho a lo nuevo. Otra lectura de la modernidad en la literatura española (1613-1927). El lector curioso queda sorprendido viendo tal título, especialmente la cronología propuesta, pues parece que lo que conocemos como modernidad, arrancaría a comienzos del siglo xvii. Sin duda, se trata de un margen temporal muy dilatado, en el que se suceden corrientes y movimientos estéticos variados y contradictorios. Tal sorpresa queda disipada cuando accedemos a las páginas de este ensayo de interpretación, sagaz y sugestivo, en el que la autora nos propone un viaje al siglo xvii para constatar que la aparición de la poesía culterana de Góngora supuso en su tiempo un choque similar al que encontraremos a comienzos del siglo xx cuando la Generación del 27 reivindique su figura y encuentre reticencias entre los sectores más conservadores y tradicionalistas: nos encontramos de este modo ante dos episodios de la eterna lucha entre antiguos y modernos.
El libro se articula en torno a cuatro capítulos. El primero de ellos podríamos decir que tiene un tono más doctrinal y teórico, pues se realiza en él un repaso muy bien documentado sobre conceptos como modernidad, secularización, derecho a lo nuevo, etc., que servirán a la autora como sustento teórico y que posteriormente se aplicarán a contextos más específicos: en especial al ultraísmo español y al 27, capítulo de cierre y, desde nuestra perspectiva, el más interesante del libro.
En el segundo capítulo, Davis nos sumerge con todo lujo de detalles en la “querella gongorina”, para lo que nos propone un viaje perfectamente documentado al surgimiento del culteranismo, y a las críticas que Góngora recibió en su tiempo, en el que sus detractores, pese a reconocer el mérito y la novedad de su aporte, le recriminan, entre otras cosas, su oscuridad, el origen foráneo de su estética o el atrevimiento de dar carta de naturaleza a temas considerados intranscendentes. Lógicamente no es difícil establecer un paralelismo entre estos cuestionamientos y los que recibirán los distintos ramales de la vanguardia o el 27 a comienzos del siglo xx. La autora va un paso más allá y observa que el inicio de la querella entre antiguos y modernos se da en España incluso antes que en otros puntos destacados de la geografía europea (Francia y Alemania), pero la crítica ha tendido a ignorar u omitir “los debates en el contexto hispánico” (p. 89).
El tercer capítulo también podemos caracterizarlo como teórico, pues propone un análisis meticuloso del concepto de vanguardia, atendiendo para ello a todas sus dimensiones, a las diferentes perspectivas con las que sus estudiosos han tratado de desentrañar su sentido. Son páginas muy sugestivas en las que se ofrece al lector una gran diversidad de estímulos para la reflexión y que prueban el dominio de la autora sobre un tema que domina a la perfección pues se ha zambullido con celo y rigor en su bibliografía. Por señalar un tema de los que aborda y que nos parece de gran interés y trascendencia está el concepto de “umbral”, esos periodos borrosos que funcionan como bisagra entre un tiempo viejo que se resiste a desaparecer y un tiempo nuevo que no acaba de florecer. Este tercer capítulo, como apunta la propia autora, tiene un carácter instrumental, pues le permite “definir el derecho a lo fugaz que distingue la legitimación de la vanguardia respecto al derecho a lo nuevo de la modernidad en su conjunto” (p. 95). Asunto este que se va a abordar en toda su plenitud en el capítulo de cierre, meta a la que apuntan todos los aportes anteriores.
En ese cuarto y último capítulo, como apuntábamos, a nuestro parecer, el más atractivo del libro, Ana Davis realiza un recorrido meticuloso por la evolución del ultraísmo, aunque ella, empleando la terminología empleada por Carlos García para titular uno de sus libros, prefiere hablar de “Ultraísmos” pues se trata de un fenómeno complejo, con diversos ramales peninsulares e hispanoamericanos. También prefiere Ana Davis emplear el concepto “Cultura del 27”, establecido por Andrés Soria Olmedo, para referirse a un fenómeno mucho más rico de lo que en un primer momento se estableció. La autora no deja de lado alguna de las viejas diatribas que pesan sobre el 27 como su labor de oscurecimiento del ultraísmo o la vindicación de su carácter vanguardista, aspectos interconectados entre sí. Como apunta en su título, Ana Davis aplica nuevos criterios, una nueva lectura que ilumina o trata de dar solución a planteamientos que llevan años realizándose sin que se alcancen unos criterios compartidos. Para ello, se echa mano de las propuestas de Hans-Robert Jauss en La historia de la literatura como provocación, según las cuales el propósito de la modernidad tiene que ver con “el derecho propio a lo nuevo” (p. 11).
Ana Davis aplica este paradigma al ultraísmo y al 27 y concluye que ambos fenómenos comparten ese ímpetu modernizador, aunque establece entre ellos ciertas distancias: mientras el ultraísmo se contenta con reivindicar su derecho a lo fugaz, es el 27 el que se hace acreedor, por su mayor consistencia creativa, en capitalizar su derecho a lo nuevo.
Nos encontramos de este modo ante un libro iluminador, en el que la autora despliega a lo largo y ancho de sus páginas un enorme catálogo de conocimientos que sirven de estímulo al lector interesado en el desarrollo de la literatura española en las prodigiosas decenas iniciales del siglo xx. Ana Davis vuelve la vista sobre hechos estudiados en numerosas ocasiones, pero aplicando sobre ellos nuevas herramientas y nuevos argumentos. Se trata por ello de un libro estimulante, una aportación sustantiva sobre fenómenos tratados muchas veces desde una crítica fosilizada y esclerótica que queda aquí rebatida y cuestionada.
Pablo Rojas (Universidad Nacional de Educación a Distancia, Talavera de la Reina)
La censura ejerció, sin ninguna clase de duda, un papel extraordinariamente determinante en la evolución de la cultura literaria portuguesa durante un buen segmento del siglo xx. Desde su implantación a mediados de 1926, con el repentino golpe militar que dio lugar al ciclo salazarista, hasta el gozoso final de la dictadura en el mes de abril de 1974, tras la Revolución de los Claveles, no dejó de aplicar un control en extremo estricto. Ni tan siquiera en la denominada Primavera Marcelista, entre 1968 y 1970, luego de suceder Marcelo Caetano a Oliveira Salazar como máximo mandatario a consecuencia del inesperado accidente doméstico que dejó incapacitado a este. Es cierto que durante ese corto período se experimentó una cierta sensación de aperturismo, como parecían dar a entender algunos gestos puntuales. Por ejemplo, la aterradora PIDE (Polícia Internacional e de Defesa do Estado), una auténtica policía secreta que infundía pavor, se convirtió en la DGS (Direcção-Geral de Segurança), para tratar de disipar la mala imagen de aquella. En cuanto al organismo censorio en particular, la fiscalización preceptiva por parte de las autoridades, en lugar de denominarse censura prévia, pasó a transformarse en lo que se llamaba exame prévio. En cualquier caso, esta incipiente flexibilización, por lo que pronto se demostraría, no dejó de entrañar un engañoso espejismo.
En el heterogéneo conjunto de aportaciones, más numerosas cada día, que aspiran a dejar constancia de la rígida labor de supervisión desplegada en aquella funesta altura, el presente libro constituye una singular aportación en grado estimable. Y es que su característica más notoria estriba en el loable propósito de registrar el testimonio veraz de diversos protagonistas que padecieron en carne propia, a través de múltiples formas, los efectos perniciosos de la rigurosa vigilancia. En efecto, se trata de una notable serie de minuciosas entrevistas a dos decenas de personalidades del panorama luso, realizadas por Ana Aranha, organizadora de la publicación, de acuerdo con una oportuna iniciativa emprendida por la Sociedade Portuguesa de Autores con el objetivo de unirse al ciclo conmemorativo relacionado con el cumplimiento de medio siglo del 25 de Abril. Es pertinente hacer referencia, a este respecto, al sintagma “lapis azul” que se recoge en el expresivo título, ya que constituye una sinécdoque de desconcertante comprensión desde nuestro ámbito. Curiosamente, equivale con significado idéntico a nuestra fórmula “lápiz rojo”, y tiene origen en el color de la tinta utilizada de modo convencional por los responsables de escudriñar los textos en el país vecino.
El volumen dispone de un prefacio de mediana extensión de José Jorge Letria, él mismo entrevistado más tarde, en el papel de presidente de la entidad promotora mencionada anteriormente, que responde a la elocuente designación “A censura silenciou a liberdade e protegeu a ditadura”. En las páginas que lo conforman, se trae a la memoria, entre otras observaciones procedentes, un representativo inventario de nombres que sufrieron la represión oficial. Así, se cita a Alves Redol, Aquilino Ribeiro, Sttau Monteiro, José Cardoso Pires y Alexandre O’Neill, en la etapa de Oliveira Salazar. En cuanto al gobierno de Marcello Caetano, se hace alusión a Augusto Abelaira, Carlos de Oliveira, José Gomes Ferreira, José Saramago, Natália Correia y Sophia de Mello Breyner. Evoca José Jorge Letria, además, el asalto espontáneo a las dependencias administrativas de la censura, sitas en la lisboeta Rua da Misericórdia, por la enfervorizada masa popular en el contexto de los acontecimientos del 25 de Abril, el cual tuvo la posibilidad de presenciar de manera excepcional por su condición de redactor del periódico República, cuyas instalaciones se hallaban a muy escasa distancia.
En realidad, el dilatado elenco de voces entrevistadas comprende un abanico de perfiles bastante amplio donde se engloban no solamente escritores que cultivaron géneros distintos, sino también periodistas, reporteros gráficos, escenógrafos, compositores e intérpretes musicales. Es sumamente relevante la presencia de intervinientes femeninas, que hablan en detalle de sus amargas experiencias desde un ángulo propio, como Ermelinda Duarte, Helena Neves, Irene Flunser Pimentel y Maria Antónia Palla. Por lo general, cada entrevista ofrece un arranque común, que consiste en una presentación sintética del curso biográfico de los protagonistas y de las principales actividades que desarrollaron. A continuación, se abre paso al diálogo en sí, a lo largo del cual despuntan con frecuencia reflexiones que poseen marcado interés para calibrar en su justa escala el alcance, en absoluto nada menor, de la revisión implacable practicada sin remedio por los severos inquisidores.
Con el objeto de dar cuenta únicamente de algunos de esos pensamientos, a fin de que se perciba, aunque sea en medida reducida, su naturaleza esencial, cabe hacer referencia al peso crucial de la siguiente reacción muchas veces sobrevenida que pone de manifiesto con énfasis Alberto Arons de Carvalho. Según sus autorizadas palabras, a menudo peor incluso que la censura fue aquello que la amenaza latente desencadenaba inexorablemente: la autocensura. En cuanto a esta desdichada circunstancia, conviene recordar al fin y al cabo lo que exponía Jorge de Sena con clarividencia cuando afirmaba que el problema más serio de la censura no se encuentra tan solo en lo que corta sin miramientos, sino que se extiende a su acreditada capacidad intimidatoria a la hora de comunicar. Arons de Carvalho, igualmente, hace hincapié en la arbitrariedad frecuente que se detectaba en los comportamientos erráticos de quienes asumían el encargo de examinar las propuestas de los autores. Para él, los censores no empleaban idénticos criterios, como por ejemplo al interpretar las metáforas, que en algunas ocasiones no entendían y otras sí, aunque transigían porque pensaban que el lector no estaba en condiciones de captarlas en su plena significación.
Otra participante destacada, Irene Flunser Pimentel, trae a colación la tenebrosa existencia de una circular abominable donde constaba una lista detallada de escritores tanto nacionales como foráneos en la que se señalaba, precisamente al final de la misma, que todos ellos se podían considerar muertos, en el sentido de que su producción ya no se distribuiría en lo sucesivo de ninguna suerte entre la audiencia portuguesa. Por lo demás, esta autora condensa con tino la acusada prominencia de la censura como uno de los instrumentos de mayor utilidad a plena disposición del régimen dictatorial, que le confirió una doble función. Por una parte, fabricar un escenario ficticio, debidamente moldeado para servir al ideario propagandístico del poder tiránico, que permitiese reemplazar a la verdadera realidad. Y, por añadidura, propiciar intencionadamente el silenciamiento completo de todo aquello que no interesaba que llegase con fluidez al conocimiento de la población.
Antes de concluir, y en relación con esta estimulante contribución bibliográfica, se hace pertinente dar cumplida noticia de otra estimulante actividad inscrita en la tendencia a rescatar la memoria relativa a los difíciles tiempos de la opresión portuguesa. Es la atractiva colección “Biblioteca da Censura”, que puso en marcha no hace mucho, con un diseño satisfactorio, el diario Público en colaboración con el sello A Bela e o Monstro. Incluye veinticinco valiosas obras que experimentaron en diferente magnitud el abierto rechazo del lapis azul, recuperadas felizmente de los fondos de la biblioteca de los Serviços de Censura. Entre ellas, figura la recopilación poética Encontro: Antologia de Autores Modernos, distribuida en plena dictadura, donde se hallan composiciones de Federico García Lorca y Pablo Neruda que no se salvaron de la condena por su supuesto espíritu subversivo.
Xosé Manuel Dasilva (Universidade de Vigo)
La propuesta de Tess C. Rankin es innovadora: estudiar la construcción del género en la literatura desde el imaginario científico. La autora reconoce la manera en la que la ciencia afectó la vida cotidiana del siglo xx más allá de la academia o el círculo letrado, y cambió la forma de pensar y entender el mundo para muchos. Esas nuevas ideas y posibilidades, naturalmente, encontraron su camino también en la literatura y, como nota Rankin con lucidez, sirvieron como aproximaciones no narrativas para representar cómo se experimenta el género desde los sentidos. En este libro, la autora se enfoca específicamente en el género femenino y la novedad de su aporte no se limita solo a la visión desde la que lo estudia, sino también a su atención a un aspecto poco estudiado: la experiencia perceptible, cómo se ve, se piensa y se siente el mundo siendo mujer. Para su análisis, Rankin considera novelas españolas y latinoamericanas escritas por mujeres a mediados del siglo xx, todas con protagonistas femeninas denominadas “chicas raras”. Este término de Carmen Martín Gaite refiere a personajes que, inconformes, escapan de las expectativas de género propias del franquismo, que impulsaban a la mujer a ser una buena madre y esposa católica. Estas rebeldes, normalmente jóvenes, se alejaban de las formas hegemónicas de experimentar la materialidad, la relación, la percepción y el deseo, todos aspectos que construyen la vivencia del género.
Esos cuatro aspectos son los que propone Rankin, de manera amplia y con posibles superposiciones, como las categorías que definen la experiencia perceptible del género. De la vivencia transgresora de esas cuatro categorías surgen cuatro tipos de rareza, eje conceptual desde el que se estructura el libro. Rankin estudia cada tipo en una novela diferente: la rareza material en Memorias de Leticia Valle (1945) de Rosa Chacel, la rareza perceptual en Nada (1945) de Carmen Laforet, la rareza relacional en Personas en la sala (1950) de Norah Lange y, finalmente, la rareza animal, relacionada a la categoría de deseo, en Perto do coração selvagem (1943) de Clarice Lispector. Se analizan entonces dos novelas españolas, una argentina y una brasileña, respectivamente. En ese sentido, podríamos preguntarnos si dos novelas son suficientes para representar la variedad literaria de la veintena de países que conforman América Latina. Por otro lado, la autora afirma que las diversas teorías científicas emergentes afectaron la manera de entender las categorías que definen la vivencia del género, por lo que cada tipo de rareza se relaciona a un concepto científico y al conjunto de ideas y sentimientos generados al respecto en la sociedad del contexto de producción de la novela.
El libro se compone de cuatro capítulos, todos con una estructura similar: primero, una exploración contextual de las ideas científicas y su recepción social, y un bosquejo biográfico de la autora de la novela y su relación con su entorno sociocultural; segundo, el análisis de la novela a la luz de las corrientes de pensamiento científico correspondientes. Incluso, en contra de la tendencia posestructuralista que sostiene “la muerte del autor”, Rankin traza nexos entre la vida de las autoras cuyas obras analiza, leídas en sus contextos sociohistóricos, y las vivencias de sus protagonistas en las historias como “chicas raras”. Así, el primer capítulo, “¿Qué es la materia? / What’s the Matter? Material Rareza and Memorias de Leticia Valle”, se inicia con una revisión de la confusión e incertidumbre que causaron las ideas sobre la estructura atómica de la materia, compuesta por unidades microscópicas, invisibles a la vista y con energía propia. La materialidad se descubrió con límites borrosos, se cuestionó la unicidad, la mutabilidad, la diferencia y la relación entre los objetos, y surgieron nuevas narrativas y metáforas para entender las subjetividades también como porosas. Desde ese marco, Rankin analiza la extraña feminidad de Leticia, la joven narradora y protagonista que observa el mundo y se proyecta en él de manera inaudita, cuestionando sus propios límites emocionales y físicos, pues se entiende a sí misma como afectiva y materialmente interrelacionada con aquellos que la rodean. Esta interrelación es leída por su sociedad en código sexual, lectura que es parte de los desfases que se observan en la novela entre el entendimiento adulto y el infantil. La indeterminación e ilegibilidad de la estética de la novela es resaltada por Rankin como una estrategia no narrativa para construir sentido que asegura la apertura de la interpretación y permite cuestionar concepciones sobre los confines del género, la infancia y la experiencia del deseo.
El segundo capítulo se titula “(Un)Toward Magnetism: Relational Rareza and Personas en la sala” y explora la recepción de las ideas científicas sobre el magnetismo y, a partir de estas, el desarrollo de corrientes pseudocientíficas, e incluso manuales de autoayuda. Rankin estudia la asimilación en Argentina del magnetismo como una suerte de magia, una fuerza invisible e imperceptible capaz de comunicar, influir en mentes y cuerpos, y atraer desde personas hasta salud o éxito. La intensa atracción que siente la protagonista de la novela de Lange por sus vecinas del frente se analiza desde el concepto científico mencionado. Esa influencia, tan incuestionable como inexplicable en la historia, acciona la trama de la novela y aparece como una forma retorcida e inusual de relacionarse con otras personas. Rankin introduce, además, otra idea para guiar su análisis: la simpatía. Con un funcionamiento similar al magnetismo, capaz de influir, contagiar y afectar a otros, la propone como clave para entender el rol que juega la relacionalidad en la construcción del género. Tal y como en la novela del capítulo anterior, en esta la vista es el sentido preponderante desde el que se experimenta el género. Las relaciones que surgen desde la mirada se observan marcadas por el secreto, el placer, el anhelo y el afecto, y desdibujan las distinciones entre lo público y lo privado. Desde una estética de la acumulación, con proyecciones, imaginaciones, suposiciones y atracciones superpuestas, Rankin señala que lo afectivo, lo material, lo psíquico y lo sensorial son indistinguibles en la novela. Y concluye que los extraños sentimientos de la protagonista, influidos por lo que ve y cómo se siente vista, se encarnan en su ser generizado (gendered self).
En el tercer capítulo, “Self-Centered Worlds: Perceptual Rareza and Nada”, se toma como concepto científico los “mundos circundantes” (Umwelten) de Jakob von Uexküll, que se refiere a la idea de que los seres (humanos y animales) interactúan con su entorno para sobrevivir y prosperar y, al hacerlo, lo adecúan a su especie. Así, cada una de las especies tendría un mundo separado, su mundo circundante. La feminidad extraña de Andrea, la protagonista de Nada y el prototipo de “chica rara”, surge de su inusual percepción y manera de internalizar el mundo a su alrededor; por ejemplo, se involucra afectivamente y se enfoca en elementos o momentos que podrían ser irrelevantes para el sentido común. Ella crea su mundo circundante –que asegura su supervivencia a un sentido básico, relacionado al sostenimiento del cuerpo, y le proporciona experiencias afectivas que hacen su vida valiosa–, pero no puede poner en palabras ese proceso de creación, por lo que, señala Rankin, el lector es invitado a responder a la tarea interpretativa de dar sentido al mundo perceptivo de Andrea. Ejerciendo esa tarea, se puede descubrir un lenguaje secreto de resistencia, sostiene la autora, que se enfrenta al control patriarcal y sus reglas sobre las maneras aceptables de ser y actuar. Desde su análisis, Rankin propone que la rareza puede ser queer –o, incluso, exceder la comprensión de lo queer– y sugerir nuevos sentidos para teorizar el género.
Por último, el cuarto capítulo se titula “Difference and Desire after Darwin: Animal Rareza and Perto do coração selvagem”. En este, el punto de partida científico es la teoría de la evolución de Darwin, que enfatiza la mutabilidad y la relación entre lo humano y lo animal. Rankin resalta la gran influencia que ha tenido el vocabulario darwiniano en diversas disciplinas y en el imaginario popular, y en este capítulo revisa varios ejemplos no científicos de su uso en la cultura brasileña, para la que resultó particularmente atractivo al facilitar otras maneras de entender el mundo y metáforas para pensar el cambio social. En su análisis de la novela de Lispector, estudia la feminidad extraña de Joana, la protagonista, como nacida de su humanidad en continuidad con la animalidad y otras formas de materia con las que se relaciona, y se pregunta por los nuevos afectos de género que pueden surgir desde esta feminidad. Así, en la novela se observa a la mujer como un ser en estado cambiante. Rankin expone la forma atípica en la que Joana experimenta el mundo más allá de los límites de su cuerpo. Por último, considerando que Darwin adscribe gusto, elección y deseo a todos los animales, y sostiene que se pueden crear cambios a nivel de especie motivados por las emociones y el deseo, Rankin concluye que el género de Joana se construye a través de su deseo, y su deseo se ve influido por su género; además, sus percepciones y su relación con otras criaturas afectan y modifican su entorno.
Para concluir, este libro es una lectura refrescante, que al poner la ciencia y la literatura en conversación ofrecen, para la comunidad lectora anglosajona y la hispánica que se siente cómoda leyendo en inglés, una nueva forma de leer –y entender– la construcción del género en la literatura y que, por supuesto, puede ser aplicable más allá de la narrativa hispanoamericana. De la misma forma, propone el concepto de rareza como un fructífero término para pensar en la extrañeza, la cotidianidad, la violencia, la inestabilidad y la vastedad inherentes al género. Así, brinda un marco posible de lectura para cualquier otra novela que presente como protagonista a una “chica rara” o a cualquier personaje “raro”, inconforme con los roles de género hegemónicos y restrictivos. Porque, a pesar de que Rankin se enfoca en el género femenino, su propuesta, ofrecida como una caja de herramientas para sus lectores, sirve para observar –y repensar– el género de manera más amplia. Vale la pena mencionar que su índice temático permite que, luego de una primera lectura, sirva como material de consulta para ideas específicas a las que se quiera regresar. Asimismo, que la editorial lo haya puesto a disposición en acceso abierto lo deja al alcance de muchos y facilita el cumplimiento del deseo de su autora: que su metodología promueva maneras ilimitadas de entender el género y el mundo.
Karla Paola Cabrera Acuña (Universiteit Leiden / Pontificia Universidad Católica de Perú, Lima)
Carlos Barral fue una figura clave en el campo editorial durante el franquismo. Los testimonios aportados por quienes lo conocieron evocan su personalidad fuerte y, sobre todo, su capacidad para renovar la cultura española desde su oficio de editor. Cuando estudiamos la literatura escrita bajo dictadura, no debe olvidarse que sufrió un control exhaustivo en todas sus fases: la creación, la difusión y la recepción. En este sentido, resulta importante identificar y explicar los medios de represión intelectual de la dictadura franquista. De ellos, uno de los más relevantes fue la censura editorial, sin cuyo efecto no puede estudiarse la historia de la literatura española del siglo xx. Así lo demuestra El señor de las letras. Carlos Barral, un editor contra la censura, de Cristina Suárez Toledano. Esta investigación permite profundizar en la historia editorial y literaria en su relación con los mecanismos de control del régimen, así como en los márgenes de actuación de sus agentes a partir de un caso excepcional: el de las estrategias editoriales puestas en funcionamiento por Barral. El libro alumbra las grietas por las que el editor catalán pudo transitar para esquivar, en algunos casos, la prohibición de obras extranjeras y españolas y, en otros, para lenificar tachaduras y modificaciones.
Suárez Toledano define la labor profesional de Barral a partir de 1955 como una constante pugna contra el sistema político para publicar libros que no habían visto la luz antes en España: por un lado, textos de ficción y no ficción escritos por autores europeos y norteamericanos, obras del exilio republicano y las novelas del boom latinoamericano; por otro, las novelas del realismo social peninsular y, después, algunos hitos del giro experimental de los años sesenta. Los logros que Barral obtuvo en su difusión pudieron contribuir a hacer del páramo menos páramo, a reeducar el gusto literario de la población española y a suscitar debates que habían quedado fuera de la agenda intelectual del interior del país. El análisis se construye sobre una base metodológica muy clara que combina la historia literaria y cultural, la sociología de la literatura, la historia cultural de la edición y los estudios culturales sobre la censura editorial. Para estudiar las relaciones de Barral con la censura, la investigadora recurre a numerosas fuentes de archivo y llega a conclusiones hasta ahora inéditas que iluminan datos de una realidad extremadamente compleja.
El caso de Barral sugiere a Suárez Toledano un conjunto de reflexiones en torno a la figura del editor, al que considera un agente social clave que conecta a autores con lectores en una empresa cultural, sujeta también a servidumbres mercantiles. Con el fin de comprender la praxis antifranquista de Barral en el campo editorial, la autora contextualiza profusamente sus actividades intelectuales. Primero, se refiere al panorama editorial general del tardofranquismo, para lo que ofrece una semblanza de las editoriales más relevantes de los años cincuenta, sesenta y setenta y de sus tratos con la censura. Después, dedica unas páginas a las formas y prácticas de la censura editorial bajo las leyes de 1938 y 1966, poniendo el foco en las distintas instituciones que se ocuparon de ejercerla. En la primera parte de El señor de las letras, Suárez Toledano afirma que los escritores y editores fueron conscientes de las imposiciones de la censura. De hecho, algunos de ellos se pronunciaron sobre sus formas de enfrentarla o tolerarla, sobre la arbitrariedad del sistema y sobre la autocensura, además de sobre la trascendencia o irrelevancia que tuvo en la construcción de su obra. Entre ellos, Barral sabía que la censura era una enfermedad que dañaría la historia de forma irreparable y se esforzó por paliar sus efectos. Su éxito fue relativo.
Estos contextos introducen la explicación de los proyectos y empresas editoriales que dirigió Barral. Ello implica, principalmente, analizar los catálogos que diseñó para los sellos que dirigió. Suárez Toledano narra sus inicios como editor en Seix Barral, de la que ofrece multitud de datos, algunos de ellos inéditos: las relaciones con los Seix, la formación del equipo editorial, la lenta asunción del liderazgo en la empresa, etcétera. También se relatan los conflictos que provocaron su abandono de Seix Barral y la fundación de Barral Editores en 1969. Al repasar las trayectorias y las colecciones de ambas editoriales, la investigadora afirma que la competencia del equipo editorial de Barral fue primordial para revitalizar e internacionalizar la literatura en los años del franquismo. Los compañeros del editor tuvieron un papel clave en la transmisión de las nuevas corrientes estéticas y en el establecimiento de una red de colaboración con editores extranjeros o españoles exiliados. Esta red, dice Suárez Toledano, permitió el comercio y la publicación de obras españolas fuera de España, además de la creación de premios, coloquios y acuerdos editoriales transnacionales.
Esta primera parte anticipa los temas y acontecimientos sobre los que versa la segunda parte de El señor de las letras, ya que avanza el análisis de los expedientes de censura de las obras editadas por Seix Barral y Barral Editores. Suárez Toledano recopila las rectificaciones del lenguaje y los ataques que los censores detectaban contra la moral, la política y la religión católica en un amplio número de textos propuestos por Barral; entre ellos, obras latinoamericanas, del neorrealismo italiano, del nouveau roman y de la posguerra alemana o española. Dice la investigadora que una mayoría de ellas fue leída por más de un censor y publicada con tachaduras, mientras que otras, por quedar inéditas, pasaron a formar parte de lo que ella denomina, acertadamente, “el catálogo invisible” de la editorial, o bien se vendieron en editoriales extranjeras. Muy pocas se publicaron íntegramente. El acercamiento a estos casos de censura permite entender qué asuntos, expresiones y representaciones eran más susceptibles de ser suprimidos por el régimen. Además, demuestra la falta de un criterio unitario para ejercer la censura, la existencia de vetos ad hominem y la continuidad de las prácticas censorias con la llegada de la ley Fraga de 1966. Las obras literarias eran especialmente vigiladas si salían a la luz en los sellos de Barral, dado que se lo consideraba, al igual que a sus ilustres socios europeos, un heterodoxo al que había que someter a estrecha vigilancia y castigar con especial dureza.
A los mecanismos que concibió Barral para contrarrestar la maquinaria del poder estatal les dedica Suárez Toledano especial atención. Son estrategias editoriales diversas, entre las que se incluyen la creación de premios literarios –Biblioteca Breve, Formentor, Internacional de Literatura, en la época de Seix Barral; Maldoror de Poesía, Barral de Novela, vinculados con Barral Editores–, coloquios y congresos internacionales –Coloquio Internacional de Novela, XVI Congreso de la Unión Internacional de Editores–, la redacción de cartas y recursos y el establecimiento de redes internacionales y nacionales de edición. Son formas diversas de presión al Estado que colocaron más claramente en la disidencia a Barral. La investigadora explica cómo todas estas iniciativas sirvieron para presionar, durante un tiempo, a la dictadura franquista. Barral consiguió forzar publicaciones apelando a la imagen pública del régimen, lo que terminó por perder fuerza como argumento. Esto da cuenta de que el diálogo entre el franquismo y el editor fue siempre desigual, y que el editor consiguió engañarlo en pocas ocasiones. Resulta especialmente interesante entender los chantajes de Barral como una muestra de inteligencia y valentía, en tanto que el editor llegó a ser amenazado y sus encuentros intelectuales acosados por la vigilancia policial. Como casos significativos, Suárez Toledano remite a la publicación de Tormenta de verano, de Juan García Hortelano, gracias a la coacción orquestada de los miembros del grupo Formentor; a las reuniones de Marsé y Robles Piquer con motivo de la censura de Últimas tardes con Teresa y al escándalo que desencadenó la publicación de los Canti della nuova resistenza Spagnola 1939-1961 en Italia.
El señor de las letras. Carlos Barral, un editor contra la censura es, en definitiva, un trabajo con numerosas virtudes. Para empezar, es una contribución novedosa a los estudios sobre censura, un campo todavía inexplorado y de vital relevancia para entender las formas y los fondos de la literatura española del siglo xx. Estudiar la censura involucra un trabajo de archivo que muchos estudiosos han obviado a la hora de abordar textos censurados, y que Suárez Toledano reivindica con rigor y afán de historiar. La autora, además, ha recopilado y contrastado una multitud de fuentes orales que ayudan a fijar la imagen del editor. El estudio tiene la voluntad de ampliar lo conocido sobre la experiencia censoria durante el tardofranquismo y trazar una biografía intelectual y editorial de Barral que esquive mitos sobre su figura y sus proyectos culturales. El caso de Barral describe una experiencia llena de matices, irreductible a conclusiones terminantes. En su desempeño hubo éxitos relativos que contribuyeron significativamente a las transformaciones de la cultura española de los años sesenta. También hubo numerosos fracasos derivados a menudo del propio carácter de Barral. Alejándose tanto de la hagiografía como del derrotismo, la visión que aporta Suárez Toledano evita idealizaciones en torno a las posibilidades de crear una cultura antifranquista en el interior de España y, por tanto, supone una pieza esencial para construir una historia sin vacíos. Una historia comprometida y veraz.
Andrea Durán Rebollo (Universidad de Alcalá)
Bien podría ser que el contenido, el interés y el alcance de este volumen se comprendieran mejor si su título hubiera sido algo por el estilo de “El compromiso literario: historia y crítica del concepto”. A esa divisa, en cualquier caso, es a la que responden sus diferentes capítulos. Tal vez conviniese añadir una apostilla que lo circunscribiera al ámbito hispánico, o al menos a los nodos Barcelona-Madrid-Buenos Aires-Rosario. Pero, por supuesto, el debate hispánico acerca de este asunto estuvo desde el inicio atravesado por títulos de otros ámbitos lingüísticos que suscitaron animadas, a veces enconadas discusiones.
Este volumen colectivo queda vertebrado de un modo sutil por ese diálogo internacional que arranca con The Irresponsibles, de Archibald MacLeish. Apareció en inglés en 1940, se tradujo al castellano al año siguiente y fue inmediatamente sometido a debate en la tertulia de Victoria Ocampo. Roger Caillois se hallaba presente en aquella tertulia y publicó en 1948 Babel. Orgueil, confusion et ruine de la littérature, un nuevo hito bibliográfico en el que introducía una sutil diferencia entre el compromiso y lo que él llamaba la “responsabilidad” de los escritores: “la responsabilidad implicaba un estar en el mundo con conciencia solidaria, mientras que el compromiso involucraba un componente prioritario de lucha política” (p. 169). Aquel mismo año de 1948 se recogieron en volumen, bajo el título Qu’est-ce que la littérature?, los artículos que Jean-Paul Sartre había publicado unos meses antes en Les Temps Modernes, y que durante las décadas siguientes constituirán un término de interlocución ineludible en cualquier polémica relativa al compromiso artístico. La traducción castellana fue “llevada a cabo por Aurora Bernárdez y publicada en Buenos Aires en 1950 a través de la editorial Losada […], dirigida en aquel entonces por el exiliado español Guillermo de Torre” (p. 292).
El propio Torre retomó poco después –en Problemática de la literatura (1951)– la noción de Caillois de “literatura responsable”, que para Torre vendría a ser una literatura autónoma, independiente y en sintonía con un supuesto Zeitgeist: una literatura que satisface “el deber de fidelidad a nuestra época”, por decirlo con una fórmula que el mismo autor ya había empleado en Literaturas europeas de vanguardia (1925) y que consideraba precursora de algunas de las páginas sartrianas. La propuesta de Torre se sustentaba en la convicción de que “[l]as obras puras, aquellas construidas con toda sinceridad, con un fin desinteresado, iluminadas por la gracia estética, suelen ser al cabo las más ricas en ecos y consecuencias. Y contrariamente, aquellas otras gravadas desde su concepción por una finalidad extra-artística, ávidas de demostrar algo, aunque consigan su efecto inmediato, no tardan en perder toda resonancia” (cito de la reedición de 1966, p. 180).
La literatura comprometida imaginada por Sartre debía “pintar”, “presentar”, “desvelar”, establecer, en definitiva, una mediación respecto de la realidad, desde una óptica ora miserabilista, ora populista, y no debía tener escrúpulos en cortejar los medios de masas para llegar al público plebeyo. Apenas unos meses tras la publicación de estas tesis en Qu’est-ce que la littérature, Theodor Adorno regresó a Europa. Desde su primera juventud, Adorno había sido un entusiasta valedor del dodecafonismo, movimiento que no halagaba precisamente el oído popular. Su escepticismo respecto del arte industrial se hacía ya patente en algunas de las cartas que le remitiera a Walter Benjamin en 1936. Pero donde se haría explícita su crítica al compromiso sartriano sería en la conferencia “Engagement oder künstlerische autonomie”, que data de 1962. Allí defendía como más eficaz el engagement del arte experimental, asumiendo un principio de homología por el cual la revolución formal cooperaría a la revolución social.
Esa misma disyuntiva entre un compromiso de filiación naturalista y otro de filiación vanguardista presidirá, a finales de los sesenta, la polémica desatada por un célebre ensayo de Óscar Collazos, y opondrá, años más tarde, en el plano de la crítica académica argentina, a David Viñas y a Juan José Saer: “Mientras que la antinomia planteada por Viñas es de raigambre sartreana, la complejidad por la que aboga Saer es de herencia adorniana” (p. 301). Mutatis mutandis, esos dos polos nos dan también, respectivamente, las estaciones de llegada y de salida del proyecto literario de Manuel Vázquez Montalbán, quien entre 1970 y 1974 fue abandonando el experimentalismo de sus escritos “subnormales” y asumiendo, inspirado por Antonio Gramsci y Leonardo Sciascia, que la cultura de masas (la gastronomía folk o la copla, presentes ya en Los papeles de Admunsen y en Crónica sentimental de España, pero también la novela negra) podían ser “instrumento de subversión contrahegemónica” (p. 245).
Mediación sartriana y autonomía adorniana constituyen, como ponen de manifiesto los autores de Modernidades político-estéticas, los dos centros gravitacionales de ese doble sistema solar que alumbró la búsqueda de un arte comprometido durante el siglo xx; pero no deberían ocultar por completo otras posturas, en cierto sentido intermedias, como la literatura de avanzada que primó en la España de 1930 o la propia propuesta de Guillermo de Torre.
Hasta aquí, resumo –sin duda demasiado rápido– lo que en este volumen hay de reconstrucción de nociones y controversias europeas con derivaciones hispánicas. Ahora bien, parte sustancial del ejercicio historiográfico consiste en tomar distancia respecto de esas propias controversias y nociones históricas, y en poner en evidencia su carácter contingente. Esto es lo que hace, en un capítulo de carácter preliminar y con una formulación muy atinada, Juan Herrero-Senés: “El defensor del compromiso cree o bien demasiado o bien demasiado poco en la literatura. En el primer caso, porque supone que esta es capaz de provocar un cambio de mentalidad o de impulsar a la acción en la arena social. […] En el segundo caso, el de la rebaja, nos encontramos con que el defensor del compromiso solo acepta una forma de literatura como válida y capaz de impulsar una transformación, limitando sus posibilidades expresivas” (p. 94). Y unas líneas más abajo sentencia: “Por lo general, los textos literarios no tienen un efecto inmediato no se sabe cuándo ni cómo actúan, ni a quiénes van a influir, ni siquiera si eso va a ocurrir”.
De ahí que resulte singularmente acertado dar un vuelco al volumen en sus últimas páginas para, glosando la obra de Josefina Ludmer, inscribir el compromiso en la etapa de la recepción, en esa pluralidad de momentos en los que el texto, de manera a menudo misteriosa, engendra enunciados o afectos. Los ejercicios del curso de teoría literaria que Ludmer dictó en la Universidad de Buenos Aires en 1985 planteaban las preguntas siguientes: “¿a quién beneficia esta lectura?, ¿a quién pretende beneficiar?, ¿qué proposiciones tiene como consecuencia?, ¿en qué proposiciones se apoya?, ¿en qué situación es pronunciada?” (p. 268). Del relativismo hermenéutico subyacente a estas preguntas se infiere que es la afirmación del compromiso literario de una obra, dentro de determinada comunidad de interpretación, lo que la vuelve comprometida.
Álvaro Ceballos Viro (Université de Liège)
A diferencia de otros países del mundo occidental, donde el género de la biografía es muy apreciado por el gran público, en España no goza de tanto predicamento. El protagonismo de grandes estadistas en la consolidación o resurgimiento de las democracias parlamentarias con el telón de la II Guerra Mundial de fondo ha llevado al estudio de figuras como Roosevelt, Churchill o De Gaulle. En el caso español, asociamos con frecuencia biografías canónicas con figuras de la historiografía, no sin frecuencia procedentes del hispanismo anglosajón. Si nos transportamos hasta el siglo xvi, el momento de mayor auge de la monarquía hispánica, los pares surgen casi espontáneamente: Carlos V-Manuel Fernández Álvarez; Felipe II-Geoffrey Parker, por citar solo dos ejemplos. La siguiente cuestión por plantear sería qué ocurre con los grandes líderes de los proyectos totalitarios del siglo xx. En este bosque es más difícil explorar sin cometer injusticias. En el caso de la Alemania nazi se puede hablar de una hitlerteca, donde sobresalen, a mi juicio, la biografía de Joachim Fest publicada a los cuarenta años de su ascenso al poder y la de Ian Kershaw en lo que podríamos denominar un modelo anglosajón de biografía que ha adquirido la condición de referencial. El caso de Stalin es más complicado, pero quien sin duda más se ha acercado ha sido Robert Service a través de un pormenorizado trabajo de investigación entre las costuras de los archivos soviéticos. Desde un punto de vista editorial, el caso que resulta excepcional por su enfoque y el impacto que ha tenido a gran escala ha sido la trilogía de Antonio Scurati. El hijo del siglo, El hombre de la providencia y Los últimos días de Europa han sacudido la forma en la que el lector medio se ha acercado a un personaje tan singular. Pero no solo por la naturaleza de Mussolini, sino porque ha logrado el consenso y el reconocimiento tanto del gran público como de una intelectualidad siempre inquieta por las dificultades de conectar precisamente con el lector medio.
En este panorama, el aniversario de los cincuenta años de la muerte del dictador que ejerció como jefe del Estado en España durante más de treinta y seis años –más de un tercio del siglo xx– sugiere bastantes reflexiones al comparar el proceso con su entorno. En primer lugar, esa larga presencia en el poder ha opacado las biografías de quienes, como contrapunto, trabajaron por la construcción de la democracia en España a través del proyecto de la II República. Sería el caso de Azaña, profusamente retratado por Santos Juliá; Negrín, a través de las obras de Ricardo Miralles y Enrique Moradiellos; e incluso Largo Caballero, cuyo recorrido vital retrató Julio Aróstegui y el propio Indalecio Prieto, figura a la que se han acercado desde diferentes prismas prestigiosos historiadores como José Luis de la Granja, Octavio Cabezas o José Carlos Gibaja. Pero si un pintor clásico debía tocar a lo largo de su vida la pintura de historia, el paisaje y el retrato para mostrar sus dotes, la escasa trascendencia que a menudo tiene el género de la biografía o aleja al historiador de esta o condena a espléndidos y procelosos trabajos a un olvido casi inmediato en aparadores secundarios de las librerías. Si a alguien más iniciado en estas cuestiones le preguntáramos por las grandes biografías escritas por historiadores sobre personajes que vivieron en la España del siglo xx, quizá la respuesta más recurrente sería citar El emperador del Paralelo de José Álvarez Junco sobre Alejandro Lerroux y la de Franco de Paul Preston. Si se observa, la secuencia entre historiador patrio e hispanista se repite también para este ciclo histórico.
Se podría afirmar que todo ello ha estado muy presente en la muy buena biografía de Julián Casanova, uno de los grandes y más reputados historiadores españoles por su rigor investigador y su capacidad de transmisión del conocimiento. Él mismo lo afirma en la coda final de esta biografía de Franco que ahora reseñamos. Ha tenido muy presente tanto a Álvarez Junco como a Preston. El historiador británico dejó el tema más que bien resuelto en 1994 y ha tenido la capacidad de integrar nuevos elementos en las actualizaciones más relevantes, la de 2015 y la de este 2025. Eso convertía en un reto aún mayor la tarea que Casanova aborda en este libro publicado por editorial Crítica, de la que es un autor de referencia en su catálogo. Y lo hace en una biografía extensa pero no inabarcable. Su gran mérito es la de ofrecer al gran público un panorama completo del personaje y su tiempo muy accesible para el lector medio que quiera acudir a él sin abrazar banderas ni esperar hagiografías. No por casualidad, en la nota final que acompaña al libro –páginas 381 a 383– y que conviene leer en su momento, es decir, cuando se está acabando la lectura, el autor nos advierte de la dificultad de superar el dilema intelectual de contar a Franco y/o contar el franquismo: utiliza el verbo “ajustar”, bastante gráfico de la tensión en la que se mueve el biógrafo al dedicarle tiempo al contexto histórico en el que se mueve, o que en este caso genera el biografiado. Como historiador, celebro que Casanova no se separe de su trayectoria investigadora, la cual condiciona en un sentido muy positivo el libro: “la he escrito después de muchos años de investigación dedicados a su dictadura, la violencia y los debates sobre fascismo y autoritarismo” (página 282). Ex post facto, se trataría de una declaración de intenciones que nos inmuniza de cualquier acercamiento basado en la fascinación o pasión que pudiera generar el personaje. Algo en lo que, por cierto, coinciden casi todas las biografías de Franco. Mientras las de Hitler, Mussolini e incluso Stalin han podido generar esa expectación por parte de sus respectivos biógrafos por lo poliédrico de los personajes, en el caso del dictador español nunca sale del marco que genera lo plano de su personalidad y la poca cualificación política que lo caracterizan. En otras palabras, Casanova es uno de los mejores conocedores de los regímenes totalitarios del período de entreguerras y desde esa perspectiva se ha acercado al personaje. Por ello, el libro vuela alto cuando se sienten los ecos del libro del mismo autor publicado en 2020 y titulado Una violencia indómita: el siglo xx europeo que junto con el A sangre y fuego de Enzo Traverso quizá componen una columna vertebral de monografías que permiten entender los autoritarismos y totalitarismos de la Europa del siglo xx de forma más exhaustiva y profesional. En las páginas de este Franco, aparecen la Hungría de Horthy; la Grecia de Metaxas o el Portugal de Salazar con una naturalidad interpretativa que permite entender tanto a Franco como al franquismo y que muestran la excelsa capacidad del autor para contextualizar los períodos históricos en los que se movió el biografiado.
En la misma línea, hay un esfuerzo por integrar en el relato los grandes debates historiográficos sobre el régimen y el papel desempeñado por el dictador. Por un lado, se puede destacar el recuerdo constante a la represión sistémica de los vencidos y de la oposición, utilizando a menudo el sustantivo “terror” para identificarlo con claridad. Así, la persecución física y moral en posguerra; el recurso al trabajo forzado en campos de concentración, colonias penitenciarias y destacamentos penales como método de castigo inspirado y amparado por la Iglesia católica. Incluso da la sensación de que a menudo, cuando se explaya en detalles más pormenorizados y documentados de la vida de Franco, parece considerar que debe recordar al lector que aquello era una dictadura excluyente, retornando a referencias en esa dirección.
Todo el periplo biográfico entre su nacimiento y la victoria en la Guerra Civil está bien construido, sin aportar grandes novedades, algo como decimos que ya resulta difícil. Se agradece que evite un exceso de aproximación psicoanalítica basada en una infancia de desafección y frustraciones, puesto que esto a menudo parece justificar las acciones posteriores en otras biografías sobre Franco. Donde el libro parece plantearse unos equilibrios más difíciles es en los momentos claves del régimen: Hendaya, 1953, la década de 1960. Así, afronta el momento clave de la participación o no en la Segunda Guerra Mundial de manera brillante, pero que requiere de aproximaciones como la de Moradiellos para ser completada. Es mucho más exhaustivo el análisis del encuentro, llegada e influencia del amigo americano, donde el autor delimita muy bien los encuentros personales –Eisenhower, Nixon, Ford– con el telón de fondo geoestratégico y económico que determina las relaciones con Estados Unidos. Algo parecido se podría decir con la época del desarrollismo durante la década de 1960. El autor evita un retrato frívolo y no se deja llevar por los lugares comunes que a menudo descontextualizan ese crecimiento económico en medio de una dictadura sin un sistema fiscal ni eficiente ni progresivo y con un grado de corrupción consentido, de dejar hacer, por parte del propio régimen. Esa línea argumentativa se resiente un poco con el tema de la apertura al exterior y el impacto del turismo en la cultura española.
En general, el relato “ajusta” bien el personaje a su régimen. Sin embargo, a menudo la lectura adolece de pequeños vaivenes que no terminan de dar con un libro completamente redondo. Así, en un libro escrito para el gran público, a menudo se dan ciertos procesos por sabidos o conocidos en los que claro, el potencial lector podría profundizar por su cuenta, pero que no permiten entender las decisiones de Franco y su círculo más próximo de una manera más exhaustiva. Lo mismo ocurre con ciertas idas y venidas cronológicas. Cuando un período o una etapa parece superada, hay un retorno frecuente a la guerra y a la década de 1940 para ubicar a nuevos actores que descoloca un tanto. Lo conocido del personaje dificulta en algunos pasajes algo que el autor explicita en la página 382 cuando rechaza cualquier “especie de predestinación” en el retrato del dictador: aun así, hay pasajes en que el binomio Franco-franquismo son descritos como una evolución inevitable hacia un territorio de éxito. Es posible que estas ínfimas idas y venidas, que para nada oscurecen el panorama global del libro, se deban a la dificultad de revisar pasajes ya escritos desde una lectura serena y crítica, algo a lo que el historiador se tiene que enfrentar no sin dificultad. Por eso, cuando se acerca el final del libro y el otoño del patriarca, se echa de menos una profundización en uno de los grandes éxitos del franquismo: su capacidad mediante la represión primero y la propaganda después de esconder la política del debate público. La creación de una cultura política propia, con un arraigado imaginario social en la que la exclusión llega a ser vista como algo normal, quizá sería un tema que merecería más atención desde el punto de vista del lógico deterioro biológico del dictador. Entre otras cosas, porque en un segundo plano, ocultos bajo el manto protector del invicto caudillo, una élite social se estaba haciendo rica a costa del régimen de forma impune y generando una desigualdad de acceso a la prosperidad aún muy enraizada en la sociedad española y en la cultura política de los sectores más conservadores.
En una edición moderna, el libro presenta un formato muy atractivo al introducir un comentario bibliográfico que viniendo de quien viene se agradece, así como dos índices, uno onomástico-analítico y otro de conceptos, que permiten una aproximación directa a los personajes y procesos que más pueden llamar la atención de los lectores. Así pues, estamos ante una biografía necesaria, de gran fiabilidad y que en unas pocas líneas de la coda final nos inmuniza de la banalización de la dictadura al recordarnos el “legado de destrucción que habían dejado el golpe de Estado, la guerra civil, y la larga época de miseria, hambre y represión” (p. 383) y cómo su lectura es necesaria sin el reduccionismo de buscar o solo aprobación o solo condena.
Sergio Riesco Roche (Universidad Complutense de Madrid)
Los editores de El franquismo. Anatomía de una dictadura (1936-1977), François Godicheau y Jorge Marco, afirman en la introducción del libro algo que puede parecer sorprendente: se trata de la primera síntesis colectiva de la historiografía española sobre el régimen franquista publicada en el siglo xxi. Es un dato revelador, sobre todo, teniendo en cuenta la cantidad y calidad de las publicaciones académicas que han aparecido en las últimas décadas. El recordatorio debería invitarnos a reflexionar sobre las razones de esta circunstancia. A pesar la multitud de congresos, reuniones y seminarios de todo tipo, muchos de ellos de carácter internacional, hasta la aparición de este trabajo no contábamos, al menos en este primer cuarto de siglo, con un trabajo similar. En este sentido, los Encuentros de Investigadores del Franquismo que empezaron a celebrarse allá por 1992, han sido, al menos para el mundo académico, un espacio y una oportunidad que nos han permitido tomar regularmente la temperatura sobre los importantes progresos que se han producido en este ámbito, pero también constatar los vacíos que siguen existiendo. A pesar de ello, seguimos leyéndonos entre nosotros, y lo más preocupante, solo entre nosotros. No conseguimos trascender de la pequeña comunidad historiográfica que hemos ido formando y llegar al gran público. Los intentos que se han hecho durante los últimos años no han logrado los objetivos deseados.
La aparición del presente trabajo, editado y coordinado por François Godicheau y Jorge Marco, cuyo título bebe de un clásico como el publicado por Carme Molinero, Anatomía del Franquismo. De la supervivencia a la agonía 1945-1977 (Crítica, 2008), supone una magnífica noticia. Y no solo por lo que aportan las veintinueve contribuciones de los treinta y cuatro historiadores e historiadoras (de varias generaciones y un importante número de universidades españolas más cuatro extranjeras) que participan en él, sino por la reflexión a la que nos invita el libro. El excelente trabajo que aquí se reseña nos aporta una visión plural sobre el objeto el franquismo, en la que conviven sensibilidades y perspectivas diferentes, desde las más identificada con la historia política, hasta las que se sustentan sobre los presupuestos metodológicos de la historia social y cultural, la historia de género o la historia de la diplomacia.
La intrahistoria del libro resulta interesante y ayuda a comprender tanto su origen como los objetivos del mismo. La publicación es el resultado de un gran congreso celebrado en marzo de 2024 en Toulouse, una localidad con un enorme significado político, considerada la capital del exilio español iniciado en 1938. La importante acogida que tuvo este encuentro, que reunió a algunos de los mejores especialistas en el franquismo y a 250 asistentes, muchos de ellos franceses, se completó con una exposición, inaugurada unas semanas más tarde en Le Musée départemental de la Résistance & de la Déportation. El impacto de ambas actividades fue uno de los motivos que animaron a la publicación de este libro que recoge las ponencias presentadas en aquella ocasión. Como confirman sus editores, la materialización de este proyecto también es fruto de una reflexión sobre el contexto actual y el desconocimiento general que existe dentro del ámbito internacional, incluida Francia, sobre lo que fue y significó el régimen franquista. A pesar de los miles de exiliados que recalaron en aquel país, una parte importante, y no solo de su sociedad, sino de su mundo académico. tiene un conocimiento absolutamente superficial sobre lo que fue el régimen franquista. Lo preocupante es que eso también ocurre en España, sobre todo entre las nuevas generaciones, en las que se ha ido extendiendo una versión edulcorada de lo que fue el franquismo. El ascenso de la extrema derecha, aunque esta se presente y manifieste en diferentes formatos y versiones, pero con discursos, prácticas y objetivos compartidos, obliga a repensar, especialmente a quienes nos dedicamos a la investigación histórica desde el ámbito universitario, sobre las razones que están detrás de este proceso, cuando creíamos haber dejado atrás una experiencia tan devastadora y traumática como la que supuso el ascenso del fascismo en Europa, hace ahora casi un siglo. Ciertamente, estamos asistiendo a una realidad que resulta desconcertante y que pone en cuestión los valores que salieron fortalecidos tras la derrota del fascismo y el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. El actual fenómeno tiene raíces complejas, pero algunas de ellas tienen que ver precisamente con el relato que se ha extendido en determinados sectores sobre nuestro pasado más reciente, del que se alimentan los mitos, las justificaciones y todas las formas de negacionismo que, a pesar de la solidez de los estudios académicos que se han publicado desde entonces, siguen teniendo un enorme eco dentro de una sociedad desbordada por los nuevos miedos, reales o ficticios, que se han ido abriendo paso en las dos últimas décadas siglo xxi.
La ignorancia, la banalización o la simple y llana manipulación sobre lo que fue realmente el franquismo, ha terminado por extender una visión sobre la dictadura en la que esta última aparece como un régimen autoritario, que trajo la paz a un país destrozado por una guerra (se olvida deliberadamente quien la provocó), que impulsó el desarrollismo y la mejora de las condiciones de vida de los españoles en los años sesenta y que incluso llegó a sentar las bases de la futura democracia. En este relato, que no es nuevo, pero que ahora se resucita con fuerza y se expresa ya sin complejos, se obvian o, al menos se consideran secundarios aspectos fundamentales para comprender el franquismo, como el apoyo del régimen a las potencias del Eje, el carácter fascistizante que tuvo en los primeros años de la posguerra y la represión que desplegó sobre los opositores desde 1939 hasta el final de sus días. Todo ello parece quedar sepultado bajo el peso y la importancia que tuvo el desarrollismo y la modernización que se produjo a partir de finales de los años cincuenta, impulsado tras la puesta en marcha de los Planes de Estabilización. En este sentido, el congreso de Toulouse, y ahora este espléndido trabajo que recoge las ponencias allí presentadas, pueden servir para analizar con una cierta perspectiva la realidad de un régimen que evolucionó a lo largo del tiempo y supo adaptarse a las diferentes coyunturas y contextos internacionales, sin renunciar a los principios fundamentales sobre los que se sostuvo desde el fallido golpe de Estado de julio de 1936 hasta el último de sus días.
Centrándonos en el libro, este trata de responder a la pregunta más importante que seguimos haciéndonos los historiadores, por qué y cómo duró tanto tiempo el régimen franquista. Y lo hace a partir del análisis de tres factores claves: el terror, el control social y la fabricación de consensos. El trabajo está dividido de forma inteligente en cuatro partes, tres cronológicas y una transversal. La primera aborda el periodo 1936-1951 y se centra, básicamente, en la represión y en la construcción de un régimen como el franquista, sostenido sobre la violencia y el control de la sociedad. El hambre, la miseria y el miedo son elementos que aparecen en la mayor parte de los trabajos de este bloque, sin olvidar, por supuesto, otros aspectos fundamentales, como el exilio, la propia selección del personal político, las políticas sociales o la legitimación simbólica y cultural de la que hizo gala el régimen de Franco. Los textos abordan, como decimos, las cuestiones más notables de ese complicado periodo, aunque se echan en falta algunos trabajos dedicados igualmente importantes. Entre ellos, por ejemplo, se podría haber abordado la incidencia que tuvo en el régimen durante aquellos años el contexto internacional y más en concreto, la evolución que se produjo dentro de este a partir de los últimos años de la segunda guerra mundial, cuando la derrota del fascismo parecía inminente, aunque en parte, este posible vacío lo cubra el magnífico texto de Carme Molinero que, a modo de introducción, ofrece una visión general sobre el régimen.
La segunda parte del trabajo analiza su consolidación entre 1951 y 1965, un periodo decisivo, donde se produjo ese tránsito que llevó al régimen desde el reconocimiento internacional a principios de la década de los cincuenta hasta su máximo apogeo en 1964, con la celebración de los XXV Años de Paz, ya en pleno desarrollismo. Como en el caso anterior, los autores abordan las cuestiones más importantes del periodo, pero también en esta parte se echa en falta algún trabajo monográfico sobre otros fenómenos que impulsaron las transformaciones de la sociedad española y del propio régimen: el acceso a la sociedad de consumo que se produjo en aquella época o las migraciones. El tratamiento de este último tema se lleva a la parte final del libro, donde se recogen otros temas desde una perspectiva más transversal, no estrictamente sujeta a la cronología sobre la que se ha estructurado la obra. Sin duda, la decisión de hacerlo de esta manera está justificada, pero quizás hubiera sido más adecuado incorporar el texto en este apartado que trata sobre el periodo 1951-1965, sobre todo, si se pretende explicar al gran público cómo fue posible ese proceso y responder con ello a algunas de las preguntas que se plantean sus autores.
La tercera parte del libro está dedicada al último periodo del franquismo, el que va desde mediados de las décadas de los años sesenta la desaparición total del régimen. Como en los dos bloques anteriores, los historiadores abordan cuestiones fundamentales, en este caso, para comprender cómo fue el final del régimen, sus problemas internos, el avance de los movimientos sociales y la respuesta violenta que tuvo aquel para reprimir cualquier tipo de disidencia y oposición.
El trabajo se cierra con un último apartado en el que se abordan una serie de temas de manera transversal: el análisis de la violencia en su conjunto, la cuestión de las fosas, las migraciones, como ya se ha apuntado anteriormente, el papel y situación de las mujeres en la dictadura, el nacionalismo español, las complicadas relaciones internacionales del franquismo o la importancia de la propaganda del régimen en favor del dictador para blanquear su perfil más sanguinario. Quizás en este último bloque, o en los anteriores, podrían haberse abordado otra serie de aspectos que han podido quedar un tanto desdibujados, como el papel que tuvieron el Ejército, el mundo empresarial o la Iglesia, es decir, algunos de pilares fundamentales, junto con el propio Movimiento Nacional, que sostuvieron al régimen durante casi cuarenta años, aunque alguno de ellos comenzase a quebrarse en las últimas décadas.
El libro aborda el análisis del franquismo, y eso queda reflejado en el propio título, de forma anatómica, casi biológica, como si se tratase de un ser vivo a partir de un estudio topográfico, que contempla también su ubicación dentro de un determinado contexto internacional que fue cambiando y transformándose desde finales de los años treinta hasta mediados de los setenta, pero también en su propia disposición y relación entre sí de los órganos que lo compusieron, desde las bases que lo apoyaron hasta los disidentes y opositores que fueron apareciendo a lo largo de la dictadura. Y para ello, se sostiene en una serie de consensos historiográficos sólidos, que se han ido asentando a lo largo del tiempo gracias a las investigaciones que se han impulsado, sobre todo, desde el mundo académico.
No es fácil coordinar y editar un trabajo de estas características, que reúne a un grupo tan numerosos de autores. Su origen, la celebración de un congreso, condiciona su formato, a pesar de la calidad de las aportaciones que aparecen recogidas en él. Son inevitables algunos vacíos igual que ciertas reiteraciones y solapamientos entre los diferentes capítulos. Más allá de ello, se trata en su conjunto de un libro espléndido, riguroso y necesario. Y lo es no solo para los profesionales y académicos que trabajamos sobre el franquismo. Ha sido concebido también, así lo recuerdan sus editores, como una herramienta para hacer llegar al gran público y a los docentes los conocimientos más recientes y consensuados sobre la dictadura producido por la investigación científica. Ojalá la logre, es decir, que consiga traspasar esa barrera que parece todavía infranqueable. El éxito de algunos últimos trabajos como el de Nicolás Sesma. Ni una ni grande ni libre. La dictadura franquista (Crítica, 2024), animan a ello, aunque en este caso se trate de una síntesis, a pesar de su extensión, y no de un libro colectivo como en este caso, algo que complica su difusión. Esperamos, sinceramente, que logre su objetivo porque lo merece.
José Antonio Pérez Pérez (UPV-EHU. Vitoria)
El desarrollo del tráfico esclavista es una compilación de diez trabajos reunidos en el marco del proyecto “El tráfico esclavo y la economía Atlántica del siglo xvi”. Sus directores, Rafael Pérez García y Manuel Fernández Chaves, son los coordinadores de este libro que constituye un avance significativo en los resultados del proyecto, según afirman en la introducción. La compilación busca ampliar el conocimiento de las características principales del tráfico atlántico de personas esclavizadas a lo largo de un amplio arco temporal –que comprende los siglos xv al xix–, y de una vasta geografía –que incluye partes de Europa, América, África y Asia. Los diez textos que componen el libro son diversos en su contenido, aunque comparten dos rasgos formales: la centralidad que tienen las fuentes primarias en el desarrollo de los análisis y la utilización del estudio de caso como metodología principal. Las fuentes, protagonistas de la mayoría de los textos, han sido el hilo conductor de esta reseña. Por cuestiones de espacio realicé una selección que no busca ser representativa, sino mostrar parte de la diversidad.
Un exhaustivo “Auto de bienes y difuntos” fue fundamental para reconstruir el entramado comercial desarrollado por Santiago de Ucín, piloto de nao en la Carrera de Indias, caso estudiado por Monserrat Cachero. Su análisis permite comprender la complejidad y el volumen de las transacciones en las que participaba la gente de mar. Como muchos otros maestres y pilotos de la carrera de Indias, las labores de Ucín no terminaban con la entrega de mercaderías: él mismo se encargaba de vender esclavos, textiles, joyas, armas, productos agrícolas, además de recibir encomiendas, gestionar ventas y cobrar e incluso emplear dinero de terceros para comprar mercancías en Sevilla para el tornaviaje. También realizaba tareas propias de su oficio de piloto: pagaba salarios, gestionaba el aprovisionamiento del buque, firmaba hipotecas y seguros, cobraba fletes y pasajes, y contrataba personal.
Las riquísimas fuentes del Arquivo Nacional da Torre do Tombo le permitieron a Ivana Elbl ofrecer detalles sobre la factoría de Arguim, localizada en una isla de la actual Mauritania. El trabajo se centra en el período más temprano incluido en el libro, entre 1492 y 1519. La reconstrucción minuciosa de su vida cotidiana revela, entre otros aspectos, las características productivas de la isla, su relación con el continente africano, las dificultades que tenían en la factoría para sostener a la población esclavizada y a quienes la custodiaban, las limitaciones que tenían las naves para satisfacer diversas demandas, las exigencias a las que estaban sometidas dichas naves, y los circuitos comerciales de abastecimiento.
Entre las fuentes utilizadas por los autores hay una que merece especial atención por su gran riqueza y potencial. Se trata de los “alardes”, una suerte de censos no sistemáticos pero recurrentes que registraban la tripulación de la Galera Real de la monarquía española. A partir de los alardes realizados entre 1595 y 1602, Teresa Peláez Domínguez reconstruyó la vida de los remeros esclavizados en su contexto laboral, dando cuenta de la complejidad de ese mundo de trabajo. Durante el período estudiado, estos remeros compartían tareas con otros dos grupos: los convictos, llamados forzados o galeotes, y los “voluntarios”, conocidos como buenaboyas. Los esclavizados conformaban un colectivo estable dentro de la tripulación, que representaba aproximadamente un tercio de todos los remeros. La autora acompaña su análisis con un mapa que muestra la diversidad geográfica, cultural y religiosa de las personas involucradas, un aspecto todavía poco conocido en la historiografía especializada.
Huemac Escalona y Adrianna Catena utilizan en su trabajo un conjunto de fuentes poco frecuentes: las muestras de textiles. Los autores analizan un libro de muestras de doscientos fardos de tela adquiridos por el gobernador de Filipinas, una remesa textil que estaba destinada a las islas Annobón y Fernando Poo para financiar la compra de personas esclavizadas. El trabajo se sitúa temporalmente en el período en que las islas eran consideradas territorio español tras la firma del tratado de Pardo en 1778. Se trató, sin embargo, de un intento fallido de intercambio comercial. Esta extraordinaria fuente les permitió a los autores situar el comercio de telas y el desarrollo del cultivo del añil en una historia regional de Filipinas fuertemente inserta en relaciones mercantiles asiáticas, africanas y –en menor medida– americanas. Además, reconstruyeron las disputas que había en el momento por las rutas de navegación, la guerra, las ambiciones y los intentos fallidos por conquistar efectivamente las islas de Annobón y Fernando Poo. Todo esto guiado por los hilos de los “pañitos azules” de China, las cambayas o el lienzo, y por las alianzas que en aquel momento generaron la industria de textiles baratos y los tratantes de esclavos.
Como señalé, los textos se estructuran a partir de estudios de caso. La mayoría describe y analiza a distintas personas del amplio colectivo que se benefició del comercio esclavista (tratantes, pilotos, banqueros, empresarios) y en menor medida se detienen en las personas esclavizadas. Se trata de un conjunto heterogéneo: en el libro se incluyeron trabajos escritos con un lenguaje coloquial o que se encuentran en una etapa inicial, como si fueran una presentación a congreso, y otros que tienen una confección más cuidada y análisis más complejos. Algunos casos se presentan de un modo muy enfocado con preguntas de interés local, mientras que otros se insertan con mayor claridad en discusiones más amplias. Lo mismo ocurre con la bibliografía: algunos recurren a textos geográficamente limitados sin incorporar los avances que hubo en el campo en regiones vecinas o cercanas, mientras que otros plantean un arco completo y renovado de historiografía tanto reciente como “clásica”. Los gráficos presentan diferencias muy marcadas entre los textos, como si cada autor hubiera definido cuestiones de formato. Una edición más cuidada podría haber ayudado a la calidad de la presentación y a resolver pequeños errores. Finalmente, hay tablas o conjuntos de tablas y gráficos redundantes que se podrían haber simplificado.
Raquel Gil Montero (Centro de Investigaciones y Estudios en Cultura y Sociedad/ CONICET, Córdoba, Argentina)
A inicios del año 1949 apareció en el periódico El Universal una noticia que anunciaba la aparición de dos documentos históricos en Ixcateopan, Guerrero, México, en los que se afirmaba que la tumba de Cuauhtémoc, el último tlatoani mexica, se encontraba bajo el altar mayor de la iglesia de aquel lugar. Se inició entonces una polémica mediática que llamó la atención de las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Su entonces director general, Ignacio Marquina, comisionó a la maestra normalista y arqueóloga Eulalia Guzmán Barrón (1890-1985), junto con un equipo de investigación para viajar a Ixcateopan, examinar los papeles y dictaminar sobre su validez.
Los documentos contenían el relato de un acontecimiento: el entierro de Cuauhtémoc en un sitio sobre el cual posteriormente se edificaría la parroquia de la Asunción de María. Durante su investigación, Eulalia Guzmán entrevistó a los ancianos de Ixcateopan, quienes de manera oral le informaron que por sus antepasados sabían que debajo de la parroquia de la Asunción se encontraba la tumba con los restos de Cuauhtémoc.
Con base en ambos indicios, los documentos y los relatos, Eulalia Guzmán hizo el primer gran hallazgo de su investigación: la tradición de Ixcateopan, una auténtica tradición cultural que permite mantener un vínculo narrativo con el pasado y con una herencia común. Este hallazgo, típicamente etnológico y etnohistórico, dio pie al trabajo propiamente arqueológico. Precisamente en virtud de esa tradición Eulalia Guzmán pudo conocer que los restos de Cuauhtémoc se encontraban sepultados en la iglesia de Ixcateopan y, como derivación orgánica de su investigación, se dio a la tarea de realizar la excavación en el sitio exacto que indicaba la tradición. Finalmente, el 26 de septiembre de 1949 Eulalia Guzmán anunció públicamente el hallazgo de la tumba con los restos óseos de Cuauhtémoc.
Lo que sucedió a partir de ese anuncio conmocionó a la opinión pública y se ha convertido en uno de los episodios más apasionantes de la historia de la antropología mexicana fundamentalmente porque el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) negó la integridad científica de la investigación realizada por Eulalia Guzmán y, como consecuencia, negó la autenticidad de los restos óseos del último líder mexica de la resistencia anticolonial.
El planteamiento fundamental de Cuauhtémoc negado puede resumirse de la siguiente manera: como respuesta al anuncio de la profesora Eulalia Guzmán en 1949 se configuró una “estrategia negacionista” desde el poder institucional del INAH a través de creación de tres Comisiones oficiales en 1949, 1950 y 1976. La obra Cuauhtémoc negado tiene como propósito fundamental precisamente el análisis de cómo se estructuró esa negación en el discurso oficial del INAH, así como de las consecuencias funestas que todo ello tuvo en la trayectoria científica y en la persona de Eulalia Guzmán. Por ello, esta obra es también una reivindicación explícita de la investigación de 1949 que nos ofrece elementos para mirar críticamente con perspectiva histórica y política el descubrimiento de la tradición de Ixcateopan.
La obra de desarrolla en tres capítulos en los que se presenta el proceso de construcción de pruebas que permiten sustentar la autenticidad de los restos de Cuauhtémoc (capítulo 1) y el examen del proceso negacionista (capítulos 2 y 3). El primer capítulo reconstruye la investigación de Eulalia Guzmán y nos muestra su fundamentación en términos de una “prueba científica triangular”, es decir, en la correlación lógica entre tres elementos: i) una tradición oral según la cual los restos de Cuauhtémoc fueron depositados en un sitio específico del propio poblado de Ixcateopan, ii) un conjunto de documentos donde se relata el enterramiento de los restos de Cuauhtémoc y iii) el enterramiento que en sí mismo se conformaba, a su vez, por varios elementos: los restos óseos, la estructura constructiva de la tumba y una placa de cobre con la inscripción “1525-1529 R è S Coãtemo”.
De este modo, la “hazaña científica” realizada por el equipo de investigación que lideró Eulalia Guzmán trasciende un mero “asunto de huesos”, como insistentemente lo ha señalado el autor, puesto que los dictámenes técnicos se sustentaron en datos de la historia, la etnohistoria, la etnología, la matemática, la química, la geografía, la arquitectura, la paleografía, además de la arqueología y la antropología física.
Por su parte, la empresa negacionista se iniciaría en el mismo año de 1949 con la creación de una comisión oficial que rechazó la autenticidad de los restos de Cuauhtémoc. Siguiendo con el autor, no hay lugar para matices: las tres comisiones desplegaron una y la misma metodología negacionista y anticientífica orientada por un programa ideológico. Es decir, para las comisiones negacionistas no existían pruebas suficientes para respaldar la autenticidad del hallazgo pero ante ello, en lugar de suspender su juicio, saltaron a la negación.
Desde ese mismo momento, Eulalia Guzmán y sus colegas enfrentaron la reacción negacionista y puntualmente cuestionaron su falta de argumentos. Esta obra transcribe íntegro en el apéndice 1 un texto fundamental en ese sentido: “Pruebas y dictámenes sobre la autenticidad de los restos de Cuauhtémoc”, escrito por Eulalia Guzmán en 1954, donde se presenta una respuesta puntual a los dictámenes de la Comisiones negacionistas.
El programa político de las comisiones negacionistas ha dejado una impronta en la memoria gremial y en la historiografía antropológica. En general, se mantiene vigente, ya sea de manera oral o escrita, esa actitud acrítica y negacionista en torno al hallazgo de la tradición de Ixcateopan. La cuestión en torno a la veracidad de la tradición de Ixcateopan y de la autenticidad de los restos óseos de Cuauhtémoc evidencia la cultura institucional, vigente hasta el día de hoy, la cual se encuentra atravesada por corrientes ideológicas hispanófilas que aún hoy exaltan la supremacía del pensamiento criollo en la construcción de la nación mexicana.
En ese contexto, la lectura de una obra que examina un proceso complejo de “negación” de la autenticidad de los restos de Cuauhtémoc es irresistible y es necesario porque, adicionalmente, nos ofrece una puerta de acceso privilegiado para discutir cuestiones cruciales de la historiografía científica, de la antropológica mexicana, así como de una de sus instituciones más emblemáticas: el INAH. El autor es consciente de todo ello y por esa razón nos ofrece, para cerrar su obra, dos apéndices complementarios: “Benito Juárez, la nación, el nacionalismo y Cuauhtémoc” y “Benito Juárez y el nacionicidio perpetrado por Maximiliano de Habsburgo”.
Finalmente, es necesario considerar que Eulalia Guzmán era mujer, y ser mujer en una institución patriarcal está lleno de significados e implicaciones, entre otras, que la validez de una afirmación científica se encuentra mediada por una cultura patriarcal. Por ello, la reconsideración crítica de la empresa negacionista implica contribuir al reconocimiento de una mujer que dedicó su vida a la actividad científica y que defendió públicamente la integridad de su investigación en Ixcateopan y, con ello, la suya propia. Como lo plantea Julio Glockner en la presentación de esta obra: “Reivindicar [el trabajo de Eulalia Guzmán] es la palabra justa, pues ella fue difamada, menospreciada y ofendida hasta lograr su desvanecimiento en la memoria académica. La reparación de esa injusticia ideológica cometida contra una mujer ejemplar es el motivo central de [Cuauhtémoc negado]” (p. 9).
Ramón Eduardo González Muñiz (Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, INAH, Ciudad de México)
Emilio Crenzel es sociólogo, magíster en Investigación en Ciencias Sociales y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Es autor de El Tucumanazo (1997), Memorias enfrentadas. El voto a Bussi en Tucumán (2001) e Historia política del Nunca Más (2008). Esta última obra significó un valioso aporte para pensar los regímenes de memoria surgidos en la posdictadura, así como el rol que tuvo el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en la representación de los desaparecidos de la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983) como víctimas despolitizadas.
En Pensar los 30.000, Crenzel se propone analizar la heterogeneidad de saberes, experiencias y discursos sobre lo ocurrido con los desaparecidos, tanto durante la dictadura como en los años posteriores. Para ello, realiza un exhaustivo trabajo de investigación que incluye entrevistas a sobrevivientes del terrorismo de Estado, familiares de víctimas y referentes clave de organismos de derechos humanos que participaron activamente en las denuncias durante el período dictatorial. Además, trabaja con un vasto archivo documental, que incluye materiales del CELS, la APDH, el Archivo Nacional de la Memoria, el Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado, entre otros.
Con estas fuentes, en el primer capítulo el autor aborda cómo familiares, denunciantes y organismos –tanto locales como internacionales– nombraron y visibilizaron a las víctimas en sus intervenciones públicas y legales. Expresiones como “secuestrado”, “aprehendido” o “detenido” fueron progresivamente reemplazadas por la categoría “detenido-desaparecido”, que terminó por consolidarse como denominación legítima. En este sentido, Crenzel sostiene que el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) “homogeneizó la representación de los denunciantes” (61). Esta homogeneización, lejos de ser solo un planteo nominal, acompañó el proceso de identificación del Estado como principal responsable de los crímenes perpetrados contra la población civil. Así, el autor propone que el proceso de nombrar a los desaparecidos forma parte de una toma de conciencia colectiva en torno a la pregunta “¿Es el Estado?”, que da nombre al primer capítulo del libro.
El segundo capítulo aborda la pregunta sobre el paradero de los desaparecidos. El autor propone pensar las desapariciones como parte de un sistema clandestino de detención, ya que este sistema “impedía la solidaridad de las relaciones sociales de los desaparecidos, promovía la negación de su existencia y permitía cautiverios cuya duración quedaba al arbitrio de sus captores” (78). Este esquema, impulsado en un primer momento por la Alianza Anticomunista Argentina –que operó entre 1974 y 1976 como brazo armado de persecución política paramilitar–, sentó las bases sobre las que se consolidó el sistema desaparecedor de la dictadura militar.
En relación con la pregunta “¿Dónde están los desaparecidos?”, Crenzel muestra que la información sobre las particularidades y novedades de los lugares de detención tardó en hacerse conocida de forma masiva. Este desconocimiento dificultó la búsqueda y llevó incluso a que algunos familiares acudieran a consultas con videntes en sus intentos por acercarse a sus seres queridos1. Una vez más, la CIDH se presenta como una institución clave: en su informe de 1979 introdujo la categoría “centro clandestino de detención”, denominación que paulatinamente fue adoptada por otros denunciantes.
Asimismo, Crenzel destaca el rol que han tenido estos sitios durante la democracia, especialmente como espacios de disputa simbólica en los años noventa y principios de los dos mil. A partir de 2004, se produjo una expansión significativa de estos espacios como sitios de memoria, que se estructuran como insumos didácticos para la pedagogía de la memoria.
El tercer capítulo, titulado “¿Cuántos son?”, aborda una de las disputas más sensibles en la Argentina actual, especialmente tras la llegada al poder de Javier Milei y Victoria Villarruel, cuyas posturas negacionistas cuestionan la sistematicidad del terrorismo de Estado y el carácter planificado de las desapariciones. Crenzel reconstruye las distintas cifras que organismos de derechos humanos, instituciones internacionales y sectores políticos han manejado en los últimos cuarenta y nueve años: 30.000, 15.000, 8.875, entre otras. Aporta así, no solo una sistematización rigurosa, sino también una respuesta metodológica –al trabajar con archivos y fuentes diversas– y política. Sostiene: “Por ende, la suma de desaparecidos que continúan en esa condición (7018), sobrevivientes (17160), una fracción de los asesinados (1613) y de los casos denunciados ante la CONADEP sujetos a revisión (783), más los desaparecidos y sobrevivientes no registrados, compondrían una cifra aproximada a la enarbolada por los organismos de derechos humanos” (151). El autor advierte que esta cifra es impugnada por sectores que relativizan los crímenes del terrorismo de Estado y buscan deslegitimar al movimiento de derechos humanos.
En el cuarto capítulo, Crenzel analiza críticamente el uso de la anestesia en los “vuelos de la muerte”, una práctica que consistía en arrojar al mar a los desaparecidos aún vivos. La frase que titula el capítulo –“¿Por qué anestesiar para matar?”– proviene del testimonio brindado por sobrevivientes de la ESMA ante la Asamblea Nacional francesa. El testimonio adquiere aquí un valor central. Ya durante la dictadura, algunos sobrevivientes habían informado el verdadero significado del eufemismo “traslado”, utilizado para encubrir estos asesinatos. Esta información circuló desde temprano en muchos testimonios. Más allá del método específico, Crenzel propone interpretar que la avanzada de la información sobre los traslados, así como las noticias periodísticas sobre los cuerpos que aparecían en las costas (tanto del Río de la Plata, como en la costa del Mar Argentino) y las denuncias de sobrevivientes, como una forma de que se genere, en la población, el imaginario que los desaparecidos estaban fallecidos. Esta operación, que había comenzado a ensayarse incluso desde lo legislativo y discursivo durante la dictadura, no logró consenso social y fue activamente resistida por los organismos de derechos humanos.
El último capítulo, titulado “Lo que aún ignoramos”, funciona como balance de los vacíos que persisten en la reconstrucción histórica del período y del sistema de desaparición. Entre ellos, se incluyen el destino de los desaparecidos y de sus cuerpos, así como el paradero de los menores apropiados cuya identidad biológica aún se desconoce. Crenzel señala también otras cuestiones relevantes, como el desconocimiento de la articulación entre centros clandestinos o los casos en los que no se conoce el deceso ni se han identificado restos. En relación con los menores, plantea una pregunta clave: ¿la apropiación comenzó porque había mujeres embarazadas en cautiverio o esta práctica ya formaba parte del plan sistemático? ¿Fue casual o causal? También apunta a la necesidad de profundizar en la historia del procesamiento subjetivo de este crimen entre las familias afectadas y su articulación con otros sectores sociales, laborales y estatales.
En este libro, el autor nos invita a pensar a los 30.000. Pensarlos es aquí una propuesta para reflexionar histórica y situadamente su representación, su construcción y la discursividad pública, política y familiar que se ha generado en torno a ellos. La convivencia con sus ausencias ha configurado distintas formas de imaginarlos, dependiendo de cada coyuntura. Pensarlos, en 2025, permite seguir reflexionando sobre el proceso de memoria, verdad y justicia desde una lente académica y sociohistórica, que aún sigue produciendo interrogantes y nuevas respuestas.
Ayelen Colosimo (CIS-CONICET / Instituto de Desarrollo Económico y Social-Universidad Nacional de Tres de Febrero, Buenos Aires)
El gran ensayo de Simón Ramírez González plantea que el neoliberalismo resultó ser un experimento en el sur de América cuyo propósito fue a la par de restaurar la gobernabilidad perdida de los grupos de poder tradicionales, también introdujo una serie de ideas que promovieron políticas de reducción del rol del Estado en la economía, la apertura de los mercados y la privatización de la educación, las pensiones y la salud pública; todo un viraje que se desarrolló en Chile luego de la caída del gobierno socialista de Salvador Allende.
La obra se divide en dos partes. En la primera se detallan los orígenes del pensamiento neoliberal desde una arqueología de sus raíces teóricas en las cuales se recuperan autores clave del siglo xx como fueron Hayek y Friedman y el ordoliberalismo. Estas teorías desempeñaron un papel sumamente significativo para los grupos de derecha en la historia económica y política de Chile, en especial durante la dictadura de Augusto Pinochet. Después del golpe de Estado en 1973, el gobierno militar ya consolidado, buscó implementar reformas económicas profundas y rápidas. Los economistas influenciados por la Escuela de Chicago, asesoraron este proceso, promoviendo desde sus ámbitos teóricos las ideas de libre mercado, privatización de empresas estatales, desregulación y reducción del gasto público.
Estos autores son impugnados por Ramírez a través de opositores de las tesis neoliberales como Marx, David Harvey, Foucault. Los filósofos mencionados permiten a Ramírez realizar ataques fuertes a la economía liberal moderna, valiéndose de conceptos como acumulación por desposesión y formas de gubernamentalidad neoliberal que justifican según su perspectiva política, la manera como fueron erosionadas las ciudadanía, las agencias políticas y la democracia misma. Según su autor, la “privatización, depredación, desplazamiento de poblaciones, empobrecimiento, además de la conquista y el saqueo, hacen parte de los mecanismos que dan forma a la acumulación originaria y se constituyen como puntapié inicial de la acumulación específicamente capitalista” (p. 68)
A partir de la acumulación por desposesión se origina la estructura de la gobernabilidad neoliberal que se traduce en la erosión de la ciudadanía, la enajenación de la agencia política y el debilitamiento de la democracia. Su recorrido teórico no se limita a la economía, sino que Ramírez lo articula a una genealogía del poder y la subjetividad neoliberal. Así, el neoliberalismo no solo escenifica una serie de políticas públicas, sino también un proyecto civilizatorio capaz de transformar instituciones, formas de vida, modos de entender lo social y la democracia.
En la segunda parte del libro, Ramírez ahonda en la tesis de que el neoliberalismo se presenta en Chile por medio de una serie de etapas como fueron el momento de la dictadura en los años 73 y 74, la aplicación de la ortodoxia entre 1974 y 1978, la modernización de las instituciones entre 1979 y 1981, la crisis de la ortodoxia liberal y el advenimiento de un modelo menos ortodoxo y más pragmático que desemboca en la transición hacia la democracia que es, desde la perspectiva del autor, solamente “un consenso” que permite profundizar en la hegemonía del capital humano y los sujetos neoliberalizados.
Ramírez propone que “…el proceso de contra revolución capitalista en Chile estableció como antagonismo el estatismo y la planificación (que en Chile tomó la forma conocida como estado de compromiso)” (p. 128) Para Ramírez “la sociedad chilena es una sociedad neoliberal propiamente” (p. 129), la cual se instauró simbólicamente a partir de la dictadura y de una contrarrevolución capitalista. Esa contrarrevolución lo que hizo fue cancelar la posibilidad de una matriz estatal-nacional-popular-democrático-partidaria, donde el estado tuvo supuestamente un rol de mayor crecimiento. Ramírez Gonzales insiste en lo que considera el proyecto de “lo común”, fundado en el “optimismo de la voluntad” el cual se sustenta en la aspiración sociológica de “otro mundo posible”, mundo al que según las propias palabras del autor, implica desafiar tanto la subjetividad neoliberalizada como las gubernamentalidades propias que rompan los determinismos económicos y los pesimismos compartidos por las centro izquierdas acerca del derrumbe de las ideologías.
El libro se encuentra signado por la expectativa histórica de romper por fin, con el legado dictatorial y construir un nuevo orden posneoliberal. El “despertar” chileno, tras la larga noche neoliberal, se vislumbra como una oportunidad única. Sin embargo, el entusiasmo del autor choca con una realidad sumamente compleja: el fracaso del proceso constituyente y la resiliencia del modelo neoliberal que no cede fácilmente. En este sentido, el libro oscila entre la esperanza y la advertencia de que sin una transformación profunda de las instituciones y subjetividades neoliberales, no hay cambio posible.
Uno de los mayores logros del autor es mostrar como el neoliberalismo no se impuso solo por la fuerza, sino también por la producción de subjetividades compatibles con sus valores. Esto convierte a El gran ensayo en una obra clave para comprender no solo el pasado chileno, sino los desafíos presentes que enfrentan los proyectos de transformación social en América Latina y más allá. El texto invita al lector a preguntarse por la posibilidad real de superar el neoliberalismo. Para esto ¿basta con elegir un gobierno de izquierda? ¿Es posible desmontar un modelo que ha guiado durante años el sentido de lo posible y lo deseable? Ramírez González parece decir que sí, pero no sin antes hacer un reconocimiento claro de la magnitud del desafío. Pensar en la construcción de un orden posneoliberal requiere conocer a fondo el orden neoliberal y sus mecanismos de reproducción. Si estos no son reemplazados por mecanismos institucionales de reproducción social y de creación de nuevas subjetividades, entonces la posibilidad de regresión es creciente. De hecho, en los procesos globales de crisis del neoliberalismo, la norma ha sido, antes que su derrumbe, su fortalecimiento pues pareciera que una de sus principales características es su resiliencia.
Aunque por momentos el texto puede pecar de optimismo histórico y de una cierta fe en el poder transformador de la teoría crítica, su valor radica en esa postura decidida: comprender que la lucha contra el neoliberalismo no es solo técnica, sino también profundamente política y cultural. El libro evidencia lo que han vivido los chilenos por medio siglo: privatización y competencia. Solo que, desde la perspectiva del común, el horizonte queda en la propuesta política, pues no existe una experiencia económica postneoliberal que este trabajo referencie. Mientras ese día del gran cambio llega, este trabajo aparece como un destacado referente para ahondar en lo vivido por un pueblo que pasó de la unidad popular a la verticalidad de la dictadura. Una nación compleja donde diversos pueblos, grupos, clases, sectores de la sociedad exigen participación en el presente.
Alberto Antonio Berón Ospina (Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia)
Michael Riekenberg, reconocido experto en la historia de la violencia en América Latina, ha afrontado el reto de presentar en apenas 200 páginas un estudio sobre la guerra civil en América Latina desde los inicios de la época colonial hasta la actualidad, que también refleja la diversidad regional de Hispanoamérica –el autor menciona Brasil solo ocasionalmente–. Lo consigue de una manera muy convincente al acercarse a su objeto de estudio de forma analítica, preguntándose por las características de la guerra civil en América Latina y sus particularidades. Por lo tanto, el estudio no ofrece una narrativa en forma de manual de las distintas guerras civiles, sino presenta una teoría general de la guerra civil que va más allá de la historia latinoamericana.
Riekenberg comienza su estudio con guerras civiles que están alejadas en el tiempo y el espacio de su objeto de investigación propiamente dicho, Hispanoamérica desde el comienzo de la época colonial. De la comparación con la guerra tribal en la selva amazónica llega a la conclusión de que para hablar de una guerra civil es esencial la existencia de una lucha por el poder del Estado. Por ello, sitúa el inicio de la historia de la guerra civil en la polis griega, donde los enfrentamientos políticos podían polarizar a la ciudadanía hasta tal punto que se producía una guerra civil entre dos partidos. Otra característica de la guerra civil que la distingue de la guerra entre Estados la identifica Riekenberg en la sensación de la desolación, del colapso del orden social, ya que en la guerra civil la violencia no se dirige hacia el exterior, hacia un enemigo anónimo, sino hacia el interior, hacia personas que hasta entonces habían convivido en una comunidad. Debido a su dimensión internacional y su carga ideológica, el autor considera la guerra civil española el ejemplo más típico de la guerra civil moderna. Lo que la diferencia del golpe de Estado o una revolución es su duración, que en España se debió al relativo equilibrio de fuerzas entre las dos partidos en conflicto.
Después de este discurso preliminar sobre el Amazonas, la polis griega y la guerra civil española, Riekenberg se dirige a la historia de las guerras civiles latinoamericanas. La considera especialmente adecuada para desarrollar una teoría general de la guerra civil, ya que desde principios del siglo xix se han producido allí un número especialmente elevado de guerras civiles. Eso se explica por la debilidad del Estado, que toleró a su lado actores que utilizaron la fuerza para conseguir sus objetivos económicos o políticos, de modo que conflictos podían desembocar fácilmente en violencia y, finalmente, en una guerra civil. La época colonial, por el contrario, fue un periodo con pocas guerras civiles. No me parece convincente la explicación que se presenta porque según Riekenberg la existencia de dos órdenes políticos separados para los españoles y los indígenas dificultó las guerras civiles, ya que en la guerra civil se lucha por el poder en un solo Estado (p. 59). Sin embargo, las “dos repúblicas” de los españoles y los indígenas estaban unidas tanto en la cúpula de la administración colonial como en la figura del rey. En mi opinión, la razón de la casi ausencia de la guerra civil en la época colonial hay que buscarla en la aceptación de la monarquía, porque incluso las frecuentes rebeliones no se dirigían casi nunca contra el rey, considerado sacrosanto, sino solamente contra abusos concretos a nivel local. Fue solo con la independencia de los Estados Unidos y la Revolución francesa cuando surgieron concepciones del poder alternativas, que se activaron en la época de las guerras revolucionarias y de independencia después de 1808.
La importancia de la rivalidad de distintos conceptos de orden para una guerra civil la subraya también Riekenberg cuando describe la existía de “otro” orden junto al del Estado como el secreto de la guerra civil en América Latina (p. 57). Es significativo que las dos únicas guerras civiles de la época colonial que identifica plantearan una concepción del orden reaccionario frente a la monarquía burocrática moderna: Francisco Pizarro en el siglo xvi defendía frente a Felipe II la lealtad personal entre el rey y su vasallo, y Túpac Amaru en el siglo xviii frente al gobierno colonial borbónico el dominio de los reyes incas.
Cuando el poder colonial había logrado controlar en gran medida las tensiones económicas y políticas entre las élites hispanoamericanas, estas estallaron en guerras civiles tras la independencia. Riekenberg muestra cómo las élites, que hasta entonces habían estado limitadas por la autoridad real, ahora se apoderaron de del Estado, ya que este era una fuente de recursos que no debía caer en manos de grupos rivales. El recurso a la nación, la república o la pertenencia a partidos –liberales y conservadores–, no eran más que etiquetas para legitimar y ocultar los intereses económicos y la ambición de poder. En cambio, Riekenberg no encuentra entre los poderosos una verdadera identificación con el Estado-nación y la democracia. Más bien considera la distancia hacia el Estado como característico para la guerra civil en América Latina, que se personifica en la figura del caudillo. Su poder se basaba en la lealtad personal de la población rural, por lo que su dominio decayó en la segunda mitad del siglo xix, cuando la industrialización, el crecimiento de las ciudades y la desaparición de los ganaderos le privaron de su base de poder.
En el siglo xx se produjo la ideologización de la guerra civil en América Latina, cuando revolucionarios e intelectuales llevaron ideas revolucionarias a las comunidades rurales. De este modo, la guerra civil pasó a formar parte de la guerra civil mundial. El levantamiento sandinista en Nicaragua en la década de 1920 es el nacimiento del movimiento guerrillero moderno en América Latina. Riekenberg describe como el movimiento guerrillero fue apoyado principalmente por la clase media y los académicos que aspiraban abrirse paso y derrocar a las élites tradicionales que se habían atrincherados en el poder. La población rural, en cambio, vio a los guerrilleros revolucionarios con desconfianza. Por esa razón también la lucha iniciada por Che Guevara y sus compañeros en el altiplano boliviano fracasó por no encontrar el apoyo ni de los campesinos ni de los mineros.
Fenómenos como el caudillismo del siglo xix, el terrorismo y la guerrilla del siglo xx, así como las guerras de drogas y las bandas criminales del presente, tienen en común que estos actores disponen de fuerza y poder (Gewaltakteure) que no está controlado por el Estado, y que lo pueden utilizar para alcanzar objetivos políticos. La frontera entre la guerra civil y otras formas de criminalidad es difusa, como demuestra Rieckenberg con el ejemplo de las FARC, que comenzó como un grupo revolucionario con objetivos políticos y acabó convirtiéndose en un actor depredador dedicado al secuestro y al tráfico de drogas. A la inversa, los actores depredadores, como las bandas criminales (rackets), tienen el potencial de convertirse también en partido de una guerra civil.
El estudio tiene un alto grado de abstracción, ya que Riekenberg utiliza fenómenos concretos de la historia de las guerras civiles latinoamericanas para sacar conclusiones generales. Para ello, incluye teorías sociológicas en su análisis y también realiza un gran trabajo conceptual (figura del perturbador “Störer”, guerras archipelágicas, cultura histórica de las ruinas “Ruinen-Geschichtskultur”). Esto va necesariamente en detrimento de lo concreto. Sin embargo, Riekenberg consigue ilustrar descripciones abstractas de gran densidad analítica con ejemplos. La lectura de su libro, escrito con gran claridad y precisión, beneficia al lector con una visión muy reveladora de la historia de la guerra civil, no solo en América Latina, sino en general sobre sus condiciones psicológicas, sociales y políticas, sus manifestaciones y también de lo fluido de sus límites.
Martin Biersack (Universidad de Granada)
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Godicheau, François / Marco, Jorge: El franquismo. Anatomía de una dictadura (1936-1977) (José Antonio Pérez Pérez) 268
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Ramírez Gonzáles, Simón: El gran ensayo. Génesis social, consolidación y crisis del neoliberalismo en Chile (Alberto Antonio Berón Ospina) 279
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Veraza, Jorge: Análisis de la negación de los restos de Cuauhtémoc: epistemología y método (Ramón Eduardo González Muñiz) 274
1 M. S. Catoggio (“Las redes de Madres de Plaza de Mayo con el cristianismo liberacionista: articulaciones locales, afectos y alcances”. Cuadernos del Sur, Historia 48, 2019, pp. 23-48, 2019) propuso un argumento similar al analizar el archivo personal de una Madre de Plaza de Mayo y encontrar que el espacio que las consultas al vidente formaban parte de la búsqueda de su hijo.